Hudson me acompañó a la cubierta y dejé que mis pensamientos sobre el vídeo se fueran volando con la brisa. Me giré hacia él y le sorprendí con un beso apasionado.
—¿A qué viene eso? —preguntó cuando me aparté para tomar aire.
—A nada. —Solo lo necesitaba. Él también parecía necesitarlo—. Sabes que no hay ningún motivo para sentir celos de mí y de tu padre, ¿verdad?
—Ajá.
Se soltó de mis brazos y me agarró de la mano para llevarme por la cubierta.
—Aunque es atractivo, no voy a negarlo.
—Eso no ayuda.
Estaba delante de mí, por lo que no pudo ver mi sonrisa. Yo solamente me estaba burlando, pero él tenía que saber que nunca le traicionaría con Jack.
—No hay nada entre nosotros. Absolutamente nada de química. Y si dejaras de querer estar conmigo, yo nunca me vengaría de ti de esa forma. Yo no soy Celia.
Se giró hacia mí.
—Sé que no eres Celia. Joder, ¿piensas que no lo sé?
Su aireada reacción me pilló por sorpresa.
—Yo… no quería…
Volvió a cogerme entre sus brazos, agarrándome con fuerza.
—Y no digas que no voy a querer estar contigo. Jamás. No existe la más mínima posibilidad de que eso ocurra.
Yo le rodeé con mis brazos, sorprendida por su tono desesperado.
—Vale. No lo haré.
Me besó en la sien.
—Gracias. —Me sostuvo así durante un rato antes de suavizar su abrazo—. Los fuegos artificiales están a punto de empezar. Tengo un sitio reservado para nosotros en la proa.
—¿En la proa?
Yo no estaba nada familiarizada con los barcos.
—La parte delantera del yate. Tendremos unas vistas excelentes.
Pero sus ojos estaban observando detenidamente mi cuerpo, por lo que me pregunté si se referiría a los fuegos artificiales.
—Genial. —Dejé que mis ojos pasearan por su perfecta silueta antes de deshacerme de mi mirada lujuriosa—. Necesito ir al baño antes de que comience el espectáculo. ¿Te veo allí?
Se metió la mano en el bolsillo y sacó una llave.
—Utiliza el de nuestro camarote. Ahí no hay cola. El número tres. Está justo ahí dentro. —Señaló con la cabeza una puerta del barco—. Ah, y cuando vuelvas me gustaría que lo hicieras sin bragas.
Sonreí mientras cogía la llave de su mano.
—Eso está hecho.
Sabía a qué venía eso. Se había sentido amenazado por su padre y por haber hablado de no estar juntos. Tenerme a su entera disposición era otra forma de tranquilizarse. Era un tonto por sentir esas inseguridades. ¿Cómo es que no sabía que yo le pertenecía por completo?
Tardé unos minutos en encontrar nuestro camarote. Era bonito y elegante, como el resto del barco, y tan grande como nuestro dormitorio en The Bowery. No me entretuve, pues estaba deseando volver para ver el espectáculo y, lo que era más importante, para estar con Hudson. Entré en el baño, dejé la ropa interior colgando del lateral de la bañera y volví a la cubierta justo cuando el cielo se iluminaba con la primera explosión de luz.
Hudson me estaba esperando en la parte delantera del barco, la proa. Se había instalado en un hueco en la barandilla entre dos pequeños estantes en los que los del catering colocaban los vasos vacíos. Aunque aún seguía habiendo gente por todas partes, aquello nos proporcionaba cierto aislamiento y no había cuerpos apretujándose contra nosotros, como ocurría en el resto del yate.
No es que me importara que hubiese un cuerpo apretándose contra el mío, siempre que se tratara del de Hudson.
Sus ojos se iluminaron al verme. Le di la llave del camarote y se la guardó en el bolsillo. A continuación extendió la mano para agarrar la mía.
—Ven aquí.
Me puso delante de él.
