Capítulo doce

El trayecto de vuelta al ático fue el más largo que había realizado nunca.

Salí de la tienda de Mirabelle a la vez que Stacy. De nuevo me aseguró que me enviaría el archivo por correo electrónico y le di las gracias otra vez. A continuación se fue hacia el metro y yo me metí en el asiento trasero del Maybach. Las manos me sudaban mientras me abrochaba el cinturón de seguridad, pero también el corazón me latía a toda velocidad, impaciente.

No se me escapaba que estaba reaccionando como una adicta que sufre la primera obsesión en meses. ¿No era eso exactamente lo que ocurría ahora? ¿La chica romántica y obsesiva estaba a punto de dejarse arrastrar por el fisgoneo compulsivo?

Solo íbamos Jordan y yo en el coche, pues Reynold tenía la tarde libre. Había pensado volver al club un rato después de salir de la tienda de Mira, pero sabía que iba a estar demasiado preocupada por el vídeo como para trabajar. Y verlo en un lugar privado me parecía lo mejor.

Sin embargo, un lunes a las cuatro de la tarde en la ciudad de Nueva York es la hora punta. Ir desde el Greenwich Village hasta la zona norte era una pesadilla. Me entretuve tratando de averiguar cómo configurar el correo electrónico en el teléfono. ¿Por qué hasta ese momento no se me había ocurrido que era una buena idea? Pero no lograba concentrarme lo suficiente como para seguir los pasos que lo posibilitaban.

En vez de concentrarse, mi mente se llenaba de preguntas. Muchas preguntas que iban más allá del contenido del vídeo. Por ejemplo, para empezar, ¿cómo era posible que Stacy hubiera grabado el vídeo? Si lo había grabado con el teléfono, ¿por qué no me lo enviaba directamente? ¿Iba por ahí con una cámara de vídeo y simplemente había grabado aquel…, aquel… lo que quiera que fuera? ¿Por qué había pensado que merecía la pena grabar ese momento en particular?

Eso me llevaba a la pregunta de qué había en ese vídeo que Hudson quería destruir. Eso era lo más importante, la razón por la que le había pedido que me enviara una copia.

Y luego estaba el comentario de Stacy sobre cómo cortejaba Hudson a las mujeres. Lo había dicho como si se lo hubiese hecho a ella. Hudson me había jurado que solo habían tenido una cita. Era ese detalle lo que más me intrigaba. Porque, incluso si al final el vídeo no era más que una prueba de que su relación con Stacy había sido uno de sus engaños, como mínimo Hudson me habría mentido sobre la duración de su relación con ella. Eso justificaba que yo traicionara mi confianza en él, ¿no?

Pensé que no le había prometido no ver el vídeo. Lo que le había dicho era que no tenía por qué verlo. Bueno, ahora todo había cambiado. Ahora sí que tenía que verlo. No incumplía ninguna promesa, simplemente habían cambiado las circunstancias.

En fin, eso es lo que razoné para convencerme a mí misma.

Al llegar al ático, salí del coche antes de que Jordan pudiera abrirme la puerta.

—Recuerde poner la alarma —dijo cuando me alejaba.

Eso era lo convenido. Cuando yo estuviera sola en el ático, Jordan o Reynold esperarían fuera hasta que conectara el sistema de seguridad. A continuación recibían un mensaje de texto automático en el que se decía que todo estaba en orden y se marchaban. Celia era la menor de mis preocupaciones, pero en general me gustaba saber que aunque estaba protegida aún contaba con algo de privacidad.

Una vez dentro, conecté la alarma, fui corriendo a la biblioteca para coger mi portátil y me acomodé en el sofá. Murmuré algo porque mi correo electrónico parecía tardar más de lo normal en cargarse y a continuación contuve la respiración mientras revisaba la bandeja de entrada.

Ahí estaba. Mi único mensaje sin leer. De «StacySBrighton».

Pulsé sobre él para abrirlo.

Había un párrafo corto encima del vídeo adjunto. Como estaba tan ansiosa, empecé a descargarlo y después lo leí.

Alayna:

Como te he explicado, yo ya dejo este tema. Guarda o borra esta información, haz lo que quieras. Por si quieres conocer las circunstancias de la grabación, te cuento esto: Hudson me había pedido que fuera a tomar un café con él. Al llegar le encontré así. Los grabé con el teléfono sin que me vieran. Después lo pasé a mi ordenador y me compré un teléfono nuevo. Por eso es por lo que no podía enviártelo directamente.

