Capítulo quince

A Mira le dieron el alta poco después de las siete de la mañana con órdenes estrictas de que estuviese tranquila y bebiera más agua. Salimos todos juntos. Adam y Jack alborotaban alrededor de Mira mientras un asistente la llevaba en silla de ruedas hasta la puerta de la calle. Aunque yo deseaba tanto como temía que Hudson me llevara a casa, Jordan estaba esperando cuando salimos. Hudson debía de haberle enviado un mensaje cuando yo no miraba.

Los demás tenían que esperar a que el servicio de aparcamiento les trajera sus coches, así que fui la primera en despedirme. Me agaché para abrazar a Mira.

—Cuídate. No quiero volver a Lenox Hill hasta que no estés sacando a empujones a ese bebé. Y más vale que sea dentro de unos meses.

—No podría estar más de acuerdo. Gracias por venir, Laynie.

—De nada. —Me incorporé—. Bueno, mi coche está aquí.

Después de tanto hablar de que formaba parte de la familia, irme sin nadie me hacía sentirme mucho más sola. La confusión de mis sentimientos ya no era tal. Quería que Hudson me llevara a casa. Desesperadamente.

—¿Tu coche…? —Mira se volvió para mirar a Hudson, sin duda alguna preguntándose el porqué de los dos coches.

—Vamos a sitios distintos —explicó Hudson—. Alayna va a casa a meterse en la cama. Yo voy a trabajar. —Siempre tenía una respuesta preparada. Salvo cuando era yo quien le preguntaba.

—¿Vas a ir a trabajar sin dormir? —le reprendió Mira—. Y luego es a mí a la que le decís que trabajo demasiado.

Hudson movió la mano con desdén.

—He dormido lo suficiente. —Me acompañó al Maybach y abrió la puerta de atrás para que yo entrara—. Debería darte un beso de despedida —dijo en voz baja para que solo yo pudiera oírle.

—Supongo que sí. ¿Quieres hacerlo?

Contuve la respiración, temerosa de su respuesta. Ni siquiera yo sabía qué quería. Era como lo que había dicho en la sala de espera del hospital… Besarle solo me recordaba lo mucho que deseaba besarle más. Y saber que no iba a hacerlo en un futuro próximo hacía que sintiera cuchillas clavándose en mi pecho.

Su respuesta no hizo más que acentuar mi dolor:

—Nunca te he besado para que los demás lo vean, preciosa. No voy a empezar ahora.

Pero sus actos demostraron otra cosa cuando se inclinó para darme un beso con la boca parcialmente abierta, sin lengua. El tipo de cariño apropiado para los curiosos.

Sin permiso, mi mano voló hasta su nuca. Lo sostuve allí, con nuestros labios apretados durante mucho más tiempo del que pensé que él había querido. Cuando por fin me aparté, me aseguré de decir la última palabra:

—Eso sería más fácil de creer si tus actos se correspondieran con tus palabras. Pero deja que adivine… No vas a empezar ahora con eso tampoco, ¿verdad?

Me metí en el coche y cerré la puerta de golpe antes de que pudiese responder.

Tras cinco horas de sueño inquieto, me desperté con otro dolor de cabeza punzante, los ojos hinchados y un plan.

Hice dos llamadas de teléfono de inmediato. Una de ellas fue provechosa, pues conseguí una cita para ese día con alguien que, con suerte, me podría aportar algo de luz con respecto al reciente comportamiento de Hudson.

La otra llamada no me llevó a ningún sitio. Mirabelle no había ido a trabajar, por supuesto, así que fue Stacy la que respondió cuando llamé a la tienda. Aquello no suponía ningún problema. De todos modos, era con ella con quien quería hablar. Pero, aunque se lo supliqué con mi tono de voz más dulce, ella se negó a seguir hablando del vídeo que me había enviado.

—Ya te lo avisé. No quiero saber nada —dijo antes de colgar.

Moví inquieta la rodilla mientras pensaba qué más podía hacer. Entonces realicé una llamada más.

—¿Puedes venir un rato? Necesito tu ayuda para una cosa.

—Eh…, claro. —Liesl parecía somnolienta, como si la hubiese despertado. Era poco después de la una. Probablemente, sí que la había despertado—. Necesito unos veinte minutos. Y café.

—Genial. Te enviaré a mi chófer para que te recoja. Con un café de Starbucks.

