Contuve el pánico que invadió mi cuerpo. Podía arreglarlo. Tenía que ser capaz de arreglarlo.
—Hudson —di un paso hacia él—, no es lo que parece.
La verdad es que no sabía qué era lo que parecía, porque no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí. ¿Había visto cómo me había apartado de David?
Su expresión era fría como una piedra.
—Quizá deberíamos hablarlo en un lugar más privado.
—Vale.
Fue más un chirrido que una palabra. Pero me dirigí a la sala de los empleados y supuse que me seguiría.
Lo hizo.
Subimos las escaleras sin hablar. No sentí sus ojos sobre mi espalda mientras caminábamos. Ni siquiera quería mirarme. La desesperación me recorría todo el cuerpo. Había estado desesperada por verle y ahora lo había fastidiado todo. Otra vez.
No me giré para mirarlo de nuevo hasta que no hubo cerrado la puerta de la habitación después de entrar. Cuando lo hice, casi me arrepentí. La desolación de sus ojos era mayor de lo que me había parecido abajo. ¿De verdad había algo que pudiera decir para borrar todo aquello?
Lo intenté con una débil justificación:
—Me ha besado él, Hudson. No he sido yo. Y, cuando lo ha hecho, le he empujado.
Era la verdad. Si había estado allí el tiempo suficiente, lo habría visto.
—Para empezar, ¿por qué estabas en sus brazos?
Hablaba en voz baja y con tono serio. Había en su voz más emoción que la que mostraba habitualmente y eso me destrozó.
Una lágrima cayó por mi cara.
—Estábamos bailando. Era una fiesta.
Me lanzó una mirada furiosa.
—Estabas en sus brazos, Alayna. En los brazos de alguien que no oculta lo que siente por ti. ¿Qué pensabas que iba a hacer?
Tenía toda la razón. Yo sabía que era peligroso, sabía que aquel abrazo estaba mal desde el momento en que David me rodeó con sus brazos.
Sin embargo, no había sido mi intención darle falsas esperanzas. Era un baile de despedida. Mi pensamiento había estado en Hudson en todo momento.
—Ha sido algo inocente —insistí—. Necesitaba a alguien. Él estaba ahí. Y tú no.
Recordar la inquietud que me había arrastrado a los brazos de David provocó que mis lágrimas se volvieran más amargas.
—Además, ¿dónde has estado hoy cuando te necesitaba?
Él me habló con más amargura aún:
—¿Qué es lo que necesitabas, Alayna? ¿Alguien que te diera calor?
Apreté los labios con la esperanza de reprimir el sollozo que amenazaba con salir de ellos.
—Eso me ha dolido.
—Lo que yo acabo de presenciar te aseguro que sí que duele.
Eso no era ninguna novedad, pero, aun así, oírselo decir me retorció el corazón. Yo había sufrido el mismo dolor… cuando le vi besarse con Celia en el vídeo y también ese mismo día, cuando ella había sugerido que habían tenido una aventura. Quizá no fuera justo comparar las posibles mentiras de Celia con lo que Hudson había presenciado en persona, pero él tenía que saber lo que me había pasado.
—Sí, sé lo que se siente.
—¿Sí?
Esta diminuta pregunta contenía veneno suficiente como para escocerme. Eso provocó aún más mi sarcasmo.
—Sí que lo sé. A ver si te lo puedo explicar. Sientes como si las entrañas se te salieran del cuerpo. Al menos eso es lo que yo he sentido cuando Celia me ha contado que te la has estado follando durante casi todo el tiempo que llevamos juntos.
—¿Qué? —Parecía realmente sorprendido, y no en plan «me han pillado», sino en el de «¿qué narices te ha contado?». Era la misma expresión que puso cuando mencioné que había tenido una relación con Stacy—. ¿Cuándo te ha dicho eso?
—Hoy —respondí refunfuñando, arrepentida ya de haber sacado a colación a Celia de ese modo.
