Mi voz interior suena como la de Oma March, y me alecciona: «Sí, todo irá bien. Recuerda para qué has venido. Para cazar fenris, para parar el brote de muertes. No has venido para ser la protagonista. Rosie se merece pasar al asiento de delante por un tiempo. Es una cazadora buenísima, no saldrá marcada ni rota, estando ahí Silas y tú para protegerla. Tú puedes estar siempre cerca, tú puedes protegerla».
Lo cierto es que mi voz interior no acaba de convencerme.
Atravesamos el barrio de negocios, entre los rascacielos a oscuras con guardas de seguridad solitarios en sus rondas por los vestíbulos. La ciudad huele a humo y al calor del día, pero yo siento frío, incluso con la capa. Empiezan a oírse sonidos, risas, conversaciones y, de pronto, es como si hubiéramos cruzado una línea mágica y ya estamos en la vida nocturna de la ciudad. Por nuestro lado pasan taxis a toda velocidad; las chicas se llaman a gritos; los chicos caminan con estrambóticos andares arrogantes y vuelven la cabeza hacia las damas, que se derriten en respuesta.
Se oyen varias conversaciones superpuestas de chicas contándose los últimos asesinatos, describiendo con deleite los detalles. No piensan ni por un momento que les podría pasar a ellas.
No necesito decirle a Rosie lo que tiene que hacer, hace tiempo que le enseñé. Se adelanta a nosotros y deja caer la capucha hacia atrás. Silas y yo acabamos caminando detrás de una hilera de coches tuneados hasta el ridículo, y Rosie pasa por delante de una banda de Libélulas que beben combinados y bailan coqueteando en la terraza de un bar. Varios hombres vuelven la cabeza hacia ella. La mayoría la ignora, pero uno parece atraído. «En marcha, Rosie». El hombre —un fenris, lo noto enseguida— dice algo a la chica de veintitantos años con la que estaba y deja el botellín de cerveza sobre la mesa. Prefieren las presas jóvenes. Mejor para nosotros.
Rosie no sabe aún que la sigue y continúa avanzando hasta que sale de la muchedumbre que rodea el bar. Silas y yo la seguimos unos pasos, pero luego giramos a la derecha y corremos hacia el parque, que es mejor lugar para la caza. Al llegar nos escondemos tras el cartel. Rosie nos ve y se dirige hacia los caminos asfaltados al tiempo que se pone otra vez la capucha para que lo único que vea el fenris sea una chica de rojo que se aleja. Irresistible.
El fenris se le adelanta corriendo, tanto que no es más que una sombra atravesando la noche oscura. Mi hermana lo ve por fin, pero disimula. Deambula por el camino; los árboles y los arbustos la ocultan de la calle. El fenris se planta ante ella.
—Eh, ¿no sabes que el parque ya está cerrado? —le pregunta flirteando. Me inclino contra un magnolio para verle mejor la cara ahora que está bajo la luz de la luna. Es joven. Muy joven. Tanto como Rosie. Es rubio, de mejillas redondas y con el aspecto desgarbado de un chico que justo sale de la pubertad y que podría estar en cualquier banda de rock de garaje.
Rosie se encoge de hombros y juega con un mechón de pelo entre los dedos.
—Me he perdido, creía que podría atajar por aquí. ¿Y tú no eres un poco joven para andar fuera tan tarde? —le pregunta con una voz sexy y dulce a partes iguales.
—Tal vez —dice el chico con una voz más madura de lo que implica su rostro. Rosie titubea un segundo, y veo cómo lo examina de nuevo. No está segura de que sea un fenris. Me mira fugazmente, una fracción de segundo, y yo se lo confirmo con un gesto. No tiene alma.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunta mientras da un paso atrás para alejarse de la calle. Mueve las caderas seductora.
—Pongamos que catorce —se ríe el fenris, mientras avanza unos pasos hacia Rosie. Le tiemblan los dedos. Incluso desde donde estoy puedo ver cómo se le alargan las uñas. Para disimular se pasa la mano por los cabellos despeinados. La mayoría de las chicas se derretirían sólo con ese gesto. Rosie le sigue el juego a la perfección, mordiéndose el labio y dejando escapar una risa.
