Me desperté con un ataque de pánico, gotas de sudor en mi frente y el corazón latiéndome a toda velocidad. Sabía que era un sueño, pero la sensación que me había dejado era intensa y vívida. Una tontería, en realidad. No era verdad.
Sin embargo no era el vídeo del sueño lo que me producía pánico, sino lo que podría haber en el verdadero vídeo de Stacy. Había dicho que se trataba de una especie de prueba sobre lo que había entre Hudson y Celia. Pensaba que lo había descartado de mi mente por la noche, pero quizá no era así, porque sin duda estaba calando en mi subconsciente.
Observé a Hudson durmiendo a mi lado. Normalmente permanecíamos en constante contacto mientras dormíamos. La falta de su calor aumentaba la rara sensación que seguía teniendo tras la pesadilla. No quería molestar a mi novio e ignoré mi deseo de acurrucarme junto a él. En lugar de ello, salí de la cama, cogí la bata y me dirigí al baño.
Mientras me echaba agua fría en la cara, respiré hondo varias veces para intentar calmarme. Nunca había sido muy dada a tener pesadillas. Incluso cuando mis padres murieron mis sueños siguieron siendo dulces y tranquilos. Mi mente obsesiva ya trabajaba suficiente mientras estaba despierta. No era durante el sueño cuando daba cuerpo a mis problemas.
Sin embargo ya no me obsesionaba como en el pasado. Y seguía habiendo problemas que solucionar. Sí, era feliz y estaba enamorada. Pero la semana anterior había sido desgarradora y estresante con Hudson en Japón y nuestra relación en un limbo. Yo le había ocultado secretos que no estaba segura de que él me pudiera perdonar totalmente. Y él me había traicionado a su modo, sacando a mis espaldas a David de la dirección del Sky Launch. Y luego había llegado lo peor de todo, cuando él no me había defendido. Había preferido escuchar las mentiras de su amiga de la infancia, que estaba poniendo en práctica su propio juego, donde yo era su peón.
Yo sabía que nuestro amor pesaba más que aquellos errores. Él también había demostrado lo que sentía cuando llegó al club esa misma noche y me sorprendió declarando su compromiso con nuestra relación. Aunque aún no había pronunciado las dos palabras que yo tanto deseaba escuchar, no las necesitaba. Sentía su amor con cada poro de mi ser. Lo sentí cuando me hizo el amor en la pista de baile con un cariño y unas atenciones que lo decían todo. Estábamos juntos para siempre, en lo bueno y en lo malo. Me había quedado claro y, ahora que lo sabía, me debía liberar de mi ansiedad.
Pero aún no habíamos solucionado todos nuestros problemas de confianza y eso me ponía nerviosa. Además, estaba ese vídeo que Stacy aseguraba tener. ¿Qué había en él? ¿Quería verlo? ¿Se trataba simplemente de una broma? ¿O era de verdad importante?
Me inquietaba lo suficiente como para preocuparme y sentirme insegura. Me había obsesionado mientras dormía.
«No es nada —me dije a mí misma—. No va a afectar en absoluto mi relación con Hudson».
En cambio, la inquietud que me envolvía mostraba lo contrario.
—¿Qué te pasa?
Hudson me sobresaltó, pero el ritmo de mi ya acelerado corazón apenas se alteró con el susto. Miré hacia atrás y le vi junto a la puerta del baño. Tenía el aspecto de siempre: atractivo y distante. La visión de su cuerpo desnudo hacía que se me cortara la respiración siempre, incluso cuando no tenía en mente saltar sobre él. Me mordí el labio mientras mis ojos recorrían su cuerpo. Bueno, puede que la posibilidad de saltar sobre él no se hallara tan lejos de mi mente como había supuesto.
Se acercó a mí por detrás y sus ojos grises examinaron los míos a través del espejo.
—¿Estás bien?
Se me pasó por la cabeza mentirle, pero no quería seguir haciéndolo. Tenía una segunda oportunidad con ese hombre y, si íbamos a esforzarnos por que todo saliera bien, más me valía ser sincera.
