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Visiones del Infierno

El poderoso caballo se abalanzó hacia el líder enemigo. Los bugbears salieron para cortarle el paso, pero Temmerisa bajó la cabeza y cargó a través de ellos dispersándolos como hojas caídas.

Temmerisa tropezó, los cuartos delanteros del gran caballo se enredaron en una de las criaturas caídas. Un tridente, lanzado desde un arbusto, se clavó en un costado de Temmerisa y acabó con la carga de la montura. Temmerisa se vino abajo, pesadamente, mientras se debatía a causa del veneno que había en el arma demoníaca.

Elbereth se liberó del embrollo y con los ojos llenos de horror volvió la mirada hacia su orgullosa montura inmóvil.

Cuando el príncipe elfo miró a su alrededor, vio que el camino hasta Ragnor estaba libre de enemigos.

—Adelántate, elfo —bramó el ogrillón al reconocer a Elbereth de su anterior encuentro—. Te he vencido antes. ¡Esta vez te mataré! —sólo para espolear a su contrincante, Ragnor pateó el cuerpo del elfo que yacía a sus pies.

A pesar de toda su confianza, el ogrillón estaba pasmado ante la ferocidad pura de la carga de Elbereth. La espada de Elbereth azotó y tajó furiosamente, hizo cortes a Ragnor, luego, con persistencia, continuó después de que el ogrillón a duras penas se las arreglara para detener el primer ataque.

—¡Vengaré a mi padre! —gritó Elbereth mientras soltaba un tajo.

Confiado, Ragnor mostró una sonrisa maliciosa. ¿El rey elfo era el padre de éste? ¡Qué victorias acumularía hoy!

Los furiosos ataques de Elbereth continuaron sin parar y Ragnor continuó a la defensiva. Sabía que la rabia de éste se desvanecería y pronto dejaría paso al cansancio. Entonces sería el turno de Ragnor.

En el momento en que Cadderly consiguió llegar hasta los que luchaban había dejado atrás los restos de las anteriores escaramuzas. Árboles destrozados y cuerpos lo rodeaban. Los gritos de los agonizantes parecían un juego macabro de ventriloquia (con demasiados cuerpos alrededor para que el joven pudiera descubrir la fuente de un único grito).

Un goblin le agarró el tobillo mientras pasaba. El instinto le dijo que disparara con la ballesta al monstruo, pero se dio cuenta de que el goblin, cegado por el corte de una espada y cercano a morir, lo había agarrado sin miedo, sin intención de atacarlo. Cadderly liberó la pierna y se alejó a trompicones, al no tener el coraje para acabar con la criatura, ni el tiempo para curarle las heridas mortales.

En la distancia, otro de los árboles cayó, hundido bajo el peso de un centenar de monstruos. Muchas de esas criaturas ya estaban muertas, atrapadas en ramas estranguladoras, pero aquellos que no lo estaban cortaron salvajemente al roble caído. Un elfo se abalanzó en defensa del árbol, llevándose por delante a dos orogs antes de ser sepultado por los otros y cortado en pedazos.

Cadderly no sabía en qué dirección correr o qué tenía que hacer. Para el joven erudito, que había vivido toda su vida en la protegida y segura biblioteca, ésta era su visión del Infierno.

Oyó unos lloros quedos en un árbol cercano y vio a Hammadeen entre sus ramas; sus hombros subían y bajaban con los sollozos.

Otro gemido vino de un goblin que agonizaba en las sombras. Otro alarido cortó el aire desde algún lugar en la distancia.

Cadderly continuó, rodeando a los monstruos que aún golpeaban al árbol caído. Quería encontrar un hueco y esconderse en él, pero sabía que dejar de moverse significaba la muerte.

