Hudson llamó a la oficina a la mañana siguiente y decidió trabajar desde casa. Yo ya lo había preparado todo para no acudir al club durante los siguientes días, así que tampoco me molesté en ir. Pasamos el rato en la biblioteca, cada uno trabajando en su propio proyecto y sin hablar mucho, lo cual estaba bien. Agotado por el cambio de horario y la falta de sueño, Hudson no se encontraba de muy buen humor. Aunque estuviera malhumorado, me alegraba su presencia. Era agradable el simple hecho de estar con él.
Sí que salí del apartamento, pero solo para que me hicieran la cera y para asistir a mi terapia de grupo por la tarde. Cuando regresé, Hudson se había quedado frito en nuestra cama. Le dejé dormir.
Antes de unirme a él, estuve corriendo en la cinta y le envié un mensaje a Stacy. «Gracias, pero no», decía mi mensaje. Probablemente no habría necesitado responder, pero así aportaba a aquel asunto un carácter de irrevocabilidad. Dormí tranquilamente toda la noche.
Al día siguiente era fiesta, el 4 de julio. Hudson me sorprendió llevándome a tomar un desayuno tardío al Loeb Boathouse de Central Park. Después paseamos por el parque cogidos de la mano y disfrutando de la mutua compañía. Estábamos bien. Me sentía bien con él. Tranquila.
Pero podía notarse cierta fragilidad entre nosotros. Nos comportábamos con cautela el uno con el otro, nos tratábamos con guantes de seda. El cansancio que aún sentía Hudson no sirvió para mejorar la situación.
Más tarde, mientras nos preparábamos para ver el espectáculo de fuegos artificiales de esa noche, Hudson apareció detrás de mí mientras me arreglaba ante el espejo del dormitorio. Envolvió mi cintura con sus brazos y me besó en el cuello.
—Hemos estado muy cautelosos todo el día —me dijo al oído—. Te advierto que por mi parte lo dejo. Ya es hora de que empiece a tratarte como lo que eres: mía.
Me quedé sin respiración de pronto.
—Sí, eso significa que te voy a follar luego. Sin piedad.
Así, sin más, nuestras vacilaciones desaparecieron. Y tuve que cambiarme de bragas.
Salvo algunas caricias sin importancia, Hudson mantuvo sus manos a buen recaudo durante nuestro trayecto al barco desde donde veríamos los fuegos artificiales. Tuve la sensación de que evitar el contacto fue a propósito. Hudson estaba intentando que mis expectativas aumentaran.
Y vaya si le funcionaba.
El ambiente entre nosotros estaba cargado. Su promesa sexual permanecía presente en mis pensamientos en todo momento, convirtiéndome en un barril de pólvora en espera de la chispa que lo hiciera explotar. Por otra parte, él parecía completamente impasible, como si no me hubiese dicho aquellas lujuriosas palabras tan solo un rato antes.
Era la última hora de la tarde y el sol empezaba a ponerse cuando llegamos al muelle. Hudson no esperó a que Jordan abriera la puerta. Salió del Maybach y extendió la mano para que yo lo hiciera detrás de él. Estaba imponente con sus pantalones canela y su chaqueta oscura. Había renunciado a la corbata y se había dejado la camisa blanca sin abotonar para dejar a la vista la parte superior del pecho. El viento soplaba sobre el río que compartía su nombre, revolviendo el pelo de Hudson hasta convertirlo en un sensual caos. Como siempre, me dejó sin aliento.
Aquel momento fue fugaz. El chasquido de las cámaras y la gente gritando el nombre de Hudson interrumpieron la ensoñación. Como solamente había acudido con él a un evento en el que había medios de comunicación, no estaba acostumbrada a tanta atención.
Pero Hudson sí.
Tal y como había hecho la última vez, cuando fui con él al desfile benéfico de su madre, interpretó su papel atrayéndome a su lado para posar ante las cámaras. Ignoró educadamente algunas preguntas y respondió a otras simplemente con un sí o un no.
—¿Es verdad que ha vuelto a comprar su antigua empresa Plexis?