Colgué el teléfono, me duché y me vestí a una velocidad récord. A continuación, me zambullí en mi proyecto. Había aprendido en la terapia que los proyectos, incluso los más ridículos e innecesarios, eran una forma estupenda de distraerse. Me ayudaban a no llevar a cabo las locuras que solía hacer cuando estaba dolida. Era posible que este proyecto en particular fuera tan loco como las cosas que evitaba, pero no hice caso de ese razonamiento.

Más de una hora después, Liesl y yo estábamos sentadas en el suelo de la biblioteca rodeadas de libros, los que Hudson me había comprado a través de Celia. Aunque la mayoría de ellos no tenían ninguna marca, íbamos retirando los que sí. Eran fáciles de encontrar. Todos ellos estaban señalados con la tarjeta de visita de Celia Werner. Había pensado quemarlos cuando terminásemos.

—Aquí hay otra. —Liesl leyó la cita que estaba subrayada—: «No llores. Siento mucho haberte engañado, pero así es la vida». Era de Lolita.

Me encogí. Nabokov, uno de mis preferidos.

—Ponlo en el montón de los que son para tirar.

En el cuaderno que tenía a mi lado, escribí la cita. Ella lo dejó con los demás que habían sido subrayados, los libros de los que me pensaba deshacer.

—¿Qué crees que significa?

Negué con la cabeza y repasé la lista que tenía en el regazo. Había varias de mis libros favoritos y otras eran de obras que no había leído.

«La gente podía aguantar que les mordiera un lobo, pero lo que verdaderamente les sacaba de quicio era que les mordiera una oveja» (James Joyce, Ulises).

«Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado» (George Orwell, 1984).

«Las personas intachables son siempre las más exasperantes» (George Eliot, Middlemarch).

«Una zorra siempre será una zorra» (William Faulkner, El ruido y la furia).

«No existe el pecado y no existe la virtud» (John Steinbeck, Las uvas de la ira).

«Mi destino no es renunciar. Sé que no puede serlo» (Henry James, Retrato de una dama).

«No hay nada de malo en engañar a la sociedad mientras ella no nos descubra» (E. M. Forster, Pasaje a la India).

Había otra página, más de lo mismo. Si allí había algún mensaje oculto, yo no lo encontraba.

—Estoy empezando a pensar que ninguna de ellas significa nada. Simplemente son citas amenazadoras con la intención de vacilarme.

Liesl cogió la lista de mis manos. La examinó rápidamente.

—Creo que está hablando de ella misma. Piensa que no está haciéndole daño a nadie y no va a rendirse. Cree que lo controla todo y es una zorra. —Lanzó el cuaderno al suelo y cogió otro libro—. Suéltalo ya. ¿Por qué querías tanto que viniera para una tarea tan poco divertida?

Apreté los labios.

—No era para esto. Es otra cosa.

Respiré hondo y le conté el plan que había mantenido mi mente ocupada desde que me había despertado. Cuando hube terminado, Liesl apoyó la espalda en el sofá con la frente arrugada.

—A ver si lo he entendido bien. ¿Vas a obsesionarte con unas personas a propósito y las vas a acosar?

—A investigarlas —la corregí—. ¡A investigarlas, joder! No a acosarlas. —Aunque la idea sonaba mejor en mi cabeza que cuando ella la expresó en voz alta.

—Estás obsesionada con el pasado de tu chico y quieres rastrear a otras personas para descubrir qué es lo que te oculta. ¿Es eso? ¿O me he perdido algo?

—Es exactamente eso —contesté asintiendo con más entusiasmo del necesario—. Eso no es acosar. Es hablar con gente, con personas que conocen a Hudson. Si él no me cuenta lo que yo quiero saber, puedo preguntarles a ellos. Para hacerme una idea más clara.

Liesl me lanzó una mirada de desaprobación.

—¿Por qué no te parece un buen plan?

Esperaba que me mostrara su apoyo. Sobre todo porque algunas partes del plan ya estaban en marcha.

—Porque en el pasado estuviste…, ya sabes. —Chasqueó la lengua girando un dedo en el aire junto a su cabeza, el signo universal de la locura—. Lo diré sin más: chiflada. Has estado chiflada. Yo no he asistido a muchas de esas reuniones tuyas de grupo, pero creo recordar que husmear, fisgonear y hurgar en los asuntos de la gente está en la lista de lo que no debes hacer.

Cerré los ojos para no dejarme llevar por la tentación de ponerlos en blanco. Liesl había acudido a algunas de mis reuniones. No sabía que de verdad había prestado atención.

—Esto es distinto.

