En silencio
El bosque estaba misteriosamente quieto. Los cantos de los pájaros no saludaron el nuevo día. Ningún animal pasó corriendo bajo las gruesas ramas.
Cada pocos pasos Elbereth echaba una ojeada a su espalda, con una mirada de terror en la cara.
—Como mínimo no hay combates en el área —dijo Danica, en un susurro, aunque le pareció ruidoso para un bosque que estaba en silencio.
Elbereth volvió atrás para unirse a ellos.
—Los caminos están despejados, pero temo cabalgar —dijo en voz baja—. Incluso llevando a los caballos a un paso tan lento, el ruido de sus cascos se puede oír a muchos metros.
Cadderly chasqueó los dedos, y se encogió ante el brusco sonido. Ignorando las miradas de sorpresa, y el enfurruñamiento de Elbereth, el joven erudito sacó su fardo de Temmerisa, el caballo que lo llevaba. Le habían sacado los cascabeles, los habían envuelto en ropa, y luego los habían empaquetado en las alforjas.
—Envolvámoslos —dijo Cadderly mientras sacaba una gruesa manta de lana. Los otros no parecieron entender.
»Los cascos —explicó Cadderly—. Rompamos la manta en tiras… —Su voz se desvaneció poco a poco cuando cruzó su mirada con el adusto elfo. Elbereth lo miró con interés (Cadderly pensó que había visto un destello de admiración en los ojos plateados del elfo).
Sin decir nada, Elbereth sacó su cuchillo y cogió la manta de Cadderly. Al cabo de un rato, volvieron a ponerse en marcha, el ruido de cascos aún se oía pero algo amortiguado. Cuando Elbereth volvió la cabeza hacia atrás e hizo un gesto de aprobación, Danica le dio un codazo a Cadderly y sonrió.
Se detuvieron para un descanso corto, con la mañana ya avanzada, lejos del límite oriental del bosque. El bosque aún estaba silencioso; no habían encontrado señales de nadie, amigo o enemigo.
—Mi gente luchará en rápidas escaramuzas —explicó Elbereth—. No son lo suficientemente numerosos para permitirse las bajas de cualquier gran batalla. Se moverán rápido y en silencio, golpearán al enemigo a distancia y se retirarán cuando se mueva hacia ellos.
—Entonces nuestras posibilidades de encontrarlos no son prometedoras —dijo Danica—. Es más probable que nos encuentren ellos a nosotros.
—No es así —explicó el elfo—. Tienen caballos que atender, y sin ninguna duda —las siguientes palabras le costó decirlas— heridos que necesitarán descansar en un lugar seguro. En Shilmista no nos han cogido desprevenidos, no importa lo inesperado del ataque. No somos muchos, y no estamos aliados con ninguno de los centros de poder. Nosotros los de Shilmista, hemos ensayado la defensa de nuestro hogar desde que el primer elfo caminó por este bosque hace ya muchos siglos.
—Campamentos preestablecidos —razonó Cadderly.
Elbereth asintió. Cogió una ramita y dibujó en el suelo un mapa improvisado del bosque.
—Por la posición del humo, la lucha es aquí arriba —dijo, mientras señalaba la parte norte.
—Entonces no necesitamos envolver los cascos —agregó Rufo—, y podemos cabalgar en vez de andar. —La sugerencia del chico no tuvo una buena acogida.
—Estamos cerca del centro del bosque —continuó Elbereth, dejando por el momento, la reflexiones de Rufo sin respuesta—. El primer campamento debería estar aquí, justo al sur de una región defendible conocida como los Pequeños Valles. —De nuevo el elfo pareció tragar con dificultad—. Supongo que el campamento habrá sido abandonado a estas alturas.
—¿Y el siguiente? —preguntó Cadderly, sin más ya que pensó que Elbereth necesitaba un momento para recuperarse.
