Capítulo 12. Rosie

A la otra semana no voy a ninguna clase del centro social.

Cocino fideos ramen todas las noches, y comemos las sobras a la mañana siguiente. Apenas salimos de casa. Parece que estemos parados en el tiempo. Scarlett y yo empujamos el sofá a un lado y entrenamos en el apartamento. Lo hace porque dice que, si no entrenamos, perderé destreza. Yo lo hago porque creo que, si no entrenamos, ella perderá la cabeza. Cuenta hacia atrás los días hasta la siguiente luna llena como el presidiario del corredor de la muerte que cuenta los pasos hacia la silla eléctrica.

Por supuesto, puede que yo también pierda la cabeza. Estoy enamorada de un leñador y simplemente eso no puede ser. Si Scarlett no tiene tiempo para el amor, ¿por qué iba a tenerlo yo? Pero se torna cada vez más difícil no expresar inconscientemente mis sentimientos hacia él; mientras que mi hermana se pasa los días enfrascada en la lectura sobre los fenris, Silas me aparta, me convence de dar un paseo alrededor del edificio o por la calle o por toda la ciudad hasta que nos perdemos en el fluir de la conversación. Intento no tocarlo, no porque no quiera, sino porque tengo miedo de que, si dejo que mi mano roce la suya o si casualmente pone un brazo alrededor de mi cintura, no pueda parar. Querré volverlo a tocar. Y otra vez. Querré que me coja entre sus brazos como hizo la noche en que volvió de Ellison. Ya lo deseo de una manera que me encanta y al mismo tiempo me asusta.

Y Scarlett lo sabe.

Bueno, no lo sabe, pero no es tonta; veo cómo nos lanza miradas de sospecha a Silas y a mí de vez en cuando. Creo que sabe que estamos tirando de las cuerdas que nos tienen atados a los tres, pero lo que no creo es que sepa que Silas y yo estamos tirando a la par.

Pero soy una cazadora, y cuando volvemos de un paseo y veo a Scarlett, con un ceño que ya se ha quedado permanentemente fruncido, lo veo todo claro: no puedo disimular. Tengo que esperar a que los sentimientos desaparezcan. Le debo la vida a Scarlett y, si insiste en que la pase persiguiendo a Potenciales y a fenris, pues… es el precio que tengo que pagar.

Pero este martes, Scarlett ha traído a casa otra pila gigante de libros con la ayuda de Silas. Son bastante ridículos: libros sobre lobos salvajes, monstruos, mitos… Se está desesperando, releyendo libros que de ninguna manera pueden ayudarnos a descubrir quién es el Potencial. La fuerzo a que coma alguna cosa para desayunar, pero para el almuerzo, me siento como si me fuera a romper. La energía salta bajo mi piel, implorándome que haga alguna cosa, cualquier cosa, pero que no me quede sentada en el apartamento ni siquiera un segundo más.

Silas se queja mientras se estira hacia la puerta del baño donde Scarlett se está duchando.

—Joder, un lobo. Sólo con que pudiera cazar un lobo, creo que se relajaría. ¿Hay alguna cosa que pueda hacer, algo que aún no se me haya ocurrido?

—No —suspiro—, no lo creo. Ya sabes cómo es.

—Ya —contesta Silas con sosiego, pero con un nuevo sentimiento de culpa en los ojos—. Pero ella no siempre es así. Ni siquiera está pensando bien. Estaré… —Calla y mira el suelo mientras anda hacia la cocina—. ¿Estaré apartándote de ella?

Pestañeo, sorprendida. «¿Me está preguntando qué significa él para mí?».

Se sirve un vaso de agua mientras intento encontrar las palabras adecuadas. Como no lo consigo, Silas vuelve a hablar:

—Como te hablé sobre aquellas clases… No quiero que se sienta como si te estuviera perdiendo. Yo sólo quiero que puedas vivir un poco. Quizá no debería entrometerme.

—No —respondo con rapidez—. No, Silas. Soy yo quien decide.

