Un bosque por el que vale la pena luchar
Danica notó un cambio en su compañero durante su marcha larga y deprimente. Empezó con Cadderly mirando a su alrededor, observando las sombras de Shilmista, con los ojos grises llenos de lágrimas. Pero las lágrimas nunca llegaron a caer, fueron reemplazadas por una rabia tan profunda que el joven erudito apenas podía mantener una respiración regular, apenas podía relajar las manos cerradas.
Se separó de la línea y descolgó la mochila de su espalda, sin dar una explicación a Danica, Rufo y los hermanos Rebolludo que avanzaban a su lado.
—¿Un poco de lectura para el camino? —preguntó Iván, al ver que Cadderly sacaba el libro de Dellanil Quil’quien.
—Debería haber funcionado —respondió Cadderly con firmeza—. Las palabras fueron pronunciadas correctamente. Cada una de las sílabas se dijo como el Rey Dellanil las dijo hace cientos de años.
—Por supuesto que lo fueron —dijo Danica—. Nadie en todo Shilmista duda de la sinceridad de tu intento o de que tu corazón estaba con el bosque.
—¿Me adulas? —restalló Cadderly, con la voz más llena de ira que nunca hacia su amada.
Danica dio un paso hacia atrás, aturdida.
—Oo —lamentó Pikel.
—No tienes derecho a hablar a la dama de esta manera —dijo Iván, mientras palmeaba con fuerza el hacha contra su mano abierta.
Cadderly asintió, conforme, pero no dejaría que su vergüenza detuviera su creciente determinación.
—La invocación debe funcionar —declaró—. No tenemos nada más, Shilmista no tiene otra esperanza.
—De todos modos no tenemos nada —dijo Iván sin alterarse—. Has oído al hada del bosque. No estás en el lugar oportuno, chico. Shilmista no responderá a tu llamada.
Cadderly miró a su alrededor, a los árboles que le habían decepcionado, mientras rebuscaba una explicación a las afirmaciones de la dríada. Entonces se le ocurrió una idea, una tan simple que no se les había ocurrido a ninguno de ellos.
—Hammadeen no dijo eso —dijo Cadderly a Iván. El erudito se volvió para incluir a los otros en la revelación.
—Las palabras de la dríada era muy claras —comentó Danica después de ladear la cabeza inquisitiva.
—Hammadeen dijo que estábamos en el lugar incorrecto —replicó Cadderly—. Cambiamos el sentido de sus palabras al pensar que Shilmista era el lugar incorrecto. Hammadeen dijo que los árboles de la región habían oído la llamada. ¿De qué área de la región estaba hablando?
—¿Qué cháchara es ésa? —reclamó Iván—. ¿Qué otro lugar puede haber allí?
—Piensa en donde estábamos cuando Elbereth leyó el encantamiento —inquirió Cadderly.
—El calvero —respondió Iván al instante.
—¡Y los árboles a su alrededor! —dijo Cadderly—. ¡Piensa en los árboles!
—No sé la diferencia entre un árbol y otro —pretextó Iván—. Pregúntale a mío hermano si quieres saber…
—No el tipo de árboles —explicó Cadderly—, sino su edad.
—El campamento estaba rodeado de vegetación joven —comprendió Danica—. Incluso los pinos que nos rodeaban no eran muy altos.
—Sí, demasiado jóvenes —explicó Cadderly—. Esos árboles no existían cuando Dellanil entonó las antiguas palabras, ni cuando Galladel trató de despertar el bosque. No vivían cuando la magia llenaba el aire de Shilmista.
—¿Importa eso? —preguntó Danica—. Un conjuro mágico…
—No es un conjuro mágico —interrumpió Cadderly. Es una llamada a un bosque que una vez fue sensible. Los árboles aún pueden hablar, de manera que la dríada los escuchará, pero han perdido la habilidad de andar junto a los elfos. Pero los más viejos, los de los tiempos de Dellanil, puede que no.
