Tengo el estómago encogido. Es la manera más gráfica que se me ocurre para explicar lo que siento. Es una madeja de lana enredada, un nudo de los que te mantienen intranquila y no te dejan tragar. No hablo de mariposas, ni de la magia del amor, ni nada de eso.
Lo peor del malestar es que cuando se hace tan persistente uno se acostumbra a él. Y eso me ha ocurrido a mí. Me he acostumbrado a vivir con ese pesar, esa pena que a ratos parece más ligera, pero que en realidad sobrellevo porque hace mucho tiempo que convive conmigo.
Te lo dije un día, te abrí mi corazón y te quedaste a vivir en él.
Llevábamos un año y medio juntos y yo seguía sin ver una salida clara a aquella situación, así que me fui de viaje. Un lugar paradisíaco en el Caribe. Sola, buscando una desconexión que irremediablemente encontré.
Volé a Caracas y desde allí a Los Roques. En aquellas islas pasé unos días tranquilos en los que mi única ocupación era tumbarme a tomar el sol y leer. Una terapia sanísima si no fuera porque mi cabeza no lograba apartarte.
El tercer día, mientras estaba nadando en aquel paraíso de aguas transparentes, tuve que salir a toda prisa y ponerme a escribir. Lo sentí como una necesidad. Fue un espasmo emocional, espontáneo, descontrolado.
Hacía días que no hablábamos y quizá era una especie de síndrome de abstinencia. De un tiempo a esta parte deseaba desenamorarme de ti. Ya que tú no podías darme lo que yo necesitaba, que por lo menos yo pudiera abandonar aquello de una manera más o menos saludable, sin hacerme más daño.
Pensé que tras esta escapada volvería más lúcida y con menos ganas de verte. Menos dependiente de ti, más libre. La libertad, quién pudiera recuperarla.
Y te escribí una carta, seis folios, que me salieron del tirón. Seis hojas en las que te contaba cuándo supe que me había enamorado de ti, en las que te decía lo que sentía, lo que te quería. Finalmente esas seis hojas te las leí en persona. Tú apoyado en mi pecho, los dos desnudos y yo apenas susurrándotelas al oído. Terminé llorando. También aquella noche.
No era mi idea inicial. Yo quise escribirla para desahogarme, después me apeteció que la tuvieras y por último sentí la necesidad de leértela yo misma.
Me dijiste que me escribirías una carta de vuelta. Nunca llegó.
A veces me acuerdo de la primera vez que te vi
Otras de la última vez que me besaste
Y de lo que siempre me olvido es de olvidarte
#microcuento