—No sé jugar a los bolos.
—¡Ya ves! ¡Como si fuera un problema… Será porque este sitio parece muy «profesional»! —me pincha Silas con cara de sorna.
La bolera, Shamrock Lanes, está iluminada con lámparas amarillas un poco oscuras y brillantes luces de neón rosas y verdes. El suelo está cubierto por una moqueta de estampado de leopardo cutre y descolorida, en algunas partes raída hasta el cemento de debajo, y todo el mundo que trabaja en el lugar parece llevar bigote. Hasta las mujeres.
Hay grandes jarras de cerveza en las mesas de todas las pistas, y el estruendo de las bolas rodando y los bolos entrechocándose es ensordecedor. Percibo algunas extrañas miradas de chicas con melenas de rubio oxigenado hortera. Miro furiosa a Silas y me ajusto el parche del ojo.
—Pasa de ellas, Lett —dice cariñosamente.
—Me dan igual —contesto con brusquedad. Lo que no me da igual es que deberíamos estar cazando—. Pero, por millones de veces que lo diga, no creo que lo convenza.
Doy la espalda a las idiotas que no dejan de mirarme.
Rosie parece estar encantada, y las luces rosas contribuyen a que sus mejillas encendidas parezcan aún más vivas, más atractivas. Últimamente no se parece a mí en nada. Hasta hace poco, siempre había pensado que Rosie es como yo hubiera sido si no me hubieran atacado, aparte de una peca o dos. Ahora no lo tengo tan claro. Yo nunca me sonrojaría. ¿Podría mi rostro tener alguna vez una expresión tan animada? Sus músculos no son tan flexibles como los míos; sus ojos no se mueven rápido para controlar cada uno de los sonidos y movimientos del lugar.
Silas reparte pares de zapatos rojos y negros con las suelas despegadas. Rosie coge los suyos y camina hacia nuestra pista, la quince. Echo un vistazo por encima del hombro de Silas cuando abre la cartera.
—Tienes dinero —comento.
—Tengo algo de dinero. Lo suficiente como para jugar a bolos.
—Más del que tenemos nosotras —me quejo inútilmente. Cuando iba a volverme, algo dentro de la cartera me llama la atención. Algo de color rosa pálido y fuera de lugar.
—¿Qué es eso? —le pregunto, y antes de que pueda contestame, extraigo el trozo de papel de la cartera. Es una rosa de papel, no del todo simétrica y con pliegues un poco redondeados.
—Es una flor —responde quitándole importancia mientras el empleado le devuelve un puñado de cambio. Me saca la flor de papel de las manos y la vuelve a guardar en la cartera.
—Cuéntame de esa flor —le pido mientras andamos hacia mi hermana.
Silas sonríe abiertamente, y su expresión se torna inusualmente ñoña.
—Es un regalo de una amiga.
—Ah, de una amiga —me burlo y le doy un cachete con mis zapatos de jugar a bolos—. Hace sólo unas semanas que has regresado de San Francisco, ¿y ya has vuelto a las andadas mujeriegas?
—¡No! De veras. Es una amiga —dice lentamente. No presiono con el tema. Silas y yo siempre nos hemos contado el uno al otro casi todo, pero su colección de novias es un tema aparte. No estoy segura de si es que le da vergüenza contármelo o si sabe que no quiero saber nada de las miles de chicas guapas y perfectas a las que desea. «Tiene que ser bonito— pienso —tener suficiente tiempo para ambas cosas, cazar y enamorase».
Rosie está picando en un teclado cuando nos unimos a ella, introduciendo LET, ROS y SIL en la pantalla de puntuación. Miro con complicidad a Silas y me escurro en un asiento de plástico color turquesa claro junto a mi hermana. Nuestra pista se encuentra entre varios cuarentones felices y borrachos y un grupo de chicos más jóvenes. Intento evitar los ojos de ambos grupos, cosa nada difícil dado la sobrecarga sensorial que caracteriza la bolera Shamrock Lanes.
