Capítulo veintiuno

Al día siguiente no me sentía más fuerte, pero sí decidida.

Planear el futuro seguía pareciéndome abrumador, pero podría enfrentarme al presente. «Pasos de bebé». Es lo que había aprendido durante la terapia. Y era algo que sabía hacer.

Cogí lápiz y papel y pormenoricé cada hora. Verlo por escrito me ayudaría y de ese modo no pensaría que estaba suponiendo más de lo que en realidad era. Empecé por la parte inferior de la página, pues ya había decidido ir al club.

«De 8 de la tarde a 3 de la mañana, trabajo», escribí.

Antes de eso iría a una sesión de grupo. Busqué por Internet y encontré una a las seis de la tarde. «Perfecto». Lo anoté encima de mi turno de trabajo.

En la parte superior de la página escribí: «Desayunar, ducharme y vestirme».

Después: «Entrar a hurtadillas en el ático para coger algo de ropa».

Incluso escribir esto último había resultado difícil. Decir que parecía desmoralizante era un eufemismo. The Bowery había sido el lugar donde Hudson y yo habíamos empezado a compartir de verdad nuestra vida. Estaría lleno de recuerdos dolorosos.

Pero repasar los recuerdos y enfrentarse a ellos… formaba parte de la curación.

Seguir la primera línea de deberes fue más fácil de lo que esperaba. Conseguí no vomitar el desayuno y encontré unos pantalones cortos con cordón ajustable en el cajón de Liesl que no se me caían por la cintura.

—¿Quieres que vaya contigo? —se ofreció Liesl mientras mordisqueaba un bollo.

—No. Tengo que hacerlo sola. —Me recogí el pelo todavía húmedo en una coleta—. Te necesitaré la siguiente vez, cuando vaya a recoger todas mis cosas. Pero ahora solo voy a entrar corriendo a preparar una bolsa que me sirva para unos días. Me sentiré bien cuando pueda ponerme bragas otra vez. —Me puse de pie y miré mis pies desnudos—. Mierda. Solo tengo los zapatos de tacón de la fiesta.

—Te presto unos.

—No calzamos el mismo número.

Liesl era mucho más alta que yo y más corpulenta. Si no fuera por el cordón, se me estarían cayendo los pantalones cortos.

Se quitó de un puntapié las chanclas que llevaba puestas.

—Puedes llevarte estas. Sirven para varias tallas.

—Bueno. —Deslicé los pies dentro. Servirían—. Vale. Me voy. Deséame suerte.

—No necesitas suerte. Tienes esto. —Me atrajo hacia sí para darme un abrazo—. ¿Estás segura de que no estará allí?

—Sí.

Había llamado a Norma para preguntárselo. Ella había hablado con la secretaria de Hudson y me dijo que estaría reunido en su despacho toda la tarde. Además le había dicho a Liesl que no se estaba quedando en el ático. Si le creía, lo cual no acababa de convencerme, no iría al ático bajo ningún concepto. Posiblemente, ni siquiera habría vuelto desde que había regresado de Los Ángeles. Suponía que eso lo descubriría pronto.

Como aún era temprano, me tomé mi tiempo antes de ir al ático. Cogí el metro en lugar de un taxi y no corrí cuando hice el transbordo. Pero a pesar de que me esforcé en perder todo el tiempo que pude, al final llegué a mi destino.

Los recuerdos aparecieron antes de entrar en el edificio. Me quedé fuera observando las letras grabadas en la piedra encima de la puerta. «The Bowery». En muchos aspectos era como la primera vez que había estado allí, cuando me sentía nerviosa e inquieta y no sabía qué era lo que me esperaba dentro. Pero en aquel entonces en mi estómago revoloteaban mariposas. Ahora estaba lleno de piedras. Aunque en las dos ocasiones mi vientre había estado en movimiento, había una clara diferencia de gravedad. Una sensación me levantaba el ánimo. La otra me hundía y me anclaba a mi triste realidad.

Tras tomar una última bocanada de aire fresco, entré.

Mientras subía en el ascensor, decidí ser práctica en lo que tenía que hacer. En cuanto abrí la puerta del ático, me dirigí directamente a mi armario. Me puse ropa interior, un vestido y unos zapatos adecuados para ir a trabajar. Después preparé un bolso de viaje con unas cuantas prendas para pasar la siguiente semana. Había terminado y estaba lista para salir en menos de quince minutos.

Sin embargo una repentina oleada de nostalgia me impidió marcharme sin echar un último vistazo. Me dije a mí misma que era lo mejor, por si veía algo que quería llevarme.

