—Jordan, necesito ir a Industrias Pierce —le dije cuando subí al coche al día siguiente por la tarde. Me pregunté si debería decirle que quería ver a Hudson. En realidad no era mentira, porque sí que quería verle. Sin embargo no era a él a quien tenía intención de visitar.
—Muy bien, señorita… Laynie —dijo, rectificando antes de que yo tuviese que recordarle que me llamara así—. Estoy seguro de que a él le gustará la sorpresa —añadió un momento después.
Yo sonreí y asentí cuando sus ojos me miraron por el espejo retrovisor. Me fastidiaba que conociese tanto mi vida y mi agenda cotidiana como para saber que Hudson no me esperaba. ¿Le habría dicho Hudson que no quería que yo fuera por allí? En ese caso, lo más probable era que no me llevara. Aunque luego yo conseguiría ir a su despacho por mis propios medios. Hudson ya debía de esperar eso de mí. Quizá mi chófer simplemente estuviese informado de mis planes diarios. Aunque no por mí, así que no sería una información muy precisa. Al fin y al cabo, yo no era prisionera de Hudson.
Cualquiera que fuera la información que ellos dos —o tres, si incluía a Reynold— compartieran sobre mí, estaba convencida de que Hudson siempre estaba al corriente de mi paradero. Probablemente Jordan le enviaría un mensaje a Hudson en el momento en que yo saliera del coche para avisarle de que iba a subir.
No podía pedirle a mi guardaespaldas que no informara sobre mí. Eso pondría en peligro su puesto de trabajo. Pero sí podría conseguir algo de tiempo. Cuando se detuvo delante del edificio de Industrias Pierce, me incliné sobre el asiento de delante.
—Dame unos minutos antes de delatarme, ¿de acuerdo? No quiero echar por tierra la sorpresa.
Jordan no dijo nada, pero por su sonrisa supe que me haría caso.
—Gracias.
Besé a mi chófer en la mejilla, sorprendiéndonos los dos por mi muestra de cariño, y salí del coche.
Teniendo en cuenta lo destrozado que estaba mi corazón, me encontraba casi bien de ánimo cuando pulsé el botón del ascensor que llevaba a la planta de Hudson. La conversación con Stacy había ido bien y eso hizo que aumentara mi confianza en que la siguiente cita me saldría igual. Aunque Liesl no me acompañaba en esta ocasión, me sentía capaz de conseguirlo. Y, si todo iba bien, obtendría respuestas.
Con suerte, no serían respuestas que me destrozaran aún más.
Sentí pánico un instante cuando el ascensor se abrió en la planta de Hudson. Asomé la cabeza por las paredes de cristal que daban a la sala de espera. Aparte de Trish en su mesa, la sala estaba vacía. La puerta del despacho de Hudson se encontraba cerrada. Si Jordan ya le había enviado un mensaje informándole de mi llegada, o bien Hudson no lo había leído todavía, o bien no se encontraba en el edificio. En cualquier caso, eran buenas noticias para mí.
Me escabullí por el pasillo sin ser vista.
El despacho de Norma Anders era fácil de encontrar. Solo trabajaban dos altos ejecutivos en esa planta, así que no había muchos sitios donde buscar. Desde fuera supe que el de ella era más pequeño que el de Hudson y que no tenía vistas desde la esquina. Por algún motivo, aquello me hizo sentirme bien. Dios, ¿de verdad me estaba comportando como una zorra despreciable? No. Simplemente era una mujer a la que habían despreciado.
Había concertado mi visita con el ayudante de Norma, así que ya sabía que me encontraría a un hombre en la mesa que estaba delante de su despacho. Sin embargo, no sabía lo atractivo que era. No atractivo en plan dominante y poderoso como Hudson, sino más bien del estilo guapo y ñoño que se llevaba entonces. Parecía tener más o menos mi edad, quizá fuera uno o dos años mayor. Tenía el pelo castaño claro y revuelto y sus ojos azules brillaban a pesar de estar ocultos por unas gafas de montura oscura.
Qué suerte tenía Norma de estar rodeada de tíos buenos. Quizá yo necesitara ocupar un puesto en Industrias Pierce para poder disfrutar de las vistas.
Como si me importara algún hombre aparte de Hudson. Si podía recuperar esas vistas, sería feliz.
La placa de identificación decía que se llamaba Boyd. Di un paso al frente y me presenté:
—Soy Alayna Withers. Vengo a ver a Norma Anders.
—Deje que la avise para saber si puede recibirla. Por favor, siéntese.
La idea de sentarme me dio ganas de vomitar. Estaba demasiado nerviosa.
—No, esperaré de pie. Gracias.
Rodeé la pequeña sala de espera fingiendo admirar los cuadros de las paredes mientras echaba algún vistazo al interior del despacho de Norma. A pesar de que tenía la puerta abierta, no veía su mesa y cuanto más tiempo pasara allí más temía echarme para atrás. Al fin y al cabo, la reunión con ella podía resultar contraproducente. Quizá no consiguiera convencerla de que era un asunto de mujer a mujer. La probabilidad de que llamara a seguridad o a Hudson era bastante alta. Ambos escenarios resultaban poco atractivos.
