Bajo Custodia
Cadderly. —La voz llegó desde una gran distancia, desde más allá del borde de la consciencia del joven erudito—. Cadderly —llegó de nuevo, más insistente.
Cadderly luchó por abrir los ojos. Reconoció la voz, y reconoció los ojos compasivos en los que se descubrió mirando, exóticos y de un suntuoso castaño. Aún tardó un tiempo en recordar el nombre de la mujer.
—¿Danica?
—Me temí que nunca despertarías —respondió Danica—. La herida en la parte baja de tu nuca es, desde luego, mala. —Cadderly no dudó de ello; incluso el más mínimo movimiento de la cabeza le dolía.
Volvió gradualmente a la consciencia. Los dos estaban en una tienda hecha de pieles de animales, las manos de Cadderly fuertemente atadas a su espalda y las de Danica igual. Ésta estaba sentada con la cabeza y los hombros de Cadderly apoyados con suavidad en su regazo. No había ningún guardia a la vista, pero Cadderly oyó los guturales gruñidos de orcos y orogs fuera, y ese sonido le llevó inevitablemente a recordar el combate, y el último acto desesperado en el que había destrozado el hombro del ogro.
—¿No nos mataron? —preguntó, confundido. Retorció las manos y descubrió que llevaba puesto el anillo con la pluma.
Danica sacudió la cabeza.
—Tenían órdenes de no hacerlo, debo suponer, órdenes estrictas —respondió—. El orco que te golpeó fue castigado por los orogs por golpearte tan fuerte. Todos temían que murieses.
Cadderly consideró las noticias durante un momento, pero no encontró solución al enigma.
—¿Elbereth? —preguntó, con un pánico obvio en su voz.
Danica miró más allá del joven erudito, a la parte de atrás de la tienda de pieles. Con algún esfuerzo, Cadderly se las arregló para cambiar de posición y poder echar un vistazo. Elbereth, el príncipe elfo, parecía en ese momento muy lejos de la realeza. Sucio y manchado de sangre, estaba sentado con la cabeza baja, las manos atadas a las rodillas, y con uno ojo tan amoratado que no podía abrirse.
Notó las miradas y levantó la vista.
—Yo fui el causante de vuestra captura —admitió, su voz ahogada no era más que un susurro—. Era yo lo que buscaban, un príncipe elfo para pedir un rescate.
—No puedes saber eso —dijo Danica, mientras trataba de reconfortar al elfo aturdido. Había poca convicción en la voz de la joven, la conjetura de Elbereth parecía lógica. El elfo volvió a bajar la cabeza y no respondió.
—Orogs —murmuró Cadderly, tratando de darle un impulso a su memoria. Había leído varias entradas que hablaban de esos brutos y ahora buscó para tratar de encontrar respuestas a la situación. ¿Quizá, él y sus compañeros, habían sido hechos prisioneros para ser sacrificados en algún ritual horrible? ¿Iban a ser la carne de la comida de un orog? Ninguna de las dos explicaciones ofrecía mucho consuelo, y Cadderly casi dio un salto cuando la piel de la puerta de la tienda fue apartada.
No fue un orog el que entró desde la oscura luz, sino un hombre grande y alto, de piel bronceada y pelo dorado. Con un tatuaje de alguna criatura extraña en la frente, entre sus penetrantes ojos azul claro.
Cadderly lo estudió con atención, pesando que el tatuaje (lo reconoció como un remorhaz, un gusano polar) le podría decir algo.
El hombre, enorme, se acercó a Danica y le echó una mirada lasciva que hizo que un escalofrío le recorriera la columna y que a Cadderly le provocó una rabia silenciosa. Entonces, como quien no quiere la cosa, con el movimiento más leve de su musculoso brazo, apartó a un lado a la joven. Con una mano y una facilidad similar, agarró la parte frontal de la túnica de Cadderly y lo puso de pie.