Necesitaba contarle lo del vídeo de Stacy.
Y lo iba a hacer. Pero necesitaba unos cuantos segundos para pensar.
—Es solo que he tenido una pesadilla y ahora no puedo dormir.
Arrugó la frente con expresión preocupada.
—¿Quieres hablar de ello?
Negué con la cabeza. Inmediatamente cambié de idea.
—Sí, pero luego.
—Vale. —Me envolvió la cintura con sus brazos y me besó en la cabeza—. ¿Qué te parece si te preparo un baño caliente mientras tanto?
—Me parece maravilloso.
Me soltó y se dispuso a prepararlo. Yo me apoyé sobre la mampara de la ducha mientras Hudson se inclinaba sobre la bañera y abría los grifos. Era imposible no admirar su cuerpo firme, no querer lamer los músculos de sus abdominales, morder la prieta curva de su culo.
Levantó los ojos hacia mí.
—Esos ojos marrones se han enturbiado con tus sucios pensamientos.
Mis labios se curvaron con lo que esperaba que fuera una sonrisa sugerente.
—¿Vas a meterte conmigo?
—¿Dentro de tus pensamientos sucios o en la bañera?
Le di un cachete en su delicioso trasero.
—En la bañera.
—Voy a meterme contigo en las dos cosas.
Eran las tres de la madrugada de un día entre semana. Él tenía que trabajar por la mañana. Y el pobre sufría el síndrome del cambio de horario tras haber pasado una semana en el extranjero. Pero nunca vacilaba a la hora de cuidar de mí. Siempre estaba ahí. Incluso cuando yo le obligué a irse a Japón, él siguió asegurándose de que me cuidaran enviando a su hermana a verme, llamando al portero para dejar mensajes… ¿Cuándo dejarían de sorprenderme sus atenciones?
Nunca. Jamás dejarían de sorprenderme.
Me quité la bata y la colgué de la percha de la pared, disfrutando con el deseo que se reflejó en los ojos de Hudson al verme desnuda. Metí un dedo del pie para comprobar la temperatura. El agua estaba perfecta. Casi muy caliente, justo como a mí me gustaba. Me metí y me eché hacia delante para que Hudson pudiera introducirse detrás de mí. Se me pasó por la cabeza que nunca nos habíamos bañado juntos. ¿Cómo es que sentía que habíamos pasado ya por todo cuando había tantas cosas que aún no habíamos experimentado? Aquel fue un pensamiento agradable, me daba cuenta de que todavía estábamos solo con la novedad, que podíamos esperar vivir más cosas.
Cuando se acomodó, me eché hacia atrás apoyándome sobre su pecho.
Él frotó su nariz por mi mejilla.
—Me gusta esto.
—La temperatura está perfecta.
Mis músculos se estaban relajando ya con el calor y la tensión provocada por la pesadilla se iba aliviando.
—Quería abrazarte. —Hudson hablaba en voz baja, como si le costara pronunciar las palabras—. Echaba de menos esto.
Dios, yo también lo echaba de menos. Aquella era una de las razones por las que me sentía tan intranquila. Aún me estaba recuperando del tiempo que habíamos pasado separados. Mi mente seguía procesando lo que había estado a punto de perder: todo.
Había estado a punto de perderlo todo.
Seguramente por eso me preocupaba tanto la supuesta prueba de Stacy. Las preguntas que aún no nos habíamos respondido aumentaban mi ansiedad. Todavía teníamos que decirnos muchas cosas.
Nos bañamos en silencio durante unos largos y cómodos minutos. Cuando el agua empezó a enfriarse, Hudson cogió un bote del anaquel empotrado detrás de la bañera de mármol. Se echó en la mano un poco de jabón de mi gel de flor de cerezo, mi nuevo aroma preferido, y lo aplicó sobre mi piel con un masaje profundo. Cuando terminó con mis brazos, me echó hacia delante para continuar por la espalda. Después, me atrajo hacia él y me dobló las piernas para llegar a cada parte de mi cuerpo.