Para bien o para mal, no me acobardé y Norma no me hizo esperar.
—Alayna, entra, por favor. —Se echó a un lado para dejarme pasar e hizo un gesto para que tomara asiento delante de su mesa—. Basta ya, no seas malo —oí que decía mientras cerraba la puerta. Al menos, eso es lo que me pareció oír.
Me di la vuelta antes de sentarme.
—¿Cómo?
—Ah, nada. Hablaba con mi ayudante.
Mientras ella daba la vuelta para dirigirse al otro lado de la mesa, contemplé aquel espacio. No solo era más sencillo y pequeño que el de Hudson, también carecía de estilo propio. La habitación se componía de un escritorio, tres sillas, dos estanterías y varios ficheros. Al parecer, no habían contratado a Celia Werner para diseñar todos los despachos, solo el de Hudson.
Norma se aclaró la garganta. Como yo no inicié la conversación, parecía que lo haría ella.
—Me ha sorprendido que me pidieras reunirte conmigo. Supongo que será por Gwen.
Cuando Boyd me había preguntado el motivo de mi cita con Norma, simplemente había respondido: «Es personal. Soy la jefa de su hermana». La alusión quedaba clara. Además, así la despistaba.
Me incorporé en la silla. Era más baja que la de Norma y supuse que aquello era una táctica para conseguir que sus clientes se sintieran por debajo de ella. Yo no iba a permitir que eso afectara a mi confianza.
—No, no he venido por Gwen. Aunque quizá haya hecho creer a tu ayudante que se trataba de eso. Siento haberle engañado.
Norma parpadeó una vez.
—Ahora sí que siento curiosidad. Continúa.
Puse mis ojos a la altura de los de ella.
—He venido a preguntarte por Hudson.
—¿Por Hudson? —Dio un auténtico brinco en la silla por la sorpresa—. No podías desconcertarme más si me dijeras que has venido para hablar del papa. ¿Por qué quieres preguntarme a mí por tu novio?
Estaba siendo la conversación más larga que habíamos tenido directamente. Pensé que no sabía absolutamente nada de aquella mujer: si era divertida o seria, compasiva o mala. Siempre había actuado como si me desaprobara o como si no le interesara. ¿Se debía simplemente a que yo estaba con Hudson? Era una mujer con autoridad, probablemente había aprendido con el tiempo a ser dura, a ser insensible. ¿Había bajo aquel exterior una chica a cuyos sentimientos podría apelar con mis celos y mis inseguridades? Esperaba que sí.
—Me interesa saber cuál es tu relación con él. Con Hudson.
Su boca se curvó por un lado.
—Llámame zorra, pero ¿por qué no se lo preguntas a él?
Yo ya la había llamado zorra muchas veces mentalmente, pero reconocía que ese título no estaba constatado. Aún. Igual que cuando Stacy me había juzgado a mí, sentí el deseo de ponerme a la defensiva. Aunque eso no me llevaría a ninguna parte.
—Le he preguntado. Me ha respondido. Me gustaría que tú me lo aclararas.
Asintió, aceptando mi respuesta con facilidad.
—Tengo una relación laboral con él. Es mi jefe. Yo soy su directora financiera.
—¿Solo laboral?
—Solo laboral.
Había temido que su respuesta no me convenciera y así fue. Él firmaba los cheques con su sueldo. Solo teniendo en cuenta eso, ¿por qué iba a revelarme ninguna información? Y si Hudson había sido su amante o seguía siéndolo, tenía doble motivo para no ser sincera conmigo.
Aun así, esperaba enterarme de algo más si continuaba con la conversación. Quizá tuviera un lapsus, lo notara en su rostro o me diera cualquier otra pista.
—Está claro que lo encuentras atractivo. No lo disimulas cuando le miras.
Ella lo miraba como si fuese un Adonis. En fin, ¿acaso no lo era?
Norma dejó escapar una pequeña carcajada.
—Es un hombre muy atractivo. —«Menuda obviedad»—. Pero no estoy interesada en él en ese sentido.
Eso no podía ser verdad. Además de lo que yo había visto, Hudson me había confirmado el interés de Norma.
—Me ha contado que le dijiste que querías tener una relación con él.
—¿Sí? —preguntó con los ojos abiertos de par en par.
«¿Por qué me iba a mentir con respecto a esto?», rugió mi corazón dentro de mi pecho.
—Bueno, sí que lo hice —admitió Norma—. Hace bastante tiempo. Simplemente me sorprende que merezca la pena hablar de ello. La situación ahora es diferente.
Incliné la cabeza tratando de comprender qué quería decir. Muy pocos de mis enamoramientos habían desaparecido simplemente dejando pasar el tiempo. Normalmente necesitaba un hombre nuevo para que mi interés cesara. Pero me obsesionaba, así que no contaba con ningún punto de referencia preciso.
Sin embargo Hudson creía que aún le gustaba.
—Me parece que él no cree que la situación haya cambiado.
