Revelaciones y aliados poco dispuestos
Cadderly vio el líquido negro que rezumaba de la herida de Danica y su preocupación aumentó. Había visto cómo el aguijón del imp casi mataba a Pikel, y el enano habría muerto si no hubiera sido por la magia curativa de los druidas. ¿Cómo un humano podía sobrevivir a un veneno con la suficiente potencia como para doblegar a un enano?
El brazo de Danica continuó contraído, y todavía fluía más sustancia maligna, mezclada con su sangre. Su respiración se hizo más lenta, y alarmó a Cadderly hasta que se dio cuenta que usaba una técnica para mantener la calma. Entonces abrió los ojos y le sonrió, y supo, aunque no entendió el porqué, que ella se pondría bien.
—Un aguijón infame —susurró—. Y la quemazón…
—Lo sé —respondió Cadderly con amabilidad—. Descansa. El combate está ganado.
Los ojos de Danica miraron más allá de Cadderly y no pudo reprimir una risa ahogada. Cadderly se volvió y lo entendió, ya que Iván y Pikel, ambos cubiertos de arriba abajo de hollín, corrían de aquí para allá, buscando los cuerpos de los monstruos muertos.
Danica se sentó, respiró profundamente, y sacudió la cabeza.
—Ya no hay veneno —anunció, de pronto con la voz firme otra vez—. Lo he vencido, lo he expulsado de mi cuerpo.
Cadderly no pudo expresar su sorpresa. Sacudió la cabeza con lentitud y anotó mentalmente el preguntar a Danica sobre cómo había vencido a la sustancia mortal. Pero eso podía esperar a otro momento más tranquilo. Ahora Cadderly tenía otras preocupaciones.
—Dorigen consiguió marcharse —dijo.
Danica asintió y empezó a trabajar en las ataduras de sus muñecas.
—No lo entiendes —continuó Cadderly, al caer en un pequeño arrebato de histeria—. Tiene mi ballesta. ¡El arma ha caído en manos de un enemigo!
Danica no parecía demasiado preocupada.
—Estamos vivos y libres —dijo—. Eso es lo que importa. Si vuelves a luchar, encontrarás una manera de ganar sin la ballesta.
La confianza de Danica en su ingenio conmovió a Cadderly, pero no había comprendido. No era por sí mismo que tenía miedo, era por toda la región.
—Tiene la ballesta —repitió—. Y también los dardos explosivos.
—¿Cuántos?
Cadderly pensó durante un momento, para tratar de recordar cuántos había usado y cuántos había fabricado durante su estancia en Shilmista.
—Seis, creo —dijo, puso una mirada de alivio cuando recordó otra cosa importante—. Pero no tiene el frasco que contiene la poción. Lo dejé en el campamento de los elfos.
—Entonces no temas —dijo Danica, que todavía no entendía su preocupación.
—No temas —repitió Cadderly con sarcasmo, como si sus preocupaciones fueran cosas triviales—. La tiene. ¿No entiendes las implicaciones? Dorigen puede copiar el diseño, desatar una nueva… —Se detuvo, incapaz de entender la seriedad en el rostro de Danica. Señaló a su espalda y él se volvió a mirar por encima del hombro.
Ni siquiera los enanos estaban allí. Cadderly no entendía.
—El árbol —explicó Danica—. Mira el árbol.
Cadderly hizo lo que le dijeron. El olmo airoso, justo unos momentos antes frondoso y vibrante con sus colores del avanzado verano, era sólo un esqueleto ennegrecido y carbonizado. Pequeños fuegos ardían en varios de los nudos; oleadas de calor distorsionaban el aire por encima y alrededor del árbol. Las formas amontonadas y negras de los orogs muertos parecían mezclarse con las ramas oscuras.
—¿Crees que un mago que puede descargar semejante destrucción, repentina y terrible, estaría interesado en tu minúscula ballesta? —razonó Danica—. A ojos de Dorigen, ¿la ballesta habría valido la pena?
—La levantó contra ti —argumentó Cadderly, pero supo antes de que Danica le mirara con el ceño fruncido que Dorigen la había amenazado con el arma sólo para forzar la situación.
