17

Un Intento Desesperado

Nuestro sincero perdón —dijo Danica en voz baja cuando ella y Cadderly entraron en el pequeño claro más allá del espeso pinar que las separaba del mundo exterior. Aquí estaban reunidos los líderes elfos, Galladel y Elbereth, Shayleigh, Tintagel, y otros que Danica y Cadderly no conocían. Sus caras eran desde luego serias, y aunque Galladel no dijo nada sobre su interrupción, ambos pudieron ver que el rey elfo no estaba complacido con su presencia.

—He traducido la obra —anunció Cadderly, mientras mostraba en alto el libro de Dellanil Quil’quien para que todos lo vieran.

—¿Dónde cogiste eso? —exigió Galladel.

—Lo encontró en Daoine Dun —explicó Elbereth—, y no se lo llevó sin mi permiso.

Galladel miró encolerizado a su hijo, pero Elbereth se volvió hacia Cadderly.

—No has tenido tiempo de leer el tomo entero —remarcó el príncipe—. ¿Cómo puedes haberlo traducido?

—No lo he hecho —respondió Cadderly con cautela—. Trataba de decir… —Se detuvo para buscar la manera correcta de explicar lo que había conseguido, y, además, para calmarse bajo la imperativa mirada de Galladel.

—He descifrado los significados, las connotaciones, de las runas antiguas —prosiguió Cadderly—. Los símbolos ya no plantean más dificultades. Juntos podemos leer la obra y ver qué secretos nos puede entregar.

Algunos de los elfos, Elbereth y Shayleigh en particular, parecieron intrigados. Elbereth se levantó y se acercó a Cadderly, con los ojos plateados centelleando en un indicio de esperanza renovada.

—¿Qué valor esperas encontrar en esas páginas? —preguntó Galladel con brusquedad, y su tono enfadado detuvo a su hijo a medio camino. Una expresión de desconcierto cruzó la cara de Cadderly, ya que el joven erudito, sin duda, no había esperado esta reacción.

—Nos traes falsas esperanzas —continuó el rey elfo, con su rabia implacable.

—Hay más —discutió Cadderly—. En esta obra he leído una historia asombrosa, de cómo el Rey Dellanil Quil’quien despertó a los árboles de Shilmista, ¡y de cómo aquellos árboles destruyeron un fuerza invasora de goblins! —Con unos paralelismos hacia su presente dilema tan obvios, Cadderly no entendía cómo esas noticias podían ser aceptadas con otra cosa que no fuera alegría. Pero Galladel parecía menos impresionado que nunca.

—¡No nos dices nada que nosotros no sepamos! —restalló el rey elfo—. ¿Te crees que ninguno de entre nosotros ha leído el libro de Dellanil?

—Había pensado que las runas eran antiguas y se había perdido su significado —tartamudeó Cadderly. Danica le puso una mano sobre el hombro, y el joven erudito pareció muy necesitado de apoyo.

—Perdido ahora —replicó Galladel—, pero yo también leí la obra hace cientos de años, cuando sus runas no eran tan desconocidas. Aún las puedo descifrar, si presto atención y tengo tiempo para hacerlo.

—¿No piensas despertar a los árboles? —preguntó Elbereth a su padre con incredulidad.

—Hablas de ese hecho como si fuera un simple conjuro mágico —dijo Galladel mientras clavaba la mirada en su impertinente hijo.

—No es un conjuro —se entrometió Cadderly—, sino una invocación, una llamada para despertar los poderes del bosque.

—Poderes que ya no lo son —añadió Galladel.

—¿Cómo puedes…? —empezó Elbereth pero su padre lo cortó.

—Ésta no es la primera guerra que hay en Shilmista desde que empecé mi reinado —explicó el rey elfo. De pronto pareció viejo y vulnerable, la cara pálida y hundida—. Y he leído la historia de la batalla de Dellanil, como tú has hecho —ofreció compasivamente a Cadderly—. Como tú, estaba lleno de esperanza en aquella lejana ocasión, y lleno de fe en la magia de Shilmista.

—Pero los árboles no vinieron a mi llamada —continuó el rey elfo, provocando que los dos elfos de edad considerable que se sentaban a su lado, asintieran con la cabeza—. Ni uno solo. Muchos elfos murieron repeliendo a los invasores, más de los que deberían, me temo, puesto que el rey estaba demasiado ocupado para unirse a su lucha.

