Después de que Hudson se marchara, estuve llorando tanto tiempo y con tanta intensidad que me pareció que me iba a desmayar de puro agotamiento. Pero no fue así. Traté de acurrucarme en la cama, pero me parecía demasiado grande. Y por muchas mantas que me pusiera encima, sentía frío. Al final salí a la biblioteca, tomé unos cuantos chupitos más de tequila para calentarme y me puse una película de mi colección de las seleccionadas por el Instituto de Cine Americano. Elegí Titanic. Al fin y al cabo, ya me sentía desconsolada y podía aprovechar para regodearme.
Antes de que el barco se hundiera, me quedé inconsciente en el sofá. Me desperté al día siguiente con los ojos hinchados y con jaqueca. Lo primero que pensé fue que necesitaba cafeína. Pero no olía a café recién hecho en el ático y fue entonces cuando recordé que Hudson no estaba allí. Cada día, antes de irse a trabajar dejaba la cafetera lista para mí. La ausencia de aquel simple detalle amenazó con provocar otra nueva sesión de lágrimas.
«Pero puede que haya llamado».
Busqué el teléfono y lo encontré enterrado entre los cojines. «Joder». Se había quedado sin batería. Había estado demasiado consumida por la pena como para dejarlo cargando por la noche. Tras enchufarlo al cargador de la biblioteca, me preparé el café y encontré ibuprofeno en el armario del baño.
Después me duché con la esperanza de que el agua caliente aliviara la hinchazón de mis ojos. Quizá lo hiciera, pero no me sentí mejor. A continuación me envolví en una toalla y me quedé mirando el espejo empañado por el vapor. Ojalá fuera tan sencillo como levantar la mano y limpiar la condensación para poder ver al hombre que había debajo. Si él me dejara entrar, sería así de fácil. Quizá entonces mi caricia pudiera conseguir por fin que lo viera claramente.
Pero no era tan sencillo. Más bien, lo único que podía esperar era un mensaje o una llamada perdida. Me vestí y volví a acomodarme en el sofá para encender el teléfono.
No había nada.
Así que le envié un mensaje: «Vuelve a casa».
Como después de cinco minutos no recibí respuesta, pensé en enviarle otro. Estaba en el trabajo. No debería molestarle. Pero se suponía que yo era importante. Si aún le importaba algo, me respondería.
Me debatí sobre qué hacer. En mi pasado, enviar mensajes y las llamadas obsesivas habían sido mi mayor debilidad. Durante más de un año desde que empecé la terapia, ni siquiera me permití tener teléfono. La tentación era demasiado grande. En el punto álgido de mi obsesión, podía llenar un buzón de voz en una hora. Paul Kresh tuvo que cambiar de número después de que yo me pasara tres días seguidos sin parar de enviarle mensajes.
Con Hudson incluso sopesaba cuidadosamente cada mensaje que le enviaba. No le mandaba todos los que se me ocurrían. Era difícil, pero había conseguido controlarme.
Ese día me importaba una mierda el control.
Le envié un nuevo mensaje: «¿Ahora vas a evitarme?».
Cinco minutos después le envié otro: «Lo menos que podrías hacer es hablar conmigo».
Le envié varios más, retrasando cada uno un periodo de tres a cinco minutos.
«Me dijiste que yo lo era todo para ti».
«Habla conmigo».
«No te preguntaré por eso si no quieres».
«Esto no es justo. ¿No debería ser yo la que estuviera enfadada?».
Estaba a punto de empezar a escribir otro cuando el teléfono vibró en mi mano al recibir un mensaje. Era de él: «No estoy enfadado. No te estoy evitando. No sé qué decir».
Que Hudson se quedara sin palabras era la mayor locura que había oído en los últimos dos días. Siempre sabía qué decir, siempre sabía qué hacer. Si nuestra separación le hacía perder el control de esa forma, ¿por qué estábamos separados?
Mis dedos apenas podían escribir una respuesta lo suficientemente rápido: «No digas nada. Simplemente vuelve a casa».
«No puedo. Todavía no. Necesitamos tiempo».
Yo había esperado que por la mañana todo se aclarara. Pero aún seguía sin estar segura de qué se supone que debía hacer con el tiempo que él tanto insistía que necesitábamos. «No necesito tiempo. Te necesito a ti».
«Luego hablamos».
«No lo entiendes. Tengo que hablar contigo ahora. Voy a seguir enviándote mensajes. No puedo evitarlo».
«Y pienso leerlos todos uno por uno».
Casi sonreí con su último mensaje. Después de tantos años de que me ignoraran y me llamaran loca, Hudson aceptaba mi tendencia a la locura.
