Cuando Jordan me dejó en el hospital, Hudson me estaba esperando en la puerta de la sala de urgencias. Era evidente que él también se había vestido con prisas. Llevaba unos vaqueros y un polo arrugado que no reconocí.
Aunque no sonrió, sus ojos parecieron iluminarse al verme.
—Ya no está en Urgencias, pero esta es la única puerta abierta a estas horas de la madrugada —explicó mientras se dirigía hacia el ascensor.
Yo caminaba a paso rápido para alcanzarle.
—¿La has visto? ¿Qué le ha pasado exactamente?
—Lo único que sé es que tiene contracciones. Adam me ha llamado cuando estaban registrándose y me ha mandado un mensaje cuando los han pasado a la zona de Obstetricia. —Pulsó el botón de subida en el panel—. No he querido verla sin ti.
Levanté la mano para agarrar la suya. Él la aceptó sin vacilar.
Pero la soltó cuando llegó el ascensor e hizo un gesto para que yo pasara primero. Entró detrás, apretó el botón de subida y a continuación se guardó ambas manos en los bolsillos. Me miró de reojo y yo sentí que su dolor llegaba hasta mí. Era un eco de mi propio anhelo. Aun así, no volvió a cogerme de la mano.
El ascensor empezó a moverse.
—Alayna, en cuanto a Norma…
Negué con la cabeza.
—No tienes por qué explicarlo ahora.
¿No se daba cuenta de que en ese momento no me importaba? En las últimas semanas yo también había llegado a querer a Mira. Si les pasara algo a ella o al bebé…
Pero Hudson continuó:
—Necesito saber…, este negocio… —Se pasó una mano por el pelo—. Es muy importante y he tenido que actuar a escondidas en todo este asunto. Lo de anoche era por eso. Norma consiguió organizar lo que parecía un encuentro fortuito con los vendedores en una gala benéfica. Cuando Reynold me llamó y me dijo que le habías enviado a casa y que Celia estaba en el club… —Se detuvo y supe que se había imaginado lo peor—. Ni siquiera se me ocurrió pedir que llevaran a Norma a su casa. Simplemente fui con ella.
Sentí una punzada de culpabilidad en el estómago.
—¿Se echó a perder el acuerdo?
—No. Y, aunque así hubiera sido, no me habría importado. —Se giró hacia mí y me acarició la mejilla con el dedo pulgar—. Estás a salvo, preciosa. Eso es lo único que me importa.
Cerré los ojos para deleitarme en su caricia. Entonces, la puerta se abrió y Hudson dejó caer la mano.
Seguimos las indicaciones que llevaban a la zona de Obstetricia y por fin llegamos a una puerta donde había que llamar para entrar.
—¿Nos dejarán pasar a estas horas de la noche? —pregunté mientras esperábamos a que respondieran.
—Tengo la impresión de que los bebés nacen durante las veinticuatro horas del día —contestó—. Y estamos en la lista de Mira.
Solamente estaba de seis meses. No esperaba que su bebé llegara tan pronto.
—¿Qué desean? —preguntó una voz a través del intercomunicador.
—Hemos venido a ver a Mirabelle Sitkin. Somos Hudson Pierce y Alayna Withers.
En lugar de responder, la puerta simplemente se abrió con un zumbido. Sonreí ligeramente.
—Supongo que nos dejan pasar.
La habitación de Mira fue fácil de localizar, porque Adam, Jack, Sophia y Chandler estaban en el pasillo. Hudson se dirigió directamente a Sophia. La rodeó con un brazo y se inclinó para besarla en la mejilla.
—Madre.
—Gracias por venir, Hudson. —La mano de Sophia temblaba al abrazar a su hijo y no pude evitar preguntarme si estaba afectada por lo de Mira o simplemente necesitaba una copa. En cualquier caso, se encontraba lo suficientemente bien como para lanzarme una mirada furiosa—. ¿La has traído? —Su tono de voz acentuaba su desprecio.
—Sí, y no vas a decir nada más al respecto.
Al menos Hudson seguía defendiéndome delante de Sophia. Eso tenía que significar algo.
Jack me dedicó una cálida sonrisa y extendió una mano para apretar la mía.
—Me alegra verte, Laynie.
Ni el insulto de Sophia ni la bienvenida de Jack me interesaban demasiado. Solo me importaba Mira…, mi amiga.