Por último, extendió los dedos sobre mi vientre y subió hacia mi pecho. Pasó un buen rato en mis pechos, amasándolos con la presión justa hasta que los pezones se me pusieron de punta. Me mordisqueó el lóbulo de la oreja y empezó a bajar una mano hacia mis partes íntimas. El grosor de su polla sobre la parte inferior de mi espalda me revelaba exactamente qué era lo que tenía en mente.
Pero antes teníamos que hablar de algunas cosas. No pensaba que hubiese nada lo suficientemente preocupante como para acabar con nuestro potencial futuro juntos, pero sí lo bastante importante como para tener que hablarlo.
Me giré para ponerme a horcajadas sobre él y el agua chapoteó con mi repentino movimiento.
Entrelacé sus manos con las mías para mantenerlas ocupadas.
—Tenemos que hablar de algunos temas.
Sus ojos permanecieron fijos en mis pechos y levantó una ceja.
—¿Sí?
—Sí. —Incliné la cabeza para que me mirara—. ¿Quién va a dirigir tu club?
—Tú —respondió con una sonrisa maliciosa.
Yo sonreía, pero no estaba de acuerdo. Aunque tampoco estaba en desacuerdo. Él aseguraba que quería que yo tomara el control del Sky Launch, pero estaba convencida de que aquello era solo una excusa para deshacerse de David Lindt. Hudson había conseguido una parte de su objetivo: David se iba a marchar en poco más de una semana para encargarse de uno de los clubes de Hudson en Atlantic City. Yo me había enfadado, pero a medida que iba asimilando la idea me daba cuenta de que había hecho bien. Trabajar todos los días con mi ex no era exactamente una buena idea. Al fin y al cabo, yo no querría que Hudson trabajara con una de sus antiguas amantes.
Eso no significaba que yo estuviese preparada para dirigir el club.
Tampoco es que estuviera dispuesta a dárselo a otro.
Quizá tendríamos que posponer ese asunto para un momento en el que Hudson no estuviese apretando su polla contra mi coño. Aquella polla podría hacerme decir cualquier cosa.
Con sus dedos aún entrelazados con los míos, Hudson empezó a seducirme con los labios, inclinándose hacia delante para tomar mi pecho con su boca.
Yo lancé un suspiro de placer mientras mi cuerpo se rendía a él. Sin embargo, mi cabeza seguía obsesionada con los detalles.
—¿Y qué va a pasar ahora con Celia?
Sus labios dejaron mi pecho.
—¿En serio quieres hablar ahora de Celia?
—Yo nunca quiero hablar de ella. Pero necesito saber que no es una amenaza para mí. —Tragué la inesperada bola que se me formó en la garganta—. Para nosotros. —No me había dado cuenta de lo asustada que seguía estando por su posible influencia sobre mi relación con Hudson.
—Oye —Hudson colocó las manos sobre mi cara—, ella no es ninguna amenaza. No tiene pruebas sólidas de lo que dice y no va a presentar cargos. Y, aunque lo hiciera, yo seguiría estando aquí contigo. Lo sabes.
Asentí débilmente.
—Pero ¿qué va a pasar a partir de ahora?
—Es fácil. No la vamos a ver. No hablaremos con ella. No responderemos a sus correos.
—¿Ninguno de los dos?
Por supuesto que yo no iba a verla. Odiaba a esa zorra. Pero ¿y Hudson?
—Ninguno. No hay espacio en mi vida para nadie que esté en contra de nosotros.
Otra oleada de tensión me recorrió el cuerpo.
—Tu madre está también en contra de nosotros, ¿sabes?
Estaba tentando a la suerte. Era probable que Sophia Pierce, un monstruo tanto para su hijo como para mí, fuera siempre una persona esencial en la vida de Hudson. Yo nunca le pediría que se apartara de ella. Aunque no me gustaba, reconocía la importancia de la familia.