En fin, aquí lo tienes.

Stacy

Al menos había respondido a una de mis preguntas. Pero ¿Hudson la había invitado a tomar un café juntos? Estaba cada vez más segura de lo que me iba a encontrar. A Hudson jugando con la ayudante de su hermana. Era desgarrador. Para Hudson, para Stacy… ¿y qué decir de Mira? Me pregunté qué sabría ella de todo esto.

En mi ordenador apareció un mensaje avisando de que se había descargado el archivo. Mi mano se detuvo sobre el teclado y durante medio segundo me planteé no verlo. Una vez visto, no podría dar marcha atrás. ¿Y si se trataba de algo que le comprometía? ¿Era justo que yo viera lo peor de él? ¿Y si Hudson hubiese conocido mis errores más profundos y oscuros? ¿Cómo me sentiría en ese caso?

Pero él ya los conocía. Me había seguido el rastro antes incluso de hablar conmigo. Había leído mis antecedentes policiales y había investigado por su cuenta. De todas formas, seguía conmigo. ¿En qué se diferenciaba esto?

No lo sabría hasta que no lo viera.

Pulsé con el dedo para abrir el archivo. Agrandé la imagen y la puse en pantalla completa. A continuación apoyé la espalda en el sofá y miré.

El vídeo hacía un barrido por un edificio mientras se movía para enfocar a sus protagonistas. Después se detenía en la parte posterior de una cabeza. No importaba que solo pudiera ver el pelo y los hombros, conocía ese pelo. Me sabía el color y la textura de memoria. Incluso conocía aquella chaqueta. Una Ralph Laurent azul oscuro. No era de mis preferidas, pero desde luego la conocía.

La cabeza de Hudson se movió ligeramente a un lado y después al otro. Estaba besando a una mujer. Se estaba enrollando con ella. Su cuerpo ocultaba por completo a la otra persona. Lo único que podía ver de la mujer eran sus pequeñas manos rodeándole el cuello.

Los celos me inundaron. No pude evitarlo. Sí, fue antes de que yo le conociera, pero ese era mi hombre, mi amor, besando a otra persona. Si Stacy había ido a verle pensando que iban a tener una cita…, en fin, eso explicaba por qué se había enfadado.

Entonces el beso se terminó. Y por un momento me sentí de lo más contenta.

Pero él se apartó y allí estaba ella, con el rostro enrojecido, los labios hinchados por el beso y el cabello rubio recogido en un moño apretado tan típico en ella.

Empalidecí. Hudson y Celia. Había pensado antes en esa posibilidad, pero verlo de verdad era mucho peor de lo que me había imaginado. Muchísimo peor.

El vídeo continuaba. Celia extendía las manos para arreglarle la corbata a Hudson. Él le apartaba la mano y se giraba hacia la cámara. Entonces pude verle la cara. Su expresión hizo que se me revolvieran las tripas. Estaba sonriendo, casi riéndose. Algo que tan pocas veces había hecho antes de conocerme. Al menos eso era lo que yo había llegado a creer. Fue aquella expresión feliz y despreocupada lo que me hacía imposible justificar que aquel beso hubiera sido unilateral. Los dos se habían entregado.

Entonces, cuando ella empezaba a apartarse, él volvió a atraerla para besarla de nuevo. Más despacio, con más dulzura.

El vídeo terminaba ahí.

Menos mal, porque, si hubiera continuado, me habría puesto a vomitar. Pero eso no impidió que pulsara de nuevo el play.

Esta vez me recogí las piernas sobre el pecho mientras lo veía. Con cada segundo de aquel beso, sentía en el pecho una presión de angustia. Habría sido un tópico decir que el corazón se me estaba rompiendo. Como si de verdad pudiera partirse por el dolor de la emoción y, aun así, permitir que una persona siguiera viviendo. Muy manido.

Además, no me sentía así. Fue como si me lo apretaran con unos alicates. Oprimiéndolo. Como si alguien me lo hubiese sacado del pecho y lo hubiese estrangulado.

Todas las veces que yo había preguntado. Todas las que él lo había negado…

Pero si aquello había sido un engaño, un engaño para Stacy… Mis esperanzas aumentaron por un momento mientras consideraba aquella posibilidad. Quizá aquel beso no fuera real. Quizá había sido un juego de Celia y Hudson. Él nunca me había dicho que Celia hubiese participado en sus farsas, pero, sabiendo que a ella también le gustaba jugar, ¿no era una posibilidad creíble?