—Gusano Blanco —murmuró Cadderly, al pensar inconscientemente en alto, palabras provocadas por la enorme altura del hombre. Era casi treinta centímetros más alto que Cadderly, que medía un metro ochenta, y sin exagerar cuarenta y cinco kilos más, aunque no había ni un ápice de flacidez en su anatomía.
El rostro serio del bronceado gigante se transformó rápidamente en una mirada amenazadora hacia Cadderly.
—¿Qué sabes del Gusano Blanco? —exigió, con voz marcada por un leve acento de tierras lejanas.
Fue el turno de Cadderly para fruncir el ceño. El dominio del lenguaje del hombretón parecía muy fluido y sin acento para que la teoría del joven erudito fuera correcta. Además, las vestimentas del hombre estaban muy bien hechas, de seda y otros buenos materiales, cortados como los llevaría un rey, o un sirviente de la corte de un rey. El hombre parecía muy cómodo en ellas, demasiado cómodo, apreció Cadderly, para ser un bárbaro.
—¿Qué sabes? —exigió el hombre, y volvió a levantar a Cadderly del suelo con una mano gigantesca.
—El tatuaje de tu frente —boqueó Cadderly—. Es un remorhaz, un gusano blanco, una bestia poco común, incluso en el norte, y nada conocido en las Montañas Copo de Nieve y las Llanuras Brillantes.
El semblante ceñudo del hombretón no disminuyó. Observó a Cadderly durante algún tiempo, como si esperara que el clérigo ampliara su explicación.
Se oyó un murmullo en la puerta, y el gigante bajó rápidamente a Cadderly al suelo. Entró una mujer de pelo negro, una maga, a juzgar por las ropas que llevaba. Le recordó de alguna manera a una Pertelope más joven, excepto que sus ojos eran puntos ambarinos, no castaños, y llevaba el pelo más largo y menos arreglado que la siempre acicalada Pertelope. Y mientras que la nariz de Pertelope era recta como una flecha, la de la maga obviamente se había roto y estaba doblada hacia un lado.
—Bienvenido, querido Cadderly —dijo la maga, sus palabras obtuvieron miradas de sorpresa de Cadderly y Danica. Incluso Elbereth levantó la vista—. ¿Habéis disfrutado de vuestra visita a Shilmista? Sé que Kierkan Rufo añora el hogar.
Danica cogió aire ante la mención de Rufo. Cadderly se volvió hacia ella, al anticipar su rabia y tratar de aplacarla por lo que se avecinaba.
—Sí, sé tu nombre, joven clérigo de la Biblioteca Edificante —continuó la mujer, dando a conocer su posición ventajosa—. Llegarás a entender que yo sé muchas cosas.
—Entonces tienes ventaja —se atrevió a comentar Cadderly—, ya que yo no sé nada de ti.
—¿Nada? —La mujer rió entre dientes—. Si no sabes nada de mí, entonces seguro que no has venido a matarme. —Esta vez, Cadderly y Danica no pudieron evitar quedarse con la boca abierta, con el asombro claramente reflejado en la cara.
—Rufo. —Cadderly oyó que murmuraba Danica.
—No deseo morir, debes entenderlo —dijo la maga con sarcasmo.
No cómo murió Barjin, dijo una voz dentro de la cabeza de Cadderly. Volvió la mirada hacia Danica, y entonces se dio cuenta de que las palabras eran telepáticas, comunicación no audible. La inesperada conexión con el clérigo asesinado hizo que un millar de preguntas atravesaran la mente del joven. Aunque las apartó con rapidez, y se preguntó si alguien, o algo, en realidad se había comunicado con él, o si esa voz interior era la suya, situando razonablemente a esta maga en la misma conspiración que el clérigo asesinado.
Cadderly inspeccionó a la maga, de arriba abajo. Su vestido era bastante poco notorio, desde luego no tan ornamentado como lo habían sido las ropas clericales de Barjin. El joven erudito estiró el cuello, para tratar de tener una vista mejor de los anillos de la maga. Llevaba tres, y uno de ellos parecía tener una insignia.