En el extremo contrario de la bolera hay un grupo de música que toca versiones, formado por unos modernitos de edad avanzada. Tocan una versión bastante dudosa de alguna canción de los ochenta justo cuando Rosie y Silas escogen las bolas. Suspiro y me levanto para coger una también.
—¿Quién va primero? —pregunto.
—Silas —dice Rosie, resplandeciente. Hasta a mí me cuesta no estar alegre, estando rodeada por las dos personas más cercanas de mi vida, incluso en un lugar mugriento que apesta a cigarrillos.
Silas camina de forma bobalicona hacia la pista y arroja la bola de color verde lima que rueda directamente hacia la cuneta. Después va Rosie y, finalmente, yo. Consigo derrumbar tres bolos y se lo tiro en cara a Silas. Se pide una cerveza y se la bebe entre bolas tiradas a la cuneta, y todos nosotros —la bolera entera— intenta cantar con el grupo cuando aparecen las letras de las canciones en las pantallas de televisión. Me parece que es la primera vez en siglos que no pienso en cazar, como si las luces rosas intermitentes hubieran asustado mis pensamientos y los hubieran mandado al fondo de mi mente, donde permanecen siempre presentes pero silenciosos.
—¿Te lo estás pasando bien? —me pregunta Rosie con una mirada preocupada. Últimamente me lanza muchas miradas de este tipo.
Sonrío pese a lo que pienso.
—Sí, me lo estoy pasando bien. Pero no se lo comentes a Silas. Se hincharía como un pavo.
—Demasiado tarde para eso. Acabo de conseguir un semipleno, chicas —interrumpe Silas con una sonrisa algo alcoholizada.
—Yo puedo superar eso —contesta Rosie. Le saca la lengua y se acerca hacia la barra que devuelve las pelotas. Los chicos jóvenes de la pista de al lado gritan entre risas cuando uno columpia la bola entre sus piernas y la lanza despacio haciéndola girar sobre la madera. Algunos observan a mi hermana. Uno en particular es más alto que el resto; los cabellos color castaño oscuro le caen sobre los ojos, y tiene una constitución un tanto esbelta. Dicho de forma simple, diría que es atractivo, a pesar del parpadeo de las luces y los molestos sonidos. Me siento celosa y a la vez protectora cuando el chico alto mira entre Silas y Rosie. Supongo que intenta averiguar si tiene alguna posibilidad con mi hermana. Fuerzo una vil sonrisa al chico y miro de reojo para ver mejor a sus compañeros. Son todos bastante atractivos, con modernos cortes de pelo a lo estrellas de rock y ropas rotas con estilo.
Espera. Mi corazón se dispara mientras me levanto y me dirijo a la pista para jugar mi turno. ¿Acabo de ver lo que creo que acabo de ver? Cierro el ojo un instante e intento sacarme de encima las luces intermitentes mientras me acerco a la pista y Rosie me anima desde los asientos verde turquesa. Uno de los chicos jóvenes —el más alto— se levanta para lanzar la bola prácticamente en el mismo instante. Sujeto la bola, esperándolo, y los sonidos de la bolera desaparecen. La mente se me despeja, entorno el ojo, las luces parpadeantes pierden intensidad. El chico extiende el brazo y lanza la bola directa hacia los bolos. Entonces la veo: una clara y precisa flecha negra, que cubre una campana negra descolorida. Casi tan pronto como la he visto, vuelve a desaparecer, escondida bajo una gruesa manga.
—¡Lánzala ya, Lett! —grita Silas mientras los sonidos de la bolera vuelven a definirse. Tiro la bola sin entusiasmo por la pista y me vuelvo hacia mi hermana y Silas sin siquiera mirar si he acertado algo.
No hace falta que lo diga. Ven mi expresión y sus rostros languidecen. Hago ver que miro hacia el bar mientras estudio a cada uno de los chicos. Todos ellos son fenris. Algunos de ellos llevan mangas largas, de manera que no puedo ver los símbolos de la manada, pero lo sé. ¡Qué estúpida he sido! Las luces y el ruido me han distraído. Hemos estado sentados al lado de lobos todo este tiempo.