Se quedó mirándome durante dos largos segundos antes de sonreír con los ojos entrecerrados.
—Quizá yo no quiera que lo crea.
Retorcí las manos en mi regazo, decidida a no quitarle aquella petulancia con una bofetada, por muy tentadora que fuera la idea. En lugar de eso, clavé mis ojos sobre ella con la esperanza de que mi perseverancia sirviera de algo.
Tras una breve competición a ver quién apartaba antes la mirada, gané yo. O algo parecido. Me dio una respuesta, aunque no del todo satisfactoria:
—Es mi jefe. Me paga para que le adule.
Apoyé la espalda en la silla.
—Hay algo más. ¿Qué es lo que no me estás contando?
Sus ojos parpadearon brevemente llenos de rabia o pánico. No estaba segura de cuál de las dos cosas era, pero ninguna me iba a dar lo que yo quería. Reculé y probé con otra táctica, la de apelar a su compasión:
—Lo siento. No es asunto mío, lo sé. Pero estoy buscando información desesperadamente. Significaría mucho para mí. Y ahora que Gwen está en el club, pensaba que quizá podríamos encontrar algún tipo de vínculo.
Entonces sus ojos sí que mostraron rabia, y no fue solo un parpadeo.
—¿Estás amenazándome con echar a Gwen si no respondo a tus preguntas?
«¡Joder!».
—¡No! Dios mío, no. Me encanta Gwen. —No era precisamente verdad—. Como mínimo, me gusta. Se le da bien su trabajo. Es perfecta para lo que yo buscaba. —Vaya, sí que me había puesto nerviosa. Respiré hondo y me concentré—. Lo que quiero decir es que pienso en todos los miembros del Sky Launch como una familia. Gwen está acercándose muy bien a esa categoría. Aunque a veces es demasiado directa y se muestra excesivamente dispuesta a decir lo que piensa.
Norma se rio.
—Así es Gwen. —Ahora era ella la que inclinaba la cabeza y me observaba—. Te agradezco que le hayas dado el trabajo, por cierto. Le di las gracias a Hudson, pero él dice que en realidad fuiste tú la que la contrató. Necesitaba salir del Ochenta y Ocho. En muchos sentidos, estaba tan desesperada como dices que tú lo estás ahora. —Se pasó la lengua por los dientes y estrechó los ojos mientras pensaba—. Por ese motivo, por lo que has hecho por Gwen, te voy a contar una cosa. —Pulsó un botón de su teléfono—. Boyd, ¿puedes venir?
—Claro. —La voz de Boyd invadió la habitación.
Norma concentró su atención en la puerta cerrada. Yo me giré en mi asiento e hice lo mismo, curiosa y ansiosa por saber qué podría ofrecer su ayudante para ayudarme con mi problema. ¿Era entonces cuando me iban a echar del edificio?
Boyd llamó a la puerta y a continuación la abrió sin esperar respuesta.
—¿Deseas algo?
Maldita sea, su sonrisa era la de un colegial, dulce y contagiosa.
La sonrisa de Norma era casi igual. Definitivamente contagiosa.
—Boyd, la señorita Withers quiere saber si estoy teniendo una aventura con Hudson Pierce.
Boyd se quedó boquiabierto y sus ojos pasaron rápidamente de mí a Norma y de Norma a mí. Se secó la mano en los pantalones del traje, repentinamente nervioso.
—No pasa nada, querido. Responde sinceramente. Con toda la sinceridad que quieras.
Su tono sugería un secreto entre ambos. ¿Concertaba Boyd citas para su jefa? Me preparé para oír su respuesta.
Tras el estímulo de Norma, se relajó y me miró a los ojos.
—No la tiene.
Aquella respuesta debería haber supuesto un consuelo. Pero yo era una chica escéptica.
—¿Cómo estás tan seguro? ¿Estás delante cuando se reúne con él?
—No. Pero sé que no tienen una aventura. —Miró una vez más a Norma para pedirle permiso para seguir hablando. Al parecer, pensó que se lo daba y continuó—: No le haría eso a la persona con la que está saliendo. —Volvió a pasar su atención de mí a Norma—. Es muy fiel.
—Gracias, Boyd. Eso es todo.
Él asintió y se marchó.
La puerta no se había cerrado todavía, cuando me giré hacia Norma.
—¿Estás saliendo con alguien? —El rubor de sus mejillas lo decía todo—. ¡Dios mío, es con Boyd!
Su sonrojo y su sonrisa se acentuaron. Joder, esa mujer estaba enamorada hasta las trancas.
—¿De verdad crees que haría tonterías con otra persona de la oficina cuando mi novio está justo en mi puerta?
Me quedé sin habla.
—¿Por qué no me ha contado Hudson que estáis saliendo?
Eso me habría tranquilizado. Por supuesto, podía seguir habiendo una aventura, pero que ella tuviese novio disminuía las probabilidades. Sobre todo sabiendo lo enamorada que estaba de Boyd.
Sin embargo, al mencionar a Hudson el atolondramiento de Norma se evaporó.
