19

Ya no me gustas. Me lo repito cada mañana al despertarme, cada vez que te pienso. Me lo digo para ver si me convenzo de una vez.

Durante todo este tiempo no he conseguido sacarte de mi cabeza. Ni de mi corazón. Lo conquistaste, plantaste la bandera, y te hiciste el dueño y señor de mis tierras, de mis afectos. Te abrí las puertas, te dejé entrar y ya no te has ido. Imposible expulsarte.

Y no me extraña, porque soy buena anfitriona; pero estoy cansada. Cansada de ti, de que no me saliera bien esta apuesta complicada. Y cansada de mí, por no ser capaz de dejarte ir. Y me esfuerzo por encontrarte un hueco, un rincón en el cofre de los recuerdos. Esa caja mágica a la que acudir para sonreír cuando me apetezca pensar en ti. Pero no hay caja, ni rincón, ni parcela, porque tú lo inundas todo, Manuel.

A estas alturas la culpa no es tuya. Ya sé cómo eres y lo que me ofreces, lo que eres capaz de dar. La culpa es mía por no entender que puedas pasar sin mí, que prefieras la soledad a estar conmigo o la compañía de otras a la mía.

Quizá esto lo digo por pura soberbia. Con lo que yo tenía para darte, para ofrecerte, con lo que yo te quería. Yo, yo, yo.

Pensándolo bien, es posible que lo nuestro fuera una relación que yo mantuve conmigo misma y con lo que sentí. Y tú solo fuiste la persona que pasó a mi lado en aquel momento. Nos tropezamos y me aferré a ti. O tal vez sí fue una gran historia de amor, pero no he sabido encajar que tuvo un principio y un fin, como todo en la vida.

Ya no me gustas. Ya no estoy enamorada de ti, me repito, y, sin embargo, aquí sigo. Y eso ya no es mérito tuyo porque ahora que te puedo ver con nitidez debería salir corriendo, pero no lo hago porque te sigo queriendo.

Quizá exista una explicación y todo esto no sea una locura. A lo mejor es lógico que suceda porque fue mucho lo que nos quisimos. Es posible que fuese al separarnos cuando nos diéramos cuenta de la fuerza con la que nos amamos. No lo sé. Lo único cierto es que el amor es cegador cuando te golpea, pero es muy lúcido cuando se marcha. Y yo he tenido que abrir los ojos y esforzarme mucho para verte con esa nitidez. Porque yo no quería ver que tú no me querías del mismo modo. Y, aun así, y pese a estar herida, sigo pensando que el amor todo lo puede. Todo lo mueve. Quizá esté equivocada. Quizá, a pesar de la lucidez, siga sin verlo claro.

Lo que me ocurrió contigo, Manuel, fue que, después del punto, olvidé apartarte.

Tratando de soplar la herida

de soltar los lazos

de la sangre seca

de esos arañazos

que me dejaron tus besos

y aquellos abrazos

#microcuento