Las nueve de la mañana llegaron terriblemente pronto después de haber estado trabajando hasta las tres de la madrugada. Eché un vistazo por debajo de mis párpados a la luz del sol que de repente inundaba la habitación.
—Oye —gruñí—, había dejado las cortinas echadas por algo.
—Qué pena. Hoy tienes tu evento de moda. —Liesl me dio un golpecito en el pie desde el fondo del futón—. Levántate.
—Es que no quiero, mamá. —Me froté los ojos y me senté. Miré el reloj. Sí, eran las nueve pasadas. Debía de haberle dado al botón de apagar la alarma un par de veces—. ¿Y tú qué haces despierta?
Mi turno de trabajo había sido corto, pero Liesl se había quedado hasta el cierre. Eso quería decir que probablemente solo llevaba un par de horas en casa. Qué raro que no me hubiese despertado al entrar.
Entonces caí en la cuenta. Me había despertado precisamente cuando había llegado.
—He ido a dar una vuelta con un cliente —explicó Liesl moviendo las cejas—. Y cuando digo «dar una vuelta» no me refiero a montar en coche.
El sexo le sentaba bien a Liesl. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos le brillaban. Una parte de mí siempre había sentido celos de su capacidad para acostarse con cualquiera sin engancharse. Esa mañana, pensar en el sexo me puso triste.
Mi cara debió de revelar lo que estaba pensando, porque cuando me quise dar cuenta Liesl ya se había subido a la cama y me envolvía en sus brazos con un abrazo gigante de amiga.
Suspiré mientras me abrazaba, me sentaba bien que me tocara, sentirme querida.
Me dio un beso en la sien.
—¿Te encontrarás bien hoy?
Me encogí de hombros entre sus brazos.
—Se supone que Hudson no va a ir a la fiesta. De modo que sí.
Al pronunciar su nombre mi corazón se disparó y se hundió de forma simultánea. Después de que se fuera del loft, esperaba que viniera al club durante mi turno. O que me hubiese llamado. Que me buscara de alguna forma. Había muchas cosas de las que hablar después de todo lo que yo había presenciado. Quizá no estaba interesado.
Liesl me soltó y me dio un toque en la nariz con el dedo.
—Entonces, ¿a qué viene esa expresión? Estás deseando que aparezca, ¿no?
¿Lo deseaba?
—No sé. —Aunque no quería verle, sí quería que él me viera. Si es que eso tenía alguna lógica. Me abracé las rodillas contra el pecho—. ¿Por qué crees que no ha intentado hablar conmigo?
—Quizá esté respetando tu espacio.
Los recuerdos me invadieron, las veces en las que Hudson se había introducido en mi vida y yo intentaba evitarlo.
—Hudson no es de los que respetan tu espacio. —Puede que ese no fuera el verdadero Hudson Pierce. Era preferible pensar eso antes que creer que de verdad había renunciado a mí tan fácilmente—. Supongo que pensaba que lucharía por mí. Sobre todo después de lo que hizo ayer. Después de que me viera.
Liesl ladeó la cabeza.
—¿Quieres saber mi opinión?
—Probablemente no, pero estoy segura de que vas a dármela de todos modos.
—Sí. —Escondió las piernas bajo su cuerpo—. Creo que quizá es demasiado pronto para saber si va a luchar por ti e incluso si tú quieres que lo haga.
—Yo no quiero que luche por mí.
Aunque en cierto modo sí.
Movió un dedo delante de mis ojos.
—No, no. Demasiado pronto.
Quizá tuviera razón. Una infinidad de emociones me había inundado a lo largo de la semana anterior. ¿Cuál de ellas resistiría? En el plazo de un mes, ¿qué sentimiento sería el dominante? ¿Y en un año? ¿La traición? ¿El dolor? ¿O sería el amor?
Liesl tenía razón. Era demasiado pronto para saberlo.
Alargó una mano para coger la mía.
—Pero estoy orgullosa de ti. Has conseguido superar esta semana. Y el trabajo de anoche. Vas a ir a eso que monta su hermana. Y solo has tenido una crisis obsesiva. Creo que lo has hecho bastante bien.