—¿La has visto hoy? —preguntó con los ojos entrecerrados—. ¿Tiene algo que ver esto con el mensaje que me ha dejado ella?
—¡Sabía que te llamaría! —Si lo había hecho, ¿por qué no me había llamado él?—. ¿Qué te ha dicho?
Negó con la cabeza y dijo despectivamente:
—Ha despotricado sin sentido. Algo de ti y de su abogado. Suponía que era más mierda de la de antes, así que lo he borrado.
Hudson avanzó un paso hacia mí y vi que su mirada se había suavizado, que en lugar de dolor ahora había sobre todo preocupación.
—¿Qué ha pasado con ella? ¿Te ha estado siguiendo otra vez? ¿Qué ha hecho? ¿Por qué no me ha llamado Reynold?
Me apoyé en la mesa que había detrás de mí.
—Él no lo sabía.
El sentimiento de culpa me oprimía el pecho, no solo por haberme deshecho de mi guardaespaldas, sino por la actitud de Hudson. Había dejado a un lado su dolor para preocuparse por mí. La expresión de su rostro acentuó mi remordimiento.
—Por favor, no me mires así. Lo siento. Estaba ansiosa, así que cogí el ordenador y fui a tomar un café. Pensaba que cuando pusiera la alarma al salir del ático Reynold se enteraría, pero supongo que no funciona así.
Hudson apretó los labios.
—Solo reciben mensajes cuando la cambias al modo «casa».
Me sorprendió un poco que no hubiese configurado el sistema para controlar todas mis idas y venidas. No era propio de él. En un momento más oportuno, trataría de recordar que me había causado una impresión positiva.
—En fin, solo he ido a la panadería que está en la misma calle. Y ha aparecido Celia. Y yo me he hartado, así que me he acercado a ella.
—¿Te has acercado tú?
No solo apareció su tic en el ojo y el mentón se le puso tenso, sino que la mano también le temblaba. No le había visto nunca así. ¿Tan enfadado estaba?
—Sí, ha sido una estupidez. Pero Stacy me había enviado uno de los correos electrónicos que supuestamente le habías mandado tú y desde que lo he leído estoy segura de que no era tuyo. He reconocido una de las citas de los libros que Celia había subrayado y he llegado a la conclusión de que el correo lo había enviado ella. Así que se lo he dicho. Lo del correo electrónico.
Le estaba soltando toda esta historia balbuceando, por lo que ni siquiera estaba segura de que me estaba entendiendo.
Al parecer, sí lo comprendía.
—¿Y en ese momento te ha dicho que yo estaba con ella? ¿Así, sin más?
Me encogí. No le gustaría lo que le iba a decir a continuación, pero lo mejor era contarlo todo.
—Primero le he enseñado el vídeo de Stacy. —Tras observar su reacción, que no supe interpretar, continué—: Entonces ella me ha dicho que estabais juntos. Que erais pareja. Que te la follaste esa noche y que no había sido la primera vez ni la última.
Si Hudson se hubiese puesto más rojo, le habría salido humo por las orejas.
—¿Y la has creído?
Me enderecé.
—Me ha cabreado tanto que le he dado un puñetazo.
Sí, lo admito, aquello parecía presuntuoso.
—¿Le has dado un puñetazo?
Ahí estaba el humo. Esa no era la reacción que yo deseaba.
—¿Sabes qué? Sigue actuando como si esto fuese un interrogatorio y me voy de aquí.
Hudson daba vueltas por la habitación mientras se tocaba el pelo con las manos. Cuando se detuvo para volver a mirarme, había recuperado parte de su aplomo, aunque los hombros y la voz reflejaban su tensión.
—Lo siento si te parezco un poco tenso, Alayna. Te aseguro que es solo porque me preocupas.
