19

A través de las líneas enemigas

Cuando hayas pasado la maraña de abedules, ve hacia la izquierda, dijo la instrucción telepática de Druzil. Hemos instruido a los soldados para que no te hagan daño.

Kierkan Rufo miró a su alrededor con inquietud, temiendo que el sudor frío de su frente le pudiera delatar. Los otros parecían indiferentes. Todos estaban nerviosos, incluso Iván, se agazapaban y se arrastraban con el conocimiento incontestable de que los monstruos los rodeaban. Oyeron los gritos de un combate en algún lugar detrás de ellos, hacia el norte, y supieron que Shayleigh y Tintagel trabajaban duro para alejar al enemigo del grupo oculto.

Rufo calculó la referencia hasta los abedules, Elbereth había mencionado el lugar un rato antes, al decir que lo pasarían en menos de una hora. A Rufo le faltaba tiempo.

Danica avanzó gateando, con las dagas de hoja de cristal sujetas con fuerza. Vio a Elbereth a un lado, también gateando, dirigiéndose hacia uno de los goblins que estaban a seis metros, de los dos que Danica había escogido como blancos.

Se tenía que hacer rápido y en silencio. Podían oler a los goblins en el bosque que los rodeaba y querían evitar el combate si era posible. Aunque esos tres desafortunados estaban en su camino, y el grupo no tenía tiempo para rodearlos. Las escaramuzas empezaban a ser comunes cerca del grupo, resonaban de ambos lados y desde atrás. Shayleigh, Tintagel, y los otros elfos pronto estarían en apuros si el enemigo se acercaba a esta parte del bosque, y la partida de Elbereth tenía que llegar a Syldritch Trea sin demora, para la desgracia de estos tres guardias goblins.

Danica observó a Elbereth, ahora en posición, justo a un metro escaso de su goblin. El elfo le hizo una seña para que ella fuera la primera, ya que su tarea era más difícil.

Sujetó con fuerza las dos dagas, y notó el relieve del tigre dorado en una mano y el dragón plateado en la otra. Acuclillada, cruzó las muñecas frente a su cintura, con las hojas de las dagas apuntando hacia arriba.

Los goblins, que le daban la espalda, estaban a sólo unos pasos, hablaban despreocupados, sin sospechar nada.

Danica saltó entre ellos. Se quedaron boquiabiertos justo antes de que la monje, en un solo movimiento, abriera los brazos, hundiéndoles las dagas bajo la barbilla. Los goblins dieron una sacudida; uno levantó la mano débilmente para agarrar la muñeca de Danica.

Un grito a su lado le hizo dar la vuelta. El goblin de Elbereth estaba ante ella, con el arma en el suelo y los brazos abiertos. La criatura se agitó con violencia, con la cara crispada por la confusión.

Danica lo comprendió cuando la espada de Elbereth salió por delante del pecho de la criatura.

Entonces sólo quedaban Danica y Elbereth. Se hicieron una señal el uno al otro y se hundieron en la maleza manteniendo sus posiciones durante un momento para asegurarse de que no había otros monstruos cerca. Ya juntos se reunieron con los otros y les comentaron que el camino estaba despejado.

—Debemos llegar hasta el grupo de abedules sin demora —explicó Elbereth en voz baja—. Syldritch Trea está a menos de dos kilómetros al oeste de allí. —Elbereth se calló, y una expresión curiosa cruzó su cara cuando miró a Kierkan Rufo, que estaba temblando, con el sudor cayéndole por la cara.

—¿Qué te pasa? —preguntó el elfo.

—Si no tienes estómago para esto… —empezó Iván, pero Danica lo hizo callar rápido.

—No lo puedo apartar de mi mente —admitió Rufo desesperado. El delgado joven miró a su alrededor, sus ojos oscuros y saltones se movían con rapidez y angustia, como si esperara que todos los monstruos de los Reinos cayeran sobre él.

