Capítulo seis

Hudson no había respondido a mi mensaje cuando llegué al vestíbulo, así que le envié otro: «Estoy entrando en el ascensor. Estaré en tu despacho en dos minutos».

Aún no había recibido respuesta cuando llegué a la planta de su despacho, pero pasé rápidamente frente a Trish como si Hudson estuviese siempre a mi disposición.

Por lo que él decía normalmente, siempre lo estaba.

—Perdone —dijo Trish a mis espaldas—. El señor Pierce aún está reunido…

—Él sabe que vengo —respondí mirando hacia atrás.

La puerta se abrió antes incluso de que tocara el picaporte. Apareció Hudson con expresión preocupada.

—Está bien, Patricia. —Se apartó para dejarme pasar.

En cuanto la puerta se hubo cerrado detrás de mí, me puso las manos en la cara y me miró a los ojos.

—He recibido tu mensaje. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien.

Temblaba y ahora que estaba con Hudson quería llorar.

—Alayna, ¿qué pasa?

Saqué el teléfono y empecé a buscar la fotografía de Celia.

—Tengo que enseñarte algo. ¿Puedo…?

Un crujido a nuestra espalda atrajo mi atención. Asomé la cabeza por detrás de Hudson y vi a una mujer de pie junto a su mesa. Su cabello era rojizo y lo llevaba recogido con un moño suelto en la nuca. El color de su pelo destacaba por el pálido color crema del traje.

La espalda se me puso en tensión y en mi cabeza saltaron las alarmas.

—Ah, lo siento. No sabía que tuvieses compañía.

Hudson me colocó una mano en la espalda y señaló a su invitada.

—Alayna, ¿te acuerdas de Norma?

—Sí que me acuerdo. Norma Anders. Nos conocimos en la fiesta del Jardín Botánico.

El mismo nudo de celos que había sentido en aquel momento volvía a aparecer. O más bien su presencia hizo que se apretara el nudo que había sentido en mi vientre durante la última media hora.

El interés de Norma por Hudson era obvio. Eso me fastidiaba. Trabajaba con él a diario, le tocaba con aire despreocupado, le llamaba por su nombre de pila… Él rara vez permitía que le llamaran de esa forma, y menos sus empleados. Allí estaba ella, a solas con Hudson en su despacho a media mañana. Además, él no había respondido a mis mensajes.

—Sí, allí nos conocimos. —Norma me miró de arriba abajo. Cuando nos habíamos conocido, apenas se había fijado en mí. Había estado demasiado concentrada en mi novio—. Me alegra volver a verte, Alayna. —Su tono lacónico decía lo contrario. Sus siguientes palabras se dirigieron a Hudson—: Si necesitáis hablar a solas, podemos salir.

—¿Podemos?

Mis ojos recorrieron la habitación y vi a otra mujer sentada en el otro sillón que estaba delante de la mesa de Hudson.

Ah, no estaba solo con Norma. Una oleada de alivio me recorrió el cuerpo, seguida por otra de culpabilidad. Me había comportado de forma ridícula y paranoica. Los sucesos de ese día me habían desequilibrado. Hudson estaba simplemente reunido con dos de sus empleadas. Nada de encuentros amorosos en mitad del día. Nada que fuese inapropiado.

Aun así, el nudo seguía en mi vientre. Estaba deseando contarle a Hudson lo de Celia, pero tendría que esperar. Volví a guardarme el teléfono en el sujetador.

—No, no. Pido disculpas por haberos interrumpido. No es propio de mí actuar de esta forma.

Hudson pasó a mi lado en dirección a su mesa.

—Lo cierto, Alayna, es que has llegado en el momento oportuno. —Hizo una señal a la mujer que aún estaba sentada y ella se levantó—. Esta es la hermana de Norma, Gwen. Es una de las directoras del Planta Ochenta y Ocho.

—Ah.

Entonces no se trataba de una empleada. El Planta Ochenta y Ocho era un conocido club del Village propiedad de un empresario de la competencia.

Tardé un segundo más de lo debido en darle sentido a todo aquello.

—¡Ah!

Me di a mí misma una patada en el culo y me acerqué a Gwen con la mano extendida.

—Alayna Withers —dije mientras le estrechaba la mano.

Su apretón de manos fue firme. Una buena primera impresión para una posible codirectora.

—Encantada de conocerte.