Me quedé mirándolo varios segundos. Estaba inquieto. Lo veía ahora. Tenía los ojos clavados en mí y su temblor no era de rabia. Era de miedo. Miedo por mí. La magnitud de su preocupación por mí no tenía límites. Estaba tan claro como el color de sus ojos.
Darme cuenta de eso me tranquilizó. Me deshice de hasta la última gota de sarcasmo y veneno y esta vez respondí con absoluta sinceridad:
—Sí, le he dado un puñetazo. Creo que le he roto la nariz. Así que es probable que reciba algún tipo de denuncia por agresión. Por eso te necesitaba.
—Alayna —sus ojos irradiaban amor—, ¿por qué no me has llamado?
—¡Lo he hecho! Tenías el móvil apagado. Podría haberte dejado un mensaje, pero no quería contarte todo esto en el buzón de voz y tampoco deseaba interrumpir tu reunión, porque sabía que era importante.
—No tan importante como tú. —Quería acercarse a mí, su necesidad era palpable. Pero aún se interponía entre los dos lo otro…, el momento en el que había llegado… Así que se sentó en el brazo del sofá mientras sus manos jugueteaban con la tela apretada de sus pantalones—. ¿Se ha puesto la policía en contacto contigo?
Negué con la cabeza.
—Me daba miedo volver a casa, así que me he venido aquí a esperar a que me llamaras.
Tenía los ojos fijos en sus zapatos.
—He recibido tu mensaje cuando ya estaba volando. No te he llamado porque sabía que terminaría contándote que venía de camino y quería darte una sorpresa. —Soltó una fuerte carcajada—. En lugar de hacerlo, me he echado una siesta. Debería haberte llamado.
Ahora eran mis ojos los que miraban hacia el suelo.
—Debería haberme controlado.
—Yo me ocuparé de todo. No te preocupes lo más mínimo por eso. No volverá a molestarte.
Lo dijo con tal convicción que no tuve más remedio que creerle. Él encontraría el modo de protegerme de Celia. Yo simplemente tendría que cumplir los parámetros que él estableciera para mantenerme a salvo. Si lo hubiese hecho desde el principio, ella no habría tenido la oportunidad de presionarme y Hudson no se vería obligado a sacarme de aquel lío.
La gratitud y el alivio me invadieron, junto con una punzada de culpabilidad.
A continuación, aquel sentimiento de culpa se intensificó. Si no le hubiese dado el puñetazo a Celia, ¿habría terminado en los brazos de David? Algo me decía que probablemente no. En cualquier caso, lo que Hudson había visto pesaba demasiado.
—Hudson —la voz me temblaba—, lo siento.
—No lo sientas. La verdad es que has hecho bien. Se merece más que eso.
Incluso consiguió sonreír al decir la última frase. Yo intenté sonreír también, pero no pude. Aún no.
—Me refiero a que siento lo de David.
Su rostro se volvió serio y apareció de nuevo el dolor de antes. Buscó las palabras precisas y, cauteloso, empleó un tono grave para dirigirse a mí:
—Dime una cosa, ¿aún sientes algo por él?
—No. No. Nada. Ya te lo he dicho y hablaba en serio, aunque estoy segura de que no lo parece después de haberme visto esta noche. Durante todo el tiempo que me ha estado abrazando me he sentido mal. En lo único que podía pensar era en ti. Y no he reflexionado sobre lo que estaba haciendo. Soy una, una…
Se lanzó hacia mí antes de que pudiera terminar la frase y me envolvió con sus brazos.
Sí, eso era lo que se suponía que debía sentir. Ahí tenía lo que había estado deseando.
Enterró la cara en mi pelo.
—Yo también te he echado de menos, preciosa. Te necesitaba. Estaba tratando de volver aquí…
—Y yo he echado a perder la sorpresa —dije acariciando su pecho con mi nariz—. Lo siento mucho.