Esperaba que me rodeara con sus brazos, pero, en lugar de eso, me agarró el culo por encima del vestido y me apretó las nalgas. La brisa soplaba sobre el río y la sensación del aire sobre mi coño desnudo unida al masaje de Hudson por detrás hizo que me excitara.
—Bien —susurró—. Me has hecho caso.
Ah, así que lo del frotamiento del culo había sido para ver si llevaba las bragas. Cualquiera que fuera el motivo, me valdría.
Hudson apoyó la pierna en la barandilla de más abajo y siguió acariciándome por detrás mientras encima de nuestras cabezas el cielo se iluminaba una y otra vez. Cada una de las veces, los centelleos provocaban la ovación de la gente, ahogando el sonido de la música que sonaba desde el interior del barco. Nunca había visto tan de cerca el espectáculo anual de pirotecnia de Macy’s y estaba fascinada. Los fuegos se lanzaban sobre el río desde al menos siete barcazas distintas, convirtiendo de manera simultánea la oscuridad en un destello de color. Era mágico.
Todo se volvió aún más mágico cuando los brazos de Hudson envolvieron mi cuerpo. Después su mano se abrió paso por debajo de mi falda, me subió la tela alrededor de la cintura y comenzó a juguetear con la piel por encima de mi pubis.
Yo estaba expuesta ante la noche. Aunque la pierna levantada de Hudson tapaba la vista por uno de los costados, la gente del otro lado solo tenía que desviar su atención del cielo y dirigirla hacia nosotros para poder vernos.
Tomé aire bruscamente.
—¿Qué haces?
—Lanzar fuegos artificiales.
Tenía su boca en mi oreja, que retumbaba con los cohetes del cielo.
Joder, no me importaba quién pudiera vernos. Estaba excitada.
Los ojos me ardían con el resplandor del cielo, los nervios se me encendían con las caricias de Hudson y la parte inferior de mi vientre chisporroteaba de deseo.
—Ábrete —me ordenó.
Obedecí y levanté el pie izquierdo sobre la barandilla inferior, imitando su postura. Aquello nos daba más privacidad, pues bloqueaba la visión por el otro lado. Pero no hacía falta ser un genio para imaginar lo que me estaba haciendo. Lo único que había que hacer era prestar atención.
Con el acceso libre, Hudson me acarició encima del coño, frotando con suavidad la zona ahora expuesta.
—Desde que me has dicho que te habías depilado he estado pensando en tocarte.
Su aliento sobre mi cuello me hizo sentir escalofríos en la espalda. Después introdujo los dedos entre mis labios, en busca de mi punto sensible, y pensé que iba a explotar…, a estallar con los fuegos artificiales que había sobre mí. Colocó el dedo pulgar en mi clítoris y dio vueltas alrededor con la presión de un experto.
—Dios mío, preciosa, no podría apartar las manos de ti aunque lo intentara. Estás muy húmeda ya.
—Hudson…
Casi no sonó como una palabra, más bien fue un grito. Más alto de lo que yo habría querido, lo que provocó la mirada de una pareja que no estaba lejos de nosotros.
Hudson dejó su mano inmóvil.
—Alayna, si quieres correrte, tienes que prometerme que podrás estar callada.
—Vale.
«Lo que quieras». Lo que fuera por conseguir que siguiera tocándome.
Empezó de nuevo su movimiento y su dedo pulgar danzaba sobre mi clítoris mientras hundía los otros dedos más adentro.
—¿Sabes lo que provoca en mí ver cómo te deshaces? —preguntó mientras su caricia se convertía ahora en movimientos alrededor de mi agujero—. ¿Lo sabes?
¿Cómo pensaba que podría responderle?
—No —conseguí decir con un susurro.
—Me vuelve loco, joder.
Metió dos dedos. Al menos yo sentí como si fueran dos dedos. Era difícil saberlo con seguridad. Lo único de lo que estaba segura era de que la sensación era increíble.
Volvió a zambullirse mientras su pulgar empezaba de nuevo a dar vueltas alrededor de mi clítoris. Se movía en espiral y se zambullía, follándome con la mano allí mismo, al aire libre, mientras la multitud que nos rodeaba miraba hacia arriba con un aturdimiento patriótico.