Era increíble cómo hacía para que el simple hecho de vivir pareciera un logro. Lo cierto es que yo también sentía que había sido un triunfo. Mi pecho se llenó de cierto orgullo.
Pero aquel constante dolor no desaparecía. Me mordí el labio.
—Le echo de menos.
Liesl se inclinó hacia delante y me dio un beso en el pelo.
—Lo sé. Y puede que empeore.
—Sí.
La boutique de Mirabelle era un frenesí cuando llegué, aunque faltaban más de dos horas para que empezara la fiesta. El local era un hervidero de floristas, repartidores de comida, modelos y nuevos empleados. Tardé un rato en encontrar a alguien conocido entre aquella multitud, pero al final localicé a Adam probando, o más bien robando, una fresa cubierta de chocolate de una bandeja envuelta en plástico transparente.
Esperó a terminar de masticar.
—Laynie, me alegra verte.
Me dio un abrazo, lo que me pareció un poco raro, pues él nunca había sido muy cariñoso conmigo.
—Qué bien que hayas venido. Por favor, consigue que Mira deje de correr a todos lados, ¿vale? Tiene que sentarse y poner los pies en alto. Juro por Dios que después de hoy, si no empieza a tomarse las cosas con calma, voy a encadenarla a la cama.
—Eso suena un poco íntimo —bromeé—. ¿Dónde está?
Adam señaló hacia el taller del fondo. Allí encontré aún más modelos, más empleados y a Mira ocupándose de todos.
—¡Has venido! —exclamó al verme. Aunque su expresión y su sonrisa eran luminosas, las bolsas debajo de los ojos delataban su agotamiento—. Temía que te echaras atrás en el último momento.
Yo también había temido un poco lo mismo.
—No. Aquí estoy. ¿Tienes tiempo para enseñarme esto un poco? —Quizá distrayéndola conseguiría que su presión sanguínea se calmara y que no se preocupara de los detalles de la fiesta—. ¿O prefieres que me vista primero? —Tampoco quería estresarla con eso.
—Vístete primero y después te lo enseño.
El vestido que había elegido para mí estaba espectacular con los cambios que había hecho. Al mirarme en el espejo del probador, no pude evitar recordar la primera vez que me lo probé. Fue el día que Stacy me había enviado el vídeo. Aquel había sido el principio del fin, ¿verdad? Ojalá no me hubiese dejado arrastrar por la curiosidad.
Moví la cabeza para desechar aquel pensamiento. Ese día no debía ser triste. Era el día de Mira y no quería echárselo a perder. Aunque me había puesto un rímel resistente al agua, las lágrimas no le sentarían bien a mi maquillaje.
Además, no podía desear que nada cambiase. Claro que había sido feliz con Hudson, pero todo había sido mentira. La verdad habría salido al fin. Cuanto antes ocurriera, mejor.
Cuando estuve vestida, fui en busca de Mira, que esta vez estaba sentada en una silla gritando a todo el mundo. Adam debía de haberla obligado a sentarse.
Pero al verme dio un brinco con los ojos abiertos de par en par.
—¡Dios mío, estás preciosa! Definitivamente, vas a ser el broche final. Maldita sea, ojalá Hudson pudiera verte. —Se llevó la mano a la boca antes de que yo pudiera regañarla—. Lo siento. Se me ha escapado. Voy a tardar un poco en hacerme a la idea de la nueva situación.
—Sí, lo entiendo.
Yo misma me estaba acostumbrando todavía.
Enganchó su brazo al mío.
—Deja que te enseñe a mi bebé. Bueno, a uno de mis bebés. —La nueva ampliación era bonita, pero sencilla. Había más espacio donde colocar la ropa, algunos probadores más, un taller más grande para los empleados y una pequeña pasarela—. En el escenario es donde haremos el desfile de hoy. En el futuro, será para desfiles de moda privadas —me explicaba Mira cuando terminamos—. Algunas de estas brujas ricachonas son demasiado perezosas para probarse la ropa, así que hemos contratado a modelos para que lo hagan por ellas.
Me reí. Mira era una Pierce, probablemente más rica que cualquiera de sus clientas, y no se mostraba ni perezosa ni bruja. Aunque sí que podía imaginarme a su madre como una de las mujeres a las que se refería.