—Lo sé —respondió Hudson con un suspiro mientras sus manos abandonaban mi cara—. Al menos ella no ha intentado sabotearnos. Si lo hace, habré terminado con ella. Tú eres la única que importa.
—Gracias. —Le besé suavemente—. Pero espero que no llegue a eso. Sería bonito pensar que algún día pueda haber una reconciliación con Sophia.
Habían pasado solamente unos días desde que me había reconciliado con mi hermano Brian. Eso había hecho que en mi vientre se desatara un nudo que ni siquiera había notado que existiera. No era muy probable que pasara lo mismo con Hudson y Sophia, pero, en fin, ¿qué sabía yo?
Mis pensamientos volvieron a Celia. Seguía sin tener claros los motivos por los que había actuado contra mí.
—Pero ¿por qué lo ha hecho, Hudson? ¿Por qué estaba Celia en contra de nosotros?
—No contra nosotros. Contra mí. —Apretó la mandíbula—. Está enfadada conmigo.
—¿Todavía? ¿Por lo que le hiciste hace tantos años?
El corazón se me encogió ante su evidente tormento. Hudson no estaba orgulloso de su pasado. ¿Y cómo podía esperarse que lo dejara atrás si siempre volvía a aparecer?
Entonces la rabia se apoderó de mí.
—No me importa lo que le hicieras. Es una bruja. Lo que ha hecho ha sido repugnante, horrible y espantoso. Sobre todo cuando asegura ser tu amiga. ¿Sigue enamorada de ti? ¿Es ese el problema?
Hudson bajó la mirada.
—Si cree que me quiere, hacerte daño a ti no es el mejor modo de ganarse mi cariño.
—Desde luego, actúa como una amante celosa.
—Sin motivo. —Me acarició la mejilla con la mano—. Celia y yo no hemos tenido nunca nada juntos. Nada. Salvo… —bajó el volumen de su voz—, salvo cuando le hice creer que yo sentía algo por ella.
—Ella sabe que no era verdad. —Odiaba que aquello le atormentara—. Y de eso hace ya una eternidad. Si está tratando de recuperarte, parece que ya lo consiguió cuando se acostó con tu padre y te obligó a decir que eras el padre del niño en lugar de Jack. Por cierto, ¿por qué no me lo contaste?
—Debería haberlo hecho. —Su voz estaba llena de arrepentimiento.
—Sí, deberías haberlo hecho.
De ese modo, yo habría tenido más clara su relación tanto con Celia como con su padre. Aquello había sido otra de las cosas que habían levantado un muro entre nosotros… Aunque la mayoría de los secretos que nos habían separado habían sido míos. Ese era mi pesar.
Hudson soltó sus manos de las mías y las deslizó por debajo de mis costillas.
—No me pareció que fuera un secreto mío que tuviera que contar.
—Vale, eso es justo. —Me estremecí cuando sus dedos me amasaron la piel de la cadera. Se estaba poniendo nervioso por su deseo de más, su deseo de mí. El tiempo para conversar estaba llegando a su fin. Tenía que pasar a la mayor de mis preocupaciones—. Pero hay que cambiar algunas cosas entre nosotros. Tenemos que ser capaces de hablar sobre estos temas. Al menos podrías haberme dicho que tenías buenos motivos para no fiarte de ella, motivos para que yo tampoco me fiara.
—Y tú podrías haberme hecho caso cuando te dije que no la vieras.
—Sí, podría haberlo hecho. —Dejé escapar un suspiro—. Los dos debemos cambiar. Tenemos que hablarlo todo, Hudson. Cuanto más, mejor. No podemos temer nuestros secretos ni nuestro pasado. Sinceridad, puertas abiertas, transparencia.
—¿Desnudez? —preguntó arqueando una ceja.
Sí, estaba perdiendo su atención.
—Eres un pervertido.