Eso mejoraba ligeramente la situación. Se habían besado, pero él no me habría mentido sobre su relación. Significaría que no habían estado juntos de verdad.

Necesité ver el vídeo por tercera vez para darme cuenta de lo imperfecto de aquella teoría. Esta vez me fijé en los detalles y no me centré solamente en el beso. Hudson había dicho que había acabado con aquellos manejos un tiempo antes de conocerme. Que había asistido a una terapia y se había mantenido abstemio, por así decirlo.

Pero el cartel del edificio que estaba detrás de ellos era del Simposio de Stern. Aquello había sido la noche de mi presentación. La noche que Hudson me vio por primera vez. La noche que, según dijo, supo que yo era especial.

La noche en que empezó todo para Hudson y para mí, él había estado besando a Celia Werner.

O seguía con sus juegos cuando me conoció o estaba saliendo con ella. En cualquier caso, me había mentido.

Como había tenido un padre alcohólico, había decidido no usar nunca la bebida para tranquilizarme. Mis adicciones eran de una naturaleza completamente distinta. Pero las emociones que bullían en mi interior necesitaban algo más fuerte. Me acerqué a la barra de la biblioteca y cogí un vaso de chupito y una botella de tequila.

—Estás aquí.

Cuando Hudson me encontró casi una hora después, yo había salido al balcón y miraba por encima de la barandilla. Mi intención había sido emborracharme antes de que él llegara a casa, pero solo conseguí tomarme cuatro chupitos. Para mí aquello era suficiente como para marearme.

Sin embargo no había bastado para detener el dolor punzante en mi pecho.

Lo miré por encima del hombro. Había preparado varios discursos, pero al verlo me olvidé de todos.

—No sabía que estabas en casa.

Dirigí de nuevo la mirada hacia las vistas. Aquello era mucho menos demoledor que mirar al hombre que me había traicionado.

—Lo estoy. —Por el rabillo del ojo vi que se ponía a mi lado—. No sales aquí muy a menudo.

Me encogí de hombros.

—Me da miedo.

Era fría con él…, con mi tono de voz y con toda mi actitud. Era imposible que no se diera cuenta.

Vacilante, trató de averiguar qué pasaba:

—¿Te dan miedo las alturas?

—La verdad es que no. Caerme es lo que me asusta. —Solté una pequeña carcajada al darme cuenta de la relación con lo que estaba experimentando en ese momento—. Es realmente excitante estar aquí fuera. Estar tan alto, sentirse tan intocable, con el viento soplándote desde abajo. Ahora entiendo por qué a la gente le atrae tanto la idea de volar. El problema es que, por muy bueno que sea el vuelo, al final siempre terminas bajando otra vez. Y muchas veces ese regreso es en caída libre.

—Estás muy poética esta noche.

Se le notaba por el tono de voz que estaba confuso.

—¿Sí? —Hice acopio de fuerzas y me giré para mirarle—. Supongo que sí.

Hudson sonrió y avanzó un paso con los brazos extendidos hacia mí.

Yo me aparté o más bien me alejé con un traspiés.

Me agarró del brazo para sujetarme. Mis ojos se clavaron en el lugar donde su mano me tenía cogida. Sentí como si la piel me ardiera con su tacto, pero no de aquella forma tan increíble con que solía arder, sino de un modo que me hizo temer que me quedara una cicatriz de por vida. Dios, me había tocado por todas partes durante el tiempo que llevábamos juntos. ¿Tendría cicatrices por todo el cuerpo?

Al menos mi exterior haría juego con el interior.

Hudson se inclinó hacia delante para ayudarme a guardar el equilibrio. Entonces lo olió. ¿Cómo no iba a hacerlo?

—¿Has bebido?

Aparté el brazo.

—¿Te supone eso algún problema?

—Claro que no. Pero normalmente no bebes. Esta noche estás llena de sorpresas.

—Ah, sorpresas. Desde luego, el día ha estado lleno de ellas.

—¿Ha habido otras?

—Sí.

Pasé a su lado para meterme dentro. Se acabó lo de hablar de tonterías. Tenía que decir algunas cosas y prefería no hacerlo fuera.

Él me siguió.

Esperé hasta oír que la puerta se cerraba antes de darme la vuelta para mirarle. Había pensado soltarle directamente la noticia de que había visto el vídeo. Pero no fueron esas las palabras que me salieron.

—Hudson, ¿por qué no me dices nunca que me quieres?

—¿A qué viene eso?