—Hudson no lo sabe —comprendí—. ¿Por qué? ¿Se trata de un gran secreto o algo así?
—La política de la empresa no nos permite salir con gente del mismo departamento. Trasladarían a Boyd a otro. No quiero perderle. Lleva dos años trabajando para mí. Llevamos juntos la mitad de ese tiempo. Es el mejor ayudante que he tenido nunca. En más de un aspecto.
—Por eso perpetuar la idea de que sigues sintiéndote atraída por Hudson sirve para que no sospechen de él. —Me había costado, pero ahora lo comprendía—. Ya te entiendo.
Aquella mujer no era ninguna zorra. Simplemente le ponía nerviosa que descubrieran su secreto.
Una oleada de culpa me invadió por dentro.
—Me siento como una idiota. Lamento haberlo dado por hecho. No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.
Ella se encogió de hombros.
—Gracias. La verdad es que resulta divertido contárselo a alguien. —Su sonrisa volvió a aparecer.
—Estoy segura.
La verdadera naturaleza de mi relación con Hudson había comenzado como un secreto. Yo había estado deseando contarle a alguien, a quien fuera, lo que pasaba de verdad. Desde luego que me identificaba con ella.
Además, hablar de estar enamorada era uno de los platos fuertes de aquella emoción.
A pesar de mi carácter paranoico, Norma me convenció de que solo tenía ojos para su ayudante. Pero eso no justificaba todo el tiempo que pasaba con mi novio.
—Entonces, si no hay ningún interés amoroso, ¿por qué pasas tanto tiempo con Hudson?
Quería que Norma dijera también que se trataba de asuntos de trabajo y, si era así, que se explicara.
Norma frunció el entrecejo.
—¿No te lo ha contado?
Negué con la cabeza y se quedó pensativa.
—Bueno, creo que lo entiendo. —Parecía decirlo más para sí misma que para mí—. Es una idea muy complicada en la que está trabajando. Tiene acciones de una compañía, pero quiere comprar más para obtener el control mayoritario. Sin embargo, no quiere que los miembros del consejo lo sepan. Así que está comprando otra empresa que posee el suficiente número de acciones de la primera para que Hudson consiga la mayoría cuando las junte con las que ya tiene. Como lo está haciendo todo a escondidas, hemos tenido que ser sigilosos con la compra. Ha sido todo como un juego. Como una partida de ajedrez. Nosotros movemos y ellos mueven. He tenido que investigar leyes financieras y tácticas a las que nunca me había enfrentado antes. Será un milagro si sale, pero empiezo a creer en los milagros.
Sus ojos se iluminaron al hablar del trato y me di cuenta de que Hudson no la excitaba tanto como su trabajo.
Se detuvo, quizá pensando que se había dejado llevar.
—Las tácticas de Hudson han sido brillantes —concluyó—. Es fascinante ver a ese hombre en acción.
—Está claro que te encanta tu trabajo, Norma. —Esperé mientras ella asentía—. La mente de Hudson es, desde luego, una de las más creativas que he visto nunca. Debe de ser muy excitante trabajar tan cerca de él. —A mí me encantaba que me dejara trabajar con él. Suponía un verdadero estímulo, tanto a nivel mental como físico—. Y no estoy insinuando nada.
—Sé a lo que te refieres. Y sí que lo es. —Su rostro recuperó la seriedad—. Por cierto, hablaba en serio cuando dije que eras mejor pareja para él que esa tal Werner. Ella le ponía triste. Contigo casi parece feliz.
Ya había oído antes a Norma insinuar que Hudson había estado con Celia. Hudson lo despachó diciendo que estaba tan confundida como los demás y que él se había aprovechado de ese malentendido para evitar que Norma siguiera insistiendo.
Ahora que había visto el vídeo, me pregunté si Norma no se estaría refiriendo a algo más.
—¿Por qué crees que estaba con Celia? ¿Alguna vez te lo dijo él? ¿Los viste juntos?
Frunció el ceño mientras recordaba.
—Nunca dijo que estuvieran juntos. Ella lo acompañaba a muchos actos de la oficina. Simplemente lo suponía. ¿No estaban juntos?
No respondí a su pregunta, deseosa de conocer más detalles.
—¿Alguna vez los viste intimar? Ya sabes, cogerse de la mano, besarse…
—No, no los vi. —Se quedó pensándolo un momento, como si se diera cuenta de que aquello resultaba extraño—. Eso era en parte lo que les hacía parecer tristes como pareja. Eran muy poco cariñosos cuando estaban juntos. Nunca vi ese brillo en sus ojos como cuando está contigo. Incluso resplandece cuando habla de ti.
Eso me sorprendió.
—¿Habla de mí?
—A todas horas —contestó, como si fuera lo más natural del mundo.
El corazón me dio un vuelco.
—Ah. No lo sabía.
Salí del despacho de Norma sintiéndome más aliviada que cuando había llegado. Había aplacado mis dudas sobre la fidelidad de Hudson e incluso me había dado alguna información sobre su relación con Celia. Cada vez más, el vídeo parecía ser un teatro.