—Sabe nuestros planes —explicó Rufo, tratando en vano de mantener la calma. Tartamudeó una serie de palabras y entonces perdió el control—. ¡Lo sabe! —gritó Rufo, e hizo que los otros se agazaparan a la defensiva, mientras miraban a su alrededor—. ¡Os he condenado a todos!

—¡Hacedlo callar! —susurró Elbereth, y se alejó unos pasos para asegurarse que no había enemigos cerca.

Danica y Cadderly cogieron a Rufo por los brazos y lo sentaron para tranquilizarlo.

—¿Quién lo sabe? —preguntó Cadderly, mientras le echaba un ojo a Danica, cuya mirada ceñuda le dio la sensación de que pronto le rompería la cabeza a Rufo.

—No es culpa mía —declaró Rufo—. He tratado de resistirlo (¡al imp!) con todas mis fuerzas.

—Uh-oh —murmuró Pikel, al hacerse eco de los pensamientos de todos.

—Has tratado de resistir al imp, pero no puedes —incitó Cadderly—. ¿De qué manera? Debes decírmelo.

—¡En mi cabeza! —respondió Rufo, ahora con cuidado de mantener la voz en un susurro—. El imp sigue mis pensamientos, aprende cosas de mí, aunque no se las diga.

Cadderly miró a Danica, que mostraba una expresión confundida.

—Nunca he oído semejante cosa —dijo—. El imp de Dorigen es telepático. Eso es lo que sé. —Se volvió hacia Rufo—. ¿Pero invadir tus pensamientos, y quedarse ahí, sin tu consentimiento?

—Si estás mintiendo… —amenazó Danica, mientras agitaba un dedo en dirección a Rufo.

—A menos que… —masculló Cadderly, mientras se rascaba la suave barbilla y pensaba en las viejas historias que le pudieran decir algo de lo que estaba pasando. Cuando volvió la mirada hacia los otros, vio que todos lo observaban, esperando.

—¿Alguna vez has visto al imp? —preguntó Cadderly a Rufo.

—Una —admitió el joven anguloso, al pensar que debía mantener en secreto su segundo encuentro, el que había tenido con Dorigen, a toda costa.

—¿Y te dio el imp algo que debías llevar? —preguntó Cadderly—. ¿Un objeto personal, quizá? ¿O te tocó, o manoseó alguna de tus posesiones? —Miró a Iván y Pikel y asintió.

—¿Qué? —fue todo lo que Rufo pudo tartamudear antes de que los enanos lo agarraran de los tobillos y lo tendieran en el suelo. Entonces empezaron sistemáticamente a desnudar al hombre, levantaban cada una de las cosas que llevaba encima para que Cadderly las viera, y cuando negaba con la cabeza, el objeto salía volando.

Pikel estaba a punto de romper la túnica de Rufo cuando el enano advirtió algo.

—¡Oo oi! —gritó en tono agudo, al darse cuenta de que su hallazgo podía ser importante.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó Iván, y cuando sus ojos también se abrieron como platos, Cadderly y Danica se acercaron para echar un vistazo.

—¿De dónde has sacado este amuleto? —preguntó Cadderly. Se imaginó que la búsqueda había finalizado, ya que este amuleto, ribeteado en oro y con una fabulosa esmeralda en su centro, estaba más allá de los magros recursos de Rufo.

—¿Qué amuleto? —replicó el joven larguirucho, perplejo.

—Éste —esclareció Cadderly. Lo desprendió de la túnica y lo levantó para que Rufo lo viera.

Ni siquiera Danica dudó de la expresión de sincera confusión de Rufo. Cadderly entregó el amuleto a Iván, y el enano, con un guiño a su hermano, sacó una rana del bolsillo y enganchó el amuleto en un pliegue suelto de la piel de la criatura.

—Eso mantendrá especulando a la cosa imp —explicó el enano—. ¡Aunque ahora tendré que procurarme una nueva cena!

—Esto permitía al imp invadir tu mente —explicó Cadderly ante las risas silenciosas de Danica y los dos enanos. El joven erudito estaba seguro de su suposición y continuó con alguna confianza—. Sin ello eres libre, a menos que decidas dejarlo entrar de nuevo.

