Los dedos de Sophia se aferraron al respaldo de mi silla.
—¿Es que Celia no fue suficiente? ¿Esta también tienes que robársela a Hudson?
Lo dijo en un tono demasiado alto y la gente de alrededor ya había empezado a murmurar.
Por la expresión de Jack, vi que estaba tan sorprendido por la presencia de su mujer como yo.
—Sophia, ¿qué haces aquí?
—Espiarte, obiviamente.
Había querido decir «obviamente», pero se le trababa la lengua y se hacía difícil entenderla. Yo nunca la había visto así. Nunca la había visto tan bebida.
—Estás borracha.
—Eso es irrevelante. Ivelerante. —Sophia se dejó caer en la silla vacía de Mira—. Eso no importa.
—¿Cómo sabías que me ibas a encontrar aquí?
Sophia sonrió satisfecha.
—Mira. Me ha dicho que estaba comiendo contigo. He decidido venir a la mentira. A ver la mentira. A oír tus mentiras sobre mí esta vez. Ahora todo es mentira. ¿Obligas a tu hija también a que te cubra las espaldas con tus engaños?
—¿Mamá?
Esta vez la persona que estaba detrás de mí sí era quien me esperaba.
Sophia extendió las dos manos para agarrar la de su hija.
—¡Hija! Ya ves con quién he descubierto a tu padre. La nueva chica de Hudson.
Mira echó un vistazo a las personas que nos miraban mientras daba golpecitos a su madre en la mano.
—Mamá, papá no está con Alayna. Está conmigo. Te he dicho que estaría aquí. He sido yo la que ha invitado a Alayna.
Le hablaba a Sophia como si se tratara de una niña.
Algunas de las veces que había tenido que ayudar a mi propio padre borracho pasaron fugazmente por mi mente. Las escenas en público eran lo peor. En casa, mi padre gritaba, chillaba y hacía el tonto. Le dejábamos que se quedara inconsciente lleno de mugre y le limpiábamos después. Cuando había otras personas delante, teníamos que responsabilizarnos de él y esperar que no fuera del todo humillante.
Por la expresión de Mira, supe que esperaba más o menos lo mismo.
—¿Tú has invitado a esta puta?
Demasiado tarde. Sophia ya había cruzado la frontera de lo embarazoso. Aunque sus ataques hacia mí eran ya una costumbre.
—Sí, la he invitado a ella. A ti no. ¿Por qué has venido? —Mira esperó solo un segundo antes de continuar—: Da igual. Mamá, estás borracha. Tenemos que llevarte a casa. ¿Has venido en taxi?
—No.
—¿Cómo has venido?
Mira hizo un gesto al camarero para que nos trajera la cuenta. Era admirable ver cómo había tomado el control de la situación. Supuse que era un papel al que estaba acostumbrada.
—¿Frank? —Sophia hizo una pausa, como si no estuviera segura de que esa fuera la respuesta correcta—. Sí, Frank está por ahí fuera.
—Voy a llamarlo.
Jack ya estaba sacando su teléfono móvil. Mira se inclinó sobre su madre.
—Voy a llevarte a la acera, ¿vale?
Jack se puso de pie.
—No, Mira. Déjame a mí. ¿Frank? —dijo hablando por teléfono—. Sophia y yo estamos listos para volver a casa. Bien. Ahora salimos.
Se guardó el teléfono y a continuación fue a ayudar a Sophia a levantarse.
—Papá, ¿has venido tú conduciendo? —Las palabras de Mira sonaban con tono despreocupado, pero sus ojos estaban llenos de gratitud.
—Sí, mi automóvil lo tiene el aparcacoches.
Sophia se cayó sobre Jack. Estaba perdiendo la consciencia.
Mira le dio a su madre unas suaves cachetadas en la cara.
—Mamá, ya casi está. Aguanta hasta que lleguemos al coche. —Cuando Sophia reaccionó, Mira se dirigió a Jack—: Yo he venido en taxi. Llevaré tu coche a casa.