Me miró como si le hubiese dado una bofetada. Teniendo en cuenta que deseaba hacerlo, me pareció algo placentero.

Sin embargo, no era esa la respuesta que yo quería oír. Para nada. Y tenía suficiente alcohol en mi cuerpo como para insistir en buscar la respuesta que quería.

—Es una pregunta justificada.

—Ah, ¿sí? La forma de expresar mis sentimientos no parecía molestarte antes. ¿Por qué ahora sí?

—¿Que no me molestaba? —No me lo podía creer. ¿De verdad no sabía lo desesperada que estaba por oírlo?—. Siempre me ha molestado. He sido paciente, eso es todo. Para dejar que te acostumbraras a nuestra relación. Soy consciente de que es algo nuevo para ti, nunca me has dejado que lo olvidara. Pero también es nuevo para mí. He desnudado por completo mi corazón ante ti. Y tú no puedes darme ni siquiera eso. Dos palabras de nada.

—Ya sabes lo que siento por ti.

Se dio la vuelta y se dirigió a la barra del comedor.

Entonces fui yo la que le seguí.

—Pero ¿por qué no puedes decirlo?

—¿Por qué tengo que hacerlo? —Se sirvió un whisky—. Si ya lo sabes, no tiene sentido.

—A veces ayuda escucharlo.

—¿Ayuda a qué?

Estaba tan controlado, tan tranquilo que me estaba volviendo loca. Alcé la voz:

—¡Ayuda a todo! Ayuda a enfrentarse a la inseguridad. A las dudas.

Dejó la botella en la barra y se giró despacio hacia mí.

—¿De qué dudas? ¿De nosotros? ¿De lo que tenemos? Te he pedido que vivas conmigo. He cambiado toda mi vida para estar contigo. ¿De qué es de lo que puedes dudar?

—De tus razones. De tus motivos.

—Las razones para querer que estés conmigo son que quiero que estés conmigo. ¿Qué más necesitas saber? ¿Quieres palabras? Las palabras pueden cambiarse, manipularse, malinterpretarse. Pero mis actos… dicen todo lo que necesitas saber.

Sus palabras eran calmadas y tranquilizadoras y en otro momento me habrían derretido. Muchos de sus actos respaldaban lo que estaba diciendo. Demasiados como para hacer un inventario en pocos segundos.

Pero había otros actos, los que resultaban ambiguos y difíciles de interpretar. Almuerzos con Norma Anders. Comprar el club para mí antes incluso de conocerme. Y el vídeo.

Crucé los brazos sintiendo frío de repente.

—Si tengo que fiarme de tus actos, ahora mismo lo que sé es que me has mentido.

Dio un sorbo a su copa y su mandíbula se movió al mismo tiempo que el líquido dentro de su boca antes de tragárselo.

—¿De qué estás hablando?

Enderecé la espalda preparándome para el momento del enfrentamiento.

—Lo he visto, Hudson. He visto el vídeo.

—¿Qué víd…?

Apreté el puño sobre la mesa del comedor.

—¡Joder! No te atrevas a fingir que no sabes a qué vídeo me refiero, porque después de todo lo que hemos pasado no me merezco que contestes con rodeos.

Me estaba mirando fijamente a los ojos y pude ver un breve destello de pánico. A continuación noté que volvía a recuperar el control.

—Vale, no voy a andarme con rodeos. —Se limpió la boca con la mano—. ¿Quién te lo ha dado? ¿Stacy?

«¿Que quién me lo ha dado?».

—¿Importa eso?

—Supongo que no. —Su tono de voz parecía sincero.

Sentí que se me cerraba el estómago. Me había esperado una negación o que afirmara que no era lo que parecía. Había esperado respuestas. No eso. No una completa indiferencia.

—Estabas besando a Celia.

—Lo he visto.

—¿Quieres explicarte?

—¿Importa eso? —contestó devolviéndome mis propias palabras.

—¡Sí!

Perdí la compostura. Solo él podía arreglarlo y ni siquiera lo estaba intentando. Volvió a la barra y se llenó de nuevo la copa.

—Fue antes de conocerte, Alayna. Yo no te he pedido que me justifiques lo que has hecho antes de conocernos. Tampoco deberías esperarlo de mí.

Me quedé mirándole boquiabierta un momento mientras él se bebía la copa. De todas las respuestas que me había imaginado que me daría, la de quitarle importancia no era una de ellas.