De camino al ascensor, mi buen estado de ánimo se convirtió rápidamente en inquietud cuando recordé que tenía que volver a pasar por delante del despacho de Hudson. Si Jordan le había enviado un mensaje, él estaría alerta por si me veía. No sabía con seguridad si quería encontrarme con él o no. Si le veía, tendría que explicarle por qué estaba allí.
Pero le vería. Y eso me parecía tan maravilloso como doloroso.
Avancé cautelosamente por el pasillo haciendo lo posible por que mis tacones no hiciesen ruido sobre el suelo de mármol, todo el rato con la mirada clavada en la puerta cerrada de su despacho. Por eso no me di cuenta de que estaba delante de mí hasta que no me tropecé con él.
—Alayna.
Ahí estaba el sonido que me gustaba más que ningún otro, mi nombre en la boca del hombre al que amaba. Su forma de decirlo, con reverencia, como si fuese un himno, como una canción de cuna…, hizo que se despertaran las emociones que había tratado de enterrar muy hondo. La piel de los brazos se me puso de gallina y sentí una presión en el pecho. Mucha presión, a punto de estallar.
Empecé a decir algo, pero me había quedado sin voz.
Hudson me envolvió entre sus brazos.
—Vamos a hablar en privado, ¿de acuerdo? —Me llevó a su despacho—. No me pases llamadas —le dijo a Trish antes de entrar.
Cuando entramos, cerró la puerta con llave. Si las circunstancias hubiesen sido otras, toda esa actitud de macho dominante me habría resultado atractiva. Vale, seguía resultando atractivo cualesquiera que fueran las circunstancias. Y yo había sido una chica mala yendo a hablar a sus espaldas con su empleada. Quizá, si tenía suerte, me daría unos azotes.
Vaya, ¿no estaba siendo demasiado optimista?
—Hola, H.
Me soltó el brazo.
—¿Qué haces aquí, Alayna?
Parecía cansado y su voz también. Tenía los ojos enrojecidos y rodeados por unos círculos oscuros. ¿Estaba durmiendo mal por mí? ¿O más bien su aspecto se debía al trabajo y a que la cama no era la habitual?
A pesar de las ojeras, estaba guapísimo. Me había preguntado muchas veces si en algún momento me aburriría de su aspecto tan irresistible. Si eso pasaba alguna vez, no iba a ser ese día. Su simple presencia me afectaba…, me excitaba, me ponía nerviosa. Me cabreaba. La mezcla de atracción, frustración y desesperación me ponía de mal humor, un cruce entre coqueta y guerrera con una buena dosis de amargura por encima de todo.
—¿Que qué hago en tu despacho? Tú me acabas de arrastrar hasta aquí, ¿ya no te acuerdas?
Me aparté de él y pasé la mano por el respaldo del sofá.
—No seas tan astuta. —Aunque noté una sonrisa tras su expresión de hombre serio—. Me refiero a qué haces en este edificio.
Giré la cabeza para mirarle.
—Quizá haya venido a verte. Tiendo a acosar a los hombres cuando siento que me rechazan.
Era una posibilidad. Ya había pasado antes. Incluso con él.
Hudson dejó escapar un suspiro.
—No has venido a verme a mí. Has llegado a esta planta hace más de media hora y no has venido a mi despacho hasta ahora.
Me giré del todo hacia él.
—¿Cómo coño te enteras de todo lo que hago? ¿Por Jordan? ¿Por tus cámaras de seguridad?
Sabía que había sido mi guardaespaldas, pero quería que él me lo confirmara. Al decirlo en voz alta, me di cuenta de lo mucho que me fastidiaba aquella situación. Si él observaba todos mis movimientos, yo no me sentía tan mal por hurgar en su vida. En cuanto a comportamientos de mierda, me parecía que estábamos a la par.
—No me voy a sentir culpable por las medidas que tomo para proteger lo que es mío.
Cruzó los brazos sobre el pecho y sus hombros, ya de por sí anchos, se expandieron.
Sin embargo, no pasé por alto sus palabras. Aunque quizá me lamí los labios.
—¡Alayna!
Aparté los ojos de él, interrumpiendo el trance hipnótico en el que había caído.
—Lo que es tuyo, ¿eh? No me hagas reír.
Aparentemente había vuelto a la fase rabiosa de mi duelo. Suponía un cambio interesante y excitante respecto al dolor constante que había estado sufriendo.
Mi rabia estimuló la de Hudson.
—Dios mío, ¿cuántas veces tengo que repetírtelo?
—No lo sé. —Me encogí de hombros de forma exagerada—. Puede que doscientas más. Porque está claro que no lo entiendo.
Se puso de espaldas a mí y se pasó la mano por el pelo. Cuando volvió a mirarme, estaba relativamente más tranquilo.
—¿Por qué… has… venido?
Pensé si decirle la verdad o si guardármela solo por fastidiarle. Mi mala leche votaba por lo de fastidiarle. Pero estaba luchando por él, no contra él. Ganó la sinceridad.
—He venido a ver a Norma.
Me miró sorprendido.
