Tras salir del despacho de Hudson, intenté olvidar mi tensión y concentrarme en el trabajo. Lo conseguí durante casi toda la tarde, pero la ansiedad y el estrés acumulados durante el día seguían acechando bajo la superficie. Tenía que ir al club para reunirme con Gwen a las ocho y supuse que sería una noche larga. Deseaba correr, pero en cambio decidí asistir a una reunión de la terapia de grupo. Normalmente no iba los jueves, pero había una sesión a las seis que dirigía mi terapeuta favorita. Podía comprar algo para comer, ir a la sesión y estar de vuelta a tiempo para trabajar por la noche.
Me revolví sobre la oxidada silla plegable del sótano de la Iglesia Unitaria sin dejar de prestar atención a lo que decían los demás. La mayor parte de los que habitualmente acudían los jueves por la noche me eran desconocidos y me pareció que la mayoría de sus adicciones guardaban poca relación con la mía. Una era adicta a las compras. Otro era adicto a las redes sociales. También había un adicto al juego, un tipo al que le obsesionaba tanto comprar el sistema y los juegos más recientes como jugar con ellos. La única persona que sentí que tenía una ligera conexión conmigo fue una chica de piel tatuada adicta al sexo que había visto ya otras noches. La había oído hablar anteriormente y reconocí como propios muchos de sus miedos y frustraciones.
—¿Te gustaría decir algo, Laynie?
Me sorprendió mucho que la guía del grupo dijera mi nombre. Normalmente no se exigía a los miembros hablar en todas las sesiones, o nunca si no se sentían cómodos, así que me extrañó que Lauren se dirigiera a mí directamente. A pesar de que ella me conocía, pues había sido mi terapeuta desde el principio de mi recuperación. Aunque por mi comportamiento no pudiera saber qué tenía yo en mente, el hecho de que hubiese acudido dos veces en una semana tuvo que darle alguna pista.
Realicé el habitual resumen de mi enfermedad y a continuación hice una pausa. Como no había pensado hablar, no estaba muy segura de lo que quería decir.
—He sufrido más situaciones estresantes recientemente y he venido porque creo que eso está haciendo que vuelva a recaer —dije tras respirar hondo.
Lauren asintió y sus largas trenzas sonaron al moverse.
—Una identificación muy concisa de lo que sientes, Laynie. Hablemos primero del tipo de situaciones de estrés al que te estás enfrentando. ¿Hay algo que puedas suprimir?
—La verdad es que no.
Suponía que la mitad de esas situaciones estresantes desaparecerían si rompía con Hudson, pero esa no era una opción que estuviese dispuesta a considerar.
—No pasa absolutamente nada por eso. A veces no se pueden eliminar las situaciones de estrés. —Lauren dirigía sus palabras a todo el grupo, usando ese momento como instrumento pedagógico—. La mayor parte de las veces hay que enfrentarse a ellas. O decidimos enfrentarnos a ellas porque la recompensa es mayor que el impacto del estrés.
Vaya, sí que había dado en el clavo.
—¿Y cuáles son esas situaciones de estrés?
—Pues… —Ahora que lo pensaba, me daba cuenta de que habían sido muchas durante las últimas semanas—. Hace poco me he ido a vivir con mi novio.
No añadí que la relación era bastante reciente. Al menos no lo dije en voz alta. Mentalmente, lo señalé como otro factor de mi nivel de ansiedad.
—Tienes una nueva vida. —Era normal que el terapeuta contestara a la información que se compartía—. Eso es un gran cambio.
—Sí. Y acaban de ascenderme a un puesto importante en el trabajo.
Se oyeron rumores en la sala y los demás me dieron la enhorabuena.
—Felicidades —dijo Lauren—. Pero sí, es otro factor estresante.
—Y mi novio… —era difícil hablar de mi situación actual cuando ni siquiera estaba segura de por qué me veía envuelta en ella— tiene un pasado al que me cuesta un poco enfrentarme.
Lauren prestó una especial atención a esto último.
—¿Qué tipo de pasado?
—Bueno, su exnovia… —Celia no era en realidad su exnovia, pero me resultaba más fácil llamarla así— por algún motivo ha decidido que su misión es destruir nuestra relación. Ha estado intimidándonos. A mí, en realidad. Primero me acusó de haberla acosado, algo que no he hecho. —Miré a los demás miembros del grupo—. De verdad.