—Si queda alguno de ésos —afirmó Danica.
—No es muy probable —tuvo que añadir Kierkan Rufo, al temer que las nuevas revelaciones de Cadderly los mantendrían en el bosque más tiempo del que el anguloso joven deseaba.
—Oh, pero los hay —dijo una voz desde un lado. Un elfo al que ninguno de ellos conocía se alzó entre los arbustos justo a un metro escaso y sonrió ante la mirada encolerizada de Iván y las miradas de estupefacción de los demás.
—Perdonad que escuchara —dijo el elfo—. Vuestra conversación era demasiado interesante para que yo la interrumpiera, y sólo quiero decir que por supuesto que hay árboles de los días del Rey Dellanil: una arboleda de robles enormes, al oeste de aquí. El lugar se llama Syldritch Trea, los Árboles Más Antiguos.
—¿Fue el rey Galladel a Syldritch Trea cuando falló el intento de invocación? —preguntó Cadderly, que ya sospechaba la respuesta pero estaba ansioso por confirmarlo.
—No, no creo que lo hiciera. Pero tampoco estaba allí Dellanil cuando invocó a los árboles —respondió el elfo después de pensar un momento.
—Trae a Elbereth, te lo pido, y date prisa —dijo Cadderly, ignorando el último comentario del elfo—. Los días de Shilmista pueden no haber acabado.
El elfo asintió secamente, y desapareció en los arbustos que les rodeaban en un instante.
—No estarás pensando… —dijo Iván poco a poco.
—Claro que puedo —respondió Cadderly sin alterarse.
—Acaba de decir que Dellanil… —comenzó a protestar Danica.
—No supongas nada sobre el bosque antiguo —interrumpió Cadderly—. Quizá, en aquellos tiempos, los árboles se comunicaron unos con otros después de que Dellanil empezara el encantamiento. Quizá los árboles difundieran la invocación a lo largo y ancho de Shilmista.
La mirada de Iván reflejaba sus dudas. Incluso Pikel, tan esperanzado cuando trataron de despertar a los árboles por primera vez, frunció el ceño.
—Funcionará —dijo Cadderly con un gruñido, tan determinado que incluso Iván no trató de ponerse en contra. Danica le ofreció su brazo como apoyo y le guiñó un ojo.
Elbereth llegó un rato más tarde, acompañado de Shayleigh y Galladel. Los tres ya habían oído el último descubrimiento de Cadderly, y Galladel en particular no parecía demasiado complacido.
—Syldritch Trea —dijo Cadderly tan pronto llegaron, sin darle tiempo al derrotista rey a chafarle su idea—. La invocación funcionará en Syldritch Trea.
—No puedes saber eso —respondió Elbereth, aunque el príncipe elfo parecía intrigado.
—No podemos permitirnos perder un tiempo precioso —añadió el Rey Galladel con aspereza—. Has visto la desesperación a la que nos han llevado tus falsas esperanzas, clérigo. Ahora sería mejor, para todos los que estamos implicados, si prosiguieras tu camino a casa.
—Casa —repitió Cadderly melancólicamente, apuntando la observación hacia Elbereth—. Ése es todo un concepto. Un lugar para defender, quizá. Al menos, eso es lo que a mí, que nunca he tenido un verdadero hogar, me dijeron una vez.
Danica se sobresaltó y dio un tirón al brazo de Cadderly cuando Elbereth se abalanzó para situarse ante ellos.
—¿Qué sabes de eso? —exigió el príncipe elfo—. ¿Crees que abandonamos Shilmista con alegría?
—No creo que, después de todo, muchos de vosotros queráis partir —replicó Cadderly, sin doblegarse un centímetro ante la glacial mirada de Elbereth—, y quizá no debáis hacerlo. Quizá…
—¡Ten cuidado con tu lengua retorcida! —gritó Galladel—. ¡Ahora te comprendo, joven clérigo! —rugió el rey elfo, mientras agitaba un dedo acusador en dirección a Cadderly—. Has venido a envalentonarnos para continuar esta batalla sin esperanza, para sacrificarnos, de manera que tu hogar preciado pueda salvarse.