—¿Catorce? Pues sí que eres joven —dice. Veo en su cara un amago de compasión. Siempre le dan pena los más jóvenes, porque se pregunta quiénes serían si no fueran lobos. El fenris se ríe, con la voz ronca y sin humor; el pelo se le ha oscurecido. Rosie da otro paso atrás. Una gran fuente rodeada de flores me impide verla. Estiro el cuello, pero el fenris da un paso más y ahora los dos quedan ocultos.
—¡Mierda! Hay que cambiar de sitio —susurro.
—Espera —responde Silas mientras me agarra el hombro con firmeza y me empuja hacia atrás. Le lanzo una dura mirada porque casi me hace caer sobre él, pero entonces veo lo que me está señalando. Al otro lado del parque hay un grupo de tres tipos. Los vemos en la oscuridad gracias a un farol, pero están demasiado lejos para oírlos. Se desplazan deprisa de un lado a otro y agachan la cabeza con movimientos de animal; incluso veo cómo uno alza la nariz para captar un olor en la brisa.
»¿Qué crees? —pregunta Silas.
—Fenris, seguro. —En cuanto lo digo, empieza a salir pelo en los brazos de uno de ellos, pero logra controlar la transformación y el pelo retrocede dentro de la piel. Empiezan a alejarse. Me invade de nuevo el pánico. Otros que se escapan.
—¿Eres de por aquí? —pregunta el fenris joven a Rosie. Apenas se le oye entre el sonido del tráfico. No oigo la respuesta de Rosie—. ¿Ellison? Me han dicho que es un lugar bonito. Yo soy de Simonton.
—Lett… deberías ir tras ellos —dice Silas, mientras estira una rama de magnolia para cubrirnos con sus fuertes hojas. Se lleva la mano a la espalda y saca el hacha de la mochila para ir preparándose.
—Espera, ¿y Rosie qué? —pregunto.
—Yo me quedo con ella. Tú eres más rápida, puedes con ese grupo mucho mejor que yo. Yo protegeré a Rosie, te lo prometo.
—Silas…
—Lett, ¡soy yo! ¡Venga! A tu hermana no le pasará nada.
Planto una mirada larga de advertencia y amenaza en sus ojos y finalmente acepto. No puedo dejar que se escapen tres fenris. Silas es mi socio, puedo confiarle la vida de Rosie. Me deslizo agachada detrás de unas azaleas, y Silas se cuela entre los magnolios en la otra dirección. La manada se vuelve hacia el sonido de mis pasos que se acercan. Tensan la cabeza de forma muy canina, pero no hacen caso del ruido y continúan hablando.
Estoy a punto de levantarme del todo cuando empiezan a caminar hacia mí, todavía hablando, y una palabra me llama la atención: «Potencial».
—Os repito que ha estado aquí, lo he olido. Eso significa que debemos de estar más cerca que los Flecha, ¿no? —gruñe un fenris físicamente viejo que se mira las manos preocupado: están cubiertas de un pelo apelmazado y grasiento. Las sacude con cara de frustración y el pelo desaparece. Sin el pelo, es guapo. Por su aspecto podría ser un médico o un abogado o algo por el estilo, con el pelo canoso y unos ojos hundidos que bajo la luz de la luna casi parecen de acero. Me pregunto a cuántas mujeres de veintitantos años habrá seducido.
—Pero eso no significa que no podamos comer cuando queramos.
—Esta noche nos toca buscarlo, no cazar —responde otro fenris. Parece harto, como si estuviera irritado y cansado… y hambriento—. Venga, vamos a buscar al chico. El alfa lo matará si se entera de que ha ido a por una chica en nuestra noche de patrulla. Podemos cazar mañana. No será por falta de chicas: de donde ha salido ésa hay millones más. Se nos acaba el tiempo; la fase del Potencial ya ha empezado y, si perdemos también a este…
—Bueno —refunfuña el tercer fenris, que es más joven, más o menos de la edad de Silas, tiene el cabello negro y lacio y unos bíceps que se adivinan bajo la camiseta—. Cuando ese imbécil deje de pasearse por toda la puta ciudad… ¿Estáis seguros de que le han olido el rastro en Atlanta? Sigo diciendo que los chicos que tenemos en el campo creen que…
—Cuéntaselo tú al Alfa —gruñe el segundo fenris con una voz apenas humana—. ¿Quieres contarle que estabas demasiado ocupado cazando faldas y que cediste el Potencial a los Flechas, con lo que ya están creciendo? Han controlado a los Gorriones. ¿Quieres que nos controlen también a nosotros? ¿Que acumulen aún más poder, que nos roben miembros y que encuentren ellos el Potencial?
