1

Por sorpresa

Crepúsculo.

Cincuenta arqueros elfos permanecían escondidos de un lado a otro de la primera cresta; cincuenta más esperaban tras ellos, encima de la segunda en esta región de Shilmista ondulada con altibajos conocida como los Pequeños Valles.

El brillo intermitente de las antorchas se vislumbró a mucha distancia por entre los árboles.

—Ésa no es la fuerza que va en cabeza —advirtió la doncella elfa Shayleigh, y en efecto, pronto divisaron filas de goblins a menos distancia que las antorchas, que viajaban con rapidez y en silencio por la oscuridad. Los ojos violeta de Shayleigh centellearon de impaciencia bajo la luz de las estrellas. Mantuvo la capucha de la capa en alto, al temer que el lustre de su cabello dorado, que no se había atenuado a pesar de la oscuridad nocturna, traicionaría su posición.

Los goblins se acercaron. Los largos arcos tensados, las flechas en situación de disparo.

Los expertos elfos mantuvieron los arcos firmes, ninguno de ellos tembló por la gran fuerza de sus poderosas armas. Aunque miraban a su alrededor un tanto nerviosos mientras esperaban la orden de Shayleigh, su disciplina fue puesta a prueba a medida que orcos y goblins y mayores y más ominosas formas llegaron casi a la base de la cresta.

Shayleigh se movió deprisa por la línea.

—A mi orden —instruyó, usando un código de señales con las manos y silenciosos murmullos—, dos flechas y retirada.

Los orcos estaban en el altozano, mientras trepaban con tenacidad hacia el risco. Shayleigh aún aguantaba la descarga élfica, confiada en que el caos creciente mantendría ocupados a los enemigos.

Un orco enorme, justo a diez pasos del risco, se detuvo de repente y olisqueó el aire. Aquellos que estaban en línea tras la bestia también se pararon, mirando alrededor en un esfuerzo por percibir lo que su compañero había notado. La criatura con cara de cerdo inclinó la cabeza hacia atrás, para tratar de enfocar la forma extraña que estaba situada a unos pocos metros de él.

—¡Ahora! —gritó Shayleigh.

El orco que estaba al frente no tuvo tiempo para gritar una advertencia antes de que la flecha se le hundiera en la cara, la fuerza del impacto levantó a la criatura del suelo y la lanzó dando tumbos pendiente abajo. Los monstruos invasores chillaron y cayeron de un lado a otro de la cara norte del altozano, algunos bajo el impacto de dos o tres flechas, en un instante.

Luego, el suelo tembló bajo la carga monstruosa cuando la segunda línea descubrió al enemigo escondido en la cresta. Casi cada una de las flechas de la consiguiente descarga de los elfos dio en el blanco, pero apenas ralentizó el empuje repentino de las formas monstruosas y babeantes.

De acuerdo con el plan, Shayleigh y sus tropas huyeron, con goblins, orcos, y gran cantidad de ogros pisándoles los talones.

Galladel, el rey elfo de Shilmista que comandaba la segunda línea, hizo que sus arqueros se desperdigaran tan pronto los monstruos aparecieron sobre el borde de la primera cresta. Una tras otra las flechas dieron en el blanco; cuatro elfos concentraron su fuego en blancos individuales (ogros enormes) y los grandes monstruos cayeron con estrépito.

El grupo de la elfa cruzó la segunda línea y se situó detrás de sus compañeros, giraron sus largos arcos y se unieron a la matanza. Con una velocidad espeluznante, el valle entre las dos crestas se llenó de cuerpos y sangre.

Un ogro se abrió paso entre la horda y por poco llegó a la línea de elfos; incluso tenía el garrote levantado para golpear, pero una docena de flechas se hundieron en su pecho y le hicieron tambalearse. Shayleigh, intrépida y ceñuda, saltó por encima del arquero más cercano y hundió su delicada espada en el corazón del sorprendido monstruo.

Tan pronto oyó el combate en los Pequeños Valles, el mago Tintagel supo que él y sus tres compañeros pronto se verían en apuros ante los monstruos invasores. Sólo una docena de arqueros se reservó para acompañar a los magos, y éstos, sabía Tintagel, pasarían más tiempo haciendo reconocimientos en el este y en contacto con la hueste principal en el oeste que en el combate. Los cuatro hechiceros élficos habían proyectado sus defensas con cuidado, y confiaban en su astucia. Si la emboscada en los Pequeños Valles funcionaba, entonces Tintagel y sus compañeros tendrían que aguantar la línea en el este. No podían fallar.