Cruzó por entre el soto espeso de un abedul (la maraña de abedules que él y los otros habían evitado en su camino hacia Syldritch Trea, supuso) y fue a parar a un pequeño campo de arándanos que le llegaban al pecho, salpicado de árboles. De pronto, el combate rodeaba a Cadderly. En la línea de árboles al otro lado del pequeño campo, una fuerza de goblinoides trató de penetrar la dura defensa de muchos arqueros elfos, y en varios lugares los combatientes rodaban por los arbustos, sin que Cadderly pudiera verlos, aunque los oía, y veía cómo se agitaban los arbustos con la cruenta lucha.

Cadderly se abrió paso a través de ellos, bajó por una pendiente, y rodeó hasta el otro lado de la colina. Allí se quedó helado, pasmado por otra visión.

—Gran Deneir —murmuró el joven clérigo, apenas consciente de lo que había dicho. Cadderly ya había visto ogros, y casi se había desmayado ante el tamaño de los enormes monstruos. Ahora vio a su primer gigante, casi el doble de altura que un ogro y, estimaba Cadderly, diez veces el peso de un ogro. ¡Eso hizo que el joven erudito, que estaba a su sombra, desde luego se sintiera insignificante!

Afortunadamente, le daba la espalda a Cadderly y la criatura estaba ocupada reuniendo piedras, a lo mejor para tirárselas a los elfos de la línea de árboles. Cadderly habría pasado de largo, pero sus reacciones estaban empañadas por el terror.

Disparó un dardo a la espalda del gigante.

—¡Hey! —rugió el monstruo, mientras se frotaba las nalgas que ardían y se daba media vuelta. Cadderly, al darse cuenta de su craso error, ya había huido y se había vuelto una vez para disparar otro dardo. Este último alcanzó al monstruo directamente en el pecho, pero el gigante apenas se sobresaltó ante la explosión.

Cadderly bajó la cabeza y corrió a toda velocidad hacia la seguridad de los árboles, con la esperanza de que ningún elfo lo confundiera con un orco y le disparara.

No volvió a mirar al gigante, presumiendo correctamente que iba en su persecución.

El gigante se reía como un idiota, al pensar que el humano era una presa fácil. Su expresión cambió cuando los hermanos Rebolludo saltaron de entre unos matorrales que había junto a él. Uno le cortó la parte de atrás del ligamento de la corva con un hacha; el otro le aplastó la rótula con un garrote.

El gigante cambió de dirección y se desplomó, y los Rebolludo estuvieron encima incluso antes de que dejara de rebotar.

—Excelente lugar elevado para hacer un alto —le comentó Iván a Pikel mientras hundía el hacha en el cuello del gigante.

—¡Oo oi! —afirmó Pikel entusiasmado, golpeando al gigante con su garrote tronco de árbol en la nuca.

—¿Era Cadderly el que pasó corriendo por aquí? —preguntó Iván. Pikel miró hacia los árboles oscuros y asintió.

—¡Un buen señuelo, ese chico! —rugió Iván. La conversación acabó cuando un grupo de orogs salió de entre los arbustos y cargó contra los descubiertos enanos.

Un rayo cegador rasgó la oscuridad. Cadderly oyó que varios goblins chillaban, y luego divisó la fuente del rayo, una cara familiar y bienvenida.

—¡Tintagel! —llamó, precipitándose junto al mago.

—¡Bien hallado, joven clérigo! —respondió el elfo de ojos azules—. ¿Has visto a Elbereth?

—Acabo de llegar aquí —explicó mientras sacudía la cabeza—. Dorigen ha caído. —Mostró los anillos que había cogido a la maga y la varita que llevaba en el cinturón—. Éstos podrían ser de…

—¡Abajo! —gritó Tintagel, mientras apartaba a un lado a Cadderly, y una lanza falló por poco. El elfo extendió una mano y pronunció un conjuro. Unos rayos de energía emanaron de las puntas de sus dedos, desviándose entre los árboles y hundiéndose tras un tronco. Por el otro lado cayó muerto un bugbear, su cuerpo velludo chamuscado en varios puntos por el ataque mágico.

