Una oferta que no pudo rechazar
¿Dónde está el grandullón? —preguntó Iván cuando Danica, Pikel y él encontraron a Cadderly en el patio, apoyado en un árbol joven.
—Está ocupado —explicó el joven con ironía señalando el granero y mostrando una sonrisa de satisfacción—. No está herido, pero tampoco está de humor para revolverse.
—Entonces tu suposición era correcta —dijo Danica después de asentir; su voz sin lugar a dudas revelaba su disgusto—. La banda era dirigida por un gigante.
Cadderly recordó las imágenes que había visto en los hombros del enclenque asesino en la Bragueta del Dragón. El cambio de aura le había revelado muchas cosas al atento joven; le había dicho la identidad y, aún más importante, la conducta del líder gigantesco de la banda de asesinos.
—Gigante muerto —dijo Iván con una sonrisa disimulada.
—No —le respondió Cadderly.
—¿Pronto? —preguntó Iván.
—No lo creo —respondió Cadderly. El joven clérigo miró alrededor del granero, hacia el gallinero, hacia la ventana junto al árbol, y hacia el cuerpo que descansaba en el suelo cerca del camino—. No quería a esos hombres muertos —comentó con aspereza.
—Mejor dejar que ése escapara —susurró el enano con evidente sarcasmo mientras miraba a Danica.
Cadderly oyó el comentario y posó una mirada ceñuda en el enano de barba amarilla.
—Era un combate, tú… —empezó a protestar Iván, pero levantó las manos disgustado, resopló un—: ¡Bah! —y se fue dando pisotones. A unos pasos más allá, un poco más lejos de la esquina más cercana de la casa, vio al único Máscara de la Noche que vivía, encajado con fuerza en la ventana de la cocina y que ya no forcejeaba contra el peso opresivo.
—Aquí voy, muchacho —rugió el enano—. Mío hermano mantuvo algo de clemencia por tus deseos temerarios. —Los otros tres se acercaron para unirse a Iván, para ver lo que el enano había descubierto.
—¿Qué hacemos con él? —le preguntó Iván a Cadderly cuando el joven clérigo vio al hombre atascado—. ¿Tienes algunas preguntas que necesitas que te responda éste? ¿O lo vas a entregar a la guardia de la ciudad, tonto compasivo?
Cadderly observó al enano con curiosidad, sin comprender el enfado de Iván.
—¿Estás tan ansioso por matar? —Su pregunta sonó claramente como una acusación.
—¿Qué crees que va a hacer la guardia de la ciudad con él? —replicó Iván—. ¿Has olvidado a tu amigo gordo, tumbado sobre la mesa con el corazón arrancado? ¿Y qué hay de los que vivían en este lugar? ¿Crees que el granjero y su familia volverán pronto?
Cadderly desvió la mirada, herido por esas palabras sinceras. Prefería la misericordia, odiaba matar, pero no podía negar los comentarios de Iván.
—Nos traes aquí fuera y nos pides que luchemos con la mitad de nuestros corazones —bramó Iván, con salivazos brillando en la parte de debajo de su bigote—. Si estás pensando que soy de los que arriesgan su vida para darle unos días más de vida a esta escoria, ¡entonces te equivocas!
La confusión dictó el siguiente movimiento de Cadderly. Trajo la canción de los rincones de su mente, oyó el fluir de la magia de Deneir, y encontró un punto donde se podía unir con ese dulce río. Había entrado en el mundo espiritual varias veces: en el Bosque de Shilmista, para despedir al gallardo caballo de Elbereth; en la Bragueta del Dragón, para encontrar el espíritu errante de Brennan y aprender la verdad de la felicidad divina de Avery; ahora descubrió que el viaje era corto y no muy difícil.
Tan pronto llegó, tan pronto el mundo material se desvaneció en una confusa neblina, oyó los gritos desesperados de las almas perdidas.
Dejando su cuerpo material junto a sus inadvertidos amigos, Cadderly envió a su espíritu hacia el cuerpo que descansaba en el camino, el hombre que Danica había derribado del caballo. Sin embargo el joven clérigo acabó su viaje de pronto, aterrorizado por las imágenes. Cosas sombrías y amontonadas, formas parecidas a aquellos estanques de oscuridad que había visto en los hombros de seres malvados, rodearon el espíritu del asesino condenado. El muerto descubrió a Cadderly y lo miró desesperado.