Un explorador se apresuró en dirección a Tintagel, y el mago se apartó los mechones densos y oscuros y volvió la mirada hacia el norte mientras entornaba sus ojos azules.

—Grupo mezclado —explicó el joven elfo, mientras miraba a sus espaldas—. En su mayoría goblins, pero con un considerable grupo de orcos a su lado.

Tintagel se frotó las manos y les hizo un gesto a sus tres camaradas magos. Los cuatro empezaron sus conjuros casi al mismo tiempo y pronto el aire, al norte de su posición, se llenó de filamentos pegajosos que se sedimentaron para formar espesas redes entre los árboles. El aviso del explorador llegó justo a tiempo, ya que cuando las telarañas empezaron a tomar forma, varios goblins se abalanzaron sobre ellas y se quedaron trabados sin posibilidad de defenderse.

Los gritos llegaron de varios lugares al norte. La presión de goblins y orcos, aunque era mucha, no pudo atravesar los conjuros de los magos y muchos de los goblinoides fueron aplastados entre las redes, para ser silenciados en la sustancia pegajosa y morir lentamente asfixiados. Los pocos arqueros que acompañaban a los magos escogieron sus blancos con cuidado, para no malgastar sus preciadas flechas, disparando únicamente cuando parecía que un monstruo estaba a punto de escapar de sus ataduras pegajosas.

Tintagel sabía que aún había más enemigos, más allá de las redes, que no estaban atascados. Muchos, muchísimos más, pero al menos los conjuros habían ganado algo de tiempo para los elfos que estaban en los Pequeños Valles.

La segunda cresta ya había sido tomada, pero no antes de que veintenas de invasores muertos yacieran apilados a lo largo del valle. La retirada de los elfos fue veloz, colina abajo, por encima de las hojas apiladas en su base, de nuevo colina arriba, y entonces llegaron a las familiares posiciones de la tercera cresta.

Unos gritos al este le dijeron a Shayleigh que más monstruos se acercaban por esa dirección, y que cientos de antorchas que brotaron de repente en la noche venían del norte.

—¿Cuántos sois? —susurró la doncella elfa sin aliento.

Como respuesta, la marea negra rodó colina abajo por el lado meridional de la segunda cresta.

Los invasores se encontraron una sorpresa esperándolos en el fondo del pequeño valle. Los elfos habían saltado por encima de los montones de hojas, ya que sabían de los pozos llenos de estacas que estaban escondidos debajo.

Con la carga frenada, las lluvias de flechas tuvieron un efecto aún más devastador. Goblin tras goblin iban muriendo; más resistentes, los ogros gruñeron ante una docena de impactos, sólo para recibir una andanada más.

Los elfos dieron un grito de furia salvaje, descargando la muerte sobre los malvados intrusos, pero la sonrisa no asomó en el semblante de Shayleigh. Sabía que la hueste principal, que se acercaba sin parar tras estas avanzadillas de carne de cañón, estaría más organizada y más controlada.

—¡Muerte a los enemigos de Shilmista! —gritó un eufórico elfo, mientras se ponía en pie de un salto y levantaba el puño en alto. En respuesta, una enorme roca atravesó la oscuridad y alcanzó al joven e insensato elfo en la cara, de manera que casi lo decapitó.

—¡Gigante! —llegó un grito desde varias posiciones a la vez.

Otra roca pasó zumbando sobre sus cabezas, fallando por escaso margen la cabeza embozada de Shayleigh.

Los magos posiblemente no podrían conjurar las telarañas suficientes para bloquear la región oriental por entero. Sabían eso desde el principio y habían seleccionado árboles específicos en los que anclar las redes, a fin de crear un laberinto con el que ralentizar la aproximación del enemigo. Tintagel y sus tres compañeros se hicieron una seña con hosquedad, ocuparon unas posiciones predeterminadas en las bocas de los túneles de telarañas, y prepararon los siguientes conjuros.

—¡Han entrado por el segundo canal! —gritó un explorador.

Tintagel contó mentalmente hasta cinco, y dio una palmada. Al sonido de la señal, los cuatro magos empezaron sus cantos idénticos. Vieron las formas, sombrías y borrosas por los velos de las redes, que se deslizaban a través del laberinto, y, que en apariencia, habían solventado el rompecabezas. Llegaron los goblins que cargaban, hambrientos de sangre élfica. Los magos mantuvieron la compostura, aunque concentrados en sus conjuros y confiando en que habían medido la aproximación a través del laberinto correctamente.

Grupos de goblins llegaron derechos hacia cada uno de ellos, todos en fila entre las redes que los canalizaban.