—No me importa. Me ha hecho daño, pero yo también te lo he hecho a ti. Y mientras me prometas que él no significa nada para ti…
—Nada. Te lo juro con cada célula de mi cuerpo. Solo estás tú. —Alcé la cara para besarle el mentón—. ¿Y tú… —la pregunta amenazaba con clavarse en mi garganta, así que la obligué a salir— sigues sintiendo algo por Celia?
El cuerpo se le puso en tensión. Se echó hacia atrás para mirarme a los ojos.
—Alayna… —dijo en voz baja—, nunca he sentido nada por Celia.
—¿Te refieres a que solo fue sexo? —Eran cosas que tenía que preguntar, aunque las respuestas ya estuviesen claras.
Negó despacio con la cabeza.
—Jamás he estado con ella.
—Me ha mentido. —No era una pregunta. Yo ya sospechaba que se lo había inventado.
De todas formas, Hudson me lo confirmó:
—Te ha mentido.
—Eso es lo que yo pensaba.
Si debía suponerme un alivio, ¿por qué solo sentía miedo?
Si no era eso lo que Hudson iba a confesarme sobre el vídeo, era porque aún quedaba una verdad por descubrir. Algo me decía que ya lo sabía. La otra explicación que antes había conseguido desechar volvía a preocuparme. Y esta vez no se marcharía hasta que no me dijera toda la verdad.
Suavemente, a regañadientes, me aparté de sus brazos.
—Pues la cuestión es que… casi deseaba que fuera verdad.
Él me miró confundido.
—No que te estuvieses acostando con ella cuando nosotros ya estábamos juntos. Esa parte no. Pero sí el resto. Que realmente estabas con ella cuando Stacy te vio. Si eso fuera verdad, podría aceptarlo. No me malinterpretes… La idea de que estuvieses con ella, follándotela…, me atormenta. De verdad. —Como si realmente la bilis se me subiera a la boca—. Pero creo que siempre, tanto ahora como cuando vi ese vídeo, he sabido que nunca has estado con ella.
La nuez de Hudson se movía tragando saliva.
—No he estado con ella. Nunca.
Seguí mirándole el cuello. Era más fácil que mirarle a los ojos, donde se empezaba a fraguar una oscura tormenta.
—Eso significa que el asunto con Stacy fue un engaño. Claro que sí. Yo quería creer que había sido cosa de Celia y que tú solo la estabas protegiendo. Pero ya has dicho que no y participabas lo suficiente como para fingir aquel beso. Formabas parte del engaño. —Hice una pausa para dejar que lo que había dicho penetrara en mi conciencia y saborear la verdad de las palabras que aún seguían presentes en mi boca—. Por un momento pensé que ese sería tu secreto. Pero no lo es. Es decir, hacerle eso estaría muy mal, pero yo ya sabía que habías hecho cosas parecidas en el pasado. Y tú sabías que yo lo sabía. Si eso fuera todo lo que tienes que explicar de ese vídeo, ya lo habrías hecho. Tiene que haber algo más que me estás ocultando. —Por fin, con un enorme esfuerzo, levanté mis ojos hacia los suyos—. Es por la noche en la que ocurrió, la noche del simposio, ¿verdad? Pensaba que no querías que supiera que seguías manipulando a la gente por diversión hasta una época tan reciente, pero ahora no creo que se trate solo de eso.
—Alayna…
Aunque solo fue un susurro, esta única palabra tenía un enorme peso. La dijo con precaución, suplicando. Quería decir: «No vayas por ahí». En cambio, siempre nos habíamos dirigido en esa dirección, desde el momento en que puso por primera vez sus ojos sobre mí. Estaba escrito que llegaríamos a este punto y, quisiéramos afrontarlo o no, ahí estaba.
—No se trata del vídeo en sí, sino de lo que ocurrió después.
Hablé como si se me acabara de ocurrir, pero en realidad siempre había estado ahí, enterrado en mi subconsciente, donde no tenía que enfrentarme a ello. Lo sabía. Siempre había sabido lo que ahora podía admitir.
