Capas de traición
La llamada fue a la deriva en los vientos silenciosos de la dimensión donde moraba sólo la mente. Se dejó llevar inexorablemente hacia la granja en las afueras de Carradoon y hacia el firbolg que lo había servido durante tanto tiempo como el contenedor en espera del que lo llamaba.
Cadderly sintió el miedo en el gigante, supo que Espectro lo había estado llamando.
Descansa, le transmitió telepáticamente el joven clérigo a Vander. No dejes que el miedo o la rabia bloqueen nuestra unión.
Cadderly supo que el profundo miedo, más del que hubiera esperado de un gigante orgulloso, no había disminuido, pero Vander se extendió mentalmente hacia él, reforzando el lazo.
La llamada de Espectro serpenteó y Cadderly la alejó.
¿Vander?, preguntó el asesino distante.
Como un espejo, Cadderly no ofreció más respuesta que devolver la pregunta hacia los vientos.
¡Vander!
Ira. Cadderly sintió eso por encima de todo lo demás. El joven clérigo sonrió a pesar de la importancia de su tarea, complacido por la confirmación de que de algún modo había inquietado al pequeño asesino.
En ese momento, la llamada desapareció, pero Cadderly, sospechando que el asesino, que hasta ahora había sido tan tenaz, no renunciaría a este importante enlace con tanta facilidad, no se permitió bajar la guardia.
Vander siseó; Cadderly lo oyó claramente.
—¡Lucha! —gritó el joven clérigo, en voz alta y mentalmente. Iván y Pikel se acercaron a la puerta del granero con las armas prestas como Cadderly les había ordenado. Si el asesino encontraba el camino hacia la identidad de Vander, los enanos caerían sobre él antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría.
Pero Cadderly no tenía intención de dejar que Espectro entrara, no mientras el embustero tuviera su cuerpo a salvo, como ruta de escape abierta, lejos, en Carradoon. El joven clérigo conjuró una imagen del buzak dando vueltas, la compartió con Vander, y juntos estudiaron su danza hipnótica, y recordaron los cantos defensivos específicos que Cadderly le había enseñado al gigante.
Otras sensaciones más malvadas los asaltaron, atestaron su espacio con la ira de otra voluntad. Cadderly rezó por que Espectro no descubriera la unión, no se diera cuenta de que Vander tenía a un aliado junto a él.
Cadderly observó y cantó, y el firbolg, aunque su rabia creció peligrosamente, se las arregló para mantener a Cadderly en su mente.
Juntos, alejaron al asesino.
—¿Me desafías? —preguntó Espectro en la oscura callejuela. Por encima de todo, el asesino, vulnerable sin Vander, supo que ese tipo de desafío no podía ser tolerado. Vander era su salida, su huida desesperada de cualquier situación. No podía permitir que el firbolg, de algún modo, en algún lugar, encontrara la fuerza para rechazar sus intrusiones a distancia.
¿De algún modo? ¿En algún lugar?
El pequeño asesino soltó un profundo suspiro. ¿Qué estaba pasando en la granja?, se preguntó. Temió que Cadderly estuviera implicado, pero ¿cómo podía haber sucedido? Con seguridad, Vander, si se hubiera producido un ataque, ¿habría llamado a Espectro? ¿Cadderly y sus amigos podrían haber tomado la granja con tanta rapidez que el firbolg no hubiera tenido la oportunidad?
Espectro descartó la idea. Vander seguía vivo; había reconocido el receptáculo al otro extremo de su llamada telepática. Se dijo a sí mismo que se estaba volviendo paranoico, un estado mental peligroso para un asesino que vivía en el límite entre el arte y el desastre. Después de todo, Vander lo había rechazado antes, desde una distancia, en la que el poder de Ghearufu no era el mismo.
En unas pocas horas, Espectro podría llamar al firbolg de nuevo y volver a entrar. Vander no sería capaz de mantener sus defensas mentales durante mucho tiempo. Una sonrisa malvada se extendió por la cara del perverso asesino cuando pensó en las ilimitadas posibilidades de castigo.
