Me metí en el primer tren que vi. Encontré un asiento vacío en la parte de atrás y me senté con las manos temblorosas y el corazón latiendo a toda velocidad.
«Dios mío, ¿qué he hecho?».
No sabía si estaba asustada o entusiasmada. Probablemente una mezcla de ambas sensaciones a partes iguales. Porque…, joder…, le había dado un puñetazo a Celia Werner. Y probablemente le había roto su bonita nariz. Seguramente eso acabaría con uno o dos policías llamando a la puerta de casa. Con su poder y su dinero, se la tomarían en serio. Yo había tenido problemas con la ley en el pasado. Contar con otro incidente en mi historial no era algo que me gustara.
Por otra parte, le había dado un puñetazo a la zorra de Celia Werner. Y, joder, ¡qué bien me sentía!
Tenía que hacer algo, contárselo a alguien. Consideré mis opciones. Brian siempre había sido la persona a la que había acudido para que me sacara de situaciones difíciles. Eso había dificultado nuestra relación, por lo que, ahora que nos estábamos llevando bien, no era una buena idea involucrarlo.
Eso situaba a Hudson en el primer puesto de mi lista. Él era el más adecuado para enfrentarme a los Werner. Aunque estaba segura de que me apoyaría al cien por cien y se ocuparía de todo lo que necesitara, llamarle con esa noticia prometía ser embarazoso. Sobre todo cuando había dado esquinazo a mi guardaespaldas. No se mostraría nada contento.
En el metro, la cobertura del móvil no era buena, pero conseguí señal. Por desgracia, saltó su buzón de voz. Lo intenté un par de veces más con el mismo resultado. Hudson me había advertido de que tendría reuniones durante todo el día. Estaba segura de que estaría muy ocupado. Decidí no dejar ningún recado. En lugar de eso, le envié un mensaje para que me llamara lo antes posible y supliqué al cielo que yo pudiera localizarle antes que Celia.
Porque ella también trataría de ponerse en contacto con él. De eso estaba segura.
¿Y qué pasaba con lo que me había contado? Por mucho que no quisiera que me afectara, no podía evitar pensar en todo lo que me había dicho. No la creí de primeras, ¿por qué iba a hacerlo?
Pero sus pruebas…
Deseché aquella idea de mi cabeza. De alguna forma, ella había descubierto el nombre con el que me llamaba Hudson. Tenía que ser eso. De ningún modo él podía haberla llamado igual. Y sí, era dominante en la cama, pero cualquiera que le conociera lo supondría.
La única razón por la que todo aquello seguía incordiándome era que aún no había escuchado la confesión de Hudson. ¿Era eso lo que él tenía intención de contarme? ¿Que había estado con Celia? ¿Que se había acostado con ella mientras estaba conmigo?
No creía que fuera eso. No quería que fuera eso. Era demasiado fácil, demasiado previsible. Hudson nunca era previsible.
Pero si no era eso…
La otra posibilidad que había empezado a tomar forma en mi cabeza era peor que lo que Celia había sugerido. Mucho peor. Algo que de ser verdad haría añicos todo mi mundo. No podía contemplar aquella idea lo suficiente como para lidiar con ella, ni siquiera para tratar de descartarla.
Así que no pensé en ella. La enterré hasta que tuviera que enfrentarme a ello. Si es que tenía que enfrentarme a ello.
Mientras tanto, necesitaba a alguien que me aconsejara. Además de Brian, ¿quién más sabría cómo actuaba la policía ante una denuncia por agresión? Pensé en David y en Liesl. Mira y Jack también eran una posibilidad. Al final me decidí por alguien que estaba segura que sería el mejor para manejar esa situación.
Jordan respondió a la primera señal de llamada.
—Hola, sé que tu turno no empieza todavía, pero tengo cierto problema y necesito tu ayuda.
—Puedo estar en el ático en veinticinco minutos.
Él ya estaba a punto de colgar cuando le detuve:
—La verdad es que no estoy allí. Estoy saliendo del metro de Grand Central Station.
Solo hubo una breve pausa antes de que me preguntara:
—¿No está Reynold contigo?
—No. —Debería haberme mostrado más arrepentida, pero no fue así—. Te lo explicaré cuando te vea. ¿Puedes venir a por mí?