—Sí que lo es —dijo asintiendo. Después dejó de asentir y levantó una ceja—. ¿Exactamente en qué se diferencia?

Lancé un gruñido para mis adentros. Para mí, la diferencia estaba clara.

—Las otras veces se trataba de algo compulsivo. No podía evitarlo. Ahora decido hacerlo. Eso hace que sea completamente distinto.

—Ajá. Completamente distinto. —No parecía convencida—. ¿Y por qué estoy yo aquí? Porque si lo que quieres es que te diga que no estás loca, eso no va a pasar.

—Vale. Muy bien. Piensas que estoy loca. —De todos modos, la versión de Liesl de la cordura no aparecía necesariamente en los libros de texto—. Pero además necesito tu ayuda.

Sus ojos se iluminaron.

—Quieres que le baje los humos a esa zorra de Selina —dijo dando unos cuantos puñetazos sobre su mano abierta.

—Celia —la corregí—. ¿Por qué siempre te confundes con los nombres?

—Porque es divertido ver cómo te pones en plan sabionda y me corriges. —Masticó el chicle con la boca abierta y una amplia sonrisa—. Te aseguro que puedo ocuparme de la señorita Celia Werner si quieres. Le daré una patada tan fuerte que se quedará sin ese bonito culo que tiene. —Sin ningún pudor, añadió—: Sí, le he mirado el trasero. Demándame.

—Eh…, no. Nada de patadas, por favor.

Pero Liesl podía hacerlo. Era muy bruta cuando quería. ¿Y no sería genial ver a Celia con su bonita cara amoratada y ensangrentada? Pero no era para eso para lo que necesitaba la ayuda de Liesl. Tenía otro plan en mente. Me apoyé en la mesita que estaba al lado de donde ella se había sentado y la miré con ojos de cordero degollado.

—Esperaba que pudieras venir conmigo a ver a una persona.

—Dios mío, ¿estás tratando de convertirme también en acosadora?

—No es acosar. —Al menos no era ese el plan—. Solo necesito hablar con una señora que no quiere hablar conmigo. Tengo la esperanza de que, si no voy sola, pueda mostrarse más sociable.

Liesl sonrió, claramente halagada por mi petición.

—Crees que puedo intimidarla, ¿no? Quieres que amenace a esa puta.

—Sí, claro.

Su sonrisa se hizo más amplia.

—Dios, no sé. ¡No lo sé! —Se puso de pie y empezó a caminar en círculos—. Todo esto parece muy divertido. Y quiero comportarme como una buena amiga. Pero no estoy segura de si debo apoyarte o levantar una enorme señal de «Stop» delante de ti. —Se llevó las manos a la frente y se masajeó las sienes—. ¿Qué hago? ¿Qué hago? Quizá deberíamos avisar a Brian.

Me levanté de la mesa dando un brinco.

—Deberías apoyarme. ¡Por favor! Y no es necesario que llamemos a Brian.

Solté una bocanada de aire tratando de calmarme. Mi plan podía funcionar sin la ayuda de Liesl, pero necesitaba que al menos me comprendiera. Necesitaba que fuera consciente de que estaba casi al límite, que aquella era mi última oportunidad. Mi última oportunidad de mantener la cordura.

—Vale. Puede que tengas razón. Quizá no sea la idea más saludable. —Esperé a que Liesl me mirara a los ojos antes de continuar—. Pero la cuestión es que si no tomo el control del estado en el que se encuentra mi relación, en esta especie de limbo, voy a terminar acosando, obsesionándome y todo lo demás. Estoy tratando de prevenir. Voy a adoptar una posición firme por una vez en lugar de dejar que un tío me pase por encima. Porque, si no hago esto, solo tengo otras dos opciones: dejar que Hudson y yo sigamos en esta situación de «un tiempo separados», lo cual es una soberana estupidez y me convierte en un felpudo, o romper. Y no estoy dispuesta a perderle. —El labio me tembló ante aquel estallido de sinceridad—. Y no creo que él esté dispuesto a perderme. De lo contrario, ya habría terminado conmigo.

Los ojos de Liesl me miraron con compasión. Pero también con preocupación.

—Estás pensando demasiado, Laynie.

Dejé caer las manos con fuerza a ambos lados.

—¡No! Nada de eso. Estoy luchando por el hombre al que quiero. —Los ojos me escocían por culpa de las lágrimas, que últimamente parecían estar siempre presentes—. Sí, me cabrea que no esté luchando por mí, pero quizá no sabe cómo luchar por nadie. Quizá necesite que yo le enseñe a hacerlo.

