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LLa virtud de la clemencia

Cadderly se quedó muy quieto durante unos instantes, demasiado ofuscado para siquiera darse cuenta que sus dos amigos se acercaban. Todos sus pensamientos estaban centrados en lo que acababa de ocurrir, en lo que acababa de hacer. Había matado a tres orogs, y aún peor, había acabado con uno de ellos con las manos desnudas.

Había sido muy fácil. Cadderly ni había pensado en lo que hacía, se había movido sólo por un instinto (instinto asesino) que le había impulsado a matar al orog que corría por el sendero hacia Rufo, y que no suponía un peligro para Cadderly. El orog estaba allí, delante de la ballesta, y luego estaba muerto.

Era demasiado fácil.

No por primera vez en las últimas semanas, Cadderly se preguntaba el propósito de su vida, la honestidad de su vocación hacia el dios Deneir. El Maestre Avery una vez le llamó seguidor de Gond, refiriéndose a una religión de clérigos inventores que demostraban poca ética al construir sus peligrosas obras. Esa palabra, seguidor de Gond, rondaba por la mente del joven erudito, como los ojos sin vida de un hombre al que había matado.

Cadderly salió de su trance para ver a Danica erguida a su lado, limpiándose la cara y a Kierkan Rufo que le aguantaba el sombrero de ala ancha y asentía agradecido. Cadderly se estremeció cuando Danica se limpió la sangre que tenía en la mejilla.

«¿Podría realmente limpiarla?», se preguntó. «¿Y podría limpiarse las manos?».

La imagen de la bella Danica cubierta de sangre le pareció horriblemente simbólica; se sintió como si el mundo se hubiera vuelto del revés, como si la línea divisoria entre el bien y el mal se hubiera desdibujado para convertirse en un área gris basada puramente en los instintos salvajes y primitivos de supervivencia.

La pura verdad era que el grupo podría haber bordeado el árbol, y evitado la carnicería.

La cara de Danica mostraba claramente lástima. Le cogió el sombrero a Rufo y se lo ofreció a Cadderly, y luego le ofreció el brazo. El conmocionado joven cogió los dos sin vacilar. Kierkan Rufo volvió a inclinar la cabeza en un gesto hosco, una muestra de gratitud, y le pareció a Cadderly como si el chico, también respetara su confusión interior.

Volvieron al arce, Danica y Cadderly del brazo, justo a tiempo para ver cómo Elbereth hacía pedazos la cabeza del orog que se retorcía. El príncipe elfo arrancó sin ceremonias el estilete de la pierna de la criatura.

Cadderly desvió la mirada, apartó a Danica, y sintió que estaba a punto de vomitar. Miró con ojos serios al príncipe elfo, luego se volvió intencionadamente y se alejó de la escena. Pasó justo al lado de Elbereth, pero no le miró.

—¿Qué querías que hiciera? —oyó gritar al enfadado Elbereth. Danica murmuró algo al elfo que Cadderly no pudo oír, pero Elbereth no había acabado su invectiva.

—Si ésta fuera su casa… —oyó Cadderly con claridad, y supo que Elbereth, aunque hablaba con Danica, dirigía el comentario hacia él. Volvió la mirada para ver cómo Danica inclinaba la cabeza hacia Elbereth, mientras intercambiaban unas sonrisas feroces, y luego se daban la mano cordialmente.

El mundo se había vuelto del revés.

Un sonido cerca del arce captó su atención. Vio al único orog vivo, que estaba inmóvil y miraba hacia arriba. Cadderly siguió su mirada hacia la rama rota del árbol, hacia el trozo de carne del que goteaba sangre. Horrorizado, el joven se lanzó hacia la criatura herida. Le costó un momento descubrir que la criatura aún estaba viva, que de hecho aún respiraba, aunque su pecho se movía con lentitud, con una respiración débil y desigual. Cadderly sacó el emblema del ojo sobre la vela, su símbolo sagrado, del frontal de su sombrero, y manoseó una bolsa de su cinturón. Oyó a su espalda que los otros se acercaban, pero no les prestó ninguna atención.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Elbereth.

—Todavía está vivo —replicó Cadderly—, tengo conjuros…

—¡No!

La brusquedad de la réplica no impactó tan profundamente a Cadderly como el hecho de que fuera Danica, no Elbereth, quien se la había lanzado. Se volvió lentamente, como si esperara ver un monstruo horrible que le amenazaba.

Eran sólo Danica, Elbereth y Rufo; Cadderly confió en que habría una diferencia.

—La criatura está cerca de la muerte —dijo Danica, con voz de repente tranquila.

—¡No debes malgastar tus conjuros en seres como los orogs! —añadió Elbereth, y no había absolutamente nada tranquilo en su punzante tono de voz.

—No podemos dejarlo morir aquí —replicó, mientras de nuevo palpaba en el cinturón en busca de la bolsa—. Con toda seguridad su vida se derramará en el barro.

—Un final apropiado para un orog —replicó Elbereth en un tono tranquilo.

