El barco había atracado mientras estábamos perdidos el uno en el otro en nuestro camarote. La multitud ebria ya se había dispersado y el Magnolia se había sumido en el silencio, como si fuésemos los únicos que quedaban sobre la Tierra. Envuelta en los brazos de Hudson con el suave balanceo del agua que teníamos debajo, dormí mejor de lo que lo había hecho en mucho tiempo. Supuse que él también, a juzgar por su estado de ánimo. Parecía que los efectos del desfase horario habían desaparecido por fin. Ah, el poder del buen sexo y de dormir bien.
Nos fuimos antes del amanecer, escabulléndonos en silencio. Jordan nos esperaba en el Maybach cuando llegamos al final del muelle. Esta vez no había periodistas ni luces de flashes. Solo estábamos nosotros dos y nuestro chófer cuando nos subimos al asiento trasero del coche.
Una vez en marcha, me acerqué a Hudson, al menos todo lo cerca que me lo permitía el cinturón de seguridad. Ahora que se encontraba de mejor ánimo, era el momento de hablar de nuestro futuro:
—He estado pensando en quién va a dirigir el Sky Launch.
—Tú.
Tenía la cabeza escondida bajo su mentón, pero pude notar que sonreía por su tono de voz.
Chasqueé la lengua.
—No me presiones.
—Sí te presiono. Te presiono mucho. —Me acarició el pelo con la mano—. Quiero que dirijas el club. Siempre he querido que lo hagas. Ya te lo he dicho.
Me incorporé para mirarlo.
—Lo sé. En eso es en lo que he estado pensando.
—Continúa.
—Quiero dirigirlo. De verdad. Y creo que tengo las ideas y las nociones de marketing para hacerlo despegar.
—Es cierto.
Acababa de terminar mi Máster de Administración de Empresas apenas un mes antes. Nunca había estado sola al frente de toda una empresa. Hudson estaba mostrándose demasiado optimista con respecto a mis capacidades, sobre todo si no tenía intención de participar en el funcionamiento diario.
—Me encanta que tengas tan buen concepto de mí, H, pero sigo sin tener experiencia, que era lo que esperaba aprender de David.
Hudson puso los ojos en blanco, un gesto extraño para una expresión tan solemne.
—David habría sido un lastre para ti. Tú tienes más ingenio en ese cerebrito que…
Le interrumpí poniéndole un dedo en los labios.
—Calla. Tu percepción de mis capacidades está contaminada.
Me besó la punta del dedo antes de cubrirme la mano con la suya y llevarla a su regazo.
—No lo está.
—Lo que tú digas.
No tenía sentido discutir sobre ese tema. En parte, eso había sido lo que nos había dejado en punto muerto la primera vez que había surgido la idea. Él pensaba que yo podía hacer más de lo que yo misma creía. Eso me parecía entrañable y estimulante, pero también abrumador.
Aun así, la fe de Hudson en mí me ganó por cansancio.
—Sí quiero dirigir el club. Lo que te estoy diciendo es que quiero hacerme cargo del club…
Sus ojos se iluminaron.
—¿Sí?
—Pero con una condición.
—¿Que te dé también mi cuerpo y mi alma? Si insistes…
Sonreí, pero no hice caso a sus ganas de flirtear.
—Quiero contratar a otro encargado a jornada completa que comparta conmigo esa carga. Alguien con la experiencia que yo no tengo.
Se quedó pensativo.
—No veo ningún problema en eso. Aunque insisto en que seas tú la que esté al frente. Y, qué demonios, aun así te entregaré también mi cuerpo y mi alma.
—Bien. Yo también quiero eso. —Rectifiqué antes de que pudiera tergiversar mis palabras—: Me refiero a que quiero ser la que esté al frente.
—Pero ¿no quieres mi cuerpo ni mi alma? —Al final, tergiversó mis palabras de todos modos. Claro.
—Calla ya —le regañé—. Eso ya lo tengo.