Uno tras otro, los magos élficos señalaron en dirección al enemigo y pronunciaron las sílabas finales. Unos rayos eléctricos hendieron la oscuridad, lanzados hacia cada uno de los canales con furia aniquiladora.

Los goblins ni tuvieron tiempo de gritar antes de caer, cuerpos abrasados en una tumba silvestre.

—Es el momento de irse —dijo Galladel a Shayleigh, y la doncella, por una vez, no discutió. Los bosques más allá de la segunda cresta estaban iluminados por tantas antorchas que parecía como si hubiera amanecido, y aún había más que se internaban en él.

Shayleigh no podía determinar cuántos gigantes habían ocupado posiciones más allá de la cresta, pero a juzgar por el número de rocas que lanzaban en dirección a los elfos, allí había varios como mínimo.

—¡Cinco flechas más! —gritó la apasionada doncella elfa a sus tropas.

Pero muchos de los elfos no pudieron obedecer la orden. Tuvieron que abandonar los arcos con rapidez y desenvainar las espadas, ya que una hueste de bugbears, sigilosos a pesar de su gran tamaño, habían conseguido llegar, sin ser detectados, por el oeste.

Shayleigh corrió hacia la zona para unirse al combate cuerpo a cuerpo. Si los bugbears retrasaban la retirada durante un rato, los elfos se verían arrollados. Aunque en el momento en que llegó allí, los competentes elfos habían despachado a la mayor parte de los bugbears con sólo una baja. Tres de los elfos tenían rodeado a uno de los monstruos que quedaban, otro grupo perseguía a dos bugbears en dirección oeste. No obstante, por un lado, apareció otro bugbear, y sólo una elfa, una doncella joven, se aprestó al combate.

Shayleigh se volvió justo hacia allí, y reconoció a la elfa, era Cellanie y sabía que era demasiado inexperta para manejar monstruos como los bugbears.

La elfa murió antes de que tuviera tiempo de llegar allí, con el cráneo partido por el pesado garrote del bugbear. El goblinoide peludo de más de dos metros se quedó allí, mientras sonreía abiertamente mostrando sus colmillos amarillentos.

Shayleigh bajó la cabeza y gruñó ruidosamente, como si fuera a cargar. El bugbear se afirmó en el suelo y asió con fuerza su infame garrote, pero la doncella elfa se detuvo de repente y utilizó su impulso hacia delante para lanzar la espada.

El bugbear se quedó helado. ¡Las espadas no estaban diseñadas para este tipo de ataques! Si la criatura dudó de la inteligencia de Shayleigh al lanzar el arma, o de su destreza ante semejante truco, todo lo que tenía que hacer era mirar su pecho, hacia la empuñadura de la espada de la elfa que vibraba horriblemente justo a unos quince centímetros de las costillas del bugbear. La sangre de la criatura salió a borbotones a lo largo de la empuñadura y tiñó el suelo.

El bugbear bajó la vista, la levantó en dirección a Shayleigh, y entonces cayó muerto.

—¡Al oeste! —gritó Shayleigh mientras se abalanzaba sobre la espada para recuperarla—. ¡Como planeamos! ¡Al oeste! —Agarró la empuñadura ensangrentada y tiró con fuerza, pero el arma no se liberó. Shayleigh estaba más preocupada por la retirada de sus tropas que por su posición vulnerable. Mientras miraba atrás para vigilar la retirada, apoyó el pie en el pecho del bugbear y agarró con las dos manos la empuñadura de la espada.

Cuando oyó el resuello por encima de ella, reconoció su insensatez. Tenía las manos en un arma que no podía utilizar, ni para detener ni para atacar.

Indefensa, alzó la vista para descubrir a otro bugbear y su garrote enorme y claveteado.

Los magos, que vinieron para unirse a sus aliados, concentraron sus ataques mágicos en las antorchas de la hueste enemiga más allá de la segunda cresta. Las llamas rugieron con vida propia bajo la magia pirotécnica. Las pavesas volaron por doquier quemando a cualquier monstruo que se mantuviera demasiado cerca. Otras antorchas echaron un humo espeso, que llenó el área cegando y sofocando a los monstruos y obligándolos a retroceder o a echarse al suelo.

Con la cobertura mágica que contenía a los enemigos, los elfos enseguida abandonaron la tercera cresta.

Un fogonazo emanó a un lado de la cara de Shayleigh, quemándolo y cegándolo. Al principio pensó que era el impacto del garrote del bugbear, pero cuando el juicio y la vista volvieron a ella, aún estaba sobre el bugbear que había matado, agarrando la espada atorada.