Joder, qué excitante.
La tensión iba en aumento, apretándome el útero.
Entonces sus labios se movieron otra vez junto a mi oído:
—A veces no puedo pensar en otra cosa. Llevarte hasta lo más alto, ver cómo te desbordas es lo más puñeteramente hermoso que existe.
Yo estaba cerca. Casi. A punto de explotar. Me eché hacia atrás apretándome contra él, frotando su erección con mi culo. Sensual. Ardiendo. Unos pequeños gruñidos se formaron en la parte posterior de mi garganta.
—Si lo necesitas, muérdete la mano para reprimir tus gritos.
Quise desafiarle diciéndole: «Estás muy seguro de que voy a gritar», pero entonces dobló los dedos y acarició un punto especialmente sensible. Un gemido se escapó de mis labios.
—¡La mano! —me ordenó.
Justo a tiempo, me llevé la mano a la boca y me mordí un dedo mientras me corría. El orgasmo estalló por todo mi cuerpo, entrando en erupción a la vez que una espectacular secuencia de fuegos artificiales. No podría decir qué parte de mi visión cegada se debía al espectáculo y cuál la había provocado Hudson. Fue glorioso.
Pero no me quedé saciada.
Quería más. Lo quería a él.
Me giré hacia Hudson y le besé con frenesí. Mi mano le acariciaba la polla por encima de los pantalones. La tenía muy dura. Me deseaba tanto como yo a él. Puede que más.
El espectáculo de los fuegos artificiales no había terminado. No me importaba.
—Llévame a la cama —le exigí hablando sobre sus labios.
Entonces fue Hudson quien gruñó. Yo me tragué aquel sonido con otro beso tórrido, lamiendo el interior de su boca con profundas embestidas. Dios, qué bien sabía. No me cansaba de él. Estaba dispuesta a follármelo allí mismo, sobre la cubierta.
La multitud lanzó una ovación en ese momento. Por los fuegos artificiales, claro, pero aquello hizo que levantara los ojos.
Fue entonces cuando la vi.
En la cubierta de arriba, mirándome, estaba Celia Werner. Mi mente regresó a mi sueño y el terror que lo había acompañado me recorrió de nuevo todo el cuerpo. Sus ojos se clavaron en los míos, me atravesaron y, de repente, comprendí la expresión «clavarse como espadas». La rabia salía por su fría mirada. Hudson había afirmado que era con él con quien ella estaba enfadada, y puede que fuera cierto. Pero a mí me odiaba. Quedaba claro con aquella actitud.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando, otra vez, me di cuenta de que ella siempre estaría presente. Siempre permanecería amenazadora en los márgenes de mi vida con Hudson.
Ser consciente de aquello no hizo más que avivar el deseo de tener a Hudson dentro de mí.
Le empujé hacia delante, decidida a recuperar el estado en el que me sentía un momento antes, a recordarme que era yo la que estaba con él. Yo. Solo yo.
En cuanto estuvimos en el pasillo que llevaba a los camarotes, nos empezamos a besar de nuevo. Me empujó contra la pared y metió las manos bajo mi vestido para manosearme el culo desnudo.
Desesperada por que juntara su ingle con la mía, enrosqué mi pierna sobre la suya. Él relajó la presión para que yo pudiera dar un salto hacia arriba y envolver su cintura con mis piernas. Me chupaba y lamía el cuello mientras me llevaba a nuestro camarote. Allí me acorraló contra la otra pared para poder buscar la llave y abrir, maldiciendo mientras lo hacía hasta que por fin entramos y cerramos la puerta.
Jadeando, los dos empezamos a reírnos. El habitual comportamiento serio de Hudson hacía que fueran raros los arrebatos como ese y yo me deleité con el sonido de su risa desenfrenada.
Hasta que nos miramos a los ojos.
Entonces empezamos a besarnos de nuevo.