Si Liesl seguía teniendo alguna reserva, no lo dijo.

—De acuerdo, lo haré. De todas formas, ¿qué otra cosa podría hacer si no en toda la tarde?

—¿De verdad? Gracias. ¡Gracias!

La abracé. Aunque su compañía no era esencial, yo estaba deseándola. Su presencia me ayudaría a mitigar la constante soledad que había en mi corazón desde que Hudson se había ido de casa. Cuando la solté, Liesl se encogió de hombros con aire desdeñoso.

—No pasa nada. Además, esta tarea de los libros ya casi está terminada.

Eché un vistazo a aquel desorden. Aún quedaban unos cuantos montones sin marcar que había que poner en las estanterías. Eso podría hacerlo después.

—En ese caso, si estás lista para que nos marchemos, yo también lo estoy.

—Sí. —Cogió su mochila del sofá—. Y a todo esto, ¿adónde vamos?

—A Greenwich Village.

Le había dicho a Jordan que saldría después. Le envié en ese momento un mensaje y me contestó que ya estaba esperándome en el aparcamiento. Tras coger el bolso y el móvil, nos metimos en el ascensor.

Estábamos la una junto a la otra apoyadas en la pared de atrás. Liesl me dio un golpecito en el hombro.

—¿Has pensado que quizá no te guste lo que descubras con todo esto?

La sensación de hundimiento que tenía en el pecho no era solo porque el ascensor estaba bajando.

—Estoy bastante segura de que, sea lo que sea, podría destrozarme.

Eso era lo peor de aquella situación. Hudson había confesado ya bastante mierda. Si no podía contarme esto, era porque tenía que ser malo.

¿Y por qué estaba tan desesperada por saberlo?

Porque así era yo. E independientemente de lo que fuera todo aquello, así era él también.

—Podría destrozarme, pero necesito saberlo. De esa forma podré seguir avanzando, preferiblemente con Hudson.

Eso no solucionaba el mayor de los problemas: Hudson no estaba siendo sincero conmigo. Pero quizá, si se daba cuenta de que yo le iba a amar de verdad por encima de todo, él podría dejar caer esos últimos muros y, por fin, empezaríamos a reconstruir nuestra relación juntos.

Como ninguna de las dos había comido, nos paramos a comprar unos souvlakis en un puesto de comida que había cerca antes de dirigirnos al Village. Cuando llegamos a la tienda de Mirabelle eran casi las cuatro. Yo no estaba segura de que Stacy siguiera aún allí ni si estaría dispuesta a hablar. Tampoco sabía si saldría a abrir cuando llamara al timbre. Sus clientes solo podían entrar con cita previa. Si no estaba esperando a nadie, ¿saldría a abrir la puerta?

Puede que presentarnos sin avisar fuese arriesgar demasiado, pero, como me había colgado el teléfono, aquel fue el único modo que se me ocurrió de conseguir que respondiera a algunas preguntas.

En la puerta acudió a mi memoria un recuerdo repentino de la primera vez que había estado en la tienda. Me había puesto muy nerviosa allí de pie mientras esperaba con Hudson a que su hermana abriera. Había sido nuestra primera salida como pareja…, como pareja ficticia. El temor a no saber representar aquella farsa había sido inmenso, pero por encima de eso temí que me abrasara, que me devorara la sensual energía que había entre el hombre que estaba a mi lado y yo.

Al final sí que me había devorado y esa era la razón por la que me encontraba allí ahora, quemada, vacía y destrozada.

Antes de llamar, miré a Liesl.

—Por esto es por lo que te necesito. Hay una mirilla. Si Stacy se asoma a ella y me ve, no creo que abra la puerta.

—Guay. Lo entiendo.

Me puse a un lado de la puerta y me pegué a la pared. Le hice una señal con la cabeza y ella llamó al timbre. La puerta se abrió casi de inmediato.

—Hola. ¿Vanessa Vanderhal? —preguntó Stacy a Liesl.

«Debe de estar esperando a una clienta». Antes de que Liesl pudiera responder, aparecí yo.

—¡No! Tú no. —Stacy empezó a cerrar la puerta.

Pero Liesl metió el hombro antes de que lo consiguiera.

—Oye, solo va a hacerte unas preguntas. Nada que te haga perder más que unos minutos. Tú eres la única a la que le puede preguntar. ¿No puedes ayudar a una chica? De mujer a mujer.

