Capítulo diez

Me desperté con la cabeza de Hudson entre las piernas.

—¡Hum!

Su aliento entre mis pliegues me provocaba escalofríos en la espalda. Bajé la mirada hacia él con los párpados a medio abrir y me pregunté cómo me había desnudado y abierto las piernas sin que me despertara hasta ese momento.

Me miró a los ojos.

—No me despertaste anoche. —Me lamió el perineo—. Y estaba en deuda contigo.

Sus palabras sonaban ásperas. Me encantaba ser yo la primera persona con la que hablaba la mayoría de las mañanas, que su voz de recién despierto me perteneciera.

Y me encantaba lo que estaba haciéndome con la lengua.

Me estremecí cuando me tocó el clítoris con una larga caricia.

De repente, levantó la cabeza.

—¿O prefieres que te deje dormir?

—¡No! No pares.

Volví a bajarle la cabeza y estiré los brazos por encima de la mía.

Hudson se rio entre dientes. A continuación atacó mi vulva a fondo, chupando y lamiendo de forma alterna y haciendo girar la lengua, excitando cada nervio de mi cuerpo. Mis entrañas se apretaron y un hilo de humedad inundó mi canal. Abrumada por el placer, me revolví debajo de él, pero sus manos me sujetaban las piernas desde abajo haciendo que permaneciera inmóvil a su merced.

Mi respiración salía con suaves y entrecortados gemidos y, después, ahogando un grito mientras su lengua bajaba más, zambulléndose en mi agujero.

—Dios mío, Hudson.

Mis manos volaron hasta su pelo. Aunque nunca me atrevería a controlar sus actos, pues él lo hacía mucho mejor de lo que yo lo haría, me encantaba tirar de sus mechones mientras me volvía loca con sus atenciones orales, mientras me follaba con su lengua.

Después, su boca volvió a mi clítoris, moviéndola y haciéndola danzar a lo largo de mi tensa bola de nervios, y metió sus dedos dentro de mí, frotándolos contra mis paredes, acariciándome justo en el lugar preciso.

—Joder, sí, justo ahí.

Los músculos de mi pierna se endurecieron y el bajo vientre se me tensó a medida que el placer iba creciendo dentro de mí. La primera oleada del orgasmo me inundó de forma inesperada, mucho más rápido de lo que yo habría deseado.

—No es suficiente —gruñó Hudson—. Necesito que te estremezcas y te vuelvas loca.

No podía discutir si yo quería lo mismo.

Reinició su asalto con una pasión renovada, añadiendo un tercer dedo, estirándose y llenándome con hábiles embestidas. Levantó la otra mano para acariciarme el pecho por encima de la ropa. Yo deseaba sentir su piel contra la mía, pero no quería interrumpir el ritmo para desnudarme. En lugar de eso, me arqueé hacia la mano que me masajeaba mientras mis caderas se movían bajo sus astutas atenciones.

Maldita sea, estaba disparándome otra vez. Demasiado rápido. Las piernas me temblaban y mis rodillas golpeaban la cabeza de Hudson mientras yo trataba de aguantar. Entonces, con lo que fue mitad sollozo mitad chillido, otro orgasmo explotó dentro de mí. Las estrellas me nublaron la visión y todo mi cuerpo empezó a temblar mientras me corría una y otra vez sobre la mano de Hudson.

Él se alimentó de mí mientras yo me tranquilizaba, excitando mi coño hasta que las últimas oleadas de mi corrida me estremecieron todo el cuerpo.

—De nada.

Hudson se había levantado de la cama antes de que yo pudiera recuperar la consciencia.

Levanté una mano hacia él.

—¿Adónde vas? Tengo que devolverte el favor.

Aunque tenía las piernas hechas puré y mi mente estaba bordeando la frontera entre la consciencia y el coma posterior al orgasmo.

—Eso no formaba parte del trato. Además, por increíble que te parezca, tengo que ir a una reunión a primera hora. —Se inclinó hacia delante y me besó en la frente—. ¿A qué hora llegaste anoche?

—Sobre las tres —murmuré aún atontada.

Hudson volvió a taparme con las sábanas.

—Entonces vuelve a dormirte. Siento haberte despertado.

—Yo no lo siento.

Debí echar una cabezada, porque Hudson estaba ya duchado cuando por fin me levanté y entré en el baño. Pronuncié un «bonito paisaje» entre bostezos al pasar junto a Hudson, que se estaba afeitando en el lavabo tapado con una toalla.

—Has dormido vestida.

—Pero no sé cómo he perdido las bragas. —Le enseñé el culo desnudo para recordárselo—. Sí, anoche estaba demasiado cansada para desnudarme.

—Debiste despertarme —dijo con una sonrisa—. Te habría ayudado.

—No. Estabas muy tranquilo. No quise molestarte.

—Créeme, no habría sido ninguna molestia. Sí que es molesto ahora, porque no puedo tenerte como quiero. —Su oscura mirada se cruzó con la mía en el espejo—. Creía que ibas a volver a dormirte.

—Voy a hacerlo. He sentido la llamada de la naturaleza.

Además quería verle. Su llamada de teléfono a Norma me había angustiado y, en un esfuerzo por seguir el consejo de Lauren, creía que debía decirle lo que sentía al respecto. Dios, incluso sin el consejo de Lauren, estaba deseando hablar con él.

Pasé a su lado con la idea de charlar con él cuando hubiese terminado en el baño. O al menos cuando estuviese vestido y la visión de su cuerpo con una mísera toalla a la cintura no supusiera tanta distracción.

Pero Hudson extendió el brazo y me agarró.

—Hola.