—Sí.
—¿Piensa desmantelar la compañía?
—No.
—¿Es esta su novia actual? Alayna Withers, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y Celia Werner?
Hudson no respondió esta. La única muestra de que había oído la pregunta fue un tic en su ojo. Este hombre sabía muy bien cómo permanecer impávido.
Yo no. La mención del nombre de Celia hizo que sintiera un escalofrío en la espalda. No había sido su madre la única que pensaba que Celia y él debían estar juntos. Incluso la prensa creía que eran más que amigos. Hudson, al que no le importaba lo que la gente pensara o dijera de él, no se molestó nunca en desmentir esa suposición.
Fui consciente entonces de que los medios de comunicación no permitirían nunca que Celia saliera de su vida. Siempre le preguntarían por ella, estaría continuamente vinculada a él en las revistas. Yo tendría que acostumbrarme a ello si pensaba seguir con Hudson a largo plazo. Y eso era exactamente lo que pensaba hacer.
Pero que tuviera que vivir con ello no significaba que no pudiera contraatacar.
Forcé una sonrisa e hice algo que me sorprendió incluso a mí misma: hablé con aquellos curiosos.
—¿No cree que es de mala educación preguntar eso cuando yo estoy delante? —Hice una pausa, pero no dejé que el periodista pronunciara una palabra antes de continuar—: Ahora está conmigo. Hablar de otra mujer delante de mí es de muy mal gusto. Si el cotilleo es el único modo en el que sabe escribir un artículo decente, lo siento mucho por usted. No se moleste en rebatirme. Tenemos que asistir a una fiesta.
Hudson me miró con los ojos abiertos de par en par.
—Ya ha oído a la señorita.
Me agarró de la mano y me llevó con él hacia el embarcadero donde el Magnolia, un yate de setenta y seis metros, nos esperaba.
Le apreté la mano.
—No he estado tan mal.
Necesitaba su confirmación. Necesitaba saber que no le había enfadado.
—Casi se puede decir que ha sido terrible —siseó.
Al instante, me sentí culpable por mi estallido.
—No debería haber dicho nada. Lo siento.
—¿Por qué? Tú has sido la única razón por la que no ha sido terrible del todo.
—Vale. —Sonreí—. Quizá debería hablar con la prensa más a menudo.
—No tientes a la suerte.
La sonrisa de Hudson fue breve. Enseguida retomó su expresión seria. Después del agradable día que habíamos pasado juntos, pensaba que su mal humor desaparecería. No era ese el caso. Y era comprensible. Tratar con la prensa y tener que asistir a un gran evento social no era el pasatiempo preferido de Hudson.
En cuanto a mí, no me importaba ir a fiestas. Aunque habría sido igual de feliz viendo el espectáculo en la televisión de nuestro dormitorio. O directamente sin verlo.
—¿Por qué venimos si odias tanto estas cosas?
Se detuvo de repente.
—Buena pregunta. Vámonos.
—Hudson…
Le tiré de la mano. Ya que me había arreglado tanto, podíamos disfrutar de la velada. Además, aunque él no quisiera estar allí, supuse que no sería tan fácil no asistir al trayecto en barco para ver los fuegos artificiales.
Soltó un suspiro y dejó que le llevara hacia el barco.
—He venido porque Industrias Pierce patrocina este evento. Tengo que estar. Si no, la empresa daría una mala imagen.
Fruncí el ceño de forma exagerada.
—Pobre Hudson Alexander Pierce. Nacido en medio de tantas responsabilidades y obligaciones. Ah, y también rodeado de dinero y oportunidades.
Me miró con una ceja levantada.
—¿De verdad?
—Sí, un poco. Si vas a regodearte en la autocompasión, H, no pienso asistir.
Sinceramente, estaba cansada de aquella actitud malhumorada. Quería divertirme con Hudson esa noche.
Las comisuras de su boca se relajaron ligeramente.
—No me regodeo en la autocompasión. Es imposible que nadie sienta pena por mí cuando tú estás a mi lado.
Me atrajo hacia él para rodear mi cintura con su brazo.
