13

Ooooo, dijo el ciervo

Fue un sueño sin sueños, donde la pura extenuación predominó sobre el tumulto que eran las emociones de Cadderly. Ese sueño profundo lo hizo todo más estremecedor para el joven cuando el grito de Danica hizo pedazos su serenidad.

Cadderly se quedó sentado de un salto y distinguió una forma gigantesca que se inclinaba sobre Danica. Supo al instante que era Tiennek que había venido de visita; rezó por que el bárbaro no llevara demasiado tiempo en la tienda.

Cadderly se dirigió hacia su amor, pero descubrió que sus muñecas eran agarradas con tosquedad y levantadas con fuerza tras él.

—Si ella lucha, rompedle los brazos al clérigo —dijo Tiennek, y Danica, con una mirada en dirección a Cadderly, detuvo el forcejeo. Tiennek levantó a la joven hasta el hombro y salió, flanqueado por dos orogs. La tercera bestia le dio un doloroso tirón final a los brazos de Cadderly, y siguió a los otros. Obstinado, se levantó tras el orog, pero el monstruo se dio media vuelta y lo tiró al suelo de un bofetón.

El mundo se volvió un manchón de dolor y una confusión irresoluble. Cadderly reparó en Elbereth, todavía sentado al fondo de la tienda, luchando con ferocidad pero en vano. Las muñecas del elfo estaban atadas con tanta fuerza a sus rodillas que ni podía intentar levantarse.

Con un gruñido, a punto de perder el control, Cadderly empezó a ponerse en pie, pero el orog le dio una patada en las costillas y lo envió de vuelta al suelo. Miró a su alrededor, a su anillo emplumado, a un barril que estaba a un lado de la habitación, a Elbereth, pero no tenía a qué recurrir. Danica se había ido y estaba en peligro, y Cadderly no tenía manera de contraatacar.

—¡No! —gruñó, y se llevó otra patada del orog—. ¡No! ¡No! —Como un hombre enloquecido, Cadderly repitió la palabra, ignorando las patadas del orog enfurecido.

—¡No! ¡No! ¡No! —Pero a pesar de la obstinación y la rabia de Cadderly, sus palabras sonaron vacías, una venganza inútil.

Danica no luchó encima del enorme hombro de Tiennek. Aguardaría su momento, decidió esperar la oportunidad en que estuviera a solas con el bárbaro. O al menos esperó que estaría con Tiennek a solas. Las obvias intenciones de Tiennek le repelían, pero el pensar que los orogs estarían presentes era más de lo que ella podía soportar.

La tienda de Tiennek era la tercera y la más grande del campamento, centrada en la parte de atrás del mismo y además hacía de almacén para las tropas enemigas. El bárbaro de cabello dorado, para alivio de Danica, les dijo a los orogs que los flanqueaban que se quedaran de guardia en el exterior, y luego se abrió paso entre barriles y cajas apilados hacia un montón de mantas y pieles en el centro de la habitación.

Había una lámpara de aceite que daba poca luz en una esquina y el olor a carne predominaba en el ambiente.

Tiennek bajó a Danica a sus pies con más amabilidad de la que la chica esperaba. Se le quedó mirando los ojos almendrados y acarició su cabello.

Síguele el juego, se dijo Danica, contra todos los instintos de su cuerpo.

—Desátame —le susurró a su enorme captor—. Será mejor para los dos.

La enorme mano de Tiennek se deslizó por la suave mejilla de Danica, apenas la tocó le produjo escalofríos.

—Desátame —susurró de nuevo.

Tiennek se rió de ella. Su gentil caricia se transformó en una presa de hierro en su cara, que casi le rompió la mandíbula. Danica se apartó de él, y se liberó durante un instante, pero entonces fue atraída por el bárbaro tirando de un mechón de su pelo.

—Crees que soy idiota… —Se detuvo de improviso cuando la rodilla de Danica le impactó en la ingle (incluso tuvo que dar un brinco para acertar en el blanco).

Tiennek hizo muecas de dolor durante un momento, luego empujó a Danica hacia atrás. Se apañó para mantener el equilibrio, y soltó una patada en el abdomen duro como una piedra del hombretón cuando éste se le acercó.

Tiennek, con la cara agarrotada en una expresión asesina, no pareció notar la patada, pero Danica descubrió por la leve cojera, que su primer ataque había hecho algún daño.