También tenía una bonita sonrisa. Además de una buena dentadura, y no era demasiado coqueta. Sus rasgos eran muy parecidos a los de Norma, pero más suaves. El tono de su piel era pálido y su cabello rubio oscuro o castaño claro, dependiendo de la luz. Sus ojos eran de un azul grisáceo. Era guapa al estilo de Scarlett Johansson, ese tipo de belleza que alguna gente puede pasar por alto pero otra sabe reconocer.

Me pregunté a cuál de los dos grupos pertenecería Hudson.

Me reprendí rápidamente por haberlo pensado. ¿Qué me pasaba? Habría sido típico en mí sentir unos celos injustificados por parejas que hubiera tenido en el pasado, pero nunca me había comportado así con Hudson.

Hudson se acercó para presentarnos más formalmente.

—Alayna actualmente es la directora de promociones del Sky Launch, pero, como te he dicho, se convertirá en la directora general cuando el actual director se vaya.

—Hudson me ha explicado que estás buscando un director de operaciones. —Gwen se dirigía a mí con seguridad y dedicándome toda su atención. Era agradable después de la habilidad de su hermana para olvidar mi existencia.

Asentí.

—¿Te interesaría?

—Desde luego.

«Una codirectora que ha trabajado en el Planta Ochenta y Ocho». Con toda la información privilegiada que tendría, además de su experiencia… Tuve que admitir que Hudson había hecho un buen trabajo.

Y él lo sabía. Aunque su expresión continuaba siendo profesional, sus ojos centelleaban con el orgullo del trabajo bien hecho.

—Creo que tiene todos los requisitos que estás buscando, Alayna. Quizá quieras concertar una entrevista con ella.

—Sí, por supuesto.

Me saqué el teléfono del sujetador. Cuando lo desbloqueé, apareció la fotografía de Celia, preparada para enseñársela a Hudson. Me quedé helada al verla y otro escalofrío me recorrió el cuerpo.

—¿Alayna? —me llamó la atención Hudson en voz baja.

—Lo siento. Está siendo un día complicado. Me encuentro un poco alterada. —Consulté mi agenda para el día siguiente. Había planeado almorzar con Mira y Jack, pero tenía la tarde libre—. ¿Podrías venir al Sky Launch mañana? Creo que llamarlo entrevista es demasiado formal. Puedo enseñarte el club y después podríamos hablar.

—Me parece perfecto. Mañana no trabajo, así que estoy libre.

Se me pasó por la cabeza que debía preguntarle si quería irse del Planta Ochenta y Ocho, pero eso podía esperar hasta que volviéramos a vernos. Mi preocupación de antes me estaba superando y lo único que quería era poner fin a aquella conversación para quedarme a solas con Hudson. Y no por las razones por las que normalmente quería estar a solas con él.

—Estupendo. Entonces, puedes venir a las ocho. —Introduje la información en mi agenda—. Así verás el club abierto al público.

—Allí estaré.

—¿Ves, Norma? —Hudson guiñó un ojo a su empleada—. Al final las chicas no nos necesitaban. Lo han solucionado todo ellas solas.

La burla juguetona de Hudson con Norma aumentó mi desasosiego. ¿Por qué la había invitado a aquella reunión? Que fuera la hermana de Gwen no era motivo suficiente. ¿Y cómo es que Hudson sabía que Norma tenía una hermana que era la encargada de un club? ¿Había entre Norma y Hudson una relación más íntima de lo que él me había hecho creer?

En el momento más álgido de mi trastorno obsesivo, me volví enormemente paranoica. Por supuesto, había vuelto a sentirme así de vez en cuando, pero nada digno de destacar desde que había conocido a Hudson. ¿Me estaba volviendo paranoica en ese momento o mis dudas estaban justificadas? Y si se trataba simplemente de una paranoia, ¿por qué había vuelto justo en ese momento?

Era por Celia y sus jodidas maniobras psicológicas para atosigarme. Tenía que ser eso. No podía volver a las andadas por su culpa. De lo contrario ella ganaría, y yo no iba a permitirlo. Tenía que tranquilizarme.

Me aparté a un lado mientras Hudson acompañaba a las hermanas Anders a la puerta del despacho. Traté de calmarme mentalmente respirando hondo y recordándome que tenía que decir lo que sentía antes de sacar conclusiones. Quizá necesitara asistir a otra terapia de grupo esa misma semana. Lo que fuera para poner fin a aquel pánico que iba en aumento.