—Sí. De hecho, si estás en Grand Central puedo estar en diez minutos.
Acordamos un lugar donde vernos. Después colgué y esperé a que llegara.
Fiel a su palabra, Jordan estaba a solo diez minutos de distancia. «Debe de vivir cerca». Me resultó curioso lo poco que sabía de ese hombre.
Encontramos un banco vacío y hablamos sin salir de la estación. Le puse al día rápidamente sin guardarme ningún detalle. Bueno, muy pocos. No mencioné exactamente lo que me había dicho Celia para provocar mi puñetazo.
Jordan no se mostró sorprendido ni me criticó.
—¿Has llamado a Hudson?
Lo había vuelto a intentar mientras esperaba a Jordan, pero había obtenido el mismo resultado.
—Está bien. La verdad es que no es urgente. Probablemente esto es lo que pasará: es posible que Celia haya ido a Urgencias. Por ser quien es y por sus contactos, supongo que la policía admitirá su denuncia allí mismo. A menudo, cuando se trata de un simple puñetazo, la policía se olvida del asunto. En este caso no será así, porque es una Werner.
—¿Me pueden arrestar? —Era la pregunta que más aparecía en mi mente.
Negó con la cabeza.
—Te buscarán para entregarte una citación judicial. Nada de órdenes de arresto. Pasará bastante tiempo hasta que el señor Pierce consiga que retiren los cargos, algo que al final ocurrirá. Lo sabes, ¿no?
—Sí. —Retorcía las manos en mi regazo—. Al menos eso creo. Me siento fatal por ser una carga.
Jordan se rio. Nunca le había oído reírse de forma tan descarada. Solía estar casi tan serio y concentrado como Hudson.
—Ese hombre nunca va a considerarte una carga, Laynie. Removió cielo y tierra para conseguir que borraran tu última denuncia. Y el asunto del que se está ocupando ahora ha supuesto un problema mucho mayor que el que será deshacerse de cualquier cargo que presente Celia.
Yo sabía que Hudson había hecho desaparecer mi violación de la orden de alejamiento, pero las últimas palabras de Jordan eran algo nuevo para mí.
—¿Qué tiene que ver conmigo el asunto del que se está ocupando Hudson ahora?
Él se quedó mirándome atentamente.
—Lo siento, Laynie, eso te lo tendrá que contar él. Lo que quería decir es que tú no eres una carga para él. Eres su razón de ser.
Me deleité con las palabras de Jordan. Las necesitaba justo en ese momento. Sobre todo porque no había podido contactar con Hudson y necesitaba que me recordaran que él seguía estando conmigo.
—Gracias, Jordan. Te agradezco esto más de lo que te puedas imaginar. ¿Sabes cuándo va a volver?
Jordan apretó la boca y supe que estaba midiendo sus palabras.
—Depende de cómo vayan sus reuniones de hoy.
¿Por qué parecía que todos conocían algún gran secreto sobre aquel asunto de negocios y yo no? Hudson, Norma e incluso Jordan. Por lo que había averiguado, no se trataba de nada malo. Entonces, ¿por qué no me dejaban saber más?
Hudson me había prometido que me informaría de todo lo que quisiera cuando habláramos. Desde luego, aquello estaba en la lista. En cualquier caso, prefería que me lo contara él antes que mi guardaespaldas, así que no insistí.
Miré el reloj de mi teléfono. Quedaba poco más de una hora para la fiesta de David. Quizá debería ir ya. A menos que eso supusiera algún problema.
—El club está cerrado los domingos, pero celebramos una fiesta para un compañero que se va. ¿Crees que la policía puede aparecer por allí? No quiero estropear nada.
—No. Irán al ático o esperarán a un horario laboral normal para ir a buscarte al trabajo. No te va a pasar nada.
—Sé que al final tendré que enfrentarme a ellos, pero preferiría que no fuese hoy.
Mierda, menuda cobarde era.
Si Jordan estaba de acuerdo con la opinión que tenía de mí misma, no lo demostró.
—Vamos a hacer una cosa. Podemos tomar el tren en dirección norte. Te dejaré en el Sky Launch. No creo que la señorita Werner vaya a molestarte esta noche.