—¿Para hablar de Gwen?
Me cubrí la cara con las manos y, a continuación, las dejé caer.
—Para hablar de ti, estúpido. Nada que no seas tú me importa una mierda. —Sentí que la garganta se me bloqueaba con la sinceridad de mis palabras—. Dios mío, ¿cuántas veces tengo que repetírtelo? —dije, devolviéndole sus propias palabras. Supongo que lo de fastidiarle venía incluido como complemento de mi lucha. Eso me ayudó a contener las lágrimas.
—¿Has venido a hablar con mi empleada sobre mí?
Vi un tic en su ojo y la mandíbula se le tensó. Por experiencia, sabía que eso significaba que estaba enfadado. Más que enfadado.
En cambio, a mí me dio por ponerme romántica. Le devolví otra vez sus propias palabras:
—No me culpes por proteger lo que es mío.
Sus ojos chisporrotearon. Aquellas palabras le afectaron…, en el buen sentido. De una forma que no sabía que podría seguir afectándole. Como si se sintiera conmovido por mi afán posesivo.
Aproveché su sorpresa para suavizar el tono:
—Solo quería comprobar con mis propios ojos si estaba interesada por ti. Si tenías algo con ella.
La amargura volvió a hacer acto de presencia.
—Y no te atrevas a hablarme de confianza, porque sabes que tengo celos de ella y tú no estás a mi lado para tranquilizarme —le amenacé apuntándole con el dedo.
De cada dos palabras que decía, una era incisiva y severa. Odiaba estar tan afligida. Aquel nuevo temperamento no era mejor, pero al menos lo estaba expresando. Era como si estuviera mudando la piel y debajo no hubiera nada más que emoción pura y dura.
Hudson apoyó la cadera en el sofá y me observó con más atención. Cuando habló, lo hizo tranquilamente, manteniendo el control. Como siempre.
—¿Has conseguido lo que venías buscando?
—Sí.
—¿Y?
Me mordí el labio. No quería ceder terreno. Con cautela, a regañadientes, respondí:
—Ella piensa mucho en ti. Te respeta, te admira y reconoce que eres físicamente atractivo. Que no se te suba a la cabeza.
—Pero…
—Pero ya no está enamorada de ti. Lo veo en sus ojos. —Era una buena forma de no revelarle el secreto de Norma. Además, era verdad que lo había visto en sus ojos.
—Bien. Entonces crees lo que te dije.
Parecía satisfecho.
—El problema nunca ha sido lo que me has dicho, sino lo que no me has dicho.
—No son asuntos que debas saber —espetó.
El poco autocontrol que yo había mantenido desapareció.
—¿Qué coño dices? —Estaba furiosa, rabiosa, enloquecida por la exasperación—. Yo podría decir lo mismo de ti. Me has espiado, has hurgado en mi vida incluso antes de conocerme… Quizá yo piense que son asuntos que no debías conocer. Sin embargo, tú has hecho y sigues haciendo lo que te da la gana, sin respetar los límites ni el espacio personal. —Cuadré los hombros y le miré de frente—. Mientras esto siga así, deja que te diga una cosa: como tú no puedes explicarme nada, voy a tratar de averiguarlo por mi cuenta.
Hubo un destello de preocupación en sus ojos. Eso me animó. Quería desconcertarle. Quería tenerle como él me había tenido a mí siempre, confundido y vacilante.
—Así que ya lo sabes. He estado revisando todos los libros que envió Celia y he ido a ver a Stacy y a Norma. Estoy recopilando mis propios datos. ¿No crees que sería preferible que tú me contaras tus secretos en lugar de tener que descubrirlos por mi cuenta?
—Alayna, deja de hurgar —dijo con voz tranquila, pero tensa, mientras avanzaba un paso hacia mí.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué no me decía lo que yo acabaría por descubrir?
—Estás protegiendo a Celia otra vez, ¿verdad?
—No es a Celia a quien estoy protegiendo.
—¿A quién entonces? ¿A ti mismo? —Había empezado a gritar, sin preocuparme de si las puertas eran lo suficientemente sólidas como para absorber el sonido—. ¿A mí?
Extendió una mano hacia mí y me agarró del codo.
—Tienes que marcharte. Ahora.
Con esas cuatro palabras desapareció la rabia y regresó el dolor con toda su fuerza. Sentí una presión en el pecho. Los ojos se me llenaron de lágrimas de repente. Quería que me fuera, me quería lejos. Y lo último que yo deseaba era marcharme.
Estábamos en completo desacuerdo. Últimamente, lo único que había entre nosotros era peleas. Nunca había ningún avance.
Me limpié una lágrima furtiva de la mejilla.
—Vuelves a cerrarte a mí. Como haces siempre. Te escondes detrás de tus gruesas murallas. ¿Qué sentido tiene que siga luchando por ti si nunca, jamás, vas a dejarme entrar? ¿A quién proteges, Hudson? ¿A quién?
Apretó su mano sobre mí.
—¡Sí! ¡A ti, maldita sea! Te estoy protegiendo a ti. Siempre a ti.
