Regresamos a la ciudad el domingo por la noche, descansados y deliciosamente doloridos. Al menos yo. También estaba más emocionada que nunca por nuestra relación. Aun así, por mucho que deseara volver a nuestra casa y a nuestras vidas, una tristeza nos acompañaba en nuestra llegada. Hudson y yo habíamos hecho grandes progresos en nuestra conexión estando solos. ¿Podríamos mantener esos avances en el mundo real?
Me preocupaba que la respuesta fuera que no. Sobre todo cuando, después de dejar la maleta en nuestro dormitorio, Hudson se dirigió directamente a la biblioteca a trabajar un rato. Cuando se acostó yo estaba dormida y no me despertó. Así, sin más, nuestras vacaciones se habían terminado y habíamos vuelto a la vida normal.
A la mañana siguiente, me desperté antes de que se marchara Hudson. Me senté con la espalda apoyada en el cabecero de la cama y observé cómo metía el cinturón por las trabillas de los pantalones.
—Me alegra haberte pillado.
—¿Me has pillado? Tenía la impresión de que había sido yo el que te pilló a ti.
Le lancé una almohada.
—Me refiero a ahora. Me alegra haberte visto antes de que te vayas.
Se puso la chaqueta y se giró para dedicarme toda su atención.
—¿Por qué? ¿Hay algo que tengas que decirme?
—No tengo que decirte nada. Simplemente, mi día es mejor si lo empiezo viéndote.
Sus labios se convirtieron en una sonrisa. Se acercó a la cama, apoyó una rodilla en el colchón y me atrajo hacia él.
—A mí me pasa exactamente lo mismo.
Rodeé su cuello con mis brazos y jugueteé con el pelo de su nuca.
—Vamos a asegurarnos de empezarlo así más a menudo, ¿vale? Y lo mismo cuando nos acostemos.
Apoyó su frente sobre la mía.
—No quería despertarte, preciosa.
—Nunca queremos despertarnos el uno al otro. Vamos a pasar de eso. Prefiero dormir menos que perderme lo que tengo contigo. Y a veces siento que con nuestro trabajo y nuestra rutina diaria nos apartamos el uno del otro. Este fin de semana he recordado lo bien que está sentirse el centro de nuestro mundo.
Su expresión se volvió más cálida.
—Tú siempre eres el centro de mi mundo.
Me derretí. ¿Sería capaz de conseguir que me sintiera así de bien siempre? Tuve la sensación de que la respuesta era sí. Siempre que se tomara la molestia de decírmelo. Siempre que se tomara la molestia de escuchar.
—Pues entonces a partir de ahora despiértame para decírmelo antes de irte.
—Hecho. —Invadió mi boca con un dulce beso—. Eres el centro de mi mundo, preciosa. Cada minuto de cada día. Incluso cuando no estoy contigo. —Acarició mis labios con los suyos—. Haces que sea muy fácil enamorarse de ti.
«¡Ha recordado la letra de la canción que canté para él!». El corazón me dio un vuelco y los ojos se me humedecieron. Me aferré a él.
—Dios, cómo te quiero.
Se quedó quieto un momento más con la mirada fija en mí.
Una oleada de… algo… me recorrió el cuerpo. Me resultaba imposible precisar la emoción exacta y supuse que era una mezcla de muchas cosas: melancolía, deseo, amor y adoración.
Pero a pesar de todas aquellas cosas buenas, por debajo de todo había un continuo impulso de temor.
Entrecerró los ojos analizándome.
—¿Qué pasa, preciosa?
—No lo sé. —¿Cómo podría explicar ese presentimiento tan injustificado de que aquello tan bonito que teníamos estaba a punto de hacerse añicos? Le pasé la mano por la mejilla—. A veces, cuando te vas me quedo con un sentimiento de confusión.
—Créeme, preciosa, yo siento lo mismo.