Cadderly lo miró, todavía sorprendido por la falta de piedad del elfo de rostro ceñudo.

—Vete si quieres —gruñó Cadderly—. ¡Soy clérigo de un dios misericordioso y no abandonaré a una criatura herida como ésta!

Entonces Danica apartó a Elbereth. En cualquier caso tenían mucho que hacer antes de poder partir. Una parte de su equipo estaba esparcido por el suelo, las armas hundidas en el cuerpo de los orogs, y el caballo que había tropezado con la rama rota necesitaba cuidados.

Elbereth entendió y respetó los sentimientos de la chica. Cadderly había luchado bien, no podía negar eso, y deberían prepararse para marchar sin su ayuda.

De donde habían venido Elbereth recuperó su arco. Mientras empezaba a colgárselo al hombro, oyó un jadeo de Danica, que estaba recogiendo la mochila a unos pocos pasos de él.

Elbereth se volvió hacia la muchacha, y posó la mirada en dirección a donde miraba ella.

Un humo negro se elevaba sobre el borde septentrional de Shilmista.

Ajeno al lejano espectáculo, Cadderly trabajaba con furia para detener el flujo de sangre de la pierna desgarrada del orog. ¿Dónde empezar? Todos los músculos de la mitad exterior de la pierna, desde el tobillo hasta la mitad del muslo, estaban destrozados. Además, la criatura había sufrido una docena de heridas serias, incluido huesos rotos, al ser atropellada por el caballo de Rufo. Cadderly nunca había sido demasiado competente en sus estudios sacerdotales, y la magia clerical no era fácil para él. Incluso si fuera el mejor curador de la Biblioteca Edificante, dudaba que pudiera hacer algo por la criatura agonizante.

Muy a menudo, una gota de sangre caía de la piel que colgaba a su lado, haciendo ruido.

«Un inequívoco recordatorio», pensó Cadderly, «que caía cadenciosamente, como un latido».

Entonces paró. Cadderly tuvo que hacer un gran esfuerzo para no levantar la vista.

Lo último que podía hacer era acomodar a la criatura condenada, aunque apenas parecía suficiente ante lo que había hecho. Levantó un trozo de la rama rota y la puso bajo la cabeza del orog. Entonces volvió al trabajo, negándose a pensar en la naturaleza de la criatura, negándose a pensar que los orogs habían planeado matarlo a él y a los otros. Envolvió y ató, tapó agujeros con los dedos y no se molestó por que sangre fresca manchara sus manos.

—¡Joven erudito! —oyó que decía Elbereth. Cadderly miró a un lado, y entonces cayó hacia atrás y soltó un grito, al ver un arco preparado que apuntaba en su dirección.

La flecha pasó cerca de su pecho (sintió el zumbido de la estela en su veloz trayectoria) e hirió al orog, alcanzándole bajo la barbilla y hundiéndose en el cerebro. La criatura dio una sacudida violenta y se quedó muy quieta.

—No tenemos tiempo para tus tonterías —gruñó Elbereth, y pasó hecho una furia junto al aturdido joven, sin apartar la mirada de Cadderly hasta que llegó al caballo herido.

Cadderly quiso lanzar un grito de protesta, quiso abalanzarse sobre Elbereth y darle un puñetazo en la cara, pero Danica estaba a su lado, calmándolo y ayudándolo a ponerse en pie.

—Olvídate del tema —propuso la chica. Cadderly se volvió hacia ella hecho una furia, pero sólo vio ternura en sus ojos castaños y sus labios fruncidos.

—Debemos irnos cuanto antes —dijo Danica—. El bosque está ardiendo.

Con la espada manchada de sangre, Elbereth mató compasivamente al sentenciado caballo. Cadderly vio la expresión de tristeza del elfo y la manera tierna con la que completó la tarea siniestra, descubrió que al elfo le importaba más el caballo que los orogs.

Era la montura de Cadderly, y cuando reemprendieron la marcha, Cadderly era el que andaba, declinó los ofrecimientos de Danica y Rufo de compartir los caballos, y ni se molestó en responder a las proposiciones de Elbereth de que se subiera a su caballo mientras él andaba.

Cadderly miró hacia delante durante todo el camino, negándose a mirar a sus compañeros. En su vigilia silenciosa, repitió el combate, y los ojos sin vida de Barjin los observaron a todos ellos desde lo alto del campo de batalla mental, siempre juzgándolo.

Entraron en la espesura de Shilmista al anochecer, y Elbereth, a pesar de todos sus deseos de encontrar a su gente, se movió rápidamente para montar un campamento.

—Saldremos antes del alba —dijo con dureza—. Si queréis dormir, hacedlo ahora. La noche será corta.

—¿Puedes dormir? —le soltó Cadderly. Los ojos plateados de Elbereth se estrecharon y el joven erudito se acercó con audacia.

—¿Puedes? —repitió Cadderly, con la voz elevándose peligrosamente—. ¿Tu corazón llora ante las hazañas de tu arco y tu espada? ¿Acaso te importa?

