Primer contacto
Cadderly estaba sentado a la luz del fuego declinante del campamento, una línea de diminutos viales estaba en el suelo ante él, paralela a una línea de dardos de ballesta vacíos. Uno por uno, cogió los viales y con mucho cuidado los llenó con gotas del frasco que Kierkan Rufo le había entregado.
—¿Qué hace? —preguntó Elbereth a Rufo ambos de pie al borde de la luz de la hoguera.
—Hace dardos para la ballesta —explicó el larguirucho. Su cara parecía aún más angulosa, casi inhumana, en esas sombras que oscilaban.
Elbereth estudió el arma diminuta, que descansaba en el suelo junto a Cadderly. La expresión del elfo no era en absoluto amable.
—Eso es un ingenio drow —soltó, lo suficientemente fuerte para que lo oyera Cadderly. Éste levantó la mirada y supo que el príncipe elfo estaba a punto de ponerle a prueba.
—Te haces con los elfos oscuros —preguntó Elbereth sin miramientos.
—Nunca he encontrado uno —respondió Cadderly llanamente, pensando que si la arrogancia de Elbereth representaba el lado bueno de la nación elfa, ¡estaba muy seguro que no quería encontrarse a uno del lado malo!
—Entonces, ¿dónde conseguiste la ballesta? —interrogó Elbereth, como si buscara una razón para empezar una discusión con Cadderly—. ¿Y por qué desearías llevar el arma de una raza tan malvada?
Cadderly cogió la ballesta, de alguna manera reconfortado por el hecho de que le había molestado a Elbereth. Entendió que Elbereth lo provocaba ahora simplemente por la frustración general, y desde luego simpatizaba con las preocupaciones del elfo por Shilmista. No obstante, Cadderly tenía sus propios problemas y no estaba de humor para los continuos insultos de Elbereth.
—En realidad, fabricación enana —corrigió.
—Casi tan malo —soltó el elfo sin dudarlo.
Los ojos de Cadderly no eran tan impresionantes como los ojos plateados de Elbereth, pero su mirada igualó la intensidad de la del elfo. En una lucha con armas, por supuesto, Elbereth lo vencería con facilidad, pero si el príncipe elfo lanzaba más insultos en dirección a Iván y Pikel, Cadderly tenía la intención de golpearlo con los puños. Cadderly era un excelente luchador, al haber crecido entre los clérigos de Oghma, cuyos principales rituales implicaban combate sin armas. Mientras Elbereth era casi tan alto como el erudito de metro ochenta centímetros, Cadderly hizo cálculos de que sobrepasaba al delgado elfo en como mínimo treinta kilos.
Por lo visto, entendiendo que había empujado al joven erudito tan lejos como había podido sin empezar una lucha, Elbereth no continuó con su provocación, pero tampoco parpadeó.
—El perímetro está despejado —dijo Danica cuando llegó al campamento. Miró a Elbereth y a Cadderly y vio la notoria tensión—. ¿Qué ha pasado?
Elbereth se volvió hacia ella y sonrió afectuosamente, lo cual molestó más a Cadderly que la mirada inflexible que le había lanzado a él.
—Una discusión sobre la ballesta, nada más —aseguró Elbereth a Danica—. No entiendo el valor (ni la dignidad) de un arma tan insignificante.
Danica lanzó una mirada compasiva en dirección a Cadderly. Si el joven erudito era vulnerable a alguna cosa en el mundo, era la ballesta y los recuerdos que inevitablemente conllevaba. De improviso, Cadderly se lanzó a la cara de esos recuerdos.
—Maté a un hombre con eso —dijo con un gruñido peligroso. La mirada de Danica se tornó de horror, y Cadderly se dio cuenta de lo estúpido de su afirmación. ¡Qué cosa tan ridícula y detestable de la que alardear! Sabía que se había descubierto ante el elfo, que Elbereth podría destruirle con ese argumento, ya que Cadderly no encontraría el coraje para apoyar su bravata.
Pero el elfo, mirando de Cadderly a Danica, escogió interrumpir la conversación.
—Me toca guardia —dijo simplemente y desapareció en la oscuridad.
Cadderly miró a Danica y se encogió de hombros con aire de disculpa. La joven se sentó al otro lado del fuego, se envolvió en una manta gruesa, y se echó para dormir.
