Jauría de lobos
La mano de Hammadeen acarició el musculoso flanco de Temmerisa, tocando con cariño la piel blanca alrededor de la aparatosa herida de tres agujeros del tridente. El gran caballo como respuesta apenas se movió, sólo resolló una y otra vez.
—¿Puedes hacer por Temmerisa, lo que has hecho por mí? —preguntó Tintagel a Cadderly.
El joven clérigo, que iba a recuperar su bastón, encogió los hombros con impotencia, todavía sin saber lo que había hecho por Tintagel.
—Debes intentarlo —imploró Elbereth. Cadderly vio la pena en la cara de su amigo y quiso, con todo su corazón, poder curar las heridas del caballo.
Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de hacer el intento, ya que Temmerisa dio un resoplido final, y luego se quedó inmóvil. Hammadeen, con lágrimas en sus ojos oscuros, empezó una dulce canción en una lengua que ninguno de los allí presentes pudo entender.
La visión de Cadderly se nubló y el bosque a su alrededor tomó un aspecto preternatural, un contraste demasiado definido y surrealista. Parpadeó muchas veces, y muchas más cuando miró a Temmerisa, ya que vio levantarse al espíritu del caballo y salir de su cuerpo.
Hammadeen le dijo a la oreja unas palabras en voz baja, y ella y el espíritu se alejaron andando lentamente, y desaparecieron entre los árboles.
Cadderly casi se desplomó cuando volvió al mundo material y real. El joven erudito no sabía cómo pedir perdón a Elbereth, no sabía qué le podía decir al elfo, ahora un rey, al que su padre y su más apreciado caballo yacían muertos a sus pies.
Tintagel empezó a darle el pésame, pero Elbereth de cualquier forma no le escuchó. El orgulloso elfo miró a su padre y a Temmerisa, y luego se fue corriendo, con la espada en la mano. Cadderly sostuvo al mago herido, para que pudieran seguirlo.
Un par de orcos fueron los primeros que tuvieron la desgracia de cruzarse en el camino de Elbereth. La espada del elfo se movió con una furia extrema, desgarrando a las pobres defensas de los monstruos y matándolos antes de que Cadderly y Tintagel tuvieran la oportunidad de unirse a él.
Y así continuaron por el bosque, Elbereth a la cabeza, su espada, una extensión de su rabia, abrió un camino a través de las filas de monstruos en los árboles.
—Los árboles luchan en el Cerro Inexpugnable —dijo un elfo a Shayleigh—. Un gran contingente de nuestros enemigos se han hecho fuertes en lo alto.
—Entonces debemos hacerlos bajar —respondió Shayleigh en tono firme. Ella y el otro elfo miraron a su alrededor, contando a la gente. Si se incluía a los enanos y a Danica sumaban veintitrés, pero mientras el otro elfo tenía reservas, Shayleigh, con una confianza total en sus compañeros no elfos, sólo sonrió y empezó a alejarse hacia el sur.
Sin incidentes, avistaron el cerro veinte minutos más tarde. Una docena más de elfos, uno de ellos mago, se habían unido a sus filas mientras marchaban, aliviados de ver una apariencia de organización en medio del caos.
El Cerro Inexpugnable tenía un nombre apropiado, descubrió Danica, al observarlo desde una fila de árboles al otro lado de un claro cubierto de hierba. Desde este lado, el suelo subía con una pendiente abrupta una treintena de metros, subía treinta más por una pared de roca, y luego subía otros tantos cubiertos por unas hierbas altas hasta la cima de la cresta. Por lo que decía Shayleigh, el otro lado, donde los goblinoides luchaban contra los árboles era incluso más defendible, al ser una caída escarpada y rocosa desde la cima.
El grupo pudo oír la lucha, y deducir, por el sonido, que los árboles estaban pasando por apuros. Los goblinoides cubrían la cima del cerro, y usaban antorchas encendidas como principal arma. Había varios arqueros entre sus filas, que, con empeño, ataban harapos a las flechas, los encendían en las antorchas, y las lanzaban hacia los árboles atacantes.