—¿Y tú no harías eso, no? —preguntó Danica, repentinamente seria. Agarró a Rufo por el brazo y le hizo dar media vuelta para que le mirara a la cara.

Rufo se libró de la mano y trató de recuperar algo de su dignidad.

—He admitido mi debilidad —dijo—. Con seguridad no puedo ser culpado…

—Nadie te echa la culpa —respondió Cadderly, hablándole más a Danica que a Rufo—. Ahora, dices que nos has traicionado. ¿Qué sabes?

—El bosque de abedules —dijo Rufo con indecisión—. Me dijeron que me apartara del camino cuando atacara el enemigo.

Cadderly miró a Elbereth, que, satisfecho de que no hubiera enemigos en el área, había vuelto para estar con ellos.

—¿Has oído? —preguntó el joven erudito.

—El bosque está extrañamente tranquilo —dijo Elbereth después de asentir—. Sospeché que alguna diablura estaba en marcha. —Su inquebrantable mirada se posó en Rufo—. Ahora lo entiendo. ¿Cuánto le has dicho al imp?

Cadderly quiso calmar al elfo, pero comprendió que los temores de Elbereth iban más allá de la seguridad de este pequeño grupo. Todo el pueblo de los elfos había venido al oeste y estaría peligrosamente expuesto si el enemigo sabía sus movimientos.

—No lo sé —respondió Rufo al tiempo que bajaba la mirada—. Es… era, difícil de ocultar…

—Debemos asumir que Druzil ha aprendido bastante de Rufo —agregó Cadderly—, sobre nuestro paradero y la posición de la fuerza élfica. —El sobresalto de Elbereth hizo que Cadderly hiciera una pausa—. ¿Podría uno de nosotros volver atrás, encontrar a tu gente y advertirles del peligro que corren?

—No —respondió Elbereth, con lágrimas en los ojos, después de pensarlo durante un momento—. Lo mejor que podemos hacer por mi gente es acabar nuestro trabajo rápidamente. Podemos rodear los abedules y evitar la emboscada, aunque ese camino nos costará algún tiempo.

—Y el tiempo perdido a buen seguro costará las vidas de más elfos —tuvo que añadir Danica, sin apartar la mirada del delgado joven.

—No quiero acompañaros —empezó a protestar Rufo. Pero no pudo mantener su rabia, se volvió, y entonces acabó dócilmente—. Sé que el imp nos seguirá.

—Compadécete de nosotros, si te hubieras quedado atrás —dijo Danica encolerizada—, ¡ya que entonces nunca nos habrías descubierto tu traición!

—Basta —pidió Cadderly—. No podemos cambiar lo que ha pasado, y no podemos malgastar el tiempo discutiendo.

—De acuerdo —dijo Elbereth con una inclinación de la cabeza—. Nos dirigiremos al sur, y entonces de nuevo al oeste cuando el trayecto esté despejado. Y tú —dijo a Rufo entrecerrando los ojos—, si de alguna manera el imp vuelve a encontrar la manera de entrar en tu mente, ¡dilo al instante! —El elfo empezó a moverse, con Danica justo a su espalda. Rufo la seguía, flanqueado por los dos enanos, que lo miraban con detenimiento a cada paso.

Cadderly vaciló un momento antes de unirse a ellos. La rana a la que Iván había prendido el amuleto aún estaba en el suelo a los pies del joven erudito. Cadderly supo que se la jugaba mientras se agachaba y recogía el amuleto, luego se lo prendió bajo un pliegue de la capa, pero decidió que era un riesgo que debía tomar. Había luchado mentalmente con Druzil una vez, y había ganado el combate. Si el imp trataba de contactar con Rufo de nuevo, Cadderly lo estaría esperando.