Antes de que me diera tiempo a pestañear, su boca estaba sobre la mía, aplastándose sobre mis labios, acariciándome con su beso abrasador. Noté en él el sabor de la misma necesidad que yo sentía en lo más profundo de mi vientre, de la solitaria desesperación. De deseo y cariño que llevaban demasiado tiempo contenidos.
Dejé de llorar y mis manos volaron hacia sus solapas para atraerlo hacia mí. Levanté la pierna alrededor de la suya y la falda se me subió por los muslos. Apretándome contra él, ladeé la cadera para frotar mi sexo contra su erección. Él soltó un gemido de frustración y yo repetí el mismo sonido, deseaba tenerlo aún más cerca, no conseguía estar lo suficientemente unida a él.
En medio de la confusión, él me giró hacia el sofá. Yo me agarré al respaldo y me quité las bragas. Lanzó un gruñido cuando sus dedos se metieron por mi agujero y vio que estaba húmeda, empapada. A continuación oí el sonido de su cinturón y después el de la cremallera. Colocó las manos sobre mi culo. Entonces se metió dentro de mí, hasta el fondo, con fuerza, una y otra vez. Gruñía con cada embestida y sus pelotas golpeaban contra mi culo mientras sus dedos se agarraban a mis caderas como una prensa.
Me estaba follando inclinada sobre su sofá, me gustaba mucho y sentía una enorme necesidad de tenerlo así. Pero no podía verle la cara, no en esa posición. No podía mirarle a los ojos. Sabía que lo estaba haciendo así a propósito, pues trataba de evitar ese nivel adicional de intimidad y esperaba que aquel acto fuese solamente sexual y nada más.
Pero con él nunca se trataba solamente de sexo. Siempre había algo más, una unión absoluta y total entre él y yo en la que los dos nos sentíamos plenos, curados y resplandecientes. No podía permitirle que lo convirtiera en algo inferior a eso.
Giré el torso y volví a levantar la mano hacia su pecho para cogerle de la camisa. Tenía los ojos cerrados, pero cuando lo agarré los abrió de pronto. Clavé mi mirada en la suya. Con el contacto de mis ojos, sus embestidas se volvieron más regulares. Aún rápidas, pero ya no frenéticas. Era la conexión que yo necesitaba. Apreté el coño y empecé mi ascenso. La fricción se incrementó mientras me comprimía alrededor de él, pero Hudson continuó atravesando aquella tensión con su ritmo constante, hasta que empezó a vaciar su semilla en una larga embestida mientras pronunciaba mi nombre con un profundo gemido.
Mientras su orgasmo le atravesaba el cuerpo, estimulaba el mío y le hacía elevarse hasta que la cabeza me empezó a dar vueltas y la vista se me nubló. Caí sobre el sofá jadeante y eufórica. Hudson cayó encima de mí agarrándome con fuerza durante unos hermosos segundos, mientras nuestra respiración recuperaba su ritmo.
En cuanto se apartó y se salió de mí, yo me incorporé y me giré entre sus brazos. Él me recibió llevando mi boca a la suya. Atrapó mi labio superior con un fuerte beso, inmovilizándome con una mano detrás mi cabeza. Era un beso distinto a cualquier otro que hubiésemos compartido. Nuestras bocas no se movían, nuestros cuerpos se mantenían juntos en una unión desesperada mientras inhalábamos y expulsábamos el aire a la vez.
Cuando por fin nos separamos, rodeé fuertemente su cuello con mis manos y le besé en la cara.
—Dios, cómo te echo de menos. Te echo mucho de menos.
—Précieuse…, mon amour…, ma chérie.
Pasó las manos por mi cara, acariciándome la piel con suaves barridas de su dedo pulgar. Se comportaba con ternura, de forma perfecta. Aunque yo temía interrumpir aquel momento, temía más perderme en el poder de nuestra unión. Con poco más que un suspiro, pregunté lo que necesitaba saber con tanta desesperación:
—¿Cuándo vuelves a casa?
Apoyó su frente en la mía con un suspiro y puso las manos en mi cuello.
—Tengo que pasar el fin de semana en Los Ángeles. —Giró la muñeca para mirar su reloj—. De hecho me marcho dentro de unos veinte minutos.
Si es posible sentirse entusiasmada y decepcionada a la vez, eso es lo que me ocurría. No me estaba apartando como había hecho los últimos días, pero, si iba a volver, no sería esa noche.
Continué con cautela, insistiendo en que me dejara entrar sin ahuyentarle:
—¿Forma parte de tu gran negocio? ¿Con Norma?
No me molestaba que fuera con Norma. Bueno, no tanto como me habría molestado antes de haber hablado con ella. Solo necesitaba saber la respuesta.
Hudson me acarició la nariz con la punta de la suya.
—Sí, con Norma. Y después de eso, si todo va bien, habremos terminado.
Cerré los ojos para inhalar su olor. Tan cerca…, estábamos tan cerca de solucionarlo todo… Lo sentía en mi corazón, lo sentía en mis huesos. ¿Lo íbamos a perder todo porque se tenía que marchar en ese momento?