Cadderly pensó en la ballesta, dándose cuenta de que lo había vuelto a traicionar. Deseó haber estado más atento a las lecciones de lucha en la biblioteca; entonces, quizá, no necesitaría llevar la poco convencional arma. Pero mientras los otros clérigos practicaban con la maza, bastón, o garrote, Cadderly se había concentrado en el buzak (dos discos unidos por una barra en la que estaba atada una cuerda delgada) un arma útil para participar en jueguecitos y un juguete agradable con el que hacer una variedad de trucos fascinantes, pero apenas rival para una espada.
La mano de Cadderly fue inconscientemente hacia los discos, que estaban atados a su cinturón. Los había usado en combate un par de veces, había dejado inconsciente a Kierkan Rufo cuando el anguloso joven, bajo la influencia de la Maldición del Caos, había ido tras él con un cuchillo. Incluso contra la diminuta hoja que Rufo había llevado, Cadderly había ganado porque su contrincante se había distraído. Un solo lanzamiento con suerte lo había salvado.
Cadderly pensó también en su bastón, con el mango esculpido en forma de cabeza de carnero y su interior pulido. Era un objeto caro y bien equilibrado, y Cadderly también lo había usado en combate. Danica le dijo que un bastón tan pequeño (lo llamó jo) era el favorito entre los monjes de la tierra natal de su madre, Tabot. Cadderly apenas estaba entrenado en su uso. Podía hacerlo girar y dar golpes, incluso detener ataques básicos, pero no quería probar sus habilidades contra un guerrero experimentado como Elbereth, o cualquier monstruo, por esta cuestión.
Resignado, el joven erudito llenó otro vial y lo encajó con cuidado en el agujero del dardo. Deslizó el dardo cargado en uno de los huecos de su bandolera; éste hacía doce.
Al menos en los primeros combates, Cadderly podría mostrarse tan bueno como Elbereth. El joven erudito odió que ese hecho le importara, pero no pudo negar que así era.
Los márgenes orientales de Shilmista no estaban muy lejos de la Biblioteca Edificante, e, incluso cruzando los ásperos caminos de montaña, los viajeros podrían haber visto el bosque al segundo día de partir. Aunque Shilmista era un bosque largo, se extendía doscientos cuarenta kilómetros de norte a sur, Elbereth quiso salir de las montañas cerca del centro del bosque, donde los elfos tenían sus principales hogares.
Durante varios días más, los cuatro compañeros subieron, bajaron, rodearon altos picos y atravesaron valles profundos. Era verano, incluso en las montañas, y el aire era cálido y el cielo azul. Cada recodo del sendero prometía una vista majestuosa, pero incluso el paisaje montañoso se convirtió en algo aburrido para Cadderly después de varios días consecutivos.
A menudo, durante esos momentos de tranquilidad, Cadderly cogía el Tomo de la Armonía Universal de las alforjas de su caballo. Aunque no empezó a leerlo, estaba demasiado inquieto por las experiencias que le esperaban a la vuelta del camino y la creciente relación de Elbereth y Danica (los dos se entendían de maravilla, intercambiando historias de lugares que Cadderly nunca había visto) para concentrarse lo suficiente para una lectura apropiada.
Al quinto día, finalmente, llegaron a las estribaciones occidentales. Al mirar abajo pudieron ver la bóveda oscura de Shilmista, un tranquilo y silencioso techo para el creciente tumulto bajo las espesas ramas.
—Ése es mi hogar —anunció Elbereth a Danica—. No hay lugar en el mundo que pueda rivalizar en belleza a Shilmista.
Cadderly quiso hacerle un reproche. El joven erudito había leído de muchas tierras maravillosas, tierras mágicas, y por lo que recordaba, Shilmista, a pesar de ser un bosque adecuado para el pueblo elfo, no era nada extraordinario. Aunque Cadderly tuvo la sensatez de comprender lo lamentable que sonaría hacer esa afirmación, y el sentido común de anticipar la reacción airada de Elbereth. Se guardó sus ideas para sí mismo y decidió reseñarle a Danica los puntos débiles de Shilmista más tarde.
A pesar de que el sendero se había vuelto lo suficientemente despejado y llano para cabalgar, la inclinación pronunciada y los giros tortuosos forzaron al grupo a continuar andando junto a sus caballos. A medida que llegaron a las colinas más bajas, la roca de las montañas dejó paso al suelo de tierra, y aquí, ir andando les deparó una cierta suerte, ya que montado sobre Temmerisa, su gran semental, Elbereth no habría descubierto las huellas.