—Lobos —vocalizo a Silas y a Rosie mientras me siento. Silas aprieta los dientes y asiente sin mirar a los fenris; los ojos de Rosie se entrecruzan en su camino. Ella sonríe con dulzura; supongo que alguno de ellos ha interceptado su mirada por un instante.
Silas y Rosie se miran el uno al otro e intercambian una mirada triste. Una mirada privada. Querían pasárselo bien esta noche y creen que yo eso no lo concibo. Pero nuestro cometido es lo primero.
—Llévalos al aparcamiento. Os esperaré allí —dice Silas rapidamente. Se levanta y se saca los zapatos de jugar a bolos, haciendo muchos aspavientos, después corre por la moqueta de leopardo y sale por la puerta. El fenris alto ve salir a Silas y después nos lanza una mirada fortuita a mi hermana y a mí; observa todos los movimientos, esperando, deseando. Lanzo una indirecta con el ojo a Rosie.
—¿Yo? —me pregunta. ¿Qué? ¿Cree que seré yo la que me insinúe, ahora que me han visto con el demente parche en el ojo y la gigantesca cicatriz? ¡Seguro! Como no respondo, Rosie acepta y se levanta. Inspira como una actriz que empieza a concentrarse; después sonríe, se toca el pelo y corre sobre los dedos de los pies hacia la bola rosa. Se agacha para lanzarla, arqueando la espalda de manera que sus curvas quedan silueteadas por las luces verdes de neón con forma de trébol. Los fenris la observan con lujuria. Los celos me revuelven las tripas de nuevo, pero los reprimo.
—Buen tiro —dice el alto, dirigiendo un gesto de la cabeza a Rosie mientras vuelve a su asiento. Me levanto para jugar mi bola pero intento escuchar lo que Rosie dice al fenris.
—¿Venís por aquí a menudo? —pregunta.
—Lo suficiente —responde el fenris, cuya voz es tenaz y a su vez, melódica. Nadie sospecharía nunca que es peligroso.
»¿Vienes tú a menudo por aquí? —repite la pregunta de mi hermana, flexionando el bíceps para mostrar un tatuaje de un alambre espinoso.
—No… Es mi primera vez.
—Es virgen —bromea el fenris y el resto se ríe con disimulo. Parece ser el líder de este pequeño grupo, pero, por alguna razón, sé que no es un alfa. Rosie sonríe con timidez.
»¿Cuántos años tienes, cariño? —pregunta, lanzando una blanca sonrisa. Esos dientes planean desgarrarla en sólo unos minutos.
—Dieciséis.
—¡Lo bastante mayor como para conducir! ¿Sabes?, tengo un bonito coche justo fuera. Un descapotable recién estrenado, de color rojo intenso.
—Oye, tío —le susurra otro fenris—, ya sabes que esta noche se supone que no…
—Tío, vete a jugar; te toca —dice de forma despectiva el fenris del alambre espinoso.
Algunos se vuelven para observar a un grupo de chicas adolescentes que pasan por ahí.
—Y tú, ¿cuántos años tienes? —pregunta Rosie rápidamente, en un intento de obtener de nuevo su atención. Se arrellana en el asiento y se toquetea el pelo con los dedos de forma juguetona.
—Veintiocho —responde con una sonrisita, metiendo las manos en los bolsillos. Para disimular la transformación, creo. Sus ojos son tan afables, están tan llenos de bondad… Es asqueroso.
—¿No eres un poco mayor como para querer enseñarme tu coche? —pregunta Rosie, levantando una ceja. El fenris sonríe con avidez.
—No soy demasiado mayor para hacer pasar un buen rato a una chica. Que tenga veintiocho años sólo significa que tengo más… experiencia.
Veintiocho. Supongo que tendrá más experiencia; ojalá hubiera una manera para detectar durante cuánto tiempo un fenris ha sido un lobo, en lugar de sólo la edad en la que hizo el cambio. Veintiocho no me dice mucho; como tampoco los catorce o cuarenta y nueve. Los números corren por mi cabeza como si los pinchara en un tablero de puntuación. «Veintiocho. Catorce. Cuarenta y nueve». Siete años. Todos hicieron el cambio en un año múltiple de siete.