—Ya. Es sólo que… —Silas hace una mueca y pasa los dedos por la condensación del vaso—. No quiero tener nada que ver en que vosotras dos os separéis. Sé lo que se siente al estar a un lado de la valla mientras tus hermanos se encuentran en el otro, furiosos contigo. No os puedo hacer eso a ti y a Scarlett. No os puedo… no os puedo perder ni a ti ni a Scarlett, sinceramente. Sois lo único que me queda… Ha perdido peso, ¿te has fijado?

—Lett y yo estaremos bien. Siempre lo hemos estado —digo con suavidad, aunque no estoy segura de que esté diciendo la verdad. No está bien desear que tu hermana no esté en la habitación contigo y Silas; no está bien traicionarla, engañarla a sus espaldas. Si aún considerara a Silas como sólo un amigo, lo abrazaría en busca de consuelo, pero albergo ese deseo que retumba en mi pecho que teme abrazarlo demasiado cerca, tocarlo con demasiado cariño. ¿Cómo podemos estar bien mi hermana y yo si lo único que quiero es tocar a su socio?

Me cruzo de brazos y me apoyo en la encimera. Sí que me he dado cuenta de que ha perdido peso, y me he dado cuenta de las ojeras que tiene, y de la manera en que da vueltas y se retuerce por la noche como nunca antes lo había hecho. Los lobos la poseen, mientras yo estoy despierta a su lado deseando al chico que se encuentra a sólo unos pocos pasos de mí… Soy una persona horrible.

—Lo siento, Rosie —dice Silas al ver la tristeza en mis ojos. Sacudo la cabeza, en un intento de cambiar de semblante, pero a Silas no se le disuade tan fácilmente. Duda, se apoya en la encimera a mi lado, moviéndose despacio como si necesitara comprobar que cada movimiento es aceptado, buscado.

»Oye —añade, posando dos dedos en mi brazo. Empieza en un gesto afectuoso. Aprieto los labios mientras desliza la palma de la mano por mi brazo y alrededor de mis hombros. Silas se detiene, y, aunque no estoy muy segura, creo que él también se da cuenta de que el contacto es mucho más que amistoso; un pensamiento que me provoca un mareo pero que prácticamente me obliga a llevar mi mano hacia el final de su espalda. Cierro los ojos e inspiro, y siento la respiración de Silas en la frente, escucho sus relajados latidos del corazón. Sus labios se encuentran tan cercanos a mí que si fuera más valiente podría inclinar fácilmente la cabeza hacia atrás y besarlo. Es difícil no suspirar, ya que la respiración exhausta se acumula en mi pecho y la estoy reteniendo, a pesar de que lo que más anhelo es liberarla, abrazarme a él con todas mis fuerzas…

La ducha de Scarlett se calla. Silas retira de pronto su brazo y yo me reincorporo algo mareada debido al cambio brusco.

—Eh… bien —dice Silas, con aspecto de asombro. Me mira—. Vale, volvamos al estudio de los Potenciales, los lobos, lo importante… —Mueve la cabeza como si se estuviera sacando de encima una niebla mental.

Me muerdo el labio. Quiero salir de aquí; necesito salir de aquí o el descomunal deseo que siento por Silas va a consumirme. Scarlett lo va a descubrir si no me escapo y me lo saco de la cabeza. Sólo por poco rato; puedo ir a comprar comida o algo. Silas la ayudará en la investigación. No podemos seguir comprando comida china. Me cruzo con los ojos de Silas, que desprende colores celestiales en el monótono apartamento.

—Enseguida vuelvo —digo y salgo corriendo hacia la puerta.

—¡Espera! —susurra tajantemente. Se abalanza hacia el sofá y me lanza el cinturón con los cuchillos—. Sólo por si acaso. —Lo cojo con una mano y me lo cuelgo alrededor de la cintura. Silas me lanza una sonrisa avispada. ¿Sabrá el efecto que produce esa sonrisa en mí?

Consigo devolverle una débil sonrisa y salir. En cuanto estoy fuera, respiro a fondo. ¿En cuántos días no habré salido? El olor del humo de cigarrillos y el aire fresco se entremezclan en mi nariz. Salgo corriendo de nuestro edificio ruinoso, manoseando los billetes en el bolsillo de camino al supermercado Kroger. Sólo algunas cosas de comer y vuelvo.