Esta vez Danica fue a por la rodilla, pero tuvo que detenerse en mitad de la patada y esquivar cuando Tiennek lanzó un duro puñetazo a su cara. Fue capaz de agazaparse a un lado, a contrapié, pero la segunda mano del bárbaro llegó con más rapidez, alcanzándole la mejilla.

La tienda giró a su alrededor, y Danica cayó de rodillas. Supo que Tiennek la tenía y que podía hacer con ella lo que le diese la gana; allí no había nada que ella pudiera hacer contra semejante guerrero con las manos atadas a la espalda. Danica tiró de sus ataduras ignorando la quemazón que le producían las cuerdas ásperas en las muñecas, y luchó salvajemente para liberarse.

Había pasado mucho rato. Danica notó la sangre caliente en sus manos. ¿Por qué Tiennek no había continuado su acometida?

Danica se atrevió a mirar por encima del hombro para ver al gigante que cojeaba. El rodillazo inicial que le había dado, en apariencia había cambiado sus intenciones lascivas, por el momento, al menos.

El bárbaro llamó a un enorme orog a la tienda y le dio órdenes de vigilar a Danica, pero de no tocarla a menos que tratara de escapar. Si lo hacía, explicó Tiennek, que miró a Danica intencionadamente mientras hablaba, el orog podría hacer lo que quisiera con la prisionera.

Tiennek observó a Danica por el rabillo del ojo.

—Dame tus armas —le ordenó al orog. La criatura se negó y a la defensiva puso la mano sobre la empuñadura.

—¡Dámelas! —gruñó Tiennek—. Ésta te las cogerá y te matará con ellas, no lo dudes. —El orog continuó refunfuñando, pero le entregó la espada y la daga larga de la bota.

Entonces el bárbaro se fue, y el orog caminó con paso cauteloso para situarse junto a Danica, que respiraba en cortos y esperanzados jadeos.

—Tómate un descanso, bonita —susurró bajo su respiración apestosa, al pensar que su deber podría convertirse en algo de diversión.

—¿Puedes ayudarme a ponerme de pie? —dijo Danica inocentemente un momento más tarde. Sospechó que Tiennek volvería antes del alba, antes de que Dorigen se diera cuenta de lo que había pasado, y supo que no faltaba mucho para la salida del sol.

El orog se agachó y la cogió por el pelo, y con rudeza la puso en pie.

—¿Estás tú mejor así? —gruñó, tirándole otra vez su apestoso aliento a la cara.

Danica asintió y se dijo a sí misma que debía actuar ahora, o nunca. Esperó haber aflojado lo suficiente las ataduras, rezó para que así fuera, porque las consecuencias de un fallo eran demasiado malas para imaginárselas.

La joven hizo acopio de toda su disciplina en ese momento crítico. Reuniendo coraje, se dejó caer al suelo fingiendo que se desmayaba. El orog instintivamente empezó a inclinarse para cogerla, pero las piernas de Danica se flexionaron y saltó por encima del sorprendido monstruo. Dobló las rodillas hasta el pecho y pasó las manos atadas por debajo de los pies. Incluso mientras descendía lanzó su primer ataque, con una patada que impactó al orog bajo el mentón.

La criatura jadeó y cayó de espaldas. Danica volvía a estar de pie, seguía atada, pero con las manos delante. El orog, aturdido, pero apenas lastimado, lanzó un grito y volvió a la carga. Danica lo frenó bastante con una patada directa al pecho y otra a la rodilla. Juntó las manos y le cruzó la cara al monstruo, una vez y otra. Gruñendo a cada ataque, sus movimientos se transformaron en algo borroso, patadas, rodillazos, puñetazos, y el orog sólo pudo ponerse los brazos en la cara y tratar de cubrirse.

El violento ataque cesó de pronto y el orog se movió, justo como Danica había esperado, a la ofensiva. La criatura arremetió con torpeza hacia ella, pero sólo alcanzó aire cuando Danica dio un paso rápido hacia atrás. Antes de que el monstruo, desequilibrado, pudiera recuperarse, Danica atacó. Pasó bajo el hombro del orog, dio un salto mortal y enganchó las cuerdas alrededor del grueso cuello del monstruo.