Él se metió la mano en el bolsillo y sacó el recibo del aparcacoches.
—Gracias, muñequita.
Mira cogió el justificante y asintió. Después se dejó caer en la silla.
Observé cómo Jack sacaba a Sophia del restaurante. Había amor en la forma amable con que la sostenía, en el modo en que la ayudaba a andar.
Cuando volví los ojos hacia Mira, vi que estaba llorando.
—No te preocupes por mí —dijo moviendo las manos sobre su cara, como si pudiera hacer desaparecer las lágrimas dándose aire—. Últimamente lloro por todo.
—Yo pienso que en esta ocasión está justificado llorar.
Me revolví en la silla. No es que me sintiera incómoda con el llanto de Mira, pero deseaba saber cómo tranquilizarla. Lo mejor que se me ocurrió fue ponerle una mano en la rodilla.
—¿Por qué? Ya debería estar acostumbrada a esto, ¿no?
No dije nada. Sabía que no esperaba una respuesta, solo que alguien la escuchara. Yo nunca me acostumbré. Pero Mira era mayor de lo que lo había sido yo cuando mi padre murió. Probablemente también habría esperado llegar a acostumbrarme.
Mira echó un vistazo hacia la puerta del restaurante. Aunque sus padres habían salido hacía un rato, supe que se los estaba imaginando allí.
—No dejo de pensar que esa va a ser la abuela de mi bebé. ¿Quiero ver a mi hijo expuesto a esto?
Dios mío, nunca se me había ocurrido. Si Hudson y yo tuviéramos un hijo…
Sacudí la cabeza para hacer desaparecer aquella idea.
—No puedo imaginarme cómo debe ser. Lo que sí sé es lo duro que es tener un padre alcohólico, la vergüenza que se siente. ¿Alguna vez se ha sometido a algún tratamiento de desintoxicación?
—No. —Se rio como si se tratara de alguna broma privada—. Ni siquiera lo menciona.
—¿No la habéis obligado a hablar de ello, a acudir a alguna mediación? No te digo que sea divertido ni fácil, pero puede funcionar. Lo he visto de primera mano.
—¿Con tu padre?
—No. Nunca lo llevamos a ningún tratamiento. A menudo me arrepiento. Me pregunto si habría sido distinto en caso de que…
¡Cuántas veces me había preguntado si mi padre habría cambiado algo si su jefe, sus amigos, Brian, mi madre y yo se lo hubiésemos exigido! ¿Eso podría haberle salvado la vida? ¿Habría salvado la vida de mi madre?
Nunca sabría la respuesta.
—En fin, eso forma parte del pasado. Pero te estaba hablando de mí. —Me aclaré la garganta, sorprendida por estar contándole algo tan personal a una persona a la que admiraba—. A mí me obligaron a ir a un mediador.
—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Por beber?
Mi confesión consiguió que Mira dejara de llorar.
—En realidad fue por obsesionarme con las relaciones. En aquella época no había mucha gente que se ocupara de mí, pero me arrestaron y…
—Espera un momento…, ¿por obsesionarte?
Me fijé en cómo mis manos se retorcían en mi regazo.
—Por acoso. —Levanté los ojos y vi a Mira con la boca abierta—. Lo sé. Es vergonzoso. —Me tragué mi humillación y me concentré en el objetivo por el que le contaba mi historia—. En fin, mi hermano y un par de amigos que yo tenía en aquella época y que me han abandonado desde entonces, porque me he comportado como una verdadera mierda con todos y cada uno de ellos, se sentaron conmigo y me convencieron de que tenía que buscar ayuda. Sinceramente, solo fui porque si no lo hacía me habrían metido en la cárcel. Pero verlos allí reunidos, darme cuenta de que a esa gente le preocupaba lo que yo había hecho y lo que me había ocurrido… significó mucho para mí.
Mira se llevó una mano a la boca.