Pero un pequeño y dulce mensaje no era suficiente para acabar con la sensación de vacío de mi pecho. Empecé a redactar otro mensaje.
Entonces me detuve.
¿Qué demonios estaba haciendo? No me importaban mis viejos hábitos ni lo que era sano o no lo era. ¿Por qué estaba yendo detrás de ese hombre con tanta desesperación cuando ya había dejado claro que eso no tendría ningún efecto sobre él? Además, había dicho una y otra vez que le gustaba que me obsesionara con él. Que así se sentía amado.
Pues a la mierda.
Si Hudson quería sentirse querido, podía venir a casa para arreglar las cosas. Sí, teníamos pasados tormentosos y poca experiencia con las relaciones. Aun así, antes o después tendríamos que crecer y responsabilizarnos de nuestros actos. Más que otra cosa en el mundo, deseaba hacer eso mismo con Hudson.
Pero si él no estaba preparado, no importaba lo mucho que yo lo quisiera. No podía ser yo la única que luchara. Él tendría que hacerlo también.
En uno de los momentos de mayor fortaleza en mi vida de adulta, dejé el teléfono y me alejé.
Como no estaba tan loca como para creer que mi determinación duraría mucho, decidí salir de la casa. Necesitaba correr.
Llamé a Jordan.
—Oye, tú sueles correr, ¿no?
—¿Cómo dice, señorita Withers?
—Pertenecías a las Fuerzas Especiales. Para eso tenías que estar en forma, ¿no? —Eso ya se me había ocurrido antes, pero como Hudson se había mostrado tan contrario, no había insistido. Pero ahora Hudson no estaba allí—. Imagino que eso te convierte en un corredor bastante bueno.
—Sí, supongo que sí.
—Bien. Pues quiero salir a correr y Hudson no me deja ir sin guardaespaldas. Estaré lista en quince minutos.
Él vaciló durante dos segundos.
—Estaré allí en diez, señorita Withers.
Había resultado sorprendentemente más fácil de lo que me esperaba. Aproveché para ver qué más podía conseguir:
—Por Dios, Jordan, llámame Laynie. Por favor, por favor, por favor. Sé que se supone que no debes hacerlo, pero a mí no me importan las estúpidas normas de Hudson. Tengo un mal día y me vendría bien un amigo. Aunque tú no seas realmente amigo mío, fíngelo. Por favor.
—Ya me deberías conocer lo suficiente como para saber que no se me da muy bien fingir. —Oí ruido en el teléfono, como si se estuviese preparando mientras me hablaba—. Pero soy un excelente corredor. Prepárate para sufrir una gran derrota, Laynie.
Casi sonreía cuando le vi en el vestíbulo de abajo. Aquello era nuevo para mí, que la vida siguiera de verdad adelante en medio de mi angustia. ¿Quién iba a decir que sería posible?
Tal y como me había avisado, Jordan me derrotó en nuestra carrera. Los ocho kilómetros que recorrimos alrededor de Central Park apenas parecieron inmutarle, mientras que yo casi necesitaba que me llevaran en brazos a casa. El agotamiento físico me sentaba bien. Se correspondía con mi ánimo deprimido. La inyección de adrenalina y endorfina no logró levantármelo mucho, pero sí que consiguió que estar viva me pareciera algo más soportable.
De vuelta en el ático, me duché y me vestí. Después fui a consultar mi teléfono. Revisé los mensajes en busca de otro de Hudson. Me costó asumir la decepción de no encontrar ninguno. Aunque él había dicho que no respondería, yo esperaba que lo hiciera. ¿No había sido justo el día anterior por la mañana cuando me había dicho que yo era el centro de su mundo? ¿Habría algún modo de saber si seguía pensándolo?
No se me ocurrió ninguna respuesta. Las pruebas no apuntaban a mi favor y aquello me dolía demasiado.
Necesitaba otra distracción para no ponerme en contacto con Hudson, así que llamé a Brian. Charlamos durante más de una hora. Todo un récord en nuestro caso. Después llamé a Liesl. Las dos íbamos a trabajar esa noche, lo cual me daba una excusa perfecta para salir antes de compras y a cenar. No es que me apeteciera mucho, pero podría disimular. Y estar con Liesl me ayudaría a mantener las lágrimas a raya.
Ya había pasado un día entero cuando Jordan nos dejó en el Sky Launch.
—Ahora termina mi turno, Laynie —me dijo Jordan al cerrar la puerta del coche después de que yo saliera—. Reynold te está esperando ahí arriba.
Sí, vi que Reynold me esperaba en la puerta de entrada de los empleados del club.