Le pareció a Cadderly como si las espaldas del viejo rey se doblaran incluso más ante el recuerdo de aquel trágico momento.

—Ésa fue la invocación de otra época —dijo Galladel, con voz resuelta—, una edad en la que los árboles eran los centinelas sensitivos del Bosque de Shilmista.

—¿Pero ahora ya no lo son? —se atrevió a interrumpir Shayleigh—. Hammadeen nos invitó a oír su canto de advertencia.

—Hammadeen es una dríada —explicó Galladel—, más en armonía con la flora de lo que podría estarlo cualquier elfo. Oiría la canción de una planta en cualquier parte del mundo. No dejes que su invitación críptica te dé falsas esperanzas.

—Tenemos varias opiniones —recordó Elbereth a su padre.

—Las invocaciones no funcionarán —insistió Galladel, con un tono que demostraba que consideraba el tema finalizado—. Tienes nuestro agradecimiento, docto Cadderly —dijo, con aire de superioridad—. Tus esfuerzos no han pasado inadvertidos.

—Ven —le susurró Danica junto a la oreja, mientras tiraba de su mano para llevárselo del claro.

—¡No! —replicó Cadderly, al tiempo que se soltaba de su mano—. ¿Qué haréis? —le soltó a Galladel. Se acercó al rey elfo, sentado directamente al otro lado del calvero, mientras Elbereth lo apartaba de su camino.

—He oído a muchos admitir que la fuerza enemiga es demasiado grande para que los elfos la venzan —continuó Cadderly—. He oído que la ayuda no vendrá a tiempo o en cantidad suficiente para salvar el bosque. Si todo eso es verdad, ¿entonces qué haréis?

—Eso, es lo que en esta reunión tratamos de discutir… en privado —replicó el rey elfo con dureza.

—¿Qué es lo que habéis decidido los que os habéis reunido? —restalló Cadderly, sin echarse atrás lo más mínimo—. ¿Vais a salir corriendo, dejaréis el bosque a los invasores?

Galladel se levantó y sostuvo la mirada decidida de Cadderly con una fuerza igualmente inquebrantable. Cadderly oyó cómo Danica se abalanzaba para apartarlo, entonces, ante su sorpresa, Elbereth la interceptó.

—Muchos se irán —admitió Galladel—. Algunos —dijo la palabra con dureza y miró intencionadamente a Elbereth mientras la pronunciaba—, quieren quedarse y luchar, decididos a entorpecer y castigar al enemigo hasta que se unan a sus congéneres elfos en la muerte.

—¿Y vos iréis… a la Biblioteca Edificante? —preguntó Cadderly—. Y después lejos de allí, ¿a Siempre Unidos quizá?

Galladel sonrió con gravedad.

—Nuestro tiempo en Shilmista ha acabado, joven clérigo —admitió, y Cadderly pudo ver que sus propias palabras lo herían profundamente.

Cadderly no era poco comprensivo, y no dudó de la verdad en las palabras de Galladel, pero había otras consecuencias a sus acciones que los elfos por lo visto no habían considerado, y la más importante de todas era el destino de la región.

—Como emisario de la Biblioteca Edificante, os puedo asegurar que vos y vuestro pueblo seréis bienvenidos allí mientras deseéis quedaros —respondió Cadderly—. Pero como aquel que ha visto lo que ocurrió en la biblioteca, y ahora en Shilmista, debo pediros que reconsideréis vuestra decisión. Si el bosque cae también caerán los hombres de las montañas, y de la región del este del lago, me temo. Al enemigo no se le debe permitir una victoria tan fácil.

Galladel parecía a punto de explotar.

—¿Nos sacrificarás? —gruñó, con su cara a dos dedos de la de Cadderly—. ¿Darás la vida de mi gente para que unos pocos hombres sobrevivan? ¡No te debemos nada, digo! ¿Te crees que rendimos nuestra tierra natal a la ligera? ¡He vivido en Shilmista desde antes de que tu preciada biblioteca fuera construida!

Cadderly quiso discutir, entonces, que las propias afirmaciones de Galladel demostraban que Shilmista valía la pena ser defendido, y que toda posibilidad, incluso el intento de despertar a los árboles, debería intentarse antes de que los elfos huyeran de sus hogares. Aunque el joven erudito no pudo. No pudo encontrar argumentos para contrarrestar la indignación de Galladel, nada que disminuyera la ira del rey elfo. Cuando Danica de nuevo vino y tiró de él hacia la entrada del calvero, no se resistió.