—No. No es probable.
Aunque en realidad no me habría importado ver cómo le había dejado la cara. Solo pensarlo me hizo sonreír.
—El coche está aparcado en el ático. Iré a por él y volveré al club. Después podremos irnos cuando quieras.
Jordan observó despreocupadamente a los pasajeros que pasaban a nuestro lado. Al menos parecía observar despreocupadamente. Cuantas más cosas sabía de Jordan, más me daba cuenta de que nada en él era fortuito. Y siempre estaba pensando.
—Laynie, apuesto a que la policía irá mañana por la mañana. Si prefieres mantenerte alejada de ellos hasta que vuelva el señor Pierce, podría llevarte al loft esta noche después de la fiesta.
—No es mala idea. Lo pensaré.
Aunque esperaba que cuando por fin me pusiera en contacto con Hudson, él se encargaría de todo para no tener que esconderme en ningún sitio.
Pero aunque Hudson se deshiciera del cargo por agresión, no podría protegernos de ella para siempre. No había sido capaz de evitar que siguiera acosándome. Seguramente ahora seguiría con su juego. Pensé en el consejo que me había dado Jack durante nuestro almuerzo: el único modo de deshacerme de ella era dejar que pensara que había ganado. Desde luego, darle un puñetazo en la cara no era dejarle ganar. ¿Golpeándola había hecho mi peor jugada de todas las posibles? Más que nunca, temí que Celia Werner se convirtiera en una presencia perenne en mi futuro. ¿Podríamos Hudson y yo sobrevivir a aquello?
El problema de refugiarme en el Sky Launch era que no me sentía con humor para estar allí. Por suerte, no tenía que hacer nada para la fiesta más que abrir la puerta a los encargados del servicio de catering. Hudson se había encargado de todo, incluida la barra libre. Había sido más que generoso por su parte. Probablemente, esa era su forma de disculparse por las circunstancias de la marcha de David.
A todos los miembros del personal se les había permitido llevar a un acompañante. Con los amigos de David y los pocos clientes habituales a los que se había invitado, la lista total de asistentes rondaba los cien. Era una fiesta de verdad. Y podría haber resultado divertida si mi acompañante se hubiese encontrado allí. Pero no estaba. A las diez aún no había recibido noticias suyas.
—Deja el puto teléfono y baila conmigo —me invitó Liesl.
Yo la había informado de todo en cuanto llegó. Según su opinión, si tenía que enfrentarme a la policía al día siguiente, debía disfrutar más de la fiesta de esa noche. Estaba claro que ella y yo éramos muy distintas.
—Laynie, te quiero y estaré a tu lado si de verdad me necesitas, pero me parece que prefieres deprimirte a solas, así que te dejo y voy a pasármelo bien. —Me dio un tirón del pelo—. ¿Me perdonas?
—Claro que te perdono. Ve a divertirte.
Me dio un pico en los labios y se unió a un ruidoso grupo en el centro de la pista. Yo traté de no sentirme abandonada. De todos modos, no era a Liesl a quien quería tener junto a mí.
Decidida a no arruinarle la noche a nadie más, me senté con las piernas enroscadas en uno de los sofás que bordeaban la planta principal y bebí a sorbos mi copa de champán mientras veía a los demás bailar y relacionarse delante de mí. Tal vez, después de todo, fuese buena idea quedarme sentada aparte. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos eran mis empleados. Debía existir cierto grado de separación y respeto.
Me pregunté qué respeto me tendrían todos si me vieran salir con las manos esposadas.
«Basta ya», me reprendí. Jordan había asegurado que no habría ningún arresto y Hudson lo arreglaría todo antes de que explotara, aunque no me sorprendería que Celia denunciara mi ataque ante los medios de comunicación.
«¡Dios mío, los medios de comunicación! —Cerré los ojos con un mohín al pensarlo—. Por favor, Hudson, llámame. ¡Por favor!».
—¿Te importa que me siente contigo? —gritó una voz por encima de la música atronadora.
Abrí los ojos y vi a Gwen delante de mí. Ya se estaba sentando antes de que pudiese responder.
—Claro, siéntate.