—Tu ballesta es un arma excelente —dijo la joven con suavidad—, pero nada que un mago con el poder de Dorigen necesite.
Cadderly no pudo discutir ese razonamiento, pero no se sentía reconfortado. Cualquiera que fuese el resultado, no podía ignorar el hecho que un arma que él había diseñado podría usarse contra un inocente, incluso contra alguien cercano a él. De nuevo la ballesta era un símbolo de la locura a su alrededor, la violencia desatada que no podía controlar y de la que no podía esconderse.
El botín era un poco escaso para los patrones de Iván, y el enano cabezota se negó a renunciar hasta que hubiera buscado en cada palmo del campamento. Envió a Pikel a una tienda en dirección contraria a la de la tienda caída de la que habían salido Cadderly y Danica.
Palpó las pieles caídas con la mano libre y usó el hacha para aguantar lo suficiente el techo de manera que así un monstruo no podría chocar con él. Primero llegó hasta el cuerpo de Tiennek, que aún estaba de rodillas, apoyado en la burda lanza.
—Apuesto a que duele —dijo Iván, al ver la horripilante herida. No sabía si este hombre era amigo o enemigo, por lo que no se desvió de su camino para buscar en el cuerpo. Aunque Iván recogió con rapidez la excelente espada que descansaba junto a la mano del hombre muerto.
—Ya no necesitarás esto —murmuró con aire de disculpa mientras se adentraba bajo las pieles caídas.
—Otro —dijo el enano sorprendido, casi pisando al pobre Elbereth un momento más tarde—. Y todavía vive —añadió cuando Elbereth gruñó y se retorció mientras se alejaba.
La expresión de Iván se volvió amarga cuando vio que era un elfo lo que estaba sentado ante él, pero su desdén no podía superar la antipatía que mostraba sin tapujos la cara del elfo.
—Tienes mi espada —dijo Elbereth con desagrado, con la mirada fija en los ojos oscuros del enano.
—¡La tengo! —replicó el enano mientras bajaba la mirada hacia el cinturón, sin hacer un movimiento en dirección al elfo o a la espada.
Elbereth esperó con tanta paciencia como pudo durante un rato.
—Aún estoy atado —dijo, con la voz llena de rabia.
Iván lo miró fijamente, al final movió su cabeza peluda.
—¡Lo estás! —afirmó el enano, y se fue. Casi chocó con Cadderly y Danica en el exterior de la tienda.
—¿Dónde está Elbereth? —preguntó Cadderly, sorprendido de que Iván hubiera salido solo.
—¿Qué es un Elbereth? —respondió Iván con suficiencia.
Cadderly no estaba de humor para bromas.
—¡Iván! —gritó.
—Eso es un refinado bien hallado, tu desagradecido… —dijo Iván, después de que sus ojos se abrieran de par en par, dos orbes brillantes en medio de un cara ennegrecida.
—¡Mil gracias! —le interrumpió Danica, aliviada al ver al enano pero, además, queriendo calmar el creciente humor explosivo del erudito. Se acercó y dio un enorme abrazo al sucio enano, incluso lo besó en la peluda mejilla, lo que le dejó una marca limpia en la piel llena de hollín.
—Eso está mejor —dijo Iván, una ternura inevitable afloró a su voz normalmente áspera cuando miró a Danica.
—Ahora, ¿dónde está Elbereth? —preguntó Danica con calma.
Iván señaló con el pulgar por encima de su hombro.
—Ése está de un humor de perros —explicó. Danica se puso a andar hacia la tienda derribada, y Cadderly también, pero Iván dio un pisotón en el pie al joven erudito, y lo clavó en el sitio.
—Todavía no he oído una palabra de agradecimiento de tu boca —gruñó el enano.
La expresión de Cadderly era afectuosa. Se inclinó con rapidez y besó la otra mejilla de Iván, lo que hizo que el enano farfullara unas invectivas de un lado al otro del campamento.
—¡Maldito zopenco! —gruñó Iván, mientras se limpiaba la marca húmeda—. ¡Maldito zopenco! —Cadderly disfrutó de una sonrisa que le fue muy necesaria.