La hechicera le sonrió, sus ojos le llamaron la atención, y entonces con toda la intención deslizó las manos en los bolsillos.
—Siempre curioso —masculló, pero lo bastante alto para que Cadderly pudiera oírlo—. Tan similar al otro.
La manera en la que hizo el comentario le llamó la atención.
—Sí, joven clérigo —continuó la mujer—. Demostrarás ser un valioso pozo de información.
Cadderly quiso escupir en sus botas (sabía que su amigo Iván lo habría hecho sin esperar un instante) pero no pudo reunir el coraje. Aunque su expresión avinagrada revelaba sus sentimientos.
Esa expresión desdeñosa e inflexible dio paso a la desesperación cuando la maga sacó la mano de su profundo bolsillo. Aguantaba algo, algo terrible para Cadderly.
Dorigen levantó la letal ballesta de Cadderly, cargada con un dardo explosivo y dispuesta para disparar, hacia Danica. Cadderly no respiró en lo que parecieron minutos.
—Harás lo que te ordene —dijo la maga, mientras lo miraba, su faz gélida—. ¡Dilo!
Cadderly, con un nudo en el cuello, no pudo decir nada.
—¡Dilo! —gritó la maga, al tiempo que movía la ballesta en dirección a Danica. Durante medio segundo, Cadderly pensó que había apretado el gatillo, y casi desfalleció.
—¡Haré lo que tú digas! —gritó desesperado tan pronto se dio cuenta de que la ballesta no se había disparado
—¡No! —le gritó Danica.
—Un pozo de información —repitió la maga; mostrando una sonrisa despreocupada se volvió hacia su soldado de piel broncínea—. Cógelo.
La testaruda Danica estuvo en pie en un instante, interponiéndose entre Cadderly y el hombretón. Tiró de sus cuerdas, pero fue incapaz de liberar sus manos y en vez de eso se situó para patear al hombre.
Su agilidad y rápidas reacciones sorprendieron a la joven. Se agazapó incluso antes de que la pierna de Danica se levantara, y le agarró el pie con habilidad. Un sutil giro de sus poderosos brazos desequilibró a Danica, que apretó los dientes de dolor. El bárbaro la apartó a un lado, con un suave golpecito de sus brazos.
—¡Basta! —ordenó la maga—. ¡No la mates! —Le mostró una sonrisa abominable a Cadderly—. No temas joven clérigo, ¡no mataré a aquellos que me permiten controlarte como una marioneta! ¡Ah, tener mi premio, y un príncipe elfo en el mismo paquete por pura casualidad! Sí, también te conozco, Elbereth, y no dudes que pronto te reunirás con tu pueblo. Eres un prisionero demasiado peligroso para que te conserve. —Dorigen volvió a reír con disimulo—. O como mínimo, tu cabeza se reunirá pronto con tu padre.
Sus palabras renovaron los inútiles esfuerzos de Elbereth por aflojar sus ajustadas ataduras. La hechicera soltó una carcajada, riéndose de él.
—¡Cógelo! —le dijo de nuevo al guerrero, señalando a Cadderly.
El hombretón agarró a Cadderly rápidamente, antes de que Danica pudiera reaccionar, y lo sujetó con una presa de cuello, dejando la otra mano libre en caso de que la fogosa mujer quisiera más.
—¡Quédate quieta! —gritó Cadderly dócilmente, y Danica lo hizo, ya que vio que el guerrero podría partir el cuello de Cadderly con facilidad.
—Quédate quieta —repitió el hombre—. Ven sólo cuando seas convocada. —La manera en que habló, con una sonrisa lasciva, renovó los escalofríos a lo largo de la columna de la joven.
Detrás del hombretón, la hechicera frunció el ceño, y Danica rápidamente vislumbró los celos tras esa mirada.
Ante la cortante orden de la maga, dos orogs tomaron posiciones dentro de la tienda, mientras ella y su lacayo gigante se marchaban con Cadderly a remolque.
