Traicionados
El campamento elfo estaba en efervescencia a la mañana siguiente, los elfos revitalizados, ansiosos de encontrarse al enemigo en la batalla. Cadderly, Danica y Rufo trataron de mantenerse fuera del camino mientras el hermoso pueblo corría de aquí para allá, y reabastecía a sus grupos de patrulla con cuerda y flechas.
—Iré con Elbereth en la caza —insistió Danica a sus dos amigos—. Los magos no son un problema para alguien con mi entrenamiento.
—No sabes si Elbereth va a ir después de todo —replicó Cadderly. Efectivamente, en la caverna central que estaba a sus espaldas, el príncipe elfo y su padre estaban trabados en una terrible discusión.
—Elbereth irá como prometió —remarcó Shayleigh, que, con mucho mejor aspecto que antes del Daoine Teague Feer, se acercó a los amigos—. Al igual que entró para discutirle al Rey Galladel el valor de la celebración de la noche pasada. Los cuchicheos decían que el rey no estaba contento de que Elbereth presidiera el Daoine Teague Feer. —Como para acentuar el punto de vista de la doncella, algunos gritos reverberaron en la caverna.
Shayleigh sacudió la cabeza y se alejó. Hoy no podía salir de patrulla, pero los que atendían sus heridas opinaban que no necesitaría mucho más tiempo de reposo.
Cadderly pensó en el ruido que venía de la caverna a la luz de las palabras de Shayleigh. Sabía que Danica no le escucharía. La monje era tan cabezota como él.
—Si tú vas, entonces yo también —dijo el joven erudito.
—No estás entrenado en el sigilo —dijo Danica frunciendo el ceño—. Puedes estorbarnos y ponernos en peligro.
—Los clérigos tienen medios para contrarrestar los poderes de los magos —le recordó Kierkan Rufo.
—¿Intentas venir también? —dijo Danica renuente.
—Yo no —le aseguró Rufo—. No he venido aquí a luchar, ¡y los elfos estarán mejor si no lo hago!
Su confesión poco hizo por cambiar el semblante ceñudo de Danica. Su continuada aversión por el anguloso joven era obvia.
—Haré lo que deba —dijo Cadderly—. Por orden del Decano Thobicus, soy el líder de nuestro grupo. Si decides ir con Elbereth no te voy a detener, pero debo acompañarte.
—No soy de tu religión —le recordó a Cadderly—, ni estoy atada a la biblioteca.
—Desobedecer al Decano Thobicus imposibilitaría que volvieras alguna vez —advirtió Cadderly—, imposibilitaría que continuaras tus estudios sobre Penpahg D’Ahn.
La mirada furiosa de Danica se intensificó, pero no replicó.
En ese momento Elbereth salió de las habitaciones de Galladel, con la cara llena de ira. Se ablandó cuando vio a Danica y a los otros, y fue directo a reunirse con ellos.
—Tu padre no está contento contigo —comentó Danica.
—Nunca lo está —dijo Elbereth, con una débil sonrisa—, pero compartimos el respeto, y no dudamos de nuestro amor.
Cadderly no lo dudó, y eso le dejó con un sentimiento profundo y vacío. Le habría gustado tener un padre, ¡aunque sólo fuera para discutir con el hombre!
—¿Vas a unirte hoy a alguna patrulla? —preguntó Danica.
—Exploraré solo —respondió el príncipe elfo, mientras bajaba la mirada hacia la extensión del oscuro bosque—. Debo encontrar y matar al mago antes de que haga más daño.
—No estarás solo —dijo Danica. Elbereth comprendió su intento tan pronto miró en sus ojos castaños. No pareció complacido.
—Danica y yo deseamos acompañarte —explicó Cadderly. Muchos sentimientos cruzaron por la mente de Elbereth cuando pensó en la inesperada demanda.
—No iré a caballo —dijo al final—, y espero llegar más allá de las líneas de goblins.
—Más razón para tener compañeros —dijo Cadderly
—Quizás —admitió el elfo, mientras miraba a Danica con cuidado. Desde luego Elbereth no podía negar el valor de la joven en el combate—. Y ninguno de mi pueblo debe ser desechado —dijo—, pero no puedo ofrecer garantías…
—No necesitamos garantías —le aseguró Cadderly—. Conocemos el peligro. —El joven erudito mostró su sonrisa juvenil a Elbereth, y luego a Danica—. Considéralo una compensación por Daoine Teague Feer.