—Pero esto es distinto —conseguí decir por fin—. Porque tú ya me has dado una explicación. Me dijiste que nunca había habido nada entre Celia y tú.

—No lo ha habido.

—¿Se supone que tengo que creerte después de lo que he visto?

—Las apariencias a veces engañan.

Su voz sonaba como un murmullo. La única muestra de emoción desde que saqué a relucir el asunto del vídeo. Eso me animó a seguir.

—¿Es todo lo que tienes que decir?

—Tú me habías dicho que no había nada entre David y tú, pero ha habido muchas ocasiones en las que parece que sí lo ha habido.

—Solo te lo ha parecido porque te has puesto paranoico y celoso. Nunca me has visto con mis labios apretados a los suyos. Te aseguro que ver eso es peor de lo que te imaginas.

Colocó las yemas de los dedos sobre el respaldo de una silla y se inclinó hacia mí.

—Estoy seguro de que si mirara las grabaciones de seguridad antiguas me encontraría exactamente eso.

Sus palabras sonaban frías, duras y con un tono vengativo. En esas ocasiones era cuando el don de Hudson para manipular a los demás se hacía patente. Resultaba frustrante e injusto ver cómo podía moldear cualquier situación a su favor, pero comprendía que eso formaba parte de él. No estaba tratando de engañarme.

Ser consciente de ello no me facilitaba enfrentarme a esa situación.

—Sí. Hubo un tiempo que estuve con David. Ya te lo he dicho.

—Me lo dijiste después de que se te escapara y yo lo descubriera.

—¡Dios mío! ¿Tendré que estar pagando siempre por ese error? —Él no respondió, pero yo tampoco le di tiempo de hacerlo—. Vale, no te lo conté. Te oculté cosas. Pero solo porque no quería herirte y lo admití cuando tú me lo preguntaste. Pero esto… Me has mentido rotundamente con este tema, Hudson. Me aseguraste que no había nada en el vídeo de Stacy. Me dijiste que no tenía por qué verlo.

—Y, aun así, lo has visto.

—No. Me mantuve al margen. Hasta que descubrí que estabas tratando de ocultármelo de forma deliberada. Stacy me ha dicho que tú se lo has pedido. ¿Se supone que debía seguir confiando en ti?

Él le quitó importancia encogiéndose de hombros.

—No sabía qué era lo que tenía. Se lo he pedido porque tenía curiosidad. No te estaba ocultando nada deliberadamente.

—¡Has estado ocultándome deliberadamente toda una puta relación con una persona cuando me habías prometido que nunca había sido más que una amiga! Incluso ahora que he descubierto que Celia y tú estabais juntos, incluso ahora que tengo la prueba, sigues sin admitirlo.

Los ojos me escocían y las manos me temblaban ante la oleada de frustración que me recorría el cuerpo.

Hudson clavó su mirada en la mía.

—No voy a admitir nada —susurró amenazadoramente—. No has descubierto nada, Alayna.

—Entonces acláramelo. Dime qué es eso que parece que no entiendo. ¿Qué es lo que pasa en ese vídeo?

—Nada —espetó—. No pasa nada.

—¡Hudson! —La voz se me entrecortó por el nudo que sentía en la garganta, pero continué—: Estás besándola. Le estás dando un beso profundo, apasionado. Sí, lo he visto varias veces. Podría reconstruírtelo todo ahora mismo si quisiera.

Empezó a caminar hacia la sala de estar mientras negaba con la cabeza.

Le seguí.

—Eso por no mencionar que supuestamente ibas a verte con Stacy en ese momento. Y no se me ha escapado el detalle de en qué noche tuvo lugar todo aquello.

Él se giró hacia mí.

—¿Que iba a verme con Stacy? ¿Es eso lo que te ha contado? ¿Qué más te ha dicho?

Si él podía guardarse información, yo también.

—La verdad es que eso no tiene ninguna importancia en esta conversación.

—Pues por lo que a mí respecta, esta conversación se ha terminado.

Se fue hacia la biblioteca. Por un momento me quedé aturdida, antes de ir detrás de él.

—No se ha terminado. Tengo preguntas y tú no me has dado ninguna respuesta.

—No tengo que darte ninguna respuesta. Este asunto está zanjado.

Su negativa me puso furiosa. Es más, hizo que me sintiera desesperada.

—¿Estás de broma? ¿No vas a hablar de esto?

—No.

Se sentó en su mesa mientras volvía a confirmar su negativa a seguir hablando sobre aquello.