—Hablando de Sophia —dije echando un vistazo a la tienda—, ¿dónde está? ¿No va a venir?
—Pues no. —Se agachó para quitarle una hebra a mi falda—. Le he prohibido que asista, igual que a Hudson.
—¿Qué?
No es que me sintiera decepcionada por la ausencia de Sophia. Teniendo en cuenta lo descontrolada que se había mostrado la última vez que la vi borracha en un lugar público, probablemente era una buena idea que no estuviese allí.
Mira se incorporó, pero mantuvo la mirada en el suelo.
—Seguí tu consejo y se lo dijimos a la cara.
—¡Oh, Dios mío, Mira!
Levanté la mano para acariciarle el brazo.
Ella deslizó mi mano hacia la suya.
—Fue duro, pero Hudson, Chandler, Adam e incluso mi padre estaban presentes. Nos sentamos todos y le dijimos que necesitaba ayuda.
Me miró a los ojos y esgrimió algo parecido a una sonrisa forzada.
Le apreté la mano.
—¿Cuándo fue eso? —«¿Y cómo lo está llevando Hudson?».
—Anoche. Ella no quería oírnos, claro. Pero cuando le dije que no podía seguir formando parte de mi vida si no se dejaba ayudar, lo asumió. Ha ingresado en un centro del norte del estado esta mañana. Hudson, mi padre y Chandler la han llevado.
—Vaya.
Sentí un dolor en el pecho algo distinto al de los últimos días. En lugar de dolerme por culpa de Hudson, sentí dolor por lo que él estuviera sufriendo.
—¿Sabes? Nunca he visto sobria a mi madre. Puede que siga siendo una bruja, pero al menos podré confiar en que no se le caiga mi bebé de los brazos.
Alejé de nuevo de mi mente mis pensamientos sobre Hudson y me quedé mirando a la hermosa mujer que tenía delante. Aunque yo tenía veintiséis años y ella veinticuatro, me parecía la persona más auténtica y madura que conocía. Todo lo contrario que su hermano. Y también que yo misma.
Se sonrojó al darse cuenta de que la estaba observando.
—¿Qué?
—Estoy alucinada contigo. Ya es difícil enfrentarse a alguien a quien quieres y encima hoy tienes esta fiesta… ¿Cómo puedes con todo?
—Sinceramente, aparte de cansada, me siento realmente bien. —Ahora era ella la que me apretaba la mano—. Mi única preocupación ahora sois tú y mi hermano.
Aparté mi mano de la suya.
—Ya me siento bastante mal como para encima sentirme culpable también, gracias.
Me miré los zapatos, temiendo que cualquier otra muestra de emoción me destrozara.
—Nos ha contado lo que te ha hecho.
Mis ojos se levantaron de repente hacia los suyos.
—¿Qué?
—Cuando le hablamos a mi madre. Dijo que, si teníamos alguna esperanza de ser una familia, debíamos enfrentarnos a nuestros defectos y admitir nuestros errores. Ha vuelto esta semana a la terapia y creo que su médico le ha animado a sincerarse con nosotros. Así que ha confesado lo que te hizo. —Su expresión se volvió seria y triste—. Lo siento mucho, Laynie. De verdad. No voy a defenderle. Pero te aseguro que está completamente arrepentido.
—Yo… —Se me hizo un nudo en la garganta—. Maldita sea, Mira, me vas a hacer llorar.
Me agarró de los brazos.
—¡No llores! Si no, voy a llorar yo y esto será un desastre. Basta de charlas serias. Solo quiero decirte que te quiero. Gracias por haber venido.
—No me lo habría perdido por nada del mundo.
Lo de hacer de modelo consistió en algo más que estar allí y sonreír. También tuve que recorrer la pequeña pasarela, posar y volver. Aunque la tienda parecía llena de modelos, solo éramos siete. Pudimos desfilar lo suficiente durante los ensayos, de forma que cuando empezó la fiesta de verdad ya no estaba tan nerviosa como para no poder hacerlo.
Sinceramente, me alegraba sentir otra emoción que no fuese tristeza. Me aferré a ella. Me envolví con ella como si fuese una manta.