—Debemos subir allí, y rápido —dijo Shayleigh, mientras señalaba a la izquierda, ya que otro grupo de monstruos subía para unirse a sus camaradas en la cima de la colina—. Si permitimos que nuestros enemigos mantengan este terreno, muchos más vendrán a su lado y tendrán una base inmejorable desde la cual dirigir su conquista.
—Dos, trescientas de las cosas están allí arriba —respondió Iván—. Podría costarnos un poco subir hasta la cima. Pero no obstante… —murmuró el enano, y se alejó hasta reunirse con su hermano.
—¿Tenéis alguna idea? —preguntó Shayleigh a Danica y a un elfo que estaba a su lado. Danica miró a los hermanos Rebolludo, ahora enzarzados en una conversación privada, mientras señalaban en una y otra dirección. Iván llevaba la voz cantante y Pikel asentía con entusiasmo, o sacudía la cabeza apasionado.
—Uh uh —soltaba de vez en cuando.
—Encontrarán una manera si es que la hay —explicó Danica a los confundidos elfos.
Iván dio un pisotón unos segundos más tarde y anunció que Pikel y él habían dado con la manera.
—Llevadnos hacia la derecha —dijo—. Vamos a necesitar abundantes cuerdas. —Iván se chupó un dedo y lo levantó. Pikel señaló a su espalda e Iván asintió confirmando que el viento era favorable.
Shayleigh y Danica no entendieron nada, pero no tenían nada mejor a lo que agarrarse. A la orden de la doncella, el grupo entero de elfos se movió en silencio hacia la derecha como Iván había dicho. Se las ingeniaron para sacar cinco trozos de cuerda, que Iván declaró que eran lo suficientemente largos para la tarea.
—Pon a algunos de tus amigos cerca, mirando hacia el bosque —instruyó Iván—. Si nos cogen algunos goblins que quieran subir antes de que nosotros lleguemos a la cima, entonces el juego se habrá terminado. Pero poneos tú y tus amigos arqueros, y también el mago elfo, en situación para poder disparar a la cima de la cresta. Yo y mío hermano nos abriremos paso entre las rocas con bastante facilidad. Hasta que lleguemos arriba necesitaremos vuestra ayuda.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Shayleigh, un tanto indecisa, ya que algunos del grupo de elfos habían mostrado preocupación al ser dirigidos por enanos.
—Ya lo verás —dijo Iván con una sonrisa astuta. Miró a Pikel—. ¿A punto?
—Jroo joi —respondió Pikel entusiasmado después de ponerse los rollos de cuerdas sobre el hombro y un martillo pequeño entre los dientes.
De uno de sus muchos bolsillos, Iván sacó un martillo parecido y varias escarpias de hierro. Hizo una seña con la cabeza y los dos hermanos se pusieron a correr por la primera pendiente de hierba hacia la pared de roca.
Shayleigh, Danica, el mago elfo y media docena de arqueros tomaron posiciones a lo largo de los árboles, sus flancos y la retaguardia defendidos por el resto de tropas de elfos. Los murmullos circularon entre las filas, muchos en admiración de los insensatos y valientes enanos.
Iván y Pikel escogieron su sigiloso camino de subida por la pared de roca, al parecer todavía sin ser vistos por los monstruos que había arriba. Justo en el reborde del risco sonaron los martillos de los enanos clavando las escarpias de las que colgaban las cinco cuerdas.
—¿Debemos cargar y escalar? —inquirió Shayleigh a Danica, preguntándose si el momento de actuar había llegado. Aunque pensó que semejante plan no era bueno para los elfos. Debían llegar a la cima de las rocas, y una vez allí estarían todavía en campo abierto con más de una treintena de metros de subida entre ellos y el enemigo.
Danica levantó la mano para calmar a Shayleigh.
—Iván y Pikel no han acabado —respondió ella con mayor seguridad, aunque tampoco se había hecho una idea de lo que los hermanos tenían en mente.
La suposición de Danica pronto demostró ser correcta, ya que Iván y Pikel estaban lejos de haber acabado. El primero se balanceó por encima de las rocas, llegando a la pendiente cubierta de hierba. De inmediato los goblins lo avistaron y soltaron un grito desarticulado al unísono. Pikel se escondió tras una roca, pero no fue lo suficientemente rápido para esquivar una flecha.