Volví a echar un vistazo a la sala. Aunque no todos estaban bailando, parecía que yo era la única que estaba sola. ¿Ese era el motivo de que Gwen se acercara?
Joder, esperaba que no fuera por eso. No me apetecía que me animaran. Más me valía hacérselo saber cuanto antes.
—¿Por qué no estás allí?
Quizá así pillara la indirecta y se fuera con los demás a la pista de baile.
Gwen frunció el ceño y me di cuenta de que la copa que llevaba en la mano no era la primera. Si no estaba borracha ya, le faltaba poco.
—La verdad es que no me gusta… —Se interrumpió como si hubiese olvidado lo que estaba diciendo.
Terminé la frase por ella:
—… ¿Bailar?
—En realidad iba a decir «… la gente». Además, son nuestros empleados. No me parece bien estar mucho de fiesta con ellos esta noche cuando es probable que mañana los critique.
Vaya, sí que era una buena jefa.
—Empiezas a gustarme, Gwen. ¿Qué te parece?
Casi se rio.
—Estoy segura de que no durará. Al tiempo.
Hablaba con seriedad, como si detrás de sus palabras hubiese una triste historia. O puede que simplemente tuviese una borrachera lúgubre.
Si ella no se explicaba directamente, yo no le iba a preguntar. Ya tenía mis propios problemas. Por décima vez en quince minutos, miré la pantalla de mi teléfono para ver si había alguna llamada perdida o algún mensaje.
Nada.
Jordan había regresado ya con el coche y esperaba en la sala de los empleados viendo algo en el canal de la PBS. Le envié un mensaje: «¿Alguna noticia de Hudson?».
Respondió rápidamente: «No. En la Costa Oeste son tres horas menos. Allí son solo las seis. Dale tiempo».
Ya habían pasado cinco horas desde el primer mensaje que le había enviado a Hudson pidiéndole que me llamara. ¿Cuánto tiempo hacía falta?
Gwen interrumpió mis pensamientos:
—No dejas de mirar esa cosa. ¿Estás esperando una oferta mejor?
Con un suspiro, me guardé el teléfono en el sujetador.
—Espero una llamada de Hudson. Ha ido a Los Ángeles un par de días. No me había dado cuenta de que se me notaba.
—Dios, sí que estás enamorada —comentó con un gruñido—. Es terrible.
Ladeé la cabeza.
—¿No te parece bien mi relación con Hudson?
Gwen se encogió de hombros.
—Me importáis un pimiento Hudson y tú. Es el amor lo que no me parece bien. Ya he tenido suficiente con Nor… —Se detuvo a mitad de la frase, antes de terminar de pronunciar el nombre de su hermana—. En fin, parece que el amor está por todos lados. Estoy harta.
Gwen desconocía que yo ya sabía que Norma y Boyd tenían una aventura. No me molesté en aclarárselo. Lo que me intrigaba era su actitud en contra del amor. ¿Se sentía abandonada por su hermana desde que esta había empezado a salir con su ayudante? Como apenas conocía a Gwen, no sabía qué pensar.
Entonces se me ocurrió: «Gwen ha pasado por una mala experiencia». Todo empezaba a encajar. Por primera vez en toda la noche, me sentí ligeramente interesada en algo que no era en mí misma.
—¿Es ese el motivo por el que deseabas tanto marcharte del Planta Ochenta y Ocho?
Sus ojos se pusieron vidriosos. Yo no estaba segura de si se debía a algún recuerdo o al alcohol. Abrió la boca para decir algo. Después volvió a recuperar el control.
—Buen intento. He bebido, pero no tanto. —Dio otro sorbo a su whisky y miró mi copa de champán medio llena—. Hablando de beber, ¿por qué no te subes conmigo al tren del alcohol?
—No soy muy bebedora.
Por mi poca tolerancia, ya empezaba a sentirme algo alegre y quería estar sobria cuando hablara con Hudson.
—Ah. —Me miró como si me estudiase. Seguidamente dirigió su atención a la gente que estaba pasándolo en grande en la pista. Dio otro sorbo a su copa—. Te he oído comentar con Liesl algo sobre adicción. ¿Has sido alcohólica?