—Aquí —dijo el elfo, señalando un área no muy lejos de su posición actual. Alzó la mirada para buscar una abertura entre los árboles, y entonces señaló una colina de tamaño considerable, que sobresalía por entre las copas de los árboles, a varios kilómetros al norte.
—Daoine Dun, Colina de la Estrellas —explicó el príncipe elfo—. Sus laderas están llenas de pinos y obstruidas por abedules enmarañados por el norte y el oeste. Hay muchas cuevas escondidas, y algunas suficientemente grandes para esconder los caballos.
—¿Cuánto tardaremos en llegar? —preguntó Danica.
—Tardaremos menos si cabalgamos —dijo Rufo.
—Antes de que decidamos cabalgar —interrumpió Cadderly, captando la atención de Elbereth antes de que el elfo tuviera tiempo de contestar a Rufo—, dime, ¿por qué el bosque está tan silencioso?
—Rezuma miedo —convino Danica.
—Creo que es mejor que andemos —asintió Elbereth—. Aunque así, llegaremos a Daoine Dun después del ocaso. Iré primero, muy adelantado.
—Y yo iré a un lado del camino —propuso Danica—, escondida entre los matorrales. —Miró a Cadderly—. Puedes llevar dos caballos.
La señal de Cadderly los puso de nuevo en marcha, con un andar pesado y tan silencioso como podían. Rufo, que se detenía a hacerse masajes en los pies demasiado a menudo, no estaba contento de volver a caminar, pero no se quejó más allá de unas ocasionales miradas avinagradas en dirección a Cadderly.
Tres horas más tarde, con el sol que empezaba su descenso hacia el oeste, Danica susurró a Cadderly y a Rufo que aguantaran a los caballos. Los dos estaban sorprendidos de lo cerca que estaba la chica de ellos, ya que los arbustos junto al camino eran espesos y enmarañados, y no habían oído ni un ruido cuando ella les adelantó.
Elbereth volvió a toda velocidad mientras les hacía ademanes de que apartaran los dos caballos del sendero.
—Goblins —explicó el elfo cuando todos estuvieron a cubierto—. Muchos goblins, desplegados por el este y el oeste. Tienen los ojos puestos en Daoine Dun, pero han apostado guardias a lo largo del camino.
—¿Podemos dar un rodeo? —preguntó Cadderly.
—No lo sé —respondió el elfo con sinceridad—. La columna es larga, creo, y para sobrepasarlos tendremos que alejarnos de la carretera, entre la maleza que nuestras monturas puede que sean incapaces de atravesar.
Danica sacudía la cabeza.
—Si la columna es larga —razonó—, entonces, probablemente, no es ancha. Podríamos cargar justo a través de ellos.
—¿Y los arqueros? —le recordó Rufo.
—¿Cuántos hay a lo largo de la carretera? —preguntó Danica a Elbereth.
—Vi a dos —respondió el elfo—, pero creo que había otros, como mínimo unos cuantos más, escondidos entre los matorrales.
—Puedo acabar con ellos —prometió la mujer.
Elbereth empezó a protestar, pero Cadderly le agarró el codo. La inclinación de cabeza del joven erudito quitó fuerza al argumento del elfo.
Danica dibujó un tosco esquema de la carretera en el suelo.
—Tú te sitúas en esta posición —explicó, guiñándole un ojo a Elbereth—. ¡Ten el arco preparado! —propuso, al incluir intencionadamente al elfo en sus planes.
—Cuando oigáis al arrendajo, cargad —dijo para rematar los planes, aunque con el mismo aire de misterio. Sin que al parecer nadie fuera a replicar, y sin querer malgastar un momento más Danica se dirigió en silencio hacia los matorrales.
—Te recogeré cuando cruce —le prometió Cadderly mientras se iba. Danica no lo dudó ni un instante.