Hudson repitió mi nombre para que le mirara, pero yo ya no le prestaba atención.
—Si Celia estaba allí contigo después del simposio, ¿no es lógico que hubiera ido allí contigo? Y, si había ido contigo, estaba presente la primera vez que me viste. Y si tú seguías jugando con la gente…
La piel se me puso de gallina mientras un escalofrío me recorría la espalda y una ola de náuseas me invadía el cuerpo. Empecé a sentir un pitido en los oídos, pero en algún lugar lejano pude oír que Hudson seguía hablando.
—Iba a contártelo —me pareció que decía—. He vuelto para contártelo.
Miré su cara atentamente, apenas escuchaba su explicación fragmentada mientras la verdad se posaba sobre mí.
—Ha sido mi peor error, Alayna. —Avanzó un paso hacia mí con el rostro retorcido por la angustia y la voz llena de desesperación—. Lo más terrible de todo lo que he hecho. De lo que más me arrepiento, aunque gracias a ello te he tenido y solo por eso estaré eternamente agradecido. Pero no sabía lo que sentiría por ti. No imaginaba que podía hacerte tanto daño ni que eso me fuera a importar. Por favor, Alayna, tienes que comprenderlo.
Empezaba a entenderlo. Con una claridad sobrecogedora.
—Eso era todo, ¿verdad? —Lo cierto es que no se lo estaba preguntando a nadie—. Un juego. Tu juego. De los dos. —Las piernas me temblaron y caí al suelo—. Dios mío. Dios mío. Dios mío.
—Alayna… —Hudson cayó de rodillas y levantó los brazos hacia mí.
Yo me aparté y todo el cuerpo me empezó a temblar.
—¡No me toques! —exclamé.
No sabría decir si dejó de acercarse a mí o no. La visión se me nubló por la furia y el dolor. Se me revolvió el estómago como si fuera a vomitar y la cabeza…, mi cabeza no podía procesar nada, no podía pensar.
No ayudó que Hudson se negara a concederme ni un minuto para escuchar lo que me decían mis propios pensamientos.
—No fue lo que crees, Alayna. Sí, empezó como un juego. Como un juego de Celia. Pero yo solo me dejé llevar porque se trataba de ti. Porque me sentía muy atraído por ti.
Me quedé mirándole y parpadeé hasta que la vista se me aclaró. Después fue como si le estuviera viendo por primera vez. Sabía que aquel era su modus operandi. ¿Cómo había pasado por alto que esa situación era una posibilidad? Nuestros comienzos habían sido raros, nada habituales. Él había comprado el club. Luego me había contratado para romper su compromiso, un compromiso que ni siquiera era real. ¿Por qué yo no me había cuestionado antes lo extraño que era todo aquello?
Y ahora estaba tratando de razonar conmigo. Noté que el estómago se me retorcía aún más y empecé a sentir arcadas.
—Alayna, deja que…
Levanté una mano para impedirle que se acercara.
—No quiero tu ayuda —dije cuando las arcadas disminuyeron. Con el dorso de la mano, me limpié la saliva de la boca—. Quiero respuestas, joder.
—Lo que sea. Ya te dije que te lo contaría todo. —Sus palabras salían a borbotones, como si pensara que esas respuestas le beneficiarían.
Yo ya sabía que nada de lo que él pudiera decir arreglaría aquello. Cada respuesta sería probablemente más dolorosa que la anterior. Aun así, tenía que saberlo todo. Agarré la alfombra con los dedos, tratando de asirme a algo que me diera fuerza.
—¿Te sentías atraído por mí? —Esa frase me había dejado un sabor agrio en la boca—. Así que ¿decidiste joderme?
—No. —Se sentó de cuclillas y se pasó las dos manos por el pelo—. No. Quería acercarme a ti y el plan de Celia fue la excusa.
—¿Y cuál era su plan? «Esa chica que está haciendo su presentación ahora: haz que se enamore de ti y…» ¿qué?