La sonrisa no le duró mucho. Su mente estaba nublada por las dudas. Las cosas eran demasiado raras esta vez, y allí había demasiado en juego para aceptar de buena gana que Vander había encontrado un instante de fuerza para mantenerlo a raya. El asesino no había localizado a Cadderly y a sus amigos en muchas horas.
—A la granja —decidió el asesino en voz baja. Iría a la granja, castigaría a Vander, y reagruparía sus fuerzas.
Se deslizó fuera de la callejuela y se acercó a un hombre armado montado cómodamente sobre un caballo excelente.
—Perdóneme, amable caballero —dijo Espectro al guardia de la ciudad. El asesino llevaba sus guantes desparejados.
No había que arriesgarse.
Sobre el tejado de la casa de la granja, llevando la máscara negra y plateada y las poco llamativas ropas de un Máscara de la Noche, con la capucha de una capa negra calada, Danica observó a los jinetes, dos hombres en un caballo, acercándose por la carretera. La luchadora levantó la ballesta cuando los dos entraron en el corral. Reconoció al hombre de detrás como el mismo asesino que habían encontrado en la Bragueta del Dragón. Los primeros instintos de Danica, su rabia inicial, la impulsaron a disparar al hombre del caballo, pero Cadderly la había advertido contra ese tipo de actos, la había advertido de que el hombre podía no ser lo que parecía.
Otro factor urgió a Danica a retrasar el disparo: el hombre que controlaba el caballo llevaba el uniforme de la guardia de Carradoon.
—Es un amigo —dijo el asesino en la parte de atrás del caballo, al ver a Danica sobre el tejado.
Danica sonrió bajo la capucha, contenta de que su disfraz aparentemente hubiera engañado a los dos.
—Amigo —dijo el guardia. Llevó el caballo al corral, dijo algo que Danica no pudo oír al otro hombre, y desmontó, dirigiéndose directamente hacia el granero.
Danica estaba confundida y preocupada. Cadderly esperaba que el asesino enclenque llegara y se enfrentara a Vander, sin traer un guardia de la ciudad. Aún mantenía la ballesta agarrada, aún quería meter un virote en la cara andrógina del hombrecito.
Para mayor sorpresa, el guardia no se dirigió al granero; sino que, se acercó al canalón de una esquina y empezó a escalarlo. Estaba a mitad de la alta estructura cuando el hombre del caballo tomó nota de ello, y Danica pensó que su aspecto, los ojos abiertos y pálido, era curioso.
—¿Qué infiernos está pasando? —susurró la mujer en voz queda. Miró por el patio para ver si Iván y Pikel se habían escurrido fuera del granero, para tratar de descubrir si alguien del interior tenía alguna idea de lo que sucedía en el patio.
El guardia llegó al borde del tejado. La joven levantó la mirada para verlo y se ajustó la capucha, temiendo que el hombre hubiera subido sólo para tener una mejor vista de la posición de Danica.
Le prestó poca atención a ella. Llevaba guantes desparejos y se mantenía en el borde mirando a su compañero que, en ese momento, había bajado del caballo.
—Has dejado de ser útil —explicó el guardia. Soltó una carcajada salvaje, dio una palmada, y saltó de cabeza del tejado.
Sus carcajadas se convirtieron en un alarido, luego en un gruñido al golpear el suelo, y después silencio.
Danica respiró con fuerza, sin llegar a entender lo que acababa de ocurrir. Bajó la mirada hacia el hombre que estaba junto al guardia muerto, vio que era él el que ahora llevaba los extraños guantes. Él la miró, se encogió de hombros, y salió disparado hacia la puerta del granero. En el momento en que llegó allí, los guantes habían desaparecido.
—Te resististe a mi llamada —le dijo Espectro a Vander—. Hemos discutido este tema anteriormente.
—Ese asesinato… es feo —tartamudeó Vander como respuesta, evidentemente nervioso al encararse con el hombre que había sido su torturador durante tanto tiempo. El firbolg se mordió los gruesos labios bajo su espesa barba, deseando que sus nuevos aliados se abalanzaran y acabaran con esta insultante pesadilla.
—¡No estoy hablando del joven Cadderly! —replicó Espectro—. Trataré con él a su tiempo. He venido aquí para hablar sólo contigo, ¡el que se atrevió a resistirse a mi llamada!