Elbereth y Cadderly tomaron posiciones cerca de un recodo del camino que les permitía ver a los lejanos goblins, mientras Rufo se quedaba atrás con los tres caballos, preparado para saltar hacia delante a la señal del elfo. Elbereth, de vista aguda y adaptado al bosque, señaló el avance de Danica mientras la joven se abría paso a través de los arbustos del lado derecho del sendero. Apenas visible, cuando ya se había puesto en camino Danica desapareció del todo, ni una rama se agitó para delatar que se movía.
Se oyó un murmullo repentino a un lado de los goblins. Elbereth levantó el arco, pero Cadderly puso la mano en el brazo del elfo para recordarle que tenía que tener paciencia. En apariencia el movimiento había sido más notorio para Cadderly y Elbereth que para los dos guardias goblins de la carretera, ya que los monstruos ni se volvieron hacia él.
Estos momentos les parecieron horas a los nerviosos compañeros. Después todo se tranquilizó de nuevo.
—¿Dónde estás? —susurró Cadderly al sendero vacío. Aunque creía en las habilidades de Danica, sin embargo, tenía miedo. Sujetó su pequeña ballesta, preparada y cargada, y se tuvo que recordar varias veces, como él mismo le había recordado a Elbereth, que tenía que ser paciente y creer en Danica—. ¿Dónde estás?
Como en respuesta, Danica se levantó de repente detrás de uno de los guardias goblin. Su brazo hizo un movimiento rápido, rodeó la cabeza del goblin, le puso la mano sobre la boca, y lo derribó entre los matorrales.
El otro guardia cayó de rodillas, mientras agarraba con fuerza la daga que se le había hundido profundamente en el pecho.
La llamada del arrendajo sonó casi inmediatamente, y Elbereth se la repitió a Rufo. En unos segundos, ya estaban arriba y cabalgaban, con el poderoso Temmerisa dejando atrás fácilmente a las otras monturas.
A la izquierda del sendero se levantó un arquero, pero Elbereth fue más rápido en el disparo y el goblin cayó hecho un ovillo.
Otros dos arqueros aparecieron en los arbustos más alejados del camino. Danica los descubrió y se apresuró hacia ellos. Giró hacia el lado, para esquivar una flecha, y detuvo su giro a la perfección para poder continuar la carga, se tiró al suelo para evitar otra flecha. Nunca redujo la velocidad mientras hacía los movimientos de esquiva, y los goblins no tuvieron tiempo de aprestar de nuevo sus arcos antes de que Danica saltara sobre ellos girando a toda velocidad y en horizontal para tirarlos a los dos al suelo.
Con la capa de seda azul aleteando a su espalda, Cadderly bajó la cabeza, se agarró el sombrero de ala ancha, y espoleó al caballo, desesperado por llegar junto a Danica. Pudo ver los matorrales agitarse por el forcejeo. El brazo de un goblin se levantó, agarrando una espada, y descargó un tajo.
—¡No! —chilló Cadderly. Entonces la misma espada volvió a aparecer por encima del arbusto, esta vez en manos de Danica. Cuando descendió, el goblin soltó un grito de agonía.
La montura de Elbereth se encabritó cuando pasó cerca del guardia herido de la carretera. El elfo acabó con el monstruo de una estocada, luego se inclinó para poder recoger la valiosa daga de Danica. Un goblin salió precipitadamente de los matorrales del otro lado, con el elfo como objetivo.
Kierkan Rufo usó su, ahora, táctica favorita, o más acertadamente, la de su caballo, y pronto atropelló a la criatura.
Danica volvía a estar a un lado del camino, agachada mientras esperaba que Cadderly la recogiera. Apareció otro goblin, que se abalanzó sobre ella con la espada desenvainada.
El sombrero de ala ancha de Cadderly voló, agitándose en el aire y sujeto al cuello. Sacó la ballesta cargada y trató de apuntar a la criatura. Frustrado por el movimiento del caballo, espoleó a su montura que se abalanzó sobre el goblin. Éste se volvió, gruñó, y agitó la espada.