—¡Au! —hizo una mueca el enano y tiró del astil que estaba clavado en la cadera, no era una herida seria. Pikel volvió la mirada hacia los árboles y luego se asomó por la pendiente. Sonrió, a pesar del dolor, cuando la primera flecha alcanzó al arquero que le había disparado, y envió al goblin volando por encima de la parte de atrás del cerro.
—¡Brigada enana, cargad! —voceó Iván, a pleno pulmón y en lengua goblin, mientras subía por encima de la pared de roca. Pikel ignoró la herida y corrió precipitadamente hacia su hermano.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Shayleigh—. ¿Y por qué gritan el ataque en lengua goblin?
Danica pareció igualmente sorprendida durante un momento, hasta que vio las reacciones de los goblins. Las criaturas que estaban encima de esa parte del cerro pareció que enloquecían, bastantes se abalanzaron hacia Iván y Pikel y arrojaron las antorchas ardientes pendiente abajo.
—Enanos —murmuró Danica por encima del sonido de las cuerdas de los arcos que los elfos dispararon ante la repentina aparición de blancos—. En todo el ancho mundo, no hay nada que un goblin odie o tema más que los enanos.
—¡Oh, magnífico truco! —gritó el elfo mago, y se precipitó desde los árboles para ponerse al alcance, lanzando una descarga de rayos mágicos de las puntas de los dedos que mataron a dos de los goblins más cercanos.
Iván y Pikel ya no andaban dando vueltas por la zona. Cuando empezaron a caer las antorchas a su alrededor, los enanos se dirigieron a las rocas, cogieron dos de las cuerdas que habían colgado, y se parapetaron en la pared de roca.
La alegría de los goblins ante la aparente derrota (desde su punto de vista, ¡sólo dos de los malditos enanos habían dado la cara!) duró lo que las criaturas de mente confusa tardaron en descubrir, ¡que los fuegos que habían iniciado con las antorchas subían rápidamente la cuesta!
—¡Seguid las llamas! —rugió Iván, al oír los gritos de sorpresa de arriba. Luego añadió en voz baja para Pikel mientras subían al borde del risco—. Los goblins han estado por aquí durante cientos de años, y aún no han aprendido, cuando las cosas se ponen difíciles, ¡que las llamas van hacia arriba!
—Jee jee —respondió Pikel.
Con increíble agilidad y rapidez, Danica y el grueso de las tropas de elfos llegaron hasta las cuerdas y escalaron hasta la cima de la pared de roca, mientras Shayleigh, sus arqueros, y el mago se quedaban atrás para continuar con sus ataques a distancia.
Los fuegos lideraron su avance hacia la cima de la cresta, abriendo un camino entre las líneas goblins. Los monstruos cayeron unos sobre otros; otros cayeron por encima del risco, en la parte de atrás del cerro, en un esfuerzo por mantenerse alejados de las rápidas llamaradas.
El combustible pronto se consumió, los fuegos se apagaron tan rápido como habían empezado, dejando a la fuerza de elfos en un punto alto en la cima de la cresta. Los airados goblins se lanzaron hacia ellos desde ambos lados, excediendo en número de diez a uno, decididos a reconquistar el terreno perdido.
—¡Adelante! —ordenó Shayleigh, sabiendo que ella y sus compañeros arqueros tendrían que acercarse para proporcionar toda la ayuda posible en la desesperada batalla. El puñado de elfos corrió por la cuesta hasta las cuerdas y las agarró.
Iván, Pikel y Danica centraron su línea defensiva a la derecha, la parte corta de la cresta. Los tres lucharon con su armonía típica, complementando los movimientos de cada uno, atacando con tanta fuerza a las líneas enemigas que muchos elfos pudieron unirse a sus congéneres en el otro flanco, donde estaba el grueso de las tropas invasoras. Desde luego era una posición débil para los defensores, y cada elfo que cayó dejó un hueco enorme para que los enemigos penetraran.
Danica pensó que la batalla se perdería, en especial cuando el grupo de Shayleigh apareció junto a la pared de roca, únicamente para encontrarse en un cuerpo a cuerpo y en apuros, con la espalda hacia el risco, con otro grupo de goblins.