—Sí, por eso es por lo que la gente te tiene envidia.
Eso le hizo sonreír.
—Si no es por eso, debería serlo.
Al final del muelle, un hombre vestido de marinero esperaba junto a la pasarela que llevaba hasta el yate.
—Buenas noches, señor Pierce. Estamos listos para soltar amarras cuando usted lo ordene, señor.
Hudson asintió.
—Entonces, vámonos.
Me hizo una señal para que pasara delante de él, pero oí a aquel hombre, que supuse que sería el capitán, susurrando algo más al oído de Hudson detrás de mí.
Accedí por la pasarela a la cubierta del barco y a continuación miré hacia atrás para ver si la expresión de Hudson se había endurecido.
—Preferiría no montar una escena —dijo en voz baja—. Pero haga que la tripulación esté atenta a cualquier problema.
—Sí, señor.
Hudson subió a bordo y colocó la mano en la parte inferior de mi espalda cuando llegó a mi lado.
—¿Va todo bien?
—Sí. —Su tono de voz era brusco.
Maldita sea. Lo que fuera que el capitán le había dicho parecía haber echado por tierra mis avances para librar a Hudson de su mal humor.
Sabía por experiencia que si insistía en ese asunto solo conseguiría irritarlo más. Pero no pude evitarlo.
—Hudson, sinceridad y transparencia, ¿recuerdas?
Me lanzó una mirada furiosa durante tres largos segundos antes de que sus facciones se suavizaran.
—No es nada. Ha llegado alguien que no estaba invitado. Eso es todo.
De repente me sentí culpable por haberme burlado de sus obligaciones. Ni siquiera en una noche de fiesta en la que debería estar disfrutando podía relajarse. Siempre tenía que ocuparse de algo o de alguien. No me extrañó que ese tipo de eventos le resultaran tan molestos.
Tras decidir hacerle la noche lo más agradable posible, dejé atrás el asunto del asistente inesperado, aunque estaba deseando conocer más detalles. Lo último que Hudson necesitaba era que yo le diese la lata.
En lugar de eso, me esforcé de nuevo en que se volviera más afable.
—Por cierto, quería decirte que ayer me hice la cera —le susurré apoyándome en él.
Como estaba dormido cuando llegué a casa, no había tenido oportunidad de enseñárselo, lo cual fue probablemente mejor, pues después de hacerte la cera se recomendaba esperar veinticuatro horas para tener sexo.
—¿La cera? —preguntó Hudson con un tono de voz demasiado alto y el ceño fruncido por la confusión. Después lo comprendió y su expresión se iluminó de inmediato mostrando interés—. Ah.
Detrás de nosotros, un miembro de la tripulación que estaba ayudando al capitán a retirar la pasarela de embarque levantó la mirada. Claramente, también se había enterado de lo que estábamos hablando.
Hudson lanzó una mirada furiosa a aquel hombre y me llevó con él hacia el interior de la cubierta.
—Dame más detalles. —Esta vez su volumen de voz fue adecuadamente más bajo.
—Me refiero a que me he hecho la cera. Del todo. Sin dejar nada.
Normalmente me dejaba algo más que una pista de aterrizaje. Esta era la primera vez desde que estaba con Hudson que me lo había quitado todo.
Hudson entrecerró los ojos mientras se ajustaba la ropa.
—¿Estás intentando que esta sea la noche más incómoda de mi vida?
—Estaba tratando de darte algo con lo que ilusionarte, señor Cascarrabias.
—Querrás decir «señor Pantalones Estrechos».
Me reí.
—¿Va a suponer eso un problema?
—Para ti. —Me atrajo hacia él para que pudiera sentir su erección sobre mi vientre—. Va a ser una velada muy larga. Cuando por fin consiga meterme dentro de ti, voy a necesitar estar ahí un largo rato. Y creo que no voy a poder mostrarme muy tierno.
«¡Vaya!».
—No me pienso quejar.