—Lo tengo, lo tengo —susurro. Me retumba el corazón y mis labios no pueden impedir una sonrisa. Rosie me mira con expresión inquisitiva y yo me inclino para acercarme más a ella.
Las edades siempre son múltiples de siete —digo en voz baja—. Los Potenciales sólo pueden hacer el cambio cuando cumplen años múltiples de siete, entre las fases de luna llena. —Hago una pausa, a punto de entenderlo, y después recuerdo un detalle del obituario de Joseph Woodlief. «Después de los cumpleaños. Es la fase de luna llena después de los cumpleaños. Joseph acababa de cumplir los catorce. Eso es lo que lleva a que pasen a ser de un chico normal a un Potencial, porque acaban de cumplir la edad adecuada. Eso es».
Rosie asiente de forma casi inadvertida y le pillo una mirada de asombro que brilla en sus ojos, que las luces ultravioletas casi tapan por completo.
—¿Quieres ver el coche? —pregunta el fenris del tatuaje del alambre espinoso, señalando con la cabeza hacia la puerta de la bolera. Rosie sonríe con timidez y se encoge de hombros. «Sí, Rosie, sí, haz que te desee». Siento cierta calidez en el corazón, una energía que no había sentido desde que dejamos Ellison. Estamos un paso más cerca de encontrar al Potencial y tenemos una manada de fenris a nuestro alcance. Volvemos a ser cazadoras.
—Venga ya, tío, no deberíamos estar… —dice otro fenris al primero. Una camarera sirve otra jarra de cerveza a la mesa de los lobos, pero todos están mirando a Rosie. Algunos se meten las manos en los bolsillos; estoy segura de que es para esconder las garras que están empezando a salirles.
—Venga —insiste el fenris del alambre espinoso, con voz seductora.
—Vale. Un momento sólo. Y mi hermana vendrá también. Ya sabes, para protegerme de vosotros —dice con una risita.
Rosie lo está haciendo de manera impecable. Ignoro al fenris que se mofa al mirarme, por el parche del ojo y lo demás.
—Por supuesto —responde en un tono forzado; después le tiende el brazo. Rosie le acepta el brazo, saca pecho y se arregla el pelo. Les sigo y el resto de la manada me sigue a mí. Uno se para a decirle a la encargada que no reanude el juego de nuestras pistas. Querrán jugar unas partidas más después del festín con nosotras, supongo.
El fenris se lleva a mi hermana más allá de las máquinas de los chicles y de los juegos, más allá de unos chicos adolescentes flacuchos que, al pasar nosotros, intentan esconder los porros que están fumando. Nos viene encima un aire fresco cuando el fenris abre la puerta de la bolera de par en par. No veo a Silas, pero estoy segura de que está aquí, mirando. La manada me ignora, apiñándose detrás de mi hermana mientras el lobo del alambre espinoso charla sobre potencia de caballos y motores de coches. Señala un punto delante de él.
Y después se paraliza. El resto de los fenris también se detienen de inmediato, y algunos inclinan la cabeza hacia abajo como perros regañados. No es que el coche que el lobo del alambre espinoso estaba señalando no sea impresionante; es de un color rojo brillante, como una stripper en un aparcamiento lleno de monjas beiges y grises. No es el coche.
Es el fenris que hay delante de él.
El monstruo tiene forma humana, pero tiene unos ojos más fríos y más parecidos a los de un lobo que cualquier fenris que haya visto nunca. Viste una camisa de cuello abotonado, pero que apenas esconde sus bíceps o las sombras de los tatuajes que lleva en el pecho. Tiene el mentón cuadrado y firme y, a pesar de estar total y fatalmente inmóvil, irradia furia. Levanta la cabeza hacia el fenris del alambre espinoso y sonríe con una mueca cruel y sádica. Está apoyado en el coche, y desde aquí le puedo ver la marca en la muñeca: una flecha. Una flecha con una corona alrededor. Es el alfa de la manada Flecha.