Una fuerte corriente de aire me da un latigazo y hace de mi pelo una maraña. Los coches pitan, el tránsito se para en la intersección, y yo corro entre los taxis para cruzar la calle. Quizás una clase corta… ¡He estado concentrada en la caza durante tanto tiempo…! El rostro de Silas sigue apareciéndoseme intermitentemente, dándome ánimos, respaldándome.

Sólo una clase muy rápida. Treinta minutos o menos.

El centro social se encuentra varias manzanas más allá, pero corro; si me concentro en evitar las multitudes de gente de la acera, en poner un pie delante del otro, no me podré concentrar en la pequeña chispa de culpabilidad que hay en el fondo de mi mente. Corro hacia la puerta del centro social y le entrego mi carné de estudiante a la mujer sonriente de recepción.

—¿A qué clase? —pregunta.

—Eh… —Escruto el tablón. Decoración de pasteles, danza del vientre, mercado bursátil…

—Dibujo del natural —digo rápidamente—. Espere, ¿necesito el material para dibujar?

—No, los materiales están incluidos con el curso. Es en el aula tres y creo que empezará en breve. ¿Tienes dieciocho años, cariño?

Me lanza la pregunta mientras me alejo de la mesa de recepción hacia la clase.

—Eh… ¡sí! —respondo enseguida. La mujer hace un gesto de haberme oído y regresa a su mesa.

Bueno, tengo dieciséis, bastante cerca. Scarlett tiene dieciocho, de manera que Silas… ¡caray!. ¿Qué es lo que quiere alguien de la edad de Silas con una niña como yo? Entro en el aula y cojo uno de los únicos dos caballetes libres que hay cerca de una silla ubicada en el centro de la clase. Mujeres, en su mayoría de mediana edad, charlan muy deprisa a mi alrededor, pero yo apenas las oigo. Quizá lo esté malinterpretando todo con Silas… quizás el sentimiento de agitación sólo lo sienta yo…

Dos hombres entran en el aula, uno viejo y con bigote y el otro joven y de tez morena, con pantalones de deporte y una camiseta gastada. Se parece a Silas, de hecho. «Caray, ¿qué me pasa, estoy obsesionada?» Pero realmente hay algo del leñador en el joven rostro del chico, de labios carnosos, cabello castaño un poco rizado que se ensortija en torno a las orejas… Desvío la mirada para no estudiarlo con demasiada detención.

—Muy bien, chicas, ¿estáis listas? —dice el hombre mayor de forma entusiasta. Se oye una fuerte agitación de papeles cuando todas pasamos de página en las enormes libretas de dibujo en nuestros caballetes hasta que encontramos las láminas en blanco. Dibujo algunas líneas suaves en mi página, sin saber qué…

El que no es Silas se saca la camiseta, revelando unos músculos ligeramente definidos en su pálido pecho. Alzo una ceja en el momento en que tira de la cintura de los pantalones de deporte. Se caen al suelo en un movimiento fluido y contundente.

No había nada debajo. Nada.

El carboncillo se me resbala de los dedos de repente sudados.

El que no es Silas da un paso para salir del montón de ropa y se mueve hacia el centro del aula, cuyas luces fluorescentes iluminan su terso abdomen. Sonríe como si no estuviera desnudo, sonríe como si yo no hubiera tenido la mala suerte de ocupar la silla más cercana a él. Como si no pudiera ver… ejem… ¡todo!, a sólo unos pasos de mi cara, cosa que me provoca un mareo en aumento. Cierro los ojos con fuerza un momento; su rostro se parece al de Silas, y por eso me pregunto si se parecerá a Silas en todo lo demás.

—Muy bien, chicas, esta postura durará siete minutos. ¿Preparadas? —pregunta el hombre mayor situándose detrás del otro caballete vacío. El aula llena de amas de casa asiente con un solo golpe de cabeza ávido. Tengo un escalofrío.