Me reí. Sentía tanta curiosidad por mí como yo por ella. Quizá si le explicara mi historia ella me contaría la suya, pero en ese momento mi prioridad no era establecer vínculos afectivos.
—No, no. No voy a entrar en eso. Tú tienes tus secretos y yo tengo los míos.
Gwen sonrió.
—Me parece bien.
—Así que es aquí donde está la fiesta.
David se apoyó en el respaldo del sofá entre nuestras dos cabezas.
—Ja, ja. Sarcástico. Muy bien.
Gwen se terminó la copa y la dejó en la mesa que tenía al lado. David no hizo caso de Gwen y dirigió su atención hacia mí.
—Se supone que esta noche es mi última oportunidad de pasarlo bien con la gente que quiero. Y resulta que mi persona favorita está aquí deprimida. ¿Qué es lo que pasa?
Que se refiriera a mí como su «persona favorita» me puso ligeramente tensa. Sin embargo, iba a irse de la ciudad. No había necesidad de preocuparse por sus intenciones.
Además tenía razón. Esa noche era la suya, no la mía.
—¡Mierda! Lo siento, David. Se supone que esto es una fiesta y yo la estoy echando a perder con mi estado de ánimo.
Dio la vuelta para ponerse delante del sofá y se sentó sobre la mesita que teníamos enfrente.
—¿Por qué estás tan triste? Estabas muy… animada estos dos últimos días. —Levantó las cejas esperanzado—. ¿Alguna tormenta en el paraíso?
Me enternecía que nunca dejara de intentarlo.
—Siento decepcionarte, pero creo que no.
Aunque cuando le contara a Hudson lo de mi falta de autocontrol la situación podría cambiar. ¿Por qué no me había llamado todavía? Aparte de eso, ¿sería verdad que Jordan sabía cómo funcionaba el sistema legal de la ciudad de Nueva York?
Me mordí el labio preocupada.
—Está el problema de que me podrían arrestar pronto. —Se me hacía más fácil contárselo a David que a Gwen.
David miró a Gwen confuso.
—A mí no me preguntes —dijo ella encogiéndose de hombros—. No me ha contado ni una mierda.
David se agarró con las manos al borde de la mesa, una a cada lado de su cuerpo.
—Creo que necesito que me expliques un poco más.
Durante medio segundo, pensé si soltarlo todo. Pero no era justo para David. Había sido un buen encargado y un buen amigo. ¿Era esa una buena forma de despedirme de él?
—No, no necesitas que te explique nada más. Olvida lo que he dicho. Por favor. Ha sonado demasiado melodramático. —Eso esperaba.
—Avísame si puedo hacer algo por ti, ¿vale?
David no era de los que insisten y tratan de sonsacarte. Hubo un tiempo en el que pensé que eso podría ser suficiente para mí; que con él estaría segura; que era el hombre que me mantendría cuerda.
Ahora opinaba de otro modo. Aunque Hudson me volvía loca con su insistencia para sonsacarme todo, era lo más cercano a la transparencia que yo conocía. Por eso le necesitaba tan desesperadamente en ese momento.
Sin embargo, quedarme allí sentada lamentándome por su ausencia no iba a adelantar su vuelta. Por otra parte, me estaba despidiendo de mi amigo de una forma decepcionante.
Puse la cara más feliz que pude y dejé la copa en la mesa.
—¿Sabes qué puedes hacer por mí, David? Puedes animarme. —Me puse de pie y señalé la pista con la cabeza—. Vamos a bailar, ¿quieres?
—Creía que no me lo ibas a pedir nunca.
En lugar de unirnos al resto de la gente en el centro de la pista, nos quedamos en un rincón vacío. Tras unos minutos bailando la remezcla de Titanium de David Guetta, me sentí mejor. Llevaba siglos sin dejarme llevar, sin parar de preocuparme e inquietarme para limitarme a vivir el momento. Cerré los ojos, dejé que la música me invadiera y comencé a mover libremente los pies y las caderas. El sudor apareció en mi frente y la respiración se me entrecortaba, pero me sentía viva…, viva de una forma que solamente el club podía hacerme sentir. Enseguida mi preocupación se desvaneció y lo único en lo que pensaba era en el presente…, en la música, las luces que brillaban alrededor, el amigo que estaba delante de mí. Eso era exactamente lo que necesitaba.