—No lo hice…
—¡Silencio! —ordenó Espectro—. Sabes que resistirse es ser castigado. No puedo acabar mi tarea con un socio poco dispuesto aquí fuera, a salvo lejos del pueblo.
Contenedor poco dispuesto, corrigió Vander, pero se guardó el comentario para sí mismo.
Espectro dio unos pocos pasos por el suelo del granero, mirando con atención por una grieta en los tablones laterales.
—¿Recuerdas a tu hermano? —dijo en tono bromista, refiriéndose al firbolg que había matado cuando Vander había huido de él, recorriendo todo el camino de vuelta a las lejanas Montañas de la Columna del Mundo.
El cruel asesino se dio media vuelta, sonriendo aún más abiertamente cuando descubrió las manos grandes de Vander cerradas con fuerza a los lados del gigante.
Iván atisbó por una grieta en la pared del pesebre y luego dirigió la mirada, preocupado, hacia Cadderly y Pikel.
El joven clérigo, absorto en su conexión telepática con el firbolg, no reparó en el enano en modo alguno. Sintió la creciente ira de Vander, una emoción que debilitaba su unión. Las cosas ocurrían aproximadamente como Cadderly había esperado, pero ya no estaba seguro de cómo debía actuar. Incluso a kilómetros de Carradoon, la intrusión de Espectro había sido difícil de repeler. ¿Cómo se las arreglarían ahora Vander y él, con el furtivo asesino justo a un metro escaso frente al firbolg?
Tranquilo, aleccionó al firbolg, debes permanecer tranquilo.
—Castigo —ronroneó Espectro, llevándose un dedo a los labios fruncidos. Señaló algo con la otra mano, algo circular y dorado, aunque Vander no pudo discernir con exactitud qué podía ser.
»Nunca te dije esto antes —continuó el asesino suavemente—, pero le hice más cosas a tu hijo, pobre chico, que sólo cortarle el brazo.
Los ojos de Vander se abrieron aún más. Sus manos enormes se crisparon, temblaron, y su rugido sacudió los muros del granero de madera.
—¿Momento de actuar? —Iván se atrevió a preguntar en voz alta cubierto por ese prolongado gruñido.
La mente de Cadderly estaba bloqueada por una pared roja, la manifestación de la ira incontrolable de Vander. El joven clérigo supo que estaba desconectado del firbolg, y supo también, que en el momento en que se las arregló para contactar con su aliado una vez más, el desastre bien podría estar completado. Desplegó las piernas bajo él y aceptó el brazo de Pikel para ponerse en pie. Ni su buzak ni su bastón le daban muchas esperanzas de poder vencer al gigante, por lo que crispó la mano en un puño, la mano con el anillo encantado, y trató de coger la varita que tenía en la capa.
—¡No! —clamó, dirigiendo a los enanos hacia la zona principal del granero. Aunque Cadderly se calmó de inmediato, como hicieron Iván y Pikel a su lado cuando observaron la escena, una escena que Vander tenía bajo control.
El firbolg, jadeando y gruñendo, aguantaba al diminuto asesino por el pescuezo, sacudiéndolo con fuerza, aunque obviamente el hombre ya estaba muerto.
—Vander —dijo Cadderly en voz baja para aplacar la ira del gigante.
El firbolg no le prestó atención. Con otro rugido de rabia, plegó al asesino por la mitad, por la espalda, y lo arrojó contra la pared.
—¡Volverá! —gimió el gigante—. ¡Siempre vuelve a por mí! ¡No hay salida!
—Como un maldito troll —remarcó Iván desde un lado del firbolg, su voz reflejó simpatía por el acosado gigante.
—¿Troll? —susurró Cadderly, la palabra le inspiró una idea.
El joven clérigo mantuvo el puño extendido frente a él, pronunció la palabra ¡Fete!, soltó un haz de llamas hacia el cuerpo.
Mantuvo firme su concentración, decidido a quemar cualquier poder regenerativo que pudiera tener el desgraciado, decidido a que Vander al fin fuera libre. Miró de soslayo al firbolg, tomó nota de la expresión satisfecha de Vander, y luego notó que, curiosamente, Vander llevaba un anillo dorado.