El orog se fue hacia atrás por la enorme fuerza; el cuello de un hombre se habría roto bajo la gran tensión. Danica pronto se dio cuenta de que no podía esperar aguantar lo suficiente para estrangular a semejante monstruo de piel y músculos recios. El orog ya empezaba a recuperarse y había agarrado las muñecas de Danica, apartando las cuerdas estranguladoras de alrededor de su cuello.

Danica vio que su oportunidad se estaba escapando. Escudriñó al orog en busca de armas, pero no encontró ninguna a la vista. Repasó la habitación con la mirada, pero nada parecido a una daga o un garrote. Un plan desesperado cruzó su mente. De pronto invirtió el agarre, acompañó el empuje del orog y se giró para encarar a la criatura mientras ésta forcejeaba. Previsiblemente, el orog golpeó.

Danica interceptó su fuerte golpe, tiró con fuerza de él, luego bajó y retorció, proyectando al orog por encima de ella. Danica cayó con él mientras dirigía el descenso, de manera que cayera boca abajo en un barril de agua abierto. El monstruo desapareció hasta la cintura y Danica saltó sobre él, puso una pierna entre las del orog que las agitaba desesperadamente y resistió luchando por su vida.

La criatura era más fuerte que ella, pero Danica concentró fuerzas que el orog no podría ni entender. Afianzó las piernas en la parte interior del borde del barril y agarró las manos del mismo modo en el borde para aumentar el aguante. Las manos del orog salieron del reborde y tiraron con fuerza, pero Danica aguantó la posición, usó sus piernas endurecidas como cuña para impedir que la desplazara.

El monstruo, dando golpes a diestro y siniestro, la magulló y la hirió, pero sabía que no duraría demasiado.

No obstante, le parecieron horas a la joven cansada y apaleada mientras el orog luchaba a lo loco, tratando de sacar la cabeza del agua. Un rodillazo le hizo sangrar la nariz, un pie le arañó un lado de la cabeza con tanta fuerza que Danica temió que le hubiese arrancado la oreja.

Entonces se detuvo, de repente. Casi sorprendida, Danica aguantó sentada durante un rato, lo justo para asegurarse. Se dio cuenta de que Tiennek vendría pronto, y se arrastró fuera del barril. Mojada, con lágrimas en los ojos, y sangre manándole de la nariz, analizó qué lado de la tienda le proporcionaría la mejor salida y se lanzó hacia allí, mientras mordía las cuerdas.

El orco se frotó los ojos legañosos y miró hacia el este, confiando que el amanecer llegaría rápido y acabaría su tediosa guardia. Al sur del monstruo, en dirección a la zona que éste vigilaba, había un campo de hierba alta, apenas manchada por algún árbol ocasional.

La luz del amanecer todavía no estaba en su apogeo, y el orco oyó un susurro antes de descubrir la cornamenta que se movía a una velocidad constante a través de la hierba. Al principio, la criatura levantó la lanza, al pensar que una excelente comida de venado se encaminaba hacia él. Luego el orco parpadeó y se volvió a frotar los ojos, preguntándose cómo un ciervo con tamaña cornamenta sería lo suficientemente pequeño para esconderse en una hierba que no medía más de un metro.

Las astas prosiguieron su movimiento, todavía a una distancia aceptable. Se acercaron al tronco de un manzano torcido, y entonces el orco volvió a parpadear cuando los cuernos pasaron junto al árbol, uno a cada lado.

—Molargro —llamó el orco a su jefe de guardia orog. El enorme y feo orog, que se calentaba los pies cerca de la fogata, lanzó al centinela una mirada de indiferencia, y luego se volvió.

—Molargro —repitió el orco, con más insistencia. El orog se levantó con desgana y fue hacia allá, sin preocuparse en ponerse las botas gastadas y andrajosas.

—Ciervo —explicó el orco cuando llegó el orog, señalando hacia la cornamenta que se acercaba, ahora ya no tan distante.

—¿Ciervo? —preguntó Molargro, mientras se rascaba la cabeza—. Bah, tú eres un idiota —dijo el orog un momento más tarde—. ¿Qué clase de ciervo dice ooooo?

Los dos fruncieron el ceño confundidos. Volvieron la mirada hacia las astas que se acercaban y preguntaron al unísono. —¿Ooooo?