Nunca podía resistirme a su tacto. Me acomodé entre sus brazos e inhalé su olor a recién duchado.

Él bajó una mejilla recién afeitada hacia mi cabeza.

—Te eché de menos.

Yo sonreí sobre su pecho.

—Yo también te eché de menos.

Mucho. Había echado de menos estar entre sus brazos, había echado de menos sus caricias y sus abrazos, había echado de menos sentir que estábamos completamente juntos y a salvo del mundo.

Recorrí con mis dedos su piel desnuda y noté que la toalla se levantaba entre nosotros.

—Joder. —Hudson me apartó con un reticente gruñido—. Te deseo, pero de verdad que ahora no tengo tiempo para dedicarme a ti como es debido.

—Pues no me he despertado yo por mi cuenta. —Solté un suspiro al recordar el placer nada más despertarme—. No es que me queje.

Hudson me miró con los ojos vidriosos.

—Quizá pueda retrasarme.

—No, no. Tienes que llegar a tiempo, como buen empresario —afirmé moviendo un dedo delante de él—. ¿Y si me quedo por aquí mientras te preparas y así podemos hablar?

—Eso me gustaría. He echado de menos charlar contigo. —Devolvió su atención al espejo y se aplicó crema en la mejilla aún sin afeitar—. Ah, recibí tu nota con la tarjeta de visita de Celia. Mi abogado me ha dicho que deberíamos guardar cualquier cosa que encontremos como esa. Así que, si recibes algo más, dímelo.

—Te lo diré, créeme. —Me senté en el borde de la bañera y apoyé las dos manos sobre la porcelana, una a cada lado de mi cuerpo—. Pero ¿no ha sugerido que podamos hacer nada?

—No. Todavía no. —Su tono era más serio de lo que me habría gustado—. ¿Estás segura de que no quieres salir de la ciudad?

—Estoy segura.

Sin embargo sí que lo pensé durante medio segundo. Lo de marcharse tenía su atractivo. Pero estar lejos de Hudson era lo último que necesitaba en ese momento. Especialmente con todas esas mujeres en su vida deseando que me fuera.

En mis pensamientos volvió a aparecer de pronto el nombre que había visto en su registro de llamadas.

—Aunque apuesto que a Norma no le importaría que yo no estuviese por aquí.

—¿Otra vez Norma? —preguntó con un mohín—. ¿Por qué hablas de ella ahora?

—Te vas a reír. —O se iba a enfadar. Respiré hondo y lo escupí—: Te quedaste dormido con el teléfono y miré para comprobar si habías recibido mi mensaje. Y entonces… Dios, no me odies.

—¿Qué hiciste? —Su tono era de curiosidad.

—Vi tus últimas llamadas —contesté bajando la mirada—. Descubrí que habías hablado con Norma.

Cuando levanté los ojos, vi que estaba sonriendo.

—Deja que adivine. ¿Eso te molesta?

Su sonrisa hizo que dejara de vacilar.

—La llamaste a las ocho y pico de la noche. Desde la cama.

Esta vez se rio.

—Ven aquí.

No me moví, pues estaba furiosa por su respuesta.

Él se serenó y se giró para mirarme, levantando la mano como había hecho antes.

—Alayna, ven aquí.

Suspiré y me acerqué a él.

—Te dije que siempre iba a preguntarte por ella.

—Sí que lo dijiste. —Hudson rodeó mi cintura con sus brazos y apoyó la frente sobre la mía—. Era por trabajo. Necesitaba unas cifras para la reunión de esta mañana y las que ella me había enviado antes no cuadraban.

—Era por trabajo —repetí, calmándome entre sus brazos—. Siempre por trabajo. Siempre esa excusa.

En realidad, preguntarle no cambiaba nada. Ya sabía que diría eso. Pero me angustiaba, lo dijera o no. Expresarlo en voz alta me daba la oportunidad de escuchar que su versión seguía siendo la misma, una de las ventajas de la comunicación.

Eché la cabeza hacia atrás para verle la cara y observé que su sonrisa había vuelto.

—¿Por qué sonríes?

—Porque me encanta cuando te pones celosa. —Dio vueltas sobre mi nariz con la suya—. Ya lo sabes.

—Calla. Lo odio. No puedo creer que te guste verme volviéndome loca.

—Me gusta ver que te importa.

No supe si debía reírme o preocuparme. ¿Por qué necesitaba que yo le infundiera confianza continuamente?

—Te quiero. Ya lo sabes.

¿No se lo había demostrado una y otra vez?

—Sí, lo sé. —Apretó los brazos alrededor de mi cuerpo—. Tus celos me demuestran que lo que dices es verdad. Me gusta que sigas estando celosa. O que te vuelvas loca, si es así como prefieres llamarlo.

—Eres muy raro. —Me aparté cuando él se inclinó para besarme—. Me vas a llenar toda de crema de afeitar.

—No me importa.

Esta vez, cuando se acercó junté mis labios a los suyos. Me besó dulce y tiernamente, pero notaba que se estaba conteniendo, que trataba de no dejarse llevar por la pasión porque tenía que cumplir un orden del día.

Sin embargo yo no tenía ningún compromiso pendiente y me gustaba besarle. Puse las manos alrededor de su cuello y lo acerqué más a mí, más adentro, metiendo más la lengua para que jugara con la suya.

Tuvo que apartarse.

—No puedo tenerte tan cerca.

Me dio una palmada en el culo mientras volvía a mi sitio en el borde de la bañera.

—Siento haber fisgoneado.

En realidad no lo lamentaba tanto. Ya no. Gracias a ello había conseguido unos besos fabulosos de los que no me arrepentía lo más mínimo.