El propio campamento impresionó a Cadderly al parecer fuera de lugar, erróneo, desde el momento en que fue medio arrastrado medio llevado fuera. Incluso en la luz que se desvanecía podía ver que el bello Shilmista había sido revuelto y calcinado, con árboles que habían vivido un centenar de años talados y destrozados. Era un sentimiento extraño para el joven, algo que no había esperado. Había usado leña en la Biblioteca Edificante, había arrancado una flor del borde del camino para dársela a Danica sin pensárselo dos veces. Pero había una majestuosidad en Shilmista que Cadderly nunca había conocido, una belleza primitiva y natural que incluso la huella de una bota parecía corromper.
Mirar a los asquerosos orogs y orcos merodeando por el bosque le dolió profundamente en el corazón.
Reconoció a muchas de las criaturas, la mayoría de las veces por las heridas, como la grave cojera que exhibía un ogro y el gran vendaje en el hombro. El monstruo también descubrió a Cadderly, y su semblante ceñudo prometió muerte si la cosa le ponía las manos encima al joven erudito.
La tienda del mago estaba en el lado más alejado del campamento. Mientras que por el exterior parecía una cobertura normal de pieles, el interior demostraba que a esta hechicera le gustaban las cosas refinadas. La felpa recubría la única mesa y las cuatro sillas que la rodeaban, la cama era gruesa y blanda (no había un cobertor en el suelo), y había un servicio de plata en una mesita.
El bárbaro bronceado dejó bruscamente a Cadderly en una de las sillas.
—Puedes dejarnos, Tiennek —dijo la maga, mientras tomaba asiento en una silla opuesta a la de Cadderly.
Tiennek no parecía demasiado complacido ante esa idea. Miró con el ceño fruncido a Cadderly y no hizo ademán de dirigirse a la salida.
—Oh, ¡lárgate! —le increpó su ama, sacudiendo una mano—. ¿Te crees que no me puedo defender de los de su calaña?
Tiennek bajó la cabeza a la altura de la de Cadderly y emitió un gruñido amenazador, después hizo una inclinación profunda hacia su señora y se fue.
Cadderly se agitó en su asiento, para manifestarle a la maga que sus ataduras eran incómodas. Ahora era el momento de tomar el mando, decidió, dejar que el enemigo entendiera que él no era un cobarde con el que se podía hacer lo que ella quisiera. Cadderly no estaba seguro de poder mantener esa fachada, especialmente no con las vidas de Elbereth y Danica colgando de un hilo ante él. Pero esa fachada, entendió, podría ser lo único que los mantuviera con vida.
La hechicera lo examinó durante un largo rato, y luego murmuró algunas palabras en voz baja. Cadderly sintió que las cuerdas de sus muñecas se soltaban, y pronto sus doloridos brazos estaban libres.
Sus primeros pensamientos se centraron en su anillo con la pluma. Si se las arreglaba para sacar la uña de gato y pinchar a la maga…
Cadderly desechó esa idea. Ni siquiera sabía si el veneno drow aún funcionaba. Si hacía el intento y fallaba, no tenía dudas de que la hechicera lo castigaría con severidad, o, más probablemente, castigaría a sus indefensos compañeros.
—Está civilizado más allá de lo que uno esperaría de un bárbaro —dijo el joven erudito, pensando que cogería a la maga con la guardia baja.
Con una risa ahogada la maga se mofó de él.
—Deductivo, como había esperado —dijo, más para sí que para Cadderly. De nuevo su tono hizo que Cadderly se callara.
—La marca de su frente, quiero decir —balbuceó Cadderly, al tratar de recuperar la compostura—. Tiennek es del Gusano Blanco, la tribu bárbara que vive bajo las sombras del Gran Glaciar.
—¿Lo es? —ronroneó la maga, mientras se inclinaba hacia delante en la silla, como si tratara de oír mejor las sorprendentes revelaciones de Cadderly.
Cadderly se dio cuenta de que era inútil continuar.