—Elbereth —repitió el mago a Cadderly—. ¡Debo llegar hasta él, se dice que lucha con Ragnor!

—Así es —dijo la voz melodiosa de una dríada desde un lado.

—¿Dónde están? —pidió Cadderly, mientras se acercaba a Hammadeen. La dríada se escondió tras el árbol, y Cadderly sospechó que quería desaparecer.

—No te vayas, te lo pido —suplicó el joven erudito, dulcificando la voz para no amedrentar a la criatura asustadiza—. Debes decírnoslo, Hammadeen. El destino de Shilmista está en nuestras manos.

Hammadeen no respondió ni se movió, y Cadderly tuvo que forzar la vista para distinguirla de la corteza del árbol.

—¡Cobarde! —gruñó Cadderly—. Pretendes ser un amigo de los árboles, ¡pero no haces nada cuando te necesitan! —Entonces cerró los ojos, y se concentró en el árbol que escondía a la dríada. Unas emociones extrañas y maravillosas vinieron a él mientras armonizaba sus sentidos a los del árbol, y reconoció los caminos que el árbol había abierto en secreto para que Hammadeen escapara.

—¡No! —gruñó Cadderly, tratando de alcanzar al árbol con sus pensamientos.

Para asombro de Cadderly, la dríada apareció de pronto, con la mirada en dirección al árbol como si de alguna manera éste la hubiera traicionado.

—Luchan en la arboleda de hayas, hacia el sur y al este y no demasiado lejos —dijo la dríada a Tintagel—. ¿Conoces el lugar?

—Lo conozco —respondió Tintagel, mirando a Cadderly de reojo—. ¿Qué has hecho? —preguntó después de que la asustadiza dríada se hubiera marchado.

Cadderly estaba con la boca abierta, sin tener ni idea de cómo responder.

El mago elfo, muy familiarizado con su bosque, su hogar, conjuró una imagen de la arboleda de hayas y recordó las palabras de otro conjuro.

—Vigila —dijo a Cadderly, y el joven erudito asintió, al saber que el mago sería vulnerable mientras estuviera lanzando el conjuro. Cadderly cogió uno de los dos dardos que le quedaban en la bandolera y recargó la ballesta.

Una puerta de luz reluciente, similar a la que había visto atravesar a Dorigen, apareció frente a Tintagel. Cadderly oyó el familiar crujir de hojas cuando otro bugbear cercano arrojó una lanza.

El joven erudito se dio la vuelta, seleccionó el blanco, que estaba agachado entre unos arbustos, disparó, e impactó en el monstruo enviándolo al otro lado del arbusto. Cadderly no estaba demasiado contento, y su satisfacción desapareció pronto, ya que cuando se dio media vuelta, se encontró a Tintagel cayendo, con la lanza clavada profundamente en su costado.

Cadderly lanzó un grito, agarró al elfo, y, al no tener otro lugar adonde ir, se inclinó hacia delante, y salieron los dos por la brillante puerta.

El gigante gimió escandalosamente, y Pikel se separó de su lucha con un orog justo el tiempo suficiente para golpear al ser colosal en la nuca. Al ver que su oponente estaba distraído, el orog trató de saltar sobre la espalda del gigante. Pikel lo alcanzó a medio salto y lo envió al suelo un poco más lejos hecho un ovillo.

Los enanos lucharon espalda contra espalda, como lo hicieron encima del ogro muerto en el campamento de Dorigen. Sólo que ahora los enanos estaban más arriba, más altos que los orogs contra los que luchaban, y las malvadas criaturas tenían una subida considerable hasta sus enemigos. La mitad de la banda de diez orogs estaba muerta junto al gigante, y ninguno de los monstruos se había acercado a los enanos.

Los hermanos Rebolludo estaban disfrutando de veras aquel momento.