Sí, así era.

La casa estaba casi exactamente igual que la había dejado, salvo que la mujer de la limpieza había pasado por allí. Los cubos de basura y el lavavajillas estaban vacíos. La única señal de desorden se encontraba en los libros que yo había sacado en la biblioteca. Todo limpio e inmaculado. El apartamento parecía vacío, abandonado. Solo. La calidez que lo había llenado en otro tiempo había desaparecido. Parecía un escenario. Como una casa piloto en la que en realidad no vive nadie. Como si allí no hubiese ocurrido nada especial ni hermoso.

Podría ser la casa de cualquiera. Nada nos reflejaba. ¿Cómo es que antes nunca me había dado cuenta de eso?

Supuse que esa sensación de vacío era adecuada.

Sin embargo, hizo que mi pena aumentara. Me había preparado para entrar y encontrarme con los fantasmas de nuestro pasado. Lo que me sorprendía era que no los hubiera.

De repente sentí la desesperación de buscar en algún sitio una huella nuestra, donde fuera. Dejé el bolso y corrí de nuevo a nuestro dormitorio. Me lancé sobre la cama hecha y enterré la cara en una almohada. Parecía limpia. Habían cambiado las sábanas después de la última vez que habíamos dormido allí juntos. En el armario de Hudson solo vi percheros con ropa limpia y un cesto vacío. Finalmente, en el baño, encontré un bote de su gel. Lo abrí y aspiré su olor.

Las rodillas me flaquearon. Dios, era él, pero a la vez no lo era. Aquel olor se introdujo en mi piel y volvió a despertar su recuerdo, reavivando sensaciones que quería olvidar.

Pero en ese momento no quería olvidar. Quería abrazarme a todo lo que me quedaba de él. Y aquel olor no era suficiente. Faltaba lo más importante. Quería más, lo quería todo. Y no podía encontrarlo allí.

Reconocí de inmediato aquella sensación, la necesidad desesperada. Podía hacer que desapareciera si me esforzaba, si me centraba, si me concentraba en mi lista de tareas sustitutivas.

Pero no quería hacerlo. Quería seguir aquel deseo, dejar que me llevara adonde necesitaba ir. Por una vez quise ceder en lugar de enfrentarme constantemente a ese impulso. Quería caer en el consuelo de los viejos hábitos y dejarme engullir por ellos.

Tal vez, solo un día, pudiera dejarme llevar. Podría ir al loft, meterme a escondidas mientras Hudson estaba en sus reuniones y sentirle en la casa donde estaba viviendo. Buscar restos de su existencia. Olerle, sentirlo.

No era sano, pero solamente sería esta vez. Una sola vez no me destruiría. Y después podría pasar página, asistiría a mi sesión de terapia de grupo y volvería a encarrilarme. Así mi nueva vida, mi vida sin Hudson, podría empezar de verdad.

Eso me parecía estupendo. Como un placer inconfesable. No era peor que comerse un helado entero Ben and Jerry’s directamente de la tarrina. Sin pensarlo dos veces, decidí hacerlo. A continuación paré un taxi y me dirigí al edificio de Industrias Pierce antes de que pudiera cambiar de idea.

Menos mal que Norma me había contado lo de la reunión de Hudson por la tarde. Así, la probabilidad de encontrarme con él no sería un problema. Estaría inmerso en su trabajo sin saber que yo me encontraba justo encima. De esta forma era más atractivo.

En cuanto abrí la puerta del loft, lo sentí. Lo que había estado echando de menos. La presencia de Hudson. Flotaba en el aire, no solo su olor, sino su calor. El vello de los brazos se me puso de punta y sentí un hormigueo en la piel. Era exactamente lo que estaba deseando.

Dejé el bolso de viaje junto a la puerta y exploré aún más, recordando el lugar que habíamos compartido nuestra primera vez. Deslicé la mano por el respaldo de su sofá de piel al pasar. Después pasé la otra mano por los papeles de su mesa mientras me adentraba en el loft. En la parte de atrás encontré el ascensor privado. Llevaba solo a un lugar. A su despacho. Así de cerca estaba. Coloqué la mano sobre el frío metal.

Qué cerca. Qué lejos.

En la cocina me detuve junto a una taza medio vacía de café que estaba en la barra. «Ha bebido de aquí». Sus labios habían tocado el borde. Levanté la taza hasta mi cara, la apreté contra mi mejilla. Estaba fría, pero pude imaginármela caliente. Le imaginé sorbiendo de ella suavemente, con cuidado.