Aunque nunca lo había hecho antes, sentí el deseo de darle un abrazo a Jordan.
—Gracias —le dije con un nudo en la garganta—. Te necesitaba y has estado a mi lado.
Jordan me miró con compasión.
—No debería decirlo, pero ya sabes que… el señor Pierce es un hombre complicado.
—Sí, sí que lo sé.
En ese momento, no estaba interesada en que nadie defendiera a Hudson. Aun así, Jordan continuó:
—Pero, por muy compleja que sea la situación, es fácil ver lo que siente por ti.
Levanté el mentón con expresión desafiante.
—¿Sí? Eso pensaba yo, pero ahora cualquier cosa es posible.
El chófer me dio un golpecito en el brazo.
—Puede que para ti no, pero para mí está claro. Rezo para que él encuentre el modo de demostrártelo antes de que te vayas para siempre.
Me quedé mirando a Jordan mientras él entraba en el coche y se alejaba.
«¿Irme yo para siempre?». Había sido Hudson el que se había ido. Había sido Hudson el que había incumplido su promesa de estar a mi lado en cualquier circunstancia. Había sido Hudson el que había dejado caer indirectas nada sutiles sobre un futuro duradero y sin embargo en ese momento no estaba a mi lado.
Con una terrible sensación de desasosiego, temí que Jordan tuviera razón. Los sentimientos de Hudson por mí estaban claros. Claramente habían desaparecido. Me mordí el labio para contener el llanto que este último pensamiento pudiera provocar.
Liesl rodeó mi brazo con el suyo y me llevó hacia la puerta.
—¿Te cansas de tener guardaespaldas? —Se le daba de maravilla cambiar de tema—. Lo que quiero decir es que yo no me hartaría nunca de ese Jordan. Está muy bueno.
—Y es homosexual.
—Me lo suponía. Pero quizá le guste también experimentar.
Me reí.
—No es muy probable. —Mi risa se convirtió rápidamente en una mirada seria. Se me hacía raro estar divirtiéndome cuando me encontraba tan triste—. Normalmente no me importa tener a un guardaespaldas alrededor, aunque me gusta mi independencia. Y la verdad es que no entiendo por qué necesito tener a alguien aquí cuando estoy en el club.
Se me ocurrió una idea. Para entonces, ya había llegado a donde estaba Reynold.
—Hola, forastero —le saludé—. ¿Sabes qué? Te doy la noche libre.
Se rio.
—Lo digo en serio. Probablemente, Hudson es el único con poder para darte la noche libre, pero la cuestión es que Hudson no está aquí. Y yo voy a estar en el club toda la noche. Tenemos guardias de seguridad entre nuestro personal y gorilas. Estaré bien.
No sé por qué para mí era tan importante que Reynold se fuera, pero de repente lo sentí así. Quizá fuese una muestra de desafío. Si Hudson no estaba dispuesto a transigir en nuestra relación, yo tampoco. O al menos no del modo en que lo había hecho hasta entonces. Estaba demasiado cabreada. ¿No era esa una de las fases del duelo?
Además me sentía fuerte. No necesitaba que nadie me siguiera por ahí. Y Celia llevaba sin aparecer varios días. Quizá se había aburrido de su juego.
—Así que te veo luego, cuando salga. ¿De acuerdo?
Reynold parecía perplejo.
—Eh…, vale. A las tres. Eh…, vendré a las tres.
—Genial.
Mi victoria sobre Reynold me animó. Antes no sabía cómo iba a soportar esa noche. Ahora pensaba que realmente podría con ella. No había olvidado mi dolor —la mayoría de mis pensamientos se centraban en Hudson—, pero esa tristeza era casi soportable.
El rato que había pasado con Liesl me había ayudado. Últimamente no nos habíamos visto mucho y nos habíamos puesto al día en muchos temas. Le conté todo lo que había pasado, incluido el acoso de Celia y el comportamiento reservado de Hudson. Fue deprimente, pero también terapéutico.
—Tal vez Hudson sea en realidad algo así como un agente de la CIA —comentó Liesl mientras le pasaba el cajón de la registradora de la barra— y que Celia sea su compañera. Quizá haya abandonado su misión o haya desertado, o como quiera que lo llamen, y Celia esté intentando volver a reclutarlo.
Sus locas ideas casi me divertían.
—Definitivamente, tiene que ser eso.
Me apartó empujándome con la cadera para ocupar su lugar delante de la caja.
—Me gustaría que te tomaras esto en serio. Sé que tengo razón.
Forcé una sonrisa.
—Perdóname por ser… ¿Cómo lo llamas tú? Ah, sí, realista.