—La biblioteca no es mi hogar —murmuró Cadderly, pero sus palabras se perdieron en la consiguiente explosión de protestas dirigidas al rey por Iván, Danica y Pikel, e incluso unas palabras severas de Elbereth.
Cuando las cosas se volvieron a tranquilizar, Cadderly no le dio importancia a la acusación de Galladel. Miró a Elbereth, y únicamente a Elbereth, cuando expuso la situación.
—La invocación debe funcionar —dijo—. Creo en ello con todo mi corazón. Esto no es un truco, un engaño para alentar el sacrificio de los elfos. Es la esperanza de que tu hogar no caerá bajo la sombra del monstruoso enemigo, que la danza élfica continuará para siempre en este bosque tan querido.
—Syldritch Trea está al noroeste —respondió Elbereth—. Para llegar allí, tendremos que cruzar las líneas enemigas de nuevo, y esta vez penetraremos mucho más. Si la invocación no funciona…
—No irás solo —juró Cadderly, y lanzó una mirada en dirección a Galladel.
—¡No irá! —gruñó el rey elfo.
—¿Tú qué dices, Elbereth? —continuó Cadderly, que mantuvo apartada la mirada del príncipe de la cara seria de su padre—. En los senderos de las Copo de Nieve me dijiste que lucharías por Shilmista, que matarías sin piedad a todo invasor. Tu suposición era correcta, no tengo un hogar, pero iré contigo, lucharé y moriré contigo si así debe ser, en esta última oportunidad para el bosque.
—Como yo —aseguró Danica.
—Parece que vamos a dar otro paseo, hermano mío —soltó inesperadamente Iván. Pikel meneó la cabeza dando el visto bueno.
Elbereth miró a su alrededor, a cada uno de ellos, con una sonrisa que se ensanchaba a cada segundo.
—Me has dado esperanza, amigo —dijo a Cadderly—. Leeré las palabras en Syldritch Trea, y luego dejaré que el bosque decida su destino.
—Y vosotros —gruñó Galladel—. ¿Qué haréis cuando los árboles no se despierten? Os cogerán a campo abierto e indefensos, rodeados por nuestros enemigos. Esperé que no viviría para ver cómo mi hijo moría, ¡pero nunca imaginé que su muerte vendría por su propia insensatez!
—No es insensatez —dijo Shayleigh, que ya hacía rato que se tragaba sus pensamientos—. Es coraje. Muchos te acompañarán, Príncipe Elbereth, encomendando sus vidas a tus esperanzas y al bosque.
—Eso no sería sensato —respondió Elbereth, pero por razones puramente prácticas y no por cualquier duda que tuviera con respecto a la antigua invocación—. Un grupo pequeño puede atravesar las líneas sin tener que luchar.
—Entonces esperaremos tu retorno —prometió Shayleigh—. Con los árboles de Syldritch Trea a nuestro lado, ¡expulsaremos al enemigo de nuestra tierra!
—Todavía soy el rey de Shilmista —recordó Galladel, que estaba a cierta distancia de los conspiradores.
—¿Deseáis acompañarnos y leer la llamada? —preguntó Cadderly, que sabía que Galladel no deseaba hacer semejante cosa. A su lado, Danica se quedó con la boca abierta ante su atrevimiento.
—Puedo golpearte por ese comentario —gruñó Galladel.
—No lo creo —remarcó Iván, con el hacha rebotándole de forma perceptible en el hombro.
—Y tú, enano —profirió el rey elfo—. Cuando esto termine…
—¡Bah!, cierra la boca y pídele el turno a tu hijo —soltó Iván. Galladel les lanzó a todos una mirada asesina, se dio media vuelta, y se alejó enfurecido.
—¿Cómo te atreves a hablarle así al rey de Shilmista? —recriminó Danica a Cadderly, enfadada, aunque a todas luces no tanto como sus palabras demostraban.