—Opino lo mismo. —Se echó hacia delante de nuevo para lamer una gota de agua de mi pezón—. Soy un pervertido en lo que a ti se refiere.
Lancé una sonrisa de satisfacción, lo cual era difícil teniendo en cuenta lo loca que me volvía su lengua en mi pecho.
—Hudson, para. Estoy hablando en serio.
—Lo sé. —Recostó la espalda en la bañera—. Y estoy de acuerdo en todo lo demás que has dicho. Tenemos que ser sinceros.
—Bien. —Levanté la mano para detenerle antes de que retomara su actitud seductora—. Espera. Una cosa más.
—Vale. ¿Qué? —Se estaba impacientando, pero trataba de no mostrarlo. Estuve a punto de dejar el resto de nuestra conversación para más adelante. Pero el recuerdo de mi pesadilla y la fría sensación de presagio que seguía alojada en mi pecho me animaron a seguir—. ¿Qué pasó entre Stacy y tú?
—¿Stacy? —Parecía confundido—. ¿La Stacy de Mirabelle?
—Sí.
—No pasó nada. —La pregunta lo dejó perplejo—. ¿A qué te refieres? ¿A si salí con ella? La llevé a un acto benéfico hace un año o así. Pero después de aquello, nada.
»Y no me acosté con ella —añadió antes de que yo preguntara.
Aquello me consolaba. Pero no era eso lo que me preocupaba.
—¿Hay algún motivo por el que quiera vengarse de ti? ¿O por el que desconfíe de ti?
Negó con la cabeza despacio.
—Ninguno que se me ocurra.
—¿No fue ninguna de tus víctimas del pasado?
—¿Víctimas? —Entrecerró los ojos—. ¿Así llamas a las mujeres con las que jugué?
—Quizá no ha sido la palabra más adecuada —contesté avergonzada.
—No. Puede que sí sea la más adecuada. Eso no lo convierte en algo agradable de oír.
—Lo siento.
Sus facciones se oscurecieron.
—No lo sientas. Es mi pasado. Tengo que vivir con ello. ¿Por qué lo preguntas?
Respiré hondo. Al fin y al cabo, estábamos hablándolo todo a las claras. Esto formaba parte de ello.
—La última vez que estuvimos en la tienda de Mira, Stacy me dijo que tenía un vídeo que demostraba algo sobre Celia y tú. No lo tenía allí, así que le di mi número de teléfono para que se pusiera en contacto conmigo más tarde.
—¿La última vez que estuvimos juntos en la tienda de Mira?
—Sí. Me acorraló mientras tú ibas a buscarme unos zapatos. ¿Sabes a qué se refería?
Observé su cara tratando de detectar si me ocultaba algo.
—Ni idea. —O se le daba estupendamente fingir o de verdad no sabía nada. Nunca lo había visto tan perplejo—. ¿No te dijo de qué era el vídeo?
—No. Solo que lo tenía y que me demostraría por qué no debía fiarme de ti. —Me mordí el labio—. Y esta noche me ha vuelto a enviar un mensaje. O en algún momento de la semana pasada, cuando no tenía teléfono, y no lo he recibido hasta esta noche.
Esperaba que me preguntara por qué no se lo había contado antes, pero no lo hizo.
—¿Qué decía el mensaje?
—Que el vídeo ocupaba demasiado para enviarlo por teléfono, pero que me pusiera en contacto con ella si quería verlo.
Se quedó pensativo.
—¿Quieres verlo?
—No. —Aunque en cierto modo sí quería—. Sí. —O a lo mejor no—. No lo sé. ¿Debería verlo?
—Bueno —me frotó los brazos con sus manos—, ya sabes que de Celia no te puedes fiar. Y no hay nada que Stacy pueda tener sobre mí que tú no conozcas ya. Sabes más de mis secretos y de mi pasado que nadie. Me conoces, Alayna.
—Sí.
—Entonces, a menos que no confíes en mí…
—Sí que confío en ti. Si dices que no hay nada de lo que me deba preocupar…
Me miró fijamente a los ojos.