»¡Adelante! —dice presionando el cronómetro. El que no es Silas posa, en una postura que de alguna manera se asemeja al David de Miguel Ángel, con la diferencia de que los ojos de mármol mirando hacia la nada se han convertido en el que no es Silas en unos ojos que me miran casi directamente.

Dibuja. Se supone que tengo que dibujar. Cojo otro trozo de carboncillo de debajo de mi caballete y empiezo apresuradamente a realizar líneas en mi libreta de dibujo. No puedo no mirarlo, o pensará que no lo estoy dibujando a él. Lo miro con prisa, intentando evitar la parte a la que mis ojos no dejan de desviarse. Me empiezo a sentir abrumada.

«¿Cuánto tiempo habrá pasado?» Seguro que ya han pasado los siete minutos. Intento añadir algo de tono al pecho de mi dibujo. Me pregunto cómo será el pecho de Silas… «¡Para! Para, para, para, para, para…».

—¡Está bien! —dice el hombre mayor cuando su cronómetro pita con un tono fuerte y el sonido raspante de los carboncillos en el papel se detiene.

—Gracias, señor, gracias. ¡La siguiente postura!

El que no es Silas gira la cabeza, de manera que todo lo que puedo ver es su cabello castaño oscuro y su costado, incluyendo una visión lateral de su… ¿cuánto tiempo voy a tener que dibujar esta zona del hombre? Lo peor es que se parece mucho más a Silas ahora que no puedo verle los ojos. Me apuesto a que es igualito a Silas. Mi ojos observan más de lo necesario ahora que el que no es Silas no me está mirando directamente.

Al final de la clase he dibujado ocho dibujos mediocres de él, cada uno de ellos con un gran vacío blanco en el área de la entrepierna. Las amas de casa comparan los dibujos con miradas de Oma, mientras el que no es Silas se pone los pantalones y abandona la clase, saludando con la cabeza de forma educada. Me lo vuelvo a imaginar desnudo.

Salgo corriendo de la clase, abandonando los dibujos. ¿Cómo lo explicaría a Scarlett y a Silas? «Para de pensar en Silas, para de pensar en Silas». Corro hacia el supermercado, me siento aliviada cuando el aire fresco de la sección de congelados choca con mi piel. Cojo helado y guisantes congelados, cualquier cosa con tal de que esté fría. Me pongo la bolsa de guisantes congelados en la nuca mientras espero para pagar. Finalmente, el sentimiento de agobio se calma y consigo estar unos instantes sin pensar en el hombre desnudo que acabo de ver.

Me doy prisa en regresar al apartamento, me pregunto cuánto tiempo habré estado fuera. Abro la puerta e inmediatamente dejo caer los guisantes congelados.

Silas me sonríe, sin camiseta, con su pecho un poco tonificado que brilla en la luz del sol que traspasa las sucias ventanas. Sus pantalones se sujetan holgadamente y con lujuria un poco más abajo de sus caderas, y no puedo dejar de pensar en los dibujos que acabo de dejar, de cuán casi idénticos eran los abdominales del que no era Silas con los del Silas real y, en consecuencia, pienso que todo debe de ser idéntico… Me sonrojo y respiro de forma entrecortada.

Entonces, Scarlett le clava una contundente patada en el estómago.

Silas se queja y se cae hacia atrás haciendo una mueca.

—Todavía tienes que salir esta noche —suelta con una risa mientras Scarlett le alarga la mano para ayudarle a levantarse. Tiene el pelo sujetado en una cola de caballo tiesa y alta que se le mueve adelante y atrás al reírse.

—Sigo ganando yo —le responde burlona. El sudor le brilla en el estómago, le caen gotitas por la cicatriz que cruza su abdomen. Tiene la camiseta sujetada con la parte inferior del sostén deportivo, como suele llevarlo cuando está entrenando. Tira fuertemente de Silas para ponerlo en pie mientras éste se frota el estómago con suavidad. Ella nunca entrena así conmigo; ninguno de ellos lo hace. Desde que empezaron a entrenar juntos sólo un año o dos después del ataque, nunca se han reprimido las fuerzas el uno con el otro. Solía ponerme celosa, pero de alguna manera ahora me reconforta. «¿Ves?, no le estoy quitando el socio a mi hermana. Los tres seguimos siendo un equipo».