Hudson volvió a girarse hacia el espejo.

—No lo sientas. Sabes que no tengo secretos. —Hizo una pausa—. Bueno —mantuvo la mirada baja mientras limpiaba la cuchilla—, ya sabes que no me importa que fisgonees.

Sentí un nudo en el estómago, como si estuviese montada en una montaña rusa bajando vertiginosamente.

—¿Qué quieres decir con eso? —Me humedecí la boca, que se había quedado seca de repente—. ¿Tienes algún secreto que no me hayas contado?

Sin levantar la mirada, negó con la cabeza.

—Claro que no. —Se dio la vuelta para mirarme—. Simplemente pensaba que nunca podemos saberlo todo del otro. ¿No?

—Pero podemos intentarlo.

—Sí, podemos intentarlo.

Nos quedamos sentados unos segundos en un incómodo silencio, él apoyado en la encimera y yo en el borde de la bañera. Había algo más bajo aquellas palabras suyas. Algo oscuro y pesado. Me sentí simultáneamente atraída y repelida por ello. Quizá se estuviera refiriendo a los detalles de las cosas que les había hecho a otras personas en el pasado. Yo había escuchado algunas de sus historias, ninguna de ellas agradable. No esperaba que compartiera conmigo todos y cada uno de sus remordimientos. Sería cruel querer que volviese a revivir su dolor. Desde luego, yo no le había contado todas mis antiguas indiscreciones.

Pero ¿y si había algo más? Algo nuevo, algo actual. ¿Me ocultaba algún secreto que fuese de importancia para los dos?

¿Cómo podía a saberlo?

—Hablando de Norma… —fue él quien puso fin a aquella extraña sensación—, ¿qué tal tu entrevista con Gwenyth?

Hablar de trabajo era la salida perfecta para la inquietud que estaba instalándose en nuestra agradable mañana. Me lancé de cabeza:

—Le he ofrecido el puesto y ella lo ha aceptado. Se va del Planta Ochenta y Ocho sin previo aviso. Al parecer, saben que quería irse, así que hoy va a hacer su último turno allí y por la noche estará en el Sky Launch.

No me había dado cuenta hasta ese momento de lo emocionada que estaba por tener una compañera. ¡Uf! Yo iba a ser la directora del Sky Launch. Y no lo iba a hacer mal, porque contaba con un buen equipo: Hudson, Gwen y un montón de estupendos ayudantes. ¿Por qué no lo había pensado antes?

—¡Enhorabuena! —Hudson se dio cuenta de que estaba entusiasmada—. Me alegra que hayáis hecho buenas migas.

Recordé la extraña conversación que habíamos mantenido Gwen y yo la noche anterior.

—Yo no diría exactamente que hacemos buenas migas. Más bien nos desafiamos la una a la otra. Pero va a resultar bueno para el club. ¿Sabes por qué quería irse tan rápido del Ochenta y Ocho?

—No. —Se volvió de nuevo hacia el espejo y se quitó los restos de crema de afeitar del cuello con una toallita—. ¿Se lo preguntaste?

Mantuve los ojos fijos en el suelo y seguí el filo de las baldosas con el dedo gordo del pie.

—Me dijo que era por razones personales. Pensaba que quizá tú sabrías algo más. Por Norma.

¿Era ella la fuente de sus secretos?

—Si Norma lo sabe, no me lo ha dicho. —Dejó la toalla y se giró hacia mí—. Y si me lo ha contado, no le he prestado atención.

Sonreí, apaciguada en cierto modo.

—Me alegra saber que no siempre le prestas atención a Norma Anders.

Recorrí su cuerpo con la mirada. Era muy atractivo. No creía que me pudiera cansar nunca de lo delicioso que era su cuerpo. Y era todo mío. ¿No?

—Deja de mirarme así o voy a llegar tarde de verdad.

Al instante deseé que se olvidara de su reunión. Podía quedarse y calentarme. Echarme un polvo por la mañana hasta que el sol estuviese bien alto en el cielo. No había espacio para las dudas siempre que él estuviera entre mis brazos.

Pero por desgracia no podíamos vivir en la cama.

Con una determinación que no sabía que tenía, aparté mis ojos de él.

—Vístete. Eso me ayudará.

—Bien pensado.

Con una sonrisa maliciosa, lanzó la toalla a un lado.

Mis ojos se quedaron fijos en su trasero desnudo hasta que desapareció en su vestidor. «Qué provocador».

Mientras Hudson se vestía, yo me desnudé y me cambié la ropa con la que había dormido por una camiseta de Hudson que cogí del cesto. Olía a él y yo necesitaba aquello. Necesitaba que su presencia se aferrara a mí incluso mientras se preparaba para marcharse.

Cuando volvió de nuevo conmigo al dormitorio llevaba puesto uno de mis trajes preferidos: un Armani gris oscuro de dos piezas que acentuaba el color de sus ojos. Iba elegante. Muy elegante. Estaba claro que su reunión era importante.

—Estás muy guapo.

Él me miró en el espejo mientras se colocaba bien la corbata.

—¿Sí?

—Ajá. —Con uno de mis movimientos pasivo-agresivos, añadí—: Estoy segura de que Norma también pensará lo mismo.

Pero aunque a Hudson se le daban bien los juegos, solo participaba en ellos cuando era él quien tenía el control. Se guardó en los bolsillos el teléfono y la cartera sin decir nada ni confirmar si mi suposición era acertada.

«Comunicación —me recordé a mí misma—. Así soy yo. Necesito saberlo».

—Va a estar en la reunión, ¿verdad?

Por fin me miró.

