Reconocería el menor sonido que saliera de boca de mi hermana entre un multitud de miles de personas. Así es como reconozco al abrir la puerta del edificio que ese mínimo y casi inaudible quejido que el viento nos trae a los oídos es de ella. Le hago una señal a Silas y corremos hasta el borde del solar abandonado, como si el espíritu de mi hermana nos estuviera guiando hacia ella. Miramos entre las hierbas y la valla metálica.
Está de espaldas, con los restos de su capa chamuscada ondeando al viento. Tiene las piernas, normalmente pálidas e hidratadas, cubiertas de ampollas de quemaduras, y lleva un pañuelo envolviéndole la cabeza, con el pelo enredado en su nudo y tapándole un ojo.
Se parece a mí.
Se me escapa un sonido de la garganta, algo entre una súplica y un grito de alegría porque, como mínimo, mi hermana está viva. El miedo queda atrás y el darme cuenta de que se debe de haber escapado ella sola me llena de orgullo, pero los fenris han empezado a rodearla y la están poniendo contra la valla detrás de la cual Silas y yo estamos agachados. No le tiemblan las manos, que es lo que normalmente le pasa cuando está nerviosa, y oigo cómo respira con lentitud, intentando centrarse. «Bien hecho, Rosie». ¿Acaso esperaba menos? ¡Es una cazadora!
El alfa da un paso hacia a mi hermana, con los ojos de color ocre intenso, ardiendo como llamas oscurecidas. Los otros lobos —no toda la manada, pero una docena por lo menos— se agrupan detrás de él, dando patadas en el suelo como los caballos de carreras que se preparan para correr ante las puertas de la salida. El perro de la casa de al lado aúlla furiosamente y se tira sobre la valla. Aparte del perro y de los lobos que respiran profundamente, la calle está en un silencio absoluto. Incluso las esquinas están vacías, como si los yonquis hubieran salido corriendo como los ciudadanos antes del enfrentamiento final en una película del Oeste.
—Lett —susurra Silas, poniéndose tenso. No es una advertencia, es una pregunta; Silas sabe que ya estoy tramando un plan en mi cabeza, como una bola de nieve yendo cuesta abajo.
—Volvemos a ser tres —musito, contando los lobos que se encuentran detrás del alfa.
—Podemos con ellos. Ya hemos luchado con una cantidad parecida anteriormente.
—A ti no te pueden morder. El alfa está con ellos, y te quiere a ti.
—Ya sabes que tienes que hacer si eso pasara —dice Silas con seriedad. Nos miramos a los ojos durante un instante, me coge de la mano y la aprieta. Al unísono, rompemos el momento y nos colamos por el punto donde se abre la valla.
En un solo movimiento, los ojos de los lobos apuntan hacia nosotros, como si fueran un único organismo. Salimos de entre las altas hierbas y corremos hasta mi hermana. Rosie nos dirige una débil sonrisa, entre la felicidad y el miedo.
—Lo siento, Scarlett —susurra—. Me asaltaron y me retuvieron presa, no sabía qué hacer, y no pensaba que vendrías, ni siquiera aunque supieras que me tenían atrapada…
Sus palabras me dejan helada. ¿Mi otra mitad de corazón pensaba que no iría a por ella? Me muerdo la lengua, por miedo de decir demasiado. Le paso a mi hermana el cinturón con los cuchillos de caza, que coge sin siquiera mirarme. Los dedos de Silas y de Rosie se buscan a tientas. El alfa inspira con ansia, mirando a Silas con tanto entusiasmo que casi se percibe en el aire. Los lobos huelen a humo y a gasóleo, tanto que me hacen llorar el ojo.
—Te han atrapado porque quieren a Silas, Rosie. Te cogieron como cebo para atraerle a él —intento explicarle.
—¿A Silas…? ¿Por qué…? —dice Rosie, con voz débil. No explico más, pero no hace falta; entiende lo que quiero decir. Intenta coger aire como si se fuera a desmayar, pero agarra a Silas de la mano y lo empuja hacia ella con actitud protectora.
—Lo siento, Rosie —murmura Silas contra su cabello—. Yo no…
—Es un error —dice Rosie apretando los dientes y negando con la cabeza—. ¡Tiene que ser un error! —Su rostro se ha vuelto blanco magnolia del miedo, pero sus ojos están furioso y nos piden a Silas o a mí que le confirmemos su esperanza de que todo es una equivocación. Que el hombre que ella necesita no es el mismo que los lobos necesitan.
Silas niega con la cabeza, y sus ojos están llenos de dolor, de pena y de amor; él también querría decirle que él no es el Potencial. Abre la boca, pero no le sale ningún sonido. Su silencio es más significativo que las palabras y cimientan los peores miedos de Rosie. Mi hermana permite que salga de su boca un solo ruido entrecortado y después agarra a Silas por la camisa. Inclina la cabeza hacia atrás y le besa con pasión, como si su boca contuviera el oxígeno que necesita para sobrevivir. Él la abraza muy fuerte, como si se estuvieran aguantando el uno al otro sobre la Tierra. No sé quién sujeta a quién.