Me quedé pensando en su respuesta mucho tiempo después de que se fuera, preguntándome qué había querido decir. Quizá no se había dado cuenta de que mis palabras no eran precisamente un cumplido.
O puede que yo le provocara la misma confusión que él a mí.
Mira tiró de la pretina de la falda évasée de flores azules que me había puesto. Desde mi posición en el probador, no podía verme en el espejo, pero al parecer estaba preciosa.
—Gírate —me pidió.
Obedecí con poco entusiasmo. Estaba cansada de dar vueltas. Eran casi las tres y después de haberme probado docenas de prendas aún no habíamos encontrado el conjunto perfecto para su reapertura. Mejor dicho, Mira no había encontrado el conjunto perfecto. Yo había visto varios.
—Eh… —Me estudió con los ojos entrecerrados—. Este me encanta, pero no te queda tan bien como creía.
Contuve un suspiro.
—Quizá no sea una buena modelo.
De repente, valoraba enormemente a quienes se ganaban la vida trabajando de modelos. A mí me encantaba la ropa. Y probarme ropa nueva. Pero sin embargo no me encantaba que me empujara, me pinchara y me escudriñara una enérgica experta en moda.
Mira negó con la cabeza.
—Ese es el problema. Eres demasiado guapa y este vestido te quita brillo.
«¿Que me quita brillo?». Eso era nuevo.
—Tiene demasiada tela —continuó—. Es como si estuviese tratando de ocultar tu belleza.
—Lo que tú digas.
—Tiene que haber algo mejor. —Rebuscó entre los vestidos del perchero que aún tenía que probarme, que no eran muchos—. Todos estos tienen ese mismo problema. Necesitamos el equilibrio perfecto entre el vestido y tú. Necesitamos que muestre más piel.
—Que no sea demasiado corto o Hudson te matará. O yo. O los dos.
No era difícil pensar en Hudson cuando estaba en la tienda de Mira. Habíamos disfrutado de un sexo increíble en aquel mismo probador, con mis manos apoyadas en el espejo y su polla embistiéndome por detrás.
—A Hudson, que le den por ahí.
Menos mal que Mira me devolvía a la realidad. De repente. Solo que entonces me puse a pensar en que Hudson me daba por ahí…
Mira cogió un vestido del perchero y lo examinó.
—¿Has averiguado si Hudson tiene algún plan con lo de Celia?
—Por desgracia, creo que no. —Eso era lo que me decía el corazón. Probablemente fuera también por eso por lo que había querido salir de la ciudad—. ¿Y viste que Celia estaba en el restaurante la semana pasada?
Mira dio un azote en el aire.
—¡Dios mío! ¿Sí? No la vi. Con lo de mi madre y todo eso, supongo que me distraje. ¿Te dijo algo?
—No.
Ella había eludido el incidente con Sophia, así que deduje que no quería hablar de ello.
—Menos mal. —Se dio la vuelta para poner de nuevo el vestido en su sitio y empezó a revolver entre las prendas que ya habíamos visto—. No me puedo creer que tenga tiempo para dedicarse a eso. Es decir, no necesita el dinero, pero tiene un trabajo. ¿Es que no hace caso a sus clientes?
Lo cierto es que yo había perdido trabajos debido a mis propias obsesiones. Pero por una vez no me quise comparar. Adopté un punto de vista más relajado:
—¿En serio? Puede que pague a un ayudante para que realice todo su trabajo.
Mira se rio.
—O que este mes haya cancelado todos sus proyectos.
—Y que haya colocado un cartel en su oficina que diga: «Cerrado por acoso».
Las dos nos reímos. Aquella liberación sentaba bien. Rompía la continua tensión, casi de la misma forma que lo hacía el sexo. Si no podía tirarme todo el día en la cama, definitivamente debía pasar más tiempo riéndome.