Un alboroto en la línea de árboles hizo que enano y orog miraran a un lado. Asomó Danica, que corría como el viento, y un grupo mezclado de orcos, goblins, y bugbears justo detrás. Dos de los orogs se apartaron de la lucha con los enanos y avanzaron para cortarle el paso.

Una flecha alcanzó a uno en el pecho, una segunda flecha se clavó a un dedo de la primera un instante después. El orog que quedaba cometió el error de mirar a un lado, a la doncella elfa que estaba en las sombras de la línea de árboles.

Danica surcó el aire, con los pies por delante, dando una patada doble en el pecho del distraído orog. Salió volando, desapareció entre los arándanos y no volvió a aparecer.

Danica estaba en pie y volvía a correr en un instante.

—¡Yo te abro paso! —prometió Iván, y saltó del gigante justo entre dos orogs. El hacha tajó a izquierda y derecha, y la promesa se cumplió rápidamente.

—Es bueno veros, lady Danica —dijo Iván, mientras ofrecía su mano nudosa. Subieron juntos, uniéndose a Pikel mientras éste golpeaba al último orog. Los enemigos no estaban muy lejos, pero el mezclado grupo de monstruos descubrió que sus filas disminuían mientras cargaba. Las flechas fueron disparadas desde los árboles, impactando en un blanco tras otro.

—Shayleigh —explicó Danica a los admirados enanos.

—Contento de que esté a nuestro lado —comentó Iván. Incluso mientras hablaban, otra flecha pasó zumbando, impactó a un goblin en la sien, y cayó muerto en el sitio.

—No podemos quedarnos aquí mucho más rato —dijo Danica a los hermanos—. Toda la zona es un tumulto. ¡Parece que los goblins y los gigantes están por todas partes!

—¿Cómo lo hacen los árboles? —preguntó Iván.

—Sí —coincidió Pikel excitado.

—Los árboles han causado tremendas pérdidas a nuestros enemigos —respondió Danica—. Pero son pocos, y menos aún desde que varios han caído y varios más combaten los fuegos que ha empezado el enemigo. Los elfos están dispersados, y muchos, me temo, han muerto.

—¡Entonces, a los bosques! —rugió Iván. Volvió a bajar de un salto y cargó hacia la hueste que se acercaba, dando golpes con tanta ferocidad que muchos monstruos dieron media vuelta y prefirieron huir antes que quedarse a luchar con él. Danica casi soltó una carcajada, y sacó las dagas, las hundió en el blanco más cercano, y cargó, con Pikel justo a su lado, para reunirse con Iván.

En un momento volvieron a estar bajo los árboles.

Cadderly cargó su último dardo explosivo mientras salía por el otro lado del portal brillante de Tintagel, y dejaba con cuidado al elfo herido a su lado. Localizó a Ragnor y a Elbereth al instante, enzarzados en un combate titánico unos metros más allá.

También divisó a Galladel, muerto a su lado.

Cadderly no tenía dudas sobre dónde quería poner el último dardo, y se dijo que no tendría remordimientos por hacer un agujero en la fea cara de Ragnor.

Un bugbear que cargaba cambió los planes de Cadderly.

El joven erudito no tuvo tiempo de pensar en sus movimientos, sólo se volvió y hundió el dardo en su barriga cuando estaba a un solo paso de él. El bugbear trastabilló con violencia y tropezó, cayendo bocabajo sobre el fango.

Cadderly miró a Tintagel, que descansaba indefenso y gritaba agonizante. Quería atender al mago elfo, sacar la lanza del costado de Tintagel por lo menos, pero vio claramente que Elbereth no podría aguantar contra el poderoso ogrillón.

—Prometí que moriría a tu lado —susurró el joven erudito. Pensó durante un momento en sacar el frasco de aceite de impacto y tratar de cargar otro dardo, pero se dio cuenta de que no tenía tiempo. De mala gana, Cadderly dejó caer su ballesta inútil y sacó el bastón y el buzak, pensando que eran ridículos contra un enemigo tan poderoso como Ragnor. Repitió la promesa que le hizo a Elbereth y cargó para unirse al príncipe elfo.