—¿Deberíamos planear una retirada? —preguntó Danica a Iván.
—Nunca dije que sería fácil —fue todo lo que dijo el enano mientras cortaba en dos a un goblin que se había acercado demasiado.
Entonces una nube extraña, verdosa y espesa, apareció sobre las fuerzas goblinoides, justo a un escaso metro de Danica y los enanos. Los compañeros no pudieron ver bajo las opacas capas de la nube, pero pudieron oír las náuseas y los ahogos de los goblins. Una criatura miserable salió fuera a trompicones, demasiado absorta en agarrarse su agitado estómago como para darse cuenta de su destino cuando Iván y Pikel lo aplastaron al unísono.
Muchos de los goblins que pudieron escapar de los vapores malsanos salieron por la parte de atrás de la nube, arrinconados, lejos de la lucha. Aunque encontraron poco espacio para correr, ya que allí les esperaba Elbereth, y su espada trabajó incansablemente en las sorprendidas y debilitadas criaturas.
Entonces la nube mágica se disipó de pronto, dejando más de una docena de goblins expuestos e indefensos en la cima del cerro. Iván y Pikel se encaminaron hacia ellos, pero el furioso Elbereth llegó primero, abriendo un camino a través del enemigo. Sin un saludo, el serio elfo pasó junto a los enanos, Danica, y la primera línea de elfos. Atravesó la titubeante línea de elfos que defendía el flanco izquierdo y se lanzó de cabeza hacia la opresiva multitud de goblins.
Ni las lanzas ni las espadas de los goblins parecieron herirle; no se desvió ni un dedo de su camino. En unos pocos momentos de furia, los goblins se apartaron de su terrible espada y los elfos recobraron sus fuerzas y le siguieron.
Con la parte derecha de la colina despejada con rapidez, Iván y Pikel dirigieron a varios elfos para ayudar a Shayleigh y a los arqueros. Danica no los acompañó, ya que vio a alguien más, un amigo al que no podía ignorar.
Cadderly y Tintagel se prepararon para aguantar los problemas que se les venían encima cuando aquellos goblins que habían escapado de la nube y la furia de Elbereth se abalanzaron sobre ellos. Tintagel pronunció un conjuro rápido, y Cadderly se sorprendió al ver que aparecían varias imágenes de él mismo y el mago, que hicieron que ellos dos parecieran muchos más. Los goblins que ya estaban asustados y con la posición elevada totalmente perdida, no se acercaron a la inesperada multitud, y en vez de ello giraron hacia la línea de árboles para alejarse entre gritos.
Entonces los goblins desaparecieron, y Danica se reunió con Cadderly, para ambos, justo en ese breve instante, el mundo pareció perfecto una vez más.
Por todo el Cerro Inexpugnable, la batalla se convirtió en una victoria. Con Elbereth a la cabeza y Shayleigh y sus arqueros libres de obstáculos, los elfos y los hermanos Rebolludo empujaron a los goblins, los aplastaron y los dispersaron. Iván y Pikel rodearon a un grupo en la base de la cresta, y condujeron a las bestias estúpidas hacia las ramas anhelantes de cuatro robles enfurecidos.
Se acabó todo en diez minutos, y el Cerro Inexpugnable fue conquistado por las tropas de Elbereth.
—Me das seis horas, una docena de elfos (incluido el mago herido) y colocas los árboles donde te diga, y aguanto la posición durante un centenar de años, ¡y un centenar más si necesitas que lo haga! —presumió Iván, y, después de las proezas de los enanos al liderar la carga colina arriba, ni un elfo en el campamento dudó de sus palabras.
Elbereth miró a Cadderly.
—Los árboles se moverán a donde deseemos —respondió el joven erudito confiado, aunque no estaba seguro de como sabía que eso era verdad.
—El cerro es tuyo para que lo defiendas —dijo Elbereth a Iván—. Una base excelente desde la que nuestras partidas de caza pueden salir.
—Y tus golpes no serán orquestados a ciegas —anunció Cadderly, mientras miraba al más cercano de los robles—. ¿No es así, Hammadeen?
La dríada salió un momento más tarde, confundida acerca de cómo el joven la había visto. Ningún ojo humano, ni siquiera los ojos élficos podían ver su camuflaje normalmente.