A las dos, se abrieron las puertas y empezó la fiesta. No fue un gran evento como el acto benéfico que Sophia Pierce había presidido, pero fue elegante e importante a su modo. Mira era un precioso pajarillo que revoloteaba por la sala hablando con importantes diseñadores de moda y notables clientes a los que había invitado.
También estaba la prensa. Se limitaba solamente a los que habían recibido invitación y se encontraban aislados en una zona junto a la pasarela, con lo cual resultaban menos intimidatorios. Yo no me acerqué en ningún momento lo suficiente a ellos como para que me asaltaran con sus preguntas. Si querían saber algo sobre Hudson y yo, tendrían que preguntarle a él.
¿Lo harían? Cuando apareciera en el candelero con la siguiente chica agarrada del brazo, ¿le preguntarían qué había pasado con aquella encargada de un club nocturno igual que le habían preguntado por Celia delante de mí?
Había tantas cosas repugnantes alrededor de aquel escenario que tuve que bloquearlas con una copa de champán.
A las tres menos cuarto, estaba en fila con las demás modelos a lo largo del escenario. Allí permanecí mientras una a una recorrían la pasarela. Como era la última en desfilar, habría deseado salir desde la parte de atrás en lugar de esperar allí todo el tiempo. Me parecieron horas lo que tuve que estar quieta y sonriendo mientras las demás mujeres desfilaban y posaban. Stacy describía cada prenda, mencionaba a su diseñador y después explicaba todos los arreglos que había hecho la boutique para que el atuendo le quedara perfecto a cada modelo.
Por fin llegó mi turno. Caminé hasta el final de la pasarela con una sonrisa que, sorprendentemente, era auténtica. Sentía mariposas revoloteando en mi estómago mientras me detenía en el extremo y Stacy hablaba de mi vestido. Los fotógrafos me iluminaban con sus flashes, pero la sala estaba a oscuras, como en un típico desfile de modas, y pude ver de verdad los rostros del público mientras recorría la sala con la mirada.
Por eso me fue tan fácil ver a Hudson.
Allí al fondo, apoyado en la pared. Tenía el pelo revuelto y no iba vestido para la ocasión, llevaba una camiseta y unos vaqueros. Tenía los ojos clavados en mí. Bueno, la atención de toda la sala estaba puesta en mí, pero los suyos eran los únicos ojos que yo veía. A pesar de la distancia, incluso pude notar la corriente eléctrica, el hormigueo de mi vientre que animaba a las mariposas a bailar con mayor frenesí que antes.
Fijamos la mirada el uno en el otro y, sin siquiera pensarlo, mi sonrisa se volvió más amplia.
Después Stacy terminó su discurso y el público aplaudió. Era el momento de darme la vuelta y volver a mi sitio, en la parte posterior del escenario. Al darle la espalda, mi repentina euforia desapareció y volvió a caer sobre mí toda la mierda como si se tratara de un camión de grandes dimensiones. El engaño, el dolor, la basura… ¡Se suponía que no debía estar allí!
Aunque yo era la última modelo, tuve que permanecer en el escenario mientras Stacy presentaba a Mira y, después, mientras Mira hablaba de las reformas y daba las gracias. Yo seguía estando en el foco de atención, pero no podía dejar de moverme inquieta y secarme las manos sudorosas en la falda.
«Ha venido. Ha venido. ¿Qué hago?».
Traté de mantener la atención fija sobre Mira, pero mis ojos no paraban de volver a Hudson. Todas las veces, él seguía mirándome. No sería fácil huir. Sobre todo porque no podía salir corriendo sin más. Mi bolso y mis cosas aún estaban en la parte de atrás. Podía dejar mi ropa, pero necesitaba dinero para un taxi o coger mi tarjeta del metro. Aunque él estaba al otro lado de la sala y había muchísima gente. Quizá pudiera escabullirme antes de que llegara junto a mí.
En el momento en que empezó el aplauso final, me puse en movimiento. Con toda la discreción que pude, salí del escenario y fui hacia la parte de atrás esperando que Hudson no me viera y no me siguiera.
O esperando que sí me siguiera. No sabría decirlo.
Por supuesto, mis cosas estaban en el último probador del pasillo, pero conseguí llegar sin que nadie me siguiera. Las manos me temblaban mientras recogía mi ropa del suelo, donde la había dejado. Miré alrededor y me di cuenta de que no tenía nada donde meterla. «Mierda».