Obtuvieron la respuesta un instante más tarde, al final de la enorme hacha de Iván y el garrote tronco de Pikel.

Arrastrándose a lo largo de la maleza que había en el perímetro del campamento Danica casi había alcanzado la tienda de los prisioneros cuando se oyeron los gritos de alarma. Al principio asumió que Tiennek había encontrado al orog muerto, pero entonces oyó. —¡Oo oi!— por encima del alboroto, seguido por un fuerte golpe sordo y el gruñido de un ogro herido.

—¿Cómo? —se preguntó Danica, pero, al no tener tiempo de imaginarse las cosas, se levantó y corrió el resto del camino, con cuidado de deslizarse por entre las pieles atadas con holgura de los laterales de las tiendas. Se detuvo a medio camino, y gateó hacia un lado, tras unas cajas apiladas, cuando Tiennek y un orco entraron precipitadamente por la puerta de la tienda.

—Llevad al humano a Dorigen —ordenó el bárbaro, señalando a Cadderly. Tiennek sacó la espada trabajada con elegancia de Elbereth y sonrió con malicia—. Yo trataré con el elfo.

La primera reacción de Danica, cuando se llevaron a Cadderly, fue deslizarse hacia fuera, rodear la tienda, e ir en su ayuda. Pero tenía que resistir este impulso, ya que las intenciones de Tiennek en lo que se refería a Elbereth eran obvias. El bárbaro dio una gran zancada hacia el elfo, pero entonces, en lo que se tarda en parpadear, Danica estaba entre ellos.

—¡Huye! —oyó que decía Elbereth a su espalda—. Acepto mi suerte. No mueras por mí.

La sorpresa de Tiennek desapareció en el instante que le llevó mostrar su sonrisa burlona.

—¿El orog ha muerto? —preguntó, mostrando poca preocupación. Asintió con la cabeza como si no estuviera del todo sorprendido.

La expresión de Danica no se suavizó, ni se movió de su defensa agazapada. Tiennek levantó la espada en su dirección.

—Una gran pérdida, me temo —dijo con malicia—. Mi querida dama, podría haberte enseñado placeres que no te imaginas.

—¡No soy tu dama! —gruñó Danica, y le dio una patada en el pecho que lo apartó un paso.

—Una gran pérdida —repitió el bárbaro, un poco sin aliento pero por otro lado impertérrito. Sacó una pequeña red de su cinturón y la aguantó enrollada a la mano libre.

Danica giró a su alrededor con precaución, al entender la consecuencias potencialmente desastrosas de enredarse el pie al dar una patada. Buscó aberturas, debilidades, pero no vio ninguna. El hombretón aguantaba la espada delgada del elfo como si hubiera sido diseñada para él; su equilibrio era perfecto cuando ejecutaba círculos para mantenerse apartado de la joven.

Danica se abalanzó e intentó una patada, de repente se tiró al suelo y barrió con las dos piernas los tobillos de Tiennek. El bárbaro consiguió apartar un pie, pero tropezó cuando los pies le alcanzaron el otro. Se equilibró con rapidez y se inclinó, para tratar de cortar a la joven postrada mientras agitaba la red para mantener a raya las patadas.

Aunque Danica no estaba tan loca como para continuar su movimiento ofensivo. Estaba de nuevo en pie y equilibrada antes de que Tiennek pudiera dar el primer tajo.

—Soy el más fuerte —bromeó el bárbaro—. Mejor armado y con la misma habilidad. No puedes esperar sobrevivir.

Danica tuvo problemas para convencerse a sí misma que el bárbaro no estaba diciendo la verdad. Le había dado varios golpes contundentes, pero apenas había dado un respingo. Vio lo cómodo que estaba con una espada en la mano y ya había podido sentir su acerado puño.

Entonces vino directo hacia ella, con un frenesí vicioso, empujando y tajando, ondeando la red con habilidad alrededor de la espada.

Danica esquivó y se agachó, desvió un golpe, aunque se hizo un corte en el brazo en el proceso, y al final terminó en retirada total.

—¡Huye! —gritó Elbereth, mientras luchaba en vano contra las ataduras. Rodó y dio patadas, empujó los brazos hasta que sangraron, pero las obstinadas cuerdas no relajaron su dolorosa presa.