—Buena chica. —Se quedó mirando mis labios con deseo, pero no me besó—. Trataré de estar de mejor humor —dijo por fin—. Vamos. Cuanto antes terminemos de saludar a todo el mundo, antes podré enterrar mi cara entre tus piernas.
Hudson me llevó escaleras arriba hasta la cubierta principal. Yo nunca había estado en un yate, pero estaba segura de que aquel era más lujoso que la mayoría. Levanté la vista por el lateral de la embarcación y conté cuatro cubiertas, más la diminuta por la que habíamos entrado. El mobiliario de la cubierta era sencillo, pero de buen gusto. Un gusto increíble, la verdad. Al menos lo que pude ver. La mayor parte estaba repleto de cuerpos. Docenas y docenas de ellos. Había ya al menos cuarenta personas en actitud de fiesta en aquella cubierta. Por encima de mí, más personas se apoyaban sobre las barandillas. Y ni siquiera habíamos entrado aún.
Seguí a Hudson entre el gentío hasta el interior de un enorme salón. Aquella zona estaba aún más abarrotada que las cubiertas.
—¿Cuánta gente hay aquí? —pregunté.
Él hizo una señal con la cabeza a uno de los camareros que se encontraba al otro lado de la sala e inmediatamente se dirigió hacia nosotros.
—Había doscientos invitados. A cada uno de ellos se le permite traer a un acompañante. Solo llevamos a tantas personas para ver los fuegos artificiales anuales de Macy’s. Hay catorce camarotes de lujo, así que en realidad no navegaremos con tanta gente a bordo.
Hudson cogió dos copas de champán de la bandeja y me dio una a mí. Chocó su copa con la mía y le dio un sorbo.
—Excepto unas cuantas personalidades, seremos los únicos que durmamos aquí esta noche.
—Espero que no durmamos demasiado.
La piel desnuda entre mis piernas estaba deseando recibir la atención que se le había prometido.
—Más tarde pagarás por tus provocaciones.
Justo entonces, el barco zarpó suavemente hacia el interior del río. Me agarré del brazo de Hudson para acostumbrarme al movimiento mientras la multitud empezaba a brindar. Aquel lugar era un verdadero caos. Definitivamente, no era el habitual escenario de mi novio. No me extrañó que estuviera tan nervioso.
Subimos por la gran escalera hasta un nivel superior, deteniéndonos de vez en cuando para que Hudson pudiera saludar a algún invitado. Me presentó a todos ellos, a veces como su novia, otras como la directora de promociones de su club. Supuse que decidía el título dependiendo de si me convenía profesionalmente. Siempre cuidaba de mí.
La siguiente estancia en la que aparecimos parecía una enorme sala de estar. Había una barra en curva en la pared y un montón de sofás y sillones por todos lados. Una televisión gigante de pantalla plana ocupaba una de las paredes. Emitían el espectáculo previo a los fuegos artificiales, aunque nadie parecía prestarle atención. Aquella sala estaba también abarrotada, pero oí mi nombre entre el alboroto de las conversaciones.
Me giré hacia la voz y vi a la hermana de Hudson sentada en el sofá en un rincón. Se puso de pie mientras me acercaba y me incliné para dar un abrazo a aquella mujer menuda a la que había llegado a querer casi tanto como a su hermano. Era increíble lo fuertes que podían ser sus abrazos a pesar de que su vientre de embarazada se encontraba entre las dos.
Cuando me soltó, me fijé en su enorme vestido premamá de color azul marino.
—¡Estás estupenda, Mira!
—¡Puf! Gracias. Me siento como una ballena. —Levantó los brazos para abrazar a Hudson y él respondió haciendo lo mismo—. Hola, hermano. Me alegra verte de vuelta en los Estados Unidos, aunque echaras a perder completamente mis increíbles planes.
Antes de que Hudson apareciera en el Sky Launch el domingo por la noche, yo había planeado tomar un avión a Japón para darle una sorpresa. Mira me había ayudado con todos los preparativos.
—No es que me queje —añadió antes de que Hudson pudiera responder—. Hiciste bien. Estoy orgullosa de ti.