Sabía que me estaba comportando como una loca, pero no me importó. No podría dejar de hacerlo aunque me hubiera importado.

Enseguida me dirigí al dormitorio. La habitación a la que me había llevado por primera vez. Él me había parecido tan increíble como abrumador. Lo había sentido fuera de mi alcance y, sin embargo, no pude evitar tratar de encajar en su mundo del modo que él quería.

Mis ojos se fijaron en el baño. Si entraba ahora, ¿seguiría presente el aroma de Hudson limpio desde su ducha de la mañana? Entraría después.

Primero la cama…

Me tumbé sobre el colchón. Esta vez, cuando aspiré lo encontré presente de forma evidente. Abracé con fuerza la almohada y cerré los ojos, aspirándolo, exhalándolo y aspirándolo. Y exhalándolo. Aquel olor me tranquilizó, me calmó. El dolor de mi pecho se alivió muy ligeramente. La tensión que sentía tras las sienes se redujo. Por primera vez en varios días, me sentí bien.

Cerré los ojos y dejé que la fantasía me invadiera. Me permití olvidar el dolor y la traición y fingí que Hudson y yo podríamos volver a estar juntos en todos los aspectos en los que lo habíamos estado. Imaginé sus labios sobre mí, besos imaginarios a lo largo de mi cabello y de mi torso que me provocaron escalofríos en la espalda y que hicieron que los dedos de los pies se me encogieran. Adorándome físicamente, pero con tal concentración y atención que ese esfuerzo debía provenir del amor puro y verdadero.

Seguía tumbada en la cama, perdida en mi ensoñación, cuando el ascensor privado llegó a la habitación de al lado.

Abrí los ojos de repente. ¿Me lo había imaginado?

Entonces la voz de Hudson invadió el aire:

—¡Joder!

Estaba hablando con alguien. No había subido solo.

Me levanté de la cama como pude y me agaché en el suelo mientras pensaba qué hacer. Sonaba como si estuviera en la parte de atrás del apartamento, cerca de la cocina. Gateé hasta la pared junto a la puerta. Desde allí podría asomarme para hacerme una idea de la situación sin que me vieran desde la sala de estar. Mientras no entraran en el dormitorio, no pasaría nada.

Pero si entraban en el dormitorio…

Haciendo acopio de valor, me asomé y vi a Hudson de pie delante del frigorífico abierto. Cogió una botella de agua y se volvió hacia su acompañante, hacia mí.

Escondí la cabeza tras la esquina. «¿Me ha visto?». No, no lo creía.

«Mierda, mierda, mierda». Lo único que podía hacer era soltar palabrotas. Además de rezar.

Y escuchar a escondidas.

—Hacía tiempo que no venía aquí. —No había tenido oportunidad de ver a la visita, pero supe quién era por su voz—. Había olvidado el buen trabajo que realicé en esta casa. —«Celia Werner».

Sentí que el pecho se me tensaba y que mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas.

Yo le había dejado apenas una semana antes ¿y ya la estaba llevando a su loft? ¿Por qué? ¿Para celebrar mi ruina? ¿Para planear su próxima caza?

¿Para «conectar»?

Cada una de estas posibilidades era peor que la anterior. Aquello era una angustia añadida. Sal sobre la herida. Una lección que me enseñaría a no volver a dejarme llevar por mis deseos.

Los tacones de Celia sonaron sobre el suelo de cemento.

«¿Adónde va?». Contuve la respiración mientras el corazón me latía a toda velocidad. Quizá debería esconderme en el baño. No me verían si iban hacia allí. Pero entonces no podría oír lo que dijeran. Además, si necesitaban la cama…

Dios, no podía pensar en eso.

—¿Recuerdas que tuve que convencerte para que te decidieras por el sofá de piel? —preguntó ella.

Estaba en la sala de estar. Si se quedaban ahí, podría salir de esta.

—No hemos venido a recordar viejos tiempos. —La voz de Hudson sonaba fría.

Los pasos de ella se detuvieron.

—¿Para qué hemos venido?

«Sí, Hudson, dilo». Aunque no estaba segura de querer enterarme.

—Porque tenemos que hablar de algunos asuntos. Y no es apropiado tratarlos en mi despacho.

—Entonces no puedo evitar pensar en los viejos tiempos. En otras conversaciones que no era apropiado mantener en tu despacho. Sus tacones volvieron a sonar y a continuación se detuvieron. Después la piel del sofá chirrió cuando ella tomó asiento.

Yo dejé escapar el aire de mis pulmones que llevaba un rato aguantando.

Ahora eran los zapatos de Hudson los que sonaron en el suelo.