Danica estaba contenta de que Tiennek continuara en su persecución. El bárbaro podría haber dado media vuelta y haber acabado fácilmente con Elbereth antes de que ella se acercara lo suficiente para intervenir.

—Morirá después de que te haya vencido —aclaró Tiennek, como si le hubiera leído el pensamiento—. Después de que lo haya visto. ¡Después de que seas mía! —El gruñido de Elbereth produjo una sonrisa en los labios crueles del bárbaro.

Tiennek volvió a cargar, pero no cogió a Danica por sorpresa. Levantó un pie, como si diera una patada directa al atacante, pero en vez de eso dio una patada a un lado, partiendo en dos el soporte central de la gran tienda. El techo cayó a su alrededor, y detuvo el ataque de Tiennek.

El bárbaro levantó los brazos para mantener las pieles que caían a suficiente altura en caso de que Danica atacara, pero no se veía a la joven.

—¡Una caza digna! —aulló Tiennek, negándose a ser intimidado—. Y un premio que vale la pena atrapar. —Se marchó airado, mientras apartaba las pieles del techo de su camino.

Danica podría haber escapado de la tienda hundida con facilidad, pero eso habría dejado a Elbereth indefenso. El bárbaro, envalentonado y pensando que la lucha no era un desafío para él, no escondía donde estaba. Y Danica, desesperada por equilibrar el desigual combate, decidió usar eso contra él.

—¡Yo me encargo de ése! —berreó Iván, al señalar a un orco que escapaba.

Pikel salió de detrás de un árbol, justo en la dirección que llevaba el orco. Aguantó el garrote con ambas manos por la parte más delgada, y se inclinó para dar un golpe que rompió el brazo que intentaba pararlo e impactó en la cabeza del monstruo con la suficiente fuerza para partir su cuello flaco y huesudo.

—¡Oo oi! —gritó con voz aguda hacia su hermano.

—A tu espalda —respondió Iván, y Pikel dio media vuelta, esta vez machacó la cabeza de un orco entre su garrote y el árbol. El cráneo del orco se partió en dos con un ruido repulsivo.

Gritar advertencias a su hermano no disminuyó los feroces ataques de Iván. Estaba sobre la espalda del ogro caído, tajando a los orcos y orogs que lo rodeaban. El ogro no estaba del todo muerto, y cada vez que gruñía o se agitaba un poco, Iván se tomaba la molestia de pisotearlo con fuerza en la parte de atrás de la cabeza.

La brutalidad pura reemplazó a la sutilidad cuando el enano mantuvo a varios monstruos a raya con mortíferos cortes de su poderosa hacha. Un orco se las arregló para subirse al ogro por detrás de Iván, y lo aporreó contundentemente en la parte de atrás de la cabeza.

Iván se rió de ello, y entonces lo envió a volar con un tajo que hundió un lado del hacha de doble hoja hasta la mitad de la caja torácica de la criatura.

Tiennek dejó de apartar las pieles y de gritar y se movió al acecho lentamente, mientras apartaba el techo caído de su camino.

—No soy un luchador debilucho de tierras civilizadas —dijo con calma—. ¡Soy un Kura-winther!

Notó un cierto movimiento, un cambio en el techo caído de la tienda, a un lado, y dio un paso corto en esa dirección. Levantó una mano tan alto como pudo para que el techo no se combara, y se inclinó lo máximo posible.

Vio las piernas de Danica bajo las pieles a un escaso metro más allá. El juego había terminado, decidió Tiennek, al saber que se le necesitaba en el combate del exterior.

—¡Conozco tus trucos! —gritó, y levantando el techo cargó en dirección a Danica, con la espada por delante. Tiennek sonrió al saber que su largo alcance no le daría a la mujer la oportunidad de detener o contraatacar.

Lo que el confiado Tiennek no sabía era que Danica había agarrado la parte baja del palo central, una burda lanza pero más larga que la espada.

Los ojos de Tiennek se abrieron de par en par cuando se empaló en la improvisada arma de Danica.

—Algunos de mis trucos, quizá —dijo la joven fríamente, sin mostrar remordimientos por la muerte del hombre. Hundió el palo más profundamente y lo retorció.

La espada de Elbereth cayó del brazo extendido de Tiennek; la red del otro brazo colgaba flácida. Cayó de rodillas, y Danica soltó el palo.