—Es verdad. —Apretó los brazos con más fuerza alrededor de mi cintura y me besó en la frente—. Adelante, pon un anuncio hoy mismo. A menos que ya tengas a alguien en mente.
—Esa es la cuestión.
Me costaba pedírselo. Había insistido mucho en que Hudson me dejara hacer mi trabajo sin intervenir, pero ahora necesitaba su ayuda.
—¿Qué?
Me aparté. Se me hacía raro estar entre sus brazos mientras hablábamos de trabajo. Me parecía cierta forma de nepotismo.
—Bueno, en el club no hay nadie que esté cualificado para ello. Nadie sabe más de lo que yo sé. Y, si pongo un anuncio para que me envíen currículums…, no creo que vaya a encontrar el tipo de persona que busco. Al menos no con la rapidez con la que la voy a necesitar. Puede que tú, con tus contactos y todo lo demás…
—¿Quieres que yo te busque a alguien?
Me mordí el labio.
—Sí.
—Eso está hecho.
—Ni siquiera te he dicho qué tipo de persona busco.
Suspiró.
—Entonces dímelo.
Aquello era difícil también para él. Me di cuenta. Le gustaba pensar que sabía lo que era mejor para mí. Quizá fuera cierto. Pero si iba a ser yo la que estuviera al frente, debía tener cierto control.
—Necesito a una persona que tenga experiencia en la dirección de un club o incluso de un restaurante. Alguien con un buen currículum. Alguien que sepa bien cuáles deben ser los ingresos y los gastos y que sepa encargarse del personal. A mí me gustaría dedicarme la mayor parte del tiempo al marketing y al negocio en la sombra, mientras que él o ella se encargaría más del funcionamiento diario. O quizá sea más adecuado decir del trabajo nocturno. ¿Podrías buscar a alguien así?
—¿Cuándo quieres que empiece?
—Inmediatamente. Así David podría ayudar en su preparación.
—Como te he dicho antes, eso está hecho.
—¿De verdad?
Me había esperado más una repuesta del tipo «veré lo que puedo hacer». Hudson era poderoso, pero parte de su eficiencia procedía de no hacer promesas que no podía cumplir.
—Sí, de verdad. Ya tengo a alguien en mente. Pensaré en ello.
Ya estaba. Lo había hecho. Había aceptado dirigir el club y lo había conseguido según mis condiciones.
—Perfecto.
Hudson me acarició la mejilla con el dedo.
—Ya sabes que lo único que tienes que hacer es pedirlo y será tuyo.
Una repentina oleada de ansiedad me invadió el estómago. Giré la cara hacia la parte posterior de la cabeza de Jordan.
—La verdad es que no lo sé. Y, sinceramente, eso me hace sentirme un poco incómoda.
Hudson colocó la mano en mi cuello.
—¿Por qué?
Había muchas razones. Pero me decidí por la más obvia.
—No quiero ser la directora putilla que solo consigue las cosas porque se está follando al dueño.
Mantuve la mirada fija en Jordan. Se le daba muy bien su trabajo. Ni siquiera pestañeó al oír mi lenguaje grosero.
Al parecer, Hudson prefería que la conversación se limitara a nosotros dos. Se inclinó hacia mí para susurrarme al oído:
—En primer lugar, me encanta que te estés follando al dueño. Por favor, no dejes de hacerlo. En segundo lugar, no es por eso por lo que consigues las cosas. Las consigues porque estás cualificada para ello. Si te hubieses presentado a las entrevistas después del simposio, la gente se habría peleado por ti. En tercer lugar, y esto es lo más importante, consigues cosas de mí porque eres mi otra mitad. Todo lo mío es tuyo. Mis contactos, mi dinero, mi influencia… La mitad de todo eso es tuyo.