—Pensé que podría ayudarles —le dijo a ella, y no volvió la mirada hacia Galladel.

—Todos deseamos ayudar —respondió Danica con suavidad—. Ésa es nuestra frustración.

No dijeron nada más mientras se alejaban lentamente y oían una discusión enfurecida a sus espaldas dentro del círculo de pinos. Cuando volvieron al campamento con Kierkan Rufo y los hermanos Rebolludo, el peso del mundo pareció doblar los hombros de Cadderly.

Se quedaron sorprendidos una hora más tarde, cuando Elbereth, Shayleigh, y Tintagel llegaron para unirse a ellos.

—¿Estás seguro de que has descifrado las runas? —preguntó Elbereth con severidad, con la mandíbula firme y una mirada dura hacia Cadderly.

—Estoy seguro —respondió Cadderly, mientras se ponía en pie de un salto al sospechar lo que el atrevido príncipe elfo tenía en mente.

Las expresiones que se extendieron por las caras de Shayleigh y Tintagel demostraron su disconformidad con este encuentro.

—¿Cuál ha sido la decisión del consejo? —preguntó Danica a Elbereth. Se levantó junto a Cadderly y miró con intensidad al príncipe elfo.

Elbereth no cambió de postura.

—Por orden de mi padre, mi pueblo se retirará del bosque —admitió—. Rendimos la tierra a cambio de nuestras vidas, y nunca más volveremos.

—Por parte de Galladel no ha sido una decisión fácil de tomar —objetó Tintagel, nada complacido con las intenciones de Elbereth—. Tu padre ha sido testigo de la muerte de muchos elfos estos últimos días.

El comentario escoció a Elbereth, tal como Tintagel esperaba que sucediera.

—Sus muertes habrán sido en vano si se le entrega Shilmista al enemigo —declaró el príncipe elfo—. Todavía tenemos opciones, y no me iré hasta que las haya usado todas.

—Planeas despertar a los árboles —razonó Cadderly.

—¡Oo oi! —soltó un feliz Pikel, que quería ver encarecidamente semejante magia parecida a la druídica.

Los tres elfos lanzaron una mirada desconcertante en dirección al enano.

—Oo —chirrió Pikel y bajó los ojos.

—Con tu ayuda —dijo Elbereth a Cadderly—, podremos recuperar la magia de tiempos pasados. ¡Debemos volver el bosque contra nuestros enemigos y rechazarlos hasta sus madrigueras en las montañas!

Cadderly estaba entusiasmado con la idea, pero vio que Elbereth y él, y quizá Pikel, eran los únicos que mantenían esa esperanza.

—Tu padre no cree en eso —le recordó Danica al príncipe elfo.

—No aprobará tus acciones —añadió Shayleigh.

—¿Cómo podemos marcharnos hasta que no lo hayamos probado? —preguntó Elbereth—. Si fallamos, entonces nos marcharemos juntos según los planes de Galladel, ¿y qué habremos perdido? Si tenemos éxito, si el bosque vuelve a la vida, si los grandes árboles andan junto a nosotros como aliados…

Tintagel y Shayleigh mostraron sonrisas esperanzadas. Danica miró a Cadderly, con dudas, pero preparada para apoyarlo en cualquier cosa que necesitara.

—Estoy preparado para enseñaros las palabras —dijo Cadderly con determinación—. ¡Juntos entonaremos la canción de Dellanil Quil’quien e imploraremos a los árboles que se unan a nosotros!

Entonces los tres elfos se fueron, y Cadderly, con expresión firme, cogió el libro antiguo y lo abrió por el pasaje apropiado.

Danica quiso hablarle de la futilidad, quiso advertirle de las consecuencias terribles que su fallo podía tener en la ya debilitada moral de la hueste élfica, pero al mirar a su amado, sentado, tan serio y decidido mientras mentalizaba los textos del libro, no pudo encontrar las palabras.

Ninguno de ellos vio a Kierkan Rufo alejarse en silencio.

¿Los elfos se retirarán?, dijo la voz telepática, revelando el entusiasmo del imp. ¿Qué defensas dejarán tras ellos? ¿Y qué hay del joven Cadderly? ¡Háblame de Cadderly!

—¡Déjame en paz! —gritó Rufo—. Ya has obtenido lo suficiente de mí. Vete y pregúntale a otro. —El joven larguirucho pudo oír las lejanas carcajadas del imp.