Aunque el alivio del joven duró poco, cuando Danica tiró de él bajo la tienda y lo dirigió hacia el cuerpo de Tiennek. Levantó en alto el techo de la tienda para asegurarse de que Cadderly tenía una buena vista del cuerpo.
—Lo maté con mis propias manos —anunció Danica, sin orgullo evidente en la voz—. Yo lo maté, ¿lo entiendes? Hice lo que tenía que hacer, lo que el bárbaro me obligó a hacer.
Cadderly se estremeció pero no pareció captar el argumento de Danica, si es que había alguno.
—Justo lo que tú hiciste con el clérigo malvado —dijo sin tapujos.
—¿Por qué metes a Barjin en esto? —exigió Cadderly, horrorizado. Esa ya familiar imagen de los ojos sin vida del clérigo surgió de pronto de las profundidades del subconsciente.
—Yo no meto a Barjin en esto —le corrigió Danica—. Tú lo haces —continuó rápidamente, cortando lo que iba a ser una protesta de Cadderly—. Llevas a Barjin contigo allí a donde vas —explicó—, un fantasma que persigue cada uno de tus pensamientos.
La expresión de Cadderly reflejó su aturdimiento.
—Como con los orogs heridos en las laderas de las colinas —continuó Danica, con un tono más suave—. Deja a Barjin atrás. Te lo pido. Su muerte la provocó él mismo. Tú sólo hiciste lo que tenías que hacer.
—¿No te importa haber matado a este hombre? —preguntó Cadderly, poco menos que en tono acusatorio.
—Me importa —restalló Danica—, pero sé que si me dieran la oportunidad de hacerlo otra vez, Tiennek estaría muerto exactamente tal como está. ¿Puedes decir lo contrario con respecto a Barjin?
Cadderly recordó los hechos de las catacumbas de la Biblioteca Edificante. Parecía como si hubiesen sucedido justo esa mañana y un centenar de años antes, todo al mismo tiempo. Cadderly no tenía respuesta para la molesta pregunta de Danica, y ella no esperó ninguna, al recordar que Elbereth, atado y con toda probabilidad humillado, esperaba que lo rescatasen. Cadderly siguió a Danica, con los ojos puestos en el cadáver de Tiennek hasta que el techo cayó y lo cubrió.
Elbereth ni parpadeó durante el largo rato que les tomó a Danica y a Cadderly liberarlo. No demostraría flaqueza abiertamente, no revelaría la humillación de su desamparo y captura. Sólo la rabia brillaba en los ojos plateados del elfo y lo demostraba la manera en la que encajaba la mandíbula. Cuando estuvo libre, se precipitó fuera de la tienda desmontada, mientras desgarraba las pieles enfurecido.
Iván y Pikel estaban junto a la entrada de la tienda de Dorigen. Iván señalaba las dagas de hoja de cristal de Danica, admirando la empuñadura del tigre dorado y el dragón plateado de la otra. Pikel aguantaba una tupida túnica de color púrpura mientras trataba en vano de subir el buzak de Cadderly a su mano rechoncha. A los pies de los enanos descansaban la mochila de Cadderly y su bastón.
No era difícil para Danica y Cadderly imaginar a dónde se dirigía Elbereth.
—¡Mi espada! —gritó el príncipe elfo al enano. Elbereth estiró su delgada mano en dirección a Iván. Éste no reaccionó de inmediato, y Elbereth agarró la espada directamente del cinturón del enano.
—De cualquier modo es una cosa esmirriada —le comentó Iván a Pikel—. Seguro que se habría roto la primera vez que golpeara algo con ella.
En un instante, Elbereth tenía la punta de la espada en el cuello grueso de Iván.
—A tu disposición —respondió el enano.
—Uh oh —remarcó Pikel.
—Tú sigue jugando así, y te harás daño —añadió Iván con serenidad, mientras miraba fijamente al elfo de ojos plateados.
Continuaron mirándose un largo e incómodo rato, una lucha de voluntades que se balanceaba al borde de la violencia.