Cuando nos quedamos solos, no pude seguir conteniéndome.

—Exactamente, ¿por qué estaba Norma aquí? —pregunté en tono suave, y añadí una sonrisa para que no resultara demasiado brusco; pero ¿cómo iba a parecer algo que no fuese una acusación?

Hudson cerró la puerta despacio antes de girarse hacia mí.

—Me ha concertado una reunión con su hermana. Yo no la conocía y Norma quería estar aquí para presentarnos. ¿Por qué lo preguntas?

—Simple curiosidad. —Me apoyé sobre su escritorio, pues necesitaba mantener el equilibrio—. ¿Cómo te has enterado de que Gwen trabajaba en el Ochenta y Ocho?

Se acercó a mí andando relajadamente.

—Norma me lo ha mencionado.

—¿En una conversación normal entre un jefe y su empleada?

Me crucé de brazos. No era la mejor postura para mostrarme despreocupada.

Hudson me puso las manos sobre los codos.

—Alayna, te estás comportando de una forma inusualmente celosa. Aunque eso siempre es un motivo de excitación, tengo la sensación de que es síntoma de que hoy ha ocurrido algo más. ¿Qué ha pasado?

Me encogí de hombros. No quería abordar el tema de Celia hasta que no hubiese aclarado el asunto de Norma.

—Es solo que me parece raro que conocieras tantos detalles personales sobre una empleada cuando tienes cientos, miles de personas que trabajan para ti.

—Cientos de miles.

Ni siquiera esbocé una sonrisa.

—Entonces, me parece más raro todavía.

Hudson me soltó y se metió las manos en los bolsillos.

—¿Qué es lo que me estás preguntando exactamente, Alayna?

Yo ya me estaba odiando a mí misma. La persona que estaba allí delante del hombre al que amaba no era la que yo quería ser. No quería interrogarle, preocuparme ni ser paranoica.

Pero las tripas se me retorcían y se me revolvían y las palabras salieron de mi boca como si estuviese vomitando:

—Te estoy preguntando por qué tienes tanta información personal sobre la familia de Norma Anders.

—Me estás preguntando qué tipo de relación he tenido con Norma. La respuesta es que ha sido estrictamente profesional.

—¿La has besado alguna vez?

La voz me temblaba y tuve la sensación de que, si descruzaba los brazos, las manos también me temblarían. Mi mente se estaba llenando ya de imágenes de ellos dos juntos. Era una locura la de cosas que podía sacarme de la manga. Lo único que podría detener ese torrente de mi imaginación sería que él asegurara que eso no había sucedido nunca. Incluso así, cabía la posibilidad de que las imágenes siguieran apareciendo.

—No tengo por costumbre besar a la gente con la que tengo una relación laboral.

A mí me había besado cuando trabajaba para él.

—Por favor, sí o no.

—No, Alayna. Nunca la he besado. Nunca me la he follado. Nunca he tenido nada con ella. —Su tono de voz era suave, pero rotundo.

Yo correspondí a su expresión serena, aunque por dentro era todo un embrollo de irracionalidad.

Mi aparente serenidad le animó a seguir hablando. O eso o es que había notado que yo estaba a punto de derrumbarme.

—Como está en el departamento financiero, Norma se ocupó de la transacción cuando compré el Sky Launch, así que sabía que yo era dueño del club. El otro día me preguntó si había en él algún puesto de gerencia disponible. Le dije que no, pero que tendría a Gwen en mente. No he querido hablarte de ella porque me temía que si lo sabías te lo tomarías como un motivo para no ocupar tú el puesto de directora. Es así de simple.

—Tiene sentido.

Ese razonamiento manipulador para ocultarlo era muy típico de Hudson. En el fondo sabía que me estaba diciendo la verdad, pero mi cabeza… avanzaba a toda velocidad.

Entonces ¿a quién tenía que creer? ¿A mi corazón o a mi cabeza?

Me miró a los ojos y me sostuvo la mirada durante varios segundos.

—No tengo nada con ella, Alayna. Estoy contigo. Siempre. ¿Vale?

A mi corazón. Creí a mi corazón. «Siempre».