Se inclinó para examinarlas y no dijo nada durante un largo rato.
Cadderly y los otros pudieron adivinar la fuente de esas marcas por la expresión seria del elfo.
—¿Goblins? —preguntó Danica finalmente.
—Algunos, quizá —respondió Elbereth, con la mirada perdida en su precioso bosque—, pero la mayoría son demasiado grandes para ser de goblins. —El elfo sacó su arco largo y entregó las riendas de su caballo a Kierkan Rufo y le hizo una seña a Danica para que entregara su montura a Cadderly.
El joven erudito no estaba emocionado por actuar de paje, pero no podía decir nada ante la importancia de tener a Danica y Elbereth con las manos libres, preparados para responder a cualquier ataque repentino.
Elbereth se puso al frente, deteniéndose a menudo para estudiar nuevas huellas, y Danica se quedó atrás en la retaguardia del grupo, observando en todas direcciones.
Volvieron a la zona de árboles siendo todavía más cautelosos, ya que las sombras surgían amenazadoras a su alrededor, posibles sitios donde esconderse para que los monstruos prepararan una emboscada. Durante una hora entraron y salieron de la penumbra, al moverse bajo grandes árboles durante un tiempo y salir de pronto a la luz del sol porque el camino se abría a través de grandes rocas.
Las mil campanillas de Temmerisa tintinearon de repente con el movimiento nervioso de la montura. Elbereth de inmediato continuó su vigilancia, se agachó y miró a su alrededor. Avanzó al otro lado del camino, se escondió en medio de un montón de rocas, y miró con atención a las laderas de las montañas que había más abajo.
Danica y Cadderly se unieron a él de inmediato, pero Rufo se quedó atrás con los caballos, parecía listo para saltar sobre su caballo ruano en un instante y huir.
—El camino se dobla allí abajo —explicó el elfo con un susurro. Sus observaciones eran evidentes para Cadderly y Danica, ya que los árboles y la maleza no eran tan espesos bajo ellos y el sendero tortuoso se veía con claridad. Elbereth parecía absorto en un enorme arce, sus espesas ramas colgando por encima del camino.
—¡Allí! —susurró Danica, mientras señalaba el mismo árbol—. En la rama más corta por encima del sendero. —Elbereth asintió preocupado, y Danica soltó un resoplido.
Cadderly los observó confundido. Él también miró con atención el árbol, pero todo lo que vio fueron hojas superpuestas.
—La rama se dobla bajo su peso —comentó Elbereth.
—¿El peso de quién? —tuvo que preguntar Cadderly. Elbereth frunció el ceño, pero Danica se apiadó de Cadderly y continuó señalando lo que había descubierto hasta que él, al fin, asintió al verlo. Varias formas estaban agachadas en la rama baja, por encima del camino.
—¿Orcos? —preguntó Danica.
—Demasiado grandes para ser orcos —razonó Elbereth—. Orogs.
Danica hizo cara de no saber a qué criaturas se refería.
—Orogs son congéneres de los orcos —cortó Cadderly, dejando al elfo sorprendido ante la aclaración. Los orogs no eran monstruos comunes, pero Cadderly había leído acerca de ellos en muchos libros—. Más grandes y fuertes que sus primos de cara de cerdo. Se cree que se originaron…
—¿A qué crees que esperan? —interrumpió Danica antes de que Cadderly quedara como un perfecto idiota.
—A nosotros —dijo Elbereth en tono serio—. Han oído nuestros caballos, quizá nos han visto en los espacios abiertos de los senderos de más arriba.
—¿Hay alguna manera de dar un rodeo? —Cadderly supo que la pregunta sonó ridícula incluso mientras la decía. Danica, y en especial Elbereth, no tenían intención de evitar a los monstruos.
Elbereth estudió el terreno desde su posición.
—Si me desvío por la ladera de la montaña mientras vosotros continuáis por el camino —razonó—. Soy capaz de derribar a unos cuantos con el arco. —El príncipe elfo asintió ante su plan—. Vamos, entonces —dijo—, debemos poner los caballos en movimiento antes de que los orogs empiecen a sospechar.