—No tenemos tiempo para esto —dijo Cadderly con docilidad, al tiempo que se dirigía a inspeccionar su mochila. El Tomo de la Armonía Universal estaba allí, al igual que su tubo de luz. De hecho, todas sus pertenencias estaban, con la notable excepción de la ballesta.
La aproximación de Danica fue más directa. Apartó de manera despreocupada la espada de Elbereth y se situó entre el elfo y el enano, y alternativamente avergonzó a ambos con su mirada inflexible.
—¿No tenemos suficientes enemigos? —increpó la mujer—. Un ejército de monstruos nos rodea, ¿y vosotros dos pensáis en luchar el uno contra el otro?
—Nunca he visto mucha diferencia entre un orco y un enano —profirió Elbereth.
—Oo —respondió Pikel herido.
—Entonces, veo a los tuyos de una forma similar —contraatacó Iván.
—Oo —dijo Pikel que miró a su hermano con admiración.
Elbereth inspiró profundamente. Danica pudo ver cómo crispaba el puño que sujetaba la espada.
—Nos han salvado —le recordó Danica a Elbereth—. Sin Iván y Pikel, aún seríamos los prisioneros de Dorigen, o estaríamos muertos.
Elbereth frunció el ceño ante el comentario.
—Tú, en cualquier caso, habrías vencido al bárbaro —argumentó—, entonces estaríamos libres.
—¿Cuántos orogs y orcos habrían venido ante los gritos de Tiennek si los enanos no los hubieran detenido en el combate junto a nuestra tienda? —intervino Cadderly.
La mirada seria de Elbereth continuó, pero deslizó la espada en la vaina
—Cuando esto haya terminado… —advirtió a Iván, dejando que la amenaza quedara en el aire.
—Cuando esto termine, no estaremos aquí —dijo Iván malhumorado, y el aire de presunción de su tono sugirió que sabía algo que los otros no.
—¿Cuánta parentela tienes, elfo? —preguntó Iván, después de esperar un rato antes de ofrecer una explicación—. ¿Cuantos pueden luchar contra el ejército que ha venido a tu bosque?
—Ahora dos más —respondió Cadderly.
—Si estas hablando de yo y mío hermano, entonces estás diciendo tonterías —dijo Iván—. ¡No voy a poner mi vida en peligro por unos elfos!
—No es sólo por los elfos, Iván —explicó Cadderly. Miró a su alrededor para captar la atención de todos ellos—. Esta batalla (esta guerra) va más allá de Shilmista, me temo.
—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Danica.
—Dorigen sirve a Talona —respondió Cadderly—. Sospechábamos eso por los guantes que Elbereth cogió de los bugbears incluso antes de que nosotros viniéramos aquí. Ahora la conexión es incuestionable. —Miró a Pikel—. ¿Recuerdas el imp que te picó?
—Oo —dijo el enano mientras se frotaba el hombro.
—Ese imp se encontraba con Dorigen en su tienda —explicó Cadderly—. Ella y Barjin vienen de la misma fuente, y si ellos han atacado la biblioteca y ahora el bosque, entonces…
—Entonces toda la región está en peligro —finalizó Danica por él—, y los peores miedos de los maestres se harán realidad.
—Por lo tanto, tú y tu hermano lucharéis —le dijo Cadderly a Iván—. Si no es por los elfos, entonces será por todos los demás.
Los ojos oscuros de Iván se entrecerraron, pero no rebatió la lógica del joven erudito.
—Éste parece el sitio para empezar —continuó Cadderly, determinado a forjar una alianza—. No podemos permitir que nuestros enemigos tomen Shilmista, y la ayuda de los hermanos Rebolludo nos hará llegar más lejos en el cumplimiento de nuestro cometido.
—De acuerdo, elfo —dijo Iván después de mirar a Pikel para confirmarlo—. Te ayudaremos, aunque seguro que eres un ingrato.
—¿Creéis que voy a aceptar…? —empezó Elbereth pero la mirada de Danica lo cortó.
—Entonces luchad bien —dijo en lugar de eso—. Pero no dudes, enano, que cuando esto haya terminado, tú y yo volveremos a hablar de nuestro encuentro en la tienda.