—Parece que esta noche estamos de fiesta —dice tocándose las uñas con el pulgar de manera despreocupada.
La manada tiembla. Son monstruos, y están muertos de miedo. Me acerco hacia mi hermana, y su miedo es casi perceptible en los lobos que están de pie a nuestro lado. «No te asustes, Rosie. Estoy aquí». Aprieto con fuerza el hacha y consigo alcanzar también el cuchillo de caza. «Silas está aquí. Somos cazadores, te protegeré». ¿Es terrible que de repente sienta algo semejante al alivio en medio de esta situación? ¿El ser capaz de proteger a mi hermana me hace sentir útil, casi normal otra vez?
—Sólo un descanso. Después volveremos a buscarlo —dice rápidamente el fenris del alambre espinoso, asintiendo con la cabeza como si eso le ayudara a demostrarse que tiene razón. Un grupo de adolescentes normales sale de la bolera. Se vuelven de forma brusca y se quedan en silencio cuando nos ven; después se apresuran hacia los coches sin muchas despedidas. Incluso ellos perciben que hay algo en el ambiente que no está bien.
El alfa sonríe, y es verdaderamente aterrador.
—Vale. Vale. Es que, a mi modo de ver, parece que estáis teniendo una noche loca. Cerveza, bolos, chicas encantadoras —dice, repasando a Rosie de arriba abajo. Siento cómo ella se estremece incluso desde la distancia, y no sé si es sincero o si forma parte de la actuación—. Mirad, ya sé que sois nuevos en la manada de los Flechas, pero estoy seguro de que, incluso en los Campanas, las órdenes eran órdenes.
—Oye… ¿Es tu hermano o algo así? —pregunta Rosie con voz dócil. «Buen trabajo, Rosie; sigue hablando. Sigue hablando hasta que sepa cómo luchar contra el líder de una manada en su campo y con sus lobos apoyándole».
—Algo así —dice el alfa—. Te estaba enseñando el coche, ¿verdad? —Rosie asiente—. ¿Por qué no te acercas y me dejas a mí que te enseñe esta preciosidad?
Rosie y yo temblamos a la par. Ella no puede luchar contra el alfa. No puede con él. Doy un traspiés hacia delante, desesperada por correr hacia mi hermana, aun a sabiendas de que probablemente yo tampoco puedo con él. De todos modos, tampoco conseguiría derrotarlos a todos. Me sujetarían el tiempo suficiente como para hacerle daño a Rosie. Para que yo viera cómo la mata… «Respira, Scarlett, respira». Rosie se demora un instante, como si quisiera quedarse con el fenris menos malvado. Podría acertar al alfa con el hacha, quizá, con un tiro bien dirigido… Pero Rosie está justo allí; la tiene sujeta de la mano, y podría darle a ella. Yo…
El alfa conduce a Rosie hacia el coche como un padre orgulloso. La manada se desplaza, esperando una orden. El fenris del alambre espinoso retrocede con el resto.
—Toda la pintura customizada, por supuesto. ¿Quieres ir a dar una vuelta? Puedo llevarte por la ciudad, cariño. ¿Necesitas ir a la lavandería? ¿A comprar alguna cosa? ¿Alcohol? —dice el alfa con una sonrisa malvada. Da un paso hacia Rosie, y es tan alto que mi hermana tiene que mirar prácticamente en vertical para encontrar sus ojos. Puedo ver cómo le tiemblan las manos. Aún peor, puedo ver cómo el alfa está disfrutando de su miedo.
—No, la verdad es que no necesito nada. Esta mañana he ido al Kroger —responde Rosie. Esa es su voz, no la del personaje, y está intentando no echarse a llorar. Busca mi ojo entre la manada, pero justo antes de que me haya encontrado, el alfa alza la mano y le gira la cabeza hacia él, con las uñas largas y amarillentas, los ojos chispeantes color ocre a la luz de la luna.
—Venga, vamos. No seas mal educada —dice en un leve susurro. En torno al cuello le empiezan a brotar mechones de pelo fino y enjuto.