Liesl pasó una mano por sus mechones púrpuras y se rio.
—La realidad está muy sobrevalorada.
—¿Verdad que sí?
Después de eso nos zambullimos en el bullicio de la noche. David había estado instruyendo a Gwen la noche anterior, así que este era el primer turno en el que de verdad la veía en acción. Había trabajado ya lo suficiente como para saber lo que hacía. Observé cómo se encargaba de la planta superior, controlando los cambios de pedidos y a los clientes revoltosos sin vacilar. Era buena y yo no me podía alegrar más de mi decisión de contratarla. Sobre todo ahora que mi futuro en el Sky Launch estaba en el limbo.
Con un escalofrío, me tragué el sollozo que se estaba formando en mi garganta. No podía pensar en eso. No allí. No en ese momento. Quizá del mismo modo ilusorio que había empleado durante la época de Paul Kresh y David Lindt, me concentré en convencerme de que Hudson y yo estábamos bien. Aquello no era más que un problema pasajero. Nos arreglaríamos y la vida seguiría estando los dos juntos.
En cierto modo había sido más fácil en el pasado. Esperé que eso fuera más una muestra de mi actual salud mental que de mi futuro con Hudson.
Seguía siendo la primera hora de la noche, solo las once pasadas, cuando vi a Celia.
Acababa de bajar para ver cómo estaban los camareros de la planta principal. Estaban ocupados, pero no agobiados. Me deslicé tras la barra donde Liesl estaba trabajando y eché un vistazo alrededor del club sin buscar nada en particular, solo para tener una idea general de cómo iba la noche.
El centro del club estaba rodeado de montones de zonas para sentarse. Normalmente se llenaban a primera hora de la noche. Eran las mejores mesas, porque estaban justo al lado de la pista de baile. Ella estaba sentada sola en una mesa, lo cual era raro un sábado por la noche, y eso atrajo mi atención. Nadie se sentaba solo en el Sky Launch.
Pero ahí estaba Celia…, sola, vestida con unos vaqueros ajustados y una camiseta de tirantes también ajustada. Era tan poco propio de su habitual aspecto correcto y formal que no estaba segura de que fuera ella. Entonces me miró a los ojos y la sonrisa maliciosa que me dedicó lo confirmó.
Agarré a Liesl del brazo.
—Dios mío.
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿La he fastidiado con el último pedido?
Me miró preocupada con los ojos abiertos de par en par.
—No. Está aquí. ¡Celia!
Señalé con un gesto a la mujer que aún tenía los ojos clavados en mí. Liesl siguió mi mirada.
—¿La acosadora? ¿Voy a partirle la cara?
—No.
Aunque la idea de ver a la alta amazona que tenía a mi lado dándole una paliza a mi ahora archienemiga resultaba tentadora.
Liesl entrecerró los ojos mientras examinaba a Celia.
—No te ofendas, pero es un bombón. No es que tú no lo seas, pero a ella me la follaría. —Me dio un empujón cariñoso con el hombro—. Pero a ti te follaría con más entusiasmo, claro.
—Vaya. No me puedo creer que esté aquí de verdad.
«Quizá debería llamar a Reynold para que vuelva». Al instante deseché la idea. Con tanta gente alrededor, ¿qué iba a hacerme? Incluso su mirada fija en mí no suponía nada más que una molestia.
Largas olas de escalofríos se alineaban en mis brazos a pesar de mis intentos por que no me afectara. En fin, había conseguido estar más de tres horas trabajando sin sufrir una crisis emocional. Ya era algo, ¿no?
—¿Qué pasa? —preguntó David.
Me giré y vi que David y Gwen se habían acercado a nosotras. Lo cual significaba que había llegado el momento de volver al trabajo.
—Nada.
Desde luego, no iba a contarles mi historia con Celia a mi exnovio y a una empleada a la que apenas conocía. Al parecer, Liesl opinaba lo contrario.
—La chica que está allí es la loca que está acosando a Laynie.
—¡Liesl! —Le di un golpe en el hombro con el puño.
—No quiero ser la única que lo sepa. Puedes necesitar ayuda. ¿Y si te hace algo? Ya sabes, como echarte droga en la copa o algo así.
—Claro, como si esta noche estuviera bebiendo.
Era mi mejor amiga, pero a veces tenía lagunas en lo referente a la inteligencia.
Gwen me miró levantando una ceja.
—¿Tienes una acosadora? Eres más guay de lo que pensaba.
Puse los ojos en blanco.
—No es…, no es que… Ni siquiera sé por qué… —Suspiré desesperada—. Es difícil de explicar. Estaré ahí dentro si alguien me necesita.