—Bueno, al menos podemos encontrarle la gracia. —Mira se movió detrás de mí, al parecer se rendía con la ropa del perchero—. Donde no hay gracia alguna es en este horroroso vestido. Vamos a sacarte de esta ropa tan repugnante. —Aflojó las tiras que tenía atadas a la espalda y a continuación empezó a quitar los alfileres que había puesto para ajustarme el vestido a la cintura.
Alguien llamó a la puerta del probador. Stacy entró sin esperar a que le diéramos permiso.
—Aquí tienes este par que va con ese—dijo pasándole unos zapatos de tacón de color cereza a su jefa.
Yo no había visto mucho a Stacy esa tarde. Había estado algo ocupada con otra clienta, pero en cuanto terminó con ella se dejó ver. Mira le había mandado hacer un recado tras otro, pidiéndole un sujetador distinto, otra caja de alfileres y cosas así.
Solo con verla de vez en cuando fue suficiente para que mi mente volviera al vídeo que se había ofrecido a enseñarme. Yo le había dicho a Hudson que no necesitaba verlo y era verdad, pero eso no me libraba de sentir una ligera curiosidad. Vale, algo más que ligera.
Mira descartó los zapatos con un movimiento de la mano.
—Vamos a desechar este. No es el acertado. —Sus ojos se iluminaron—. ¿Sabes qué? Deberíamos probar con el Furstenberg. El nuevo. ¿Qué opinas, Stacy?
Stacy ladeó la cabeza y me miró con atención, quizá tratando de imaginarme con el vestido del que estaban hablando.
—Quedará genial con su tono de piel. Y el corte acentúa el busto, lo cual va bien con su tipo de cuerpo. ¿Sigue ahí, en la trastienda?
—Sí.
Stacy se dio la vuelta para marcharse.
—No, espera —la detuvo Mira—. Lo saqué para que se lo probara Misty y al final eligió otro —recordó frunciendo el ceño—. Mierda. Ahora no sé dónde está.
—Puedo ir a buscarlo —se ofreció Stacy.
—Deja que vaya yo. No creo que tú averigües dónde lo dejó este cerebro mío alterado por las hormonas. ¿La ayudas a quitarse ese?
Mira le dio la caja de alfileres a Stacy.
Quizá fuera mi imaginación, pero la expresión que puso Stacy no parecía de alegría.
—Claro. —Su voz sonó tensa.
Mira aparentemente no se dio cuenta.
—Gracias. ¡Vuelvo enseguida! —Y añadió en voz baja—: Espero.
Stacy mantuvo la cabeza agachada mientras se movía detrás de mí, como si deliberadamente estuviese evitando mirarme a los ojos. De su cuerpo salían oleadas de hostilidad. Se había mostrado fría en el pasado, pero esto era distinto. Estaba más furiosa. ¿Se había enfadado porque no había querido ver el vídeo? ¿Por esa tontería?
Me planteé si quería romper aquella tensión o no. Por fin me decidí a probar:
—¿Te emociona la celebración de la reapertura?
—Claro.
De nuevo su respuesta fue seca. Y no servía para sacar mucha información.
—Imagino que habrá más trabajo. ¿Vais a contratar más ayuda?
—Probablemente.
Sí, definitivamente había algo de rabia. Sentí que la cintura se soltaba cuando me quitó los últimos alfileres.
—Arriba.
Levanté los brazos para que Stacy me sacara el vestido por la cabeza. Lo hizo con brusquedad y murmuró una disculpa poco convincente cuando el pelo se me enganchó. Después se dio la vuelta para colgar el vestido en el perchero.
Me tapé con los brazos, pues me sentía incómoda estando en bragas y con un sujetador sin tirantes delante de una mujer a la que apenas conocía. Una mujer que al parecer no estaba muy contenta conmigo.
Pensé en dejarlo correr. Pero dejar pasar las cosas no había sido nunca uno de mis puntos fuertes.
Stacy seguía girada, así que hablé dirigiéndome a su espalda.
—¿Estás enfadada conmigo? —No dijo nada, así que me expliqué—: ¿Enfadada porque no he querido ver el vídeo?