Se trataba de Hudson. Me quería, aunque se empeñara en no decirlo con palabras. Confiaba en él. ¿Había hecho alguna vez algo para que no confiara?

Negué con la cabeza, avergonzada.

—Lo siento. Me estoy comportando como una estúpida.

Hudson me agarró entre sus brazos. Por fin sentí la calma. Aspiré su olor, el aroma de su jabón y de su loción de afeitado me inundó como un bálsamo relajante. No había otro lugar donde prefiriera estar que no fuera ahí mismo, entre sus brazos.

Pasó las manos arriba y abajo por mi espalda y me besó en la sien.

—Sé que no estarías así si no hubiese pasado algo. Y estabas alterada cuando has entrado aquí. ¿Qué pasa, preciosa?

Me agarré a él y metí las manos por el interior de su chaqueta. Ahora que me estaba abrazando, no quería soltarle. Era allí donde me sentía segura.

—Alayna, háblame.

Giré la cabeza para que mis palabras no quedaran amortiguadas por su ropa.

—Es por Celia.

Hudson me apartó para mirarme a la cara. Tenía los ojos abiertos de par en par y su mirada era de preocupación.

—¿Qué ha hecho?

—Me está siguiendo.

Frunció el ceño.

—¿A qué te refieres con que te está siguiendo?

—A que aparece donde yo estoy y va adonde yo vaya. Siguiéndome.

Le enseñé la foto de mi teléfono y le conté que la había visto seguirme mientras hacía mis recados. Añadí también que Jordan la había visto por la mañana. Además, había estado en el barco la noche anterior.

Temí que me dijera que estaba exagerando, que no me creía, igual que había hecho antes. Yo tenía una fotografía, pero ¿qué demostraba eso? ¿Pensaría que era yo la que la seguía?

Si embargo esta vez su respuesta compensó sus anteriores dudas.

—¡Puta zorra! —Se apartó de mí y se pasó la mano por el pelo—. Juro por Dios que si te hace algo…

Brotaron lágrimas de mis ojos, en parte por terror y en parte por el alivio de ver que él estaba de mi lado.

—¿Qué quiere de nosotros? ¿Y qué quiere de mí?

Hudson rodeó la mesa para ir al otro lado.

—No importa. No puede hacer esto. Voy a llamar a mi abogado. Vamos a pedir una orden de alejamiento. —Antes de que yo pudiera decir nada, ya había pulsado el botón del intercomunicador—. Patricia, ponme a Gordon Hayes al teléfono.

—Sí, señor Pierce.

Negué con la cabeza y me dejé caer en uno de los sillones.

—No es tan sencillo.

—No me importa si es sencillo o no. Voy a pedir una orden de alejamiento.

Nunca le había visto tan alterado. Su tranquila serenidad se había esfumado y en su lugar había aparecido un hombre enardecido y furioso.

Fui yo quien habló con lógica:

—Hudson, no puedes pedir una orden de alejamiento simplemente porque me haya seguido. Se ha mantenido a cierta distancia, no se me ha acercado, no me ha amenazado ni ha hecho nada malo en ninguno de los sitios donde he estado. No tenemos nada contra ella.

Sus ojos estaban clavados en el teléfono, como si pudiera conseguir que sonara solo con mirarlo.

—Eso es ridículo. Te ha asustado. Puedo verlo en tu cara.

—Sí que me ha asustado. Pero no hay nada que puedas hacer al respecto. —Una vez más, recordé que yo le había hecho eso mismo a otras personas. Paul Kresh había presentado una orden de alejamiento contra mí. Aquella había sido la primera que me habían puesto. Él no había sido la única persona a la que había acosado—. Créeme. Estoy muy versada en el arte de aterrorizar a la gente y al mismo tiempo evitar que la policía intervenga.

—No hables así. —El tono de Hudson reflejaba el dolor que yo sentía.

—Es la verdad. ¡Yo le hacía eso a la gente, Hudson! Es terrible. ¿Cómo he podido actuar de un modo tan horrible con otras personas? —Las lágrimas que antes había podido contener consiguieron abrirse camino.

Hudson vino corriendo hasta mí, me levantó del asiento y me estrechó entre sus brazos.

—Tranquila, Alayna. —Me acariciaba el cabello mientras yo sollozaba en su hombro—. Esto no es lo mismo. Tú buscabas amor. El comportamiento de Celia es muy distinto.