Nunca tuvo la oportunidad de usarla. Justo a medio metro, Cadderly disparó, otra galopada del caballo lo llevó justo a su lado, al alcance de la espada de la criatura, pero el goblin estaba en el aire, volando hacia los matorrales, ya muerto.
Aunque Cadderly no escapó ileso. Estaba demasiado cerca del objetivo y el fogonazo del dardo explosivo le cegó, le quemó, y casi le tiró del caballo. Para entonces Danica ya estaba arriba, tras él, guiando el caballo de vuelta al centro del camino y aguantando a Cadderly con firmeza.
Elbereth y Rufo estaban justo tras ellos; gritos desarticulados y avisos surgieron a su alrededor.
—¡Seguid adelante! —gritó el príncipe elfo, mientras ponía al caballo sobre dos patas y lo hacía girar sobre los cascos. Se volvió a oír el tañido de la cuerda de su arco, y luego otra vez, cada disparo envió a un enemigo a la tumba.
El caballo de Rufo, con un solo jinete, cogió la delantera al de Cadderly, e hizo que el joven y Danica se convirtieran en los blancos principales de aquellos goblins que saltaban desde los matorrales que rodeaban la carretera. Unas pocas lanzas tiradas con torpeza se quedaron a una distancia inofensiva, una flecha pasó silbando, y otra iba directa a la espalda de Cadderly.
Danica la descubrió en el último instante y levantó el brazo para pararla.
—¿Qué? —gritó Cadderly alarmado.
—¡No es nada! —respondió Danica—. ¡Continúa! —Se imaginó que no era el momento de enseñarle a Cadderly la flecha que le atravesaba el antebrazo.
Unos cuantos pasos más, y ya cabalgaban sin que nadie les persiguiera. Entonces llegó Temmerisa, tan rápido como una flecha. En escasos instantes Elbereth estaba a su lado, con una expresión ceñuda pero ileso.
Cuando hubieron recorrido casi un kilómetro, bajaron el ritmo y desmontaron. Fue entonces cuando descubrieron la herida de Danica.
Cadderly casi se desmayó al ver el asta ensangrentada que sobresalía por los dos lados del delicado brazo de Danica. Elbereth se precipitó hacia ella, y azuzó al erudito a hacer lo mismo.
—No es seria —dijo Danica para calmarlos.
—¿Cómo puedes decir esto? —replicó Cadderly. Volvió a su caballo para recoger la mochila y regresó con unos vendajes y un tarro de bálsamo. En el momento en que llegó a su lado, Danica ya se había sacado la flecha y estaba en un estado de concentración profunda, usando sus poderes meditativos para reunir la fuerza que necesitaría para combatir el dolor.
Cadderly trató de no perturbar su concentración mientras vendaba con delicadeza la herida. Los poderes mentales de Danica eran verdaderamente sorprendentes; una vez la vio sacar una astilla de cinco centímetros de su pierna sin tocarla con las manos, usando sólo la concentración y el control muscular. Vendó el brazo lo mejor que pudo, y entonces titubeó, la sorpresa ensombreció su cara.
—¿Qué pasa? —requirió Elbereth.
Cadderly lo ignoró y reunió la presencia de ánimo para invocar los poderes de Deneir. Murmuró unos cuantos cantos de conjuros menores de curación, uno tras otro (aunque no estaba muy versado en el arte y no sabía si lo estaba haciendo bien).
De mala gana, ya que tenía la esperanza de guardar sus conjuros curativos para sí, Kierkan Rufo se reunió con él para ayudarlo.
Aunque antes de que Rufo pudiera empezar a trabajar en el brazo, Danica abrió los ojos.