No estoy segura del tiempo que pasé bailando ni de cuántas canciones sonaron antes de que el DJ pinchara una lenta. En el club nunca se pinchaban canciones lentas. Miré a David sorprendida.
—Alguien ha debido de pedirla. —Levantó una mano hacia mí—. No vamos a desperdiciarla, ¿verdad?
Una voz en mi cabeza repetía que esa era una mala idea. Si David había pedido que pusieran aquella canción —y estaba segura de que así era—, lo había hecho por mí. La habría pedido para tenerme entre sus brazos. Eso estaba mal. Yo tenía un novio al que amaba con todo mi ser. A Hudson no le gustaría y eso era motivo suficiente como para no bailarla. Cada impulso de mi cuerpo me decía que me alejara.
Pero había un destello de emoción en mi pecho que no podía ignorar, una necesidad de ponerle un final, quizá, o un resto de melancolía por lo que una vez fue y por lo que podría haber sido. Quizá simplemente fueran el alcohol, la adrenalina y la necesidad de que alguien me abrazara después de todo el estrés y la ansiedad de ese día.
Además, Hudson no estaba allí, entonces ¿qué iba a tener de malo un baile?
Sin pensarlo más, cogí a David de la mano y dejé que me atrajera a sus brazos. Había olvidado su calidez, como un oso de peluche gigante. No estaba ni tan definido ni tan en forma como Hudson, pero era fuerte y resultaba fácil sucumbir ante él.
Apoyé la cabeza en su hombro y nos mecimos juntos. Cerré los ojos y escuché la letra de la canción mientras me relajaba en nuestro abrazo final. La voz del cantante me sonaba familiar, pero no recordaba su nombre. Le cantaba a su amor diciéndole que la llevaba en sus venas, que no podía sacársela de dentro.
Eran palabras que me hacían pensar en Hudson. Lo tenía tan dentro de mí que se me había filtrado a través de la piel y se había introducido en mis venas. Era mi energía vital y cada latido de mi corazón me provocaba otra descarga de amor por todo el cuerpo.
¿Era eso lo que David sentía por mí?
Una extraña mezcla de pánico y pena junto con un poco de alegría me invadió el cuerpo al darme cuenta de que era eso exactamente lo que David sentía por mí. Si me cabía alguna duda, quedó aclarada cuando empezó a cantarme al oído: «No puedo sacarte de mí».
Dejé de moverme y me eché hacia atrás para mirarle a los ojos. Él lo sabía, ¿no? ¿Sabía que aquello estaba mal, sabía que mi corazón ya tenía dueño? ¿Sabía que yo no sentía lo mismo por él?
Si era así, no le importaba. Se echó hacia delante e invadió mis labios con los suyos antes de que yo supiera qué estaba pasando. Su beso fue ofensivo e inoportuno. Me aparté de inmediato.
La tristeza con la que me miró David me atravesó el cuerpo. Yo conocía esa intensidad del dolor. Me destrozó saber que yo era la causa. No había nada que yo pudiera hacer más que negar con la cabeza y contener las lágrimas.
David empezó a decir algo, quizá una disculpa o intentaba convencerme para que le diera una oportunidad. Pero en ese momento sus ojos se elevaron alarmados hacia un lugar detrás de mí.
Sin mirar, supe quién estaba detrás de mí. ¿No era el modo retorcido en el que el destino se vengaba por toda la mierda que había provocado a lo largo de mi vida? Ponía a la persona a la que más quería en la situación que menos deseaba para ella. Por eso no me había devuelto las llamadas, por eso no podía ponerme en contacto con él. Venía de camino a casa.
Despacio, me giré hacia él. Se había quitado la chaqueta y tenía la camisa arrugada por el viaje. Se había aflojado la corbata y en su mentón asomaba la barba de todo el día. Pero fue en su rostro donde me concentré. El dolor en los ojos de David no era nada comparado con lo que vi en los de Hudson. La angustia que había en ellos era insoportable y su expresión encerraba tanto sufrimiento que me pregunté si podría haber algún bálsamo que lo aliviara.
Por segunda vez aquella noche me pregunté: «Dios mío, ¿qué he hecho?».