Entre un enano y un lugar difícil
De nuevo entre las sombras de los árboles, Iván y Pikel no tenían dificultades para encontrar enemigos. Goblins y orcos salían de la maleza a su alrededor, babeantes y sedientos de sangre. Fieles a su herencia enana, los hermanos Rebolludo pronto enloquecieron, dando garrotazos y cortes, y aunque habían luchado durante bastante rato, ninguno de los dos mostró signo alguno de cansancio. Los goblins volaban en todas direcciones, lanzados por el pesado garrote de Pikel. Iván, con un fuerte golpe descendente, casi partió en dos a un orco.
Entre la furia de la escaramuza inicial, Danica descansó detrás de los hermanos, reuniendo fuerzas para cuando inevitablemente las necesitara. Cadderly dominaba los pensamientos de la joven en ese momento de calma. Danica no había encontrado tiempo antes de ahora para preguntarse dónde estaría el joven erudito y temió que hubiera encontrado un destino atroz. Aunque su deber estaba claro, y no se apartaría de él. Esta vez a diferencia de cualquier otra, Danica tenía que creer en la capacidad de Cadderly de cuidar de sí mismo, tenía que centrarse en el combate.
No importó cuantas veces se recordó ese hecho, su corazón echaba en falta a Cadderly.
La cabeza del último orco voló hacia los arbustos. En este momento de calma, Iván se dio media vuelta y notó la desesperación en los ojos almendrados de Danica.
—No te preocupes, muchacha —la reconfortó el enano—. Te dejaremos unos cuantos en el próximo combate.
La cara de Danica se arrugó ante esas palabras, y reveló al enano que había malinterpretado la fuente de su tristeza.
—Es tu Cadderly, entonces —especuló Iván, al recordar al joven erudito—. ¿Dónde se habrá metido?
—Lo dejé —admitió Danica, al tiempo que miraba por encima del hombro hacia Syldritch Trea.
Una roca cayó en picado por entre las ramas de los árboles, y falló por los pelos. En respuesta, una flecha tras otra salieron volando desde un lado, a gran velocidad hacia los arándanos.
—¡Gigante! —dijo Shayleigh, al asomar de su escondite mientras sacaba otra flecha—. ¡Le he dado tres veces, pero todavía viene! —Se retiró y disparó, y sus compañeros observaron cómo la flecha volaba a través de la maraña de hojas y se clavaba en lo que parecía una montaña andante. Otra forma enorme se movió junto a la primera.
—¡Dos gigantes! —berreó Iván esperanzado.
Danica lo agarró a él, y a Pikel, cuando empezaban a pasar por delante de ella en dirección a los nuevos enemigos.
—Sin duda con una hueste de escoltas a su lado —explicó la joven—. No seáis tan imprudentes —reprendió—. Sois demasiado valiosos para nosotros… para mí.
—Oh —contestó Pikel más bien triste.
Shayleigh lanzó otra flecha hacia los monstruos que se acercaban, y luego se unió a Danica y a los enanos.
—Debemos irnos, rápido —dijo Shayleigh.
—Vosotros tres continuad —propuso Danica al grupo—. Yo buscaré a Cadderly.
—El clérigo está con Tintagel —respondió Shayleigh—. No temas, ya que si alguien lo puede mantener a buen recaudo en el combate, es el mago.
Las noticias animaron a Danica. Saber que Cadderly estaba junto a alguien tan experimentado y sabio como Tintagel aplacó el miedo de que su amado se quedara solo para abrirse camino en este bosque de los horrores.
—Los cuatro entonces —dijo Danica decidida.
—¡Oo oi! —fue la réplica de Pikel.
—¡Desgracia para todo monstruo que se cruce en nuestro camino! —prometió Shayleigh. Dio media vuelta y lanzó otra flecha al bulto de gigantes que se acercaban, para que le diera buena suerte, y juntos, el cuarteto luchador salió disparado hacia las sombras, formulando planes mientras se iban.