Esta idea emocionó a Elbereth, y pronto acordaron que los dos le acompañarían. Además les dijo que un guerrero elfo partiría hacia la Biblioteca Edificante, un emisario para pedir ayuda, y que ellos o Rufo podían acompañar al emisario elfo si así lo decidían.
—Ya has oído nuestra elección —insistió Danica.
—Y yo no puedo ir —tartamudeó Kierkan Rufo, volviéndose al oír su nombre—. De vuelta a la biblioteca, quiero decir.
Danica miró al larguirucho joven con interés, pensando que había algo más en la intención de Rufo que simplemente fugarse. Cadderly felicitó al clérigo por su valiente decisión de seguir en Shilmista.
Danica era demasiado desconfiada para estar de acuerdo.
En verdad, a Rufo nada le habría gustado más que volver con el emisario de los elfos, pero no se atrevió a perderse cierto encuentro que había arreglado la noche anterior.
—Una sabia decisión —dijo el imp, de nuevo a su espalda, cuando Rufo bajó de la colina poco después de la puesta de sol.
Rufo se volvió enfadado.
—No me dejaste elección —gruñó, el volumen hizo que Druzil mirara a su alrededor nervioso.
—¡Sígueme! —ordenó el imp, pensando que sería prudente apartarse de la colina encantada lo antes posible. Dirigió a Rufo por entre los árboles oscuros hasta el lugar de reunión acordado con Dorigen. Rufo se sorprendió de encontrarse ante él a una mujer bastante atractiva, aunque era más vieja que él y con una nariz muy torcida.
La maga y Rufo se miraron durante un largo rato, ninguno de los dos se movió para iniciar la conversación. Al final, Rufo no pudo aguantar la incertidumbre durante más tiempo.
—Me dijiste que viniera —protestó.
Dorigen dejó que su mirada penetrante continuara un poco más, dejó que Rufo, inquieto, cambiara el peso de un pie a otro varias veces antes de dar una explicación.
—Necesito información —respondió al final.
—¿Me pedirías que traicionara a mis amigos? —preguntó Rufo, tratando de sonar escéptico—. Quizá debería volver…
—No pareces tan sorprendido —le reprendió Dorigen—. Entendiste el propósito de este encuentro incluso antes de que aceptaras venir.
—Sólo acepté porque no se me dejó elección —argumentó Rufo.
—De nuevo te dejo sin opciones —dijo Dorigen fríamente—. Considérate mi prisionero, si eso alivia tu lamentable conciencia. Necesito información, Kierkan Rufo, aquel que ayudó a Barjin… —Los ojos de Rufo se abrieron como platos.
—Si, sé quién eres —continuó Dorigen, creyendo que jugaba con ventaja—. Eras el esbirro de Barjin, ¡y también serás el mío!
—¡No! —rugió el chico, pero cuando se volvía para escapar, se encontró ante la cola venenosa de Druzil. La bravata del joven larguirucho desapareció en un parpadeo.
—No te enfades, querido chico —ronroneó Dorigen—. Te he hecho un favor, aunque todavía no lo entiendas. El bosque está condenado, y así, también, lo están todos los que luchan al lado de los elfos.
—¿Entonces para qué me necesitas? —preguntó Rufo.
—Esto no tiene nada que ver con la guerra —respondió Dorigen. Se calló durante un momento para pensar en cómo podía explicarlo sin revelar demasiado—. Considéralo algo personal, entre yo y aquellos que te acompañaron hasta Shilmista.
—¿El príncipe elfo? —preguntó Rufo.
—Quizá —respondió Dorigen astutamente, pensando que era mejor que Rufo continuara con sus conjeturas. Sin querer perder la ocasión, volvió a presionar, con sus ojos ambarinos llameando por el creciente placer—. Eso no importa. Te ofrezco sobrevivir, Kierkan Rufo. Cuando anuncie la victoria, tu vida será perdonada. Incluso podrás encontrar un lugar entre mis filas de consejeros.
Rufo pareció intrigado pero no convencido.