—No seas ridícula —contestó con un resoplido. Después, pasados unos segundos, añadió—: No es por eso por lo que estoy enfadada.
—Pero ¡estás enfadada! —«¡Lo sabía!». Mi paranoia no siempre era injustificada—. ¿Por qué?
—¿Lo preguntas en serio? —Se dio la vuelta para mirarme—. Te ofrecí que vieras ese vídeo como un gesto de amabilidad. De mujer a mujer. Se suponía que miraríamos la una por la otra. Al menos era lo que yo pensaba.
Yo estaba completamente perdida.
—No tengo ni idea de…
—Te conté que Hudson no sabía que lo tengo —me interrumpió—. A pesar de eso, vas y se lo cuentas todo. Eso ha sido… un golpe bajo.
La cabeza me daba vueltas.
—Espera, espera. No lo entiendo.
—¿Exactamente qué es lo que no entiendes? Yo me esforcé para ayudarte y tú traicionaste mi confianza. —Se apoyó en la pared del probador y miró hacia arriba—. No sé qué me esperaba. Al fin y al cabo es Hudson Pierce y a todas se les mojan las bragas solo con una mirada suya. —Volvió a observarme—. Oye, él no te embelesaría para que se lo contaras, ¿no?
—No, no. No lo hizo. —Todo empezaba a encajar, pero no completamente. Avancé un paso hacia ella—. Mira, siento mucho que…
—No te molestes.
Prácticamente lo escupió. Joder, sí que estaba enfadada.
—¡Por favor! —Levanté una mano tanto para evitar que me interrumpiera como para protegerme de algún otro ataque—. Por favor, déjame terminar.
No sé por qué esperé a que me diera permiso, pero lo hizo.
—Está bien.
—Siento habérselo dicho a Hudson y haber traicionado así tu confianza. —Sinceramente, no se me había ocurrido pensar que no quisiera que se lo contara. Ahora que lo pensaba, quizá no había sido muy delicado por mi parte—. No estaba tratando de… herirte… ni de enfadarte en modo alguno. Solo intentaba ser sincera con mi novio. Y obviamente no le dije lo que era, porque no lo sabía. Le pregunté si él sabía lo que podrías tener y me dijo que no tenía ni idea. Fin de la conversación.
Ella empezó a abrir la boca para decir algo, pero me anticipé:
—Espera. Algo más… —«Lo más importante»—. ¿Cómo sabes que se lo he contado?
Se dio unos golpecitos en la pierna con el dedo, como pensándose si decírmelo o no.
—Porque me ha enviado un correo electrónico —aclaró luego—. Y me ha llamado para preguntármelo.
—¿Un correo electrónico…?
«¿Hudson había enviado un correo a Stacy para hablar del vídeo?».
—Y me ha llamado. De hecho, todos los días de la semana pasada.
El color desapareció de mi cara y tuve que sentarme en el banco del probador.
—Pero ¿por qué iba a hacerlo? ¿Qué te ha dicho?
—En el correo decía que se había enterado de que yo tenía un vídeo en el que salía él y que quería hablar conmigo. Mencionaba un montón de cosas legales sobre intimidad, calumnias y toda esa mierda. Después me preguntaba si se lo podía enviar. En los mensajes por teléfono después decía lo mismo.
—¿Y qué le contestaste?
—En realidad no he hablado con él. Pero seguía llamando, así que al final se lo envié el jueves. La verdad es que no tenía sentido ocultárselo. Él sabía que había visto el vídeo, aunque no supiera de qué iba.
Si se lo había enviado el jueves, lo más probable era que Hudson ya lo hubiera visto. ¿Se habría referido a eso la otra mañana con lo de «sus secretos»?
—Hoy me ha escrito para preguntarme qué tenía que hacer para garantizar que el vídeo desaparecería para siempre. —Estaba completamente indignada—. ¡Como si pudiera sobornarme!