Sin su escudo, Elbereth sólo podía agarrar la empuñadura de su espada para desviar los poderosos golpes de Ragnor. Ahora el ogrillón había dado por terminadas sus tácticas defensivas, decidido a acabar este combate y dirigirse a otros. Cortó a la altura del pecho de Elbereth con un golpe a dos manos, avanzando mientras daba el golpe de manera que el elfo no pudiera retirarse y tuviera que utilizar la espada para detenerlo.
El arma de Elbereth emitió un fuerte sonido bajo la fuerza del golpe, y vibró durante un rato. Los brazos del elfo se entumecieron, y tuvo que esforzarse para mantener agarrada la espada. Ragnor lanzó un segundo ataque idéntico al primero.
Elbereth sabía que parar el golpe de la misma manera le arrancaría la espada de las manos. Se lanzó hacia atrás, tirándose al suelo.
Ragnor atacó con furia, al pensar que había ganado el combate.
Aunque la agilidad y la rapidez de Elbereth sobrepasaron al ogrillón, ya que el elfo se retorció y lanzó un tajo oblicuo con la espada, repentino y bajo, que alcanzó las espinillas de Ragnor y detuvo momentáneamente la carga del ogrillón.
Elbereth de nuevo volvía a estar en pie, cauto y manteniendo la distancia, mientras Ragnor, que soltaba maldiciones y cojeaba sólo ligeramente, avanzaba sin parar.
Cadderly gruñó y consiguió apoyarse sobre los codos, al saber que él y en especial Elbereth, no se podían permitir ningún retraso. El joven erudito que se había dado un batacazo por el lanzamiento de Ragnor, se había quedado sin aliento debido al golpe.
Ahora miró a Elbereth, cansado y lastimosamente superado, y supo que Ragnor vencería pronto.
—De vuelta al combate —prometió Cadderly, pero ni se había puesto en pie cuando se dio cuenta de que tenía la nuca húmeda. Pensando que era sangre, Cadderly puso una mano encima y se revolvió para sacarse la mochila.
Soltó un suspiro de alivio cuando vio que la humedad venía de la mochila, no de su propio cuerpo, pero entonces casi se desmayó cuando se dio cuenta de la única fuente posible.
Lentamente, con cuidado, el joven erudito desató y abrió la bolsa y sacó el frasco agrietado. Se estremeció al pensar lo que podría haber pasado si su aterrizaje hubiera hecho pedazos, y no sólo agrietado, el recipiente del volátil Aceite de Impacto. Levantó la mirada hacia las ramas altas de las hayas y se imaginó colgado allí arriba, retorcido y roto por la horrorosa explosión.
De pronto Cadderly miró a Ragnor, y volvió a mirar el frasco. Una sonrisa maliciosa se formó en su cara. Sacó con cuidado la mitad superior del recipiente roto e introdujo el buzak dentro, ahuecando las manos para recoger tanto líquido como pudiera.
Cuando la espalda de Elbereth se apoyó contra el árbol, los dos, elfo y ogrillón, se dieron cuenta de que el juego había terminado. Con valor, Elbereth lanzó una serie de arremetidas, algunas consiguieron alcanzar a Ragnor, pero ninguna con la suficiente potencia para poner al monstruo en un aprieto.
Elbereth apenas pudo agacharse cuando la espada del ogrillón impactó, arrancando un trozo grande de árbol. Elbereth se las ingenió para volver a golpear mientras Ragnor liberaba su espada. El ogrillón hizo una mueca de dolor y volvió a atacar, esta vez acortó el golpe de manera que alcanzaría al elfo, o a nada en absoluto.
La hoja voló libremente mientras Elbereth se tiraba al suelo, la única defensa posible para el vencido elfo.
—¡Ahora ya está! —proclamó Ragnor, y Elbereth arrinconado y en el suelo, no pudo discutirlo.
Ragnor vio cómo Cadderly, desde un lado, se acercaba a toda velocidad, con el brazo levantado y la curiosa (e inútil) arma preparada para ser lanzada. El ogrillón, con la espada en alto para asestar el golpe fatal, no prestó atención al joven erudito, ni bajó el brazo para detener el ataque.