—Alayna, no lo sabía. —Sus ojos brillaban aún por las lágrimas, pero pude ver también algo más. No era repulsión, como me había esperado, sino compasión—. Ya habías dado a entender que habías tenido un pasado difícil, pero… No lo sabía.
—Por supuesto que no. ¿Cómo ibas a saberlo tú?
—Supongo que no era posible.
—Lo que quiero decirte con esto es que a lo largo de toda mi terapia he aprendido que la mayoría de las adicciones son en realidad un grito en busca de amor. Y lo peor es que cuanto más adicta eres a algo, más difícil es mirar alrededor y darte cuenta de todo el amor que te rodea. Para quien está en esa situación puede resultar difícil salir. Pero a veces se logra. Siempre que estés dispuesto a ello.
Sentí que los resortes del interior de la cabeza de Mira se ponían en marcha y procesaban todo lo que le había dicho. Pero no contestó nada. Entonces llegó el camarero y nos comunicó que Jack había pagado la cuenta al salir, así que dimos por terminado nuestro almuerzo.
—¿Nos vemos el lunes para probarte la ropa? —me preguntó Mira cuando nos despedíamos.
—Sí. Estoy deseándolo.
Saqué el teléfono con la intención de enviar un mensaje para que me recogieran cuando vi a Jordan esperándome al otro lado del vestíbulo. Con mi guardaespaldas a remolque, fui a hablar con mi chófer.
—Jordan, ¿pasa algo malo?
—No exactamente, señorita Withers. Pero quería avisarla de que la señorita Werner está fuera. Se ha quedado ahí durante todo su almuerzo.
—Joder. —Eso por pensar que los guardaespaldas y la familia Pierce iban a protegerme de Celia—. ¿Qué está haciendo?
—Nada. Está sentada en un banco en la calle, eso es todo. Incluso me ha saludado con la mano.
—Sí, es una acosadora muy simpática, ¿verdad? —Me mordí el labio mientras pensaba—. ¿Se lo has dicho a Hudson?
—Sí, le he enviado un mensaje.
—¿Me puedes llevar con él?
—Desde luego.
Puede que Hudson me contara ahora cuáles eran sus planes respecto a mi acosadora. Solo esperaba que fuera verdad que tenía algo pensado.
Reynold, mi nuevo guardaespaldas, que era solo ligeramente atractivo, insistió en entrar conmigo en el edificio de Industrias Pierce. Como solo llevaba con él desde por la mañana, aún no me había acostumbrado a tener siempre a alguien siguiéndome como si fuese mi sombra. Por suerte, Reynold era bueno en su trabajo. Me seguía discretamente e incluso hacía que me resultara fácil olvidarme de que estaba a mi lado.
Reynold se quedó en el vestíbulo mientras yo subía en el ascensor a la planta de Hudson. En cuanto vi a su secretaria, me di cuenta de que no le había llamado ni le había enviado un mensaje para avisarle. Tuve la sensación de que mis visitas sin previo aviso la molestaban, pero Hudson no había dicho en ningún momento que le importaran, así que sonreí y fingí que mi presencia no era tan importante.
—Hola, Trish. ¿Puedo entrar a hablar con Hudson un minuto?
Trish me devolvió la sonrisa.
—Lo siento, señorita Withers, pero el señor Pierce no ha regresado de su cita para almorzar. —Parecía más contenta que pesarosa.
Eché un vistazo al reloj de la pared. Eran las dos pasadas. ¿Aún estaba comiendo?
—Ah. Vale, gracias.
Decepcionada, pulsé el botón del ascensor para volver a bajar. Mientras esperaba a que llegara, saqué el teléfono y envié un mensaje a Hudson diciéndole que me había pasado por allí.
Acababa de darle al botón de envío cuando las puertas del ascensor se abrieron. Allí estaba Hudson. Con Norma Anders.
Me puse tensa al instante. Eran las únicas personas que estaban en el ascensor. ¿Era con ella con quien Hudson había estado comiendo hasta tan tarde?