Yo seguía envolviéndole con mis piernas y él se sentó, o más bien cayó, sobre la cama. No vacilé y me deslicé hasta el suelo para ponerme de rodillas y desabrocharle el cinturón. Él se quitó los zapatos con los pies y levantó la cadera para que yo le bajara los pantalones y los calzoncillos.
En cuanto su polla quedó libre, mis ojos se quedaron fijos en ella. Quería lamerla, metérmela en la boca, sentir cómo me llenaba y se retorcía dentro de mí. Pero aún teníamos la ropa puesta y necesitaba desnudarme. Desnudarle.
Levanté los brazos para que Hudson me sacara el vestido por la cabeza. Como llevaba la espalda al aire, no me había puesto sujetador. Gracias a Dios. Una prenda menos que quitar. Mientras se desabotonaba la camisa, yo rodeé su pene con mis manos. Joder, estaba dura como el acero. Solo tuve tiempo de acariciarla un par de veces antes de que tirara de mí para subirme a la cama.
Los dos desnudos, nos apretamos el uno contra el otro con la necesidad frenética de estar piel con piel en la mayor extensión de nuestros cuerpos que nos fuera posible. Nuestras manos exploraban como si fuese la primera vez, como si existiera la posibilidad de que nunca más hubiera otra ocasión, acariciando y tocando mientras nos besábamos con una pasión febril. Los dedos de Hudson por fin se abrieron paso hacia mi pubis, donde más le deseaba.
Se deslizó entre mis pliegues húmedos antes de salirse de forma abrupta.
—Date la vuelta y ponte de rodillas sobre mi cara. Quiero lamerte.
Yo temblaba mientras me colocaba en esa posición. Hudson me había comido el coño muchas veces, pero nunca estando yo encima de él de una forma tan sexual. Me parecía sucio, primitivo y muy sensual.
Cuando me incliné sobre su cara, él puso las manos sobre mis muslos y abrió más mis rodillas para que mi coño quedara a un centímetro de su boca. Yo estaba retorciéndome antes de que su lengua me tocara. Se tomó su tiempo antes de hacerlo, soplando primero sobre mi clítoris y provocándome deliciosos chisporroteos en las piernas.
Bajé la mirada hacia aquella imagen tan erótica de él entre mis piernas y vi cómo enterraba su nariz en mis labios e inhalaba.
—Joder, qué bien hueles —gruñó.
«Hostia». Casi me corrí en ese mismo momento.
Después, por fin, su lengua dio una sacudida por mi clítoris ya excitado. El cuerpo se me tambaleó y grité clavándole las uñas en la cadera. «Increíble…, absolutamente increíble».
¿Cómo es que siempre era tan increíble?
Mientras yo trataba de aguantar, de no correrme demasiado rápido, vi cómo su polla se retorcía debajo de mí. No me cupo duda de que tenía que metérmela en la boca. Puse las manos alrededor de la base de su miembro y deslicé su capullo entre mis labios, como si estuviera chupando un polo. Solo que Hudson estaba mucho más delicioso.
Su cuerpo entero se movía debajo de mí y sus manos se apretaron con más fuerza a mis piernas.
—¡Sí, joder! Chúpala.
Eso era lo que más me gustaba de chuparle la polla a Hudson, que ejercía poder sobre él. Siempre era yo la que caía bajo su embrujo. Me gustaba el modo en que me moldeaba, en que manipulaba mi cuerpo, en que me doblaba a su merced. Era algo que yo ansiaba. Pero cuando tuve su polla en la boca comprendí por fin por qué le gustaba tener el control. Era muy excitante ser la que le hacía retorcerse y doblarse, consiguiendo que sucumbiera ante mí.