—Y si los elfos de alguna manera escaparan, y tus amigos con ellos —añadió Dorigen—, entonces nadie sabrá de tu engaño y no habrás perdido nada.
—¿Y si declino?
—¿Debo llegar hasta los detalles desagradables? —replicó Dorigen, con una voz tan calmada y con un tono tan uniforme que un escalofrío recorrió la columna de Rufo—. Oh, no te mataría ahora —continuó Dorigen—. No, sería más dulce verte deshonrado por tus acciones junto a Barjin, hacer públicos los actos que cometiste en la bodega de la biblioteca. —Dorigen disfrutó de la manera en que Rufo se estremeció, e inclinó la cabeza ante Druzil por entregarle tan valiosa información.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Rufo, como si le hubiese leído los pensamientos.
—No me faltan fuentes. —Dorigen manifestó lo obvio—. Y no creas que tu tormento acabará con tu deshonor —continuó, con una voz que tomó un inconfundible cariz maligno—. Antes de que tu humillación se haya olvidado, acabaré contigo… a su tiempo. Piensa en la vida que llevarás si me decepcionas ahora, Kierkan Rufo. Piensa en los años durante los que mirarás hacia atrás buscando asesinos.
Rufo volvió a cambiar el peso de un pie a otro.
—Y que sepas que tu tumba no será consagrada por la Biblioteca Edificante, ya que con seguridad tus indiscreciones con Barjin saldrán a la luz sin olvidar nada (y me ocuparé de que no sean olvidadas con facilidad) para deshonrarte incluso después de muerto.
El peso de la amenaza cayó como una losa sobre el joven larguirucho, porque el letal imp estaba apenas a un metro de él y por el hecho de que por supuesto se sentía vulnerable ante las acusaciones de la maga.
—Pero no vayamos a centrarnos en cosas desagradables —propuso Dorigen—. Exijo muy poco de ti, y luego podrás seguir tu camino, seguro de que cualquiera que sea el resultado de esta guerra, tú estarás a salvo.
Rufo apenas pudo creer las palabras que escaparon de sus labios delgados.
—¿Qué deseas saber?
Cadderly se sentía torpe haciendo ruido mientras atravesaba los arbustos junto a los sigilosos Danica y Elbereth. No se arrepentía de su decisión de acompañarlos, aunque ninguno de los dos parecía demostrar una preocupación desmedida ante sus estrepitosos crujidos.
Habían pasado varios campamentos de goblins y orcos, las criaturas dormían bajo la luz del día, con la excepción de unos pocos guardias con los ojos legañosos y a duras penas alerta. El destino planeado por Elbereth era la misma arboleda en la que había aparecido el mago, donde había sido asesinado Ralmarith. El príncipe elfo esperó que podría captar el rastro desde allí.
Nunca pensó que encontrar a Dorigen podría ser tan fácil.
Habían creído que su avance era excepcional, ya que se habían movido sin estorbos durante mucho tiempo desde el crepúsculo. A su alrededor, mientras descansaban, creció el silencio en el bosque.
Demasiado silencio.
Elbereth estaba sentado mirando su espada.
—Había pensado que la mancharía de sangre mucho antes —susurró a los otros—. No pensé que la resistencia sería tan pobre. Quizá nuestros enemigos no son tantos como nos habían inducido a creer.
Cadderly tuvo una idea deprimente.
—O quizá… —empezó, pero nunca tuvo la oportunidad de acabar la frase, ya que Elbereth, que detectó movimiento en los espesos matorrales al oeste de su campamento apresurado, se llevó un dedo a los labios y se alejó a rastras.
Danica también se puso en alerta, sólo se agazapó y se volvió hacia el crujido de una rama en las sombras que había al este.
—Tengo un mal presentimiento —comentó Cadderly. Rápidamente cargó un dardo en la ballesta y sacó el buzak con la mano libre.
—¡Ogros! —gritó Elbereth. Cadderly se dio la vuelta para ver al elfo enzarzado con dos de las gigantescas criaturas. Danica desapareció en los matojos del este, desviando la atención de Cadderly.