Desde luego curioso, pensó Cadderly cuando se volvió hacia el cuerpo achicharrado, ya que estaba pensando en buscar semejante objeto en el cuerpo requemado de Espectro.
Cadderly rebuscó en su memoria en un instante; Vander no llevaba anillos.
Aurora
—¡Iván! —gritó Cadderly deteniendo las llamas y girando sobre sus talones. El gigante también se movió, blandiendo su enorme espada, con Iván confiado a su lado.
Cadderly intentó lo más rápido.
—¡Mas ilu! —gritó mientras apuntaba la varita. Un despliegue de colores estalló en la cara del firbolg. Cegado, el gigante continuó su golpe, intentando apuntar hacia donde Iván había estado.
El enano, alertado y luego cegado por la explosión, cayó de espaldas. Oyó la tremenda ráfaga de aire cuando pasó la espada, arrancándole el casco y rozándolo lo suficiente para hacerle dar una voltereta.
—¡Sé que he tenido mi oportunidad! —gruñó el testarudo enano cuando al final se enderezó. Nunca temeroso de un combate, Iván recogió el hacha y cargó.
Danica se escurrió en el granero, discernió de inmediato lo que estaba pasando, y lanzó un virote al estómago del firbolg.
El gigante aulló de dolor pero eso no le impidió detener la poderosa carga de Pikel, desviando al enano hacia un lado, donde desequilibrado colisionó contra un travesaño.
El gigante amagó una estocada con la espada, y en cambio dio una patada, barriendo de nuevo a Iván hacia un lado.
Otro proyectil lo alcanzó, esta vez en el hombro, pero apenas pareció notarlo.
Danica había vuelto a la puerta, Iván y Pikel a los lados, dejando a Cadderly como el blanco más cercano. El primer instinto del joven clérigo le llevó a usar el anillo, apartar a la criatura con un haz de llamas hasta que sus amigos pudieran reagruparse.
Sin embargo se dio cuenta de las graves consecuencias que tendría para Vander, ya que el pobre y orgulloso firbolg estaba atrapado en el cuerpo débil y arrojado a un lado como un montón de basura. El anillo mágico no tenía el poder de restaurar la carne quemada, y si ese cuerpo acababa quemado como el cuerpo del asesino al otro lado de la habitación, el firbolg nunca lo recuperaría.
El gigante se tambaleó, alcanzado en la parte de atrás de la rodilla por la carga de Pikel. Con un gruñido, la bestia extendió un brazo y agarró al enano de barba verde, levantándolo en el aire.
Pikel miró a los ojos inyectados en sangre del gigante, y rápidamente metió su pie bajo la llamativa nariz del firbolg y meneó los pies nudosos y malolientes.
Medio estornudando, medio tosiendo, el asqueado gigante lanzó a Pikel hacia la pared más alejada y se limpió la cara con el brazo. Cuando volvió a mirar a Cadderly, descubrió que estaba mirando el extremo de la delgada varita. Pensando en un futuro ataque, Espectro cerró los ojos.
—Illu —dijo Cadderly tranquilamente, y el granero se iluminó por completo con la luz de un sol de mediodía a campo abierto. Sin embargo, la puntería de Cadderly había sido perfecta, y pronto el brillo de la magia de la varita se restringió a la cara del firbolg, y en particular a los ojos del gigante.
¿Blancura? Cuando Espectro abrió los ojos, solo vio blanco, brillante y cegador. ¡El maldito mundo se había vuelto blanco! O quizá, se preguntó Espectro, más curioso que asustado, había sido transportado a algún otro lugar.
Otro punzante virote se hundió en su abdomen, apartando esa idea.
Su rugido sacudió una vez más los muros, y el gigante, cegado por la luz, cargó hacia adelante, hacia el ballestero que no veía, moviendo su espada a lo loco. Se golpeó ruidosamente contra el borde de la puerta del granero, la desencajó de su sitio, y continuó hacia fuera.
Danica se alejó dando unos saltos rápidos, redefiniendo su papel en este combate. Otro virote se hundió en el gigante atrayéndolo hacia adelante.