—Si quieres revivir aquella época, hazlo tú sola. —Su voz se oía más cerca.

«¡Mierda! ¡Joder! ¡Es imposible!». Se dirigía hacia mí.

Entonces oí el tintineo del hielo en el vaso. Despacio, giré la cabeza. Ahí estaba, ni a tres metros, preparándose una copa en la barra. Si alzara la cabeza, me vería.

Me quedé inmóvil, sin pestañear, sin respirar siquiera. Deseaba fundirme con la pared. El corazón me palpitaba con tanta fuerza que estaba segura de que Hudson podía oírlo.

Pero no lo oía. Terminó de prepararse la copa y a continuación volvió a girarse hacia Celia.

—Vamos, Huds. —Su tono de voz era juguetón, justo lo contrario que el de él—. Te comportas como si nunca nos lo hubiésemos pasado bien juntos.

—De eso hace una eternidad, Celia. —Aunque seguía a solo unos pasos de distancia, su voz sonaba lejana—. Es hora de pasar página.

Celia se rio.

—¿Por ella?

—¿Por quién? ¿Por Alayna? —Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Dios, cuando pronunciaba mi nombre, aunque hablara con otra persona, tenía el mismo efecto que si me lo dijera a mí—. Sí. Y no. —Hizo una pausa—. Ya no estamos juntos.

Oírselo decir fue tan doloroso como cuando yo se lo había confesado a Mira. La verbalización lo hacía más real. Más definitivo.

Celia pareció encantada con la noticia.

—¿Se supone que debo entristecerme?

—¿Por qué iba a esperar algo así? Al fin y al cabo, eso era lo que querías.

Se movió hacia delante y desapareció de mi vista. Entonces hubo otro sonido de muebles. Supuse que se había sentado en el sillón que estaba frente a ella.

Me esforcé por escuchar lo que decían mientras mi mente daba vueltas. ¿Debía pasar corriendo al otro lado del marco de la puerta? Si él volvía a la barra, lo mejor sería estar bien escondida. Pero si alguno de los dos iba al baño de invitados, era fácil que me vieran.

—No —dijo Celia—. Lo que quería era que ella se volviera loca después de vuestra ruptura y regresara a su trastorno obsesivo.

Decidí quedarme quieta.

—Pues eso no va a ocurrir. Es más fuerte de lo que pensabas.

A pesar de eso, ahí estaba yo escondida en el dormitorio de Hudson, porque había hecho exactamente lo que ella había predicho y me había vuelto a convertir en una acosadora. Me desinfló comprobar que pensaba lo contrario, que no supiera que podía destrozarme. ¿Él no sabía lo mucho que significaba para mí?

Si Hudson no lo sabía, Celia sí. Puede que se tratase de una cuestión de mujeres.

—Quizá. No sé si creerlo. ¿Cuánto tiempo hace de la ruptura?

—Unos cuantos días.

—Ah, dale tiempo. Volverá. Esa chica estaba locamente enamorada de ti. No va a desaparecer tan fácilmente. No es de esas.

Me avergoncé al ver la precisión con la que me describía. Decidí que eso me serviría de estímulo para permanecer fuerte. De lo contrario, ella ganaría. Técnicamente, ya había ganado. Al fin y al cabo, yo estaba allí. Pero, si ella no se enteraba, tampoco podría considerarlo una victoria, ¿verdad?

—Celia, ya basta.

La brusca orden de Hudson atrajo mi atención.

—¿Sigues empeñado en decir que estás enamorado de ella?

Aquella pregunta me puso el vello de punta. «Él le ha dicho que me amaba…», ¿significaría eso que en el fondo había algo verdadero?

Hudson no respondió con palabras, pero debió de afirmar con un gesto, porque Celia se burló:

—Eso es ridículo, Hudson. Tú no te has enamorado nunca de nadie. No está en tu naturaleza. Sientes fascinación por ella, solo Dios sabe el motivo. Pero eso no es amor.

—¿Qué sabrás tú de amor?

Él nunca me había hablado en un tono tan severo. Ella volvió a reírse.

—Todo lo que me has enseñado… es una fugaz emoción que puede ser manipulada e inventada. No es real. Nunca lo es.

—Ya va siendo hora de que te busques otro profesor. Ya no creo en nada de eso.

Me recogí las piernas contra el pecho. Hudson ahora creía en el amor… ¿por mí? Este descubrimiento me llegó al corazón y me suplicó que reconsiderara el estado de nuestra relación. ¡Cuánto deseaba aferrarme a su amor! Quería convertirlo en una nueva oportunidad para que volviéramos a estar juntos.