—Tú guiarás a los elfos —dijo Cadderly—, hacia sus enemigos y sus descarriados amigos.
La dríada empezó a volverse hacia el árbol.
—¡Alto! —gritó Cadderly, con tanta energía que Hammadeen se quedó quieta a medio camino.
—Harás esto, Hammadeen —ordenó Cadderly, que de pronto pareció terrorífico a ojos de todos aquellos que vieron el espectáculo. Sorprendentemente, la dríada se dio la vuelta e inclinó la cabeza.
Cadderly también hizo una inclinación, y se alejó. Necesitaba algún tiempo para tratar de descifrar todas las sorpresas que le esperaban a cada recodo del camino. ¿Cómo había podido ver el espíritu del caballo? No preguntó, pero sabía instintivamente que Elbereth y Tintagel no lo habían visto. ¿Y cómo había sabido que Hammadeen estaba en esos árboles? Más aún, ¿cómo había dominado de esa manera a la descontrolada dríada?
Sencillamente no lo sabía.
Durante toda la noche y el día siguiente, mientras Iván y Pikel establecían las defensas del Cerro Inexpugnable, grupos pequeños de elfos (jaurías de lobos las llamaba Iván) entraron en Shilmista y, siguiendo las orientaciones de Hammadeen, golpearon con dureza al desorganizado enemigo. Se encontraron más elfos en el bosque, o éstos encontraron el camino hacia el nuevo campamento, y pronto las fuerzas de Elbereth abrieron brechas en las fuerzas enemigas que los rodeaban.
Cadderly se quedó en la cresta junto a Tintagel y los otros heridos; sin embargo, Danica pronto se unió a Shayleigh y salió de cacería. Cadderly no volvió a pensar en el poder curativo que necesitó para sanar a Tintagel, y no le pareció tan mal, puesto que no creía que volviera a disponer de semejante poder.
Sabía que a su alrededor estaba sucediendo algo, o quizás a él, pero no quería estar pendiente de ello, ya que a buen seguro no lo comprendería.
Lo que puso a prueba las defensas de Iván sucedió cerca del anochecer, cuando un grupo de más de doscientos monstruos, que iba desde esmirriados goblins hasta gigantes de las colinas, unieron esfuerzos para recuperar la posición elevada. En ese momento sólo una veintena de elfos estaba en la cresta junto a Cadderly y los enanos, pero ese número incluía a los dos magos. Después de dos horas de cruenta lucha, más de la mitad de los monstruos estaban muertos y el resto se había desperdigado por el bosque, presas fáciles para las jaurías de lobos que merodeaban por allí. Ni un solo elfo murió en la lucha, aunque dos fueron contusionados por las rocas lanzadas por los gigantes, ya que el combate nunca llegó al cuerpo a cuerpo. Las trampas de los mañosos enanos, descargas de flechas, ataques mágicos, y los cuatro enormes robles despedazaron al enemigo antes de que pasara la pared escarpada de roca a medio camino de la cresta.
Por los cálculos de Iván, la parte más difícil de todo lo concerniente al combate era limpiar los goblinoides muertos cuando todo hubiera terminado.
—Me olvidé de éste —comentó Iván a Cadderly, mientras señalaba la línea de árboles cuando la noche empezó a caer sobre el bosque. De los árboles salieron tres elfos y un compañero que Cadderly también había olvidado en la conmoción de la batalla.
Kierkan Rufo se apoyaba pesadamente sobre un bastón, y a pesar de eso, necesitaba la ayuda de uno de los elfos. La pierna del afilado joven no estaba rota, como se temió, pero estaba herida de mala manera y torcida y no soportaba su peso. Indicó a sus escoltas que lo llevaran hasta Cadderly y después de varios minutos de esfuerzos para abrirse paso por los obstáculos naturales de la cresta, Rufo se dejó caer en la hierba al lado de Iván y del joven erudito.
—Muy amable por tu parte pensar en mí —comentó el chico, que estaba de un humor de perros.
—Bah, te acercaste a los árboles, te subiste para apartarte del combate —replicó Iván, más divertido que enfadado.