Danica y Elbereth descubrieron a varios guardias enemigos agazapados en la maleza y cambiaron de rumbo para esquivarlos. No querían más luchas si podían evitarlo, al sospechar, por el descubrimiento de Rufo, que el enemigo había situado una gran fuerza en la región para la emboscada.

Cadderly notó las intrusiones telepáticas.

¿Por qué tardáis tanto?, dijeron los pensamientos que el joven erudito sabía que pertenecían al conocido imp. Los soldados están en su sitio y se impacientan.

En respuesta, Cadderly conjuró la imagen de la zona en la que habían estado cuando descubrieron el amuleto de Rufo, un área a una corta distancia, al este de la maraña de abedules. Sólo podía confiar en que Druzil no descubriría que sus patrones mentales eran diferentes de los de Rufo, y respiró tranquilo cuando llegó la siguiente comunicación del imp.

Bien, dijo Druzil. Estás cerca del punto. Cuando tus compañeros se vuelvan a mover, quédate cerca de ellos hasta que veas el abedul, entonces agáchate y hazte a un lado. La señora Dorigen querría hablar contigo otra vez.

Entonces, súbitamente, Druzil desapareció de la mente de Cadderly. El joven erudito agarró con fuerza al amuleto.

—¿Cadderly? —oyó en la distancia. Su ojos se abrieron de repente (no se había dado cuenta de que estaban cerrados) y vio a sus compañeros a su alrededor, mirándolo con curiosidad.

—No es nada —trató de explicar, Elbereth le agarró la mano y lo forzó a abrirla.

—Tendrías que haberte desecho de este objeto maléfico —le reprendió el elfo.

—No temo al imp —replicó Cadderly. Su confiada sonrisa les dio a los otros un poco de tranquilidad. Aunque esa sonrisa desapareció de golpe cuando miró a Rufo, dados los nuevos descubrimientos sobre su larguirucho compañero.

«¿Por lo tanto has visto a Dorigen?», meditó Cadderly, pero mantuvo ese pensamiento en privado, al temer que si revelaba lo que el imp le había dicho causaría problemas que el grupo apenas podría afrontar.

—Sigamos —pidió Cadderly—. Hemos engañado a nuestros enemigos. Todavía están sentados, expectantes ante la emboscada en el laberinto de abedules, pero se impacientan.

Elbereth tomó la delantera de inmediato, Danica lo siguió pisándole los talones, y Cadderly y los demás en un grupo tras ellos.

—¿No pensaste en traerte la rana? —preguntó Iván esperanzado mientras se frotaba la barriga. Cadderly sonrió y sacudió la cabeza.

Elbereth volvió al oeste un rato más tarde, el elfo los apremiaba mientras entraba y salía de las sombras de los lados y de delante con evidente urgencia. Bajaron por una cuesta hasta un área con menos sotobosque del normal. Gruesos robles dominaban la zona, y, aunque éstos no eran mucho más grandes que los otros árboles de Shilmista, Cadderly pudo sentir su edad, y pudo sentir, también, un estado de consciencia latente, como si lo observaran desde todos lados y desde arriba.

Supo que había llegado a Syldritch Trea. Se acercó a uno de los robles y notó su corteza áspera, endurecida por el paso de los años, el nacimiento y la muerte de muchos siglos. Qué historias le podrían contar estos árboles, y Cadderly creyó que desde luego podrían, y querrían, si tenía el tiempo y la paciencia de escucharlos.

Pikel también parecía atrapado en el repentino encantamiento de esta antiquísima arboleda. El enano exclamó alegremente varias veces mientras saltaba contento de roble a roble. Abrazó a uno con tanta fuerza que, cuando se volvió, su cara peluda estaba marcada por las rugosidades de la corteza del árbol.

—Hemos llegado a Syldritch Trea —anunció Elbereth aunque pudo ver que sus compañeros, con las posibles excepciones de Iván y Rufo, ya se habían dado cuenta. Danica asintió, luego trepó por el roble más alto que pudo encontrar y miró hacia el este para ver a qué posibles problemas tendrían que enfrentarse.