—Sí. —Con tres rápidos pasos, llegó a la cama y me levantó con brusquedad. Colocó la mano alrededor de mi cuello y me obligó a que lo mirara a los ojos—. Y si piensa que estoy guapo o no con este traje no es asunto mío. A mí solo me importa que seas tú la que me lo quite esta noche.

Me quedé sin respiración.

—Vale.

Acarició el lateral de mi nariz con la suya.

—¿Vas a estar en casa esta vez para desnudarme?

Asentí.

—Te lo prometo.

No recordaba qué cosas tenía que hacer ese día, pero si surgía algún conflicto, cualquiera que fuera, lo pospondría para estar en casa.

—Bien. —Inhaló profundamente y noté que se esforzaba por controlarse—. Tengo que irme. La reunión…

—Lo sé, lo sé. Vas a llegar tarde.

Se detuvo.

—¿Me das un beso de despedida?

Me moví para darle un pico, no quería despertar ninguna llama cuando ya iba retrasado. Pero Hudson no se conformó con eso. Se metió entre mis labios y me folló la boca con movimientos agresivos de la lengua, igual que se había follado antes mi coño. Cuando terminó, yo estaba sin aliento.

—Eso se ha parecido mucho a alguna especie de promesa —dije jadeando—. ¿Qué es lo que se guarda usted bajo la manga, señor Pierce?

—No voy a desvelar ahora todos mis secretos, ¿verdad? —Me dio un beso en la nariz—. Me voy ya. Descansa un poco. Lo vas a necesitar.

Volví a meterme en la cama con el sabor de él aún en los labios, su olor en mi ropa y su calor en mi corazón.

Llegué al club a eso de las once. Como David iba a estar enseñando el trabajo a Gwen durante buena parte de los turnos de noche, pasé sola con mi guardaespaldas la mayor parte de la tarde. Eso me sirvió para ser más productiva, pero también me sentía sola. Al menos si Jordan hubiese estado de servicio habría tenido alguien con quien hablar. Pero estaba Reynold y no era de los que les gusta charlar. Me parecía una tontería que siguiera allí mientras trabajaba. Pero se trataba del dinero de Hudson, no del mío. Si él quería pagar a ese hombre para que se quedara sentado en la puerta de mi despacho jugando al Candy Crush con su teléfono, que lo hiciera.

Sobre las cuatro decidí salir a tomar un café a un bar cercano. Reynold en ese momento estaba hablando por teléfono, así que, en lugar de molestarle con lo que iba a hacer, dejé que creyera que iba al baño y me fui por la puerta de atrás. Al salir a la luz del día recordé lo mucho que me gustaba estar al aire libre. Desde luego, prefería las primeras horas, antes de que el calor y la humedad se volvieran sofocantes, pero, si no hubiera sido por mi reciente acosadora, definitivamente saldría a tomar el aire más a menudo. «Maldita Celia».

Al pensar en ella, una gota de sudor me cayó por la nuca. Quizá debería haber llevado a Reynold conmigo. Los coches giraban alrededor de la rotonda que estaba al lado. Un taxi se encontraba parado en la acera. Una limusina se detuvo detrás. Estaba rodeada de gente. ¿Por qué me sentía tan inquieta de repente?

Como si hubiese salido de mi propia inquietud, un brazo fuerte me rodeó la cintura mientras otro me cubría la boca para ahogar mi grito. Me levantaron en el aire, me metieron en el asiento trasero de la limusina y me vi subida sobre el regazo de Hudson Pierce.

—¿Qué coño…? —Me revolví para sentarme con el corazón latiéndome a toda velocidad—. ¡Hudson! ¡Me has dado un susto de muerte!

—¿Dónde está tu guardaespaldas? —preguntó sin rodeos—. Tú eres la que me has dado un susto de muerte cuando te he visto sola en la acera.

—Aterrorizarme no es el mejor modo de demostrar lo que piensas.

—¿No?

Sonrió y me atrajo hacia sus brazos.

Yo me resistí, enfadada aún por su broma, pero él podía más que yo. Me apretó con facilidad contra su pecho. Además, al fin y al cabo a mí me gustaba estar entre sus brazos.

—¿Qué haces aquí? —pregunté acomodándome junto a su cuerpo.

—Te estoy secuestrando. Es obvio.

Su mano se deslizaba por mi pierna arriba y abajo, dejando una estela de carne de gallina.

Yo le rodeé con los brazos y sonreí. Una noche por ahí con Hudson era exactamente lo que necesitaba.

—Genial. ¿Me llevas a cenar o algo así?

—Algo así. —Pulsó con el codo el intercomunicador—. Vámonos —dijo y la limusina se incorporó a la circulación.

Mi preocupación por haber dejado el club desatendido era mayor que mi habitual cuidado de viajar con el cinturón de seguridad.

—¡Espera! No he cerrado el club ni nada.

Hudson apretó la mano en mi cintura para que no me moviera y levantó un dedo hasta mis labios para hacerme callar.

—Estaba hablando con Reynold cuando has salido. Él se ocupará de cerrar. ¿Por qué te has escapado?

Saqué la lengua para lamerle el dedo y su sabor salado se quedó en mis labios. Él lo apartó y me lanzó una mirada severa. Parecía que quería respuestas antes de ponerse a jugar.

—No me he escapado. —Bueno, puede que sí—. Solo iba a tomar un café rápido aquí al lado. No es para tanto. —Su frente arrugada me decía que no estaba de acuerdo con mi descripción de los hechos—. De acuerdo, no volveré a hacerlo. —Levanté la cabeza y le di un beso en los labios—. Ahora en serio, ¿adónde me llevas?

Él sonrió maliciosamente.