Y, mientras me mecía sobre él, Hudson continuó mamando de mi coño. El éxtasis entraba en conflicto con mi solemne intención de darme a ese hombre que siempre se daba a mí. Mis entrañas se tensaron y sentí que estaba a punto de correrme, pero me contuve para concentrarme en él. Su polla se volvió más gruesa mientras yo ahuecaba las mejillas y aumentaba el ritmo. Mi mano libre le acariciaba arriba y abajo el interior del muslo y a continuación la moví para colocarla sobre sus pelotas. Él gimió y fue entonces cuando se puso tan a punto como yo lo estaba. Aquello era una batalla. ¿Quién iba a llegar primero? ¿Y quién sería el ganador, el que se corriera o el que no?
Consideré que la victoria había sido mía cuando me apartó.
—Ya es suficiente. Túmbate. Necesito correrme dentro de ti.
Me giré para hacer lo que me ordenaba. Doblé las rodillas, coloqué los pies sobre la cama y me abrí de piernas mientras Hudson se acercaba a mí. Pero, en lugar de cubrirme con su cuerpo, se quedó de rodillas. Me levantó del culo instándome a que me arqueara. Movió una mano para sujetarme por debajo de la pierna. Con la otra me frotaba el clítoris aún palpitante.
Menuda imagen. Tenía el punto de vista perfecto para ver cómo su polla golpeaba mi coño depilado.
—Estoy muy excitado ahora mismo, Alayna. Va a ser fuerte.
Me estaba pidiendo permiso. Una tontería, pues yo confiaba en él con mi cuerpo de forma incondicional. Confiaba en él con todo mi ser.
Le miré a los ojos.
—Por favor.
Soltó un gruñido. A continuación se zambulló, profundamente y con fuerza, tal y como había prometido.
Yo grité y me agarré a las sábanas. Ya estaba a punto y en el momento en que entró por mi agujero el orgasmo me desgarró por dentro.
Hudson no aminoró la velocidad en absoluto mientras yo le apretaba la polla. Se metía dentro de mí con una furia decidida, una y otra vez. Sus piernas se golpeaban contra las mías y aquel sonido me volvía loca, provocando otro orgasmo dentro de mí. Me hablaba, utilizaba un loco lenguaje sexual al que yo apenas podía encontrarle sentido en medio de mi abotargamiento. Enfatizaba cada palabra mientras embestía una vez, otra y otra.
—Estás… tan… buena… que… haces… que… me… corra… con… fuerza…
Entonces nos corrimos los dos. Con fuerza. Él se apretó dentro de mí con un largo gruñido. Yo tenía los ojos fijos en él y vi cómo su torso entero se endurecía mientras su cadera se sacudía contra mi pelvis. Entonces mi visión se volvió blanca, nublándose con la intensidad de mi liberación. Su nombre estaba en mi lengua, tanto una imprecación como una oración mientras me rendía a las convulsiones que suplicaban rebasarme.
«Dios. Ah, Dios».
Me pareció que pasaba una eternidad hasta que pude recuperarme lo suficiente como para hablar…, para pensar. Cuando lo conseguí, Hudson ya había caído en la cama a mi lado. Supe que se encontraba igual de afectado. De no ser así, me estaría abrazando. Sin embargo, estaba tumbado a mi lado y nuestros hombros eran las únicas partes de nuestros cuerpos que se tocaban, aunque la sensación de conexión era evidente.
Respiré hondo por última vez.
—Ha sido increíble. —Increíble era poco. No había palabras para describir lo que de verdad había sido. Eché una ojeada al magnífico amante que estaba a mi lado—. En serio, ¿cómo es posible que el sexo contigo vaya siempre a mejor?
Hudson no esperó para responder:
—Hemos aprendido a confiar el uno en el otro.
—¿Es por eso?
Significaba mucho que confiara en mí después de las cosas que yo había hecho. En muchos sentidos, no me lo merecía. Pero nunca más volvería a traicionarle. Eso ya lo había superado.
—Sí, es por eso. —Giró la cabeza hacia mí con los ojos entrecerrados—. ¿Te he hecho daño?
—Solo en el mejor de los sentidos. —Había sido más brusco de lo habitual. Pero había disfrutado cada segundo, aunque ahora me sintiera en carne viva y un poco dolorida—. No tenía ni idea de que te gustara tanto un coño afeitado.