—No lo hay.
Hice una pausa. Desde el momento en que había pronunciado aquellas palabras ya no podía retirarlas. Tendría que sacarme el vídeo de la cabeza y pasar página. Eso iba en contra de todas mis tendencias obsesivas. ¿Podría hacerlo?
Pensé que podría. Por Hudson. Sonreí.
—Entonces no necesito verlo.
Fue más fácil decirlo de lo que me había imaginado. Y lo dije de verdad. No necesitaba pruebas de otras personas para saber quién era Hudson y lo que significaba para mí.
Me sorprendió comprobar que me sentía mucho mejor después de haberme sacado del pecho el asunto del vídeo. Había dejado de ser una carga, aunque aún quedaba cierta inquietud que probablemente desaparecería con el tiempo.
Hudson se inclinó hacia delante y me besó en el mentón.
—Gracias.
—¿Por qué exactamente?
—Por ser sincera conmigo. —Ladeó la cabeza—. No tenías por qué contármelo y, aun así, lo has hecho.
—Me tomo en serio lo de ser más abiertos y sinceros.
—Ya lo veo. Yo también me lo tomo en serio. El único modo de poder seguir adelante es decidir que estamos comprometidos el uno con el otro por encima de todo lo demás. —Levantó los ojos para mirar los míos—. ¿Lo estamos?
Fueron solo dos pequeñas palabras, pero el peso de aquella pregunta era mucho. Me pesaban más que cuando me había pedido que fuera su novia y me mudara a vivir con él. Sin embargo, respondí con calma y seguridad:
—Yo lo estoy.
—Yo también.
Asaltó mi boca con la suya y me chupó suavemente el labio inferior antes de meter la lengua, retorciéndola con la mía en una erótica danza de calentamiento. Lancé mis manos alrededor de su cuello para acercarme a él. Su polla se agrandó entre los dos y mi coño reaccionó apretándose, deseándolo y necesitándolo tanto como su beso me decía que él me necesitaba.
Sin soltar mi boca, Hudson movió una mano hacia mi pecho. Era todo un experto a la hora de tocarme de la forma que yo necesitaba. Su tacto no era nunca demasiado suave, siempre ejercía la presión justa. Grité sobre sus labios mientras él me apretaba el pecho volviéndome loca. Yo estaba tan concentrada en sus atenciones hacia mi pecho que no me di cuenta de que bajaba su otra mano hasta que su dedo pulgar empezó a frotarme el clítoris. Me sobresalté ante aquella exquisita presión y mis piernas se agarraron a su cadera. Empezaba ya a experimentar la fuerte sensación que iba creciendo en la parte baja de mi vientre camino de la erupción. Muy pronto, demasiado pronto.
Estaba subida sobre él y, como quería retrasar mi explosión hasta que pudiéramos corrernos juntos, aparté su mano de mi coño. Los ojos de Hudson se cerraron ligeramente cuando rodeé con mi mano su gruesa erección. Le acaricié una vez antes de apoyar mi peso sobre las rodillas. Me coloqué por encima de él y me deslicé por su duro miembro lanzando un gemido mientras él me invadía.
Me senté sobre él y me quedé quieta durante varios segundos mientras mi cuerpo se adaptaba a su tamaño y mis paredes se expandían para dejarle sitio. Dios, cómo me gustaba. Así, sin movimiento alguno. Sentía que estaba hecho para mí, como si su miembro hubiese sido tallado para ajustarse a mi coño, solo al mío. Me estremecí ante los pensamientos carnales que intensificaban la celestial sensación de tenerlo dentro de mí.
Él se revolvió debajo de mí con evidente impaciencia. Así que yo me moví para empezar a cabalgar sobre él. Despacio al principio y luego con más determinación. Mis manos se apoyaron en sus hombros para separarme con la fuerza que yo sabía que Hudson deseaba, la que yo deseaba. Poco después, sus manos envolvían mi culo para aumentar el ritmo de mi movimiento. A continuación me agarró para que me quedara quieta mientras sus caderas se lanzaban hacia arriba y hacia delante en un movimiento circular, introduciéndose en mí con largas y acompasadas embestidas.