Podía cambiarme. O volver luego a por ella.
«Luego».
Al menos debía doblarla, pero no había tiempo. En lugar de eso, la puse sobre la silla del probador, cogí mi bolso del rincón donde lo había dejado, debajo de la ropa, y me di la vuelta para irme.
Pero allí estaba él, ocupando el hueco de la puerta.
Dejé caer los hombros, pero mi estúpido corazón inició un pequeño baile.
Maldita sea, tenía un lío de sentimientos.
Tenía mejor aspecto de cerca. ¿Era posible que hubiese aumentado su atractivo durante el tiempo que llevábamos separados? La camisa azul grisácea se pegaba a sus músculos, que me parecían más marcados de lo que recordaba. Los vaqueros oscuros desgastados colgaban bajo su esbelta cadera. Su mirada era suave y triste y tenía bolsas bajo los ojos parecidas a las de su hermana. Y a las mías.
Y su forma de mirarme…, como si yo fuera algo más que una niña tonta, sensible y destrozada. Como si fuera alguien que le importaba. Como si fuera alguien a quien él amaba.
—Hola —dijo en voz baja.
Su voz era como el sonido de una flauta e hizo que se me pusiera la piel de gallina solamente con una palabra. ¿Sabía que provocaba ese efecto en mí?
Por el modo en que escondía las manos en los bolsillos, lo que le daba un aspecto más infantil e inocente, pensé que no tendría ni idea.
Pero, cualquiera que fuese su aspecto, no era inocente. En absoluto. Incluso resultaba manipulador el hecho de que se hubiese presentado allí.
Crucé los brazos sobre el pecho, como si eso pudiese protegerme de su penetrante mirada.
—Se supone que no deberías estar aquí, Hudson. Mira me prometió que no vendrías.
Apretó los labios.
—Mira no tiene nada que ver con que yo haya venido.
Estaba a punto de decir algo sarcástico, pero de pronto me contuve al recordar dónde se suponía que debía estar él.
—¿No ibas a llevar a Sophia a un centro de desintoxicación?
«Dios, eso sí que era ser directa».
Quise añadir algo más reconfortante, algo que le hiciese saber que lo lamentaba por él, pero temía que mi compasión fuese interpretada como otra cosa. Así que lo dejé como estaba.
—Ya lo he hecho. He vuelto rápidamente. —Dio un paso hacia el interior del probador—. Para poder hablar contigo.
Su tono quedo era muy poco propio de Hudson y eso me desconcertaba.
O era su presencia en general la que me desconcertaba.
Suspiré y cambié el peso de un pie al otro. Debía irme. Pero había cosas que quería oírle decir, aunque luego podía creérmelas o no.
—Si tanto deseabas hablar conmigo, ¿por qué te fuiste ayer?
—Tenía que ir a casa de mis padres para hablar con mi madre. Si me hubiese quedado, no habría sido capaz de marcharme. Ya fue suficientemente duro irme así. —Ladeó la cabeza—. Además, pensaba que quizá sería mejor darte un poco de espacio.
Si seguía diciendo las palabras correctas, estaba jodida.
«¿En qué estoy pensando? Ya estoy jodida de todos modos».
Me recosté sobre la pared que tenía detrás de mí.
—Pero ahora estás aquí. —«Cuando habías prometido que no vendrías»—. ¿Eso es dejarme espacio? —«¿De verdad quiero más espacio?».
Era difícil responder a eso. Por una parte, me parecía como si las paredes del probador se me viniesen encima. Por otra, la distancia entre Hudson y yo me parecía más ancha que el Mississippi.
—No podía seguir alejado de ti. —Por muy lejos que estuviese, sus palabras llegaron a su destino y atravesaron el hielo que rodeaba mi corazón—. ¿Por qué fuiste al loft?
«No podía seguir alejada de ti».
—Porque soy más débil de lo que crees.
Se quedó mirando la pared desnuda que había a nuestro lado mientras se rascaba la nuca.
—Esperaba que no fuese una muestra de debilidad, sino de que aún te importo.
Sus ojos se volvieron hacia mí para ver mi reacción.
Casi me reí.