Sentí un escalofrío. Aunque me encantaba aquella sensación y, de hecho, la ansiaba, también hacía que se me encendieran los botones del pánico. Ese tipo de palabras podía hacerme pensar cosas que no debía. Podía hacerme creer que era más importante de lo que en realidad era; que estábamos más cerca de lo que en realidad estábamos. Eran palabras detonantes para mí y, aunque con Hudson me había mantenido sana, lo había conseguido porque yo había actuado con mucha diligencia.
Pero cómo deseé perderme en aquella declaración…
Tragué saliva.
—No sé cómo responder a eso.
Hudson acarició su nariz contra el lóbulo de mi oreja.
—Sé que no estás preparada para ello. Pero necesitaba decírtelo. En cuanto a tu respuesta, ¿qué tal si me dices que vas a dirigir nuestro club?
—Voy a dirigir tu club.
—Ah…
Me di cuenta de mi error de inmediato. Me resultó curioso lo rápido que quise rectificar. Me giré para mirarle a los ojos.
—Voy a dirigir nuestro club.
—Ahora bésame, porque me has hecho un hombre muy feliz.
No tuvo que pedírmelo dos veces. En realidad, ni siquiera tenía que pedírmelo una vez, pues sus labios estaban cubriendo los míos cuando abrí la boca para obedecerle. Su lengua se deslizó dentro de mí de inmediato y me besó a conciencia hasta que el coche se detuvo en la puerta de The Bowery.
A regañadientes, me solté de sus brazos.
—Gracias, Hudson. —«Por darme la oportunidad de dirigir el club, por ayudarme a conseguirlo, por quererme del mejor modo que sabes hacerlo, por haberme buscado».
Me apartó el pelo del hombro.
—No. Gracias a ti.
Pasé el resto del día en el club. Cuando supe que no iría a Japón, concerté una reunión con Aaron Trent para hablar del plan de publicidad. Nuestra reunión era a la una y media y dediqué toda la mañana a prepararla. Zambullirme en el trabajo me dio energías. Me encantaba dedicarme al marketing y a la planificación. Era la primera vez desde que supe que David se iba a marchar que me sentía realmente bien por formar parte del futuro del Sky Launch.
Gracias a todo el tiempo que le había dedicado por la mañana y a que Aaron Trent contaba con el mejor equipo de publicidad de la ciudad, nuestra reunión salió bien y terminamos antes de lo esperado. Eran las tres pasadas cuando acabó. Sintiéndome agotada de repente, me acurruqué en el sofá del despacho de David para descansar.
—Una reunión estupenda —dijo David cuando entró en el despacho—. Me fastidia saber que no estaré para ver los frutos de todo lo que has sembrado hoy.
—No te preocupes, te mantendré informado. Estiré los brazos delante de mí. Con todo lo que Hudson me había obligado a hacer la noche anterior, no me extrañaba sentirme cansada y dolorida. Aquel recuerdo hizo que apareciera una sonrisa en mis labios.
—¿Qué te pasa hoy?
Levanté la mirada y vi a David apoyado en el brazo del otro extremo del sofá con los ojos fijos en mí.
—¿A qué te refieres?
—No sé cómo explicarlo —contestó con el ceño fruncido—. Estás distinta. Con más energía, si es que eso es posible.
Me quedé pensando un momento. Siempre me había apasionado mi trabajo, pero la decisión que había tomado por la mañana me había dado una fuerza renovada.
—Bueno, es que esta mañana le he dicho a Hudson que iba a ocupar tu puesto cuando te fueras.
Su rostro se iluminó.
—¡Por fin! Ahora sí que me siento bien con la decisión de marcharme.
—Ya, seguro. Has estado emocionado con la idea del Adora desde que Hudson te ofreció el puesto.
—Sobre todo porque creía que Pierce me iba a despedir. Que, en cambio, me ascendiera fue una agradable sorpresa.
Mi sonrisa desapareció. Estaba convencida de que David deseaba irse del Sky Launch. Se me hacía más fácil asumir que se iba por ese motivo que por culpa de mi novio celoso. Aunque seguía estando ilusionada, la verdad era más importante.