—Oye, aquí nadie te está juzgando —me recordó Lauren.
Lo cual no era del todo cierto, porque yo sí que me estaba juzgando. Admitir lo siguiente fue realmente difícil. Estaba a punto de quejarme de lo mismo de lo que la gente solía acusarme.
—Ahora es ella la que me acosa a mí. Me sigue a los sitios, me deja notas y cosas así.
—¡Dios mío! —exclamó la adicta a las compras—. ¿Has ido a la policía?
Unos cuantos más murmuraron la misma preocupación.
Yo negué con la cabeza, poniendo fin a la discusión.
—No ha hecho nada que pueda ser denunciado.
Podría haber explicado lo que podía ser denunciado y lo que no, pero no me parecía importante.
—Ese tipo de acoso es estresante para cualquiera —comentó Lauren inclinándose hacia mí mientras se abrazaba las piernas—. Pero me atrevo a imaginar que para ti ha sido más duro. ¿Te trae esto sensaciones de tu pasado?
—Claro que sí. Yo les he hecho esto mismo a otras personas. Es terrible. Me hace sentirme muy mal.
Había temido echarme a llorar, pero, sorprendentemente, las lágrimas no aparecieron. Quizá me estaba volviendo más fuerte y había conseguido reconciliarme con esa situación.
Con mis emociones bajo control, fui capaz de profundizar aún más en el análisis:
—Además… siento algo así como que me lo merezco. Como que es algo de mi karma por los problemas que yo he causado.
—Sabes que la vida no funciona así, ¿verdad? —intervino la pelirroja adicta al sexo.
—Supongo que sí.
Pero, bueno, la verdad es que no sabía nada en absoluto.
Lauren nos dejó un momento en silencio. Confiaba mucho en estos momentos para reflexionar. A menudo constituían lo peor y lo mejor de la sesión. Yo me mordía el labio mientras pensaba.
—Sinceramente, sé que hay cosas que tengo que resolver en el aspecto de la autoestima. Estoy escribiendo un diario. Hago un poco de meditación… Sí, necesito hacer más cosas. Pero lo cierto es que no son esas las emociones que me preocupan.
—Muy bien, mientras uno sepa reconocer que hay que esforzarse en ese terreno, podremos seguir avanzando —admitió Lauren—. Así que tienes todos esos factores estresantes, algunos de ellos buenos, de los que no se pueden suprimir, y dices que te están haciendo reincidir. ¿En qué sentido?
Fui enumerando la lista con mis dedos.
—Estoy nerviosa. Tengo ansiedad. Estoy paranoica. Hago acusaciones…
—Eso me recuerda a mí misma cuando estoy con el periodo —dijo la adicta al sexo.
—Sí, a eso yo lo llamo ser una mujer —dijo la adicta a las compras.
No sabía si estaban tratando de identificarse con mis sentimientos o de restarles importancia. Como estaba paranoica, supuse que era lo último.
—¿Estáis diciendo que se trata de emociones normales y que simplemente tengo que relajarme de una puta vez?
—Puede ser —contestó la adicta al sexo.
—No necesariamente. —Lauren juntó sus dos dedos índices—. Son emociones normales. Pero, si están causando un impacto en tu vida diaria y en tus relaciones, tienes que enfrentarte a ellas.
—No lo están haciendo… todavía. Pero solo porque las estoy controlando. —Al menos lo intentaba—. La paranoia es lo peor y es infundada. Recelo de una mujer que trabaja con mi novio. Y no tengo motivos para ello. Por suerte, a él le gusta que me ponga celosa. —Dediqué esta última frase a la adicta al sexo, quien me respondió con un guiño.
—¿Te gustaría probar a medicarte?
Lauren prefería no usar medicamentos, pero siempre ofrecía esa solución. Yo recordaba con odio a la zombi insensible en que me había convertido en el pasado por culpa de los ansiolíticos.
—No. Nada de medicamentos. Prefiero enfrentarme a esto por mí misma.
—Pues ya sabes cuáles son los ejercicios.
—Sí. Comportamientos sustitutivos.
Aunque dos de los sustitutivos a los que recurría eran salir a correr y leer, y ambos estaban amenazados por Celia.
Laura me apuntó con un dedo autoritario.