Le empujé. Aunque quería y necesitaba sus caricias, no sentía que las mereciera.

—¿Lo es? ¿No lo está haciendo porque quiere tu amor? ¿Dónde está la diferencia?

Suspiró y se sentó en el borde de la mesa.

—No creo que sea por eso por lo que lo hace. Quiere hacerme infeliz. Sabe que si te hace daño me destruirá. Es su venganza por mi pasado. Esto no tiene nada que ver contigo.

Me limpié las lágrimas de las mejillas. Maldita sea, Celia nos había jodido a los dos con demasiada facilidad. Ahí estábamos arrepintiéndonos de nuestro pasado, odiándonos a nosotros mismos, echando a perder años de avances. Sí que era una puta zorra.

Volví a sentarme y apoyé la cabeza en el respaldo del sillón.

—La verdad es que no me importa por qué lo hace. Pero va a seguir con ello porque está ganando. Tú lo estás pasando mal y yo me encuentro hecha polvo. Estoy paranoica y preocupada y me temo que estoy volviendo a ser mi antigua yo. —La voz se me quebró y una nueva ola de lágrimas amenazaba con salir.

Hudson se arrodilló delante de mí. Puso las manos sobre mis brazos como si quisiera zarandearme para hacerme entrar en razón.

—No es verdad. Tienes motivos suficientes para sentirte hoy así. Ella ha hecho que te sientas desconcertada, pero volverás a recuperar el control de ti misma. Eres más fuerte que ella.

Me froté el ojo con el nudillo del dedo.

—Soy fuerte contigo.

—Y yo no te voy a dejar. Estoy aquí. Estamos juntos en esto. ¿Me oyes?

Asentí débilmente.

El teléfono sonó. Hudson se puso de pie y extendió la mano por encima de la mesa para pulsar el botón del intercomunicador.

—¿Lo has localizado?

—No. —La voz de Trisha invadió la habitación—. Lo siento, pero el señor Hayes ha salido de casa toda la tarde. Son las cinco pasadas.

Hudson echó un vistazo a su reloj.

—Mierda —murmuró. Hizo una pausa y supuse que estaba pensando en llamar al móvil de su abogado—. Quiero hablar con él mañana a primera hora.

—Sí, señor. ¿Algo más antes de irme?

—No. Gracias, Patricia. —Apagó el intercomunicador y se dio la vuelta para mirarme. Me observó durante unos largos segundos—. No nos va a ganar, Alayna. Has mantenido la calma delante de ella, ¿verdad?

—Sí.

Por nada del mundo habría permitido que viera que me había puesto nerviosa.

Su rostro se iluminó orgulloso.

—Por supuesto que sí. Eres así de increíble. Más fuerte de lo que tú misma piensas.

Yo no me sentía nada increíble. Pero su confianza me daba fuerzas.

Hudson se apoyó en el escritorio con la mirada perdida. Yo sabía que aquella era su mirada calculadora, la que tenía cuando estaba pensando en un negocio importante.

—Celia no tiene ni idea de si ha conseguido o no su objetivo. Eso nos da ventaja.

Odiaba interrumpir lo que fuera que estuviese planeando, pero no pude ignorar la idea que apareció en mi mente.

—¿Y si no deja de acecharme?

Sus ojos volvieron a centrarse en mí.

—Jordan es un antiguo militar. De las fuerzas especiales. Puede protegerte. En el futuro, no irás a ningún sitio sin él. Prométemelo.

—Ya pocas veces voy a ningún sitio sin él. Lo de hoy ha sido una casualidad.

—Prométemelo —insistió.

—Lo prometo.

Yo ya sabía que Jordan era algo más que un chófer, pero no conocía los detalles de su pasado. Enterarme en ese momento no fue lo que me hizo aceptar. Habría dicho que sí a cualquiera que se hiciera cargo de mí, solo para asegurarme de que nunca más volviera a estar a solas con Celia.

—Bien. Voy a contratar a otro guardaespaldas para cuando Jordan no esté disponible. Sé que no querías…

—Me parece bien —le interrumpí.

Él asintió agradecido.

—Voy a enviar a alguien para que compruebe las cámaras de seguridad del club y para que se asegure de que son suficientes. El ático ya está monitorizado. Y hablaré con mi abogado…

Volví a interrumpirle:

—No puede hacer nada.