Cadderly apartó la mirada de ella, y la dirigió hacia Elbereth, más interesado, en esta ocasión, en lo que el elfo pudiera pensar. Elbereth no dijo nada, pero al inclinar la cabeza dio su visto bueno.
—También has insuflado esperanza a mi padre —dijo Elbereth con sinceridad—. No dudo que el Rey Galladel estará entre los que aguarden nuestra vuelta de Syldritch Trea, esperando luchar junto al bosque para desembarazar nuestra tierra de los corruptos invasores. —El príncipe elfo y Shayleigh siguieron a Galladel, con muchos planes por hacer.
Kierkan Rufo no sabía qué hacer ante la aproximación de Danica y su aspecto serio. Al sentir otra intrusión telepática del miserable imp, Rufo vagaba solo, lejos de Cadderly y los otros.
—Así volveré solo a la biblioteca —dijo dócilmente el joven anguloso a la chica que se acercaba—. Para contarles de tu valentía, y la de Cadderly, y esperar que todo vaya bien en esta vieja arboleda de robles, este Syldritch Trea del que los elfos hablan con tanta reverencia.
—Sería mejor que tus esperanzas por nuestro éxito fueran verdaderas —respondió Danica—, ya que tú vienes con nosotros.
Rufo casi se cayó ante lo que acababa de oír.
—¿Yo? —vaciló—. ¿Qué utilidad puedo tener? A duras penas puedo luchar y no conozco nada de los bosques.
—No es por tu valor por lo que insisto que vengas —explicó Danica—. Temo las consecuencias de dejarte aquí.
—¿Cómo te atreves a decir eso? —se quejó Rufo.
—Me atrevo a no vacilar al decirlas —replicó Danica—. No confío en ti, Kierkan Rufo. Que sepas eso y también que nos acompañarás.
—¡No lo haré!
Rufo no vio el movimiento, pero de pronto estaba tendido en el suelo mirando las estrellas con un dolor detrás de las rodillas. Danica se inclinó sobre él y frunció el ceño.
—No te dejaremos atrás —dijo sin alterarse—. Entiende eso, por tu propio bien.
En el momento que el sol empezó su ascenso por el este, Elbereth, Shayleigh, y dos veintenas de elfos se encontraron con Cadderly y sus compañeros.
—Está decidido —anunció el príncipe elfo—. Nosotros tres, tú, Danica y yo iremos a Syldritch Trea.
—Ejem. —Pikel se aclaró la garganta.
Elbereth miró a Cadderly y a Danica.
—Salvaron tu, nuestras, vidas —recordó Cadderly al príncipe elfo—. Y yo honestamente me sentiría más seguro con los hermanos a mi lado.
—¿Por qué queréis venir con nosotros? —preguntó Elbereth a Iván—. Este viaje puede ser aciago, e incluso si no lo es, el provecho significará poco para vosotros.
—A mío hermano le gustan los árboles —respondió Iván sin la menor vacilación.
Elbereth se encogió de hombros sin esperanza; Cadderly pensó que el elfo disimuló con rapidez una mirada de agradecimiento.
—Entonces los cinco…
—Seis —corrigió Danica.
Incluso Cadderly se volvió hacia ella interesado.
—Kierkan Rufo insiste en acompañarnos —explicó Danica—. Teme que le dejemos solo en el bosque con los elfos, a los que no entiende.
La idea parecía absurda (a Rufo ya lo habían dejado con los elfos), pero cuando Cadderly miró al joven anguloso, éste asentía con la cabeza, un tanto serio.
—Seis, entonces —dijo Elbereth.
—¿Ninguno de los de tu pueblo vendrá con nosotros? —preguntó Iván.
—Quizá cuando todo esto acabe, tendré que ponerme en la cola detrás de Elbereth y el rey Galladel —respondió Shayleigh seria, antes de que príncipe pudiera dar una explicación. Trató de lanzar una mirada amenazadora pero no pudo mantenerla ante la sonrisa divertida de Iván.