Pero no podía. Me había engañado demasiado. No importaba que estuviera enamorado. Se lo merecía. Era la recompensa justa. Su karma.

—Quizá debería ser yo la profesora durante un tiempo —sugirió Celia—. De todos modos, ya es hora de cambiar el juego.

Se oyó el tintineo de los hielos. Quizá Hudson estuviese agitando su copa. Después, una pausa mientras bebía.

—Ya no quiero seguir jugando, Celia.

—Dijiste lo mismo con Stacy. Y terminaste cayendo otra vez.

—Ese juego fue cosa tuya. Yo te concedí fingir un rato. Eso fue todo. Y no por ti. Fue por ella. No sé hasta qué punto estuviste jugando con ella, pero había llegado el momento de que lo dejaras. Sabía que con ese beso todo terminaría.

—¿Estás tratando de convencerme de que también sentías algo por Stacy?

—Estabas utilizando mi nombre para fastidiar a la ayudante de mi hermana. Al final, eso terminaría volviéndose en mi contra. Y era una buena chica. No se lo merecía.

Dialogaban rápidamente, uno detrás del otro.

Entonces hicieron una pausa, quizá porque Hudson estaba dando otro trago a su copa.

—Esas son las únicas razones por las que te ayudé en esa ocasión —concluyó después.

Sus palabras se quedaron flotando en el aire. Fueron cayendo sobre mí despacio. Me cabrearon. No quería pensar que él fuera el héroe de aquella situación, de ninguna. Así que él había participado en aquel engaño para ayudar a Stacy. La podía haber ayudado de otros muchos modos. Eso no era suficiente para redimirlo.

Oí crujir el sofá. Quizá solo fuera Celia inclinándose hacia delante, pero me puse en tensión, temiendo que volviera a levantarse.

Sin embargo no se oyó ninguna pisada, solo la voz de ella:

—¿Y por qué aceptaste participar en el juego de Alayna? No me digas que fue una excusa para estar con ella. —Hudson debió de asentir, porque a continuación Celia dijo—: Mentira. Eres tú, Hudson Pierce. De todas formas, habrías encontrado cualquier otro modo de estar con ella.

—En cuanto yo mostrara algún interés por ella, tú también lo harías. Participar en tu juego era el único modo de protegerla.

—Lo que tú digas. —Celia repitió lo que yo estaba pensando—: Si es cierto que pensabas que tu interés por ella me atraería, el mejor modo de protegerla habría sido huir de ella. Lejos y a toda velocidad. No me lo creo. Querías jugar.

Odiaba admitir que ella y yo éramos del mismo parecer, pero así era. Lo que me sorprendió fue la respuesta de Hudson:

—Tienes razón. Tenía que haber salido corriendo. No pude. Así que elegí la segunda mejor opción.

Recordé la primera vez que había visto a Hudson, en la barra del club. Entonces supe de inmediato que se trataba de alguien de quien tenía que huir. Incluso las palabras «lejos y a toda velocidad» se me pasaron por la mente en aquel momento. A pesar de lo que me decía el instinto, aunque conocía mis defectos y mis puntos débiles, de todos modos fui detrás de él.

¿Podía culparle de haber hecho lo mismo?

—Yo no quería jugar con ella —insistió él a continuación—. No quería jugar nunca más.

Más movimientos. Después, Hudson volvió a la barra.

«¡Tenía que haberme movido! ¡Tenía que haberme movido!». El pulso se me aceleró y de nuevo contuve la respiración.

—No lo dices en serio, Hudson.

Celia también se puso de pie, sus tacones la delataron.

«Por favor, que no se ponga a su lado». Al menos Hudson estaba concentrado en su copa. Ella me vería seguro.

Por suerte se quedó donde estaba.

—¿Recuerdas lo que se siente? —le preguntó ella—. El chute de adrenalina. Planificar una escena sabiendo exactamente cómo va a transcurrir, porque has estudiado tan bien a los personajes que sabes lo que van a hacer. No hay nada igual.

—¡Estás destruyendo la vida de esas personas!

—¡Tú me enseñaste!

—Entonces apréndete bien esta lección: me equivocaba. Me… equivocaba.

Sus palabras iban y venían. El corazón seguía golpeándome el pecho mientras discutían. Estaba emocionada, entusiasmada viendo cómo se enfrentaba a ella.

¿Eso significaría que la consideraba una enemiga más peligrosa que él? Porque quería vencerla.