—Claro que me sigues importando, gilipollas. Estoy enamorada de ti. Me has destrozado el corazón, joder.
Cerró los ojos con un lento parpadeo.
—Alayna, deja que lo arregle.
—No puedes.
—Déjame intentarlo.
—¿Cómo? —Era una pregunta retórica, pues no había respuesta posible—. Aunque encontrara el modo de perdonarte, no podría volver a confiar en ti. Nunca podría creer que estarías conmigo por otra razón que no fuera continuar con tu nauseabundo juego.
Se encogió de dolor ligeramente.
—He dejado todo eso. Ya me oíste.
Me encogí de hombros.
—Quizá también era una farsa. Quizá sabías todo el tiempo que yo estaba allí.
No sabía que yo estaba allí. Su expresión de sorpresa al verme fue real. Pero seguía habiendo azotes de amargura en mi interior que aún tenía que expurgar.
—No crees eso que estás diciendo.
Hice un sonido gutural de desaprobación.
—Es difícil creerte nada después de que me hayas mentido tanto.
—Que conste que no te mentí en cuanto a nosotros —dijo agachándose para mirarme a los ojos—. Todo lo que te he dicho y he hecho ha sido sincero.
—Todo lo que rodeó nuestra farsa de fingir que éramos novios era mentira.
—Sí, pero solo eso. Cada caricia, cada beso, cada momento compartido por los dos, preciosa…, nada de eso fue fingido. No quería fingir contigo. Quería que cada experiencia contigo, cada momento, fuese absolutamente real. Eres la primera persona a la que he dejado entrar en mí, la primera que ha visto quién soy yo de verdad entre tanta mentira. —Bajó el volumen de su voz al mínimo—: Eres la primera persona a la que he amado en toda mi vida, Alayna. Y sé que serás la última.
Sus palabras me hacían daño. Eran lo que siempre había deseado escucharle y más que eso. Pero ¿cómo era el dicho? Si me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos, es mía.
—No lo sé. —Apreté los dedos contra mi frente—. No lo sé, no lo sé. No creo que pueda creer nunca que de verdad sientes lo que dices que sientes.
Avanzó otro paso hacia mí.
—Estoy seguro de que es así. Pero se me ha ocurrido una forma de demostrarte que estoy consagrado a ti. —Otro paso y ya estábamos a unos centímetros de distancia—. Alayna, cásate conmigo.
Levanté los ojos de repente.
—¿Qué?
—Cásate conmigo. Ahora mismo. Mi avión ya está listo y nos espera en la pista. Lo único que tienes que hacer es decir que sí y nos iremos a Las Vegas.
—¿Qué? —Estaba demasiado sorprendida para decir nada más.
—Sé que te mereces un largo periodo de compromiso y una boda en condiciones. Y podemos volver a hacerlo cuando quieras. Pero ahora mismo sé que necesitas confianza.
Movía las manos hacia todos lados mientras hablaba, totalmente fuera de sí. ¿Estaba colocado? ¿Nervioso? ¿Loco?
—Necesitas una confirmación de que estoy comprometido contigo, Alayna, y no se me ocurre mejor modo de demostrártelo que casándome contigo. Firmando un contrato por escrito que declare que soy tuyo y que prometo amarte siempre.
Me decidí por lo de loco.
—Hudson, estás chiflado.
—Y sin separación de bienes. —Se secó las manos en los vaqueros. ¿Estaba sudando? Desde luego, yo sí—. Estoy dispuesto a darte todo lo que tengo, a convertirme en una persona vulnerable, igual que tú misma hiciste una y otra vez.
—¿Sin separación de bienes? Definitivamente, ahora sí que está claro que estás loco.
Y yo también estaba loca simplemente por continuar con aquella conversación.
—Sí, estoy loco. Loco por no tenerte en mi vida. —Se pasó las manos por el pelo—. Tú eres la única persona que me ha convertido en alguien mejor. Y ahora me tienes cogido por los huevos, Alayna, en todos los sentidos. Porque si dices que no, si me das la espalda, habré perdido todo lo que tiene algún significado en mi patética justificación para vivir. Pero si dices que sí, tendré que ser yo quien tenga que confiar en ti. Podrías estafarme si quisieras. Simplemente podrías casarte conmigo ahora y divorciarte después, y la mitad de lo que poseo sería tuyo.