Hudson lanzó una mirada amenazadora a su hermana pequeña. No era de los que aceptan elogios. Aunque Mira se los hacía de todos modos.
Decidí rescatar a Hudson antes de que Mira pudiese continuar.
—¿Te ha dejado sola Adam?
Miré alrededor buscando a su marido.
—No. Ha ido a por algo que no tenga alcohol para mí. Es sorprendentemente difícil.
—Ah.
Lo más probable es que estuviera escondiéndose de la multitud. Adam era otro miembro antisocial de la familia. Al menos Hudson sabía cómo disimularlo.
Mira volvió a sentarse en el sofá y dio unos golpecitos a su lado.
—Ven. Siéntate. ¿Cómo has conseguido que el club te dé un día libre?
Me encogí de hombros mientras tomaba asiento junto a ella.
—Me acuesto con el dueño.
—Qué bien. —Negó con la cabeza como si se sintiera frustrada consigo misma—. ¡Soy tonta! Se suponía que te ibas a Japón. Supongo que ya había alguien para cubrir tus turnos.
—Sí. David y otro encargado me van a sustituir durante estos días. —Debería haberme sentido culpable al mencionar a David, pero no fue así. De hecho, por algún motivo decidí burlarme de Hudson—: Aunque no voy a poder contar con David después de esta semana.
Hudson refunfuñó.
—¿Por qué? —preguntó Mira.
Dejé la copa vacía en la mesita que tenía al lado.
—Hudson lo ha trasladado al Adora de Atlantic City.
Los ojos de Mira pasaron rápido de mí a su hermano.
—Me parece que hay una historia detrás de eso.
Hudson se apoyó en el brazo del sofá.
—La verdad es que lo vas a tener dos semanas más. Le he pedido que se quede un poco más mientras le buscamos sustituto.
Eso era toda una noticia. Una buena noticia. Me daba más tiempo para decidir cuál sería mi papel en el club.
Mira gesticuló desconcertada.
—¿Buscarle un sustituto? Le sustituirá Laynie, claro. Qué tontería.
—Eh…
Había sido yo quien había sacado el tema. Debería haber estado preparada para verme en ese aprieto. Quería ese puesto y cada día me sentía más cómoda con la idea. Pero aún no estaba preparada para ese compromiso.
Ella debió de notar en mi cara lo complejo de la situación.
—Supongo que también hay otra historia detrás.
—Sí. No sigamos por ahí. —Di un golpecito sobre la rodilla de Hudson—. Este hombre ya está bastante enfadado. Por el desfase horario y todo eso.
—Entiendo. Estás muy guapa, por cierto. Aunque eso que llevas no es mío. —Apretó los labios.
—¡Huy!
Una gran parte de mi armario venía ahora de la tienda de ropa de Mirabelle, pero deseaba mostrarme patriota y había elegido entre la ropa que usaba para el club un vestido sencillo de vuelo de color rojo con la espalda casi desnuda.
Ella sonrió satisfecha.
—Vais a venir a mi gran fiesta de reapertura, ¿no?
Yo me acababa de enterar recientemente de que estaba haciendo reformas. No tenía ni idea de que iba a haber ninguna fiesta. Pero se trataba de la sociable Mirabelle. Por supuesto que tenía que haber una fiesta.
—Claro. ¿Cuándo es?
—¿No se lo has contado?
—Se me ha olvidado.
—Hudson, ¡eres un idiota! —Y siguió hablando para mí—: El 22. Es sábado.
—Tendré que asegurarme antes de que otra persona cierre ese día, pero no tiene por qué ser un problema.
Ya estaba pensando como si fuera la responsable del Sky Launch. ¿A quién quería engañar? Ya había decidido del todo que ese puesto era mío.
—¡Ah! —Mirabelle abrió los ojos de par en par—. ¿Quieres ser una de mis modelos? Por favor, di que sí. Por favor, por favor, por favor.
—Eh… ¿Seguro? —Era casi imposible decir que no a aquella chica, pero lo de hacer de modelo no era algo que me interesara. Por otra parte, llevar bonitos vestidos…—. ¿En qué consiste? ¿Tengo que caminar por una pasarela?