Espectro sintió que un garrote lo golpeaba de nuevo en la parte de atrás de la rodilla y esta vez se escurrió entre sus grandes piernas y le hizo trastabillar cuando trató de volverse y reaccionar. El gigante se cayó, haciendo pedazos un abrevadero de agua con la cara y los brazos.
Algo pesado y afilado, un hacha, quizá, se hundió en su tobillo; un proyectil de ballesta se clavó en su hombro y chasqueó contra su enorme clavícula.
De algún modo el terco desgraciado se las arregló para ponerse en pie y tambalearse hacia adelante. Su tobillo herido encajó un golpe del pesado garrote.
Se dio media vuelta con la espada por delante, pero el enano ya estaba fuera de su alcance y la poderosa arma golpeó con fuerza contra un arbolito, arrancándolo de raíz. Gruñendo de rabia, Espectro oyó ruido de pies mientras el enemigo continuaba flanqueándolo, rodeándolo.
Trató de llamar a Ghearufu, aun cuando su propio cuerpo era inaccesible, y sabía que, incluso si se las arreglaba para mantener suficiente concentración para invocar a la cosa, Cadderly de algún modo seguiría los movimientos de su espíritu. De todas formas no podría hacerlo; los golpes venían demasiado rápido, desde todas direcciones.
Se movió de un lado a otro, moviendo su espada en un corte bajo. La furia se convirtió en su única defensa, y confiaba en ser lo suficientemente rápido para mantener a sus enemigos en un aprieto. Sólo el cansancio lo ralentizaría, pero esperaba poder continuar su ciega defensa hasta que la blancura infernal abandonara sus ojos.
Otro proyectil salió silbando, y esta vez alcanzó al gigante en el pulmón. Espectro oyó el resuello de su respiración escapando a chorros a través del agujero sangrante.
Volvió a soltar un tajo, y otro, frenético y mareado. Se desequilibró, rugiendo y resoplando. Trató de dar un paso adelante, pero su tobillo gravemente herido ya no lo soportó más y trastabilló hacia adelante, inclinándose hacia el suelo.
Justo en línea para Iván, que estaba esperando.
El hacha se hundió en la columna del firbolg. Espectro sintió el destello de dolor, y luego no sintió nada más por debajo de su cintura. Su impulso lo llevó a dar un paso más, un torpe andar con unas piernas rígidas que no lo sostenían. Se desplomó y se volvió, golpeando con fuerza contra la base del enorme olmo que había al lado de la casa.
Sólo había blancura, dolor, entumecimiento.
Espectro oyó a los tres amigos moverse cerca de él pero no tenía fuerza para levantar su espada a la defensiva. Por encima de todo, oyó el maldito resuello en su costado.
—Lo tenemos —comentó Iván cuando Cadderly corrió para unirse a sus amigos—. ¿Quieres que lo atemos antes de que hables con él?
El joven clérigo, con la cara tensa, no contestó, entendiendo que la pérdida del cuerpo físico no acababa con la amenaza del mal de Espectro. Caminó hasta situarse al lado del gigante indefenso, se puso el buzak en la mano, y lo lanzó con toda su fuerza directo a la sien del firbolg.
El maltratado monstruo dio una fuerte y extraña sacudida y se deslizó hasta el suelo junto al árbol.
Danica, que aguantaba la ballesta baja, se quedó con la boca abierta ante la inusual falta de piedad de su amado.
—Sácale los virotes —le mandó Cadderly—, ¡pero no le saquéis el anillo!
La última imagen que vio el joven clérigo fue a sus amigos intercambiando miradas de confusión, pero no tenía tiempo para explicaciones.
Los espíritus le esperaban.
Cadderly siguió el fluir de la canción de Deneir hasta el mundo de los espíritus sin vacilar. El mundo material se nubló; sus amigos aparecieron como masas informes y borrosas de color gris. Como esperaba, el joven clérigo vio al espíritu de Espectro sentado cerca del cuerpo caído del gigante, de hecho en una de las ramas bajas del olmo, la cabeza del espíritu descansaba en la translúcida palma de su mano, esperando pacientemente a que el anillo mágico abriera el receptáculo para que pudiera volver.