La lanza sostuvo a Tiennek, lo soportó en esa posición arrodillada, y el techo de la tienda descendió sobre él, una mortaja apropiada.

Danica no vaciló. El pobre Elbereth, sentado a ciegas en la parte trasera de la tienda que se había desplomado, simplemente tenía que esperar. La joven recuperó la presencia de ánimo y se arrastró hacia cielo abierto.

La luz del amanecer estaba en pleno apogeo. Orogs y orcos estaban esparcidos y aullaban en un caos, con la excepción de un grupo que presentaban batalla a los hermanos Rebolludo, que ahora estaban espalda contra espalda sobre el ogro caído. Cadderly estaba en el otro lado, todavía arrastrado por el orco.

Danica corrió tras su amor, y luego se deslizó hasta pararse cuando la maga apareció de repente junto a la tienda que había usado Tiennek. Dorigen hizo varios gestos, sostuvo algo que no pudo percibir en un brazo extendido, y pronunció las palabras del conjuro.

Los instintos de Danica la hicieron saltar entre dos árboles, justo hacia donde salió disparado el rayo de la hechicera. El impacto partió uno de los arbolitos y rebotó hacia el otro, calcinándolo justo por encima de la cabeza de la joven. Danica estaba en pie y corriendo en un instante, pero pronto llegó el segundo conjuro de Dorigen.

Unos filamentos pegajosos llenaron el aire, descendieron sobre Danica y se agarraron a los árboles, los arbustos, a cualquier cosa, para formar una espesa telaraña. Danica gateó en todas direcciones, usó su velocidad y agilidad para ir un paso por delante de la trampa que se formaba.

Entonces se libró del enredo, aunque un poco desviada de su rumbo original, y Dorigen no estaba muy lejos. Oyó un aleteo, pero no vio nada. De pronto, Druzil se hizo visible justo frente a ella, y los aguijones de la cola impactaron en su hombro.

La herida era menor, sólo un arañazo, pero el repentino y hormigueante entumecimiento y la quemazón en el brazo le dijeron que el imp la había envenenado. Cayó contra el árbol, Druzil revoloteando sobre ella, con una sonrisa maléfica y agitando la cola como si pensara en utilizarla otra vez.

La emoción de Cadderly al ver a Iván y Pikel que inesperadamente se abalanzaban en su ayuda se atemperó por el hecho de que los enanos estaban totalmente enzarzados y no tendrían la oportunidad de impedir que el orco lo llevara hasta Dorigen. El agarre de la criatura en el brazo de Cadderly era implacable, aunque el monstruo prestaba más atención al combate de sus camaradas que a su prisionero.

—Estoy solo —murmuró en voz baja. Vio una oportunidad de alejarse del orco cuando éste lo soltó por un instante.

Pero pasó sin que Cadderly pudiera reunir el coraje necesario para intentarlo. Oyó una explosión a un lado y vio a Dorigen liberando alguna magia atronadora, aunque no pudo divisar el blanco.

Otra oportunidad se le presentó cuando se acercó al fuego, y esta vez estaba preparado para la prueba. Tropezó y cayó a los pies del orco, gimiendo y fingiendo que estaba herido. Cuando la criatura sobresaltada lo alcanzó, levantó sus piernas por entre las de la criatura, enganchó al orco por detrás de las rodillas y empujó con todas sus fuerzas. El asustado orco cayó de bruces. Quizá no era una bonita maniobra pero era efectiva; incluso más que eso ya que la fogata ardía a un metro escaso. Las chispas volaron cuando el orco cayó sobre las brasas. Se levantó dando alaridos y apagando las chispas que habían quedado en su vestimenta.

Cadderly se esforzó en ponerse en pie y se lanzó contra la espalda de la criatura, que volvió a caer sobre el fuego. Esta vez el orco se levantó por el otro lado, y se fue corriendo sin prestar atención al joven erudito.

—¡Bien hecho, muchacho! —oyó que gritaba Iván, y se volvió justo a tiempo para ver al enano partir a un orog en dos de un poderoso hachazo descendente. Cadderly estaba contento por lo que acababa de hacer, pero a pesar de todo lo que había conseguido, todavía se encontraba desarmado en medio de una lucha, ¡y, además, con las muñecas atadas a la espalda! Se deslizó hacia el lado más tranquilo y se escondió, para protegerse detrás de un barril de agua.