El otro fenris no dice nada. Se miran entre ellos, como perros a punto para una pelea, hasta que el fenris de cabello cano se vuelve bruscamente y sale disparado. Los demás siguen su ejemplo y entonces veo al fenris joven que había estado siguiendo a Rosie salir corriendo por un camino lateral y unirse a ellos con mirada de disculpa. Su nariz se contrae y se alarga alternativamente en hocico canino; gira la cabeza para mirar con ansia el lugar en el que está mi hermana.
Se van a escapar. En cualquier momento van a desaparecer y me van a dejar aquí plantada con el hacha en la mano y sin presa. Yo no soy el cebo; ya no soy el cebo, sólo soy una cazadora. Me levanto y, al caer hacia atrás, la capucha me deja la cara al descubierto. Los lobos se vuelven hacia mí con curiosidad. Doy varias zancadas para salir de las hojas y ponerme bajo la luz de la luna.
—Mira qué tenemos aquí —sisea uno de ellos. Sus ojos saltan de la capa roja a mi rostro, atraídos por el color pero repelidos por mis cicatrices. Tal vez no conseguiré forzar una transformación por lujuria, pero sí por rabia.
Lanzo el ataque con el hacha levantada. El fenris que perseguía a mi hermana no puede controlar la transformación y sale corriendo a mi encuentro. Antes de que esté demasiado cerca, suelto el mango del hacha, que sale volando y se le clava en el brazo lo suficiente como para tumbarlo al suelo. Se revuelca mientras sus ojos dejan de ser humanos y se aferra siempre a la oscuridad, al odio. Los otros tres fenris reaccionan finalmente, y se transforman en un movimiento fluido.
No se me escaparán, esta vez no. No se desvanecerán en la noche porque no puedo tenderles el anzuelo. El olor de su pelo invade el aire. Me agacho rápidamente para recoger el hacha caída junto al fenris más joven. Mi hombro se hunde en el charco que ha formado su sangre. Pese al dolor, intenta embestirme y lanza mordiscos al aire. No tardará en ser sólo sombras, con las venas abiertas así.
Detrás de mí oigo un rugido al que sigue un ladrido potente y enfadado. Los tres fenris se juntan, el más grande en el centro. Ya no sé a qué humano corresponde cada lobo. Avanzan hacia mí con pasos lentos y uniformes, agachando la cabeza y enseñando los dientes. Los de los extremos se separan. Agarro con fuerza el hacha y desenvaino el cuchillo de caza.
No puedo dejar que se pongan a mi espalda. Doy un paso rápido atrás, para hacerles creer que voy a huir. Los que se habían separado se abalanzan, uno sobre mi cuello y el otro sobre mis piernas. Me aparto a tiempo y uno pasa rozándome la cara, pero logra clavarme una de sus garras en el hombro. Oigo el desgarro. Cuando me contraigo de dolor, ya tengo al lobo más pequeño encima, las fauces sobre mi muslo, los ojos muy abiertos y los dientes amarillentos y afilados. Apenas me da tiempo a esquivarlo de un salto y sus dientes rechinan mordiendo el vacío. Antes de que pueda volver a intentarlo le hundo el cuchillo de caza en el lomo.
El lobo más grande cae sobre mí por mi lado ciego. Con el golpe, pierdo el hacha y me pregunto por primera vez dónde está Silas. «Rosie, está con Rosie. Está segura». Siento que se me quiebra algo en el pecho y oigo el golpeteo sobre el asfalto de las garras de los lobos que se incorporan. El más grande de todos jadea, y de su boca caen hilos de baba sobre mi cuello. Tiene las pupilas de un amarillo vibrante, y el blanco tan grande en torno a los iris le da una mirada casi demente. Con un gruñido profundo y largo me pone una pata sobre el pecho y empieza a arrastrarla hacia abajo. Me perfora la piel.