—¡Posición elevada! —protestó Rufo.
—Posición elevadamente escondida sería una manera más apropiada de llamarla —respondió Iván.
—Jee jee… jee. —Rufo no tuvo que volver la cabeza para saber que esa risa correspondía a Pikel, que andaba junto a él.
—¿Podrías al menos darme algo para comer? —dijo Rufo a Cadderly con un gruñido—. Me he pasado el último día entre las ramas de un roble caído, ¡aporreado y hambriento!
—Jee jee… jee —oyó como respuesta.
Danica y Shayleigh regresaron un momento más tarde. Ninguna de ellas estaba contenta de tener a Kierkan Rufo en el campamento. El joven anguloso se puso en pie, desafiante, junto a Danica.
—Otro supuesto amigo —profirió—. ¿Dónde estaba Danica Maupoissant cuando el pobre Rufo estaba en apuros? ¿Qué alianzas son ésas, pregunto, cuando los compañeros no se preocupan del bienestar de los otros?
Danica paseó la mirada de Cadderly a Iván y después a Pikel mientras el joven larguirucho continuaba su diatriba.
—¡Todos sois culpables! —dijo Rufo furioso, con la rabia ganando ímpetu. Danica crispó la mano en un puño y apretó los dientes.
—Sois todos… —diciendo esto, Rufo cayó al suelo y se durmió de golpe.
El encogimiento de hombros de Danica no fue una disculpa, sólo una confesión de que su comportamiento al pegarle un porrazo a Rufo había sido un poco impulsivo. Esperó que Cadderly la reprendiera, pero el joven erudito no pudo, no contra la aprobación general que tenía Danica.
Esa noche, cuando, más tarde, los amigos se reunieron con Elbereth, se lo encontraron riendo más de lo que lo habían visto en muchos, muchos días.
—Las noticias son buenas —explicó el elfo—. Más de setenta de mis súbditos están vivos, y ese número se puede incrementar, ya que hasta ahora casi una veintena de elfos no ha aparecido, y Hammadeen dice que se libra un combate en el este. Y los caminos de más allá, hasta las Montañas Copo de Nieve, están abiertos de nuevo, ya que ha llegado un contingente de clérigos de la Biblioteca Edificante. Guiado por la dríada, una de nuestros grupos de caza se ha unido al grupo, y ya vienen de camino al Cerro Inexpugnable.
—Aún nos sobrepasan en número —agregó Shayleigh—, pero el enemigo está desorganizado y confundido. Con Ragnor y Dorigen muertos…
El repentino carraspeo de Cadderly la hizo callar y todos los ojos se volvieron hacia el joven erudito.
—Dorigen no está muerta —admitió. Todas las miradas a su alrededor se volvieron duras, pero la réplica más dolorosa para Cadderly, de lejos, fue la acritud en el tono de Danica.
—¿No acabaste con ella? —gritó la chica—. ¡Estaba en el suelo indefensa!
—No pude.
—¡Estoy condenado! —gimió Rufo—. Dorigen se ocupará de nosotros, ¡de mí! ¡Zopenco! —aulló a Cadderly.
—¿Tienes más sueño? —preguntó Iván, y Rufo se dio cuenta por el semblante de Danica que era mejor callarse.
Pero en esa reunión, Kierkan Rufo tenía un aliado.
—¡Efectivamente insensato! —rugió Elbereth—. ¿Cómo? —preguntó a Cadderly—. ¿Por qué dejaste que la maga escapara?
Cadderly no pudo contestar, supo que admitir compasión no sería apreciado por el nuevo rey elfo. Estaba verdaderamente sorprendido de la rapidez con la que Elbereth, en apariencia, había olvidado su proceder en la batalla, en Syldritch Trea y contra Ragnor, y al salvar a Tintagel.
—Dorigen no puede usar sus poderes mágicos —dijo el joven erudito en voz baja—. Está muy mal herida y no tiene objetos mágicos. —Inconscientemente Cadderly se puso la mano en el bolsillo, para sentir los anillos que le había sacado a Dorigen. Había pensado en darle la varita de Dorigen a Tintagel, para saber si les ayudaría en el combate, pero desechó la idea y decidió examinarlos él mismo cuando tuviera tiempo.