Escudriñé detrás de Jack por la puerta abierta y vi a Mira tumbada en la cama flanqueada por dos enfermeras. Parecían tranquilas. Esperaba que eso significara que la situación no estaba muy mal.
Hudson no era de los que se conforman con esperar.
—¿Cuál es su estado?
—Está bien. Ahora. —La expresión de Adam era de cansancio y preocupación, pero sus palabras solo mostraban una ligera fatiga—. Cuando hemos llegado tenía contracciones cada tres minutos. Pero le han puesto una intravenosa, le han metido un montón de fluidos y todo se ha estabilizado. No ha tenido contracciones desde hace casi cuarenta minutos. Sin embargo su presión sanguínea sigue siendo alta, así que quieren tenerla aquí algún tiempo. Por suerte, no creen que sea preeclampsia, pero la van a tener vigilada todo el rato.
—Podemos entrar otra vez en cuanto las enfermeras acaben —informó Jack.
Chandler le dio a Hudson un pequeño golpe con el codo.
—Mira ha dicho que mamá y papá la estaban poniendo muy nerviosa. Nos ha mandado salir al pasillo para poder descansar.
Por el brillo de los ojos de Adam, pensé que aquel comentario le hacía tanta gracia como a Chandler.
—Ahora mismo está un poco guerrera.
En ese momento salieron las enfermeras. Una se detuvo para hablar con nosotros; más bien, con Adam.
—Está mejor, doctor Sitkin. Estoy segura de que podrá salir de aquí en un par de horas. Cuando vuelvan a entrar, intenten dejarla tranquila y relajada.
—Gracias. —Adam hizo un gesto hacia la puerta—. Tú primero, Laynie. Sé que se alegrará de verte.
Asentí sorprendida y conmovida por que Adam pensara que yo significaba tanto para su esposa. Entré. Hudson me siguió de cerca, pero no tanto como para tocarnos.
—¡Mira! —La saludé con una cálida sonrisa.
—¡Anda! ¡Habéis venido!
Trató de levantar una mano hacia mí, pero tenía sujeto el brazo.
—Claro que hemos venido, no seas tonta.
Me eché a un lado para hacer un hueco a Hudson, de modo que tuviera oportunidad de llegar también hasta Mira. Hudson era su familia. Yo solo era la novia. Tal vez ni siquiera eso.
—Hudson —Mira sonrió a su hermano—, gracias por venir.
Él asintió con la cabeza. Me sorprendía verle tan abrumado que no podía hablar. Recordé entonces lo mucho que le costaba expresar sus sentimientos. No solo conmigo, sino con todos. Mira me había contado una vez que Hudson nunca decía «te quiero». En cambio, por sus ojos supe que sentía por su hermana amor a espuertas. ¿Era así como me miraba a mí? Deseaba afirmarlo, pero me costaba ser objetiva.
Hudson dio unas cuantas palmadas en la mano de su hermana y a continuación se apartó, dándole la espalda un momento. Estaba recuperando la compostura. Deseé acercarme a él, más que nada para calmarlo. Pero su lenguaje corporal me había mostrado hasta ese momento que no era eso precisamente lo que deseaba.
Los ojos me escocían. Una y otra vez me dejaba fuera. Ni siquiera en algo tan normal como compartir la preocupación por su hermana me permitía entrar. ¿No se daba cuenta de que así me destrozaba?
No era el momento de mortificarme con ese tema. En lugar de eso, forcé una sonrisa, me acerqué a Jack y dediqué mi atención a Mira.
—Tengo que reconocer que todo este incidente me ha demostrado algo —reflexionó sin dirigirse a nadie en particular—. Ahora sé que el parto va a ser terrible. Esas contracciones me dolían a rabiar y cuando me han enganchado a esta cosa —señaló el monitor— apenas aparecían registradas.
Sophia se sentó en el sillón que estaba junto a Mira.
—¿Por fin esto ha conseguido cambiar tu idea sobre lo del parto con la técnica Lamaze? —Su tono condescendiente indicaba que aquella era una batalla que llevaban tiempo librando.
Mira puso los ojos en blanco.
—He cambiado de idea con lo de la anestesia. Quiero que me la pongan nada más llegar. —Miró a los ojos a Adam, que se había acercado al otro lado de la cama—. ¿Puedes añadir eso a la planificación del parto, cariño?