Danica interiorizó sus pensamientos, personificó al veneno como una cosa diminuta y malvada que mordía su hombro. Sus músculos se convirtieron en sus herramientas, flexionó, tensó y retorció para dirigir al intruso hacia la herida.

El demonio venenoso era terco, roía y quemaba, pero Danica también poseía una determinación más allá de la del hombre ordinario. Sus músculos hicieron un trabajo elaborado, llevando el veneno a un lado, y luego un poco hacia atrás. Visualizó la herida como una puerta, y con un trabajo implacable, al final dirigió al enemigo a través de ella.

Oleadas de vértigos recorrieron su cuerpo cuando abrió los ojos. Vio de nuevo a Druzil, que aún movía la venenosa cola, pero mostraba una expresión considerablemente menos confiada. Danica siguió la mirada de sorpresa del imp hasta su propio hombro, hacia el líquido negro que supuraba de la herida y le bajaba por el brazo.

La cola de Druzil fustigó de nuevo y salió disparada hacia delante, pero el ataque de Danica, un puñetazo directo, fue más rápido, y envió al imp girando patas arriba.

Danica se movió para darle alcance, pero tuvo que agarrarse al árbol durante un momento para no caer. Vio a la maga recoger rápidamente al imp y empezar el lanzamiento de otro conjuro, esta vez con el puño cerrado dirigido hacia la monje, mostrando claramente un anillo de ónice.

Danica se impulsó hacia delante, ignoró el mareo, y se centró en alcanzar a Dorigen.

Dorigen cambió repentinamente sus planes y en su lugar pronunció una serie de ensalmos. Una luz azul brillante apareció frente a la hechicera, y ella y Druzil pasaron a través y desaparecieron.

Los seis orogs que quedaban no tenían deseos de continuar el combate con los brutales enanos. Se fueron a toda velocidad, con Iván y Pikel pisándoles los talones. Los monstruos se dirigieron hacia los árboles tan pronto como dejaron el claro, al imaginarse que los enanos lo tendrían difícil para escalar.

Iván y Pikel se detuvieron en el tronco. Pikel saltó por los alrededores tratando de alcanzar una rama a la que poder subirse. Iván tenía otra idea en mente. Dejó la cabeza del hacha entre los pies, escupió en ambas manos, y luego cogió el arma y se dirigió con paso majestuoso hacia el tronco.

—Uh uh —gruñó Pikel, que quería ser druida, mientras sacudía la cabeza y rodeaba el precioso tronco con sus cortos brazos.

—¿Qué? ¿Has perdido la chaveta? —gritó Iván—. Hay unos malditos orcos ahí arriba, mío hermano. ¡Malditamente grandes!

—Uh uh —el tono de Pikel era intransigente.

La discusión se resolvió un instante más tarde, cuando Cadderly divisó un área azul brillante en la distancia y vio a Dorigen salir de ella y empezar a lanzar un conjuro hacia el campamento.

—¡Cuidado con la hechicera! —gritó el joven erudito.

Pikel apenas tuvo tiempo para responder antes de que el conjuro detonara, envolviendo al árbol y a los enanos, en una bola de fuego.

Cadderly saltó de detrás del barril y se precipitó hacia allí.

Pikel emergió el primero de la carnicería, con sus ropas y la cara ennegrecidas por el hollín y la barba chamuscada y enhiesta en todas direcciones. Iván llegó detrás, en un estado de desgreñamiento parecido. Lo peor de todo eran los orogs, abrasados entre las ramas del árbol carbonizado y sin hojas.

—¡Boom! —dijo el enano que pensaba ser druida. Iván cayó boca abajo al suelo.

Cadderly intentó dirigirse hacia él, pero Pikel lo detuvo con la mano extendida, señaló hacia la enorme tienda al final del recinto, y a Danica, que salía a trompicones de los arbustos.

Cadderly corrió hasta su lado mientras Pikel miraba a su hermano.

La cara de Danica parecía muy pálida, muy frágil, y Cadderly casi gritó de rabia. Danica le aseguró que estaba bien (o que lo estaría) pero de pronto cayó sobre él y pareció que iba a perder la consciencia.

Agobiado por la culpa, el joven erudito se preguntó cómo, por los Nueve Infiernos, la había traído a este horrible lugar, en medio de una guerra.