—Hablaré con él de todos modos. Quiero saber cuáles son nuestros derechos. Si tengo que gastar dinero en esto, lo haré.

Chasqueé la lengua. Nunca había oído hablar a Hudson con tanta franqueza sobre lo que su dinero podía comprar. Para mí era algo nuevo… que las soluciones a los problemas pudieran comprarse sin más. Por eso siempre había temido que hubiese otra persona que fuera más apropiada para Hudson que yo. Alguien como la rubia sobre la que estábamos hablando en ese momento.

—Celia también tiene dinero.

Hudson negó con la cabeza despectivamente.

—El dinero solo sirve cuando está en las manos adecuadas. No me cabe duda de que mi poder es mayor que el de ella y el de la familia Werner.

Asentí mientras me llevaba el nudillo del dedo índice a la boca y me clavaba los dientes en la piel. Era eso o lanzar el grito que deseaba soltar desde hacía unos minutos. Aunque Hudson estaba actuando con la actitud de control que yo necesitaba, no podía hacer las promesas que deseaba que hiciera.

Él se dio cuenta de mi angustia.

—Alayna, yo me encargaré de esto.

—Lo sé…

Se echó hacia delante y me apartó la mano de la boca para entrelazar mis dedos con los suyos.

—¿Pero…?

—Nunca va a salir de nuestras vidas, ¿verdad?

Aunque tuviera el mejor de los comportamientos, seguiría estando ahí. Su vida estaba vinculada a la de Hudson y su familia. No se me ocurría ninguna situación que impidiera que fuera una presencia constante.

Hudson acarició suavemente mi piel con su dedo pulgar.

—Lo hará. Ya se me ocurrirá algo. ¿Confías en mí?

—Sí. —«Con todo mi corazón».

—Entonces, créeme. Yo me encargaré de ella. —Apretó mi mano una vez más antes de soltarla—. Mientras tanto, sigue con Jordan. Nada de salir a correr a la calle durante un tiempo.

Correr era una de mis formas preferidas de calmarme. Era necesario para mi salud mental. La cinta me servía, pero no era lo mismo que correr por la calle con el sol cayendo sobre mí y la brisa soplando sobre mi cuerpo sudoroso.

—Le diré a Jordan que salga a correr conmigo. Estoy segura de que no le importará. Sé que está en buena forma y, si perteneció a las Fuerzas Especiales, debe de estar acostumbrado a correr.

—No. No me parece bien. No puede encontrarse al cien por cien cuando está haciendo un esfuerzo físico.

—No sé —mascullé—. Tú sí estás al cien por cien cuando haces un esfuerzo físico.

—¿A qué viene eso?

—No es por nada. Es que no quiero vivir en una prisión.

Odiaba tener que abandonar una de mis pocas formas de desahogo por culpa de Celia.

—Alayna, por favor. —Su mirada era dulce, pero resuelta—. Solo hasta que se me ocurra un plan mejor.

¿En qué estaba pensando? Hudson era mi verdadero desahogo. Podía renunciar a todo lo demás si le tenía a él.

—Vale. Muy bien. Me limitaré a correr en la cinta. Por ahora.

—Ven aquí. —Hudson me levantó de mi asiento para estrecharme entre sus brazos—. Solo quiero que estés segura. No podría soportar que te pasara algo.

Le acaricié el cuello con la nariz, inhalando su olor y sus cálidas palabras, esperando que me calmaran.

Pero nada más empezar a relajarme un nuevo pensamiento agobiante fue abriéndose camino en mi mente. Hice la pregunta poniéndome en lo peor:

—¿De verdad crees que Celia es capaz de algo más que asustarme?

Yo ya lo había sugerido antes, pero no sabía si creerlo de verdad. Yo nunca había hecho nada más aparte de acosar. Bueno, al menos nada que fuera dañino.

Hudson apretó los brazos alrededor de mi cuerpo y enterró la cara en mi pelo.

—No sé lo que puede hacer. No estoy dispuesto a averiguarlo.

El tono urgente de su voz unido a su inseguridad hicieron que volviera a aumentar mi presión sanguínea.

—Hudson, tengo miedo.

Me apartó lo suficiente como para poner las manos sobre mi cara y me miró a los ojos.

—Yo no, Alayna. Ni lo más mínimo.