Cadderly lanzó un gruñido y puso toda su fuerza y peso en el ataque. El buzak golpeó contra el costado del enorme pecho de Ragnor, y la fuerza de la explosión hizo girar al ogrillón hasta quedarse enfrentado a Cadderly.
Por un momento, Cadderly pensó que Ragnor corría hacia atrás, lejos de él, pero entonces el joven clérigo se dio cuenta de que los pies de Ragnor, que se movían impotentes de arriba abajo, estaban a varios palmos del suelo.
Los brazos y las piernas de Ragnor continuaron azotando a diestro y siniestro mientras el ogrillón trataba de aminorar la velocidad de su vuelo. Una rama se dobló, luego se rompió a su espalda, y de pronto se detuvo, empalado a través de la columna vertebral en el árbol. Ragnor estaba colgado, a unos tres palmos del suelo, un agujero abrasado en un lado de su túnica de piel lanuda, y con las piernas sin vida. No sentía dolor en las extremidades inferiores, no sentía nada en absoluto. Trató de plantar los pies contra el árbol para poder liberarse, pero fue inútil, sus piernas no hacían caso de sus órdenes.
Sin duda aturdido, Cadderly bajó la mirada hacia la mano del arma. Allí colgaba la cuerda, cortada por la mitad y con su extremo ennegrecido. De los discos de cuarzo, no se veía nada excepto una esquirla en el suelo, donde había estado Ragnor.
Igualmente asombrado, Elbereth se puso en pie. Miró a Cadderly con curiosidad durante un momento, y luego recogió la espada y se fue hacia Ragnor.
El mundo era algo confuso para el fornido líder de las fuerzas invasoras. Ragnor tenía que inspirar con violencia para poder respirar. No obstante, la obstinada criatura se agarraba a su espada, y se las ingenió para levantarla en un amago de defensa ante la aproximación decidida de Elbereth.
Elbereth apartó la espada de un manotazo, y volvió a atacar ante la testarudez de Ragnor, dirigiéndola a un lado. La espada del elfo cortó los ojos de Ragnor y lo dejó ciego. Atinadamente, Elbereth se apartó cuando la furia de Ragnor se mostró en todo su esplendor con una serie de tajos.
Cadderly pensó que Ragnor era digno de compasión mientras continuaba hendiendo el aire. El ogrillón empezaba a cansarse, y Cadderly apartó la mirada cuando Elbereth se volvió a acercar. Oyó un gruñido, y luego un quejido.
Cuando volvió a mirar, Elbereth limpiaba su espada manchada de sangre y Ragnor próximo a morir, estaba con una mano crispada lastimosamente sobre el agujero que Elbereth le había hecho en la garganta.
—Cosas estúpidas —susurró Iván, mientras miraba al otro lado de un pequeño claro hacia un grupo variopinto de monstruos. El enano y sus tres compañeros se habían retirado hábilmente para situarse detrás de los dos gigantes, varios orogs, y numerosos goblins que les habían estado persiguiendo. Los movimientos de uno de los gigantes parecían torpes, la criatura había encajado varias flechas de Shayleigh.
—Atraedlos hasta aquí —dijo Iván mientras le hacía un guiño a la doncella elfa. Los dos enanos se escurrieron fuera de la línea de árboles hacia la hierba alta y espesa del prado.
Shayleigh miró a Danica. La elfa no era temerosa en absoluto, pero este grupo de monstruos parecía demasiado poderoso para que el grupo lo pudiera manejar.
Danica, igualmente preocupada, pero comprendiendo lo que los enanos querían hacer, asintió con la cara ceñuda y le hizo un gesto a Shayleigh para que continuara.
Shayleigh levantó su largo arco y apuntó hacia el gigante herido. Puso una segunda y una tercera flecha en el aire antes de que la primera diera en el blanco.
