Capítulo 33. Scarlett

Mi cuerpo no quiere moverse, protesta con cada respiración, con cada pequeño paso que doy hacia mi hermana y Silas. Rosie se ha quedado encogida en el suelo a su lado cuando él le ha impedido volver a acercarse. Tiene los ojos abiertos y humedecidos, le tiembla el cuerpo y hunde los dedos en la tierra como si quisiera agarrarse a algo que le ayudara a detener todo lo que da vueltas a su alrededor.

—Lo prometí —le respondo a Silas, aunque me lo digo más a mí misma que a él. Lo prometí. Se lo prometí a mi socio. Me salvó la vida; no puedo no cumplir con mi promesa. Silas se aparta de mi hermana lo mejor que puede y se me acerca. Rosie se ahoga en el llanto, como si con cada centímetro más de distancia entre ellos le resultara más difícil respirar. Avanzo otro paso hacia Silas, en busca de algún indicio de que ya ha cambiado, de que me tengo que mover mucho más rápido de lo que quiero. Pero sigue teniendo los mismos ojos vivaces y decididos.

Cuando me acerco lo bastante para ver las marcas del mordisco en detalle, se me revuelve el estómago. Las marcas de colmillos forman un semicírculo sobre su pecho y me escupen sangre mientras me llevo la mano libre a la boca. Esperaba que hubiera habido algún tipo de error, que no hubiera visto lo que creía haber visto. Pero no, le han mordido. Perderá su alma, y querrá devorar a mi hermana como un monstruo. No es Silas, o, por lo menos, no durante mucho tiempo.

—Silas… —Pronuncio su nombre con suavidad, como una plegaria.

Silas traga saliva.

—Lo siento mucho, Lett —responde.

—Tú me has salvado —murmuro gesticulante, con la garganta llena de sollozos no liberados.

—No tiene importancia —bromea, pero le tiembla la voz.

Aparto la mirada y cierro el ojo contra el caudal de lágrimas que empieza a caerme, esperando tener puntería pese a estos sollozos tan convulsivos. Cuando lo vuelvo a abrir, veo a Silas buscando algo en el bolsillo de su camisa. Saca una pequeña rosa de papel y la agarra con fuerza como si pudiera salvarlo.

—No sabía que yo… —intento hablar, pero la voz se me rompe y se niega a recomponerse. Silas me niega con la cabeza.

—Lo prometiste. No me mires. No soy más que otro lobo. Soy sólo un monstruo más.

Obedezco y vuelvo a cerrar el ojo con tanta fuerza que la mejilla se me inunda de lágrimas.

—No puedo —protesto por encima de los sollozos de Rosie.

—Sí puedes. Eres una cazadora, Lett. Yo soy un lobo —dice lentamente, instándome a que lo haga. Alzo mi hacha—. Venga, Lett. Hazlo —murmura, tan bajo que estoy segura de que Rosie no lo oye.

—Silas —suplico, agitando la cabeza.

—Hazlo.

—No…

—Mátame, Lett, antes de que cambie. No quiero que tú y Rosie me veáis transformado.

—Yo…

Vuelvo a detenerme, pero no por él, sino por el sonido de las horribles campanas mecánicas de la iglesia.

Una, dos… Hasta doce veces resuena el sonido metálico en el solar.

—Medianoche —susurro con frenesí.

—¿Qué? —dice Silas. Lo miro, se le arruga la cara en una mueca de preocupación.

—Medianoche —vuelvo a susurrar. Suelto el hacha, que cae en la tierra con un ruido pesado—. El reloj repicó una vez marcando el cuarto antes de que el lobo me inmovilizara. Hace diecinueve minutos que ha terminado todo, desde las once cuarenta y uno. No eres un lobo, Silas.

Silas aprieta los labios y cierra los ojos.

—Yo… —tartamudea, parece que sus labios son incapaces de formar palabras. En lugar de eso, me mira, con los ojos llenos de emoción. Me arrodillo y le cojo la mano. Quiero hablar, quiero asegurarle que está bien, pero me fallan las palabras. En cambio, nos miramos fijamente el uno al otro, con las manos entrelazadas. Hasta que oímos a Rosie coger aire, con un sonido agudo y herido. Me vuelvo hacia ella y veo su cara presionada contra el suelo, tapándose las orejas con las manos. Rosie no quería oírlo; no quería saber en qué momento lo mataba. Suelto las manos de Silas y gateo por el suelo hacia ella.

Le retiro las manos de las orejas, la abrazo y la levanto conmigo del suelo. Mantiene los ojos cerrados con fuerza, con lágrimas que le brotan por las comisuras y le recorren el rostro. Oigo a Silas que se levanta y da unos pasos inseguros hacia nosotras.

Rosie también lo oye.

Se le congela el cuerpo. Todo en ella se para al oír a Silas dando el último paso hacia. Abre los ojos y los dirige a mí, rojos y llenos de anhelo, como si quisiera que le confirmara lo que sospecha que sucede, que él está de pie justo detrás de ella. Le sonrío como puedo entre lágrimas, y Rose se da la vuelta.

Silas se arrodilla y ambos se lanzan el uno contra el otro, como si se necesitaran para mantenerse erguidos. Rosie ríe, llora y habla a la vez, pero no logro entenderla. Parece que Silas sí, porque asiente con la cabeza mientras se abrazan con tanta fuerza que es difícil saber dónde termina uno y empieza el otro.