Sin mirar atrás, me dirigí a la sala de los empleados que estaba tras la barra. Ver a Celia me había desconcertado y, tal y como me encontraba, aquello era suficiente para sentirme sobrepasada. Di vueltas por la habitación tratando de recuperar la compostura que había conseguido mantener durante toda la noche.
Gwen y David me siguieron. Pensé en decirles que quería estar sola. Pero no estaba segura de que fuese verdad.
—¿Estás bien, Laynie? —La voz de David sonaba vacilante y tierna.
—No. Sí. Estoy bien. Es solo que…
Negué con la cabeza, incapaz de terminar la frase. El pecho me oprimía y sentía como si la cabeza me fuera a explotar.
—Bueno, háblanos de ella. De tu acosadora. —Parecía que Gwen realmente quería ayudar—. Su nombre. Cómo la conociste. Lo que sea.
—Se llama Celia Werner.
Me sorprendió mi disposición a hablar de ella, es más, necesitaba hacerlo.
—¿De los Werner Media?
David se mantenía al tanto de quién era alguien en el mundo de los negocios. Por supuesto, reconoció su apellido.
—Eso es —confirmé.
David se acercó a mí con expresión preocupada.
—No tienes por qué inquietarte, David. Simplemente, no le gusta que yo esté con Hudson.
—¿Es su antigua novia? —preguntó Gwen.
—Sí. —En la terapia lo había dicho porque me resultaba más fácil. Sin embargo, después de ver el vídeo, lo dije porque lo pensaba de verdad—. Sí que lo era.
Por enésima vez, en mi mente aparecieron imágenes de ella besándose con Hudson. ¿Qué más habían hecho? ¿Habían intimado mucho? ¿Se había acostado con ella? Me tragué la bilis que amenazaba con subir a mi boca.
—Así que ahora está tratando de asustarme apareciendo donde yo estoy, enviándome mensajes…, cosas así.
—¿Quieres que la echemos? Puedo decírselo a Sorenson, que está en la puerta.
A diferencia de Hudson, el talante protector de David era sutil, pero se reflejaba igualmente en su rostro.
—No me va a hacer daño.
—¿Estás segura?
David puso una mano sobre mi hombro.
—No. —Me aparté tranquilamente de su mano. A pesar de la inocencia de su gesto, ese contacto me parecía una traición a Hudson—. Pero no quiero que gane.
—Es lo justo.
Por su forma de moverse, supe que le había molestado que me apartara. Otra razón por la que era preferible que se marchara del club.
Gwen le dio la vuelta a una silla de plástico y se sentó a horcajadas.
—Es espeluznante ver cómo te mira.
—¿A que sí?
Yo aún estaba tratando de decidir qué me parecía el hecho de que Gwen conociera mi vida privada.
—Podríamos echarle algo en la copa.
Eso sonaba interesante.
—¿El qué?
—No sé. Un escupitajo.
No llegué a reírme, pero sí conseguí sonreír de verdad. Vale, definitivamente Gwen me gustaba. Y puede que yo necesitara a más gente en mi vida, en vez de únicamente a Hudson y su familia. La conversación telefónica con Brian, correr con Jordan, el rato que había pasado con Liesl…, todo ello me recordaba que había un mundo aparte del que estaba viviendo. Un mundo con amigos e intereses de los que me había olvidado últimamente.
Tuviéramos o no Hudson y yo un futuro juntos, contaba también con un futuro mío. No podía seguir ignorando a las personas que pertenecían a ese futuro y esperar sin más que continuaran estando ahí cuando las necesitara. Y Gwen ahora formaba parte del Sky Launch. Eso la convertía en un miembro de la familia. Ya era hora de aceptarla como tal.
Pero, aunque fuesen mi familia, eso no significaba que tuviera que contarles todo. De todos modos, hablar tampoco me tranquilizaba.
—¿Sabéis qué? No os preocupéis por mí —les mentí—. Salgamos de nuevo ahí fuera, donde al menos pueda verla.
Con Gwen a la cabeza, volvimos al club y las luces parpadeantes y el retumbar de la música me invadieron con un bienestar ya conocido.
Choqué con la espalda de Gwen cuando se detuvo de repente.
—Ah —dijo—. Sabe que estamos hablando de ella. Está pidiendo refuerzos. —Señaló con un gesto a Celia—. ¿Ves?
Miré a mi acosadora y vi que tenía el móvil en la oreja.
Justo en ese momento Liesl se acercó a mí con el teléfono del bar en la mano. El cable estaba estirado casi hasta la máxima distancia.
—Toma, Laynie. Una llamada.
—Mierda.