Danica y Rufo miraron la escena alarmados, casi esperaron que Elbereth matara a Cadderly en el sitio.

—Eran orogs, una raza de orcos —recordó Elbereth con calma.

—¿Sin compasión, somos acaso mejores? —gruñó Cadderly frustrado—. ¿Están llenas nuestras venas de sangre orca?

—No es tu hogar —replicó el elfo lisa y llanamente. Con la voz llena de sarcasmo—. ¿Has tenido alguna vez un hogar?

Cadderly no respondió porque no pudo, no quiso ignorar la pregunta, pero realmente no sabía la respuesta. Vivió en Carradoon, el pueblo del Lago Impresk, antes de ir a la biblioteca, pero no recordaba nada de ese lugar lejano en el tiempo. Quizá la biblioteca era su hogar; no podía estar seguro, ya que no tenía nada con que compararlo.

—Si tu hogar está en peligro, lucharás por él, no lo dudes —continuó Elbereth mientras mantenía el control—. Matarías sin compasión a todo aquello que amenazara tu hogar, y no tendrías remordimientos por su muerte. —El elfo posó la mirada en los ojos grises de Cadderly durante un momento más, mientras esperaba una respuesta.

Entonces Elbereth se fue, desapareció en la penumbra del bosque para explorar la región.

Cadderly oyó el suspiro de alivio de Danica a su espalda.

Exhausto, Kierkan Rufo se dejó caer y se puso a roncar casi al mismo tiempo. Danica tuvo la misma idea, pero Cadderly se sentó ante el fuego casi apagado, envuelto en una gruesa manta. Su grosor poco pudo hacer por aliviar el frío en su corazón.

Apenas se dio cuenta de que Danica se acercó para sentarse con él.

—No deberías estar tan angustiado —objetó después de un largo silencio.

—¿Debía dejar que muriera el orog? —preguntó Cadderly con aspereza.

Danica se encogió de hombros y asintió.

—Los orogs son crueles, seres malignos —dijo—. Viven para destruir, no siguen más causas que sus pervertidos deseos. No lamento sus muertes. —Miró de reojo a Cadderly—. Ni tú.

»Es Barjin, ¿no es eso? —preguntó Danica, con la voz llena de lástima.

Las palabras dieron en el blanco. Incrédulo, Cadderly miró a Danica.

—Nunca fue por el orog —continuó Danica con atrevimiento—. La furia que había en tus movimientos mientras atendías a aquella criatura no era normal para ser un orco. Era la culpa lo que te guiaba, recuerdos del clérigo muerto.

Aunque la expresión de Cadderly no cambió, se dio cuenta de que era difícil discutir las afirmaciones de Danica. ¿Por qué le había importado tanto el orog, un notorio villano que le habría arrancado el corazón del pecho si hubiera tenido ocasión? ¿Por qué el orog herido le había inspirado tanta piedad?

—Actuaste, luchaste como requirió la situación —dijo Danica con calma—. Contra los orogs y contra el clérigo. Fue Barjin, no Cadderly, el que causó la muerte de Barjin. Lamento que haya ocurrido. No cargues con la culpa por aquello que no puedes controlar.

—¿Cuál es la diferencia? —preguntó Cadderly con sinceridad.

Danica puso un brazo sobre sus hombros y se acercó. Cadderly pudo sentir su respiración, los latidos de su corazón, y ver la humedad de sus labios.

—Debes juzgarte a ti mismo con tanta honestidad como juzgas a los otros —susurró Danica—. Yo también luché contra Barjin y lo habría matado si hubiera tenido la oportunidad. ¿Cómo me mirarías si esto hubiera pasado?

Cadderly no tenía respuestas.

Danica se acercó a él, le besó, y luego le dio un fuerte abrazo, al que Cadderly no tuvo fuerzas para responder. Sin más palabras, volvió a su manta y se echó, al tiempo que le ofrecía una sonrisa de despedida antes de cerrar los ojos y se dejaba vencer por el cansancio.

Cadderly permaneció sentado durante un rato más mientras observaba a la chica. Ella le entendía demasiado bien, mejor de lo que él se comprendía. ¿O era sólo que Danica entendía el ancho mundo mientras que el enclaustrado Cadderly no podía? Durante toda su vida, Cadderly había encontrado las respuestas en los libros, mientras que Danica, con una sabiduría mundana, había buscado las respuestas a través de la experiencia.

Algunas cosas, parecía, no podían aprenderse simplemente leyendo sobre ellas.

Elbereth llegó al campamento un rato más tarde. Cadderly estaba acostado, pero no dormido, y observó al elfo. Elbereth recostó el arco contra un tronco, se sacó la espada y la dejó al lado de su petate. Entonces, ante la sorpresa de Cadderly, Elbereth se acercó a Danica y con delicadeza la arropó con las mantas. Acarició el espeso cabello de Danica, luego volvió sobre sus pasos al saco de dormir y se acostó bajo la miríada de estrellas.

Por segunda vez en este día, Cadderly no supo qué pensar o sentir.