Sabía que Liesl podía ser intimidatoria, pero no que era capaz de mostrarse encantadora.

Stacy entrecerró los ojos mientras se lo pensaba. Para ser sincera, el hecho de que se lo pensara ya era mejor de lo que me esperaba.

Miré a Liesl y le envié más señales telepáticas para que siguiera echándole encanto, pues parecía que funcionaba. Al parecer, ella no debía de estar en la misma onda.

—Si no te interesa hacerlo por las buenas, estoy dispuesta a utilizar otros métodos. Me presento: me llamo Liesl. Soy triple cinturón negro de kárate y, aparte, practico boxeo de competición. Así que, venga, déjanos pasar.

Las habilidades de Liesl en la lucha no iban más allá de un poco de kick boxing en el gimnasio de su barrio. Pero eso Stacy no lo sabía.

—De acuerdo —respondió Stacy con un gruñido—. Entrad. Pero que sea rápido. Viene una clienta dentro de quince minutos.

Me sentí más aliviada de lo que me había imaginado. Tenía muchas preguntas sobre el vídeo que solo podían responder tres personas. Y no iba a preguntarle a Celia.

—Gracias, Stacy. Seremos rápidas. Te lo prometo.

Abrió más la puerta para que pudiéramos entrar.

—Sí, sí —murmuró ella para sus adentros—. Sabía que esto no terminaría tan fácilmente. —En cuanto estuvimos dentro, cerró la puerta de golpe y se cruzó de brazos—. ¿Qué es lo que quieres saber? No he manipulado el vídeo, si es eso lo que él te ha contado.

Obviamente, íbamos a tener aquella conversación en la entrada de la tienda. Al menos, nos había dejado pasar.

—No, no me ha dicho eso.

Suponía que tenía que reconocerle que en ningún momento me había negado que el beso había sido real. Al no decirme nada, había evitado también contarme una mentira. ¿Se debía eso a que se había esforzado por seguir siendo fiel a nuestra promesa de ser sinceros el uno con el otro? En ese caso, ¿Hudson no era consciente de que la ocultación no era más que otra forma de mentir?

—Lo cierto es que no me ha dicho nada en absoluto sobre el vídeo —le expliqué.

—Ah, ya entiendo. —Stacy se frotó los labios cubiertos de brillo—. Por eso vienes a preguntarme a mí en vez de a él.

La crítica y el sentimiento de superioridad que destilaban sus palabras me irritaron al máximo. De todos modos, ¿por qué iba a entenderlo ella? A mi mejor amiga le costaba comprender por qué era tan importante para mí descubrir los secretos de Hudson, ¿por qué iba a actuar de otra manera una auténtica desconocida?

No lo entendería.

Apreté los dientes.

—Sí, eso es exactamente lo que estoy haciendo. Vengo a preguntarte a ti a espaldas de él. Definitivamente, no es uno de mis mejores momentos.

Stacy se quedó mirándome fijamente varios segundos.

—Bueno, supongo que todos hemos pasado por algún momento así. —Sus hombros se relajaron ligeramente—. Entonces, ¿él no sabe que estás aquí?

Negué con la cabeza.

—¿Y piensas contárselo?

—No.

Un sentimiento de culpa me hizo estremecerme como si fuera un escalofrío. Hudson no me había pedido que no volviera a hablar con Stacy, pero yo le había prometido mostrarme abierta y sincera con él. No contárselo sería como guardarme un secreto. Claro que él no estaba cumpliendo su promesa y había pedido un puto descanso. Probablemente, eso me excusaba de cumplir la política de puertas abiertas. Sin embargo, yo le había asegurado que no iba a ocultarle más secretos. Punto. O cumplía o no me merecía estar con él. Y, si no me merecía estar con él, ¿para qué todo este asunto de la trama detectivesca?

Cambié mi respuesta:

—En realidad es mentira. Sí que voy a contárselo. —Si es que alguna vez volvía a tener ocasión de hablar con él—. Ya te lo he dicho, estamos esforzándonos por ser sinceros. No puedo traicionarle. —Aunque él me había traicionado al no mostrarse comunicativo.

Mi transparencia podría haberme costado que Stacy no colaborara, pero la única otra opción que me quedaba era la de mentirle. Y eso también me había parecido mal.

Apretó los labios y sus ojos no pararon de moverse de mí a Liesl. Al final suspiró y se apoyó en el mostrador que estaba detrás de ella.

—¿Qué queréis preguntar?