Quiero gritar. Pero no lo haré. No, porque me mira con regocijo, expectante. Un sonido áspero y entrecortado brota de su garganta… ¿se está riendo? Se me filtra en la piel y me hace hervir la sangre.
Le lanzo un puñetazo con la derecha. Le acierto en la mandíbula y veo salir varios dientes volando en la oscuridad. Abro los dedos que sangran del golpe, pero ha bastado para distraer al lobo una fracción de segundo. Estiro las piernas y le doy una fuerte patada en la parte inferior del abdomen, un punto blando que le obliga a soltarme y a coger aire. Me incorporo tambaleante. Sólo queda un lobo sin herir.
Pero ahora ya no hay sólo uno.
Ante mí tengo a los cuatro lobos, incluidos los dos a los que les he clavado el hacha. Avanzan hacia mí balanceando los omóplatos. «¿Qué está pasando?» Están preparados para continuar.
Pero yo no sé si lo estoy. Me pongo una mano sobre el pecho para detener la hemorragia e intento encontrar con la vista el hacha y el cuchillo sin apartar la mirada de los lobos. Los lobos se están curando solos. No sé cómo. Son más fuertes, más fuertes que yo y más fuertes que la mayoría de los fenris. Endurezco la mirada, intento no dejar que el miedo que me invade por completo se refleje en mi cara. Yo sola no puedo con ellos.
Un cuchillo me pasa volando junto a la cabeza, pero no acierta al fenris más grande. Es el cuchillo de Rosie. Ella y Silas se acercan corriendo por detrás de mí, alarmados y confundidos. El cuchillo es el detonante de una avalancha de movimientos. Los fenris se lanzan sobre nosotros como una sola unidad. El lobo más joven, el que antes era un chico rubio, viene hacia mí, y los otros, hacia Rosie y Silas. Derribo al fenris dándole un puntapié en las patas traseras, por debajo de su cuerpo, lo que me da el tiempo justo para recoger el hacha. Abre la boca. Esta vez viene a por mi cabeza, mi rostro.
Espero hasta el último momento, cuando ya rodea mis mejillas con sus fauces, para levantar el hacha y voltearla. Se hunde en el cuello del lobo rubio con sonido de huesos rotos. Le ha partido la columna. El lobo cae al suelo, sufre un breve temblor y se disuelve en sombras que huyen corriendo bajo la luz de la luna.
Cuando me vuelvo hacia Rosie y Silas, veo que sólo queda un lobo, el más grande. Los dos están luchando con él, Rosie con el único cuchillo que le queda y Silas con la hoja del hacha. Se le habrá desprendido el mango en algún momento. Silas lanza un golpe al lobo, pero éste lo esquiva. El animal empieza a rodearlos y ellos se colocan espalda contra espalda, preparados para la segunda vuelta.
Recojo del suelo el cuchillo de Rosie. Sólo puedo lanzarlo una vez. Intento no coger aire pese al mareo. Con cada gesto siento que se me abre el pecho. No tengo la puntería de Rosie, pero, si nadie hace nada, el lobo acabará agotándonos. La mirada de Rosie se cruza un segundo con la mía y veo cómo coge la muñeca de Silas, preparada para apartarlo si el cuchillo se desvía hacia ellos.
La hoja cruza el aire en el momento en que el lobo se mueve, y en lugar de clavársele en la cabeza, le corta la oreja. Pero es suficiente: el fenris se da la vuelta con los ojos oscuros y muy abiertos, y Silas salta sobre él. Le hunde el hacha en la cabeza antes de que pueda reaccionar. Silas cae al suelo rebotado mientras la bestia se retuerce de dolor, las fauces abiertas y las garras manchadas con mi sangre. Las patas ceden bajo su cuerpo y finalmente estalla en sombras.
Silas suspira y deja caer la cabeza sobre el suelo. Rosie se echa a correr hacia mí arrancándose la capa. La presiona contra mi pecho para parar la hemorragia y me incorpora. Respiro a fondo mientras mi hermana me retira el pelo de la cara y le seca la sangre y el sudor.
—Hay que ir a casa —murmura.
—No volveremos a Ellison hasta que… —me ahogo. Tengo que calmar mi furia, porque, cada vez que se enciende, el dolor se multiplica.