Entonces Cadderly supo que tenía dos posibilidades: regresar y sacarle el anillo al gigante, o ir y encontrar al legítimo propietario del cuerpo que pronto sería restablecido. Se dirigió hacia el granero dejando su cuerpo físico impasible junto a sus amigos.
El espíritu de Vander estaba agazapado dentro del granero, indeciso y muy asustado.
¿Tú también?, le dijeron sus pensamientos a Cadderly.
No estoy muerto, explicó Cadderly, y le hizo señas al firbolg para que lo siguiera, mostrándole a su amigo perdido lo que debía hacer.
Juntos, cayeron sobre Espectro con aún más vigor. No podían hacer daño real al espíritu del asesino, pero lo empujaron alejándolo con la mente, combinaron sus voluntades para crear un viento espiritual que incrementó la distancia entre el espíritu malvado y el cuerpo que se recuperaba.
No me detendrás les dijo el espíritu miserable, sus pensamientos ardieron en sus mentes.
Cadderly miró a su espalda y vio la forma del anillo brillando junto al enorme cuerpo del firbolg.
Ve, le pidió a Vander.
El espíritu del gigante se precipitó hacia allí y el espíritu de Espectro lo siguió rápidamente.
No, ordenó Cadderly con la mano levantada, y Espectro casi se paró hasta detenerse mientras cruzaba por la barrera mental del joven clérigo. Los brazos del espíritu de Cadderly lo rodearon, retrasándolo aún más, y el joven clérigo, su cuerpo y su espíritu, sonrieron cuando el espíritu de Vander se estrechó como una flecha y se escurrió a través del brillante anillo, entrando en el cuerpo en espera del gigante.
Estás perdido, le dijo Cadderly al asesino, soltando su presa mental.
Espectro no vaciló; se abalanzó hacia el único receptáculo sin alma que esperaba.
—¡Afeitadme si éste no vuelve a estar vivo! —dijo Iván con un gruñido, levantando peligrosamente el hacha por encima de la cabeza del firbolg—. Si mueve uno de sus brazos haré que le duela la cabeza…
Danica puso una mano sobre un brazo del enano para tranquilizarlo, explicándole que el firbolg, vivo o no, no estaba en posición de amenazar a nadie. La certeza hizo que Pikel saltara junto a la cabeza del gigante, el enano curioso se inclinó para observar el despertar.
Un extraño maullido de Cadderly les hizo darse la vuelta. El cuerpo del joven clérigo tembló, un ojo se movió compulsivamente y su boca se torció como si tratara de decir algo pero no pudiera controlar sus acciones.
Espectro había llegado primero, se había escurrido en el cuerpo de Cadderly primero. El joven clérigo se abalanzó justo detrás, sintió el dolor abrasador de rematerializarse, y sintió también, que no estaba solo.
¡Vete!, consiguió decir finalmente en voz alta y telepáticamente. Espectro respondió empujando el espíritu de Cadderly. El joven clérigo sintió que la quemazón volvía a empezar y supo que esto significaba que se deslizaba fuera de su cuerpo.
Pero ser apartado en ese momento significaba perderse para siempre. Cadderly invocó sus recuerdos de lucha mental, de su experiencia con el imp, Druzil, en el bosque, y llamó también a la canción de Deneir, pensando encontrar en sus recuerdos alguna clave que le diera un margen.
Pero Espectro también tenía experiencias a las que llamar; tres vidas cambiando almas con víctimas reacias.
Se convirtió en una lucha de voluntades, de fuerza mental.
Espectro no tenía ni una oportunidad.
¡Fuera!, gritó Cadderly. Vio a sus amigos claramente durante un momento, y entonces se deslizó de vuelta al mundo espiritual. Vio la forma atontada de Espectro, alejándose impotente.
No has ganado, le llegó la promesa desafiante del asesino.
Ahora tus conexiones han desaparecido, alegó Cadderly. No tienes un anillo mágico en un cuerpo para darte un asidero en el mundo material.
Tengo a Ghearufu, replicó el siniestro espíritu. ¡No conoces su poder! Habrá otras víctimas cerca, clérigo insensato, débiles a los que doblegaré. ¡Y entonces vendré a por ti! ¡Que sepas que volveré a por ti!