Se volvió justo a tiempo de ver a un ogro que le lanzaba encima una red que sostenía extendida entre los dos brazos. Unos metros más allá, el monstruo se tambaleó repentinamente, cuando Danica salió corriendo del arbusto y golpeó con el hombro contra el interior de la rodilla del monstruo.
Cadderly oyó el chasquido del enorme hueso, pero el ogro permaneció en pie, aunque aturdido, hasta que Danica cargó de nuevo, saltó muy alto, y le dio dos patadas en el pecho. El ogro fue a caer en unas zarzas.
Danica no tuvo tiempo de acabar con él; apareció un grupo de orogs, y unos orcos a su lado. Danica entró en furia de batalla, girando y dando patadas mientras las criaturas corrían a su alrededor.
Un orco fue el primero en llegar hasta Cadderly. El joven erudito levantó la ballesta para destruirlo, pero sabiamente decidió aguantar el disparo hasta el último instante. Mientras el orco se acercaba, ahora con lentitud, midiendo al enemigo, Cadderly puso a girar el buzak a lo largo de la cuerda.
Cadderly no estaba muy versado en la lengua orca, pero había aprendido algunas palabras y frases en sus lecturas.
—¡Observa! —le dijo al orco, mientras trataba de parecer entusiasmado, cuando envió los discos en una trayectoria amplia.
El orco se quedó mirando, casi hipnotizado.
Cadderly devolvió los discos a su mano, continuó con el movimiento circular de su brazo para confundir al estúpido monstruo, y dio un paso al frente.
El orco levantó la cabeza, esperando que el buzak saliera disparado hacia arriba.
En vez de eso Cadderly los lanzó en línea recta, impactando bajo la barbilla levantada y el cuello expuesto de la criatura. Cayó de espaldas, mientras se agarraba la tráquea rota.
Cadderly apenas se había dado cuenta que el orco había caído cuando oyó que algo se movía a su espalda. Giró sobre sí mismo y disparó la ballesta a bocajarro sobre un orog que había cargado para derribarlo. El dardo dio en el blanco y explotó, pero de cualquier modo la pesada criatura cayó sobre Cadderly y lo tiró al suelo.
Cadderly luchó y golpeó durante un rato antes de darse cuenta de que el pecho del orog había explotado y que la criatura estaba completamente muerta.
Elbereth pasó mucho tiempo parando, manteniéndose fuera del alcance de los ogros y de las trayectorias de los gigantescos garrotes. Por alguna razón, los monstruos parecían golpear por debajo de sus posibilidades, como si no quisieran aplastar al elfo definitivamente.
En ningún caso Elbereth estaba por la labor de dejar que le golpearan.
Un orco saltó de un arbusto a un lado, justo a medio metro de Elbereth, y se aprestó a lanzar una red. Aunque Elbereth fue más rápido, y su estocada lateral abrió una herida en la cara del monstruo y lo tiró al suelo.
El combate se había generalizado detrás del elfo (oyó el chasquido de la ballesta de Cadderly) y supo que no podía permitirse más retrasos. Esperó al momento exacto, y entonces cargó por entre los ogros, cortando y clavando mientras pasaba.
Aunque fueron más dañinos para las bestias sus propios garrotes. Se volvieron para machacar al elfo, pero no pudieron igualar su rapidez y en vez de eso se hirieron al golpearse el uno al otro. A uno de los desafortunados ogros le alcanzó el garrote de su compañero en la cabeza cuando se agachó para coger al elfo. Dio dos vueltas completas antes de desplomarse en el suelo.
Elbereth volvió sobre el otro antes de que se recuperara del garrotazo y de la conmoción por su compañero caído. El elfo saltó directamente al pecho de la criatura y le hundió la espada en el cuello. La espada mágica se dobló al atravesar la gruesa piel, pero el acero demostró ser más fuerte que la carne del ogro.
El sentenciado monstruo se las arregló para darle un golpe con la palma de la mano, antes de morir, que envió al elfo volando a unos matorrales que había entre dos grandes olmos. Elbereth no estaba mal herido, pero supo que estaba en peligro. Levantó la mirada para ver el árbol lleno de orcos que esperaban. Se arrastró desesperadamente cuando el primero de los monstruos cayó sobre él.