Sonrió y levantó un hombro como si lo encogiera tímidamente.
—La verdad es que nunca me ha importado. Es dentro de ti donde entro. Afeitado o tupido…, eres tú.
Me reí.
—Nunca lo he tenido tupido contigo.
Llevarlo sin afeitar nunca había sido mi estilo, pero si Hudson quería…
—Pero podrías tenerlo y yo me excitaría igual. —Sus ojos se oscurecieron y supe con seguridad que se lo estaba imaginando—. Joder, se me ha vuelto a poner dura.
—¿Estás de broma?
—No, para nada.
Señaló con la cabeza su pene. Tuve que mirar. Desde luego, estaba dura.
—Eres como un perro en celo.
—Puede ser.
Salvo que siempre había dicho que era yo la que le volvía loco. Nadie más. ¿Sería verdad? ¿Sería cierto que solo era yo la que le excitaba hasta el infinito, la que le transformaba en un ávido amante?
Para mí, él sí que lo había sido. Antes de él, el sexo había sido divertido, pero eso era todo. A veces incluso podía dar lugar a una obsesión insana. Pero mis adicciones no se habían dirigido nunca a lo físico. Con Hudson tampoco se trataba exactamente de sexo. Consistía más bien en querer estar lo más cerca posible de él. Y como se trataba de Hudson y él se comunicaba mejor con su cuerpo, lo más cerca que se podía estar de él era desnudos los dos.
Él no se había abierto nunca a nadie. Puede que en realidad el sexo en el pasado hubiese sido solamente un entretenimiento. Para nosotros era un lenguaje.
Eso podría tener algo que ver con el motivo por el que seguía costándonos tanto hablar el uno con el otro.
Pero estábamos intentando solucionarlo. Así que saqué a colación el tema que sabía que ninguno de los dos quería abordar:
—He visto a Celia.
Hudson lanzó un gruñido.
—Ya se me ha puesto blanda.
Miré rápidamente hacia abajo.
—No es verdad.
—Pues siento como si lo estuviera. Venga ya… ¿Celia?
—Lo siento. Pensaba que debías saberlo.
—Supongo que sí. —Suspiró—. ¿Te ha molestado?
—No. No he hablado con ella. Ha sido cuando bajábamos aquí. Creo que nos estaba mirando. En la cubierta de arriba. Cuando… Ya sabes.
¿Cómo es que podía hacer cosas absolutamente obscenas con ese hombre y, aun así, sentir tanta vergüenza al hablar directamente de ellas?
—¿Cuando he hecho que te corras en mi mano?
Muy típico de Hudson decirlo sin rodeos. Lo cierto es que era bastante excitante.
—Sí, en ese momento.
—Espero que haya disfrutado del espectáculo —declaró orgulloso.
Como había dicho antes, igual que un perro en celo.
Iba a responder a su burla, pero en ese momento me di cuenta de que no le había sorprendido su presencia.
—No te referías a Jack con lo del invitado inesperado, ¿verdad? Era a Celia. ¿Cómo ha venido?
Hudson se pasó las dos manos por el pelo.
—Ha venido con uno de mis empleados del departamento de publicidad. Siempre ha mostrado interés por Celia, pero ella nunca se había fijado en él. Estoy seguro de que se ha aprovechado de eso para venir esta noche.
Estaba claro que no quería hablar de ella, pero yo estaba dispuesta a hacerlo, así que insistí:
—¿Por qué tendría tantas ganas de estar aquí?
—Quizá quería comprobar si seguimos juntos. No lo sé. Tú conoces mejor ese tipo de obsesiones que yo.
No lo dijo con la intención de herirme. Fue sincero. Yo sí que conocía ese tipo de obsesiones. Lo sabía muy bien.
Me obligué a recordar las razones por las que me había sentido atraída por los hombres a los que había acosado.
—De algún modo, tu atención hace que se sienta respaldada. La hace sentirse viva.
Hudson entrecerró los ojos mientras trataba de interpretar lo que le quería explicar.