Como sabía que teníamos poco tiempo, fui directa al grano:

—¿Por qué grabaste a Hudson y a Celia besándose? Es decir, ¿qué pensabas hacer con el vídeo?

—Demostrar que él mentía. —Lo dijo como si tal cosa, como si solo con eso yo ya lo entendería. Cuando se dio cuenta de que no era así, se explicó—: Se suponía que yo iba a verme con él esa noche. A tomar un café. Creo que ya te lo había contado. Cuando me estaba acercando, lo vi con ella. Él había jurado y perjurado tantas veces que no eran pareja que sabía que volvería a hacerlo. Así que lo grabé. Como prueba.

Sentí una presión en el pecho. Lo de jurar y perjurar me sonaba familiar. Aun así, había lagunas.

—Pero nunca se lo enseñaste.

Negó con la cabeza.

—No lo necesité. Me acerqué a ellos justo después de grabarlo. Mientras seguían… así. —Se encogió, como si el recuerdo de verlos besándose le doliera.

Yo sabía lo que se sentía. Y me dolía doblemente que le afectara a Stacy. Obviamente, había tenido algo con él, aunque Hudson lo había negado. ¿Con cuántas mujeres había estado de las que me había dicho que no? ¿Se encontraba Norma también en esa lista? En fin, eso lo sabría al día siguiente, si todo marchaba como lo había planeado.

Stacy se apartó un mechón de pelo dorado de la cara.

—Los grabé por si paraban antes de acercarme. Por si él lo negaba. Pero no lo negó.

No, la negación no era propia de Hudson. La distracción sí. Y eludir las discusiones. O puede que eso solo lo hiciera conmigo.

—¿Cómo reaccionó cuando te vio?

Stacy arrugó la nariz mientras recordaba la escena.

—Se mostró sorprendido, aunque se suponía que había quedado con él. Tal vez fuera porque había perdido la noción del tiempo y se había olvidado de que íbamos a vernos. No lo sé. Celia fue la primera en disculparse, lo cual me pareció extraño, porque yo no tenía ni idea de que ella supiese nada de mí. Después se disculpó Hudson. La mayor parte de las explicaciones las dio Celia. Supongo que estaba impactada por que la hubiesen sorprendido o algo así. La verdad es que no escuché casi nada de lo que dijo. Yo también estaba impactada. Y demasiado ocupada sintiéndome una estúpida.

—¿Sintiéndote estúpida?

Eso era lo que necesitaba que me aclarara. Hudson me había parecido sinceramente perplejo cuando le dije que Stacy había ido allí porque había quedado con él.

—Sí, estúpida. Él me había hecho pensar que le gustaba, ¿sabes? —Parecía estar recordando una antigua herida que no había cicatrizado del todo—. Y durante todo ese tiempo había estado con ella. ¿Por qué lo haría?

—¿Por qué todos los hombres engañan a las mujeres? —preguntó Liesl y acto seguido continuó mordiéndose la uña, como había estado haciendo desde que llegamos.

Fruncí el ceño. De todos los rasgos negativos que estaba descubriendo de mi novio, desde luego no esperaba tener que añadir a la lista el del engaño.

Stacy manifestó la poca lógica que tenía todo aquello:

—Pero había quedado conmigo y Hudson Pierce no me parece del tipo de hombres que confunden dos citas. Si hay alguien que pueda tener una aventura sin que le pillen, ese es Hudson.

Por eso mismo era por lo que Norma me asustaba. Pero, como decía Stacy, si Hudson estuviese de verdad con Norma o si en aquel entonces hubiera estado con Celia, ¿no se habría esforzado más para no dejar pistas? Esa era la parte que no tenía sentido.

Puede que Stacy hubiese malinterpretado sus intenciones.

—¿Qué sucedió para que pensaras que le gustabas? Creía que solo le habías acompañado a una gala benéfica el año anterior. —Dando palos de ciego, añadí—: No sabía que habíais estado juntos.

Stacy bajó la mirada.

—No lo estuvimos. No de verdad. —Pasó las manos por el mostrador detrás de ella—. Tras aquella gala benéfica no volvió a pedirme que saliéramos. Pero hablábamos mucho… por correo electrónico. Flirteaba conmigo. Me envió flores un par de veces. Por eso pensé que tenía una posibilidad. Aquella noche del vídeo fue la primera vez que se ofreció a verme otra vez en persona.

—Quizá estuviesen los dos burlándose de ti. —Liesl se secó en los vaqueros la mano recién «terminada»—. Ya sabes, puede que los correos no fueran de él.