—¡Alayna! No esperaba verte aquí. —Al menos, a Hudson no parecía molestarle mi presencia.
—Casi ni te veo.
—Me alegro de que no haya sido así. Entra conmigo en el despacho. —Empezó a llevarme hacia la puerta y, de pronto, se detuvo—. Norma…
—Te enviaré un correo —le interrumpió ella.
Hudson asintió.
—Bien. Gracias.
Norma se fue por el pasillo, supuse que hacia su despacho. No sabía que compartía planta con Hudson. La verdad es que nunca se me había ocurrido, pero, ahora que lo pensaba, me molestaba lo cerca que trabajaban.
Hudson cerró la puerta después de entrar e inmediatamente me puso las manos sobre los brazos.
—¿Por qué has venido? ¿Ha pasado algo?
La razón por la que había ido a verle no me parecía nada comparada con lo que estaba sintiendo en ese momento después de haberle encontrado con Norma. La sangre me hervía y sentía un fuerte nudo en el estómago.
—No lo sé… ¿Ha pasado algo? —Las acusaciones por celos habían sido siempre uno de mis fuertes.
Hudson se echó hacia atrás con una expresión que reflejaba su desconcierto.
—¿A qué te refieres?
Rodeé su cuello con mis brazos con la esperanza de parecer menos insidiosa si estaba abrazada a él. Además, trataba de olfatear perfume de mujer.
—Deja que lo diga de otra forma… ¿Era Norma tu cita para almorzar? —El único olor que pude percibir fue el aroma habitual de Hudson, que solía hacer que mis feromonas se aceleraran.
—Ha sido más bien una comida de trabajo, pero sí.
Yo había esperado que las pruebas hubiesen sido engañosas.
—¿Has comido a solas con ella?
Hudson se apartó de mis brazos y me lanzó una mirada severa.
—Alayna, como sigas por ahí, voy a tener que ponerte sobre mis rodillas. Aunque sé que te gusta mucho. Me dio un golpecito en la nariz con el dedo y se dirigió hacia su mesa.
Su actitud condescendiente hizo que me enfureciera más.
—No me gusta que hayas ido a comer con ella. Solos.
Revolvió algunos papeles, claramente con la cabeza en otro sitio.
—Bueno, a mí tampoco me gusta con quién has comido tú, así que estamos empatados. —Antes de que me diera tiempo a reaccionar, levantó los ojos hacia mí—. Y no, no ha sido por eso por lo que he ido a almorzar con ella. Ha sido por trabajo. Estamos ocupándonos de un asunto y teníamos que ultimar algunos detalles.
Desde luego que era por trabajo. ¿Tenía algún motivo para pensar lo contrario?
No.
Aun así, seguía sin gustarme.
Fui hasta el otro lado de la mesa. El recuerdo de nuestro último encuentro allí me ayudó a suavizar mis emociones, de modo que me mostré menos recriminatoria y más quejica.
—¿Teníais que hacerlo en un lugar público?
El tono quejumbroso pareció funcionar a mi favor. La mirada de Hudson se suavizó, aunque su actitud seguía siendo directa y esquiva.
—Opté por una comida de trabajo pensando en ti, Alayna. ¿Habrías preferido que nos hubiésemos quedado en mi despacho con las puertas cerradas y sin nadie alrededor?
Con las imágenes aún en la mente de las cosas que había hecho con Hudson en su despacho a puerta cerrada, aquella pregunta me descompuso. Me dejé caer en un sillón.
—No estás ayudando a suavizar la situación.
Hudson se sentó enfrente de mí.
—Sabes que Norma es una de mis empleadas esenciales. En mi trabajo es necesario que interactúe frecuentemente con ella. A veces estamos solos.
La explicación de su relación laboral con Norma tenía sentido. Y me recordaba algo. Se me ocurrió sugerir una solución que fuera ventajosa para todos.
—Quizá podrías cambiarla de departamento.
—¿Por qué motivo?