—No estarás aquí —repitió Iván.
—¿Por qué sigues diciendo eso? —preguntó Cadderly.
—Porque he visto al enemigo, muchacho —respondió Iván en tono lúgubre—. Cientos de ellos, te digo. ¿Crees que los elfos vencerán a ese ejército?
Elbereth sacudió la cabeza y apartó la mirada.
—Allí —dijo Iván, y señaló un árbol en el que había visto a la esquiva Hammadeen—. Si no me crees, ¡entonces pregúntale a esta especie de hada!
Elbereth hizo eso, y cuando volvió de su conversación privada con Hammadeen, su cara estaba pálida.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Danica, al tiempo que trataba de apartar al elfo de sus preocupaciones—. ¿Vamos tras la maga?
—No —respondió Elbereth ausente, con los ojos mirando al lejano sur—. Han luchado en la Colina de las Estrellas. Debo volver con mi gente.
—Esta idea es mejor —confirmó Cadderly—. Dorigen es demasiado peligrosa. Tiene espías… —Se detuvo y observó a Danica, que pronunciaba el nombre de su compañero desaparecido y se golpeaba la mano con el puño. Aunque Cadderly no hizo ademán de estar de acuerdo. Se negó a creer que Kierkan Rufo, a pesar de sus defectos, hubiera dado información voluntariamente a la hechicera malvada.
Pero Cadderly tuvo que admitir que, de un tiempo a esta parte, simplemente no sabía qué pensar.
Dorigen se acercó al campamento de Ragnor con indecisión, insegura de cómo actuaría el voluble ogrillón ahora que la batalla había dado este giro inesperado. Había estado ausente, alejada, mientras cazaba a Cadderly y a sus amigos, cuando Ragnor había lanzado su ataque al campamento élfico. Aunque incluso sin su ayuda, el ogrillón había derrotado a los elfos y los había empujado unos kilómetros hacia el sur.
Dorigen maldijo su estupidez. Le había dicho a Ragnor la posición de los elfos; tendría que haber adivinado que el arrogante bruto habría avanzado contra ellos, y en particular si ella no estaba cerca para compartir la victoria.
Ahora Dorigen se encontraba en una posición complicada, ya que los avances del ogrillón habían sido un éxito, los de Dorigen, en cambio, habían sido un desastre. De cualquier modo iría a ver a Ragnor. Ese día sus energías mágicas estaban casi exhaustas y necesitaba a Ragnor incluso si él no la necesitaba a ella.
—¿Dónde están mis soldados? —fue la primera cosa que el corpulento ogrillón le ladró cuando entró en su tienda. Ragnor miró astutamente a su alrededor a sus guardias de elite bugbears, al darse cuenta de que era la primera vez que veía a Dorigen sin su escolta bárbaro—. ¿Y dónde está ese bloque de carne que mantienes a tu lado? —preguntó.
—Tenemos enemigos poderosos —respondió Dorigen y lo contestó todo a la vez, al elevar la voz lo suficiente para silenciar las risas ahogadas de los bugbears—. No tendrías que ser tan presumido ante una victoria provisional.
—¿Provisional? —rugió el ogrillón, y Dorigen se preguntó si quizás había presionado demasiado al ogrillón. Casi esperó que Ragnor se tirara sobre ella y la destrozara.
—Cayeron dos veintenas de elfos —continuó el ogrillón—. ¡Yo mismo maté a seis! —Ragnor mostró un horripilante collar que presentaba doce orejas de elfos.
—¿A qué coste? —preguntó Dorigen.
—Eso no importa —replicó Ragnor, y Dorigen supo por la manera en que Ragnor contrajo la cara que el campamento de los elfos no había sido invadido con facilidad—. Los elfos son pocos —continuó el ogrillón—. No me preocupan unos pocos miles de muertos cuando Shilmista caiga bajo mi sombra.
—¿Mi sombra? —preguntó Dorigen con astucia, enfatizando el uso de Ragnor del pronombre personal. Por primera vez desde que había entrado en la tienda, vio un indicio de alarma en el ojo del ogrillón.