Gwen abrió los ojos de par en par y me imaginé que los míos estarían igual.
¿Me estaba llamando Celia?
—Deja que responda yo —se ofreció David.
—¿Y qué vas a decir? —Negué firmemente con la cabeza—. Yo respondo.
De todos modos, ¿qué podía decirme? Cogí el auricular de la mano de Liesl y, sorprendentemente, la mía no temblaba.
—¿Sí?
—Alayna, ¿dónde está tu guardaespaldas?
La voz al otro lado de la línea me sorprendió más que si hubiese sido Celia.
—Hudson —dije su nombre en voz alta mirando a mis compañeros de trabajo para que supieran de quién se trataba—. Hola a ti también.
Una mezcla de decepción y euforia me recorrió el cuerpo. Casi había preferido que la llamada fuera de Celia. Estaba deseando, cada vez más, enfrentarme a ella.
Pero, por otra parte, era Hudson el que llamaba. ¡Hudson! Llevaba todo el día deseando escuchar su voz. Ni siquiera me importaba la razón de su llamada. Había llamado, eso era lo importante.
—No es ella —dijo Gwen—. Ha sido una falsa alarma.
—Creo que lo que estaba haciendo era escuchar sus mensajes —comentó David—, porque no la he visto mover la boca.
Volví a mirar a Celia, que, como era de esperar, se estaba guardando el teléfono en el bolsillo.
—¿Puedes responder a mi pregunta, por favor?
La voz de Hudson en mi oído hizo que volviera a prestarle atención. Tardé un segundo en recordar lo que me había preguntado. Ah, el guardaespaldas. Por mucho que me alegrara de tener noticias suyas, eso no hacía que las cosas resultaran más fáciles.
—¿Por qué te preocupas?
—¡Joder, Alayna!
Su voz sonó tan fuerte que tuve que apartarme el auricular de la oreja. En fin, ¿qué me había esperado? ¿Pensaba que Reynold no se lo contaría?
—Le he mandado a su casa. Suponía que en realidad no le necesitaba en el club.
—¿Cómo lo llevas? —Su sarcasmo estaba impregnado de frustración.
—¡Estoy bien! Con los guardas de seguridad, las cámaras, los gorilas de la puerta… —Tardé un poco en darme cuenta de lo que quería decir con su pregunta—. ¿Cómo sabes que ella está aquí?
—Porque estoy en la puerta.
—¿Estás en la puerta? ¿Por qué estás en la puerta? —El corazón se me disparó. No solamente había llamado, estaba allí. Tapé el auricular con la mano—. Liesl, rápido, dame el inalámbrico.
—Afortunadamente, tu guardaespaldas trabaja para mí, no para ti —continuó—. Tú no tienes autoridad para enviarlo a casa.
«¿Que no tengo autoridad…?».
—Joder.
—Y cuando ha visto a Celia…
Liesl me pasó el inalámbrico.
—Gracias —susurré.
—Alayna, ¿me estás escuchando?
—Sí. También estoy trabajando aquí, ¿sabes? —Pulsé el botón del inalámbrico y le pasé el otro teléfono a Liesl—. Dime.
A continuación me dirigí directamente a la puerta del club. Si Hudson estaba allí, quería verle, quería ver su mirada y cuál era la expresión de su cara. Quería saber si podía encontrar en él los sentimientos que necesitaba ver.
—Cuando ha visto que Celia entraba en el Sky Launch se ha puesto en contacto conmigo, que es lo que se supone que tiene que hacer, y me ha preguntado si debía entrar, ya que tú no le querías dentro. Le he dicho que sí. Así que Reynold estará ahí lo quieras o no.
—De acuerdo. —La verdad es que no me importaba lo más mínimo—. Envíamelo.
—Ya lo he hecho.
—Claro que lo has hecho. —Casi había llegado ya al fondo de la rampa. El club se estaba llenando y yo iba en dirección contraria—. Pero ¿por qué has venido? Podrías haberlo organizado todo por teléfono. —¿Quería verme tanto como yo a él?
Se quedó callado un momento.
—Quería asegurarme de que estabas bien. —Su tono de voz era más suave. Aquello me llegó al corazón.
—Estoy bien. —En fin, puesto que Hudson seguía durmiendo en otro apartamento, puede que aquella no fuera la palabra adecuada—. Por lo menos estoy a salvo.
—Bien. —Se aclaró la garganta—. Entonces hablamos luego.
—¡Espera, Hudson! —Ya había llegado a la puerta. El aire de la noche era fresco en comparación con el calor del club. No quería que me viera, así que me quedé escondida detrás del portero.
—¿Qué pasa, Alayna?
