—¿Estás listo? —le pregunto a Silas—. Falta una hora para que vayamos a hacer el cambio. Tendremos que irnos en breve.
—¿Listo para perder a Rosie y probablemente mi alma? —Silas niega con la cabeza y consigue esbozar una sonrisa sin entusiasmo—. No del todo.
—Pero ¿lo estás o no? —le pregunto con seriedad.
Silas se pone en pie.
—Estoy listo.
Coge el arma, se ata los cuchillos de caza en la cintura. Yo afilo la hoja del hacha, me paso la capa por la cabeza y cojo el cinturón de los cuchillos de caza de Rosie por si acaso. Uno de los tres necesitará dos cuchillos extra. Espero que sea Rosie.
Saldrá viva de esto. Mi hermana es la prioridad. Salvaré a Silas, lucharé por Silas, pero, si tengo que hacerlo, cogeré a mi hermana y me iré. Tengo que protegerla. No se lo digo a Silas, pero estoy segura de que lo sabe; estoy segura de que me diría que mis prioridades están en el orden correcto. Los socios se conocen así de bien. Con todo, hay un lado malvado de mí que todavía está furioso con él. Si él no la amara, no se la habrían llevado. Si ella no lo amara, podría haberse concentrado en detener a los lobos en lugar de suspirar por Silas.
Si Rosie fuera como yo, estaría a salvo.
Si la condujera la misma obsesión, la misma necesidad de vengar la muerte de Oma March y un cuerpo lleno de cicatrices, el mismo impulso de detener a los lobos a cualquier precio, estaría a salvo.
¿Podría la muerte de Silas hacer que Rosie se centrara? Si se lo quitan, ¿se convertiría la caza en su pasión como lo es para mí?
Seguramente. Por un instante me permito imaginarnos a Rosie y a mí cazando juntas sin Silas. Mi hermana y yo, codo con codo, guiadas por un mismo interés, sin distracción alguna e imparables. Un destello de deseos cruza por mi mente.
Sacudo la cabeza. «Céntrate, Scarlett —me digo a mí misma cuando siento llenarse la boca de culpabilidad, ocultando el sabor de la rabia en la lengua—. Olvida eso. Salvar a Rosie es prioritario, no tú rabia, no Silas, ni la venganza contra la manada de los Flechas, ni el Potencial. Es Rosie».
Bajamos la escalera, intentando disimular el temblor de nuestras manos por los nervios y el miedo. Abro la puerta de golpe, con la esperanza de aparentar estar más segura de mí misma de lo que realmente me siento, y partimos en la noche.