Los elfos se retirarán, admitió Rufo, con la esperanza de esconder las noticias más importantes, algo que en todo caso el enemigo descubriría bastante pronto.

¿Y eso es todo?, dijo la esperada pregunta.

—Eso es todo —replicó Rufo—. Unos pocos pueden quedarse, justo para ralentizar vuestro avance, pero el resto se irá para no volver jamás.

¿Y qué hay de Cadderly?

—Se irá con ellos, de vuelta al hogar, a la biblioteca —mintió Rufo, sabiendo que revelar algo más lo dirigiría invariablemente hacia el interior de otra confabulación.

De nuevo le llegaron los ecos de las lejanas carcajadas del imp.

No me lo has dicho todo, dijeron sus pensamientos, pero me has revelado más de lo que querías simplemente al tratar de esconder lo que no querías decirme. Estaré contigo, Kierkan Rufo, a cada paso. Y que sepas que tu poca voluntad a cooperar será revelada cuando nuestra conquista sea completa, cuando veas a mi ama. Te aseguro que no es una vencedora clemente. Ve, reconsidera tu decisión y tus mentiras. Piensa en el camino que se extiende ante Kierkan Rufo.

Rufo notó que la conexión se cerraba, entonces se quedó solo, mientras andaba a tropezones por el bosque, un hombre perseguido.

Danica estaba contenta del cambio que le sobrevino a Cadderly, cualquiera que fuese el resultado de su intento desesperado. Sabía que Cadderly era un hombre sensible, frustrado por la violencia que había caído sobre él y por la destrucción de tantas cosas maravillosas, en el bello Shilmista y en la Biblioteca Edificante. Danica no dudaba de la voluntad de Cadderly de resistir como fuera. Estaban en el mismo calvero que los elfos habían utilizado antes para el consejo, ya que querían que el intento fuera en privado en caso de que fallara, como Galladel había predicho. Viendo a Cadderly y a Elbereth en sus preparativos para la ceremonia, el joven erudito adiestrando al elfo en las particulares inflexiones y movimientos, Danica casi se permitió a sí misma creer que los árboles de Shilmista se despertarían, y que el bosque se salvaría.

Tintagel, Shayleigh y Pikel, junto a Danica, parecían guardar similares, aunque no expresadas, esperanzas. Iván sólo refunfuñaba una retahíla de quejas pensando que todos deberían estar fuera golpeando a orcos, en vez de malgastar su tiempo llamando a ¡árboles que no tenían orejas!

Varios elfos aparecieron cuando Elbereth empezó la canción, un cántico melódico de ritmo tranquilo que sonaba apropiado bajo la mística bóveda del atardecer.

Pikel casi se desmayó y empezó a bailar, grácil para los patrones enanos, pero un poco envarado para un bosque élfico. No obstante, Tintagel y Shayleigh no pudieron reprimir una sonrisa cuando vieron al que quería ser druida, con la barba rebotando en los hombros a cada pirueta.

Entonces Galladel apareció entre Shayleigh y Danica, su semblante amenazando el aura mágica como con toda seguridad lo haría un ataque goblin.

—No los molestéis, os lo suplico —susurró Danica al rey elfo, y ante su sorpresa, asintió serio y se quedó quieto. Echó un vistazo a Pikel y frunció el ceño, luego volvió de nuevo la atención hacia su hijo, que estaba totalmente sumergido en la antigua canción.

Danica observó cómo los ojos del rey se llenaban de lágrimas, y supo que Galladel miraba una imagen de sí mismo hacía cientos de años, que recordaba aquel momento cuando falló en su intento de despertar a los árboles con el coste de muchas vidas de elfos.

La canción de Elbereth se extendió por Shilmista; Danica no pudo entender las palabras, pero parecía que se adecuaban al bosque, etéreas e incluso más puramente élficas de lo que le había parecido Daoine Teague Feer. Aquellos elfos, ahora muchos más, reunidos alrededor de los márgenes del pequeño calvero ni siquiera susurraban entre ellos, no hacían nada excepto escuchar la embrujadora llamada de su príncipe.

Un lobo aulló en alguna parte, otro ocupó su lugar, y otro en respuesta a éste.

Entonces, parecía que demasiado pronto, Elbereth acabó. Se quedó en el centro del calvero, Cadderly estaba a su lado, y ellos, y todos los que les rodeaban, aguantaron la respiración mientras esperaban la respuesta de Shilmista.