—¿Te refieres a que tal vez los envió Celia? —Me quedé pensándolo. Yo sabía muy bien que no había que fiarse de Celia, que manipulaba los datos en beneficio propio—. Sí, tal vez lo hiciera ella.

Esa posibilidad me gustaba más que algunas otras. En cambio, a Stacy no le agradaba nada aquella idea. Se incorporó y me miró con los ojos entrecerrados.

—¿Estás diciendo que es imposible que yo le gustara a Hudson? Hay que ser caradura para suponer eso. ¿Qué pasa, que no soy lo suficientemente buena para él?

Vaya, esa mujer tenía las uñas afiladas. Ni siquiera había sido yo quien había sugerido aquella idea.

Levanté las manos intentando calmarla.

—No. No es nada de eso. Simplemente es que los datos no me cuadran. Como lo que has contado de que parecía sorprendido de verte allí. Y cuando yo le dije que habías quedado con él, Hudson no tenía ni idea de a qué me refería. Me miró completamente desconcertado. Quizá estuviese fingiendo…, no niego que eso sea una posibilidad. Pero precisamente por eso he venido a hablar contigo. Estoy tratando de comprenderlo todo.

Liesl me dio un codazo.

—Cuéntale lo de Celia Brujer.

Ignoré su burla, aunque sonreí para mis adentros.

—Además eso. Celia ha intentado hacer un chanchullo últimamente. Y está utilizando otras artes para fastidiarme. Quizá yo no sea la primera de las que han estado relacionadas con Hudson que recibe ese tratamiento por parte de Celia.

La postura de Stacy no cambió, pero por su expresión supe que estaba sopesando esa nueva información.

—Entonces, ¿yo aparecí en el radar de Celia cuando Hudson me llevó a la gala benéfica?

—Es posible. —Yo deseaba que fuera eso. De lo contrario, Hudson me estaba mintiendo en lo relativo a su relación con Stacy—. También es posible que no. —Ese era el problema de los secretos, que cualquier opción era potencialmente cierta.

Los ojos de Stacy se oscurecieron, como si la posibilidad de que todo aquello hubiese sido un timo la decepcionara más que haber sorprendido al hombre que le gustaba con otra mujer. La comprendí. Ella había deseado que Hudson Pierce se hubiese interesado por ella. Simplemente por ser mujer, podía identificarme con el hecho de encapricharse de un tío. Y en mi caso podía identificarme con el hecho de encapricharse con Hudson. Si descubriera que no era verdad que estaba interesado por mí…, bueno, eso sería más demoledor que la situación en la que me encontraba en ese momento.

Decidí mostrar cierta compasión.

—Aunque Hudson no escribiera esos correos, estaría claro que Celia te habría considerado una amenaza. Eso significaría necesariamente que él habría mostrado delante de ella cierto interés por ti.

Stacy dejó escapar una bocanada de aire.

—La verdad es que esa teoría es interesante. En varios aspectos tiene sentido.

—Explícate.

Liesl estaba ahora tan deseosa de conocer esa información como yo.

—Como os he dicho, él actuó de forma extraña cuando aparecí. Y siempre que entraba en la tienda me ignoraba. Como si no me hubiese dedicado esas palabras tan bonitas que me escribía por correo. Era muy poético. Sus correos electrónicos eran como largas cartas.

—No digo que sepa quién era el verdadero autor —empecé a decir vacilante, porque temía herir más los sentimientos de Stacy—, pero conozco a Hudson y sé que no es muy dado a escribir cartas. En cambio Celia sí se encuentra muy cómoda en el mundo de la literatura. —Las citas que había elegido subrayar en mis libros eran una muestra de ello.

—¿Desde qué dirección de correo te escribía? —A veces a Liesl se le ocurrían cosas que debía haber preguntado yo.

Stacy frunció el ceño.

—Creo que H.Pierce@gmail.com.

Yo ya estaba negando con la cabeza cuando Liesl preguntó:

—¿Es ese su correo electrónico?

—Yo solo conozco su cuenta de Industrias Pierce. La usa tanto para el trabajo como para sus correos personales, aunque rara vez envía correos personales. —Si lo hacía, yo no lo sabía.

Sonó el timbre anunciando que llegaba la siguiente clienta. Stacy miró hacia la puerta y después de nuevo a nosotras, como si estuviese indecisa.