La primera impactó en el gigante, en la base de su grueso cuello. El monstruo aulló y agarró el astil que vibraba, la segunda flecha cayó junto a la primera, clavando la mano del gigante en el mismo lugar. En el momento en que la tercera flecha impactó, justo debajo de las anteriores, el gigante empezó a caer. Cayó de rodillas y se aguantó de forma inestable durante unos momentos, luego se desplomó sobre la hierba.
El resto de la banda de monstruos soltó un grito al unísono, se dieron media vuelta y cargaron salvajemente al otro lado del prado. Shayleigh pronto mató a un orog clavándole una flecha entre los ojos bulbosos.
—Alcanza los árboles —instruyó Danica—. Dispara a los más pequeños. Confía en que los enanos tienen un plan en mente para el gigante. —Shayleigh miró hacia la hierba donde Iván y Pikel habían desaparecido, y luego sonrió, sorprendida al darse cuenta que ella también había llegado a confiar en un par de enanos. Con la agilidad que caracteriza a los elfos, Shayleigh encontró un saliente y se subió a las ramas del árbol más cercano con una facilidad asombrosa.
Con sus grandes zancadas, el gigante que quedaba, adelantó a sus compañeros más pequeños. Lanzó una roca en dirección a Danica, y la ágil luchadora a duras penas la esquivó, y el proyectil acabó derribando un árbol joven.
Una flecha que venía de arriba derribó a un goblin.
Danica levantó la mirada y agradecida le guiñó el ojo a Shayleigh. Luego, ante el asombro de la doncella elfa, Danica cargó hacia delante, directamente hacia el gigante que se acercaba.
Mientras la criatura, que se movía pesadamente, levantaba su enorme garrote, Danica le lanzó sus ya ensangrentadas dagas a la cara. El gigante rugió ultrajado, dejó caer el garrote, y se agarró a las armas clavadas. Danica cambió de dirección, y sonrió cuando Iván y Pikel aparecieron de entre la hierba golpeando y cortando las piernas gruesas del monstruo.
El confundido gigante no sabía en qué dirección moverse. Iván dio un hachazo a una de las piernas, arrancando trozos como si fuera a talar un árbol, pero el dolor en la cara del monstruo demandaba su atención. Al final, el gigante reunió el coraje para arrancarse una de las dagas, pero para entonces era demasiado tarde para la pierna, y la criatura cayó de lado.
Iván se abalanzó hacia los orogs que venían más allá del gigante; Pikel se dirigió a la cabeza del monstruo para acabar el trabajo. El gigante rodeó a Pikel con una mano y empezó a apretar. Aunque Pikel no estaba demasiado preocupado ya que estaba lo suficientemente cerca para golpear y la daga que quedaba de Danica, hundida en la mejilla del monstruo, ofrecía un maravilloso blanco.
Cuando Danica se apartó a un lado, lo mismo hizo un grupo de tres orogs. Danica continuó con su cambio de dirección, y permitió a los monstruos acercarse lo suficiente para que no abandonaran la persecución. Pronto la luchadora estuvo a punto de dar una vuelta completa alrededor del gigante, dirigiéndose a los mismos árboles de los que había salido. Las espadas de los orogs arañaron sus talones, pero Danica confiaba en que se podría mantener por delante de las estúpidas criaturas. Oyó un aullido de dolor y sorpresa a su espalda, y después de eso un jadeo, y comprendió que Shayleigh había empezado su trabajo.
Danica cayó hacia delante, girándose mientras rodaba, para levantarse encarada a los orogs que la perseguían. La bestia más cercana volvió la mirada a su compañero, que había sido alcanzado por dos flechas, girando justo a tiempo para ser alcanzado por el puño de Danica en la barbilla. Un repulsivo crujido resonó por encima del fragor de la batalla, cuando la barbilla del orog se rompió.
Cuando la criatura finalmente cayó al suelo, su mandíbula inferior estaba más alineada con la oreja izquierda que con la parte superior de su boca.
El orog que quedaba giró sobre sus talones y huyó. Consiguió dar unos pocos pasos antes de que la siguiente flecha de Shayleigh perforara su muslo, reduciendo su velocidad lo suficiente para que Danica se abalanzara y acabara con él.