—Por el mismo por el que cambiaste a David.
Al fin y al cabo, era el mismo caso. Pero al revés.
Hudson se pellizcó el puente de la nariz.
—Aunque entiendo que compares las dos situaciones, no voy a cambiar a Norma.
Me puse de pie con un grito de frustración.
—¿Sabes que esto es muy injusto? —Me puse a andar a un lado y a otro mientras hablaba—. ¿Yo no puedo trabajar con alguien de quien tú no te fías, pero tú sí puedes trabajar con alguien de quien no me fío yo? Como tú eres aquí el gran propietario del negocio, podías ofrecer a David otro puesto y, si se negaba, despedirlo. ¿Qué puedo hacer yo? Nada. Estoy indefensa. —Dejé de caminar y moví un dedo señalándole—. Norma está muy enamorada de ti, Hudson. Puedo ver en sus ojos que no le asusta intentar seducirte.
Hudson movió su ratón y se concentró en la pantalla del ordenador.
—Sabe muy bien que yo no correspondo a sus sentimientos.
—¿Cómo es que…? —La única forma de que ella lo supiera era porque Hudson se lo hubiera dicho y la única razón por la que se lo habría dicho…—. ¿Ha intentando seducirte ya?
—Alayna, esta conversación no va a ningún sitio. Tengo reuniones…
—¡Hudson!
Suspirando profundamente, apoyó la espalda en su sillón y me miró a los ojos.
—Ella me ha dicho que desearía que hubiese algo más entre los dos. Si eso cuenta como intento de seducción, sí, lo ha hecho. Pero, como ya he dicho, no estoy interesado. Y ella lo sabe.
Apreté los dientes para asegurarme de que mis siguientes palabras no salieran con un grito:
—¿Puedes explicarme en qué se diferencia esto de que yo trabaje con David?
Pestañeó. Dos veces.
—No puedo. Tienes razón. No hay diferencia.
—Pero ¿eso es lo único que consigo?
No iba a ser una gran victoria si él respondía del modo que yo sospechaba que haría.
—No puedo perder a Norma. Es demasiado valiosa para mi compañía.
Eso era precisamente lo que yo me esperaba que dijera.
Me apoyé sobre el respaldo del sillón. No había nada más que decir. Nada que yo pudiera decir. Me había dado la razón, pero no estaba dispuesto a hacer nada al respecto. Estábamos en un callejón sin salida. Nos miramos a los ojos en silencio, los dos nos negábamos a dar nuestro brazo a torcer.
Tras varios segundos, Hudson maldijo en voz baja y apartó la mirada.
—¿Quieres que David se quede? —preguntó cuando volvió a mirarme.
El corazón me dio un vuelco en el pecho.
—¿Se lo permitirías si te dijera que sí?
El ojo se le movió con un tic.
—Si ese es el único modo de arreglar esto, sí.
Una oleada de felicidad me recorrió todo el cuerpo.
Hasta que recordé todas las razones por las que no era una buena idea que David se quedara.
—Maldita sea, Hudson. —No me podía creer que fuera a decir de verdad lo que iba a decir—. No. Ya no quiero que David se quede. —Me negué a mirar a Hudson a los ojos—. No sería bueno para él. Está…, está enamorado de mí.
—Lo sé.
Yo ya sabía que Hudson lo sabía. Era yo quien lo estaba admitiendo en ese momento.
Me alejé de la mesa y me dejé caer en el sofá. Hudson se acercó y se sentó a mi lado. Le acaricié la mejilla con la mano.
—Pero gracias por la oferta. Sé que no ha sido fácil para ti.
—No, no lo ha sido. —Me pasaba los dedos por el brazo arriba y abajo dejando una estela de escalofríos—. Pero habría merecido la pena por hacerte feliz.
Vaya, sí que había madurado en esas semanas. Eso tenía que reconocérselo.
Pero quizá no, pues yo aún no estaba dispuesta a dejar el tema de Norma Anders.