Danica se volvió e iba a dirigirse hacia Rufo, pero Cadderly tuvo una idea.
—Dejadme ir —propuso, con una creciente sonrisa en la cara.
Elbereth lo observó interesado, e incluso más cuando Cadderly sacó la ballesta pequeña.
—¿Crees que puedes hacer más daño con eso que yo con mi arco? —preguntó el príncipe elfo.
—¿No preferirías luchar contra ellos en el suelo? —respondió Cadderly, mientras miraba a Danica con una sonrisa burlona. Elbereth también miró a la joven, y ella asintió y sonrió, al creer en Cadderly y darse cuenta de que jugar un papel importante en el combate era necesario para el joven erudito.
—Id por el camino —dijo Cadderly—. Nos encontraremos en el árbol.
Elbereth, que todavía no estaba convencido, se volvió para estudiar al joven erudito.
—Tu sombrero y la capa —dijo Elbereth, con las manos extendidas. La pausa de Cadderly mostró su confusión.
—El azul no es un color del bosque —explicó Elbereth—. Se ve con tanta claridad como un fuego en la oscuridad de la noche. Seremos afortunados si los orogs todavía no te han descubierto.
—No lo han hecho —insistió Danica, al darse cuenta de que el último comentario era para humillar a Cadderly.
El erudito se desató la capa y junto con el sombrero se los tendió a Elbereth.
—Nos veremos en el árbol —dijo finalmente, tratando de parecer confiado.
Su resolución sucumbió tan pronto los otros se alejaron. ¿Dónde se había metido? Incluso si se las arreglaba para bajar por la pronunciada pendiente sin romperse el cuello y sin hacer el suficiente ruido para que todos los orogs de las Montañas Copo de Nieve lo oyeran, ¿qué haría si le descubrían?, ¿qué defensa ofrecería contra un único oponente?
Apartó los pensamientos negativos de su mente y empezó a bajar, al no tener otra alternativa si, después de todo, deseaba conservar el honor ante los ojos de Danica. Tropezó y dio un paso en falso, se golpeó los dedos de los pies una docena de veces, e hizo que varias piedras rebotaran hacia abajo, pero de alguna manera se las arregló para ponerse a la altura del arce gigante aparentemente sin molestar a los monstruos que intentaban hacer una emboscada. Gateó hacia una hendidura entre dos rocas de bordes definidos a unos pasos del camino. Entonces pudo ver a los orogs con claridad; casi una docena agachados codo con codo en la rama baja. Llevaban redes, lanzas y espadas toscas, y no fue difícil para Cadderly entender su táctica.
Los monstruos se quedaron quietos. Al principio, Cadderly temió que le hubieran descubierto, pero pronto se dio cuenta de que los orogs continuaban mirando al camino. Supo que sus amigos llegarían pronto.
Cargó la ballesta, teniendo cuidado de mover la manivela suave y lentamente de manera que no hiciera ruido. Luego levantó el arma; ¿pero adónde disparar? A lo mejor podía tirar a un orog del árbol, tal vez matarlo si su puntería o su suerte eran lo bastante buenas. Ahora, sus anteriores pavoneos le parecían demasiado irracionales, con el peligro tan cerca y toda la responsabilidad sobre sus hombros.
Tenía que seguir con su plan original. Elbereth y Danica contaban con él para bajar a los monstruos del árbol. Apuntó, no a ninguno de los monstruos, sino donde la gruesa rama se unía al tronco. No era un disparo difícil con la precisa ballesta, ¿pero sería suficiente el explosivo? Cadderly sacó otro dardo por si acaso.
Los orogs se movieron intranquilos; Cadderly pudo oír el ruido de cascos en el sendero.
—Deneir ayúdame —masculló el joven erudito, y apretó el disparador de la ballesta. El dardo surcó el aire, golpeó la rama y rompió el vial. La consiguiente explosión sacudió el árbol con violencia. Los orogs se agarraron (uno cayó al suelo) y para su tranquilidad, Cadderly, oyó el fuerte crujido de la rama. El joven lanzó otro dardo en la misma dirección.
La rama explotó en pedazos. Un orog gritó cuando su tobillo se quedó enganchado en las astillas de la rotura, arrancándole la piel de la parte exterior de la pierna mientras caía.