Me moví para mirar a David de frente.
—Entonces ¿aceptaste el puesto en el Adora simplemente porque pensabas que te despedirían de aquí si no lo hacías?
—Vamos, Laynie, seamos sinceros. Pierce no iba a permitir que siguiera aquí.
Puede que lo que David decía fuera verdad, pero no se me había brindado la oportunidad de luchar todo lo que me habría gustado para que se quedara. Si no quería irse, si de verdad quería quedarse en el Sky Launch, acudiría de nuevo a Hudson para exigírselo.
—Pero, si te lo hubiese permitido, si eso no hubiese sido un problema, ¿habrías aceptado igualmente? ¿O te habrías quedado aquí?
David respiró hondo.
—La verdad es que, si te soy sincero, no estoy seguro. El Adora es lo máximo en cuestión de clubes nocturnos. Nunca habría conseguido una oportunidad así por mí solo. Y creo que realizaré un buen trabajo allí. Voy a trabajar con un gran equipo de buenos encargados. Tendré una flexibilidad y un apoyo que no he tenido antes. Casi es el trabajo de mis sueños.
Me tranquilicé un poco.
Se deslizó desde el brazo y se sentó sobre el cojín.
—Pero es difícil dejar las cosas que quieres. Eso significa dejar mi casa y a mis amigos. Dejar este lugar. —Me miró a los ojos—. A ti.
—David…
Sabía que sentía algo por mí, pero ahora estaba hablando de amor. Maldita sea, eso estaba más cerca del «te quiero» que lo que Hudson podía decir. No quería oírlo.
David no hizo caso a mi advertencia.
—No te rías, pero antes fantaseaba con la idea de que terminaríamos dirigiendo este negocio los dos juntos.
No pude evitar sonreír al escuchar aquello.
—Yo también tenía esa misma fantasía. Me había imaginado que nos casaríamos y seríamos una pareja estupenda que dirigiría el club más famoso de la ciudad. Ese sueño desapareció cuando conocí a Hudson.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.
Me arrepentí inmediatamente de habérselo confesado. Por la expresión de David, supe que había dicho más de lo que quería.
Giré las piernas de modo que ya no le miraba de frente.
—Lo digo en serio, este lugar necesita dos directores. Ha sido una estupidez que lo hayas estado haciendo tú solo durante tanto tiempo.
—En realidad no he estado solo. La plantilla está llena de estupendos ayudantes.
Sonreí.
—No es lo mismo. Se necesita dedicación a tiempo completo. Hoy le he pedido a Hudson que me busque un compañero. —Bajé la mirada hacia mi regazo—. No quiero dirigirlo sola.
David se acercó más en el sofá. Me levantó el mentón con el dedo.
—Pídemelo y me quedaré.
—No puedo pedirte que hagas eso, David. —Mi voz era prácticamente un susurro.
—Sí que podrías.
—No, no puedo. Y tú sabes por qué.
Dejó caer la mano sobre sus piernas.
—Sí. Respondiendo a tu anterior pregunta, si no fuese por Pierce, no me iría. Puedes interpretarlo como quieras, pero sabes a qué me refiero en realidad.
—Yo…, eh…
Me mordí el labio. David había sido un gran amigo cuando no había tenido muchos. Y durante un tiempo había sido algo más. Me entristecía mucho que se fuera. Pero en modo alguno correspondía a los sentimientos que parecía estarme declarando.
—No tienes por qué responder. Lo entiendo. Estás con él. —Ni siquiera se atrevía a pronunciar el nombre de Hudson.
—Sí que estoy con él. Totalmente.
—Si en algún momento no lo estuvieras…
David ya me había dicho antes que estaría ahí si las cosas con Hudson no me iban bien. Era ridículo prometerle nada. Sobre todo porque ya había superado no estar con David y, aunque no saliera con Hudson, no volvería con David.