Mi ojo percibe un movimiento veloz cercano. No veo quién es, pero hay algo que reconozco en el movimiento. Sí, es Silas. Bien. Tres contra… seis. Todavía.
—Es que… no me gusta meterme en coches con desconocidos —tartamudea Rosie. El alfa cierra los ojos, como si estuviera bebiendo de su terror. La furia empieza a sustituir la preocupación en mi corazón, empieza a llenar de fuerza mi pecho. «Venga, Rosie, tú eres la que tiene que mover pieza». Veo que Rosie se cruza de brazos en un gesto de nerviosismo.
—Entonces deberíamos conocernos mejor —dice el fenris, y su voz se disuelve en un aullido estremecedor. Un ruido abrupto y crujiente rompe en la silenciosa noche cuando su columna da una sacudida hacia delante, su nariz se alarga y abre la boca goteante en otro profundo y salvaje aullido. El lobo se abalanza sobre Rosie, con unas manos todavía medio humanas que la agarran de la camisa.
Pero mi hermana es más rápida. Se saca un cuchillo de la manga y lo lanza al abdomen del alfa de una forma tan hábil como un artista con un pincel. El alfa da un brinco hacia atrás, y los últimos vestigios de humanidad desaparecen mientras retrocede para ver qué le ha hecho Rosie. Al ver el hilo de sangre espesa que se le empieza a acumular sobre el pelo, los labios se le vuelven a curvar en una sonrisa malévola. Parpadea hacia el resto de la manada, y éstos caen de rodillas y doblan su columna en un gran crujido. Saco mis armas; parece que todavía no se han dado cuenta de que me encuentro detrás de ellos.
Rosie lanza el segundo cuchillo y apunta al blanco. Sale de su mano en un efecto giratorio como una estrella, directo al pecho del alfa. Pero este alfa lo desvía de un golpe con facilidad. Alza una mano ya con garras hacia mi hermana y siento un grito que estalla en mi garganta, al haber reconocido el movimiento de hace siete años. El golpe le arrancará el ojo a mi hermana. Cruzo corriendo entre los fenris que todavía se están transformando, golpeando con el hacha como si estuviera talando árboles. Los ojos de Rosie se abren de par en par aterrorizados cuando las garras del alfa empiezan a descender. Aprieto los dientes y fuerzo el cuerpo hacia delante, ignorando ahora el resto de los lobos, desesperada por alcanzarla.
Un grito brutal, del todo humano pero tan feroz como el de cualquier aullido de un fenris, resuena en el aparcamiento. Giro la cabeza para ver de dónde proviene: Silas corre hacia Rosie, con los cuchillos de caza en una mano y el hacha en lo alto de la otra. Los ojos le brillan como el fuego del infierno. Lanza un golpe contundente justo en el momento en que las garras del alfa están a punto de alcanzar el rostro de Rosie, y aparta al monstruo del medio.
Lo que significa que me toca. El miedo y la furia se desvanecen y tengo total seguridad en mí misma. Blando el hacha en el aire y vuelvo hacia la manada. Todos se han transformado y avanzan muy agachados, chasqueando las mandíbulas como si fueran trampas para osos. Arremeto contra ellos. El hacha toca la quijada de uno de los fenris más cercanos y oigo cómo la rompe. El resto salta hacia mí en un único y rápido movimiento, pero yo me vuelvo a uno y otro lado, de manera salvaje, dando hachazos por doquier. El alfa aúlla detrás de mí, pero no miro atrás. No puedo mirar atrás.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Ya tenemos lo que necesitamos! —gruñe el alfa desesperadamente.
Es el líder de los Flechas… Seguro que no se asusta tan fácilmente. Pero ¿qué más da? Mientras muera…
Salto en el aire, aterrizando con contundencia sobre la columna de un fenris. Esquivo a otro fenris que salta a mi cuello y hundo el hacha en el que está bajo mis pies. Se transforma casi instantáneamente en sombras, lo que me hace descender lo suficiente como para que algunos más vuelen por encima de mi cabeza. Cuando me vuelvo, encuentro las fauces de uno cerrándose sobre mi cara, pero de golpe retrocede de una sacudida. Cuando se cae, veo a mi hermana de pie detrás de él. Recoge el cuchillo que se queda en el suelo cuando el lobo se convierte en sombra.