—Hudson, esto no es justo. —Di la vuelta alrededor de la mesa para ponerme a su lado y evitar aquella barrera física—. Habíamos dicho que teníamos que ser sinceros el uno con el otro, que teníamos que crear una relación basada en la confianza. Acordamos mostrarnos abiertos. Pero me estás ocultando algo con esto. ¡Me has mentido! ¿Y no vamos a hablar de ello? ¿Cómo se supone que vamos a avanzar si escondes un secreto así?

Se levantó de pronto de la silla y me agarró fuerte del brazo.

—¿He hecho algo antes de esto que haya traicionado tu confianza?

Estaba demasiado sorprendida como para intentar apartarme.

—Actuaste a mis espaldas para cambiar a David de trabajo.

Tiró de mí hacia él.

—Eso fue por nosotros. —Sus ojos se abrieron de par en par mientras enfatizaba las dos últimas palabras—. ¿He hecho algo que te haga pensar que no tengo en mente lo que es mejor para nuestra relación? ¿He hecho algo que te haga creer que no quiero estar contigo? ¿Que no…? —Su voz se quebró y tragó saliva antes de continuar—. ¿Que no me preocupo por ti con todas mis fuerzas?

Negué con la cabeza, incapaz de hablar.

Él aflojó la presión de su mano, pero no me soltó.

—Todo lo que he hecho desde que estamos juntos ha sido por ti y por mí. Créeme cuando te digo que esto no es importante. —Con su mano libre me apartó el pelo del hombro—. Esto no nos afecta.

—¿Cómo que no nos afecta? Fue la noche del simposio en la escuela Stern. La noche que dijiste que me habías visto por primera vez.

—Sí, fue esa noche. —Su voz sonaba más suave, apaciguándome mientras colocaba la mano sobre mi cuello—. Pero eso fue antes. Distinto. Tienes que olvidarlo.

«Distinto». Me aferré a esa palabra, absorbiéndola y buscando su significado. Pero ¿cómo podía ser distinto? Fue la misma noche.

Mirarle a los ojos tampoco me aclaraba nada. Lo único que veía era que me pedía, me suplicaba que me olvidara del vídeo.

Pero yo no era de ese tipo de personas. Él me había dicho una vez que siempre sería manipulador y dominante, incluso aunque no estuviese jugando con nadie. Así era él.

Y yo siempre sería obsesiva. Siempre lo cuestionaría todo. Incluso aunque estuviese sana. Pedirme que me olvidara de aquello era ir en contra de mi naturaleza.

Tragué saliva.

—¿Y si no puedo olvidarlo?

Su expresión se llenó de decepción.

—Entonces, eso significa que no confías en mí. —Me soltó y enderezó la espalda—. Y no sé cómo vamos a continuar nuestra relación sin confianza.

Las rodillas se me combaron y puse una mano sobre la mesa para guardar el equilibrio.

—¿Me estás diciendo que tengo que elegir? ¿Que confíe en ti con respecto a esto o que hemos terminado?

—Por supuesto que no. —En sus palabras faltaba el tono de seguridad—. Pero no tengo nada más que decir. Si puedes vivir con ello o no, es una decisión que tendrás que tomar tú.

Me pasé los dedos por las cejas y por la cara. La situación me parecía surrealista, casi como si tuviera que asegurarme de que seguía estando allí físicamente. ¿Cómo podía haber pasado de una pregunta sobre el pasado de Hudson a un ultimátum sobre nuestro futuro?

Negué con la cabeza.

—Eso es una trampa, Hudson. ¿Cómo puede vivir nadie con algo así? ¿Cómo vamos a poder avanzar si adondequiera que mire hay un muro?

—No hay ningún muro. —Tensó la mandíbula y su voz sonó más decidida—: Estoy aquí contigo. Lo comparto todo contigo.

—Excepto tu pasado.

—Excepto esta única cosa de mi pasado.

—No. Hay algo más. —La garganta y los ojos me quemaban—. No se trata solamente del vídeo, Hudson. Son tus secretos, las cosas que no puedes decir. No puedes contarme qué pasaba esa noche. No puedes decirme lo que sientes por mí. No puedes contarme cuál es la verdadera naturaleza de tu relación con Celia, con Norma… ¡ni siquiera con Sophia!

—Dios mío, Alayna. Te he contado exactamente la verdadera naturaleza de mis relaciones y tú… —apuntó con un dedo sobre la mesa para hacer más hincapié— te niegas a creer lo que te digo.