—No seas tonta. No he hecho tanta remodelación. Vale, hay una pequeña pasarela, pero no como la que estás pensando. No es casi nada. Simplemente muestro algunos de mis modelos preferidos para hacer publicidad. Así que solo necesito que aparezcas allí y estés guapa con una de mis prendas mientras la gente te hace fotografías.
Excepto por la parte de las fotografías, sonaba estupendo.
—Vale, acepto.
—¡Genial! ¿Puedes venir un día para probarte? ¿El lunes que viene? ¿Sobre la una?
Mi horario lo decidía yo y no tenía ninguna cita, pues había planeado estar esos días al otro lado del océano. Sin embargo, ir a la tienda de Mira implicaba una buena oportunidad de ver a Stacy. No había respondido a mi mensaje, pero ¿importaba eso?
—¿Por qué dudas?
Mira parecía ofendida.
—Lo siento. Estaba repasando mentalmente mi agenda. Sí, puedo estar allí a esa hora.
De todos modos, ¿qué iba a hacer Stacy? ¿Obligarme a ver su vídeo? Eso era ridículo.
—¡Bien!
Mira levantó las manos como si tuviera pompones y los moviera en el aire.
A mi lado, sentí que Hudson se ponía tenso.
—Ah, aquí es donde está la fiesta —oí que decía una voz.
—¡Jack! —Me puse de pie para dar un abrazo al padre de Hudson, con cuidado de no tirarle las bebidas que traía, una en cada mano—. No sabía que estarías aquí.
—No estaba invitado —espetó Hudson.
«Ah. La persona no invitada de antes». Como si Jack fuese a montar alguna escena. O quizá fuera Hudson quien fuese a perturbar la paz. No parecía muy contento de ver a su padre a bordo del yate.
Jack se limitó a sonreír ante el disgusto de Hudson y sus ojos relucieron, como ocurría a menudo cuando estaba a punto de llevar la contraria.
—Soy un Pierce. Mi invitación es permanente. —Después, inclinándose hacia mí añadió—: Hudson no me habla.
La última vez que Jack y Hudson se habían visto había sido el día en que Jack admitió ser el padre del bebé de Celia. Había sido un secreto que Hudson había decidido ocultar a su madre. No le había alegrado que Jack hubiese levantado la liebre.
—Supongo que no. —Mientras tanto, yo estaba pensando en su horrible mujer—. ¿Ha venido Sophia contigo?
—Ella tampoco me habla —contestó Jack rascándose la sien.
—Lo tienes bien merecido. —Las palabras de Mira eran más de insolencia que de amonestación. A aquella chica no le pegaba mostrarse irascible.
Jack hizo un gesto señalando a su hija.
—No se me ocurre qué tengo que hacer para que esta deje de hablarme.
—¡Papá!
Le guiñó un ojo a Mira.
—Estoy de broma, cielo. Tú eres la luz de mi vida y lo sabes. Toma, te he traído un daiquiri sin alcohol.
Mira carraspeó en señal de protesta, pero cogió la copa de la mano extendida de su padre.
—Últimamente no me tienes precisamente contenta, ¿sabes?
Jack suspiró.
—Lo sé. Chandler le está haciendo compañía esta noche a tu madre, así que no está sola. Tú eres una chica dulce y no tienes por qué preocuparte por ella. Algún día intentaré compensarte.
—No es a mí a quien tienes que compensar —respondió Mira en voz baja.
Bien porque no la oyó o porque decidió no hacer caso de lo que decía su hija, Jack dirigió su atención de nuevo a mí.
—¿Qué tal estás?
—Estoy bien. Y me alegro mucho de verte. Quería darte las gracias. Por haberme apoyado cuando todo se desmoronó.
Jack había sido una de las pocas personas que estuvo de mi parte cuando Celia me acusó de acosarla. Al hablar de ello sentí de nuevo un pequeño pellizco por la traición. Hudson tenía razón: no iba a ser fácil olvidar ese tipo de dolor.