—Y la comunicación. Asegúrate de comunicar todas las sensaciones que tengas, por muy ilógicas que sean.
Traté de no poner los ojos en blanco.
—Por eso estoy aquí.
Ella me sonrió de tal modo que pensé que entendía que me sintiera como si me tratara con condescendencia.
—Haber venido es un gran paso, Laynie. No me malinterpretes. Pero no debes hablar solamente con nosotros. Asegúrate de hablarlo también con tu novio.
Hablar con Hudson… Dios, lo estaba intentando. Los dos lo intentábamos. Pero si de verdad me lanzaba a hablar, si le contaba toda la paranoia que sentía en mi interior, el nudo de pavor que constantemente me atenazaba el estómago…, ¿seguiría interesado en mí?
Como hacía habitualmente, Lauren se dirigió a mis miedos no verbalizados:
—Lo sé. Da miedo. Temes que otras personas no sepan aceptar tus pensamientos y tus sentimientos. Y no te puedo prometer que lo harán. Pero esa eres tú. Y vas a seguir siéndolo. Si no puedes hablar con la gente que te quiere, entonces es que probablemente no te quieran de verdad.
Esa era la pregunta más importante de todas, ¿no? ¿Hudson me quería de verdad? Me había demostrado que sí, pero todavía seguía sin decirlo. Y la verdad es que yo nunca se lo había preguntado. Quizá quedaran aún cosas que decir…, por parte de los dos.
Gwen se presentó en el Sky Launch con quince minutos de antelación, lo cual me habría impresionado si yo no estuviese llegando apresurada en ese mismo momento. Debido a todo lo demás que tenía en la cabeza, me pilló descolocada. Por suerte, David estaba allí conmigo para ayudarme a completar la información que a mí se me escapaba mientras recorríamos el club y hablábamos del papel que podía tener Gwen.
Resultó que Gwen Anders sabía lo que había que hacer. En todo momento planteó las preguntas adecuadas y aportó ideas innovadoras. Se mostró sensata, entusiasta y ocurrente. Aunque la mayor parte de las cosas que dijo eran adecuadas, yo me encrespé inexplicablemente unas cuantas veces ante sus sugerencias. Puede que debido a mi estado de nervios general.
Después del recorrido, Gwen nos ayudó a abrir el club para la noche. A continuación regresamos al despacho de David para hablar de los últimos detalles. Para ser más exactos, se trataba de mi despacho, pues David se iba a marchar. Quizá nuestro despacho, si decidía que Gwen me ayudara en el Sky Launch.
—Bueno, ahora mismo el club abre de nueve de la noche a cuatro de la mañana —empezó Gwen—. ¿De martes a sábado?
Gwen y yo nos sentamos en el sofá y David había acercado la silla que estaba detrás de la mesa para crear una zona para conversar.
—Así es —confirmó David.
—Pero estamos preparando la ampliación de horarios para abrir los siete días de la semana.
Ese había sido uno de mis objetivos desde que había conseguido mi ascenso a ayudante del director.
Gwen frunció el ceño.
—Ahora mismo no me parece la mejor idea. Puede que al final sí. Pero de momento no lo llenáis del todo cuando abrís.
Traté de ocultar que me sentía molesta. Resultaba agradable que fuera tan directa, pero que atacara una de mis ideas de un modo tan descarado no me sentó bien.
—¿Por qué queréis ampliar el horario? —continuó Gwen, que al parecer no se había dado cuenta de mi reacción—. Lo primero que hay que hacer es traer a más gente, llenar el club y después ampliar.
David me miró vacilante.
—Lo cierto es que eso tiene lógica, Laynie.
Sí que tenía lógica. Aun así, ¿quería yo trabajar con alguien que siempre se mostraba tan sincera?
No estaba segura.
—Lo de la ampliación fue idea tuya, ¿no? —Gwen por fin lo comprendió. Se encogió de hombros—. Sigo pensando lo mismo.
Era buena. Realmente buena.
—Gwen, tengo la sensación de que o bien nos convertimos en grandes amigas o en terribles enemigas.
—¿Quieres este trabajo, Gwen? Porque yo sugeriría la opción de grandes amigas, así serías la candidata perfecta.
Me pareció un bonito detalle que David tratara de suavizar la tensión que se respiraba. A él nunca le habían gustado los conflictos. Era más bien una persona complaciente.