Se vuelve a escuchar un aullido profundo. Es el alfa, por alguna razón estoy segura de que es él. Me doy la vuelta hacia atrás y empuño el cuchillo de caza, pero me sorprende ver a los tres fenris que quedan echando marcha atrás. Tienen las cabezas bajas y gruñen, profundamente, gruñidos como truenos que retumban en mis huesos. El alfa vuelve a aullar, y me doy cuenta en ese instante de que el aullido se encuentra a mucha distancia, que es sólo un eco. Uno de los fenris me lanza un mordisco, se vuelve y sale disparado. «Por favor, ¡otra vez no!» Me abalanzo hacia delante, pero los otros fenris le siguen. Mis pies golpean con fuerza el pavimento, y esquivo por poco unos coches cuando cruzo la calle corriendo tras ellos, con la capa balanceándose contra mi espalda.
Los fenris son más rápidos, más rápidos que yo. Ahora ya son sólo puntos en el horizonte. «¡No, no…!» Pero sí. Desaparecen en el bosque. Los sigo, pero al final mis pies aflojan la velocidad hasta parar. Los pulmones me arden cuando me doy la vuelta, sin aliento. ¡Mierda! Tenía hasta el alfa…
Doy un salto al oír unos débiles pasos detrás de mí, pero sólo es Silas. Se mueve a través de los árboles como el agua, y sus pies apenan hacen ruido al tocar el suelo.
—Eran rápidos —dice con el cejo fruncido cuando llega a donde yo estoy. Asiento y nos quedamos de pie el uno junto al otro, escudriñando el bosque. No hay nada; sólo el sonido de árboles que se contonean con la brisa y la luz de la luna que motea el suelo del bosque. Silas entra bajo el mismo rayo de luz lunar en el que estoy yo. Me saco el parche del ojo, cansada del sudor que me provoca.
—El alfa —suspiro, exasperada. ¡Esta vez he estado tan cerca…! Pero no he sido lo suficientemente rápida, lo suficientemente fuerte. Me trago el sentido de culpabilidad—. ¿Crees que podrías seguir su rastro?
Silas mira detrás de mí, en la oscuridad.
—Podría intentarlo, pero, a no ser que vuelvan sobre sus pasos, ya deben de andar muy lejos.
—Por favor —le digo cabizbaja.
Silas me pone una mano sobre el hombro.
—Ya te he dicho que lo intentaré. No tienes que pedírmelo «por favor» —me recuerda amablemente.
Silas se arrodilla en el suelo, restriega tierra entre los dedos y pasa las palmas de las manos por las puntas de las plantas. Nos adentramos cada vez más en el bosque, pero tarda sólo quince minutos en volverse hacia mí, con ojos de disculpa.
—Mira, Lett, lo siento, pero está oscuro… Muy oscuro. Quizá Lucas o Pa Reynolds podrían rastrear en estas condiciones, pero yo no soy un leñador como ellos.
—Está bien —le respondo, a pesar de que creo que mi voz transmite que no lo está. Si no seguimos el rastro inmediatamente, no tiene sentido. Ambos sabemos que los lobos estarán muy lejos cuando se haga de día.
—Lo volveremos a encontrar —afirma Silas con voz seria, mientras me alza una rama baja que tengo a mi derecha, mi lado ciego. No la habría visto.
—¿Qué es lo que te hace estar tan seguro? —pregunto con expresión inquisitiva mientras volvemos a la calle.
Silas se ríe levemente.
—Es a lo que te dedicas, Lett.
Encojo los hombros en señal de acuerdo.
—Es a lo que nos dedicamos —le corrijo con una mirada de refilón.
Silas coincide con cara de paciencia mientras volvemos hacia donde se encuentra Rosie.