—¿Se te ha ocurrido que quizá tampoco sea bueno para Norma trabajar contigo?
Hudson chasqueó la lengua.
—No, no lo he pensado. Y estoy seguro de que no es así.
Me giré para mirarle de frente.
—¿Podrías hacer alguna concesión en este asunto? —Le agarré de la mano y jugué con ella mientras hablaba—. Por ejemplo, ¿podrías no tener reuniones con ella a solas? ¿Hay alguien más en tu equipo que pueda estar con vosotros a partir de ahora?
Con su mano libre, me apartó un mechón de pelo de la cara.
—No en el proyecto en el que estamos trabajando ahora. Pero casi está terminado y no creo que este nivel de discreción sea necesario en el futuro.
Además de sus reuniones en privado, compartían un secreto. Una puta maravilla.
—¿En qué proyecto estáis trabajando?
—Nada que te pueda interesar. —Antes de que me diera tiempo a fruncir el ceño, rectificó—: Estoy tratando de comprar una empresa a alguien que no la vendería si supiera que el comprador soy yo. Norma es la única persona en quien puedo confiar para que la información no se filtre.
—Muy bien. —Odiaba que no hubiese más remedio que continuar aquella relación laboral. Lo odiaba de verdad. Pero ¿qué podía hacer yo?—. Muy bien —repetí, más para mí que para él—. Solo reuniones en público, por favor. Donde haya gente alrededor. Y cuando acabéis con ese asunto, ¿no necesitarás reunirte más veces en privado con ella?
—No.
—Voy a seguir preguntándote por ella. Casi a todas horas. Porque no puedo olvidarme de esto sin más.
—Lo comprendo —asintió.
Aunque estaba encantada con que hubiésemos terminado nuestra discusión de forma constructiva, la solución seguía resultando un trago amargo.
—¿Sabes lo mucho que me duele que aún la tengas como empleada?
Le apreté la mano con fuerza, clavándole las uñas en la parte posterior de la mano para resaltar el dolor que sentía.
Hudson entrecerró los ojos mientras soportaba mi asalto.
—Lo sé, créeme.
—Entonces, de acuerdo. Siempre que todo esté claro.
Le solté la mano.
—¿Hay alguna otra razón por la que hayas venido? —Se frotó la mano—. ¿O desde el primer momento era Norma el motivo principal?
Me reí al recordar lo ridículo que había sido mi día.
—No. He venido solo porque quería verte. La comida ha sido… interesante. Luego ha vuelto a aparecer Celia por allí.
—¿Celia estaba allí? —preguntó con mirada sorprendida.
—Jordan me ha dicho que te había enviado un mensaje.
Hudson se metió la mano en el bolsillo de los pantalones y sacó el teléfono. Consultó unas cuantas pantallas.
—Mierda. He dejado el móvil en silencio. No lo sabía. ¿Ha intentado algo?
—No. Solo hacerme saber que estaba allí.
—Alayna, lo siento mucho.
Me atrajo hacia sí para subirme en su regazo y envolverme entre sus brazos desde atrás.
Suspiré mientras me refugiaba en su calidez.
Hudson me besó la cabeza.
—Quizá deberías tomarte un tiempo de descanso. Podría enviarte fuera de la ciudad. ¿Te gustaría pasar otra semana en mi balneario?
Estiré la cabeza para ver si de verdad hablaba en serio. Sí.
—No puedo marcharme ahora. No con todo lo del club. Y ella sabrá que me ha asustado. No puedo permitir que obtenga esa victoria.
—Esa es una reacción muy valiente. Odio que te encuentres en esta situación.
Apretó sus brazos sobre mi pecho.
Fue entonces cuando recordé el otro motivo por el que me había pasado por allí.
—¿Tienes algún plan para ocuparte de ella?
Guardó silencio durante un segundo.
—Hoy he hablado con mi abogado —dijo por fin—. Como dijiste, no hay nada que podamos hacer legalmente. Pero estamos barajando otras opciones.