—¿Siempre tienes que llevar tú la voz de mando? —pregunté jadeando.
No es que me importara. Me gustaba estar al otro lado de su control.
Su labio se curvó por un lado.
—Si quieres que nos corramos los dos, sí.
Me reí y aquello hizo que él se sacudiera dentro de mí llevándome hasta el límite.
—¿Y quién no se correría si fuera yo la que tuviera el control? —pregunté cuando pude hablar de nuevo.
—Tú.
Sus dedos apretaron mis caderas y, como para demostrar lo que decía, se metió más dentro de mí, acariciándome un punto…, ese punto que siempre me tocaba, el que solo él podía encontrar; todas las veces acababa encontrándolo.
Mi orgasmo llegó de pronto, tomándome por sorpresa. Ahogué un grito y hundí las uñas en su piel mientras cabalgaba sobre la ola de éxtasis que me recorrió cada nervio, disparándose por mis piernas y nublándome la visión.
Hudson no disminuyó su ritmo cuando me derrumbé encima de él. Siguió embistiendo hacia su propio clímax, hacia aquella meta intangible. A continuación, cruzó la línea de meta oprimiéndose contra mi clítoris mientras se vaciaba dentro de mí, provocando otro escalofrío en mi cuerpo ya sin fuerzas.
Mientras se calmaba, me fue besando el cuello, a lo largo de la mandíbula y, finalmente, llegó hasta mis labios, donde permaneció dulcemente, adorándome con su boca hasta que el ritmo de nuestros corazones volvió a normalizarse.
Después se apartó y me miró a los ojos con el ceño fruncido.
—Alayna —dijo con las manos en mi cara—, ¿qué te pasa, preciosa?
Tardé un poco en comprender su pregunta. Hasta que me di cuenta de que las lágrimas se derramaban por mi rostro. A continuación se convirtieron en algo más que lágrimas. Unos incontrolables sollozos salieron de mí, como si se hubiese abierto una enorme fuente de pena.
Avergonzada e incapaz de explicar aquel estallido, me aparté para salir de la bañera.
—Alayna, háblame.
Estaba detrás de mí, envolviendo mi cuerpo con una toalla mientras del suyo caían gotas al suelo.
Negué con la cabeza y salí corriendo hacia el dormitorio.
Hudson me siguió. Me agarró por la parte superior de los brazos y me giró para que lo mirara.
—Háblame. ¿Qué pasa?
Mi cuerpo se balanceaba por la angustia. No se trataba de un dolor nuevo, sino de uno que llevaba conmigo casi toda la semana. Simplemente, no lo había expresado todavía. Ni a Hudson ni ante mí misma.
—Me… has hecho… mucho daño —conseguí decir. Las palabras salían entrecortadas y me costaba pronunciarlas entre los sollozos.
—¿Ahora?
—No. —Tragué saliva e intenté calmarme lo suficiente para poder hablar—. Me has hecho mucho daño. Con Celia. Cuando la creíste a ella en lugar de a mí.
El dolor era fuerte y vivo. Aunque él me había resarcido y estábamos juntos, los restos de aquella traición seguían aferrados a mí. Yo había tratado de pasar página antes de que cicatrizara la herida y ahora, de manera inesperada, se había abierto de nuevo.
—Oh, Alayna. —Me atrajo hacia su pecho—. Cuéntamelo. Cuéntamelo todo. Necesito escucharlo.
—Me duele, Hudson. Me duele mucho. —Respiré entrecortadamente—. Aunque estés aquí… ahora… y estemos juntos…, siento un vacío. —Hablaba con frases cortas y discontinuas—. Un vacío muy profundo.
Su cuerpo se tensó alrededor del mío y noté hasta qué punto compartía mi dolor.