—Estabas fuera por asuntos privados —argumentó Ragnor, de alguna manera avasallado—. Era el momento de atacar, y lo hice. Golpeé con cada soldado que pude reunir. ¡Dirigí el ataque yo mismo y tengo las cicatrices de la batalla!
Dorigen inclinó la cabeza respetuosamente para calmar a la voluble bestia. Ragnor le había dicho mucho más de lo que había pretendido. Mencionó que estaba fuera, pero ella no le había dicho que estaría lejos del campamento. Por alguna razón, Ragnor había escogido ese momento para atacar, sin que Dorigen la ayudara. Con el ogrillón tan inflexible en su afirmación de que Shilmista caería bajo su control, y no bajo el del Castillo de la Tríada, Dorigen se preocupó de lo lejos que llevaría a Ragnor la independencia acabada de descubrir.
No tenía ganas de estar cerca del ogrillón cuando éste decidiera que no necesitaba al Castillo de la Tríada.
—Me voy a descansar —dijo, mientras se inclinaba de nuevo—. Acepta mi felicitación por tu gran victoria, poderoso General. —Ragnor no pudo esconder la emoción al oír aquellas palabras. Pensando que era un comentario de despedida, Dorigen se fue de la tienda, mientras pensaba en lo extraño que era que un bruto despiadado como Ragnor fuera un blanco tan fácil de la adulación.
—Estaba atemorizado —remarcó Druzil desde su posición elevada en el hombro de Dorigen, justo después de que la maga dejara la tienda. El imp se materializó—. Temió que controlarías la batalla y que a él no se le necesitaría.
—Esperemos que siga creyendo que puedo serle útil —respondió Dorigen—. No estará contento cuando descubra cuántos de sus soldados he perdido.
—No los menciones —sugirió Druzil—. De cualquier manera, no creo que Ragnor sepa contar.
—Nunca más subestimes al ogrillón —gruñó Dorigen después de volver la cabeza con brusquedad para encararse al imp—. Cualquier error puede conllevar un fin rápido a nuestras vidas.
Druzil gruñó y farfulló pero en verdad no discutió.
—¿Cuáles son tus planes? —preguntó después de un largo rato suficiente para que Dorigen se tranquilizara.
—Veré dónde puedo ser útil —respondió, después de detenerse para pensar en la pregunta.
—¿Has desistido en lo que respecta al hijo de Aballister? —El tono del imp parecía de sorpresa.
—Nunca —restalló Dorigen—. Este Cadderly de Carradoon es peligroso, como lo son sus amigos. Cuando esta lucha acabe, cualquiera que sea el camino que escoja Ragnor, el joven Cadderly demostrará ser valioso. —Sus ojos se entrecerraron como si se hubiera acordado de algo importante.
—¿Aún puedes contactar con Kierkan Rufo? —preguntó.
Druzil rió entre dientes, la risa áspera sonaba casi como la tos con su voz rasposa.
—¿Contactar? —repitió—. Entrometerme sería una descripción mas ajustada. Kierkan Rufo lleva el amuleto. Su mente es mía para que la explore.
—Entonces escucha lo que piensa —ordenó Dorigen—. Si Cadderly vuelve al campamento de los elfos, quiero saberlo.
Druzil masculló como siempre y se desvaneció, pero Dorigen, demasiado absorta por las intrigas que se desarrollaban a su alrededor, le dio poca importancia a sus quejas.
—Antes de que pongáis vuestras vistas en volver a la colina —dijo Iván malhumorado—, mío hermano y yo tenemos algo que tendríais que ver.
Elbereth miró al enano con curiosidad, se preguntó qué sorpresa cruel le estaría esperando esta vez. Pero cuando al final llegaron al campamento de los enanos, casi a un kilómetro y medio de desvío de su camino, Elbereth lanzó una mirada de sorpresa en dirección a Iván. Enterrado bajo un montón de piedras descansaba un cuerpo de elfo parcialmente quemado, que Elbereth identificó al instante como el de Ralmarith, su amigo, que había muerto en el ataque inicial del mago.
—¿Cómo lo conseguisteis? —requirió el elfo, con voz mezcla de sospecha y alivio.