—¿Opciones ilegales?
—¿Por qué no dejas que yo me ocupe de esto? Te lo contaré cuando todo se haya solucionado.
En ese momento no me quedaban energías para insistir. Además, parecía que en realidad no tenía nada decidido y obligarle a admitirlo resultaría desagradable.
Así que lo dejé estar.
—Estos días me estás exigiendo mucha confianza.
Me dio un suave beso en la sien.
—¿Demasiada? —Su voz sonó forzada y su cuerpo se puso en tensión.
Ahora era él quien necesitaba que lo tranquilizara.
—No. Confío en ti —respondí. Aunque a veces mi confianza estaba todavía en proceso de construcción. Me di la vuelta para darle un beso en la mejilla—. Sé que vas a cuidar de mí.
—Siempre. —Juntó sus labios con los míos y justo entonces sonó el intercomunicador. Suspiró junto a mi boca—. Seguro que es Patricia para decirme que ya ha llegado mi siguiente cita.
Me puse de pie y, a continuación, le ofrecí mi mano para ayudarle a levantarse.
—Supongo que entonces mi plan de hacerte una mamada se derrumba.
Sus ojos se oscurecieron.
—Quizá pueda hacerles esperar.
Me reí y le di un golpe en el hombro.
—Calla. No tenía planeada ninguna mamada. Después de todas las concesiones que he hecho, creo que soy yo la que merece los favores sexuales.
—Esta noche.
—Te tomo la palabra, H. —Levanté los brazos para darle un pico en los labios—. Hasta entonces, que sepas que te odio un poquito.
—No me odias. Me quieres.
Me encogí de hombros.
—Es lo mismo.
Hudson me acompañó a la puerta para recibir a su siguiente cliente mientras yo salía. Casi había llegado al ascensor cuando Trish me llamó.
Volví a acercarme a su mesa preguntándome si querría reprenderme por haber mantenido ocupado a Hudson.
—Han traído esto para usted mientras estaba con el señor Pierce.
Trish me entregó un sencillo sobre blanco con mi nombre escrito en letras mayúsculas.
No se me había ocurrido darle el sobre a mi guardaespaldas hasta que lo abrí y vi la misma tarjeta de visita que había encontrado escondida en mis libros de casa. «Celia Werner. Diseñadora de interiores».
El nudo de mi estómago se apretó aún más. Ella iba a pie cuando la dejé en el restaurante. ¿Cómo era posible que me hubiese seguido tan rápido? ¿Había supuesto sin más que yo iría allí? ¿Por qué Reynold no la había visto aparecer en el vestíbulo?
—¿Quién te ha dado esto? —le pregunté a Trish, consciente de que mi tono de voz sonaba más exigente de lo que recomendaba la buena educación.
—No lo sé. Un mensajero. No he prestado atención.
—¿Era rubia, de ojos azules…?
—Ha sido un chico —me interrumpió Trish.
Eso explicaba por qué Reynold no había visto a Celia. Esta había enviado a otra persona para que lo entregara. En cuanto a que ella supiera que estaba en el despacho de Hudson, bueno, ¿no cabía esperar eso de mí?
Cerré los ojos y respiré hondo. Lo único que había dejado era una estúpida tarjeta de visita. No me dolía. Intentaba asustarme, solo eso. Avisarme de que me estaba observando. Que sabía cómo llegar hasta mí.
Abrí los ojos decidida a no permitir que eso ocurriera. Rápidamente le escribí una nota a Hudson en el sobre blanco y volví a meter la tarjeta de visita.
—Gracias, Trish. Cuando Hudson esté libre, ¿puedes darle esto?
La verdad es que deseaba irrumpir en su despacho y enseñárselo en persona. Y a continuación convencerle de que éramos los dos los que debíamos dejarlo todo atrás e irnos al balneario.
Pero eso sería una huida. Y huir no es nunca la solución de nada. O al menos eso es lo que todo el mundo dice.