—¿Añadirlo? Lo exigiré. —Le apartó el pelo de la frente—. Lo siento, pero no eres una persona muy agradable cuando estás con dolores.
—Como vuelvas a decir eso no te dejo que entres en la sala de partos.
Adam hablaba en serio cuando había afirmado que estaba guerrera. Chandler se rio.
—Creo que no está bromeando.
—¿Sabéis qué es lo que ha causado esto?
La pregunta de Hudson provocó que todos fijaran su atención en él. Aunque participaba en la conversación, se encontraba un poco separado de los demás.
Los ojos de Mira pasaron de mí a Hudson.
—Una mezcla de deshidratación y estrés. Estrés, ¿lo habéis oído todos? —Mira entrecerró los ojos examinando la habitación—. Así que vosotros dos… —dijo mientras señalaba a Sophia y a Jack— tenéis que solucionar vuestra mierda, porque nos estáis dañando a mí y al bebé.
Sophia apretó la boca, pero se negó a mirar a Jack, que la contemplaba con ternura. Vaya, sí que la quería de verdad.
—Y vosotros dos… —esta vez nos apuntaba a mí y a Hudson— no creáis que no me doy cuenta de que os habéis distanciado. Apenas os miráis el uno al otro. Ni siquiera quiero saber qué narices os pasa. Empezad a solucionarlo ya mismo.
El brazalete que llevaba Mira en el brazo empezó a sonar cuando se estiró. Me quedé inmóvil, porque no sabía si de verdad quería que nos fuéramos o si lo que pretendía decirnos era que lo solucionáramos más tarde.
Chandler, en cambio, sí que pareció que la había entendido por lo que dijo a continuación:
—¿También vas a echar a mamá y a papá?
—No. Están demasiado mal como para que lo puedan arreglar en un instante. —Nos dedicó a los dos una mirada feroz—. Más os vale a vosotros no llegar a esa situación.
—Entonces será mejor ponernos cómodos. —Chandler se sentó en el sofá y empezó a juguetear con su teléfono.
Yo intercambié miradas con Hudson. «Mierda». Él quería quedarse con Mira. Y ella se equivocaba. Nuestros problemas eran demasiado graves como para resolverlos rápidamente. Hudson se acercó a su hermana.
—Mirabe…
—Hablo en serio, marchaos. No quiero veros a ninguno de los dos hasta que no volváis a estar radiantes de felicidad. —La máquina que había a su lado lanzó un destello—. ¿Lo veis? La presión sanguínea se me está disparando. ¡Dios!
—Mira —dijo Adam—, respira hondo. Tranquilízate. Deja de gritarles a todos.
—No estoy gritando a todos. ¡Les grito a ellos!
Adam nos miró a Hudson y a mí disculpándose.
—Nos vamos. —Hudson me hizo un gesto para que saliera delante de él—. Pero volveremos —prometió mirando hacia atrás.
—¡Felices y resplandecientes! —gritó Mira a nuestras espaldas.
Anduvimos en silencio hacia la sala de espera que se encontraba al fondo del pasillo. Con cada paso, mi corazón pesaba más. Aquello no estaba bien. Yo no debería haber ido al hospital. Hudson sí. En cuanto a lo de solucionar lo nuestro, tendría que empezar él. Y, desde luego, no estaba preparado para ello. Su actitud conmigo desde que había llegado lo demostraba.
En la sala de espera, Hudson sostuvo la puerta abierta para que yo entrara primero. Era una habitación pequeña, completamente rodeada de varios sofás y un mostrador con provisiones de café. Estaba vacía, afortunadamente. Puede que hubiera nacimientos a todas horas, pero nadie estaba esperando ningún bebé en ese momento. Al menos eso nos daba privacidad.
Me giré para mirar a Hudson mientras él cerraba la puerta después de entrar.
—Sé que quieres estar ahí dentro con tu hermana. Puedo irme. O, si lo prefieres, podemos fingir que todo va de maravilla. Entenderé…
—No te vayas —me interrumpió Hudson.
Su desesperación me sorprendió. ¿Quería eso decir que deseaba tenerme allí? Ese hombre enviaba un cúmulo de señales contradictorias. Esta última me gustaba. Me aferraría a ella si me dejaba.
—Vale. Me quedo.
—Por Mira.
Mi ánimo se derrumbó.
—Por Mira. Claro.
No por él. No quería que me quedara por él. Claro.