—Te dije que quería sacarte de la ciudad.

—¿Qué? —Me puse en tensión e intenté soltarme de sus brazos—. No puedo salir de la ciudad, H. Trabajo mañana por la noche. Y no quiero irme de aquí. Ya hemos hablado de esto.

Él me agarró por las muñecas y las sujetó como si temiera que yo fuese a pulsar el intercomunicador para pedirle al chófer de la limusina que se detuviera. Que era lo que estaba pensando.

—Tranquila, preciosa. —Se llevó mis manos a la boca y me dio un beso en cada una de ellas—. Simplemente he pensado que un fin de semana fuera nos podría venir bien a los dos.

—¿A los dos?

Me había opuesto a la idea de salir huyendo, pero un fin de semana fuera con Hudson era algo completamente distinto. Dulce. Romántico.

—Sí, a los dos. Te mandaría fuera si me dejaras, pero me alegro de que no lo hagas, porque no soportaría estar lejos de ti. —Dio vueltas a mi nariz con la suya antes de darme un beso en la punta—. Lo he organizado para que David y Gwen se encarguen mañana del Sky Launch. Volveremos el domingo por la noche.

—Yo soy ahora la jefa. No puedo irme cuando quiera.

Pero no pretendía discutir. Solamente estaba puntualizando una verdad para no sentirme culpable.

Hudson no sentía esa culpabilidad.

—Yo soy el propietario. Sí que puedes.

—Creo que debería enfadarme contigo por esto —dije sonriendo—. Pero no lo voy a hacer. Gracias. Me encantará pasar contigo el fin de semana fuera.

—Creo que lo necesitas. Lo necesitamos.

—Nunca has tenido más razón. Y eso es mucho decir, teniendo en cuenta que siempre tienes mucha razón. Pero que no se te suba a la cabeza.

Me aparté de sus brazos, ansiosa por ocupar mi propio asiento para poder abrocharme el cinturón de seguridad.

Me puse lo más cerca de él que me permitía el cinturón.

—¿Adónde vamos? ¿Vamos a pasar por casa para recoger algo de ropa o también te has ocupado ya de eso?

Conociéndolo, era probable que lo hubiera hecho.

—Lo sabrás cuando lleguemos. —Se abrochó el cinturón de seguridad, probablemente por mí, y a continuación echó el brazo por encima de mi hombro—. Preciosa, no vas a necesitar nada de ropa —me susurró al oído.

—Despierta, preciosa. Hemos llegado.

Debía de haberme quedado dormida apoyada en Hudson, porque lo siguiente que sé es que estábamos parados y él me iba empujando suavemente.

Parpadeé varias veces para que mis ojos se acostumbrasen a la luz.

—¿Dónde estamos? —pregunté con un bostezo.

—Sal y lo verás.

Tiró de mí para sacarme de la limusina.

Estábamos junto a una cabaña de madera rodeada por un frondoso bosque verde. Una hilera de flores silvestres bordeaba el sendero de piedra y había mariposas que danzaban entre flor y flor. El cielo azul estaba limpio, sin la bruma de la contaminación. Se oían pájaros cantando y un par de ardillas rayadas subían por un árbol cercano. Un poco más allá de la casa pude ver un lago. Aquella escena me parecía muy lejana y la limusina y el traje de dos piezas de Hudson quedaban fuera de lugar. Aquello satisfacía por completo el deseo de estar en la naturaleza que llevaba sintiendo desde hacía un tiempo.

—¿Los Poconos? —adiviné. Él asintió y sus ojos miraban los míos mientras yo asimilaba tanta belleza. Era perfecto—. Es absolutamente hermoso.

El rostro de Hudson se relajó con una sonrisa. Se giró hacia el chófer de la limusina, que estaba sacando una pequeña maleta del portaequipajes.

—El domingo a las siete de la tarde.

—Sí, señor.

Vi cómo el chófer volvía a meterse en el coche y se marchaba, dejándonos solos en lo que a mí me parecía el paraíso. Hudson recogió la maleta con una mano y con la otra me agarró la mía para llevarme hacia la puerta de la cabaña.

Señalé el equipaje.

—¿Yo no necesito ropa y tú sí?

Se rio.

—Son las cosas imprescindibles. Para los dos. Te aseguro que, si tú estás desnuda, yo también lo estaré.

En la puerta, Hudson se sacó una llave del bolsillo.

—Esta cabaña pertenece a nuestra familia desde hace años —me explicó antes de que yo pudiera preguntar—. Tenemos un encargado que la abre una vez a la semana para que no huela a cerrado. Aparte de él, Adam y Mira son los únicos que vienen aquí habitualmente. He pensado que ya era hora de usar yo también esta propiedad.

—H, como te he dicho antes, bien pensado.

Abrió la puerta y levantó la mano para que yo entrara primero. El interior era tan perfecto como el exterior. El diseño era rústico y acogedor, nada que ver con la habitual atracción de los Pierce por los espacios lujosos. Comprendí por qué no era un lugar al que a Sophia le gustara ir. Es más, ni siquiera a Jack. La sala de estar tenía grandes y cómodos sofás y sillones de piel. Dos columnas de madera separaban el espacio. Una chimenea de piedra interrumpía los ventanales, que iban desde el suelo hasta el techo y que daban al lago. Era tranquilo e impresionante.

Y estábamos solos. Nada de compañeros de trabajo enamorados, nada de guardaespaldas y nada de acosadoras. Completamente solos.

Oí el chasquido de la puerta y Hudson apareció detrás de mí. Entonces lo sentí, sentí crepitar la energía que siempre había entre nosotros. Se convirtió en un fuerte zumbido, como si alguien acabara de encender un interruptor, y todo el cansancio y la inquietud que aún sentía desaparecieron al instante al ser sustituidos por una intensa e inmediata necesidad de él.