—¿Qué haces aquí? —requirió Elbereth sin aliento cuando Cadderly apareció a su lado. El elfo eludió un corte rápido de la pesada espada de Ragnor, uno de los pocos golpes ofensivos que el ogrillón había hecho.

Cadderly entendió de inmediato el cariz que había tomado este combate. Elbereth estaba simplemente cansado, apenas parecía capaz de recuperar el aliento, y Ragnor mostraba una docena de cortes y arañazos, y ninguno de ellos parecía serio.

—Dije que lucharía a tu lado —respondió Cadderly, dio un paso adelante, hizo una finta con el bastón, y luego soltó el buzak. Ragnor bloqueó el ataque con el antebrazo, echándole una mirada de curiosidad a la extraña pero apenas efectiva arma.

—Tienes aliados poderosos, príncipe elfo —rió el ogrillón sarcástico. Cadderly volvió a impactar con el buzak, y el ogrillón ni se preocupó de levantar el brazo, y recibió el golpe directamente en el pecho mientras reía.

Entonces Elbereth entró de mala manera, con la espada moviéndose de un lado a otro, y algunas veces hacia delante. Ragnor mostró un respeto considerable por esta arma, y mientras el ogrillón estuvo enzarzado, Cadderly agarró su bastón con ambas manos y golpeó el codo de Ragnor.

El ogrillón hizo una mueca de dolor.

—¡Morirás lentamente por esto! —prometió a Cadderly, mientras paraba como una fiera los arteros cortes y estocadas de Elbereth—. Lentamente.

Cadderly miró sus armas como si le hubiesen defraudado. Sabía que no podía herir a Ragnor, no importaba la fuerza de su golpe, pero también sabía, por el bien de Elbereth, que debía tratar de jugar un papel importante en el combate.

Esperó y observó el fluir y refluir del combate, se quedó con la esperanza de que Ragnor le dispensaría menos atención en los siguientes instantes.

Si Ragnor estaba preocupado por el joven erudito, el ogrillón no lo demostró.

La espada de Elbereth giró en círculos cerca de Ragnor, luego lanzó una estocada hacia delante, al brazo del ogrillón. Ragnor gruñó, pero si Elbereth era el guerrero más rápido, Ragnor era el más resistente. El ogrillón continuó a la ofensiva, tajando repetidas veces con su enorme espada. Impactó en el escudo de Elbereth, la fuerza del golpe lo partió en dos y lanzó a Elbereth al suelo.

Cadderly supo que tenía que actuar entonces u observar como mataban al príncipe elfo. Dejó caer al suelo el bastón y gritó a lo loco, dio dos pasos hacia Ragnor y saltó hacia el brazo del ogrillón. El joven erudito se agarró con testarudez, sus brazos alrededor del cuello del ogrillón y las dos piernas cerradas con fuerza sobre una de las del ogrillón.

Cadderly no era ni pequeño ni débil, pero el poderoso Ragnor apenas se desvió de su camino hacia el elfo. El ogrillón miró a un lado con cara de no creérselo, y Cadderly se colgó con todas sus fuerzas.

Ragnor habría acabado con Cadderly entonces, si no fuera por Elbereth, que se puso en pie de un salto y no tardó ni un instante en devolver el ataque. Con Cadderly tirando, agarrando y distrayendo a Ragnor, las maniobras astutas de Elbereth dieron más veces en el blanco.

—¡Fuera! —gritó el ogrillón. Rechazó al elfo con un movimiento del brazo, y entonces deslizó el brazo libre alrededor del de Cadderly, soltándose de la presa del joven erudito. La fuerza de Ragnor era ciertamente aterradora, y un momento después, Cadderly se vio a sí mismo volando por los aires.