Hasta esa misma tarde, pensaba en los dos como una pareja. Tal para cual. En ese momento mis sentimientos estaban cambiando ligeramente.

Hudson se giró otra vez para mirarla.

—Celia, de todas las vidas que he destruido, de lo que más me arrepiento es de lo que he hecho con la tuya. Pero ya no puedo seguir responsabilizándome de eso. Tienes que decidir ya quién quieres ser. Yo no voy a ser así.

Las malditas lágrimas acudieron de nuevo a mis ojos. No quería moverme mientras siguiera estando en su campo de visión, así que dejé que cayeran libremente. Si era verdad…, si de verdad había acabado con sus juegos…, en fin, eso me hacía sentirme orgullosa.

Lo que no sabía era por qué cojones me importaba.

—Entonces lo dejas —contestó Celia resignada—. Muy bien. Yo no. Además no he terminado con el experimento de Alayna Withers.

El estómago se me revolvió. Mi ruptura con Hudson debería haberme concedido un indulto en sus juegos. Nunca me libraría de ella, ¿verdad?

Hudson pensaba que sí.

—Desde luego que has terminado con Alayna. —Dio un paso hacia el interior de la estancia, saliendo de nuevo de mi campo de visión—. Y no me vengas con lo de que tú juegas para ganar. Se me ocurren algunas ocasiones en las que has perdido. Has perdido mucho, si mal no recuerdo.

—Eso es una crueldad.

La verdad es que parecía dolida. No sabía que esa mujer tuviera sentimientos.

—Ah, pero ¿no es uno de los requisitos para jugar a esto? —Su tono repugnante y cáustico me asustaba tanto como me animaba. Me daba miedo oír a Hudson hablar así, pero era un placer que lo hiciera con mi enemiga—. Cuéntame. Siento curiosidad —dijo Hudson—. ¿Cuál era exactamente tu plan con Alayna? Después de que yo me alejara y rompiera con ella, elaboraste la estratagema de hacerte su amiga y tenderle una trampa. Cuando eso falló, ¿qué venía luego? Los libros con las citas, el acoso… ¿Qué ibas a conseguir con eso?

Juro que oí cómo Celia se encogía de hombros.

—No lo sé. Llevarla hasta el abismo. Conseguir que dudara de ti. Apartarte de ella.

Hudson se rio.

—Eso me parece dar palos de ciego. Especular. No era así como jugábamos.

—Funcionó, ¿verdad? Ya no estáis juntos.

Cómo deseaba quitarle ese tono alegre de una patada. Esta era otra de las peores consecuencias de haber roto con Hudson: Celia lo consideraba una victoria.

Pero él no iba a dejar que se llevara esa alegría.

—Aunque no lo creas, no ha tenido nada que ver con lo que has hecho tú.

—¿En serio? Estaba segura de que cuando le dije que éramos amantes fue la gota que colmó el vaso. Sobre todo cuando le di pruebas.

—¿Qué pruebas ibas a darle de algo que nunca ha pasado?

Aunque él me había asegurado que nunca habían estado juntos, yo aún seguía teniendo mis dudas. Su palabra ya no significaba nada. Pero en ese momento…, en ese momento supe que era verdad. Nunca habían tenido una relación amorosa. Al menos eso era verdad.

—Le dije que conmigo utilizabas el mismo apelativo cariñoso que con ella. Eso… la… dejó… hecha… polvo.

—A simple vista, fue ella la que te dejó hecha polvo a ti.

—Cicatrices de guerra —contestó Celia en tono desdeñoso.

«¡Su cara!». Casi me había olvidado. Maldita sea, deseaba ver los resultados de mi puñetazo.

—¿A qué apelativo te refieres?

Solo por esa pregunta comprendí que él nunca se lo había dicho a ella. Giré la cabeza hacia el hueco de la puerta, ansiosa por oír lo que pasaba a continuación.

—«Preciosa» —contestó ella.

—¿Cómo narices sabías tú eso? —Estaba furioso.

Así que había sido solamente nuestro. Por fin tenía algo a lo que agarrarme. Eso, el nombre con el que me llamaba, sería el recuerdo que me llevaría como auténtico y verdadero.

—Le pedí el teléfono un día que estábamos comiendo juntas. Vi algunos mensajes que os habíais intercambiado. La llamabas «preciosa».

«Menuda puta de mierda». Quería levantarme y ponerme gritar desde el otro lado de la habitación. Casi merecía la pena salir de mi escondite.

Casi.

La expresión de Hudson debió de indicar que aquello no le gustaba, a juzgar por lo que Celia dijo después:

—Ah, vamos. Fue una buena jugada. Una jugada muy buena, joder. ¿Y dices que no tuvo nada que ver con vuestra ruptura?