Aquello suponía un giro de ciento ochenta grados con respecto a sus últimas palabras y supuse que lo que decía ahora era solo para calmarme, que estaba más preocupado de lo que aparentaba. No podía engañarme.

Pero me gustó oír cómo lo intentaba.

—Confía en mí. —Me dio un beso en la punta de la nariz—. Yo me ocupo de esto. —Me besó en la comisura de la boca—. Me ocuparé de ti.

Lamió mis labios unidos. Cuando abrí la boca, él entró y me hipnotizó con sensuales caricias a lo largo de mis dientes y mi lengua. Me besó lenta y profundamente, con una esmerada atención. Con sus labios consiguió lo que sus palabras no habían logrado. Hizo que me sintiera mejor. O al menos me distrajo. En cualquier caso, me dio lo que necesitaba.

De hecho, necesitaba más.

Me apreté contra él y levanté los pechos para pegarlos al suyo.

Hudson sonrió sobre mi boca. Después terminó su beso con un último pico en mis labios y se apartó.

Yo enrosqué los dedos en su chaqueta para volver a atraerlo hacia mí.

—No pares. Te necesito.

Apreté mi cuerpo contra el suyo y mi deseo fue creciendo con una intensa premura.

—Alayna…

Dirigió la mirada al teléfono de su mesa, detrás de él. Quería hacer llamadas, ponerlo todo en marcha. Era lo que él necesitaba para sentirse mejor. Para sentirse seguro. Lo comprendí.

Pero lo que yo necesitaba para sentirme segura era mucho más sencillo. Más tangible. Más fácil de alcanzar.

—Te necesito, Hudson. —Moví la mano para acariciarle el bulto de sus pantalones—. Por favor. Por favor, haz que me sienta mejor.

—Maldita sea, Alayna —gruñó—. Estás consiguiendo que me resulte más duro hacer lo que debería estar haciendo.

Yo seguí frotándole la entrepierna.

—Sí, estoy tratando de hacer que se ponga más duro. —Dios, nunca había tenido que suplicárselo, pero, si quería que suplicara, lo haría—. Hudson…, ¡por favor!

—Joder. —Con un rápido movimiento, me dio la vuelta para que apoyara mi culo en la mesa. Él se inclinó hacia abajo y, con el brazo, apartó los archivos que estaban encima. Después me levantó para sentarme sobre el borde de la superficie de caoba—. Quítate las bragas —me ordenó mientras él se abría la cremallera.

No tuvo que pedírmelo dos veces. Hudson ya se había sacado la polla cuando yo me bajé las bragas y las dejé caer al suelo de una patada. Vi cómo se acariciaba y su miembro se agrandaba a medida que lo bombeaba.

Pasé las manos por su pecho y me revolví, abriendo más las piernas. Estaba deseando que se moviera dentro de mí, lo deseaba con una intensidad que no recordaba haber sentido antes. Estaba desesperada. Frenética.

—Hudson —no podía dejar de suplicarle—, necesito…

Me interrumpió:

—Sé qué necesitas. Confía en mí. Te lo voy a dar.

Con una mano envolviendo aún su polla, colocó la otra entre mis pliegues y movió en espiral su dedo pulgar sobre mi clítoris.

Yo gemí y ladeé mis caderas para aumentar la presión.

Hudson apoyó su frente sobre la mía.

—Estás impaciente, preciosa. Va a dolerte si no me dejas prepararte antes.

Deslizó un dedo entre mis labios y después volvió a moverlo por encima de mi clítoris.

—No me importa si me duele. —Lo que me dolía era no tenerlo dentro de mí. Le tiré de la corbata—. ¡Vamos!

Maldijo entre dientes. A continuación, decidió soltarse. Enredó la mano en mi pelo y me atrajo con fuerza hacia sus labios.

—Ya es bastante difícil controlarme contigo. Si encima me das permiso, ve haciéndote a la idea de que te voy a follar.

Quise responder «gracias a Dios», pero su boca invadió la mía con una pasión tan frenética que hablar dejó de ser una opción. Al mismo tiempo, metió su polla dentro de mí con un golpe profundo y fuerte. Yo grité de placer y dolor. Estaba húmeda, pero él tenía razón. No estaba tan preparada como podría.

Y no me importó. Me encantaba tenerlo dentro de mí y mi apretado agujero hacía que en cada una de sus cortas embestidas se frotara contra todas mis paredes. Grité sobre su boca con cada embestida. Dios, Dios, Dios.