No fui solo yo quien lo sintió. Hudson me dio la vuelta, con una mano en mi culo y con la otra agarrando las dos mías por detrás de la espalda mientras me daba un beso apasionado. Sin piedad. Enredando su lengua con la mía, retorciéndola con una danza que era nueva y arrebatadora. Empezó a moverme hacia atrás mientras seguía sujetándome, conduciéndome a algún sitio, no me importaba adónde. El único lugar en el que yo quería estar era en sus brazos, en su boca, en aquella burbuja de espacio y tiempo detenidos donde solo estábamos él y yo.

Dios, estaba perdida. Los labios de Hudson me hacían dar vueltas en espiral hacia el interior de una neblina de lujuria y deseo. Después metió sus manos bajo mi vestido ajustado, lo recogió y me lo subió por las piernas, por encima de los pechos y por la cabeza hasta que quedé libre de aquella prenda. La lanzó a un lado y me empujó contra una de las columnas de madera. De nuevo me sujetó las manos, esta vez por encima de mi cabeza. Con la otra mano me acarició la piel de la cintura. Se apartó de mis labios y bajó la boca hacia mis pechos. Me mordisqueó por encima del sujetador, provocando una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. La dura madera contra mi espalda, sus dientes mordiéndome la piel sensible… Era una mezcla de sensaciones tan fuertes que me pusieron los nervios de punta.

Sus dedos recorrieron la piel por encima de mis bragas y a continuación se deslizaron por el interior hasta llegar a mi clítoris, ya hinchado y deseoso. Bajó más la mano y la introdujo entre mis pliegues.

—Estás muy húmeda. Quiero lamerte los labios hasta dejártelos secos. Pero quiero meterme dentro de ti.

—Hudson —me contoneé contra la columna—, necesito… mis manos. —No podía acabar las frases—. Necesito… tocarte. Necesito… desnudarte.

Su boca volvió a la mía. Me mordió el labio inferior y lo chupó suavemente. Después me soltó los brazos.

—De acuerdo —dijo.

Se quitó la chaqueta mientras yo empezaba a desabotonarle la camisa. Mis manos se movían con frenesí, con tanta urgencia que hice que se le saltara un botón. Me detuve.

—¡Huy!

Con un gruñido, Hudson tiró de la tela e hizo saltar el resto de los botones. Era impresionante. Y sensual. Mis manos volaron hasta su pecho. Apreté las palmas sobre la suave superficie y después encima de los pliegues de sus abdominales. Su piel era como el fuego y la solidez de su carne contrastaba absolutamente con la suavidad de la mía.

Mientras exploraba su torso, él exploraba el mío. Me bajó las copas del sujetador y apretó mis pechos con manos fuertes y recias. Los pezones se me pusieron de punta, ansiosos. Una caricia de sus dedos pulgares por encima de ellos hizo que mis rodillas cedieran y que las piernas se me juntaran.

Con otro gruñido, Hudson me soltó y dio un paso atrás.

—Joder, estás preciosa así. Con los pechos de punta para mí. Las piernas suplicándome que me abra camino entre ellas.

Me moví hacia él, incapaz de soportar la ausencia de su calor. Pero, cuando me acerqué, él me sorprendió levantándome en el aire y echándome sobre su hombro.

—Es el momento de cambiar de escenario —dijo. Siguió hablando mientras caminaba—. La cocina está allí. El baño. Y aquí el dormitorio principal.

Yo levantaba el cuello para ver cada una de las habitaciones al pasar, sin interesarme realmente por ellas, pero sintiendo curiosidad por cuál sería nuestro destino final. En el dormitorio, me dejó caer sobre la cama.

—Aunque pienso marcarte en cada habitación de esta casa, vamos a pasar la mayor parte del tiempo aquí.

Ni siquiera sentí la tentación de mirar alrededor. Me quedé sentada, apoyada en los codos y con los ojos clavados en él mientras se desabrochaba el cinturón y se quitaba los pantalones. Su polla dura y gruesa asomaba por encima de los calzoncillos. La boca se me hizo agua mientras esperaba a que se los quitara también.

Pero no lo hizo. Todavía.

—Date la vuelta —me ordenó.

Me giré sobre mi vientre. Mi cuerpo le obedeció antes de que mi cabeza pudiera asimilar cuál era su orden.

—Levántate. Sobre tus manos y tus rodillas.

Dios, cuando se ponía dominante me volvía loca. Las piernas me temblaban expectantes mientras me ponía de rodillas con la cabeza en el lado más alejado a donde él estaba. Con las manos sobre mis caderas, me llevó hasta el borde de la cama y me bajó las bragas hasta las rodillas. Se echó sobre mi cuerpo y me desabrochó el sujetador. Los tirantes cayeron sobre mis codos. Los dejé allí, pues no quería moverme, disfrutando de la sensación de su cuerpo apretado contra mi espalda. Su polla desnuda contra mi culo… Debía de haberse quitado los calzoncillos mientras yo me giraba. De manera instintiva, abrí las piernas todo lo que las bragas me lo permitían.

Hudson me apretó los pechos y deslizó la polla entre mis piernas, frotando el largo y duro miembro sobre mi coño. Gemí cuando me golpeó el clítoris con él, haciendo que cada embestida me excitara más. Pero no estaba donde yo quería de verdad. Todavía no.

—Hudson. —Fue mitad súplica, mitad grito—. Por favor, te necesito.

Él continuó moviéndose sobre mis pliegues.