Pero no iba a ser tan descortés como para decírselo a la cara. Él ya se iba. No había necesidad de hacerle más daño. Así que, en lugar de contestarle, nos quedamos sentados en un incómodo silencio durante varios segundos mientras yo pensaba qué decir para endulzar su decepción.
Por suerte, me salvó el sonido del teléfono. Me apresuré a cogerlo de la mesita que tenía a mi lado sin ni siquiera molestarme en mirar quién llamaba.
—¡Laynie! —La voz de Mira salió a borbotones desde el auricular—. ¿Estás ocupada? ¿Puedes hablar?
Me puse de pie para alejarme de David.
—Claro que puedo hablar. ¿Qué pasa?
—Me preguntaba si podría pedirte un favor.
—¿Además de hacer de modelo en tu fiesta?
Estaba bromeando. Haría prácticamente lo que fuera por aquella mujer. Me había dado la bienvenida a su familia antes incluso de que lo hiciera Hudson. Se lo debía.
—Un favor distinto. Vaya, estoy un poco pedigüeña estos días, ¿no?
—¿Qué tal si me abstengo de contestar a eso hasta que me digas de qué favor se trata?
Distraída, paseaba por la habitación mientras hablábamos.
—Me parece bien. Mi padre quiere almorzar conmigo mañana. La verdad es que no quiero estar a solas con sus lamentos. Y me encantaría verte. Así que ¿te importaría venir con nosotros?
—¡Me encantaría! —Pensar en Jack me hizo sonreír. Era imposible que Hudson aprobara que le viera a solas, pero ¿qué objetaría si iba con Mira? Sería sincera al respecto, se lo contaría directamente y todo iría bien—. Pero ¿por qué no quieres estar sola con él?
—Está tratando de compensarme por toda la mierda de Celia. No entiende que no es conmigo con quien tiene que hacer las paces. Me importa un pito lo que hizo, lo que no hizo o lo que debería haber hecho. Solo quiero que mi madre y él maduren y actúen como adultos durante medio segundo. O sea, ¿no sería estupendo?
«¿Que Sophia y Jack maduren?».
—Sigue soñando.
—Lo sé, lo sé. En fin, vamos a vernos en Perry Street a la una. Voy a llamar para añadirte a la reserva. ¡Sí! ¡Has convertido una cita espantosa en una que estoy deseando que llegue!
Colgué y me metí el teléfono en el sujetador. A continuación levanté los ojos y vi a David trabajando en su mesa. O más bien fingiendo que trabajaba. No paraba de mirarme de reojo y me pregunté si querría decir algo más aparte de lo que ya había dicho. Esperaba que no.
En lugar de quedarme y averiguarlo, anuncié que tenía que hacer unos cuantos recados. No eran urgentes, pero después de su declaración el despacho me resultaba agobiante.
Salí al calor del verano y me puse las gafas de sol. Como había salido sin pensar, no se me había ocurrido llamar a Jordan para que me llevara. De todos modos, los sitios a los que quería ir estaban cerca. Podía ir andando a todos los que había pensado. Además, hacía un día precioso y era agradable estar al aire libre.
No me di cuenta de que alguien me venía siguiendo hasta poco antes de llegar al primer sitio que tenía que ir, una tienda de artes gráficas a unas cuantas manzanas de Columbus Circle. Quizá estaba demasiado distraída pensando en David y el club. Y en Hudson…, siempre Hudson. De lo contrario, estoy segura de que la habría visto antes. Cuando por fin me di cuenta, supe de inmediato que no era casualidad que estuviese caminando por la Octava Avenida a la vez que yo. También me di cuenta de que quería que la viera. Al fin y al cabo, yo era una acosadora experimentada. Con un poco de cuidado, no es difícil pasar inadvertida.
Celia no procuraba esconderse en absoluto.