No oyeron nada, salvo el aullido de los lobos y el agudo lamento del viento del anochecer.

—Los árboles no tienen orejas —murmuró Iván después de un largo rato.

—Te dije que no funcionaría —les reprendió Galladel, anticipándose al instante robado por el comentario del enano—. ¿Habéis acabado ya con vuestra locura? ¿Podemos continuar con el trabajo de salvar a nuestra gente?

La mirada que Elbereth cruzó con Cadderly sólo mostró remordimientos.

—Lo hemos intentado —dijo el príncipe elfo—. Lo hemos intentado. —Se volvió y se alejó lentamente para reunirse con su padre.

Perplejo, Cadderly se quedó en medio del calvero, mientras movía el haz del tubo de luz siguiendo las palabras del antiguo libro.

—El intento ha valido la pena —dijo Danica cuando ella y los dos enanos se unieron a él.

—Desde luego respetable —dijo una voz risueña que reconocieron al instante. Se volvieron al unísono y descubrieron a Hammadeen, la dríada, que estaba junto a un pino, en el lugar opuesto del calvero por donde se acababan de ir Galladel y los otros.

—¿Qué sabes? —requirió Cadderly, mientras se dirigía hacia la dríada—. ¡Debes decírnoslo! Los árboles no responden a la llamada, y tú sabes la razón.

—Oh, ¡ellos la han oído! —respondió Hammadeen, que aplaudió contenta. Se movió detrás del pino y desapareció, reapareciendo un instante más tarde detrás de otro pino a varios metros del joven—. ¡La han oído!

—¿Han empezado su marcha sobre nuestro enemigo? —resopló Cadderly, que apenas se atrevía a creérselo.

La risa de Hammadeen se burló de sus esperanzas.

—¡Desde luego que no! —chirrió la dríada—. Estos árboles son jóvenes. No tienen el poder de los antiguos. Estás en el lugar incorrecto, ¿no lo entiendes?

El aspecto alicaído de Cadderly fue parejo a las expresiones de Danica y Pikel. Iván sólo farfulló algo, resopló, y se largó enfadado.

—Pero los árboles de esta región del bosque han oído la canción élfica —dijo Hammadeen para levantar sus ánimos—, y están complacidos por ello.

—¡Que se queden con ella! —rezongó Iván marchándose.

—¿Cuán complacidos estarán los árboles cuando oigan las hachas de los orcos? —susurró Danica poniendo en voz alta los pensamientos de los tres que quedaban.

Hammadeen dejó de reír y se desvaneció tras el pino.

Esa misma noche los cuatro compañeros emprendieron el camino hacia el sur, junto a Kierkan Rufo. Muchos elfos los acompañaban, aunque el hermoso pueblo no marchaba por el mismo camino, como a Cadderly y a sus amigos les habían dicho que hicieran. Más bien, se sumergían dentro y fuera de las sombras a los lados, cautelosos aunque cansados, cruzaban silenciosamente entre las ramas altas y entrelazadas.

Shayleigh encontró a los viajeros y se bajó del caballo para andar junto a ellos, pero su presencia poco hizo para reconfortarlos, y en particular cuando fue evidente que no podía mirar a Cadderly a los ojos.

—Vuelven a luchar, a nuestras espaldas —dijo la doncella elfa—. Como será todo el camino de salida de Shilmista.

—Orcos estúpidos —murmuró Iván, y fue la única respuesta que salió del grupo.

—Esta vez parece que el Rey Galladel tenía razón —continuó Shayleigh.

—No teníamos nada que perder —replicó Cadderly, con más aspereza de la que pretendía.

—Pero lo perdimos —dijo Shayleigh—. Ya que las noticias de nuestro fracaso se extendieron. Todos los elfos saben que Shilmista no se levantará junto a ellos. Nuestros corazones son duros. Pocos quedaran junto a Elbereth mientras continúa obstaculizando al enemigo.

Danica y Cadderly empezaron a decir algo, pero Iván pronto desvaneció su entusiasmo obcecado.

—¡No, no lo haremos! —les insistió el enano a los dos—. No nos vamos a quedar, ni yo ni mío hermano.

—Oo —dijo Pikel triste.

—Éste no es nuestro lugar —rugió Iván—. ¡Y no hay ninguna cosa que podamos hacer para detener a los monstruos! ¡Hay demasiados de esos malditos!

Entonces Shayleigh los dejó, y Danica y Cadderly no pudieron ni reunir las fuerzas para despedirla.