—No lo sé. —Gwen cruzó sus largas piernas—. Alayna es una mujer inteligente. Me parece que es de las que saben reconocer lo que vale tener al enemigo cerca.
Entrecerré los ojos. La última vez que había escuchado esa expresión había salido de la boca de Celia. Haberla mantenido cerca de mí no me había beneficiado en absoluto. Por supuesto, en aquel momento yo no me había dado cuenta de que era mi enemiga y tampoco estaba segura de que Gwen lo fuera. Simplemente, aún no la conocía mucho.
—Dime una cosa, Gwen. —Apoyé el codo en el brazo del sofá y la barbilla en la mano—. ¿Por qué quieres dejar el Planta Ochenta y Ocho? —Aquella pregunta ya se me había pasado antes por la mente, pero no había encontrado la ocasión de hacerla hasta ese momento—. Parece que eres una parte importante del éxito de ese club y, aunque me encantaría que te vinieras, ¿por qué querrías hacerlo?
—Las mujeres necesitamos a veces un cambio de escenario.
Se pasó una mano por la pierna alisándose el traje sastre con especial cuidado.
—No me lo creo.
Si ella podía mostrarse inflexible, yo también.
—Touchée. —Soltó un suspiro y me miró a los ojos—. Motivos personales. Perdona que no te dé más detalles, pero la verdad es que no tiene nada que ver con las razones por las que deberíais contratarme o no. Mi jefe del Ochenta y Ocho sabe que quiero marcharme. Dará buenas referencias de mí. Aparte de eso, prefiero no decir nada más.
La gente y sus dichosos secretos. Me pregunté si Hudson conocería los motivos de Gwen. Y si me los contaría si le preguntaba.
En ese momento apareció la paranoia y quise saber si lo importante no eran los motivos por los que quería marcharse del Planta Ochenta y Ocho, sino las razones por las que quería trabajar en el Sky Launch.
—No es por Hudson por lo que quieres trabajar aquí, ¿verdad?
—No estoy segura de entender qué estás preguntando. Si te refieres a si quiero trabajar aquí porque este club es el único de la ciudad propiedad del poderoso empresario Hudson Pierce, propietario también del restaurante más renombrado de la ciudad, el Fierce, y del club más famoso de Atlantic City, el Adora, entonces la respuesta es que sí. Quiero trabajar aquí porque Hudson Pierce cuenta con el poder necesario para hacer que este lugar desarrolle todo su potencial. El Sky Launch es uno de los pocos lugares que podrían competir con el Ochenta y Ocho.
«Claro que es por eso por lo que quiere trabajar aquí. ¿Qué otras razones podría tener?».
Me reprendí a mí misma por pensar que esos motivos personales tenían algo que ver con Hudson. «Confianza». Tenía que acordarme de la confianza.
Resoplé para apartarme un pelo del ojo y tomé mi decisión:
—En ese caso, estás contratada. No porque seas mi amiga ni mi enemiga, sino porque eres exactamente la persona que necesito. Me reservo el derecho de expresarte personalmente mi opinión sobre ti en el futuro.
—Me parece justo —contestó Gwen sonriendo ligeramente.
David se puso de pie y extendió la mano. Gwen se levantó para estrecharla.
—Bienvenida a bordo —dijo él—. Siento no estar aquí para ver lo bien que lo haces. O cómo le pateas el culo a Laynie. En cualquier caso, creo que vas a dejarla fascinada.
—Oye, ten en cuenta que yo también puedo dar patadas en el culo.
Me puse de pie y me llevé las manos a la cintura fingiendo indignación.
Por la expresión de Gwen, vi que dudaba sobre lo que quería expresar.
—Como se suele decir, no puedes desconfiar de mí si ni siquiera me conoces.
—No, no te conozco. —Entrecerró los ojos—. Pero hay algo de lo que careces… o crees que hay algo de lo que careces. De lo contrario, no me habrías buscado.
«Puede que al final seamos enemigas».
—Simplemente, no quiero hacerlo sola. —El tono de voz me salió tímido y me arrepentí de haberme justificado. No le debía nada a esa chica.
Para empeorar las cosas, Gwen remarcó mis innecesarias palabras:
—No tienes por qué explicar nada. Lo único que necesito saber es cuándo empiezo.
—Entonces, ¿aceptas el puesto?