Se detuvo al mismo tiempo que yo. Volvió a caminar cuando yo lo hice. Tuvo todo el tiempo los ojos clavados en mí. El corazón empezó a latirme a toda velocidad, pero me mantuve fría y seguí andando a paso regular. Por suerte, cuando llegué a la tienda de artes gráficas ella no entró detrás. Pero se quedó parada junto al escaparate para que yo pudiera ver que estaba allí.
Celia no me había hecho nada en concreto. No me había dirigido la palabra, pero solo su presencia me envolvió en un manto de miedo. No me cupo duda de que estaba enviándome un aviso: «Estoy aquí. Te veo. No puedes huir de mí». ¿Sería eso lo que habría sentido Paul Kresh cuando pasé varias semanas siguiéndole? Era una sensación terrible, nunca me había arrepentido tan intensamente como en ese momento de mi conducta en el pasado.
Había cola en el mostrador, así que dispuse de unos minutos para serenarme antes de que llegara mi turno en la caja. Barajaba en mi mente las posibles motivaciones de Celia. Quizá quería hablar conmigo. Pero podía haberme enviado un mensaje o un correo electrónico. Y, si quería hablar, ¿por qué no se había acercado a mí?
No, lo que intentaba con su acoso era otra cosa. Primero en el barco, ahora allí. ¿Me dejaría en paz alguna vez? ¿Se trataría de otra estratagema que querría volver en mi contra después? ¿O simplemente pretendía asustarme?
Si su objetivo era darme miedo, lo había conseguido. Pero, al contrario que la última vez que me la había jugado, ahora estaba preparada. Ahora ella no contaba con mi confianza. Después de enviarle un mensaje a Jordan para decirle dónde estaba y pedirle que viniera a buscarme, utilicé el teléfono para hacerle una fotografía. Quería tener pruebas. Estoy segura de que me vio haciendo la foto, pero no se fue ni pareció preocuparse. A continuación llamé al despacho de Hudson.
—Está en una reunión —me informó Trish, su secretaria—. Le diré que la llame en cuanto termine.
No me pareció bien. Yo sabía que él hubiera querido que le interrumpiera para contarle aquello, pero Trish nunca lo haría. Con la esperanza de que mirara su móvil, le envié un mensaje: «Voy de camino a tu despacho. Necesito verte».
Ya estaba más tranquila cuando llegó mi turno en la caja. Recogí las tarjetas que había encargado, respiré hondo y salí de la tienda. Me aterrorizaba salir estando Celia tan cerca de la puerta, pero no iba a permitir que se diera cuenta. Por suerte, en el mismo momento en que puse la mano en la puerta para abrirla, Jordan aparcó. Celia se alejó por la acera a paso rápido. Si lo único que hacía falta para que se fuera era llamar a Jordan, no volvería a ir a ningún sitio sin él.
Me metí en el coche antes de que Jordan tuviese oportunidad de salir a abrirme la puerta.
—Sigue adelante por esta acera —le ordené. Apunté con el dedo la espalda de Celia y le pregunté—: ¿La ves?
Celia avanzaba rápido, pero yo quería que alguien más la viera antes de que desapareciera entre el gentío de la ciudad de Nueva York. Jordan la localizó enseguida.
—La veo. ¿La estaba siguiendo? —No parecía sorprendido.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—La he visto esta mañana cuando la dejé a usted en el club, pero no estaba seguro de que fuera ella. Tenemos que decírselo al señor Pierce.
—Pensaba hacerlo ahora mismo. ¿Puedes llevarme a su oficina?
Respondió asintiendo con la cabeza.
Apoyé la espalda en el asiento y me coloqué el cinturón de seguridad mientras él se incorporaba a la circulación. Celia seguía dentro de mi campo de visión y me quedé observándola cuando nos acercamos a ella. Dejó de caminar cuando pasamos a su lado y, aunque no podía verme por el cristal tintado, sonrió y me saludó con la mano.
Tenía suerte de que yo fuera una persona pacífica, porque de lo contrario en ese momento habría empezado a planear su asesinato.