Él negó con la cabeza con firmeza, categóricamente.
—No, no fue así. No fue así.
Di un puñetazo contra el suelo.
—Entonces ¿cómo fue? ¡Dímelo!
Gateaba buscando las palabras. Nunca lo había visto tan perdido, tan falto de equilibrio, tan triste.
—Te vi, como ya te he dicho, y me sentí atraído por ti. Completamente atraído por ti. Nunca te he mentido en eso.
—Te sentiste atraído por mí y decidiste destrozarme.
Había funcionado, ¿no? Porque así era como estaba yo, completamente destrozada.
Hudson volvió a negar con la cabeza.
—No es así como quería contártelo. No lo estoy haciendo nada bien.
—Quieres decir que, si me lo contaras de otro modo, podrías manipularlo para que sonara mejor. —Yo temblaba tanto que los dientes me castañeteaban al hablar.
Él hizo una mueca de dolor, como si le hubiese dado una bofetada en la cara.
—Me lo merezco. Pero no es eso lo que quería decir. —Se aproximó unos centímetros y a continuación se quedó inmóvil, cuando se dio cuenta por mi expresión de que no debía acercarse más—. Déjame que te cuente cómo fue. Por favor. No será mejor. Va a ser repulsivo, pero será más exacto.
Apoyé la espalda en la parte delantera de la mesa. No quería oír más. Necesitaba oírlo todo.
—Estoy esperando.
Se pasó la lengua por los labios.
—Te vi. Creo que Celia se dio cuenta. Notó que me había fijado en ti. Unos días después vino con información sobre ti.
—¿Vino con información sobre mí?
Mi interrupción le sacó de lo que suponía que era un guion memorizado. Muy mal. No estaba dispuesta a ponérselo fácil.
—Sí. Celia te había investigado. No fui yo. Tenía tus antecedentes policiales y la orden de alejamiento, además de una copia de tu historial de problemas mentales.
Otra oleada de náuseas me atravesó el cuerpo cuando me enteré de que Celia había sido la que había sacado a la luz mis secretos. La imaginé corriendo a informar a Hudson de mis peores pecados.
Parecía que él notaba mi asco, que quería aliviarlo.
—Era totalmente lo contrario de lo que yo había visto en ti, Alayna. Lo que ella recopiló… no mostraba a la mujer fuerte y segura que habíamos visto en el simposio. Estaba claro que aquellos datos formaban parte del pasado. Estabas mejor. Yo lo vi.
—Estaba mejor —dije en tono desafiante, aunque era exactamente lo que él acababa de decir—. Sí.
—Sí que lo estabas. Era evidente. —Respiró hondo—. Pero la teoría de Celia era que podías recaer. —Sus ojos se encendieron—. En cambio, yo no pensaba lo mismo.
Dejó que sus palabras flotaran en el aire, esperando que yo las asimilara. Pero ¿qué esperaba que hiciera? ¿Que me levantara y le diera una puta medalla por haber apostado por mí? ¿Por haber supuesto que no podría destrozarme?
«¡Aun así lo intentó!».
En cualquier caso, se había equivocado. Había hecho algo más que destrozarme. Me había hecho añicos.
Siguió hablando, pero mi cerebro apenas procesaba sus palabras.
—Esa fue la apuesta. Ella se inventó todo eso de que rompieras nuestro inexistente compromiso. Un tiempo después, lógicamente, yo tenía que terminar contigo. Explicarte que aquella farsa ya no era necesaria. Entonces esperaríamos a ver qué pasaba. —Hizo una pausa mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas—. Pero jamás pensé…
—Así que todo fue un engaño —le interrumpí—. Todo lo nuestro ha sido una mentira. —Mi discurso se articulaba con dificultad, expulsando palabras que nunca había imaginado que diría.