«Invítame a ir contigo». Deseé que pronunciara esas palabras: «Ven conmigo».
No lo hizo.
Con lo que me pareció que era un enorme esfuerzo, se apartó de mí. Se metió la camisa por dentro, se subió la cremallera del pantalón y me miró con el puño en la cadera, como si tratara de decidir qué hacer con un problema que había surgido de forma inesperada.
Me sorprendió notar que me hacía daño cuando ya sentía tanto dolor. ¿No había un límite en el que el dolor se volviera insoportable y mi alma simplemente dejara de seguir adelante? Si existía ese umbral, aún no había llegado a él, porque aquella mirada en su rostro me hundió aún más en el infierno en el que ya me encontraba. Me destrozó.
Yo no quería ser su problema. Quería ser su vida. Al fin y al cabo, era mío.
Entonces, de repente, todo cambió. Dejó caer la mano y su expresión se ablandó, se transformó y, por primera vez en varios días, la expresión de sus ojos me decía que yo volvía a ser el centro de su mundo. El punto esencial de su universo. El núcleo de su existencia.
Extendió la mano hacia mí y al instante volví a estar entre sus brazos. Me apretó con fuerza junto a él, con una enérgica devoción.
—Dios, Alayna, no puedo seguir así. —Casi era un sollozo—. No soporto estar lejos de ti. Te echo muchísimo de menos.
—¿Sí? —Me incliné hacia atrás para mirarle a los ojos, para ver si expresaban lo mismo.
Puso la mano en mi mentón y con el pulgar me acarició el labio inferior.
—Por supuesto que sí, preciosa. —Su tono era irregular, pero sincero—. Lo eres todo para mí. Te quiero. Te quiero mucho.
El corazón me sonaba con golpes sordos en los oídos y el mundo que me rodeaba se cerró como si solo existiésemos Hudson y yo, nada más.
Lo había dicho. Lo había dicho dos veces. Lo había dicho y lo decía de verdad. Sentí su sinceridad en cada célula de mi cuerpo.
Solo con aquellas dos palabras, la oscuridad se dispersó y el cielo se iluminó. La pesadumbre que me envolvía desde hacía días desapareció y a cambio me sentía nueva y hermosa. Había sido él quien finalmente había dado el paso, quien había sufrido la metamorfosis para darme lo que yo necesitaba oír, pero era yo la que se había convertido en mariposa, yo la que por fin podía remontar el vuelo.
Aun así, mientras volaba, necesitaba estar segura.
—¿Q-q-qué?
Sus labios se relajaron en una sonrisa.
—Ya me has oído.
—Quiero oírlo otra vez.
Contuve la respiración, temerosa de que, si removía todo aquello, el hechizo se rompería y me quedaría sola en nuestra cama del ático, que todo aquello habría sido un sueño.
Pero no era un sueño. No estaba sola. Me encontraba en los brazos del hombre que me estaba diciendo otra vez:
—Te quiero.
—¿Me quieres?
Acarició mis labios con los suyos.
—Te quiero, preciosa. Siempre te he querido. Desde la primera vez que te vi. Creo que lo supe antes que tú. —Me inclinó el mentón para mirarme a los ojos—. Pero hay cosas…, cosas de mi pasado…, que me han impedido decírtelo. Ahora… tengo que ocuparme de esto…, de este asunto. Terminar este trato. Después, cuando vuelva, hablaremos.
—¿Hablaremos?
Parecía un loro repitiendo sus últimas palabras, pero estaba alucinando y tenía la mente confusa de felicidad. Aquello era lo único que conseguía decir.
—Te contaré todo lo que quieras saber. Y, si aún me quieres a tu lado, volveré a casa.
Me escondió un mechón de pelo detrás de la oreja. Parecía que necesitaba seguir tocándome tanto como yo necesitaba que lo hiciera.
«¡Dios mío, qué idiota es!».
—Sí, quiero que vuelvas a casa. Claro que quiero. Nos pertenecemos el uno al otro. Nada de lo que puedas decir impedirá que te quiera. Nada. Yo soy de las que se enganchan, ¿lo recuerdas?
Suspiró junto a mi cabeza.
—Oh, preciosa. Espero que sea verdad.
—Lo es.
Era la verdad más absoluta que yo conocía, igual que el sol sabe que debe salir por la mañana, igual que los capullos de rosa saben que deben florecer en primavera. Estaba en mis venas, en el rincón más oculto de mi corazón y de mi alma. Le amaría hasta la muerte, incluso más allá de la muerte. Más allá del fuego y del infierno. Le querría toda la eternidad.
Y ahora pensaba que él también me podría querer del mismo modo.
Hundí los dedos en su chaqueta y le di una pequeña sacudida.
—Dilo otra vez.
—Eres una niña muy mimada. —Con su nariz acarició la mía en círculos—. Y yo te quiero… mimar.
Me eché hacia atrás y le di un golpe en el pecho.
—Y te quiero. —Volvió a atraerme hacia su boca—. Te quiero. Te quiero. Te quiero.