La afirmación de Cadderly no hizo nada para aliviar la ira de Elbereth.
—¡Su presencia unirá a nuestros enemigos! —gruñó el elfo—. ¡Con sólo eso condenas Shilmista! —Elbereth sacudió la cabeza y se alejó con paso majestuoso, con Shayleigh a su lado. Los otros también se dispersaron, Pikel triste, dejando a Cadderly y a Danica solos cerca de la fogata.
—Compasión —destacó Cadderly. Miró a su amada, aguantó sus ojos castaños en una mirada que no los soltaría—. Compasión —susurró otra vez—. ¿Eso me hace débil?
—No lo sé —dijo Danica con honestidad, después de pensar durante un rato en la pregunta.
Se quedaron en silencio, mirando el fuego y las estrellas durante mucho tiempo. Cadderly deslizó su mano sobre la de Danica y ella la aceptó, aunque un tanto indecisa.
—Me quedaré en el bosque —dijo al final, dejando caer la mano de Cadderly. Éste la miró, pero ella no le devolvió la mirada—. Para luchar junto a Elbereth y Shayleigh. Los clérigos llegarán mañana, según se rumorea. Lo más probable es que se quedarán unos días para forjar alianzas con los elfos, y luego puede que algunos de ellos se queden para luchar. Pero la mayoría, supongo, volverán a la biblioteca. Deberías ir con ellos.
Cadderly no encontró las palabras para responder de inmediato. ¿Danica lo estaba apartando? ¿También había percibido su compasión como una debilidad?
—Éste no es tu sitio —susurró Danica.
Cadderly dio un paso atrás.
—¿Entonces, era mi lugar Syldritch Trea? —refunfuñó con frialdad, tan abiertamente enfadado como nunca lo había estado con Danica—. ¿Y has oído cómo Ragnor encontró su final? ¿O te has olvidado de Barjin?
—No cuestiono tu valor —respondió Danica con honestidad, volviéndose para mirar a Cadderly—, en esta lucha, como en cualquier otra. No encontrarás consuelo en el persistente combate por Shilmista, sólo más violencia, más muerte. No me gusta lo que eso te hará. No me gusta lo que me ha hecho a mí.
—¿Qué estás diciendo?
—Hay un hielo aquí —respondió Danica, mientras con un dedo se señalaba el corazón. Cruzó los brazos, como si quisiera escudarse de una ráfaga de viento helado—. Un entumecimiento —continuó—. Un desvanecimiento de la compasión. ¡Con qué facilidad te dije que mataras a Dorigen! —Se calló, asombrada por su confesión, y apartó la mirada.
La compasión que sintió Cadderly suavizó sus facciones.
—Aléjate —imploró Danica—. Vuelve a la biblioteca, a tu hogar.
—No —respondió Cadderly—. Ese sitio nunca fue mi hogar.
Danica se volvió y lo miró con curiosidad, anticipando alguna revelación.
—Éste no es mi sitio, todo eso es verdad —continuó Cadderly—, y ya no me quedan ganas de luchar, me temo. Me iré con los clérigos cuando se marchen, pero en la biblioteca estaré sólo lo necesario para recoger mis pertenencias.
—¿Y luego adónde? —la voz de Danica sugirió, aunque sólo un poco, de desesperación.
Cadderly se encogió de hombros. Deseaba con todo su corazón pedirle a Danica que viniera, pero sabía que no debía, y que ella, en cualquier caso, lo rechazaría. Entonces se les ocurrió que eso era una despedida, quizá para siempre.
Danica abrazó a Cadderly y lo besó con fuerza, luego se apartó y lo alejó de ella.
—Quise estar junto a ti cuando el combate estaba en su apogeo —dijo—, después de que los árboles despertaran. Pero supe que no podría, que la situación no me permitiría cumplir mis deseos.
—Y así es ahora —dijo Cadderly—, para los dos. —Pasó sus dedos por el pelo rojizo, manchado y enredado por tantos días de combates.
Danica fue a besarle de nuevo, pero cambió de idea y en lugar de eso se alejó.
Cadderly se quedó en el Cerro Inexpugnable cinco días más, pero no la volvió a ver.