Como si su dinero significara algo para mí.
—No estoy interesada en tu…
—Lo sé —me interrumpió—. Sé que nunca te aprovecharías de mí de esa forma. Pero la cuestión es que podrías hacerlo. —Daba vueltas por la pequeña habitación—. Este es el único modo que se me ocurre de demostrarte que estoy dispuesto a hacerme vulnerable ante ti. Que confío en ti. —Se dio la vuelta para mirarme de nuevo—. Y que, aunque no me lo merezco, estoy decidido a luchar por recuperar tu confianza. Aunque dedique a ello el resto de mi vida.
Estaba conmocionada. Se arremolinaban en mí tantos pensamientos y emociones que no tenía ni idea de qué sentir ni pensar. De la inmensidad de reacciones que pretendían salir de mí, elegí una al azar:
—Qué proposición de matrimonio tan romántica: cásate conmigo para demostrarte que puedes confiar en mí.
—No, Alayna. —Su voz se volvió más intensa—: Cásate conmigo porque te quiero. Más que a mi propia vida. —Se enderezó delante de mí—. Cásate conmigo hoy para poder demostrarte que lo digo de verdad.
—Hudson, esto es una locura. —Ni siquiera tenía anillo—. Has destruido todo lo que teníamos juntos. No puedes arreglarlo pidiéndome de repente que me case contigo de buenas a primeras.
—¿Por qué no? —Estaba desesperado, tanto su voz como su lenguaje corporal lo delataban—. ¿Por qué no? —Sacudió las manos delante de él para darle más énfasis—. Estamos hechos el uno para el otro. A pesar de todos los errores que hemos cometido…, que he cometido…, no puedes negar que somos mejores cuando estamos juntos. —Apoyó el peso de su cuerpo sobre una cadera—. Tú admites que me quieres. Y yo te quiero. ¿Qué es lo que nos mantiene separados? ¿El hecho de que nos hemos hecho daño el uno al otro? ¿Puedes decir sinceramente que sientes menos dolor cuando no estoy a tu lado? Viniste al apartamento, Alayna. Sé que sigues pensando en mí. —Juntó las manos por la punta de los dedos índices—. La única razón lógica que puedes darme para no estar conmigo es que no te fías de que esté enamorado de ti de verdad. Cásate conmigo y no tendrás dudas. —El tono de su voz bajó una vez más y sus ojos me miraron suplicantes—: Cásate conmigo, por favor.
Yo había pensado en ello. Más de una vez. Había pensado en un para siempre jamás con Hudson Pierce. Y él había dado muestras de ello anteriormente. Si de verdad creía lo que decía de que la mayor parte de nuestra relación había sido real, entonces su propuesta no parecería surgida de la nada.
Y sí que creía que la mayor parte había sido real. No solo porque quería creerlo, sino porque para mí lo había sido. El modo en que yo lo amaba no existía en una relación desigual. Esa habría sido la falsa atracción que yo había sentido antes por los hombres. Conocía la diferencia. No, este tipo de amor solo crecía a partir de la reciprocidad. La falsedad que hubiese podido haber entre los dos no estaba en nuestro amor.
Pero a pesar de lo que yo había pensado y sentido, había más cosas entre los dos que no me había dado tiempo a asentar. Más cosas que no habían cicatrizado. Involucrarme de nuevo en algo con Hudson, más si era un matrimonio —¡un matrimonio!—, sería como tumbarse al sol mientras aún te estás recuperando de una quemadura.
«Pasos de bebé».
El matrimonio no era dar un paso de bebé. Además, sinceramente, ni siquiera sabía aún si los pasos que quería dar eran en esa dirección. En dirección a él.
Estaba esperando mi respuesta.
Se la di.
—No.
—¿No?
Su expresión reflejaba más confusión que decepción.
Hudson rara vez escuchaba la palabra «no». Seguramente le impactaría escucharla cuando más deseaba la respuesta contraria.