Finalmente descubrió al otro bugbear, con la espalda apoyada en un árbol y un agujero al rojo vivo en el abdomen. El pelo de la criatura se movía a diestro y siniestro, cargado de electricidad, comprendió, debido al rayo de un mago.

Tintagel estaba a su lado.

—Ven —dijo, mientras la ayudaba a liberar la espada del monstruo muerto—. Hemos retrasado la carga del enemigo, pero la gran fuerza oscura no podrá ser detenida. Además, nuestros mensajeros avanzados han encontrado resistencia en el oeste.

Shayleigh trató de responder, pero descubrió que la mandíbula no se movería con facilidad.

El mago se volvió hacia los dos arqueros que cubrían sus espaldas.

—Recoged a la pobre Cellanie —dijo en tono sombrío—. ¡No debemos dejar a los muertos para que nuestro enemigo se divierta con ellos! —Tintagel tomó el brazo de Shayleigh y se dirigió tras el resto de la hueste de elfos que se retiraba.

Chillidos y gritos monstruosos brotaron a todo su alrededor, pero los elfos no sucumbieron al pánico. Continuaron con su plan diseñado cuidadosamente y lo ejecutaron a la perfección. Encontraron bolsas de resistencia en el oeste, pero el terreno accidentado trabajó a su favor contra los monstruos más lentos y menos ágiles, y en especial porque los elfos podían disparar flechas con una precisión endiablada, incluso a la carrera. Todos los grupos de monstruos fueron aplastados y los elfos continuaron su camino sin tener una sola baja.

El cielo, al este, ya se había vuelto rosado con el incipiente amanecer antes de que se reagruparan y pudieran descansar un poco. Shayleigh no vio más combates durante la noche, afortunadamente, ya que le dolía la cabeza de tan mala manera que no podría haber mantenido la compostura sin la ayuda de Tintagel. El mago estuvo a su lado durante todo el rato, habría muerto a su lado y de buen grado si el enemigo les hubiera atrapado.

—Debo pedirte perdón —dijo Tintagel después de que el nuevo campamento estuvo dispuesto, al sur de los Pequeños Valles—. El bugbear estaba demasiado cerca, y tuve que empezar el conjuro muy próximo a ti.

—¿Te disculpas por salvarme la vida? —preguntó Shayleigh. Cada palabra que dijo dolió a la valiente doncella.

—Tu cara brilla con el color rojo de una quemadura —dijo Tintagel, acariciando suavemente la mejilla mientras ella daba un respingo y se lo agradecía.

—Se curará —contestó Shayleigh, arreglándoselas para mostrar una débil sonrisa—. Mejor de lo que lo haría mi cabeza si ese bugbear me hubiese aporreado el cráneo. —Aunque apenas pudo sonreír ante su afirmación, y no por el dolor, si no por el recuerdo de Cellanie, que cayó al suelo muerta.

—¿Cuántos perdimos? —preguntó Shayleigh lúgubremente.

—Tres —respondió Tintagel en un tono similar.

—Sólo tres —les llegó la voz del Rey Galladel, que se acercó a ellos desde un lado—. ¡Sólo tres! Y la sangre de cientos de goblins y sus aliados mancha el suelo. Por lo que dicen, incluso un gigante ha caído esta noche. —Galladel se sobresaltó cuando descubrió la cara enrojecida de Shayleigh.

—No es nada —dijo la doncella elfa con los ojos muy abiertos, mientras hacía un gesto con la mano en dirección al rey.

Galladel desvió la mirada, avergonzado.

—Estamos en deuda contigo —dijo, mientras la sonrisa le volvía a la cara—, ya que gracias a tu ingenioso plan, esta noche hemos conseguido una gran victoria. —El rey elfo asintió, le dio unas palmadas en la espalda a Shayleigh y se marchó. Tenía otros intereses a los que atender.

La mueca de Shayleigh le dijo a Tintagel que la doncella no compartía la buena opinión por el combate.

—Ganamos —le recordó el mago—. El resultado podría haber sido peor, mucho peor.

Por el tono sombrío empleado por el mago, Shayleigh supo que no tenía que explicar sus temores. Habían atacado al enemigo por sorpresa, en un campo de batalla que habían preparado antes y que su enemigo no conocía. Sólo habían perdido tres, era verdad, pero a Shayleigh le parecía que esos tres elfos tenían más valor para su causa que los cientos de goblinoides muertos para las, aparentemente, incontables masas que invadían la frontera septentrional de Shilmista.

Y a pesar de toda la sorpresa y toda la matanza, fueron los elfos y no los invasores los que habían sido forzados a retirarse.