—Mi gente estará allí —explicó Elbereth—. Toda mi gente. Incluso mi padre. No estarán muy lejos de nosotros, invisibles entre los arbustos. Llevarán a cabo las distracciones necesarias para permitirnos llegar a Syldritch Trea, y estarán preparados para empezar la batalla final cuando la invocación haya acabado.
—Debes comprender los riesgos —continuó Elbereth, dirigiéndose principalmente a Cadderly—. Si los árboles no acuden a mi llamada, entonces muchos, quizá todos, los elfos de Shilmista morirán. A tenor de eso, vuelve a decirme que confías en las antiguas palabras.
—Si los árboles no responden, entonces mi vida, también, se perderá —respondió el erudito en defensa de sus afirmaciones—. Como la de Danica, a la que valoro por encima de la mía.
Danica lanzó una mirada de soslayo a Cadderly. Él no devolvió la mirada, absorta en la de Elbereth, pero supo que tenía su consentimiento ante la oportunidad que se les brindaba.
Emprendieron el camino inmediatamente después del desayuno, un grupo de seis con una hueste de elfos que se movían a su alrededor, para despejarles el camino.
Kierkan Rufo no estaba contento, aunque era lo suficientemente listo para callarse las quejas. La desalmada Danica no le había dejado elección, y por esta razón los había acompañado.
Así, también en la mente de Rufo lo hizo Druzil, el imp.
Dorigen tuvo noticias de la partida una hora más tarde. Estaba en su tienda en el campamento de Ragnor, mientras trataba de decidir qué decisión tomar.
—Antes ya trataron de despertar a los árboles —le recordó Druzil, esperando aliviar su evidente angustia—. ¿Por qué razón debemos creer que van a tener mejor suerte esta vez?
—Sería sabio temer cualquier cosa que concerniera al joven erudito y a sus ingeniosos amigos —respondió Dorigen.
—Podemos cogerlos —dijo Druzil, mientras se frotaba las manos con avidez.
—Otra vez no —dijo Dorigen al tiempo que sacudía la cabeza.
—¿Dorigen ha perdido su coraje junto con su amante bárbaro? —dijo Druzil mientras entrecerraba sus ojos bulbosos.
La mirada furiosa de Dorigen le quitó fuerza al absurdo comentario.
—La sabiduría de Dorigen ha aumentado con sus errores —corrigió—. Nuestra última derrota me costó mucho prestigio en este campamento, y ante Ragnor. Dudo que el ogrillón me preste soldados para capturar a esa cuadrilla; y el número necesario, me temo, sería considerable.
—Sólo es un chico —comentó Druzil—, y sus amigos son un grupo de héroes de los de siempre.
—Es un chico que casi te destruye en combate mental —recordó Dorigen—, ¡y cuyos amigos incluyen un príncipe elfo y una mujer capaz de esquivar un rayo! ¿Debo recordarte a los poderosos enanos también? Ogros, una docena de orogs…
—Basta, basta —reconoció Druzil, que no quería oír el relato de la desastrosa batalla—. Sólo tenía la esperanza de que podríamos descubrir un método para recuperar nuestra ventaja. Su decisión puede resultar desastrosa para todos nosotros. Pensé que debilitar…
—Estás en lo cierto —interrumpió Dorigen, levantándose con decisión de su asiento—. Esto es demasiado importante para estar preocupada por las disputas mezquinas del Castillo de la Triada.
—¿Vas a ver a Ragnor? —preguntó Druzil—. ¿Qué hay del joven clérigo?
—Voy —respondió Dorigen—. En lo que respecta a Cadderly, los dos buscaremos una manera de cogerlo, como había planeado al principio. Si no encontramos la manera, entonces morirá con el resto de ellos.
Abandonó la tienda al instante, dejando que Druzil se quedara sentado en la mesita, inmerso en sus pensamientos.
—Humanos —murmuró el imp.