—Lo sé, preciosa. Sé lo que necesitas.

Sin embargo, no me lo daba. Yo me retorcía contra su polla, sintiendo cómo la entrepierna me vibraba.

—Te necesito… dentro.

—Si lo dices otra vez, te haré esperar aún más.

—Por favor, Hudson.

No pude evitarlo. Las palabras me salían sin permiso.

Él se apartó de mí.

—Te he dicho que no me lo pidas otra vez.

Me dio un cachete en el culo. Con fuerza.

Un chorro de humedad apareció entre mis piernas. Me volvió a dar otro cachete en la otra nalga y yo grité por el placentero picor. Hizo desaparecer el escozor con caricias amplias y circulares de sus manos. Pensé que si me volvía a dar me podría correr allí mismo.

Pero no lo hizo. Sus manos me soltaron. Mi cuerpo se estremeció por la ausencia de su calor, la sacudida de sus cachetes y la inquietud de no saber qué iba a pasar a continuación.

Entonces, de repente, estaba donde yo lo quería, dentro de mí. No su polla, sino su lengua. Solté un grito al sentir su suavidad. Bajé la mirada a mi entrepierna y vi allí su cara, dispuesta sobre mi agujero mientras entraba y salía de él con largas y sedosas caricias. Levantó los dedos para dar vueltas sobre mi clítoris. Yo me retorcía, completamente enamorada de lo que me estaba haciendo y, a la vez, desesperada porque me invadiera con su erección.

Aquel tormento me volvía loca. También hizo que me corriera rápidamente y con fuerza mientras un alarido susurrante se escapaba de mis labios. Seguía corriéndome cuando él, por fin, entró en mí. Me embistió con un gruñido mientras se abría paso a través de la contracción de mi orgasmo.

—Joder, estás increíblemente apretada.

Rápidamente, se salió hasta la punta y volvió a meterse dentro de mí. Yo me relajé alrededor de su miembro mientras me tranquilizaba. Él me hincó los dedos en las caderas y se clavó dentro de mí, atrayendo todo mi cuerpo hacia el suyo con cada embiste. Mis manos se enroscaron en la sábana mientras otro orgasmo empezaba ya a formarse en mi vientre como si fuera una tormenta.

Siguió penetrándome con un ritmo frenético.

—No… llego… lo suficientemente… profundo. —Pronunciaba cada palabra con un gruñido entre embestida y embestida—. Tengo… que meterme… más.

Joder, ya estaba muy adentro y cada despiadada inyección me golpeaba justo en el sitio preciso. Cada exhalación era un gemido y mis manos y mis rodillas temblaban con enormes sacudidas de placer mientras él me asaltaba.

Volvió a salirse hasta la punta y se detuvo para ponerme boca arriba. Empujó mis rodillas hacia la cama y se inclinó sobre mí mientras retomaba la penetración a un ritmo febril.

—Córrete conmigo, preciosa. —No era una petición, quería que le obedeciera—. Me voy a correr enseguida. Dime que vas a correrte conmigo.

—Sí —jadeé—. Sí. Sí.

—Bien. —Siguió empujando sobre la parte inferior de mis muslos, ladeando mi cadera hacia arriba y se sacudió dentro de mí, fuerte y profundamente. Más adentro de lo que había estado nunca. Juraría que nunca había estado tan dentro de mí. Mi orgasmo empezó a dispararse en mi interior—. Espera, Alayna.

Abrí los ojos de par en par jadeando con cortas respiraciones mientras trataba de aguantarme.

—Espera. Espera. Espera. —Sus órdenes iban al mismo ritmo que sus embestidas—. Espera. —Entonces—: ¡Ahora!

Cuando me dio permiso, sucumbí a la fuerza que se había formado dentro de mí y dejé que me desgarrara todo el cuerpo a la velocidad de un rayo. Apreté el coño alrededor de su polla mientras Hudson empujaba dentro de mí con una sacudida larga y profunda.

—¡Joooder! —Alargó la sílaba mientras golpeaba mi pelvis y se vaciaba dentro de mí salvajemente.

Cayó sobre la cama a mi lado, con su pecho moviéndose arriba y abajo al compás del mío.

—Vaya… —dijo varios segundos después—. Eso ha sido…

«La ostia», pensé.

Hudson terminó la frase robándome una de mis expresiones favoritas:

—… Guay.

Pasamos la tarde en el dormitorio y solo salimos para prepararnos unos bocadillos con las provisiones que el encargado de mantener la casa había dejado antes de nuestra llegada. Hicimos el amor bien entrada la noche y nos despertamos también con otra ronda mañanera.

Aunque estábamos en mitad de la nada, descubrí que teníamos conexión inalámbrica. Casi me supuso una decepción. Parte de la belleza de aquella cabaña residía en su lejanía. Pero estaba bien para escuchar música. Tras desayunar un yogur con bayas frescas, abrí el Spotify del portátil de Hudson, me conecté con mi perfil y puse una de mis listas de reproducción preferidas. Nos quedamos desnudos tumbados en el sofá, mi cabeza en un extremo y la suya en el otro. Mientras, me masajeaba los pies.

Empezó a sonar So easy, de Phillip Phillip. Estuve tarareándola y cantando de vez en cuando parte de la letra.

Hudson me miraba admirado.

—Tienes una voz bonita.

Me sonrojé. Me resultaba curioso darme cuenta de que nunca había cantado delante de él. Ah, aún quedaban muchas primeras veces entre los dos.

—Esta canción me recuerda a ti —confesé avergonzada.

Él arrugó la nariz sorprendido.

—¿Hay una canción que te recuerda a mí?

—Varias. Una banda sonora completa.