De repente, no estaba segura de que pudiera seguir aguantando, controlándome a su lado. Me di la vuelta y me dirigí a un sofá. Con las piernas temblorosas, me senté.
Sentada me encontraba mejor. Me hacía sentirme más fuerte de lo que estaba en realidad. Pensé en la razón por la que nos hallábamos allí, la mujer alegre y romántica que se encontraba en la habitación de al lado. Su fe y sus ánimos habían sido esenciales para volver a unirnos a Hudson y a mí. Aunque no pudiera salvarnos de nuevo, se lo debía.
Levanté el mentón y miré a Hudson a los ojos.
—Entonces de momento tendremos que dejar lo demás a un lado y ofrecerle a Mira un rostro feliz.
Él me sostuvo la mirada solo durante un segundo.
—Estoy de acuerdo.
Había en el sofá mucho espacio a mi lado, pero tomó asiento en una silla. Ni siquiera podía sentarse a mi lado. Este rechazo me causó un dolor insoportable. Cada movimiento que hacía, cada cosa que decía me dolía.
Yo quise provocarle lo mismo. Quería hacerle daño de la misma forma que él me lo había hecho a mí. Apreté los puños mientras pensaba cómo atacarle, decirle todas las cosas que a duras penas latían bajo la superficie de mi aplomo.
Pero una vez más recordé por qué estábamos allí. Mira se molestaría si no volvíamos juntos a su habitación. Lo mejor que podía hacer por ella y por mí misma era elaborar un plan y volver ahí dentro. Volver al consuelo de las personas que me hacían sentirme bien, no triste. Obviamente, para ello sería necesario fingir. Mucho.
—¿Alguna idea de cómo mostrar un rostro feliz ante Mira? Porque hace un momento ha interpretado acertadamente nuestras miradas.
—Es muy perspicaz. —Hudson se inclinó hacia delante con los codos apoyados en las piernas—. Pero creo que, si esperamos aquí un rato, supuestamente para hablar de todo, y después volvemos ahí dentro con una sonrisa… y cogidos de la mano, se lo creerá. —Por su pausa supe que le resultaba incómodo incluso agarrarnos de la mano—. Quiere creerlo, así que lo hará.
Emití un sonido ronco con la garganta.
—Fingiremos que somos una pareja, como en los viejos tiempos.
Giró la cabeza hacia mí y me lanzó una mirada penetrante.
—No vamos a fingir que somos una pareja. Ya somos una pareja. Vamos a fingir que estamos…, que no estamos…
Movió la mano en el aire como si tratara de buscar cómo terminar la frase. Como no lo conseguía, yo intervine:
—Que no estamos… ¿qué? ¿Peleados? ¿Completamente confundidos y destrozados? ¿Tristes y con la sensación de habernos mentido?
La voz se me quebró, pero me negaba a llorar. Me mordí el labio, me crucé de piernas y empleé toda mi energía en mover la rodilla arriba y abajo. Aquello me sirvió para concentrarme en mi dolor.
Hudson miraba la pared que tenía enfrente y se negaba a responderme, ni siquiera me miraba.
Debería haberme callado, pero no puede evitar hablar de nuevo.
—No entiendo cómo puedes afirmar que somos pareja cuando tú estás viviendo en una casa y yo en otra. Cuando estás teniendo citas con otra mujer.
—Te he explicado que no era una cita —dijo en voz baja.
Yo no le hice caso.
—Cuando ni siquiera me dejas que te toque porque reaccionas como si te quemara. —Negué con la cabeza. Me estaba enfadando demasiado—. Había decidido que no hablaría de esto aquí. Lo siento. —Pero no lo sentía—. Más o menos.
Quería que refutara mis palabras, quería que me explicara cómo estaba de verdad la situación. Pero no lo aclaró. Desde luego, no era el momento ni el lugar. Mi cerebro lo sabía, pero a mi corazón no le importaba. Sentía muchísimo dolor. ¿Cómo era posible que él no sufriera? Y, si no estaba sufriendo, ¿qué quería decir eso?
«Significa que sabe separar los asuntos», me dije. Eso era todo. Dios, lo que habría dado por creer que eso era todo.
Nos quedamos sentados en silencio, el único sonido era el tictac de los segundos que marcaba el reloj de la pared. Por fin Hudson habló con voz tranquila y sincera.