—No lo entiendo. —Bajé los ojos a mi regazo, estaba hablando para mí misma, no para Stacy—. Me dijo que era imposible que tuvieras nada de mi interés. No se mostró preocupado. ¿Por qué iba a…?
—¡Porque te está mintiendo, Alayna!
El énfasis con el que habló Stacy hizo que volviera a fijar la atención en ella.
—Eso es exactamente lo que te decía de él. No puedes fiarte de él ni de nada que te diga. Te va a engañar, te hará creer que le interesas, que está disponible para ti. Pero no es verdad. No sé cuál es su maldito juego, pero se le da bien.
Un juego. ¿En eso consistía todo? ¿Había sido Stacy una de sus víctimas? Eso explicaría por qué se había mostrado tan hermético con aquel asunto.
Sentí que me mareaba.
Aunque sabía lo que él les había hecho a otras personas, eso no significaba que me sintiera cómoda con ello. Ni que quisiera verme cara a cara con las personas a las que había hecho daño.
¿Y si era eso lo que pasaba? Si él había engañado a Stacy, yo podría lidiar con eso. No era nada nuevo para mí.
Si se trataba de otra cosa…
Tomé una decisión. Una decisión de la que no sabía si después me sentiría orgullosa, pero era la única que protegería mi cordura.
—¿Qué hay en el vídeo, Stacy?
—No, no. —Volvió a girarse hacia el perchero y se puso a alisar la ropa—. No voy a participar en este juego. No querías verlo.
Aún no estaba segura de querer verlo. Pero ahora tenía que hacerlo.
—Me equivoqué. No debería…, no sé…, haberlo descartado tan fácilmente. Tienes que comprenderlo… Estaba tratando de confiar en él porque…
¿Por qué tenía que darle información sobre Hudson y nuestra relación? No importaba por qué no había querido verlo. Lo que importaba era que había cambiado de idea.
Me puse de pie y me acerqué a ella.
—Oye, tú querías que lo viera para advertirme sobre él. ¿No crees que ahora necesito aún más esa advertencia? De mujer a mujer. Por favor.
Estaba desesperada, me agarraba a cualquier argumento para convencerla. Quizá estaba actuando de forma manipuladora, pero lo había aprendido del mejor profesor.
El rostro de Stacy se suavizó.
—Salgo a las cuatro. Dame tu correo electrónico y te lo enviaré en cuanto llegue a casa.
—Gracias. Gracias.
Me agaché para coger el bolso del suelo y buscar una tarjeta de visita.
—Pero lo dejo. Voy a destruir esa maldita cosa, tal y como él me ha pedido. Después, nada más. Lo que tú decidas hacer con ese hombre es cosa tuya.
—Por supuesto. —Encontré lo que buscaba y se lo di a Stacy—. Aquí tienes mi tarjeta. El correo es el del trabajo y el mío personal.
Cogió la tarjeta de mis manos y se la guardó en el bolsillo.
—Gracias, Stacy. Y de nuevo lo siento. Si puedo compensarte…
—¡Lo he encontrado!
El regreso de Mira me interrumpió. La verdad es que se lo agradecía. Cuanto antes eligiera el vestido que yo llevaría en su fiesta, antes podría irme a casa. Y Stacy saldría pronto. Quizá su vídeo ya estaría en mi bandeja de entrada cuando yo encendiera el ordenador en el ático.
Mientras me ponía el último vestido, posaba, sonreía y sucumbía a los gritos extasiados de Mira de «¡este es!», me sentí más cómoda conmigo misma de lo que me había sentido en mucho tiempo. Lauren tenía razón, algunas cosas estarían siempre presentes en nuestro carácter. La necesidad de saberlo todo no tenía nada que ver con el nivel de confianza o desconfianza en Hudson. Se trataba de mí y de mis obsesiones. De las cosas con las que podía vivir y con las que no.
Y en lo referente a los secretos, al final siempre necesitaría descubrirlos.