Danica y Elbereth, sobre sus caballos, estaban apenas a diez metros del árbol cuando los orogs cayeron. Elbereth, preocupado, miró de soslayo a la joven, ya que sólo uno de los monstruos parecía herido y los otros estaban bien armados.
—¡Sólo hay diez! —gritó Danica, que se inclinó para tirar de la daga de hoja de cristal de su funda en la bota. Soltó una carcajada salvaje y espoleó a su caballo hacia delante. Temmerisa, que llevaba al elfo, cargó justo detrás.
Danica entró rápido y con fuerza hacia los tres monstruos más cercanos. Justo antes de alcanzarlos, se puso en el flanco del caballo, se agarró en la cincha de la silla, y se situó en el abdomen del animal, justo entre las piernas de la montura. El caballo irrumpió entre los sorprendidos monstruos, todos ellos esperando a Danica en el lado equivocado.
Danica cayó al suelo corriendo, usó su impulso para saltar con un giro, y alcanzó al orog más cercano con una patada circular que rompió el cuello de la criatura y salió dando tumbos.
Hizo un pequeño giro de muñeca tan pronto como recuperó el equilibrio, y lanzó la daga por la empuñadura. Giró varias veces, una astilla brillante bajo la luz del sol, antes de hundirse hasta la empuñadura en la cara del segundo orog.
El tercer monstruo arrojó la lanza y sacó una burda espada. Su puntería había sido perfecta, pero Danica era demasiado rápida para ser alcanzada por un arma tan torpe. Esquivó y levantó el antebrazo para desviar la lanza que se alejó inofensivamente.
El orog llegó indiferente, y Danica casi soltó una carcajada de lo indefensa que podía parecer al monstruo de casi dos metros y noventa kilos. Delgada y bonita, apenas llegaba al metro cincuenta, con unos rizos despeinados que caían de forma salvaje sobre sus hombros y unos ojos que brillaban, para el observador ignorante, con la inocencia de un niño.
La sangre pronto reemplazó a las babas en la boca del orog. Dio un paso e intentó alcanzar a Danica con la mano libre. Lo alcanzó con un golpe seco, rápido como el rayo, que le arrancó dos de los incisivos. Danica dio un salto atrás, cayendo sobre la punta de los pies y con unas buenas sensaciones sobre el inicio del combate. Le había costado unos segundos, pero dos monstruos yacían muertos o agonizaban y el tercero se balanceaba y trataba de apartar las estrellas de sus ojos.
La carga de Elbereth fue incluso más directa y brutal. Empezó con un único disparo de arco, que alcanzó a un monstruo en el hombro. Entonces, al sacar la espada y deslizar el brazo a través de las tiras de cuero de su escudo, el elfo confió en su disciplinada montura y chocó directamente contra el grupo principal de orogs. Su espada mágica resplandeció con una llama azul mientras lanzaba tajos al tropel de monstruos. Encajó varios golpes rápidos de las burdas armas de los monstruos, pero su excelente escudo y más excelente armadura desviaron los golpes.
Más mortíferas fueron las estocadas de Elbereth; los orogs, desprotegidos, no podían simplemente intercambiar golpes con el elfo, como el monstruo más cercano, el que tenía la flecha clavada en el hombro, aprendió cuando Elbereth respondió a su estocada con la lanza cortándole la cabeza.
Temmerisa se encabritó y brincó, manteniéndose en un equilibrio y armonía perfectos con su familiar jinete. Un orog se escurrió detrás del brillante caballo blanco, con la lanza en alto para un ataque que hubiera alcanzado a Elbereth en mitad de la espalda. Temmerisa golpeó con los dos cascos a la vez, alcanzando al orog en el pecho y lanzándolo a muchos metros. El monstruo cayó encogido al suelo, mientras intentaba en vano coger aire con unos pulmones que estaban aplastados.
Hasta entonces el combate de Elbereth habría sido una fuga desordenada, ya que sólo quedaban dos monstruos (y uno de éstos apenas se podía tener en pie, apoyado contra el árbol con una de sus piernas desgarrada). Pero mientras la rama se rompía, un orog se las arregló para mantener un asidero en el árbol. Agarraba una red con la mano libre, el monstruo se balanceó en la rama más alta y sincronizó su salto de manera perfecta, cayó sobre la espalda del delgado elfo y se lo llevó al suelo bajo él y bajo la red.