La hechicera se recostó en la silla.
—Estás en lo cierto joven clérigo —dijo con sinceridad—. Muy sorprendente. Pocos en esta región reconocerían a un remorhaz, dejando aparte la conexión del tatuaje con una remota tribu de bárbaros que nunca se aventura más al sur de las Montañas Galena. Te felicito como tú me has felicitado.
Cadderly levantó las cejas interesado.
—Las maneras de Tiennek son desde luego una aberración —explicó la maga—, más allá de lo que uno puede esperar de los guerreros salvajes del Gusano Blanco.
—Le instruiste en esa cultura —añadió Cadderly.
—Era necesario si me tenía que servir como es debido —explicó la maga.
La conversación distendida hizo que Cadderly se sintiera lo suficientemente desenvuelto como para formular una pregunta.
—¿Sirve con corrección a su señora…?
—Dorigen —dijo la maga—. Soy Dorigen Kel Lamond.
—¿Dé?
De nuevo apareció esa sonrisa socarrona.
—Sí, eres inquisitivo —dijo con entusiasmo creciente—. He tratado demasiado tiempo con alguien muy parecido a ti para que tus palabras me distraigan. —Se calmó de inmediato, volviendo al tono casual de la conversación—. Aquí han pasado muchas cosas demasiado rápido, y Cadderly Bo… —Dorigen se calló y sonrió, al ver su reacción. Era verdad, descubrió Dorigen, el joven clérigo no conocía su herencia, ni su apellido familiar.
—Me perdonarás —continuó Dorigen—. A pesar de todos mis conocimientos, me temo que no sé tu apellido.
Cadderly se hundió en la silla, al entender que Dorigen le había mentido. ¿Cuál era el significado de la única sílaba que la maga había pronunciado? Con decisión, Cadderly decidió no entrar en este juego burlesco. Hacerlo pondría a Dorigen en una posición de autoridad incluso más alta, algo que él y sus compañeros no se podían permitir.
—Cadderly de Carradoon —dijo de manera concisa—. Eso es todo.
—¿Lo es? —bromeó Dorigen, y Cadderly tuvo que esforzarse para esconder su interés.
Dorigen rompió el consiguiente silencio con una risa sincera.
—Deja que responda a alguna de tus preguntas, joven clérigo —dijo ella, y se dio unas palmadas en el hombro, o mejor, dio unas palmadas a algo invisible que estaba encaramado en su hombro.
Druzil, el imp, se tornó visible.
¡De modo que están conectados! Entendió de pronto, al reconocer al imp, el mismo imp que había envenenado a Pikel en las catacumbas de la biblioteca. No había ninguna duda. Barjin y esta maga venían del mismo punto. Entonces Cadderly entendió la voz silenciosa que había oído en la otra tienda. De inmediato miró la delicada mano de Dorigen y el sello, y ahora reconoció lo que había en él. El diseño del tridente y la botella, la variación del símbolo sagrado de Talona que tan rápidamente se había convertido en el signo del desastre para la región.
—Bienvenido de nuevo, joven clérigo —dijo el imp con su voz rasposa. La lengua bífida del imp, dio un golpecito, igual que los lagartos, entre sus agudos dientes amarillos, y miró de soslayo a Cadderly como un ogro podría mirar una pieza de carnero asado—. ¿Te ha ido bien, supongo?
Cadderly no pestañeó, rechazó mostrar cualquier debilidad.
—¿Y tú te has recuperado de tu vuelo contra el muro? —replicó sin alterarse.
Druzil gruñó y desapareció de la vista.
—Muy bonito —felicitó a Cadderly, mientras reía—. Normalmente Druzil no es intimidado tan fácilmente.
Cadderly continuó sin pestañear. Notó una intrusión en su mente, un enlace empático que supo que venía del imp.
—Déjale entrar —le instruyó Dorigen—. Te reta. ¿Temes saber quién es el más fuerte?