Yo ya empezaba a arrepentirme de mi decisión.
Gwen levantó una ceja.
—¿Aceptas tú que yo pueda ser una bruja con la que tendrás que trabajar?
—Por algún motivo demencial, sí, lo acepto.
Al fin y al cabo, teníamos que trabajar juntas, no ser amigas.
—Entonces, soy toda tuya.
Esta vez su sonrisa llegó también a sus ojos.
—Fantástico.
Hudson se encontraba dormido cuando llegué a casa unas horas después. Fue decepcionante. No solo porque me había prometido favores sexuales, sino porque, después de la terapia, estaba deseando hablar con él. Pensé en despertarle, pero una parte de mí no pudo evitar imaginar que quizá me estaba evitando. No había motivo alguno para creer eso. Pero rara vez se acostaba sin mí y mis inseguridades estaban en estado de máxima alerta.
En lugar de rendirme a ellas, me senté en el borde de la cama, cerré los ojos y repasé mentalmente algunos mantras. Aquella repetición me tranquilizó, pero deseaba algo más. Por su forma de respirar, supe que estaba profundamente dormido detrás de mí. Aun así, estaba deseando comenzar con la comunicación que Lauren me había aconsejado. Sin molestarme en desvestirme, me tumbé a su lado y pasé los dedos por su pelo revuelto por el sueño.
—Tengo miedo, H.
Su respiración no cambió.
—De muchas cosas. Cosas pequeñas. Sobre todo estoy preocupada por Celia, por no ser lo suficientemente fuerte como para impedir que pueda conmigo. Especialmente porque ella siempre ha sido la chica con la que deberías haber estado. En mi cabeza, es con ella con quien te imagino. Todos lo imaginan. Es perfecta para ti, desde sus uñas con manicura hasta su educación exquisita. Y, al menos por ahora, no tiene antecedentes policiales.
Sonreí fantaseando con que Celia llegara tan lejos como para que pudiera presentarse una orden de alejamiento contra ella.
Por supuesto, era una Werner. Su dinero y sus contactos no permitirían que eso pasara nunca. Yo compartía también con Hudson ese miedo.
Era muy fácil decirle esas cosas cuando estaba dormido. No porque resultara difícil hablar con él cuando estaba despierto, sino porque su presencia me dominaba de una forma tan absoluta que no sentía esa necesidad. Era cuando no estaba con él cuando mis pensamientos me torturaban más.
—Creo en nosotros, H. Más que en ninguna otra cosa. Pero ¿y tú? Antes me decías que eras incapaz de amar. ¿Sigues creyéndolo? ¿O me amas tanto como creo que me amas?
Se acurrucó sobre mi cuerpo, pero parecía más bien un movimiento reflejo, no consciente.
Cuando se giró, su teléfono cayó sobre mi regazo. Debía haberse quedado dormido con él en la mano. ¿Estaría esperando a que lo llamara? Le había enviado un mensaje sobre la medianoche para decirle que llegaría tarde. ¿Había recibido ese mensaje?
Sentí curiosidad y pasé un dedo por la pantalla para desbloquearla. Mi mensaje estaba marcado como no leído. Debía de haberse quedado dormido antes. No me extrañaba que no me hubiese respondido.
Casi por casualidad le di al botón de las llamadas recientes. Al menos me dije a mí misma que había sido por casualidad. Al instante, el nombre de la última llamada atrajo mi atención: Norma Anders. Habían hablado durante veintisiete minutos. La llamada había terminado a las nueve y catorce minutos.
Extendí el brazo por encima de Hudson para dejar el teléfono en la mesilla y después me acomodé en sus brazos.
Me dije a mí misma que probablemente había estado hablando con Norma sobre Gwen y su nuevo puesto en el club. Pero Gwen no se había ido del club hasta las diez. No había hecho ninguna llamada ni se había excusado durante ese tiempo, así que Norma y Hudson no podían saber que yo le había ofrecido el puesto a Gwen en el momento de la llamada.
Y lo que no me encajaba en aquella ecuación era por qué era Hudson quien había llamado a Norma.
«Trabajan juntos. Han estado hablando de trabajo, por supuesto». Porque ¿no eran las nueve de la noche el mejor momento para que un típico ejecutivo hablara con su directora financiera? ¿Por el teléfono móvil? ¿Desde su cama?