Un engañoso corte de espada forzó a Danica a brincar y echar la cabeza hacia atrás. Sabía que un monstruo tan poderoso como un orog no se podía tomar a la ligera, pero se distrajo, ya que a un lado, Elbereth había caído, y Kierkan Rufo aún no había entrado en la refriega. Y más enervante para la mujer, dos de los orogs huían hacia Cadderly.
Otro tajo hizo que Danica casi se dejara caer hasta el suelo y un tercero la hizo rodar a un lado. El orog, de nuevo confiado, avanzó sin pestañear.
Volvió a descargar el arma, pero esta vez Danica, en vez de retroceder, cargó directamente hacia delante. Cogió la mano del orog que agarraba la espada y dio un paso hacia él, mientras enganchaba con tanta fuerza el brazo extendido del orog con el antebrazo libre que oyó cómo se rompía el codo. Danica, apenas le dio al monstruo tiempo de gritar de dolor. Aún agarraba con fuerza la mano de la espada, apartó el otro brazo, libre del monstruo, y lanzó el codo hacia arriba, alcanzando a la criatura en la nariz.
Llevó el codo hasta su costado y soltó un golpe de revés, que dio en el blanco con fuerza. Antes de que el orog tuviera tiempo de reaccionar, Danica enderezó el brazo y alcanzó el cuello del orog.
Se agachó bajo el brazo atrapado de la criatura. Su agarre retorció la extremidad musculosa mientras pasaba por debajo, y Danica se dio media vuelta para situarse de cara al monstruo.
La criatura quiso llegar a ella, pero Danica no prestó atención al poco convincente intento. Dio una patada fuera del alcance del orog e impactó su barbilla, y luego otra vez, y una tercera, en una rápida sucesión.
—Cadderly —resolló la luchadora, mirando al camino, ya que los dos orogs que huían estaban cerca de su amado.
Cadderly, actuando por puro instinto, no se paró lo más mínimo a pensar en las consecuencias morales cuando el primer orog cargó hacia él después de cambiar de dirección cuando lo descubrió entre las dos piedras.
Un dardo explosivo detuvo su ataque.
El rugido de sorpresa del monstruo se oyó como un jadeo, ya que el dardo había abierto un agujero claro en uno de los pulmones. Obstinadamente el monstruo siguió adelante, y Cadderly volvió a disparar, esta vez al abdomen.
El orog se dobló, y soltó un gruñido agónico.
—Muere, maldito —gimió Cadderly cuando el monstruo se enderezó y continuó la carga. Esta vez el disparo voló la parte de arriba de la cabeza del orog.
Cadderly tenía problemas para recuperar el aliento, y la repulsión se transformó en horror cuando levantó la mirada para descubrir al segundo orog detrás de él, montado a horcajadas sobre las piedras y con su enorme espada levantada para partir a Cadderly en dos. No había tiempo para otro dardo, pensó el joven erudito, por lo que agarró su bastón y lo echó hacia el monstruo.
El orog puso cara de confusión mientras apartaba el bastón a un lado, pero la artimaña de Cadderly tenía un propósito. En el instante que el orog se distrajo, Cadderly dio media vuelta y saltó hacia atrás, quedándose a la espalda del orog. Se hizo un ovillo, enganchando sus pantorrillas detrás de las rodillas del orog y luego se enderezó y tiró con todas sus fuerzas.
No pasó nada, y Cadderly pensó que desde luego debía estar haciendo el ridículo, como si estuviera haciendo fuerza contra un objeto inamovible. Entonces el orog cayó hacia delante, pero sin fuerza, y sin hacerse un rasguño. Cadderly gateó y se subió a su espalda, con un brazo rodeó el grueso cuello del monstruo y tiró con todas sus fuerzas.
Impávida, la criatura se levantó con Cadderly colgado de su cuello. De paso miró a su alrededor para ver si veía su espada, que se le había caído, descubrió el arma y se dirigió hacia ella.
Cadderly se dio cuenta de que el monstruo podría herir fácilmente a lo que había en su espalda, justamente su torso vulnerable. Desesperado, el joven erudito pensó en soltarlo y correr para salvarse. Supo que nunca conseguiría salir a tiempo fuera del alcance del monstruo.
—¡Cae, maldito seas! —gruñó Cadderly, apretando y retorciendo el brazo.