Por culpa de Silas la han tenido presa. Por culpa de Silas casi muere. La rabia que se había ido acumulando en mí contra Silas era tan imparable y poderosa hace sólo unos minutos… El pensamiento secreto de que, si Silas muere, Rosie estaría a salvo. Volvería a ser una cazadora. Volveríamos a estar juntas, como estábamos antes de que ella lo quisiera.
Pero viéndolos besarse, mi rabia se vuelve hacia la manada de lobos que tenemos delante. ¿Cómo se atreven a intentar apartarlo de Rosie? ¿Cómo se atreven a intentar convertirla en algo como yo? Aprieto los dientes y vuelvo a centrarme en la manada. Mi hermana se merece a Silas. Se merece que la quieran, incluso aunque yo no pueda tener eso. No permitiré que lo separen de ella.
—Lo único que tienes que hacer es no dejar que le toquen, Rosie —digo con firmeza, interrumpiendo su beso. Respiro profundamente para reprimir el deseo de destrozar a los fenris por haberme destrozado.
Rosie suspira y se aleja de Silas, con los dientes apretados y una mirada de acero, como si hubiera dejado para más tarde el dolor del momento.
—De ninguna de las maneras —responde con fiereza.
Oigo a mi izquierda el crujir del alfa que se transforma en un lobo enorme, gigantesco incluso para un fenris. Nos ignora a mi hermana y a mí y se dirige hacia Silas relamiéndose con ansia los labios negros. ¡El alfa, el objetivo de todo esto, la razón por la que vine a esta ciudad, está tan cerca…!
En realidad es muy simple. Vine a matar al alfa. Y eso es lo que haré.
—Adelante —susurro. Al oírme, los lobos yerguen las orejas, pero no reaccionan a mis palabras antes que Silas, Rosie y yo. Me pongo de un salto delante de Silas, interponiéndome entre el alfa y él.
El alfa me arroja a un lado como si fuera una muñeca de trapo. Comienza el reventar de venas, los aullidos de los lobos, las nubes de polvo. Me pongo en pie de un salto en el momento en que el alfa salta hacia Silas. El hacha se me enreda en la capa y cuando se la clavo en la ijada aún está envuelta en ella. La hoja corta un trozo de tela y se hunde en las costillas del alfa, pero éste ignora la herida y no aparta su mirada obsesiva de Silas. Rosie pasa corriendo por mi lado y oigo volar sus cuchillos. Hay demasiados lobos; con los cuchillos lanzados, se habrá quedado desarmada.
—¡Rosie! —grito al aire. Se vuelve justo cuando le lanzó mi cuchillo de caza. El arma aterriza de lleno en la palma de su mano, y ella se vuelve otra vez y lo arroja contra uno de los fenris. Giro sobre mis pies y vuelvo al ataque cuando ya tengo el aliento de un lobo sobre la cara y sus colmillos rozando mi oreja. Silas corre de un lado a otro, esquivando las fauces de los lobos y blandiendo el hacha con más fuerza de la que jamás hubiera podido imaginar.
Se le acerca un lobo por el otro lado, pero Rosie lo mata; y después otro… ¿había sólo doce de verdad? Ahora parece que son muchos más. Miro a mi izquierda y veo al alfa abalanzándose sobre Silas otra vez. Salto entrometiéndome en su camino y preparándome para el golpe que me va asestar, y cargo contra su pecho. Como lo he cogido desprevenido, se aleja dando tumbos. Vuelvo a ir a la carga, pero él evita los hachazos en el último momento. Me agacho cuando salta hacia mí y le clavo una patada ascendente en el punto débil de la entrepierna; sale volando por los aires y se cae de espaldas. Corro hacia él, pensando que me dará tiempo a matarlo, pero no: los lobos están rodeando a Silas y a Rosie, acorralándolos, inmovilizándolos entre sus cuerpos. Rosie lucha con valentía; la capa se desdibuja a su alrededor mientras hunde sus cuchillos en cualquier trozo de carne de lobo que encuentra. Eso mantiene a los animales lo suficientemente alejados para no poder tocar a Silas.
Pero son muchos. Rosie está de pie delante de Silas, con los cuchillos listos y los ojos clavados en los fenris. Hay miedo, sí, pero hay algo más, algo que me dice que mi hermana moriría antes de permitir que un lobo se interpusiera en su amor.
Ese algo me recuerda a mí, de pie delante de ella, hace siete años. Sin embargo, yo no puedo permitir que Rosie se convierta en lo que yo me he convertido. Rosie, no. No será suya.
Mi hermana es la prioridad, y por eso corro hacia el hombre que ama. Blando el hacha, la lanzo en el aire y rebano la columna del lobo que está más cerca del leñador. Es lo suficiente como para distraer al grupo, y Silas mata a otro mientras los demás reordenan el círculo a su alrededor. El alfa se abalanza hacia el grupo, pero yo le corto el paso.
—No estás más que retrasando lo inevitable —dice el lobo, riendo con lo que es medio aullido medio voz, y su cara se transforma en un poco más humana por el hecho de haber hablado.
—Tanto como sea posible —respondo sin aire.
—No te metas en los asuntos de lobos, niña —dice con brusquedad.
Niego con la cabeza y me relamo.
—No puedo evitarlo. De veras que no.
Se abalanza sobre mí.