La amenaza pesó en Cadderly, pero no pensó que las promesas de Espectro fueran verosímiles. Un agujero negro apareció en el suelo acompañado de un retumbo, confirmando las sospechas de Cadderly.
Ahora tus conexiones con el mundo material han desaparecido, reiteró Cadderly al ver la confusión del espíritu del otro.
¿Qué es eso?, le gritó Espectro a Cadderly, mostrando claramente su pánico.
Una mano negra salió disparada del suelo, agarró el tobillo del espíritu maligno y lo aguantó con fuerza. Frenético, Espectro forcejeó para liberarse, el esfuerzo lo hizo tropezar y quedarse sentado.
Unas manos negras agarraron sus muñecas y unas sombras ululantes se levantaron a su alrededor.
Cadderly abrió los ojos viendo a sus amigos preocupados, Danica e Iván aguantándolo de los brazos, y Pikel estudiando su cara. Se sintió inseguro, completamente vacío, y estaba contento por la ayuda.
—¿Eh? —dijo con curiosidad el enano de barba verde.
—Estoy bien —les aseguró Cadderly, aunque su voz temblorosa debilitó considerablemente su afirmación. Miró a Danica y ella sonrió, sabiendo más allá de toda duda que desde luego era Cadderly quien estaba ante ella.
—El gigante está vivo otra vez —dijo Iván maravillado.
—Es Vander de verdad —le aseguró Cadderly—. Volvió a través del poder del anillo. —Respiró profundamente para que lo que lo rodeaba dejara de dar vueltas. Su cabeza palpitaba más dolorosamente de lo que recordaba
—Al granero —pidió, y soltándose de Danica e Iván dio un paso adelante.
Se desplomó de costado al suelo, rendido.
Le costó muchos minutos orientarse cuando de nuevo recuperó la conciencia. Estaba en el granero; el hedor de la carne quemada se lo confirmó, más que las imágenes borrosas que bailaban ante sus ojos medio abiertos.
Cadderly parpadeó y se restregó los ojos. Sus tres amigos estaban con él; se dio cuenta de que no había estado inconsciente durante mucho rato.
—Aparecieron —le explicó Danica dirigiendo la mirada del joven hacia los objetos; un espejo con el borde dorado y un par de guantes desparejos adornaban el cuerpo destrozado en el muro.
—Ghearufu —dijo Cadderly, recordando el nombre que Espectro le había dado a la cosa. Observó detenidamente el objeto y percibió un mal ansioso y latente. Miró a sus amigos, preocupado—. ¿Alguien lo ha manoseado?
—Hasta ahora no —respondió Danica sacudiendo la cabeza—. Hemos decidido que lo mejor es llevarlo a la Biblioteca Edificante para estudios posteriores.
Cadderly pensaba de otra manera pero asintió, decidiendo que lo mejor era no discutir.
—¿Se ha despertado el firbolg? —preguntó.
—Éste estará inconsciente durante unos días —contestó Iván.
De nuevo, Cadderly pensaba diferente. Conocía los poderes regenerativos del anillo mágico y no se sorprendió cuando, un momento más tarde, Vander, oyendo la discusión, entró en el granero.
—Afeitadme —susurró Iván en voz baja.
—Oo oi —acordó Pikel.
—Bienvenido —saludó Cadderly al gigante—. Te has librado de Espectro, ya lo sabes, y eres libre de irte. Te acompañaremos como mínimo hasta las Copo de Nieve…
—No deberías hacer semejante oferta tan alegremente —interrumpió la voz resonante del firbolg, y Cadderly se preguntó si había juzgado mal al gigante, si quizá Vander, después de todo, no era tan inocente. Los otros, en apariencia, pensaban lo mismo, ya que Iván y Pikel pusieron las manos sobre sus armas, preparados para otro combate.
Vander les sonrió a todos y no hizo ningún movimiento hacia la enorme espada ceñida a su cintura.
—Sé donde está el Castillo de la Tríada, vuestro verdadero enemigo —explicó el firbolg—, y yo pago mis deudas.