Examiné el espacio alrededor del club. Allí estaba, junto a su Mercedes, con las luces de emergencia encendidas mientras se paseaba por la acera al lado del coche. Llevaba otro traje de tres piezas. Era tarde, ¿por qué seguía vestido con ropa de trabajo? ¿De verdad había recorrido todo ese trayecto y se iba a marchar sin ni siquiera verme cara a cara?
Con mis siguientes palabras salió a borbotones el dolor que llevaba dentro todo el día:
—¿Es eso todo lo que tienes que decirme?
—Ahora mismo sí. —Se pasó una mano por el pelo—. Estás protegida. Eso es lo que importa en este momento.
Estaba preocupado, eso era evidente. Tenía el pelo revuelto, como si se hubiese pasado la mano por él más de una vez, y su inquietud se reflejaba en la forma de caminar.
No era suficiente. Si de verdad le importaba, estaría entre sus brazos. Habría entrado él a buscarme y no al revés.
—¿Has pensado que si le dijeras a Celia que me has dejado es probable que ella no siguiera con todo esto?
Negó con la cabeza, como si no supiera que podía verle.
—Yo no te he dejado.
—Pues te aseguro que parece que sí.
Apoyó la mano en el capó del coche y miró hacia la puerta del club.
—¿Es eso lo que quieres?
—¡No! —«Jamás»—. No. Solo quiero la verdad. Eso es todo.
El portero se movió y mi escondite desapareció. Los ojos de Hudson se cruzaron con los míos.
Nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro durante varios segundos. A pesar de los metros de acera que nos separaban, había electricidad entre nosotros. Un chispazo que se encendió con algo que iba más allá de la química o el deseo. Fue una descarga emocional que apareció desde lo más hondo de mi ser. Estábamos conectados de una forma tan absoluta que, por primera vez desde que se había ido del ático la noche anterior, sentí un destello de esperanza.
Él fue el primero en apartar la vista. Miró hacia la ventanilla del asiento delantero, como si alguien le estuviese hablando desde dentro a través del cristal.
Avancé un paso entrecerrando los ojos para poder ver mejor.
—Dios mío, ¿estás…? —El estómago se me revolvió—. Hudson, ¿estás con Norma?
Hudson levantó las manos al cielo.
—Ahora no, Alayna.
Empecé a andar hacia él.
—Joder, ¿te estás quedando conmigo? ¿Un día separados y ya sales con ella?
Rodeó el coche y se sentó detrás del volante.
—¡Es por trabajo! —Cerró la puerta de golpe.
Yo aceleré el paso, aun sabiendo que ya se habría ido cuando llegara al bordillo.
—¿A estas horas de la noche?
Con traje, los dos solos. Joder, ¿tan estúpida se creía que era?
—Es… Ahora mismo no puedo hablar de esto. —Se incorporó a la circulación—. ¿Por qué no confías nunca en mí?
—¡Porque nunca puedes decirme la verdad!
Obsevé cómo los faros traseros del coche se mezclaban con el resto del tráfico. La verdad es que pedirme que confiara en él resultaba cómico cuando acababa de verle en lo que solo podía describirse como una cita.
—Tengo que dejarte. No puedo hablar mientras conduzco.
Oí al fondo la voz de Norma. Yo quería que me prestara atención a mí, no a ella.
—Espera. No…
—Adiós, Alayna.
—… cuelgues. —El tono del teléfono sustituyó a su voz—. ¡Joder! —exclamé lanzando el teléfono a la acera. Con fuerza. Se hizo añicos. Parecía apropiado, teniendo en cuenta que así era como yo me sentía por dentro.
—Laynie, ¿estás bien?
La voz de David ni me sorprendía ni me consolaba. Claro que había salido detrás de mí. Fue un bonito detalle. Pero deseaba que fuera otra persona.
—Sí.
Una absoluta mentira. Sentía que todo el cuerpo se me había debilitado. Como si fuera a caerme allí mismo, en la acera, incapaz de andar o tan siquiera arrastrarme de nuevo al interior del club.
Pero fui fuerte. Podía ignorar el hecho de que había muerto por dentro hasta que estuviese a solas en casa.
—Sí, estoy bien —repetí—. Se me ha roto el teléfono.
Me agaché para recoger los trozos de la acera. David se agachó a mi lado para ayudarme.
—Técnicamente es el teléfono de Pierce.
—Bueno, eso hace que me sienta mejor. —Ligeramente—. Qué curioso, este es el segundo teléfono que le rompo a ese hombre.
—Quizá eso signifique algo.
—Quizá.
Sabía qué quería decir David. Pero lo que no quería pensar era lo que podría significar para mí.