—Eso no será necesario —dijo con calma al clérigo de aspecto afilado, con los ojos empañados y una mirada de sincera satisfacción en la cara delicada. Elbereth y Cadderly empezaron a protestar, pero entonces el joven se acercó al vendaje y se dio cuenta de que la herida ya había dejado de sangrar. No podía estar seguro de si sus conjuros o la concentración de Danica habían detenido el flujo, y con toda honestidad no le importaba lo más mínimo.
—Debemos continuar —dijo Danica, con una voz apenas dolorida— como antes, con Elbereth al frente y yo a un lado.
Elbereth protestó.
—Yo encabezaré la marcha —acordó—, pero tú te quedarás con los otros y los caballos. No estamos tan lejos de Daoine Dun. Si ése es el campamento de mi gente, no creo que encontremos más enemigos hasta allí.
Cadderly se sorprendió cuando Danica no discutió. Entonces supo que la herida era mucho más seria y dolorosa de lo que ella había pretendido.
Siguieron andando bajo la luz del crepúsculo, cuando todo el bosque, cubierto por una penumbra que se hacía cada vez más profunda, tomó una apariencia incluso más ominosa para Cadderly. Creció su alarma cuando Elbereth desapareció de la vista, deslizándose de improviso entre los árboles. Sin embargo, el elfo volvió pronto al camino acompañado por otros dos elfos altos y de caras serias. Los presentó como sus primos y estuvo contento de informar que su pueblo actualmente había montado el campamento en la Colina de las Estrellas, justo a un kilómetro y medio al norte.
Uno de los elfos los acompañó el resto del camino; el otro volvió a su guardia.
Su escolta le explicó a Elbereth los combates; Cadderly vio los gestos del príncipe elfo cuando el otro le describió la última escaramuza, en que un mago apareció e hizo arder un árbol.
—Ralmarith está muerto —dijo el elfo en tono serio—, y Shayleigh…
Elbereth se volvió angustiado y lo agarró por los hombros.
—Está viva —dijo el elfo de inmediato—, aunque gravemente herida, y gravemente herido está también su corazón. Fue la última en dejar a Ralmarith y tuvieron que apartarla.
Elbereth no se sorprendió.
—Es una amiga leal —dijo con solemnidad.
Elbereth fue primero a ver a Shayleigh cuando llegaron a Daoine Dun, aunque le informaron rápidamente (y a menudo) de que su padre, el rey, deseaba hablar con él.
Cadderly estaba sorprendido de la facilidad que tenía el príncipe elfo para ignorar el requerimiento y seguir su propio programa. Al joven erudito le recordó algo de sí mismo en una de las muchas ocasiones en que había eludido las citaciones del Maestre Avery. Cadderly apartó el pensamiento con rapidez, no se sentía cómodo ante cualquier comparación entre él mismo y el arrogante y despiadado elfo.
Encontraron a la doncella herida en un catre, en una pequeña cueva que había sido dispuesta para cuidar de los heridos. Estaba vendada en diferentes partes del cuerpo pero su estado no le pareció tan grave a Cadderly, hasta que miró en sus ojos. Allí asomaba una tristeza que el joven erudito pensó que nunca disminuiría.
—Dejamos a Ralmarith —susurró la doncella, con la voz sofocada, tan pronto Elbereth se acercó a su lado—. Lo mataron, descuartizaron su cuerpo…
—Shh —trató de calmarla Elbereth—. Ahora Ralmarith está con los dioses. No te preocupes por él.
Shayleigh asintió pero tuvo que apartar la mirada.
Estuvieron sentados en silencio durante un rato. Entró otro elfo y se dirigió de inmediato hacia Danica para atender su brazo herido. La testaruda monje rehusó de buenas maneras, pero Cadderly le dio un fuerte codazo y le recordó que el vendaje se tenía que cambiar. Con un suspiro de derrota, Danica se fue con el elfo.
—¿Cuándo volverás a luchar? —preguntó Elbereth a Shayleigh al final. Ambos miraron en dirección al sanador.