—Tocarte me quema porque me recuerda lo mucho que quiero seguir tocándote.
Una oleada de optimismo estalló dentro de mí, tan evidente e intensa que sentí que todo mi pecho se incendiaba.
—Pues sigue tocándome, H. Vuelve a casa.
Levantó una ceja y su expresión tenía el mismo aire de esperanza que yo sentía.
—¿Y te olvidarás de todo lo pasado?
Quería responder que sí con todo mi ser. Sí. Viviría con ello. Lo que quiera que fuese. Encontraría el modo. Ya lo había dicho antes y me había creído que lo decía de verdad. Pero había sido por desesperación. No podría vivir con ello. No era posible.
Además, me respetaba a mí misma lo suficiente como para no hacerlo. Respetaba nuestra relación tanto que no podía hacerlo. Aunque eso significara perderle, tenía que mantenerme firme.
—No. No puedo olvidarlo. Pero tú sí puedes decirme lo que ocultas.
Con una sacudida de la cabeza, rechazó esa posibilidad. Ahí estábamos de nuevo en el mismo punto muerto.
—Hudson, podríamos llegar a romper si no puedes creer que te amaré a pesar de ese secreto, sea el que sea.
Si de verdad no superábamos esto, ¿por qué entonces estábamos tomándonos un tiempo? ¿No estábamos simplemente posponiendo lo inevitable?
No podía enfrentarme a eso. Todavía no. Quizá ese tiempo separados serviría para ayudarme a conseguir que fuera más soportable.
Al parecer, Hudson pensaba lo mismo.
—No hagamos esto aquí.
—No.
«No lo hagamos y punto. Volvamos adonde estábamos hace tres días, perdidos y solos en las montañas». Felices y radiantes, como había dicho Mira. No se me ocurría nada que pudiera desear más. Pero desearlo no bastaba para que sobreviviéramos a la siguiente hora. Me levanté y me puse a andar por la habitación.
—Muy bien. Entraremos ahí, sonreiremos y estaremos felices y radiantes. Y Mira no sabrá nunca que es mentira.
—Sí —dijo Hudson—. Gracias.
—¿Y si nos pregunta qué problema teníamos?
—No lo hará.
Yo no estaba tan segura y la mirada que le lancé lo decía claramente.
—Si lo pregunta, deja que yo conteste.
—Sí, eso haré. —El veneno que estaba tratando de contener se escapó de mis labios—: Al fin y al cabo, tú eres el experto en manipulaciones.
Se quedó mirándome con ojos tristes. Había intentado hacerle daño y lo había conseguido. Pero no protestó ni se defendió. Ni siquiera iba a enfrentarse a mí. Ni a pelear por mí.
«No es el lugar», me recordé a mí misma. Pero pensar eso no consiguió que desapareciera el vacío que sentía en mi pecho. Sabía que su indiferencia se extendía más allá de las paredes de aquel hospital.
Hudson se puso de pie.
—¿Estás lista para volver?
Se metió las manos en los bolsillos, claramente para alejarlas de las mías.
«Menudo gilipollas».
No le mostré que aquel gesto había sido como un puñal en mi estómago.
—¿Piensas que va a creer que ha pasado suficiente rato?
—Sí. —Fue hasta la puerta y la sostuvo abierta para que yo pasara—. Si la convencemos de que todo va bien, no se dará cuenta de cuánto tiempo ha sido. No tendrá motivos para sospechar de lo que le digamos. —Hablaba con frialdad y decisión, como si se tratara de los pasos necesarios para seguir una estrategia.
¿Y por qué no iba a hablar así?
—Los consejos de un experto —solté al pasar a su lado.
—Se te dan muy bien las insolencias, preciosa. Qué interesante, no lo sabía hasta ahora.
Estaba detrás de mí y lo había dicho en voz baja, pero aun así le oí. Me aferré a esa expresión cariñosa («preciosa») como si fuese de oro. Era como la última gota de agua en el desierto. Como si fuese un faro en mitad de una oscura tormenta. No era posible que me siguiera llamando así y no sintiera algo por mí, ¿verdad?
Volvimos rápidamente a la habitación de Mira, sin hablar ni mirarnos. En la puerta, Hudson se detuvo. La mano le colgaba ahora a un costado. Yo coloqué la mía de forma automática, como si fuese lo más natural del mundo. Porque era así de natural. Por su forma de ajustarse a la suya de una manera tan cómoda, tan perfecta. Como si estuviésemos destinados a entrelazar nuestros dedos de esa forma.