—No fue nada, Laynie. Sabía con quién estábamos tratando. Pensaba que alguno más de los aquí presentes también lo sabría. —No se molestó en mirar a Hudson, pero sus palabras tuvieron el mismo efecto.
Yo no quería que la conversación fuese en esa dirección. A pesar del dolor que había causado, Hudson tenía buenas razones para creer que las acusaciones de Celia podían ser verdad.
—Para ser justos, tú no me conoces tan bien como otros de los aquí presentes. Pero de todos modos te lo agradezco.
Agarré la mano de Jack y se la apreté.
—Alayna… —me avisó Hudson.
Solté la mano de Jack y me di la vuelta para mirar a mi novio, que estaba ahora de pie. Su actitud era de aprensión, a pesar de que tenía la mano metida despreocupadamente en el bolsillo. Su mandíbula estaba en tensión y sus ojos se habían oscurecido con una expresión de alarma. Estaba increíblemente atractivo.
—Los celos no te sientan bien, hijo.
Yo no estaba de acuerdo. Los celos sí que le sentaban bien a Hudson. Bastante bien, de hecho.
Un pequeño gruñido salió de la parte posterior de su garganta.
Jack ladeó la cabeza.
—¿Acaba de gruñir?
Aunque era obvio que Jack no le hacía la competencia a Hudson, entendí sus motivos para sentirse así. No merecía la pena tratar de convencerle de lo contrario.
—Me gustaría seguir charlando, Jack, pero no parece que sea una buena idea.
Dio un sorbo a la bebida transparente que tenía en la mano mientras miraba a su hijo.
—No, no lo parece. —De nuevo se dirigió a mí mientras colocaba su mano libre sobre mi hombro—: Me alegra que sigas aquí. En su vida, quiero decir. Aunque es un zoquete y un cabezota que me culpa de los errores que ha habido en mi relación con su madre…
—¿Estás diciendo que no son culpa tuya? —le desafió Hudson.
El rostro de Jack se iluminó.
—¡Me está hablando!
Hudson se frotó la frente.
—Joder.
—En fin, me alegra que estés con él, Laynie. Probablemente, te necesita más de lo que él cree. Y no hay duda de que reconoce tu valía. Este chico siente algo de verdad por ti. —Miró a Hudson—. ¿Ves? Se está sonrojando.
—¡Es verdad! —exclamó Mira emocionada. Era una romántica empedernida y nunca lo ocultaba.
Jack se rio.
—No lo es. —Pero la protesta de Hudson no hizo más que oscurecer el rojo de sus mejillas.
—¿Lo ves? Lleva escrito su amor por ti en la cara.
Hudson dio un paso adelante y colocó el brazo alrededor de mi cintura en actitud posesiva.
—¿Quieres dejar de manosear a mi novia?
Jack puso los ojos en blanco, pero apartó la mano de mi hombro.
Todo aquel espectáculo fue divertido, aparte de muy excitante. No me importó nada que Hudson se comportara como un macho alfa conmigo. De hecho, puede que incluso yo lo provocara.
—Tendré que acabar de darte las gracias cuando volvamos a vernos.
—No, no, no. Eso no va a pasar —dijo Hudson encolerizado.
Jack se rio entre dientes.
—Le estás sacando de quicio a propósito. Eres una mujercita malvada, Alayna Withers. —Nos miró a los dos, como si estuviese apreciando quiénes éramos y lo que significábamos el uno para el otro—. Perfecto.
—Ya está. Aquí ya hemos terminado. —Hudson me alejó de su familia.
—Hablamos luego —dije mirando hacia atrás.
—¡El lunes! —me recordó Mira.
Sí, el lunes. En la tienda. Con Stacy.
Se me formó un nudo en el estómago. De pronto una idea cruzó por mi mente: ¿qué habría en ese vídeo? ¿Habría realmente algo por lo que debía preocuparme?
Lo que quiera que fuera, no iba a verlo. Había dicho que no necesitaba verlo.
Pero hacerme preguntas sobre ello…, eso sí que no podía evitarlo. Al fin y al cabo era humana.