Cadderly no lo entendió, pero todavía decidido a no mostrar ninguna debilidad, cerró los ojos y bajó las defensas mentales.
Oyó cómo Dorigen salmodiaba en voz queda, oyó a Druzil una risa socarrona, y entonces sintió la energía de un conjuro mágico caer sobre él. Su mente se transformó en una oscuridad tangible, como si le hubieran transportado mentalmente a un lugar vacío. Entonces una luz, un orbe brillante e incandescente, apareció en la distancia flotando en dirección a Cadderly.
Su mente observó al orbe con curiosidad mientras se acercaba, sin entender el peligro. Entonces ya estaba sobre él, una parte de sus pensamientos, ¡quemándole como una llama! Un millar de explosiones estallaron en su cerebro, un millar de ráfagas ardientes de agonía.
Cadderly hizo muecas, se contorsionó en la silla, y abrió los ojos. Vio a la maga a través de una nube oscura, y al imp, sentado, sonriente, sobre su hombro. El dolor se intensificó, Cadderly lanzó un gritó y pensó que caería inconsciente, o muerto, y casi deseó que así fuera.
Cerró los ojos de nuevo, trató de concentrarse y de encontrar una manera de mitigar el dolor agónico.
—Empújalo —dijo una voz lejana que Cadderly reconoció como la de Dorigen—. Usa tu voluntad, joven clérigo, aleja el fuego de ti.
Cadderly la oyó y entendió las palabras, pero apenas podía centrarse a causa del dolor. Respiró profundamente y golpeó la mesa con los puños, decidido a apartar su mente de la bola de luz ardiente.
Aún ardía. Volvió a oír la risa disimulada de Druzil.
Cadderly intentó alcanzar mentalmente sus técnicas de meditación, trató de borrar de golpe la luz como sabía hacer con el mundo material, fragmento a fragmento.
La rabia reemplazó el vacío de la meditación, destruyó la serenidad que el joven erudito había conseguido crear. La luz se volvió su enemigo y se convenció a sí mismo que se volvería contra Danica después de devorarle a él.
—¡No! —gruñó Cadderly, y de pronto la bola se apartó, fuera del vacío en el que había entrado. Vaciló durante unos momentos y luego se deslizó más allá de la mente de Cadderly. El dolor ya no existía, y ya no había risitas disimuladas de Druzil.
Cadderly descubrió otro vacío, otro pozo de oscuridad más allá del suyo, e instintivamente supo que pertenecía al imp, aquel que le había causado el dolor. Su rabia no disminuyó. El orbe de luz centelleante se movió en dirección a la otra oscuridad.
—Basta —oyó gritar a Druzil, ante lo cual Dorigen simplemente rió.
Cadderly forzó el orbe en los pensamientos de Druzil. El imp soltó un grito agudo, y eso incitó a Cadderly. No tendría piedad, ¡mantendría el fuego en la mente de Druzil hasta que el fuego lo convirtiera en nada!
Entonces todo acabó, de pronto, y Cadderly se encontró sentado junto a la mesa en el lado opuesto a Dorigen y Druzil, el imp se tambaleaba y sus ojos bulbosos le prometían muerte al joven.
—¡Excelente! —gritó Dorigen, dando una palmada—. Desde luego eres poderoso si eres capaz de vencer a Druzil, que es un experto en el juego. Quizá incluso más poderoso que tu… —Se detuvo y le lanzó una mirada socarrona—. Lo harás bien junto a mí.
De nuevo el joven se resistió al juego.
—No sirvo a Talona —anunció, y ahora le tocó el turno a Dorigen de esconder su sorpresa—. Nunca lo haré, cualquiera que sea el precio.
—Ya veremos —respondió Dorigen después de una corta pausa—. ¡Tiennek!
El bárbaro estaba sobre Cadderly en un instante, sujetando con fiereza los brazos a su espalda y volviendo a atar sus manos con tanta fuerza que las cuerdas cortaron la piel de sus muñecas. El joven erudito fue levantado en el aire y transportado enérgicamente.