Cadderly sacó el libro de Dellanil Quil’quien con reverencia, ya que el tomo parecía tener mucha más relevancia en este lugar. Miró a Elbereth, que mostraba una expresión de firmeza, y abrió el libro de la antigua llamada. Volvió a sentir el poder puro de los árboles, su vida interior tan diferente de cualquier árbol que hubiera visto antes, y supo, sin ninguna duda, que había hecho lo correcto al convencer al príncipe elfo de venir a este lugar. Supo, también, que la verdad estaba en sus palabras cuando dijo:

—Funcionará.

Temmerisa se puso nervioso y Shayleigh bajó de la silla. A su alrededor sólo vio árboles, pero recordó que no debería haber árboles en este lugar.

—¿Tintagel? —dijo en voz baja. En respuesta, uno de los árboles cambió de forma, se transformó en el mago elfo y salió a saludar a Shayleigh.

—Bien hallada —respondió Tintagel, que sonreía a pesar de la situación.

—¿Cuántos? —preguntó después de devolver la sonrisa y mirar a los anormales árboles que la rodeaban.

—Veintisiete —contestó el mago de ojos azules—. Es mi conjuro más poderoso, debería coger a nuestro enemigo por sorpresa. ¿Te gusta mi trabajo?

Shayleigh se imaginó el asombro en las caras de los orcos y los goblins que pasaran, ¡cuando veintisiete árboles ilusorios revirtieran a su verdadera forma de guerreros elfos! Su creciente sonrisa respondió la pregunta de Tintagel.

—¿Cómo va en los otros frentes? —preguntó el mago elfo.

—No muy bien —admitió mientras desaparecía la sonrisa—. Nuestros enemigos se han adentrado en el sur más de lo que creíamos. Y los monstruos del este han descubierto nuestros movimientos y pasan con rapidez hacia el oeste. Tenemos exploradores que ahora están espiando para ver si aquellos al sudoeste de aquí se mueven hacia el oeste para unirse a ellos, o si todavía tenemos una ruta de escape abierta.

Tintagel pensó en las malas noticias. Cuando habían formulado los planes de aparecer cerca de Syldritch Trea, sabían que su éxito dependía del secreto. Ahora, de alguna manera, el enemigo había entendido, aparentemente, su estrategia, y eso no presagiaba nada bueno.

La tensión no disminuyó, un momento más tarde, cuando varios elfos llegaron con el Rey Galladel al frente.

—El sur está bloqueado —proclamó el rey elfo en un tono arrogante—. Nuestra insensatez al venir aquí, se ha revelado del todo ante nosotros.

Shayleigh no se volvió ante la mirada acusadora del rey elfo. Sólo unos pocos elfos de Shilmista, y en particular Galladel, estaban en contra de la acción, pero la mayoría de la gente estaba tan decidida, Shayleigh incluida, que el rey elfo al final tuvo que acceder al desesperado plan.

Incluso con el enemigo moviéndose para rodearlos, Shayleigh creía firmemente que había hecho lo correcto al creer en la magia de Shilmista. Shayleigh también creía que valía la pena morir por su querido bosque.

—Encontraremos su punto más débil en la línea de vanguardia —razonó Galladel—. Si nos movemos rápido y con fuerza, quizá podamos abrirnos paso.

—Cuando salimos aquí, sabíamos que nuestro éxito dependía de la invocación de Elbereth a Syldritch Trea —recordó Tintagel—. Si no tenemos la valentía de esperar a ver lo que pasa, entonces no tendríamos que haber venido.

—Apenas somos un centenar de elfos —dijo Galladel mientras lo miraba encolerizado—, con un puñado de caballos. La fuerza de nuestro enemigo es de miles, con gigantes y ogros entre sus filas.

—Entonces deja que la batalla empiece —añadió Shayleigh—. Deja que vengan los enemigos, todos ellos. Cuando esto acabe, ¡shilmista volverá a ser de los elfos!

—Cuando esto acabe —gruñó Galladel—. Shilmista ya no existirá.