—Porque una y otra vez aparecen pruebas que dicen lo contrario. —Me golpeé dos veces con la mano en la pierna al decir lo de «una y otra vez»—. Y si hay algo que no estoy comprendiendo, quizá deberías empezar a contar las cosas más esenciales.

Cerró brevemente los ojos. A continuación se acercó dando un paso para agarrarme de los brazos.

—Nada de lo que te he ocultado es esencial para nuestra relación. —Habló en voz baja y con un tono sincero—. No tiene nada que ver con nosotros.

Yo lancé los brazos al aire.

—¡Sí! Todo tiene que ver con nosotros.

Hudson pasó junto a mí para ir al otro lado de la mesa, pero no se alejó. Se balanceaba sobre sus pies, de espaldas a mí, y supe que estaba tomando una decisión. Pero no sabía qué era lo que estaba decidiendo.

Rodeé la mesa para ir tras él hasta quedarme a unos centímetros de él. Podía levantar la mano y tocarle, pero la dejé quieta.

—¿No lo entiendes, Hudson? Quiero saberlo todo de ti. Quiero serlo todo contigo. ¿Cómo voy a hacerlo si no me dejas entrar?

—Me he abierto a ti más que a ningún otro ser humano que conozca. Sabes cosas de mí que nunca pensé que le contaría a nadie. —Giró la cabeza para mirarme—. ¿Eso no cuenta?

—Sí. —Levanté la mano para acariciarle la mejilla y él terminó de girarse para ponerse frente a mí—. Cuenta mucho. Pero… —dejé caer la mano— ahí es donde nos hemos quedado. Porque tú me pides que renuncie a buena parte de lo que soy para que puedas mantener tus secretos. Y eso me destroza. No puedo hacerlo. No puedo funcionar así. Soy obsesiva, Hudson. Nunca te lo he ocultado. Sí, tengo un pasado de obsesiones por cosas que no tenían justificación, pero esta vez no está en mi cabeza. Son cosas reales que me ocultas. ¿No ves que me vuelvo loca con todo esto? Todo lo que has curado en mí se está deshaciendo y no sé qué hacer. —Respiré profundamente—. Y ni siquiera estoy segura de que te importe.

—Sí que me importa, Alayna. —Me limpió una lágrima de la mejilla. Es curioso que yo no me hubiese dado cuenta de que estaba llorando—. Me importa más de lo que puedo soportar. Y me esforzaré lo que pueda por hacerlo mejor.

Colocó la mano tras mi cuello y apoyó la frente sobre la mía. Habría sido fácil, muy fácil, levantar la cabeza y dejar que hiciera desaparecer mi dolor y mi inseguridad con un beso. Sus labios sobre los míos podrían borrar toda la oscuridad, podrían aliviar cualquier dolor. Hasta esa tarde, yo había creído lo que mucha gente cree de su religión, que Hudson podía curarme, en cualquier momento.

Pero esta vez el problema era él.

Y no eran sus caricias las que me curarían, sino sus palabras. Palabras que no estaba dispuesto a pronunciar.

—Entonces dime lo que necesito saber —susurré.

Se incorporó y dio un paso atrás.

—No te lo voy a decir.

Se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la sala de estar.

Una vez más fui detrás de él.

—¿Estuvisteis juntos? ¿Follaste con ella? ¿Te la follaste esa noche, la noche que me conociste?

Dio vueltas por la sala.

—No. No. No. Y no. Ya te lo he dicho antes y, si eso no ha sido suficiente, ¿por qué voy a pensar que será diferente si te digo algo más?

—Porque esas no son las palabras que yo necesito. No necesito negaciones. Necesito verdades. ¿Qué ocurrió, Hudson? ¿Qué significa ella para ti?

—Alayna, déjalo ya.

—¡No puedo!

De repente se detuvo.

—Entonces tendré que marcharme —dijo unos segundos después.

—¿Qué se supone que significa eso? —pregunté tragando saliva—. ¿Que te vas para tranquilizarte?

Negó con la cabeza.

—Significa que necesitamos estar un tiempo separados.

—¿Qué? ¡No!

Pensaba que mi corazón había tocado fondo antes. Al parecer, quedaba aún una sima por la que caería aún más, un abismo tan oscuro que aniquiló mi idea anterior de lo que era la oscuridad. Y el frío y el dolor de aquel lugar hacían que, en comparación, cualquier dolor que hubiera sentido antes no fuera nada. La muerte de mis padres, mi recorrido desde la locura hasta la cordura, incluso la traición de Hudson cuando no me creyó a mí en lugar de a Celia. Aquellos no eran más que arañazos al lado de esto otro.