—¿Crees que estoy siendo demasiado cruel con ella al sacarla de mi vida?
—No. —Aunque si yo tenía razón, si de verdad ella sentía por Hudson lo que yo sospechaba, comprendía la desolación que debía de estar sufriendo ante el rechazo de él—. ¿Me convierte eso en una persona terrible?
—No.
Tuviera razón o no, acepté su absolución sin protestar. Además, que comprendiera lo que ella podría estar sintiendo no significaba que aceptara su presencia en modo alguno. Aunque ella consiguiera a Hudson, nunca pensaría que lo tenía de verdad. Yo nunca me había creído que los hombres que estaban conmigo lo estuvieran realmente. Por eso, creerme que Hudson me tenía cariño de verdad había supuesto para mí un avance importante. Esos pasos tendría que darlos Celia por sí misma.
Pero si Celia estaba realmente obsesionada con Hudson, del mismo modo que yo solía estarlo en el pasado… Me estremecí al pensar hasta dónde podría llegar para conseguirlo.
—Nunca va a salir del todo de nuestras vidas, ¿verdad? Siempre va a tratar de destruirnos —dije, expresando en voz alta la inquietante preocupación que llevaba arrastrando toda la noche.
Hudson se giró hacia un lado para mirarme.
—Eso no importa. —Puso la mano sobre mi cara y me miró fijamente—. Tu lugar está conmigo, preciosa. No voy a permitir que nada se interponga entre nosotros. No voy a permitir que nada te haga daño. Especialmente no se lo voy a permitir a ella.
Aquel hombre no podía decir «te quiero», pero de algún modo sabía expresarse de una forma que llegaba directamente al centro de mi corazón. Y sus ojos respaldaban cada palabra que pronunciaba. No me cabía ninguna duda de que lucharía por mí, por nosotros. No lo había hecho antes. Pero ahora era distinto. De mi pecho salió un calor que se extendió por todo mi cuerpo y sentí que estaba a punto de echarme a llorar.
Pero no quería ponerme sensible. Quería decirle lo que sentía del modo que mejor pudiera entenderlo. Con mi cuerpo. Le lancé una sonrisa sugerente.
—Ahora soy yo la que se ha vuelto a excitar.
La expresión de Hudson se relajó y me apretó contra él. Se echó hacia delante hasta que su boca quedó apenas a dos centímetros de la mía.
—Entonces, ¿podemos dejar de hablar de ella?
Olía a sexo, a champán y a Hudson, y mi deseo se encendió al instante.
—Podemos dejar de hablar y punto.
Cubrió mi cuerpo con el suyo y me provocó con sacudidas de su lengua a lo largo de mi mejilla. Me mordisqueó y me chupó el cuello, dejando probablemente un notorio chupetón. No me importó. De hecho, me parecía perfecto. Podía marcarme del modo que quisiera. Era suya. Quería que todos supieran que era suya.
Arqueé la espalda y apreté mis pechos contra su torso. Dios, cómo me gustaba la sensación de su piel contra la mía. Mis caderas se revolvieron debajo de él, instándole a dejar de provocarme y a que se pusiera manos a la obra.
Levantó la cabeza para mirarme a los ojos.
—No sigas metiéndome prisa —me reprendió.
Siempre era muy meticuloso a la hora de cambiar la forma en que hacíamos el amor. La última vez había sido con determinación y con furia. Esta vez sería lenta y dulce. Siempre era él quien decidía cómo sucedería.
Yo no prefería una forma a otra. No me importaba si lo hacía rápido o si se tomaba toda la noche. Pero mientras ocurría, cualquiera que fuera el modo en que estuviéramos follando, siempre me parecía que era el mejor.
A su ritmo, Hudson me llevó a donde yo quería y necesitaba ir. Me amó detenidamente con todo su cuerpo. Me amó de forma absoluta y sin palabras. Me amó completamente.
Mientras caíamos en la embriaguez de nuestro apasionado interludio, me dije a mí misma: «Esta. Esta es la mejor».