—No digo a Ellison —me corta Rosie con tono suave—. Me refiero al apartamento. Oigo los pasos de Silas pero aún no controlo del todo mi cuerpo para levantar la vista hacia él. Rosie se pone en pie y los dos me ayudan a levantarme. Mareada, avanzo un paso, pero con el movimiento siento como si la piel del pecho se me desgarrara por la mitad. Aprieto los dientes, dispuesta a aguantar el dolor, pero Silas me aprieta el hombro con su mano.
—Deja que te lleve —pide tímidamente.
—Ya puedo sola —respondo, dominada por el orgullo.
—Ya lo sé, Lett —dice.
Quiero discutir, quiero suspirar, pero me limito a volverme hacia él y cerrar el ojo. Silas es fuerte: me levanta del suelo como si nada, y Rosie me da la mano.
No tardamos en llegar al apartamento. Silas se da la vuelta mientras Rosie me quita la camisa y me limpia las heridas con agua jabonosa. Parece que las cicatrices que ya tenía en el pecho han ido bien, porque sin ellas las garras del lobo hubieran penetrado mucho más. No hay cicatrices aún sobre mi corazón; la piel ahí sigue siendo suave y perfecta. Rosie venda los cuatro cortes profundos y luego me envuelve el cuerpo con gasa para mantener los vendajes en su sitio.
—Eran fuertes —digo, procurando que no se note lo mucho que me duele al hablar. Me recuesto en el sofá. Silas está sentado en una de las sillas de madera y Rosie, arrodillada junto a mi cintura.
—Más fuertes de lo normal —añade Silas—. Éramos tres, ellos sólo cuatro, y… —Sacude la cabeza—. ¿Crees que era simplemente un grupo especialmente fuerte?
—No. Hasta el más joven era fuerte. Los he atacado a todos a la vez; creía que los tenía, y entonces… —suspiro—. Hablaban del Potencial. Creo que es eso. Que eso los hace más fuertes, les hace concentrarse tanto. No pensaban atacarte, Rosie. Querían irse a buscar al Potencial en lugar de chicas. Se ve que ya habían perdido a este Potencial en concreto, y estaban… motivados.
—¿Quieres decir que… tenemos que dejarlo? —pregunta Rosie con voz sorprendida.
Niego con la cabeza.
—Hasta ahora siempre hemos hecho de cebo, pero esta vez no va a funcionar. Necesitamos un cebo mejor. Si queremos atraerlos, necesitamos al Potencial.
—Scarlett —empieza a decir Rosie con un tono que intenta ser consolador—, ya lo entiendo, pero sólo somos tres…
—¿Crees que no podemos? —la corto con brusquedad. El pecho me revienta de dolor—. Perdona, Rosie. —No se ofende. Ya ha sufrido mis ataques de rabia antes y ha aprendido a dejar que le resbalen los dardos vacíos—. Si lo encontramos, podremos atraerlos hacia nosotros. Podemos prepararnos para esta nueva fuerza y podemos hacer más daño a las manadas en su conjunto. Pero sólo tenemos otros veintiocho días. Luego volverán a la caza, a matar como siempre. Nosotros acabaremos con la serie de asesinatos, pero también acabará nuestra oportunidad de atraerlos sin hacer de cebo.
No hace falta que lo diga; ellos lo saben y yo lo sé. Sin el Potencial, yo no puedo hacer nada en esta ciudad. Puedo cazar algún fenris suelto o alguna manada que merodea por Ellison, pero aquí, que es donde está el verdadero peligro, ¿de qué sirvo? De nada. Necesito esto, necesito a ese hombre, sea quien sea, para marcar el cambio, para ser el cambio que quiero provocar en el mundo. Siento la súplica en mi cara, en la aspereza de mi garganta, temerosa de tener que implorarles que me ayuden.
Pero no lo haré. Por supuesto. Rosie me coge de la mano con suavidad. Tenemos el mismo corazón. Ella irá a donde yo vaya y yo iré a donde ella vaya. Silas la mira y también muestra su conformidad.
—Por supuesto, Lett. Estamos en esto juntos, los tres. ¿Qué puedo hacer para ayudar?
Suspiro aliviada y siento a punto de estallar en mi interior una mezcla de felicidad y de miedo.
—Para empezar, me puedes ayudar a averiguar cómo encontrar al Potencial.