—Es lo mejor —afirmó mientras cogía la chaqueta del respaldo del sofá.

Parecía como si yo tuviera que decir algo, lo que fuera, para que él se quedara. Pero no sabía qué podía ser. Lo único que yo podía oír eran sus palabras repitiéndose una y otra vez en mi cabeza. «Un tiempo separados». ¿Por qué? ¿Porque yo necesitaba que él fuera sincero?

Aquello no podía estar pasando.

—¿Me dices que te importo más de lo que puedes soportar y ahora quieres romper conmigo?

Levantó los ojos hacia mí con una mirada llena de tristeza.

—No. No estoy rompiendo, preciosa. Simplemente se trata de tomarnos un tiempo. Un tiempo para ver cómo queremos enfrentarnos a esto.

Sus palabras estaban llenas de compasión y dulzura, pero no bastaron para aplacar mi dolor y mi rabia.

—Quieres decir tiempo para que me aclare la puta cabeza.

—Los dos, Alayna.

Me limpié las lágrimas de la cara con la parte posterior de la mano.

—No sé qué diccionario usas tú, pero a mí eso me suena a ruptura.

—Si es así como quieres llamarlo…

—Yo no quiero llamarlo de ninguna forma. ¡No quiero que ocurra!

—Espero que sea temporal.

Pasó junto a mí con cuidado de no rozarme. Cogió su maletín del recibidor y a continuación se tocó los bolsillos, satisfecho porque al parecer tenía todo lo que necesitaba.

Dios mío, realmente se estaba yendo. Se iba de verdad.

—¡Hudson!

Cuando me miró, corrí hacia él.

—No te vayas. Por favor, no te vayas.

Me aferré a él. Su cuerpo permaneció frío e impasible y no me miró a los ojos.

—Lo hago por ti, Alayna. Por los dos.

Su tono era cálido, pero seguía sin mirarme ni tocarme.

—No puedo soportar hacerte daño y me quedaré destrozado si te pierdo. Pero hay cosas que nunca podré contarte. Y ahora, como has dicho, estamos en un punto muerto. Porque dices que no puedes seguir sin saber y yo no puedo seguir sin tu confianza.

—Sí que confío en ti. Aprenderé a vivir con ello si tengo que hacerlo. Encontraré el modo. Pero ¡no puedo perderte!

Estaba desesperada, le hacía promesas que me sería imposible cumplir. Por fin me miró a los ojos.

—No me estás perdiendo. Simplemente nos estamos distanciando. Quizá yo pueda…

Se calló y yo me aferré a cualquier alternativa que él pudiera ofrecer.

—Quizá puedas… ¿qué?

Pero no tenía nada que ofrecer.

—No lo sé. Necesito tiempo.

Suavemente, soltó mis dedos de su ropa y me apartó.

—Pero ¿adónde vas? Esta es tu casa.

—También es la tuya. Me quedaré en el loft.

Sin mirarme, se dirigió al ascensor.

—¡Hudson! No lo hagas. No te vayas.

Levantó la mano como si fuera a tocarme, pero a continuación volvió a retirarla.

—No es para siempre, preciosa. Pero no puedo verte así.

—¿Así cómo? ¿Loca?

Aunque todo el tiempo había temido que Hudson no pudiera aceptar la peor versión de mí, había empezado a pensar que siempre estaría conmigo. Como me había prometido muchas veces.

Estaba equivocada. Otra vez.

—Sí, estoy loca. Así es como soy realmente, Hudson. Ahora lo sabes. Aquí me tienes, expuesta. Siempre he ahuyentado a la gente, pero nunca pensé que te ahuyentaría a ti. Sin embargo ahora sales huyendo. No me extraña que pienses que no podría enfrentarme a tus secretos. Porque probablemente creas que reaccionaría como tú lo estás haciendo ahora. Pero yo no soy cobarde, Hudson. Puedo con ello. No voy a huir de ti.

Su rostro se descompuso.

—No huyo de ti, Alayna. Te estoy salvando.

—¿De qué?

—¡De mí! —Se quedó en silencio mientras su exclamación invadía el vestíbulo. Después pulsó el botón del ascensor—. Te llamaré luego. Quizá mañana.

—¡Hudson!

—Yo… no puedo, Alayna.

Entró en el ascensor con la mirada fija en el suelo mientras las puertas se cerraban.

A continuación se fue.