—No. Sinceramente, creo que ella podría haber sobrevivido a eso. —«Sí, podríamos haber sobrevivido a eso»—. Fue la verdad lo que nos destrozó.

—¿La verdad? ¿Le has contado…?

—Ya no hay más reglas de mierda, Celia —la interrumpió—. ¡Se acabó! Ya no juego más. No voy a hablar de Alayna contigo ni un minuto más. —Su tono era resolutivo.

Me imaginé cuál sería su aspecto: los hombros anchos y rectos, el rostro severo e inmóvil. No había modo de llevarle la contraria cuando se ponía así.

Los tacones de ella volvieron a sonar.

Me puse en tensión.

Después, el sonido del chirrido del sofá.

—¿Por eso es por lo que me has traído aquí? ¿Para decirme que lo dejas? —Aunque trataba de aparentar aburrimiento, noté por su voz que estaba decepcionada.

—Ni siquiera he jugado de verdad desde hace años. Salvo para hacer de peón tuyo. —Pasos de Hudson y a continuación el ruido de sentarse en su sillón—. Pero no, no es por eso por lo que estás aquí. Lo que te estoy diciendo es que tú lo dejas. Que has terminado, Celia. Ningún juego más.

—Estás de broma, ¿no? No puedes tomar esa decisión por mí.

Aunque agradecía que Hudson creyera que podía convencer a Celia de que no siguiera con su actitud, también podía ver la fortaleza de ella. No era de las que se rendían fácilmente. Aunque Hudson se lo pidiera de buenas maneras.

—Tienes razón en que no puedo controlar cada aspecto de tu vida —dijo Hudson—. Tampoco es esa mi intención. Lo que sí puedo asegurarte es que no vas a seguir molestándonos a mí, a mi familia, a mis empleados ni, desde luego, a Alayna.

«Otra vez». El sonido de mi nombre en sus labios. Lo pronunciaba con gran cuidado, con gran reverencia, como si se tratara de algo frágil y precioso… «Ah…, preciosa». Su cariño por mí era…, era profundo. Eso no podía negarlo.

Darme cuenta de ello solo me hacía sentir más dolor.

La respuesta de Celia me sacó de la espiral que me llevaba a un arrebato de lágrimas.

—Resulta desternillante que pienses que puedes ejercer algún control sobre mí. Y lo que dices no hace más que demostrar que te equivocas. Además, aunque haya aceptado no presentar cargos, ya te he dicho que no he terminado con el juego de Alayna.

—Sí que has terminado, Celia. —De nuevo habló con autoridad—. Aunque esperaba que lo dejaras en aras de nuestra amistad, o lo que fuera que tuvimos una vez, presentía que no accederías. Así que me he curado en salud.

—Me tienes intrigada.

«Y a mí».

—Permíteme que te hable de la empresa que acabo de comprar. —Había en el tono de Hudson una vitalidad poco habitual—. De hecho te voy a enseñar la documentación.

Una vez más, el corazón empezó a latirme a toda velocidad cuando Hudson se levantó y empezó a andar. Pero parecía como si se estuviese alejando. Después un ruido de papeles. Estaba en su escritorio. A continuación regresó a donde estaba antes. Una vez más, el sillón chirrió. Oí más ruido de papeles y después el movimiento de uno solo, como si alguien estuviese pasando un montón de hojas y se produjese un silencio cada vez que se detenía a leer. Pude imaginármelo: las uñas de Celia con la manicura francesa recién hecha dando la vuelta a una página tras otra.

«¿Qué era?». Ansiaba saberlo. Aunque no había forma de ver lo que ella estaba leyendo. No podía seguir soportándolo. Tenía que asomar la cabeza. Si estaban mirando unos papeles, no me verían. Me puse de rodillas y asomé la cabeza por la puerta.

Ella estaba sentada, tal y como yo la había imaginado, en el sofá, con una carpeta de cartón marrón en la mano y el ceño fruncido. Tenía el pelo recogido, como era habitual en ella, y llevaba la nariz vendada. Cardenales negros y azules sobresalían por debajo de la venda.

No pude evitar sonreír al verla magullada.

Abrió los ojos de par en par y de pronto levantó la cabeza para mirar a Hudson, que estaba de espaldas a mí. Me senté rápidamente, pues no quería que me descubriera.

—¿Cómo has…? —preguntó.