Cadderly forcejeó para sentarse cuando el bárbaro lo dejó caer en su tienda. Tiennek lanzó otra mirada lasciva hacia Danica antes de irse.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Danica cuando el bárbaro se fue. Se arrastró hasta Cadderly y apoyó su cabeza contra la de él.
Cadderly, que aún estaba abrumado y con demasiadas preguntas revoloteando en su mente, no contestó.
Danica miró con preocupación en dirección a Elbereth.
—Ay, mis estudios —lamentó la mujer.
Cadderly la miró con incredulidad.
—Suspensión metabólica —explicó Danica—. Si pudiera alcanzar ese estado, ralentizar el corazón de manera que los latidos no pudieran ser detectados…
La mirada de incredulidad de Cadderly no disminuyó.
—Pero no puedo —dijo Danica, bajando los ojos—. Esa proeza está más allá de mí. —Su proclama sonó ominosa entre los prisioneros, un sonido de condena general. Cadderly también bajó la cabeza.
—Mataré al mago —oyó que prometía el elfo.
—Y yo, a su esbirro gigante —añadió Danica, con el tono de determinación que volvía a su voz. Aunque esa idea poco hizo para reconfortar a Cadderly, dado lo que sabía acerca de Tiennek.
—Él es del Gusano Blanco —dijo Cadderly, mientras se volvía hacia Danica.
Ella se encogió de hombros, estas palabras no significaban nada para ella.
—Una tribu bárbara del norte —explicó Cadderly—. Salvajes, que viven (sobreviven) en unas condiciones brutales. Y Tiennek, ése es su nombre, es de Kura-winther, los guerreros de elite, a menos que esté equivocado.
Danica lo miró con curiosidad, y se dio cuenta de que las palabras aún tenían poco significado para ella.
—Témelo —dijo Cadderly en tono serio—. No subestimes su destreza. Kura-winther —repitió, mientras cerraba los ojos para recordar lo que había leído del Gusano Blanco—. Para conseguir la marca en la frente, Tiennek habría matado a un gusano polar, un remorhaz, con una sola mano. Es un guerrero de elite de una tribu de guerreros. —La expresión de Cadderly, sinceramente aterrorizado, acobardó a Danica más de lo que las palabras conseguirían.
—Témelo —repitió Cadderly.
—Allí hay un campamento —le susurró Iván a Pikel—. Aunque no soy aficionado a luchar contra esa especie de orcos de noche y en un bosque oscuro.
Pikel asintió con un movimiento de la cabeza. Los enanos estaban más acostumbrados a la negrura de una caverna profunda, una situación muy diferente del bosque iluminado por las estrellas.
—Podemos ir a por ellos justo después del alba —propuso Iván, habló tanto para sí mismo como para su hermano—. Sí, eso será excelente. Pero hay demasiados. No podemos tirarnos sobre ellos. Necesitamos un plan.
—Uh oh.
Iván observó a su dubitativo hermano, pero su cara se iluminó considerablemente cuando se le ocurrió una idea. Se sacó el yelmo con astas de ciervo de la cabeza, cogió un pequeño martillo de un imposible bolsillo profundo, y empezó a romper la soldadura mientras aguantaba con firmeza una de las cornamentas.
Pikel sacudió la cabeza asustado y trató de no mirar.
Iván había construido muy bien el yelmo y tardó mucho en romper lo suficiente para poder desenroscar el asta, e incluso entonces tuvo que forcejear con el firme agarre de la fijación. Al final, lo liberó, y se lo tendió a Pikel, al tiempo que se ponía, de nuevo, el yelmo desequilibrado en la cabeza.
—Cuando vayamos, lo aguantas por encima de ti y quédate cerca de mío —explicó Iván.
—Uh oh —dijo Pikel después de esperar prudentemente a que Iván ocupara una posición de espionaje más distante. En algún lugar, escondida entre las sombras de los árboles que estaban a la espalda del enano, Hammadeen rió con disimulo.