El orog, ante el asombro de Cadderly, dejó caer la espada al suelo. Como si hubiera descubierto que le estrangulaban por primera vez, las manos gruesas del monstruo se levantaron para agarrar el brazo de Cadderly, pero en ese momento, ya quedaba poca fuerza en ellos.
Cerró los ojos y, angustiado, persistió, tirando con todas sus fuerzas.
Finalmente, la criatura se desplomó boca abajo.
El último orog, que estaba cerca del árbol, no pudo poner el pie derecho en el suelo. Quiso ir con sus dos compañeros, uno estaba encima del elfo enredado en la red y el otro agitando la espada amenazante y buscando un resquicio, pero la criatura hacía una mueca de dolor cada vez que ponía el pie en el suelo. El orog levantó la mirada y vio la carne de su pierna colgando de forma grotesca en una astilla de la rama del árbol.
Maldiciendo su suerte e ignorando el doloroso tormento, la obstinada criatura dio un brinco sobre su pie sano para alejarse del tronco del arce.
Justo en el camino de Kierkan Rufo.
Rufo montaba un caballo aguantando el otro a su lado, y cargó con fuerza. El joven larguirucho no quiso atropellar al orog con su propio caballo, había puesto a propósito la montura sin jinete más cerca del árbol, pero el movimiento inesperado del orog lo había situado justo entre los dos caballos.
El monstruo se quedó enredado de la peor manera posible y fue pisoteado varias veces, pero cuando los caballos pasaron, todavía estaba con vida, tendido impotente sobre su espalda. Su columna estaba aplastada, y la mirada puesta en la carne sanguinolenta de su pierna destrozada.
El caballo sin jinete cruzó la rama rota sin problemas, pero el caballo de Rufo, que había tropezado con el orog, cayó de cabeza, y lo lanzó al suelo en una serie de rebotes. Rufo escupió tierra, dio media vuelta, y se quedó sentado mirando el combate. Su ataque hizo mucho por Elbereth, ya que uno de los tres orogs que se movía para acercarse al elfo había caído y otro se había apartado de la refriega.
Aunque esto era de poco consuelo para Rufo, ya que el orog sólo corría por que había descubierto un blanco más fácil, él. Cargó por el camino, agitando la enorme espada y con la lengua colgándole entre los colmillos amarillentos.
Rufo vio a Danica, que estaba a un lado, reaccionar. Soltó otra patada que lanzó la cabeza del orog hacía atrás con fuerza, y se alejó del monstruo. Titubeó al ver a Elbereth, pero al parecer creyó que el elfo tenía la situación bajo control, y corrió tras el orog que se acercaba a Rufo.
Elbereth se retorció para encarar al orog. Logró llevar la mano hasta su cinturón, al tiempo que usaba la otra para mantener la boca del monstruo apartada para que no le mordiera la cara.
El brazo de Elbereth se movió en tres rápidas sacudidas, el orog se agitó con cada una. La cuarta vez, Elbereth apretó el brazo contra el monstruo y empezó a girar la muñeca de un lado a otro.
El monstruo rodó apartándose del delgado estilete del elfo y cayó pesadamente en el camino, tratando de aguantar sus entrañas dentro de su abdomen abierto.
En un sólo movimiento, el ágil Elbereth se deslizó fuera de la burda red y se puso de rodillas. Despiadado y con el rostro sombrío, soltó un tajo a la pierna del orog que se retorcía, de manera que no pudiera correr mientras él recuperaba su espada.
Danica era rápida, una de las personas más rápidas que Rufo había visto nunca, pero la ventaja del orog era demasiado grande. De mala gana, el flaco joven, sacó la maza de su cinturón y trató de resistir. Era menos experto en armas incluso que Cadderly, y no podía esperar aguantar mucho tiempo. Incluso peor, el tobillo de Rufo, que se había torcido con la caída, no lo aguantó, y volvió a caer al suelo. El orog casi estaba sobre él y supo que estaba a punto de morir.
De pronto la cabeza del orog dio una sacudida a un lado, la mitad de su cara explotó, rociando a Rufo y a Danica, que en ese momento saltaba en el aire, con sangre y coágulos.
Rufo y Danica se miraron el uno al otro con incredulidad durante un momento, luego se volvieron a la vez hacia Cadderly, que estaba ballesta en mano y con una expresión de horror en la cara.