—Lo cogimos de los goblins —dijo Iván, tratando de alejar todo tono de compasión de su voz—. Nos imaginamos que un elfo se merecía un lugar de descanso mejor que la barriga de un goblin.
Elbereth se volvió hacia el cuerpo de Ralmarith y no dijo nada más. Danica se acercó y se arrodilló junto a él, y le pasó un brazo por los delgados hombros.
—Esos dos están un poco afectuosos, ¿eh? —le dijo Iván a Cadderly, y el joven erudito se tuvo que morder el labio para apartar sus pensamientos, para sacárselos de la cabeza. Sabía que tenía que creer en Danica, y en su relación, ya que su situación era demasiado peligrosa para permitir cualquier desavenencia entre él y Elbereth.
Danica inclinó la cabeza más de una vez en dirección a Iván y Pikel tratando de incitar al elfo a dar las gracias. Aunque Elbereth no respondió. Sólo susurró su despedida a su amigo y con cuidado reconstruyó el montón de piedras, dejando el cuerpo de Ralmarith al bosque que el elfo tanto había amado.
Shilmista estaba extrañamente tranquilo mientras los cinco compañeros continuaban su camino hasta Daoine Dun. Se pararon un momento para un corto descanso, con Elbereth apartado mientras exploraba el área y veía si podía encontrar a Hammadeen o cualquier otro ser del bosque para obtener información.
—Debes perdonar a Elbereth —le dijo Cadderly a Iván, mientras trataba de asumir el papel de pacificador.
—¿Qué es un Elbereth? —preguntó Iván presuntuosamente, sin apartar la mirada de su trabajo que era engastar de nuevo el asta en el casco. El enano hizo muecas y apretó la rosca tanto como pudo, puesto que no tenía soldadura para reforzar el encaje.
—Es el príncipe de Shilmista —continuó Cadderly con un respingo, pero por lo demás ignorando la inquebrantable cabezonería del enano—. Y Shilmista puede ser la piedra angular de nuestras luchas.
—No les doy muchas esperanzas a nuestras luchas —respondió Iván ceñudo—. Su puñado de elfos no hará mucho contra ese ejército que ha penetrado en el bosque.
—Si en realidad creyeras eso, no habrías aceptado unirte a nosotros —razonó Cadderly, pensando que había encontrado una grieta en la apariencia férrea del enano.
La mueca de incredulidad que hizo Iván apartó ese pensamiento.
—No estoy aquí para perderme la oportunidad de aplastar unos pocos cráneos de orcos —replicó el enano—. Y tú y la chica me necesitáis a mío y a mío hermano.
Cadderly no pudo competir con la, en apariencia, inacabable acritud de Iván, por lo que se alejó, y sacudió la cabeza hacia Danica y Pikel al pasar junto a ellos. Un momento más tarde, Elbereth volvió al campamento y anunció que el camino hasta la colina estaba despejado.
Daoine Dun no era como Cadderly la recordaba. La que una vez fue la bella Colina de las Estrellas estaba agostada y ennegrecida, su hierba densa pisoteada por la carga de pies monstruosos y sus exuberantes árboles rotos o quemados. Peor incluso era el olor. Bandadas de pájaros carroñeros emprendieron el vuelo ante la llegada de los compañeros, ya que a los muertos, con un considerable número de elfos entre ellos, los habían dejado para que se pudrieran.
Incluso Iván no hizo ningún comentario ante la cara de consternación de Elbereth. Por cierto, Iván llamó a Pikel a un aparte, y juntos empezaron a cavar una fosa común.
El príncipe elfo vagó de acá para allá en el campo de batalla, para inspeccionar los cuerpos de su parentela por si podía determinar qué elfos habían caído. Pero muchos habían sido mutilados, y el elfo resignado sólo sacudía la cabeza en dirección a Danica y Cadderly mientras le seguían en su silencioso velatorio.
Enterraron los elfos muertos, Danica les dio las gracias a los enanos, aunque el empecinado Elbereth no, y entonces buscaron por toda la colina. Elbereth observó los árboles, intentando descubrir más de lo que había ocurrido y dónde podrían estar ahora sus amigos y enemigos. Iván y Pikel lideraron la búsqueda de las cuevas. En una encontraron los cuerpos a medio comer de varios caballos, aunque, afortunadamente, Temmerisa no estaba entre ellos.