Iván esquivó la horda de orogs y goblins con la típica delicadeza enanil. El enano corneó con su casco astado, mordió donde pudo, pateó con ambos pies, y en general manejó el hacha a lo largo y a lo ancho con tanta ferocidad que la banda entera de monstruos tuvo que ceder terreno sin parar. Aquellos que no pudieron retirarse, atrapados entre el enano y sus propios compañeros, muy a menudo caían al suelo al mismo tiempo que sus extremidades seccionadas.
La otra cara de la moneda de las tácticas de Iván, además del cansancio que ineludiblemente acompañaría semejante demostración de salvajismo, era que Iván no veía lo que sucedía a su alrededor. Y así estaba el enano cuando un orog se las arregló para escurrirse detrás de sus porrazos. La criatura, coordinó su ataque entre los hachazos para no ser alcanzado por uno de ellos, dio un paso, justo a la espalda del enano, y descargó un mazazo con su pesado garrote que Iván no pudo ni desviar ni esquivar.
—Yuck —comentó Pikel tan pronto se dio cuenta de que su golpe en la cabeza había sido más bien brutal. El agarre del gigante se había relajado a esas alturas, y Pikel se apartó de la horrible cosa que una vez fue la cabeza de la criatura. El enano pensó en recuperar la daga de Danica, que estaba hundida en la carne del gigante con la punta de la hoja saliendo por el otro lado de la enorme cabeza, pero Pikel decidió que si Danica la quería recuperar, la tendría que coger ella misma.
Con ese trabajo hecho, Pikel se arrastró por el pecho del gigante para unirse a su hermano, y gritar una advertencia justo cuando el garrote del orog descendió sobre la cabeza de Iván.
—¿Me llamabas? —respondió Iván, luego añadió—. ¡Ay! —casi como si no hubiera entendido lo que le decían. Giró sobre sus talones para golpear al orog, pero continuó dando vueltas, una y otra vez, sin poder orientarse hasta que su mejilla fue a descansar sobre la hierba.
El orog soltó un aullido de victoria, un grito de alegría que la siguiente flecha de Shayleigh detuvo al instante, aunque fue más por la furia de Pikel. El enano imitó las tácticas del orog, pero mientras el porrazo había enviado a Iván a dar vueltas, el fuerte golpe de Pikel hizo que el monstruo cayera hecho un amasijo extraño, con las piernas abiertas a los lados y la cabeza balanceándose sobre un cuello destrozado.
Pikel quiso golpear a la cosa una y otra vez, pero no tenía tiempo, ya que los monstruos que quedaban se dirigían hacia el indefenso Iván.
—¡Ooooo! —bramó el enano, siguiendo a otra flecha disparada hacia la multitud. Los goblins volaron en todas direcciones, incluso los poderosos orogs se apartaron de un salto, y en escasos instantes, Pikel estaba encima de la figura postrada de Iván.
Danica golpeó al grupo un momento más tarde, con un ímpetu similar, y Shayleigh abatió otro orog hundiéndole una flecha en el ojo.
Los monstruos rompieron sus filas y se dispersaron.
Pikel continuó defendiendo a su hermano mientras Danica empezaba la persecución, placando a un orog y rodando sobre él en la hierba. Shayleigh disparó varias flechas, pero se dio cuenta, para su consternación, de que no podría acabar con todos los monstruos antes de que encontraran la seguridad de los árboles.
Sin embargo, los gritos de alivio de los monstruos cuando alcanzaron la línea de árboles duraron poco, ya que por esas mismas sombras apareció una hueste de elfos. En pocos segundos, ni un goblin ni un orog estaba vivo en ese campo empapado de sangre.
Cadderly se quedó mirando mientras Elbereth se acercó para unirse a él. El mundo se había vuelto loco, decidió Cadderly, y había sido totalmente alcanzado por esa locura. Justo hacía unas semanas, el joven erudito no conocía más que paz y seguridad, nunca había visto a un monstruo vivo. Pero ahora todo estaba patas arriba, con Cadderly (casi por accidente) jugando el papel de héroe y con monstruos, demasiados monstruos, de repente muy reales en la vida del joven erudito.