—¡No! —Hablaba de forma animada, apasionada—. Ni siquiera al principio. Nunca fue un juego. No para mí. Se suponía que no tenía que seducirte. Se suponía que no debía enamorarme de ti. Pero hice las dos cosas incluso antes de que aceptaras participar.
Levanté el mentón, el único desafío que podía mostrar aparte de mis palabras encendidas.
—Pero no te enamoraste de mí. Es imposible. ¡Porque a la gente que quieres no se le hacen esas putadas!
—Yo nunca me había enamorado, Alayna. No comprendía lo que sentía. Lo único que sabía era que tenía que estar contigo y esa era la forma de conseguirlo. —La voz se le quebró—. No estoy justificando lo que he hecho. Te suplico que intentes…, que trates de…
—¿De qué? ¿De verlo desde tu punto de vista? ¿De perdonarte? —Destilaba amargura. No había nada más dentro de mí. Ni siquiera podía llorar. Ladeé la cabeza y le miré a los ojos para asegurarme de que entendía mis siguientes palabras, aunque tartamudeara al pronunciarlas—: ¡Esto es imperdonable, Hudson! No podemos seguir después de esto.
—No digas eso. No digas eso nunca. —Su tono era insistente, lleno de arrepentimiento. De dolor.
No me importó una mierda. Que sufriera. Me alegraba, si es que era verdad que se sentía así. Le habría hecho más daño si hubiera podido. Lo intenté por todos los medios.
—¿Qué es exactamente lo que no quieres oír, Hudson? ¿Que no puedo perdonarte? No puedo. No puedo perdonarte esto. Nunca.
—Alayna, ¡por favor!
Intentó acercarse a mí de nuevo. Yo lancé una patada y conseguí darle en el brazo.
—Hemos terminado. ¡Fin! ¿No lo entiendes? ¡No hay ni una puta oportunidad de volver a confiar en ti después de esto!
Él volvió a sentarse. Fácilmente me habría vencido si hubiera seguido intentándolo. Aunque yo estuviera enfadada y cargada de adrenalina, él era más fuerte. Pero no se lo agradecí ni lo más mínimo. Me lo debía. Me debía más que eso.
No me fiaba de que no volviera a intentarlo, pero lo último que deseaba era que me tocara. De hecho, ni siquiera podía mirarle. Tenía que irme. Puse una mano delante de mí y empecé a levantarme.
—Ahora me voy. No intentes detenerme. No vengas detrás de mí. —Necesité un enorme esfuerzo, pero al final me puse de pie—. Hemos terminado.
Hudson se levantó a continuación.
—No hemos terminado, Alayna. Esto no ha acabado. Hemos reconstruido nuestra confianza después de que rompieras…
Me giré hacia él.
—¡No te atrevas a comparar lo que he hecho con esto, joder! Mis errores ni siquiera entran dentro de la misma categoría. Esto es peor. Lo peor que podrías… Ni siquiera puedo… No puedo respirar…
Eché el cuerpo hacia delante y apoyé las manos sobre las piernas tratando de introducir aire en mis pulmones. Él me puso una mano en la espalda y se agachó para comprobar si respiraba. Lo aparté con un movimiento de hombros.
—No —dije furiosa con el poco aire que pude reunir—. No vuelvas a hacerlo. No me toques. No me llames. No intentes ponerte en contacto conmigo. Esto se ha terminado, Hudson. ¡Terminado! No puedo seguir viéndote.
Antes me había quedado paralizada, pero ahora estaba volcánica, explosiva. Todo lo que tenía dentro… quería sacarlo. Quería vomitar hasta la última pizca de sentimiento que tuviera por Hudson, ya fuera bueno o malo. Deseaba librarme de todo ello.
Sin embargo, aquella sensación seguía ahí. Infinita, profunda e insoportable.
—No digas eso, Alayna. Explícame cómo puedo arreglarlo. Por favor. —La desesperación de Hudson era una repetición de la mía—. Haré lo que sea. Tiene que haber alguna forma.