Cuando recogimos todos los trozos, David se puso de pie y me ofreció la mano para ayudarme a levantarme. A regañadientes, me agarré a ella. Pero no me soltó de inmediato. Y, lo que es peor, yo tampoco.
David se quedó mirándome con ojos cariñosos.
—No voy a pedírtelo porque no sé lo que vas a decir. Simplemente voy a hacerlo.
—¿Qué? —Lo siguiente que sé es que me atrajo a sus brazos—. Ah.
—Me parecía que te vendría bien un abrazo.
Vacilé un segundo, después me entregué. Para mí era el consuelo de un amigo, algo que necesitaba. Puede que para él significara algo más, pero en ese momento prioricé mi necesidad sobre la suya.
Sin embargo, a continuación me abrazó con más fuerza. Sus brazos se me hicieron extraños y su olor otro distinto. Con toda la suavidad que pude, empecé a separarme.
—Creo que será mejor…
David me soltó con los ojos clavados en la puerta del club, que quedaba detrás de nosotros.
—Mira, se va.
Me giré para mirar. Era verdad que Celia se iba. Nos había visto abrazándonos, estaba segura. No me importaba. Aunque se lo dijera a Hudson, él había salido con Norma Anders. Estaba segura de que, en lo referente a decepcionar al amante, él me había ganado.
La sonrisa de David se volvió más tensa.
—No la conozco de nada, pero esa sonrisa que tiene es malvada. Menuda bruja.
El dolor de las últimas veinticuatro horas remitió en ese momento, dejando en su estela un maremoto de rabia. Estaba furiosa, muy furiosa. Aunque buena parte de mi cólera se dirigía contra Hudson, la mayoría iba contra Celia. Sin ella, él y yo habríamos sido capaces de solucionar nuestras diferencias. Pero ¿cómo íbamos a hacerlo si ella estaba siempre cerca recordándonos nuestro pasado y suscitando nuestra desconfianza?
Mis manos se convirtieron en puños.
—¿Sabes qué? Esto es ridículo. Voy a hablar con ella.
—Laynie, no creo que debas hacerlo.
Pero hasta ahí llegó la intención de David de detenerme. Ya había cubierto más de la mitad de la distancia que me separaba de Celia cuando alguien salió del club y me bloqueó el paso.
—Señorita Withers —Reynold levantó una mano suavemente pero con firmeza para evitar que siguiera adelante—, no es una buena idea.
Tenía razón. Con lo alterada que estaba, probablemente le habría dado un puñetazo. Aunque así me habría sentido mejor, sería a mí a quien impondrían una orden de alejamiento, no a Celia.
A pesar de eso, me pregunté qué instrucciones había recibido mi guardaespaldas. ¿Hudson quería que me mantuviera alejada de cualquier problema o le preocupaba que hablara con su ex y esta me dijera cosas que él no quería que supiera?
—Una pregunta, Reynold: ¿me estás protegiendo de ella? ¿O la proteges a ella de mí?
—No entiendo qué quiere decir.
Aunque lo entendiera, probablemente no sería sincero en su respuesta.
—Da igual.
Para entonces, Celia ya había llegado al bordillo y estaba llamando a un taxi. Decidida a no dejar que se escapara sin marcarme alguna victoria, me acerqué a nuestro portero.
—¿Ves a esa mujer? Que no se le permita entrar aquí otra vez. Tiene prohibida la entrada de forma permanente.
El portero asintió.
—Sí, señora.
—Voy a colgar su fotografía en la habitación de atrás.
Imprimiría alguna de Internet. Puede que no fuera una buena táctica mostrarle que me había afectado su presencia, pero, sinceramente, no me importaba su juego. Simplemente quería recuperar mi vida. Echarla de mi club era un estupendo primer paso.
Eran las tres pasadas cuando me metí en la cama. Aunque aún se me hacía grande y solitaria, confiaba en estar lo suficientemente agotada como para quedarme dormida. Al menos merecía la pena intentarlo.
Pese a mi determinación, cuando dieron las cuatro de la mañana seguía moviéndome y dando vueltas. Mi insomnio resultó ser una bendición. De lo contrario, quizá no hubiera oído su llamada.
—Alayna, te necesito.
Aquel dolor en la voz de Hudson era algo nuevo para mí. Me incorporé por completo en la cama.
—¿Qué pasa?
—Mira. En el hospital. —Ni siquiera podía articular frases coherentes—. El bebé…
Antes de que terminara, ya me estaba poniendo los pantalones de yoga y una camiseta.
—Voy ahora mismo.
—Jordan ya va de camino para recogerte.