—No —repetí—. No. —Me enderecé—. ¿Crees que puedes arreglarlo todo entre nosotros pidiéndome que me fugue contigo? Ya me resulta bastante difícil mirarte ahora mismo. ¿Por qué piensas que voy a querer casarme contigo? —Abrió la boca y levanté la mano para callarle—. No hables. No quiero ninguna respuesta. Necesito decir algunas cosas. Sí, fui al apartamento porque te echaba de menos. Te echaba de menos desesperadamente. Pero si llego a tener la menor idea de que ibas a estar allí, habría buscado el modo de resistirme. Me alegro de haber ido porque he descubierto algunas cosas que necesitaba saber. Te doy las gracias por lo que has hecho. Pero eso no nos cambia a ti y a mí. Solo me facilita que quizá algún día pueda ponerle un final.
—No hables de final, Alay… —Se interrumpió al darse cuenta de que aún no había terminado—. Perdona. Continúa.
Su disposición a someterse a mí casi me destrozó. Tenía que resultarle difícil concederme la palabra. Eso le hizo ganar un punto.
Pero estaba tan atrás en el marcador que un mísero punto apenas cambiaba nada.
Tomé aire y seguí:
—Aun cuando pudiera confiar en ti, Hudson, no querría casarme con un hombre solo porque después de engañarme se siente mal. Y menos en Las Vegas. Querría que asistieran a la boda mi hermano, Mira, Adam y Jack. E incluso Sophia.
Su expresión se volvió esperanzada.
—¿Quieres que mi familia vaya a tu boda? ¿Significa eso que tengo alguna posibilidad de ser el novio?
—Hace un tiempo, sí. Pero ahora… —«Qué difícil es decirlo»—. Ahora no veo el modo.
Aunque me dolió pronunciar aquellas palabras, fue Hudson el que parecía defraudado. Cerró los ojos y retorció la boca mientras todo su cuerpo se encorvaba. Me sorprendió ver cómo habían cambiado las tornas. ¿No era normalmente él quien ejercía el control emocional mientras yo me quedaba confundida? ¿No era él quien permanecía tranquilo y fuerte mientras yo me desmoronaba?
Lo extraño es que no me sentía mejor por estar al otro lado. Porque, aunque parecía que yo tenía el control, por dentro estaba hecha un lío.
¿Era esto lo que se sentía siendo Hudson Pierce?
No podía seguir pensando en ello. En nada de aquello. Era hora de bajarme de aquella montaña rusa emocional y pasar la puta página.
No había modo de llegar a la puerta como no fuera a través de él.
—Ahora me tengo que marchar, Hudson.
No hizo nada por moverse.
—Alayna, sigamos hablando de esto. Si no vale este, quizá podamos pensar en otro plan. O en ninguno en absoluto. Solo hablar contigo ya es agradable.
—No puedo. Tengo que irme.
Había terminado.
—Alayna…
—Por favor —la voz se me quebró—, deja que me vaya.
Despacio, a regañadientes, se apartó de mi camino. Pero justo cuando iba a salir por la puerta, se puso delante de mí. Colocó las manos a cada lado del marco, sin tocarme, solo obstaculizándome el camino.
—No. No voy a dejarte marchar nunca. —Sus palabras eran pura emoción—. Voy a dejar que te marches ahora, pero no voy a rendirme contigo. Lucharé por ti como nunca en mi vida he luchado por nada. Pelearé hasta que no tengas más remedio que creer que te quiero con todo mi ser.
Estaba tan cerca que podía olerlo, respirarlo, del mismo modo que había hecho con su almohada en el loft. Pero esto era mucho mejor, porque era él de verdad. El calor se desprendía de él y me atraía hacia sus brazos. Si me inclinaba un poco hacia delante, caería en sus brazos.
Y con las cosas que estaba diciendo —su voluntad de luchar por mí— resultaba difícil resistirse.
Entonces recordé el consejo de Liesl esa misma mañana. Era demasiado pronto. Necesitaba más tiempo.
—Hudson —mantuve los ojos en el suelo, incapaz de mirarle a la cara—, deja que me vaya.
Esperó un segundo, pero a continuación dio un paso atrás y yo me deslicé a su lado, con cuidado de no tocarle, aunque cada célula de mi cuerpo ansiaba precisamente eso.
Conseguí mantener la cabeza alta mientras me alejaba de él, incluso cuando me gritó desde atrás:
—No voy a rendirme, Alayna. Te demostraré quién soy. Ya lo verás.