—Con mucho sigilo. —Él estaba orgulloso. Me daba cuenta a pesar de su tono tranquilo—. Lo admito, no ha sido fácil. He tenido que convencer a otra compañía de que compren una parte de las acciones y después yo he comprado esa compañía. En realidad, tampoco te interesan los detalles, ¿verdad?

«El negocio en el que estaba trabajando… ¿guardaba relación con Celia?».

—Los contratos ya están firmados —resumió él—. Eso es lo único que importa. Oficialmente soy el dueño mayoritario de Werner Media Corporation.

Ahogué un grito y a continuación me llevé la mano a la boca demasiado tarde. «¡Joder!». ¿Me habían oído? ¿Habían oído mi manotazo? Ahora el corazón me latía con más fuerza que durante todo el tiempo que había estado atrapada en su dormitorio. Seguro que podrían oírlo.

Pero, si fue así, no lo demostraron.

—Y tú decías que habías dejado de jugar. —Celia hablaba en voz baja y con tono serio.

—Tenía que hacer un último movimiento —respondió él.

Y menudo movimiento. Werner Media Corporation, la empresa de la familia de Celia. ¿Hudson la había comprado? Aquello era…, aquello era muy fuerte.

Ella dejó escapar un largo y lento suspiro, o yo suponía que había sido ella. No estaba segura.

—Entonces es jaque mate, ¿no?

—Dímelo tú. —Se notaba que su tono era triunfal.

—¿Cuáles son tus planes para Werner Media?

Iba a pelear hasta el final. Mucha gente se quedaría impresionada por su empeño.

Me imaginé que, mucho tiempo atrás, Hudson habría sido una de esas personas.

En cuanto a mí, era Hudson quien me había impresionado.

—Por el momento no tengo planes. La empresa va bien como está. Warren Werner es sin duda el hombre indicado para dirigirla. Sin embargo, si hubiera alguna razón por la que yo pensara que su presencia ya no es necesaria… —Dejó que su amenaza flotara en el aire.

—Eso le destrozaría —dijo Celia en voz baja.

—Imagino que solo con enterarse de que ya no tiene la participación mayoritaria. Por ahora la verdad sigue estando oculta. No tiene ni idea de que ya no está al mando. ¿Te gustaría que eso cambiara?

—No —contestó ella.

—¿Piensas actuar de un modo que me obligue a cambiar mi actual plan de negocios?

Su derrota quedó reflejada en la sencilla respuesta de una única palabra:

—No.

—Entonces sí: jaque mate.

Nos quedamos en silencio, todos, durante varios segundos después de que declarara que el juego había terminado. Sentía un hormigueo en la piel mientras la victoria de Hudson se asentaba alrededor. Una sonrisa adornaba mis labios y una mezcla de muchísimas emociones me invadía por dentro, muy pocas de ellas lo suficientemente claras durante mucho tiempo. Algunas sí las identifiqué: sorpresa, gratitud, alivio y triunfo. Otras eran más difíciles de distinguir a través del manto de dolor que aún me cubría de la cabeza a los pies. ¿Era posible ahí el perdón a Hudson? ¿Una ligera esperanza quizá?

Amor, había amor. Siempre había amor.

—Supongo que ya es hora de que me vaya —dijo Celia por fin.

—Sí. Te acompaño a la puerta.

No iban a volver por el despacho. Darme cuenta de eso hizo que volviera a sentir una punzada de pánico. ¿Hudson no se iba a ir? Y mi bolso de viaje… estaba en la puerta.

De nuevo contuve la respiración mientras atravesaban el piso. Oí que la puerta se abría. Si estaban en la entrada, estarían de espaldas a mí. Tenía que ver qué estaba pasando.

Volví a ponerme de rodillas y miré por el quicio de la puerta. Hudson sostuvo la puerta abierta para que Celia pasara. Él empezó a cerrarla después de que ella saliera —«maldita sea, se queda»—, pero su mirada se posó sobre mi bolso.

Se quedó ahí durante medio segundo. Después levantó los ojos para examinar la habitación.

Yo no me moví. ¿Quería que me encontrara?

Lo hizo.

Nuestros ojos se miraron y la intensidad de su expresión… fue devoradora. Quizá yo no supe interpretar todas mis emociones, pero en su mirada vi tres con claridad: sorpresa, entusiasmo y, tan claro como el agua, amor.

Si se acercaba a mí en ese momento, estaba segura de que me dejaría abrazar por él.

Pero no lo hizo.

—No pulses el botón del ascensor —le dijo a Celia sin apartar los ojos.

Su labio se movió muy ligeramente para dedicarme una media sonrisa. Después se fue y cerró la puerta al salir.