—¡Mañana! —dijo la doncella con firmeza. El sanador se encogió levemente de hombros y asintió con impotencia.
—Eso es bueno —dijo Elbereth—. Descansa bien esta noche. ¡Mañana lucharemos juntos, y juntos vengaremos a Ralmarith! —Dio un paso hacia la entrada.
—¿Te vas? —preguntó Shayleigh, alarmada.
—Hay goblins al sur —explicó Elbereth—. Calculo que intentarán rodear la colina. No podemos permitirlo. —Miró hacia Danica—. Ella se quedará a tu lado —le dijo a Shayleigh—. Una excelente guerrera y una aliada en nuestra lucha.
—¿Vas a ir tras los goblins esta noche? —preguntó Cadderly, por detrás de Elbereth—. El día parece más favorable —explicó cuando Elbereth se volvió hacia él—, los goblins no luchan bien a la luz del sol.
—Esto es Shilmista —recordó Elbereth al joven clérigo, como si sólo ese hecho lo explicara todo. El príncipe elfo se quedó derecho, con la mandíbula firme, y con una mirada severa en los ojos—. Los goblins morirán, de día o de noche.
—Iré contigo —propuso Cadderly.
—No te dejaré —replicó Elbereth, mientras se volvía hacia Shayleigh—. No eres elfo y no verás a través de la oscuridad. —A la doncella le preguntó—. ¿Dónde está Tintagel?
—Con tu padre —respondió Shayleigh—. Le hemos pedido el Daoine Teague Feer, pero Galladel lo ha rechazado hasta ahora.
Elbereth consideró las noticias por unos instantes pero no tenía tiempo para preocuparse de ello. Salió a toda prisa de la habitación mientras les decía a Cadderly y a Rufo que descansaran y que comieran.
Diez minutos más tarde, cincuenta elfos partieron a la caza del goblin, liderados por Elbereth montado sobre Temmerisa y con el mago Tintagel a su lado. Volvieron a medianoche, les habían causado cien bajas a los goblins y unas cuantas veintenas más huyeron. Ni un solo elfo había sido herido.
Cadderly estaba demasiado nervioso para dormir, aunque estaba cansado. Había leído mucho sobre los elfos a lo largo de los años, pero sólo se había encontrado con unos pocos (y aquellos sólo en la biblioteca). Lo de estar en Shilmista, en una colina bajo las estrellas, rodeado de elfos, trascendía a la experiencia de leer sobre ellos. Aquí había algo en el aire, un aura extraña, que sólo las palabras, no importa lo bien construidas que estuvieran, no podían esperar describir.
Vagó por el campamento, saludado por sonrisas en las caras por lo demás serias, notó la riqueza de colores, incluso en la apacible oscuridad, de los cabellos y ojos de los elfos. Todos aquellos que se movían por el campamento estaban demasiado ocupados para ser molestados, se figuró, por lo que no se preocupó de presentarse, sólo se tocó el sombrero y deambuló por la zona.
Supo desde el momento en que abandonó la Biblioteca Edificante que este viaje cambiaría su vida, y había temido eso. Aún lo temía, ya que el mundo parecía un lugar más extenso (más peligroso y maravilloso a la vez).
¿Y Elbereth? A Cadderly no le gustaba el elfo o la manera en la que éste le trataba, pero el instinto le decía una cosa diferente, le hablaba del honor y la lealtad del elfo.
Cuando sus pensamientos inevitablemente llegaron a Danica, encontró una roca en la que sentarse en la parte norte de la colina y puso la barbilla sobre las manos. Danica parecía no tenía reservas con respecto a Elbereth. Había aceptado totalmente al elfo, como amigo y compañero. Este hecho molestaba a Cadderly más de lo que se atrevía a admitir.
Cadderly se sentó durante un largo rato y continuó así, incluso después de que la partida de guerra de los elfos hubiera vuelto. Al final, no resolvió nada.