Yo me sentía igual. Había más preguntas pendientes, pero le había prometido que nos iríamos enseguida. Además, probablemente no podría averiguar nada más sin leer aquellos correos, pero eso era pedirle demasiado a Stacy, a menos que lo ofreciera ella.

—Gracias de nuevo. Por tu tiempo y por tus respuestas. Sé que ahora estás ocupada.

Asintió y cruzó por delante de nosotras para abrir la puerta. Ya con la mano en el pomo, se detuvo.

—Supongo que yo también debería darte las gracias. Me has aclarado la situación. —Abrió la puerta antes de que yo pudiera responder—. ¿Vanessa? Bienvenida a Mirabelle’s. Entra.

La clienta de Stacy entró y nosotras salimos.

—Si se me ocurre algo más, me pondré en contacto contigo —prometió Stacy.

Ese era un final esperanzador para nuestra conversación. Si se parecía en algo a mí —aunque ocurría con pocas personas, pero cabía esa posibilidad—, regresaría a casa y volvería a leer los correos que «Hudson» le había enviado con la mente abierta a la nueva situación. Quizá viera algo nuevo en ellos y me lo comunicara.

Mandé un mensaje a Jordan y me dijo que había encontrado aparcamiento en la misma manzana. Me hizo una señal con la mano para que viéramos dónde estaba.

Liesl entrelazó su brazo con el mío mientras nos dirigíamos al Maybach.

—¿Crees que has descubierto algo nuevo?

Me encogí de hombros.

—Me gustaría pensar que todo ha sido un engaño de Celia. Pero eso no aclara por qué Hudson la estaba besando ni por qué no me cuenta la verdad.

—Puede que ella le pidiera que le siguiera la corriente. ¿Haría él algo así? O tal vez formara parte del engaño desde el principio.

Me mordí el labio.

—Todas las opciones son posibles.

Yo creía que él ya estaba bien cuando me conoció, pero quizá hubiese seguido jugando con la gente. ¿Era eso lo que Hudson no quería que yo supiera, que hasta hacía tan poco tiempo aún seguía con sus juegos?

¿O estaba protegiendo a Celia… una vez más?

Esa noche, cuando llegué a trabajar, el club ya estaba abierto al público, así que, en lugar de utilizar la entrada de los empleados, fui por la puerta principal. De haber utilizado la otra entrada, no habría visto a Celia esperando en la cola. Al parecer aún no se había aburrido de su juego.

El portero me consultó antes de que yo tuviese oportunidad de recordárselo.

—Ella no, ¿verdad?

—Eso es.

Volví a mirar de nuevo a la rubia. Sentía un cierto consuelo al saber que seguía interesada en atormentarme. Para mi mente enferma, eso demostraba que creía que yo seguía siendo importante para Hudson. Aunque ya no fuese verdad, al menos ella no lo sabía.

Cuando la estaba mirando, me saludó con la mano.

—Hola, Laynie.

Era la primera vez que me hablaba desde que había empezado con su acoso. No le respondí con palabras, pero sí que le sonreí antes de entrar al club. En dos minutos la iban a echar de la puerta. Definitivamente, ese era un buen motivo para sonreír.

Fue la última vez que sonreí en toda la noche. Mi turno transcurrió sin novedad y me tuve que esforzar mucho para mantener a raya a la multitud de clientes veraniegos, pero echaba de menos a Hudson y sentía un constante dolor que me consumía. Allá donde miraba, le veía. En las salas en forma de burbuja, en el despacho, en la barra…

Hacia las tres, cuando terminó mi turno, la idea de volver al solitario ático hizo que me echara a llorar. Pensé irme a otro sitio: a casa de Liesl o a un hotel. O al loft. «Podría ir allí y verle». Estaría con el hombre con el que quería estar.

Pero ¿por qué iba a querer estar con alguien que no deseaba estar conmigo? Eso demostraba que yo ya no era la misma persona de antes, porque antes habría ido a donde fuera con tal de estar con el hombre del que estaba enamorada, lo quisiera él o no.

Así que terminé en el ático. Sola. Conseguí no llorar mientras Reynold me llevaba, pero las lágrimas empezaron a escaparse antes de salir del ascensor. Continuaron mientras me preparaba para acostarme y mientras consultaba el teléfono, porque me lo había dejado en casa esa noche. Después se convirtieron en sollozos cuando leí el único mensaje que tenía: «Que duermas bien, preciosa».

«Mañana —pensé llorando mientras intentaba quedarme dormida después de haberme despertado por cuarta vez—, quizá mañana me despertaré de esta terrible pesadilla».