—Te has distraído —le dice mi hermana a Silas mientras le frota la nuca.

Silas le lanza una mueca.

—Es injusto. Rosie ha llegado y me ha sorprendido.

—Ya, ya —dice Scarlett. Le da un golpecito de buen grado en el hombro y me mira—. ¿Qué has comprado en el supermercado?

—Eh… He comprado… —Me lleva unos instantes recopilar mis pensamientos y recordar—. He comprado helado y guisantes.

—¿Para cenar? —pregunta Scarlett. Silas me hace un gesto rápido. «Sí— me dice su asentimiento, —di que es para cenar».

—Pensé que podríamos utilizar las verduras y… la mantequilla.

Scarlett no parece convencida, pero enciende la radio y registra la nevera en busca de la jarra de agua.

—Entonces, ¿qué tal en la tienda? —me pregunta Silas de forma tan superficial que me pregunto si no habrá un doble sentido en la pregunta.

—Bien —le contesto, pero puedo notar que me brillan los ojos. Silas me sonríe y bebe un largo trago de agua, con el pelo sobre los ojos. Me pregunto cuánto tiempo podría estar mirándole si no fuera por el temor constante de que Scarlett me pille. Scarlett se acerca a la radio, después garabatea una nota en un papel y suspira profundamente.

—Dos personas murieron ayer —apunta interrumpiendo mis agradables pensamientos. Se une a nosotros en la cocina con expresión de dolor. Siento la boca seca en el momento en que me invade un sentimiento de culpa; Scarlett prosigue:

»Dos chicas. Fenris, estoy segura. Se encontraban en la parte de la ciudad contraria a nosotros, las encontraron decapitadas. Es donde se encuentran la mayoría de los fenris, creo, aunque me sorprende un poco que hayan dejado tanta… prueba. Me pregunto si la localización tendrá algo que ver con el Potencial.

—No —dice Silas, apartando el cabello de su cara—. No creo que eso tenga sentido. Si fuera así, sólo se encontrarían en un emplazamiento en lugar de merodear por la ciudad.

—Vaya, bien visto. —Scarlett escribe la idea en la destartalada libreta en la que va anotando pistas. Extrae una cucharada de helado con expresión decaída.

—¿Dos? —pregunto. Mi voz suena muy baja.

—Sí —responde Scarlett—. Ambas menores de dieciocho años, creo.

—Dos chicas de mi edad —digo despacio. Me hundo en una de las sillas de la cocina y cierro los ojos un momento. Han muerto dos chicas más, y yo, en el centro social. Scarlett ha entrenado, ha investigado, ha intentado hacer el bien y yo dibujando el pene de un chico. Está bien. Puedo compensarlo.

»¿Cuándo vamos a ir a cazar esta noche? —le pregunto a mi hermana.

Scarlett parece un poco sorprendida y muy satisfecha, pero contesta:

—Hoy no vamos. Es por lo que Silas y yo estábamos entrenando. Cree que debería salir más…

—Deberías —interrumpe Silas.

—Así que nos vamos a la bolera.

—¿A la bolera? —pregunto, desconcertada por el hecho de que Scarlett tenga otros planes el único día que yo quiero cazar.

—Sí, me dijo que sólo entrenaría conmigo si íbamos a la bolera esta noche. A pesar de que cazaremos también de vuelta a casa —dice Scarlett, blandiendo la cuchara ante Silas.

—Por supuesto que sí, ¡pero primero vamos a ir a jugar a bolos!

Scarlett le lanza una mirada de paciencia y después me vuelve a mirar a mí.

—Lo que él diga.

Asiento e intento tragar el gran nudo que tengo en la garganta. Le debo todo a mi hermana, y ella finalmente se está suavizando, dándonos finalmente todo el tiempo libre que deseaba. Pero justo después de que yo lo robara.