Danica se encontró el ataque de frente, aunque temió apartarse demasiado de Cadderly, que todavía estaba en el campamento, y Elbereth, que estaba al otro lado. Pateó a un orco en el cuello y abatió a otro con tres rápidos puñetazos en la cara.
Había demasiados enemigos. Danica bloqueó un garrote de un orog entre sus brazos cruzados y rápidamente echó los brazos hacia atrás, de manera que arrancó el arma de las manos del monstruo. Levantó un pie en línea recta que alcanzó al orog bajo la barbilla y lo lanzó hacia atrás patas arriba. Otro orco se abalanzó desde un lado, y Danica, frenética, se volvió y levantó el pie para golpear a la criatura.
Un palo golpeó su espalda y la dejó sin respiración. Danica resistió sin caer y con testarudez se volvió para encarar al nuevo atacante orco, pero de repente, un ogro salió de entre los matorrales, le agarró la cabeza con su enorme mano, y le retorció el cuello haciéndole daño.
Danica empezó a contraatacar, pero el garrote del orco le impactó otra vez, y entonces los orogs le agarraron los brazos y se los pusieron a la espalda.
Creyó que la cabeza le iba a estallar mientras la gran mano del ogro seguía apretando y girando un poco más.
Cerca del centro del campamento, la sangre caía sobre la cara y el cuello de Cadderly. En el momento en que fue capaz de abrirse paso bajo el orog muerto, estaba empapado de la horripilante materia. Se levantó sobre sus pies y cargó otro dardo.
Un gran grupo de orogs, orcos y un ogro se acercaron desde el este; desesperado, Cadderly no supo a quién disparar primero, y entonces vio la situación: Danica, cogida con firmeza por la cabeza, con dos orogs cercanos que le agarraban los brazos. El ogro avistó a Cadderly y dio una rápida torsión, la cara de Danica se contorsionó de dolor.
—¡Basta! —rugió un orco desde detrás de la primera hilera. La criatura se movió con cautela alrededor de su compañero ogro—. ¡Ríndete o mi ogro rompe cuello chica!
Cadderly quería levantar la ballesta y destruir al orco arrogante, pero no podía olvidar la situación difícil de Danica. Miró a su amor, impotente. Pensó en el anillo y en el dardo envenenado pero apartó la idea. No tenía ni el bastón y dudó que la dosis de la diminuta garra de gato pudiera afectar al ogro.
Entonces se le iluminó la cara.
Danica lo miró con curiosidad, y luego le mostró una sonrisa anhelante. Cadderly supo que lo había entendido.
Lentamente, Cadderly bajó la ballesta hacia el suelo. La enderezó de pronto y el joven erudito lanzó el dardo hacia el hombro del ogro. El ogro apenas respingó ante la explosión, pero Cadderly supo que había herido gravemente a la criatura.
Danica también lo supo, por la manera en que se aflojó el agarre del monstruo. Libre, se agachó y soltó los brazos de sus captores orog mientras caía. Este movimiento la llevó hasta el suelo antes de que revertiera el impulso y saltara hacia arriba.
Los sorprendidos orogs la miraron, helados, mientras la poderosa monje se elevaba en el aire, por encima de ellos. Apenas habían empezado a reaccionar cuando Danica dio dos patadas a los lados, cada pie impactó a la cara de un orog y los envió al suelo.
Danica cayó al suelo y se dio la vuelta dando puñetazos a la altura de su hombro, que era el mismo nivel que la ingle del ogro herido. El monstruo rugió y caminó hacia atrás sobre sus talones, y la feroz Danica volvió a golpear.
—¡Detenedlos! —gritó el orco que estaba a su lado. Se oyó otra explosión y el monstruo cayó a varios metros de donde había estado.
Cadderly se preguntó si su estratagema había valido la pena mientras observaba a Danica moler a palos la parte de la cintura del ogro. ¿Era preferible la muerte a ser capturado por estos viles monstruos?
Los orogs se acercaron al joven erudito lentamente, temiendo la mortal ballesta, y Cadderly supo que estaba condenado; ni siquiera se dio cuenta de que Elbereth ya no luchaba y que una hueste de orcos se acercaba a él por detrás.
Notó una explosión repentina cuando un garrote le impactó en la nuca. Su última sensación fue un sabor a tierra en la boca.