Aun así, no era suficiente. Envolví su cadera con mis piernas y me moví hacia él para recibir sus embestidas. Cerré los ojos. Estaba excitada y loca por la necesidad de sentir la liberación que sabía que vendría si me mantenía allí.

Él soltó el labio que había estado chupándome.

—Joder, Alayna, más despacio.

—No. No puedo. Quiero… —Ni siquiera podía completar las frases.

—Lo sé. Sé qué es lo que tengo que darte. —Me mordisqueó la mandíbula—. Pero, si no dejas que me ocupe de ti, no vas a poder llegar a donde quieres.

—Necesito —rectifiqué. No podía ir más despacio. Estaba delirando.

Hudson pronunció mi nombre con un resoplido de frustración. Agarró un mechón de pelo con los dedos y me echó la cabeza hacia atrás hasta que jadeé. Sus embestidas se volvieron más lentas hasta alcanzar un ritmo constante.

—Escúchame. ¿Me estás escuchando?

Asentí.

—Mírame.

Abrí los párpados y le miré a los ojos. Al instante, sus ojos grises me calmaron.

—Tienes que dejar que yo me encargue, Alayna. Tienes que confiar en mí. Voy a ocuparme de ti. —No hablaba de llegar al orgasmo. Hablaba de muchas más cosas—. ¿De acuerdo?

Sí que confiaba en él. Incondicionalmente. Se lo había dicho una y otra vez.

Pero, a pesar de mis palabras, yo aún no me había recuperado de su reciente abandono y todavía sentía dolor por aquello. Decir que confiaba en él era más fácil que simplemente dejarme llevar por completo por aquella confianza.

Él me lo estaba reprochando ahora.

Y yo no le iba a decepcionar.

—De acuerdo —respondí.

—Bien. Entonces, vamos a ello. —Con una mano tirándome aún del pelo, llevó la otra hacia mi clítoris y me lo acarició con habilidosos movimientos circulares—. Agárrate a la mesa.

Yo moví las manos para sujetarme al borde de la mesa. Él recuperó el ritmo de sus embestidas y su capullo golpeaba contra el mismo punto en el interior que su dedo pulgar frotaba por fuera. La sensación en esa zona concentrada se intensificó rápidamente. Enseguida sentí cómo la parte inferior de mi vientre se tensaba y empezaba a notar un hormigueo por mis piernas.

Hudson también lo sentía.

—Dios, Alayna, cómo me gusta tu coño. Tan apretado. Haces que se me ponga muy dura. Voy a correrme con fuerza.

Volvió a aligerar el ritmo y el sonido de nuestros cuerpos chocando entre sí y sus palabras sucias hicieron que mi excitación se elevara cada vez más y más.

Cuando estaba a punto del orgasmo, me levantó las caderas y se metió dentro de mí con sacudidas entrecortadas que hicieron que los dos nos corriéramos con un gemido simultáneo. Me acarició por dentro varios segundos hasta vaciar todo lo que tenía y mis propios fluidos se fueron mezclando con los suyos.

—¿Mejor? —me preguntó antes de que yo recuperara el ritmo de mi respiración.

—Sí. Mucho mejor. —Aunque aún seguía sintiendo el final del clímax, me di cuenta de que acababa de hacer eso de lo que siempre le había acusado a él: utilizar el sexo para solucionar un problema—. Yo…, eh…, siento que…

—¡Chist! —Puso un dedo sobre mis labios y sonrió—. Por una vez, me gusta estar al otro lado.

—Pues muchas gracias.

Le besé el dedo y, a continuación, entrelacé mis manos alrededor de su cuello.

—Siempre que lo necesites, estaré encantado de hacer que olvides tus problemas con un polvo.

Me reí. Después de limpiarme y ponerme las bragas de nuevo, me fui para dejar que empezara a hacer todo lo que consideraba necesario para nuestra protección.

Celia no estaba a la vista cuando subí al asiento de atrás del Maybach, pero me estremecí sintiendo aún sus ojos sobre mí desde la última vez que había montado en ese coche. Hudson creía que podía sacarla de nuestras vidas. Y yo tenía absoluta confianza en él.

Sin embargo, amaba a ese hombre más de lo que había amado a nadie. Era totalmente posible que mi fe no fuese objetiva.