Alargué la mano hacia el escritorio para apoyarme.
—¿Cómo? Dime cómo es posible que haya un modo de que sigamos juntos después de esto.
Ni siquiera estaba segura de que pudiera seguir conmigo misma después de aquello.
—Aún no tengo todas las respuestas. Pero podemos solucionarlo juntos. Podemos curarnos el uno al otro, ¿recuerdas? —Hudson cerró las manos, las abrió y las volvió a cerrar—. Te quiero, Alayna. Te quiero… Eso tiene que servir de algo.
Había esperado mucho tiempo oírle hablar de su amor. Ahora que lo decía abiertamente me parecía una burla de todo lo que había ansiado que él expresara.
—Ahora mismo, la verdad es que no.
—Por favor. No puedes hablar en serio.
Volvió a levantar la mano hacia mí y sus dedos me rodearon la muñeca.
Con un grito, separé el brazo sacudiéndolo.
—¡Aparta tus putas manos de mí!
Levantó las manos en el aire en señal de rendición. Después las dejó caer. Dio un paso hacia atrás.
—Dijiste… —Hizo una pausa—. Dijiste que podrías amarme a pesar de todo…
Yo había estado esperando que me echara eso en cara. Sinceramente, me sorprendía que no lo hubiese sacado antes.
—En vista de que todo lo que tú has dicho resulta que es mentira, no me siento obligada a seguir manteniendo mi promesa.
Obligada o no, sí que seguía amándole. En otro caso, no me sentiría así. Cada molécula de mi cuerpo no estaría consumida por la desesperación. Eso era lo más gracioso de todo…, yo seguía manteniendo mi promesa. Seguía queriéndole a pesar de algo tan terrible y jodido como lo que me había hecho.
Pero no me importaba. Ya no. No cuando todo aquello en lo que mi amor se basaba era una farsa.
Llamaron suavemente a la puerta del despacho y a continuación esta se abrió. David asomó la cabeza.
—¿Estás bien, Laynie?
¿Me había oído gritar hacía un momento? ¿O simplemente pensaba que había pasado el tiempo suficiente como para ir a ver cómo estaba? En cualquier caso, nunca me había sentido más contenta de verle.
—No, no estoy bien.
David movió los ojos de mí hacia Hudson sin saber bien qué hacer. Hudson lo intentó una vez más:
—Alayna…
Yo ya no tenía nada más que decir. No quedaba nada por hablar, nada que dar. Simplemente negué con la cabeza una vez. Había terminado. Eso era todo.
Él siguió suplicándome con la mirada durante unos largos segundos. Después bajó la cabeza.
—Me voy. —Hudson miró a David—. Siento haberte aguado la fiesta. Gracias por cuidar de ella.
Se giró para mirarme por última vez con una expresión cargada de tristeza, arrepentimiento y deseo. Seguro que pensaba que yo correría a los brazos de David en cuanto se fuera y eso le dolería aún más. Estaba realizando un enorme sacrificio al dejarme a solas con David.
Pero su sacrificio era un ejemplo del clásico «tarde y mal».
¿Él estaba dolido? Qué pena. Yo estaba destrozada.
Le di la espalda, incapaz de seguir mirándole. Supe que se había ido cuando David me rodeó con sus brazos. Dejé que me abrazara un momento, pero, en contra de lo que Hudson pensaba, no estaba interesada en buscar consuelo en David. Lo único que quería era irme a algún sitio a llorar hasta que el dolor de mi corazón, de mi cabeza y de mis huesos dejara de hundirme.
Ni siquiera estaba segura de que aquello fuera posible. Sospechaba que en realidad sentiría dolor, mucho dolor, durante muchísimo tiempo.
—¿Qué puedo hacer por ti? —me preguntó David cuando me aparté de él.
Me limpié el río de lágrimas que caía sobre mi cara.
—Llama a Liesl, por favor.