En otra habitación, en la cueva que Galladel había usado, hicieron lo que Cadderly consideró un descubrimiento remarcable. Varios libros y pergaminos yacían esparcidos por el suelo, como si el rey elfo hubiera partido apresuradamente, mientras seleccionaba con rapidez que debería llevarse y que dejar atrás. Muchos de los escritos eran notas insignificantes, pero en una esquina Cadderly encontró un tomo antiguo, encuadernado en cuero negro y con las altas runas élficas correspondientes a las letras D, Q y q grabadas en la tapa. Cadderly cogió el libro con manos temblorosas, al sospechar su contenido. Desató el broche con cuidado y lo abrió.
La tinta estaba corrida y las páginas estaban llenas de muchos símbolos que Cadderly no pudo entender. Aunque llevaba el nombre que Cadderly esperaba ver, Dellanil Quil’quien, antiguo rey de Shilmista, muerto hacía mucho tiempo, y uno de los héroes legendarios del bosque.
—¿Qué has encontrado? —oyeron que decía Elbereth desde la entrada de la caverna. Estaba junto a Danica. Iván y Pikel habían continuado avanzando hasta la siguiente oquedad.
—Tu padre no se ha dejado esto intencionadamente —explicó Cadderly, mientras se volvía y mostraba el tomo de cubiertas negras—. Es el libro de Dellanil Quil’quien, una obra que no tiene precio.
—Me sorprende que mi padre lo trajera después de todo —respondió Elbereth—, pero no me sorprende que se lo dejara. El libro tiene poco valor para él. Su escritura es arcaica, usa muchos símbolos que nosotros los de Shilmista ya no podemos entender. El libro no representa nada para nosotros. Llévatelo a tu biblioteca si lo deseas.
—Sin duda te equivocas —dijo Cadderly—. Dellanil Quil’quien está entre vuestros héroes más grandes. Sus hechos, su magia, podrían demostrar ser ejemplos decisivos para estos tiempos de calamidades.
—Como te he dicho —respondió Elbereth— ya ni siquiera podemos leer el libro. Ni tú. Muchos de los símbolos no han sido usados en siglos. Ahora venid —propuso a los dos humanos—. Debemos continuar. Mientras hablamos, mi gente puede estar en otra batalla, y no deseo seguir en este lugar devastado más tiempo del que sea necesario. —El elfo salió fuera a la luz de sol de la tarde. Danica esperó junto a la entrada a Cadderly.
—¿Te quedas el libro? —preguntó, al ver que se lo ponía en la mochila.
—No estoy de acuerdo con la estimación de Elbereth —respondió Cadderly—. Debe haber algo en los escritos de Dellanil que nos pueda ayudar en nuestra lucha.
—Pero ni tú puedes leerlo —dijo Danica.
—Ya lo veremos —contestó Cadderly—. He traducido muchas obras en la biblioteca. Ahora, al menos, tengo una tarea que estoy preparado para manejar, como tú, cuando te enfrentas a un combate.
Danica asintió y no dijo nada más. Acompañó a Cadderly fuera de la cueva hasta donde el príncipe elfo esperaba a que los enanos completaran su búsqueda.
Para Cadderly, el libro llegó como una bendición. En realidad no creía, no se atrevía a tener la esperanza, de que encontraría algo importante en la obra, incluso si conseguía traducir las extrañas runas. Pero trabajar hacia el objetivo común de salvar el bosque mientras usaba sus habilidades únicas imprimió un poco de alegría en los pasos del joven erudito.
Y lo más importante de todo, encontrar y trabajar con el libro de Dellanil Quil’quien de alguna manera lo apartaría de la violencia. Echó de menos los tiempos pasados, antes de que Barjin llegara a la Biblioteca Edificante, cuando las aventuras sólo se encontraban en los textos de los libros antiguos.
Quizás esta obra apartaría al joven erudito de la dura realidad que lo había rodeado tan de repente.