—Es mi culpa —murmura Silas rompiendo el silencio que nos ahoga como una soga. No contesto porque creo que podría estar de acuerdo con él. Las campanas de la iglesia repican nueve veces por la mañana. Hemos estado despiertos toda la noche.
No ha habido mucho que comentar ni mucho que planear. Sólo una sensación de espera eterna. Siento el cuerpo partido en dos y estirado en dos direcciones opuestas: una mitad, la de la cazadora, me pide que espere hasta que llegue el momento de atacar. La otra mitad, la mitad que también es la mitad del corazón de Rosie, me pide que vaya a por ella inmediatamente, que me lance contra cuantos monstruos se pongan por delante para salvarla. ¿Dónde estará ahora? ¿Tendrá frío? Por alguna razón me preocupa muchísimo que tenga frío. Espero que tenga algo para abrigarse.
—Scarlett, prométeme una cosa —empieza a decir Silas, despacio. Se incorpora en el sofá, mirándome a los ojos mientras yo me apoyo en la pared de enfrente. Balanceo el pie hacia delante y hacia atrás para que Screwtape pueda jugar a atrapar los lazos del zapato.
—Claro —musito.
—Si… si los fenris me cogen… puedo perder mi alma, me puedo convertir en eso. Pase lo que pase con Rosie, si me cogen… —Baja la mirada, después me vuelve a mirar y traga saliva.
Entorno el ojo.
—¿Me estás pidiendo que te mate, Silas?
Asiente despacio.
—Y se lo… ¿Se lo explicarás a mis hermanos y hermanas? Diles que siento haberme quedado con la casa y que siento no haber vuelto a verlos. —Aparta la mirada.
—¿Y Pa Reynolds? —le pregunto en voz baja.
—No. —Silas niega con la cabeza—. No se lo digas. Deja que se olvide de mí. Y también… que si tienes que hacerlo… hazlo rápido…
Respiro profundamente. ¿Sería capaz de hacerlo?
—Por supuesto, Silas, lo prometo.
—Bien —dice Silas—. Bien.
Se vuelve a hundir en el sofá, como una persona enferma que no se puede mover con mucha agilidad. Permanecemos sentados en silencio otro momento. Me resuena el estómago, pero no quiero comer nada. ¿Cómo podría comer algo cuando mi hermana está retenida como rehén?
—¿Crees que debe de estar pasando frío? —pregunta Silas entre dientes, cruzándose de brazos. Le lanzo una veloz mirada con el ojo.
—¿Qué?
Gira la cabeza hacia mí.
—Sólo… me pregunto si debe de estar pasando frío. Suspiro.
—Ya. Yo también.