El mundo se había vuelto loco, y las felicitaciones de Elbereth, el agradecimiento del elfo por un golpe que había vencido a un monstruo que estaba más allá de las pesadillas más salvajes del inocente Cadderly, sólo confirmó las sospechas del joven erudito. Imagina, Cadderly vencedor donde Elbereth no pudo, donde el Rey Galladel, que yacía muerto a sus pies, ¡no pudo!
No había orgullo en los pensamientos del joven erudito, sólo un absoluto estupor. Qué trampa cruel le había jugado el destino, soltarlo tan terriblemente inexperto en semejante papel, y en semejante caos. ¿Era eso lo que guardaba Deneir para él? ¿Si así era, realmente quería continuar siendo su acólito?
La mirada de sorpresa de Elbereth hizo que Cadderly diera media vuelta. Lo que quedaba de la guardia de elite de Ragnor, media docena de bugbears blandiendo tridentes de los que goteaba una sustancia que los dos amigos podían asumir que era veneno, cargaron hacia ellos, no muy lejos, sin duda no lo suficientemente lejos para que Cadderly pudiera escapar.
—Y así morimos —oyó que murmuraba Elbereth mientras levantaba la espada manchada de sangre, y el joven erudito, desarmado y cansado, no tenía palabras para rebatir el comentario.
Una explosión de luz acabó de pronto con la amenaza. Cuatro de los bugbears murieron en el sitio, los otros dos cayeron rodando al barro, abrasados e incapacitados.
Cadderly volvió la vista a un lado, al valiente Tintagel, apoyado contra un árbol, mostrando una sonrisa que de vez en cuando disminuía por las punzadas de dolor. Cadderly y Elbereth corrieron hasta su amigo. Elbereth empezó a atenderle la herida, pero Cadderly apartó al elfo a un lado.
—Maldito seas, Deneir, ¡si no me ayudas ahora! —gruñó el joven erudito.
A alguien que conociera las artes curativas no le costaría ver que la herida de Tintagel pronto resultaría fatal. Dónde había encontrado la fuerza y la presencia de espíritu para lanzar el ataque mágico, Cadderly no lo sabía, pero sí sabía que semejante coraje no podía ser el preludio de la muerte.
No si tenía algo que decir sobre ello.
Elbereth puso una mano sobre su hombro, pero Cadderly masculló y la apartó de un manotazo. El joven erudito agarró el asta de la lanza, que aún estaba hundida en el costado de Tintagel, levantó la mirada hacia el elfo de ojos azules, que le entendió y asintió.
Cadderly arrancó la lanza.
La sangre salió a borbotones de la herida (los dedos de Cadderly no pudieron contenerla) y Tintagel se desmayó y se deslizó hacia un lado.
—¡Aguántalo con fuerza! —gritó Cadderly, y Elbereth, un pasivo observador del espectáculo, hizo lo que se le pidió.
Cadderly trató en vano de contener la sangre que manaba, de hecho la sangre que se escapaba de las vísceras de Tintagel.
—¡Deneir! —gritó el joven clérigo, con más rabia que reverencia—. ¡Deneir!
Entonces pasó algo maravilloso.
Cadderly sintió cómo el poder surgía a través de él, aunque no lo entendió y difícilmente lo esperó. Llegó como las notas de una canción lejana y melodiosa. Demasiado sorprendido para reaccionar, el joven clérigo sujetó la herida desesperado.
Observó asombrado cómo la herida de Tintagel empezó a cerrarse. El flujo de sangre disminuyó, y luego se detuvo completamente. Las manos de Cadderly fueron apartadas por la piel que se unía mágicamente.
Pasó un minuto, luego otro.
—Llevadme hasta la batalla —pidió un revitalizado Tintagel. Elbereth le dio un fuerte abrazo a su amigo: Cadderly se desplomó en el suelo.
El mundo se había vuelto loco.