—Lo siento. Lo siento mucho. Si pudiera volver atrás, si pudiera cambiar mi modo de reaccionar…, lo habría hecho de otro modo.
—Lo sé. De verdad. Pero no lo hiciste de otro modo. Y no puedes volver atrás.
Mi voz se intensificó cuando mi dolor interno se exteriorizó. Como si estuviese vomitando. Una vez que había empezado, no podía parar y el proceso era molesto y agobiante.
Me separé de él, aún en sus brazos, pero sin estar ya enterrada en ellos.
—Nunca podrás volver atrás.
—No, no puedo.
Me apartó el pelo mojado de los hombros.
—Y eso lo cambia todo. Me cambia a mí.
Hizo una pausa y la preocupación apareció en su rostro.
—¿Cómo?
—Me vuelve vulnerable. Me deja expuesta. —De repente fui consciente de que él no estaba vestido. Muy adecuado, pues, aunque yo iba envuelta en una toalla, no había estado nunca más desnuda delante de él—. Y ahora lo sabes…, que puedes hacerme daño. —Me quedé sin habla cuando las lágrimas regresaron—. Puedes hacerme daño de verdad.
—Alayna. —Volvió a atraerme hacia él, con su voz llena de emoción—. Mi niña preciosa. No quiero volver a hacerte daño nunca. ¿Serás capaz alguna vez de… perdonarme?
Asentí, incapaz de responder con palabras. Sí, podía perdonarle. Ya lo había hecho. Pero eso no cambiaba lo mucho que me dolía. No cambiaba lo mucho que aún quedaba por cicatrizar.
Hudson me meció en sus brazos mientras yo lloraba, besándome la cabeza y disculpándose de manera intermitente. Un rato después me cogió en brazos y me llevó a la cama. Se acurrucó conmigo y me abrazó.
Cuando por fin dejé de llorar, me senté con la espalda apoyada en el cabecero y me entró hipo.
—Vaya. No sé de dónde ha venido todo esto.
Él se sentó a mi lado y me secó las mejillas.
—Necesitabas soltarlo. Lo comprendo.
—¿Sí?
—Sí. —Colocó un brazo vacilante alrededor de mi cuello—. ¿Puedo quedarme aquí?
—¡Sí! Por favor, no te vayas.
Me aferré a él, temerosa de que se fuera.
—Estaré aquí siempre que tú lo quieras.
—Bien. —Me tranquilicé y dejé que los latidos de mi corazón retomaran su ritmo normal—. Todo eso… —hice un gesto vago, refiriéndome a mi escena y mi llanto— ha sido solo…
—¿Una cura?
—Sí. Catártico. El último paso de todas esas cosas de antes. Creo que ahora siento que ha concluido.
Me sentía purificada, por dentro y por fuera. Sonreí mientras recorría los labios de Hudson con mi dedo.
—Admiro tu optimismo, pero los viejos sufrimientos suelen aparecer de vez en cuando, incluso cuando las cosas van bien. —Me atrapó el dedo con la mano—. Estoy seguro de que los dos nos sentiremos así alguna que otra vez.
Respiré muy hondo. No podía soportar que a él también le doliera. Eso me hacía casi tanto daño como su traición.
—No le des más vueltas —dijo en voz baja—. Tenemos que compensarnos con un futuro por el sufrimiento que nos hemos causado el uno al otro.
Justo en ese momento me sentí dispuesta a dedicar mi vida a esa compensación. ¿De verdad estaba pensando en nosotros siempre juntos?
Mis labios se curvaron al imaginarlo.
—Este es un nuevo comienzo para nosotros, ¿verdad?
Él se inclinó hacia delante para acariciar mi nariz con la suya.
—No. Es mejor que un comienzo. Esto es lo que viene después.
—Eso me gusta.
Se acercó más y me besó, dulce y apasionadamente, con promesas de todo lo que vendría después. Como si no tuviera nada más que hacer en el mundo que obsequiarme con amor.