Él bajó los ojos hacia nuestro punto de unión y se quedó mirando nuestras manos durante unos largos segundos. Había tristeza y anhelo en su tono cuando habló:
—Tu mano se adapta muy bien a la mía, ¿verdad? Como si pertenecieran la una a la otra.
Tuve que girar la cabeza para contener las lágrimas. Estaba sincronizado conmigo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué estábamos separados?
—No quería decirlo en voz alta —dijo—. Perdóname. ¿Podemos seguir adelante?
Forcé una sonrisa y volví a mirarle.
—Sí.
—Entonces, que empiece el espectáculo. —Hudson me condujo al interior y entró con mucho más entusiasmo del que había mostrado antes—. Ya hemos vuelto. —Se dirigió directamente a su hermana y la besó dulcemente en la frente—. Y todo va bien.
Era un mentiroso excelente. Yo sabía que lo sería. Ya le había visto fingir ante su familia con respecto a mí. A continuación, me convencí de que su actuación era tan buena porque en realidad sentía algo por mí. Ver a Hudson entonces precipitándose en aquella farsa me dolió. ¿Cuántas cosas del pasado habían sido también una mentira?
Mira entrecerró los ojos.
—Quiero oírselo decir a Laynie. No me fío de ti. —Le empujó apartándolo.
Respiré hondo y dejé a un lado mi pena para recordarme que aquello era por Mira. Le dediqué lo que temía que interpretara como una sonrisa falsa y me acerqué a ella.
—Todo va bien, de verdad. —Volví a mirar a Hudson, esperando una señal que hiciera más fácil aquella mentira. No recibí ninguna—. Quizá no es perfecto, pero, desde luego, estamos bien.
Mira frunció el ceño recelosa.
Maldita sea. Tenía que recomponerme.
Antes de conseguirlo, Hudson se acercó para poner a salvo nuestra farsa. Me rodeó con sus brazos desde atrás, una gran muestra pública de cariño para él.
—No sé de qué hablas. Todo está absolutamente perfecto.
Aplastó la cara contra mi pelo y yo me estremecí con un incómodo hormigueo desde la cabeza hasta los pies. Suspiré junto a él. ¿Cómo no iba a sentirme así? Aquello era lo que yo quería, que me abrazara, que me quisiera.
Pero era falso. Tenía que serlo o, de lo contrario, me diría lo que yo necesitaba saber. ¿No era así?
En cualquier caso, Mira se lo creyó. Juntó las manos.
—¿Lo veis? ¡Por fin ha vuelto la pareja feliz y resplandeciente! —Lanzó una mirada alrededor de la habitación, deteniéndose primero en su madre, que estaba a su lado, después en Adam, Chandler y Jack, que se hallaban en el sofá, y luego en Hudson y en mí, que estábamos delante de ella—. Esto es lo mejor. Ahora ha venido toda mi familia.
Me revolví inquieta, algo incómoda ante su comentario. Yo no era de su familia. Y en ese momento estaba segura de que nunca lo sería. Aquella mentira estaba yendo demasiado lejos. Abrí la boca para protestar.
Sophia llegó antes:
—Bueno, no todos somos de la familia.
Mira lanzó una mirada furiosa a su madre.
—Sí que lo es. Y ahora mismo te dejaría a ti fuera antes que a Laynie. Como quiero que toda mi familia esté aquí, tú puedes quedarte ahí sentada con la boca cerrada y fingir que estás temblando de frío. Cuando llegues a casa, podrás beber lo que te gustaría que hubiera en esa botella de agua.
Todos los ojos pasaron rápidamente de Mira a Sophia y a mí. La tensión era sofocante y evidente. Sentí que tenía que decir algo.
—Debería irme, Mira. Lo que has dicho es bonito, pero es verdad que no soy de la familia.
Jack me miró a los ojos.
—Sí que lo eres.
Hudson apretó los brazos alrededor de mi cuerpo.
—Estoy de acuerdo.
Asentí, pero no me atreví a decir nada. Sentía un nudo en la garganta y los ojos se me llenaron de lágrimas. Al menos, cuando Mira me vio creyó que lloraba de felicidad. No tenía ni idea de que estaba viendo cómo mi corazón se rompía aún más.