Al fin y al cabo, estábamos escuchando una lista de reproducción que había llamado «H».

—Ah, no lo sabía.

Ladeó la cabeza y comprendí que estaba intentando entender la letra. Canté para que oyera mejor las partes más importantes, aumentando el volumen en el estribillo, que era cuando Phillip cantaba sobre lo fácil que era enamorarse tanto.

A continuación fue Hudson quien se ruborizó. Con una pequeña sonrisa en los labios, bajó los ojos hacia sus manos, que estaban masajeándome la planta del pie. La canción terminó y pasó al otro pie.

—¿Nos damos una ducha?

Extendí los brazos por encima de la cabeza y puse de punta los dedos de los pies, notando dolor en músculos que ni siquiera sabía que tenía.

—Claro que sí.

Una ducha caliente sonaba bien. Pero no hice movimiento alguno para levantarme. No moverme también me parecía bien.

—¿Tienes algún plan concreto para hoy? Aparte de la ducha.

Solté un gruñido cuando su dedo pulgar apretó el nudo de una bola que tenía en el pie.

—Me has traído secuestrada a las montañas. Creo que estoy algo así como a tu merced.

—Y lo estás. En ese caso, estaba pensando que me gustaría pasar el día dentro de ti el mayor tiempo posible.

Sonreí.

—Estoy totalmente a favor de esa idea. ¿Has planeado algo más?

—Me gustaría llevarte a dar un paseo por la finca. Y quizá comprar alguna joya por Internet. Creo que estaría bien un collar o unos pendientes nuevos para la fiesta de Mira.

En lugar de empezar a discutir de forma automática, que era mi reacción habitual cuando pensaba en hacerme un regalo, sopesé la idea en mi cabeza.

—Puede que no esté mal. No tengo nada bonito y últimamente he pasado por algunos aprietos. Quizá me merezca un regalo —dije con una sonrisa coqueta.

—¡Alayna! —exclamó Hudson—. Antes nunca había visto que te importaran esas cosas.

Me quedé mirándome las manos y me encogí de hombros deseando no haber dicho nada.

Hudson dejó mis pies y se arrastró hasta mi cara, cubriendo mi cuerpo con el suyo.

—Eso me alegra. Y me excita mucho.

Pues sí que estaba algo excitado. Con su nueva postura lo dejaba claro.

—¿Por qué te excita que actúe como una bruja codiciosa?

—Porque me encanta regalarte cosas. Es algo que se me da bien. Ojalá pudiera hacerte más regalos, pero nunca pareces interesada. —Pasó los dedos por mi pelo—. Así que cualquier cosa que quieras te la regalaré. ¿Salimos a reventar la tarjeta? ¿Una semana en la isla Nieves de las Antillas? ¿Un coche?

Puse los ojos en blanco y traté de apartarlo con un empujón.

—Te estás burlando de mí.

Él mantuvo una postura firme, tanto físicamente como en la conversación.

—Hablo muy en serio. ¿Quieres que te compre una empresa? ¿O una isla?

—Para ya.

—No. No quiero.

Me levantó el mentón para que lo mirara a los ojos.

—Alayna, lo que quieras es tuyo. Y como parece que no lo sabes, voy a tener que trabajar aún más duro para asegurarme de que te aprovechas de mi riqueza.

Una vez más traté de apartarlo.

—Ni quiero ni necesito aprovecharme…

—Calla. —Movió la mano para acariciarme la mejilla—. Sé que no quieres. Nunca has querido. Pero ya te he dicho que te pertenezco. Quieras o no aprovecharte de ello, soy tuyo.

Empecé a protestar otra vez, pero él continuó:

—Por tanto, todo lo que poseo es tuyo. —Me miraba a los ojos con una absoluta sinceridad—. Hay contratos que pueden garantizar estas cosas, ¿sabes?

Tragué saliva. En realidad se me formó un nudo en la garganta. El tipo de contrato del que hablaba, el de propiedad conjunta, sonaba a campanas de boda, si es que sabía cómo sonaban. Petrificada y un poco emocionada, tanteé el terreno:

—Lo que estás insinuando es algo muy serio.

—Haré algo más que insinuarlo si me dejas. —Hablaba en voz baja, pero con franqueza.

El corazón me latía con fuerza en el pecho. ¿No podía decirme que me quería, pero podía prometerme la luna? ¿Se sentía intimidado cuando le expresaba mis sentimientos con una canción, pero podía ofrecerme algo para toda la vida?

No estábamos preparados para aquello. Yo no lo estaba. Él tampoco, aunque creyera que sí.

—Creo que por ahora aceptaré una joya bonita —susurré.

Aguardé su respuesta conteniendo la respiración, esperando no haber herido sus sentimientos.

Tardó un segundo, pero sonrió.

—Entonces es tuya.

—Además de unos cuantos libros —añadí deseando animar la conversación—. ¿Y de verdad has hablado de un coche?

Negó con la cabeza incrédulo.

—Tú no quieres un coche. No te gusta conducir.

Era verdad que no me gustaba ponerme detrás del volante de un coche. Pero había otras formas de conducir.

—No, sí que me gusta llevar el volante. Pero tú no me dejas nunca.

Entrecerró los ojos.

—Ya no estás hablando de coches, ¿verdad?

—No.

Bajé la mano para cogerle la polla, que seguía medio excitada. La acaricié una vez, dos…

Él gimió y me dio la vuelta de modo que me quedara encima de él.

—¿Y si me llevas ahora mismo?

Me senté a horcajadas sobre él colocándome encima de su polla y me deslicé hacia abajo.

—Me parece que ya lo estoy haciendo.