Ayúdame, dijo su muda súplica.
Cadderly no supo qué hacer. Las cosas sombrías, gruñendo, estrecharon el círculo, extendieron unas garras oscuras hacia su víctima.
¡Ayúdame!
Cadderly quiso dirigir su espíritu hacia el hombre, pero algo, sus miedos quizás, o el saber que estaba donde no podía interferir, mantuvieron con firmeza el espíritu del joven clérigo en su sitio.
Las sombras agarraron al asesino condenado. Se retorció y tiró frenético, pero la presa oscura no se aflojó, no lo soltó.
¡Ayúdame! El grito le partió el corazón a Cadderly, le horrorizó y le llenó de pena a la vez.
Las sombras se fundieron en el suelo, llevándose al espíritu del hombre con ellas. Sólo quedaron visibles sus piernas, pataleando inútilmente.
Después también éstas desaparecieron, descendiendo hacia los planos inferiores.
Cadderly se encontró de vuelta a su forma corpórea, con los ojos abiertos de par en par y el sudor perlando su frente.
—¿En qué piensas? —requirió Iván.
—Quizás estuviera equivocado —admitió Cadderly, mirando a Danica mientras decía estas palabras, buscando su buen juicio en su mirada comprensiva.
Danica lo agarró por el brazo y puso la cabeza sobre el hombro de Cadderly. Comprendió la prueba por la que Cadderly acababa de pasar, darse cuenta una vez más de que la guerra precipitaba las acciones crueles, que su supervivencia contra los enemigos despiadados exigía una decisión igualmente cruel.
—Pero éste vuelve al pueblo —continuó Cadderly con voz firme, mientras señalaba al hombre atrapado en la ventana—. La guardia de la ciudad decidirá su destino. Ahora no nos puede hacer daño, y no tenemos motivo para matarlo.
Iván, letal en el combate pero a buen seguro no un asesino sin escrúpulos, aceptó de buena gana. Él y Pikel se dirigieron hacia el hombre.
—Ahora no —les dijo Cadderly a ellos, haciéndoles dar media vuelta—. ¿Lo retendrá la ventana?
Los enanos se volvieron para estudiar la estructura.
—Por unos siglos de años —decidió Iván.
—Jee jee… jee. —Pikel rió entre dientes y palmeó su fiel garrote, los cumplidos a su poderoso garrotazo llevaron el rubor a sus mejillas de niño cubiertas de vello.
—Entonces dejemos que lo aguanten —les dijo Cadderly—. Tenemos otros asuntos. —El joven clérigo se dio media vuelta e hizo un gesto hacia la puerta del granero, al darse cuenta de que su conjuro de cuchillas giratorias no duraría demasiado. Si no iban pronto hasta el gigante tendrían otro combate más.
A orden de Cadderly, Iván y Pikel cogieron cada una de las puertas del granero y las abrieron de par en par. Los enanos permanecieron detrás de las puertas, escondidos, ya que Cadderly sabía que muchos gigantes no eran particularmente afectuosos con la gente barbuda y que la visión de uno de los hermanos podría llevar a éste a un ataque de furia que sólo sería aplacado con su muerte.
Sin embargo Vander no estaba en pie para luchar. Vander no estaba en pie en absoluto. El firbolg levantó la cabeza ante el sonido de las puertas abriéndose y miró a lo largo de su cuerpo estirado para ver a Cadderly y a Danica observándole.
Cadderly estudió al gigante fijamente, estudió las formas en los hombros de Vander. Vio de nuevo las grandes montañas, el gran barco en la bahía llena de témpanos, y supo que era el mismo ser, el mismo espíritu al menos, con el que el asesino había cambiado el cuerpo cuando Cadderly y los otros arrinconaron al hombre malvado.
—Te liberaré —prometió el joven clérigo—, bajo tu palabra de que no nos atacarás ni a mí ni a mis compañeros.
»Por lo que yo sé, no tenemos ningún problema contigo, poderoso gigante —prosiguió Cadderly—, y no queremos ninguno. Puede ser que te ayudemos en tu lucha.
El gruñido se detuvo, reemplazado por una honesta expresión de perplejidad.
—¿Ayudarlo? —berreó Iván desde detrás de la puerta que lo escondía—. ¡No dijiste nada acerca de ayudar a un gigante estúpido! —Antes de que Cadderly pudiera reaccionar, el enano se precipitó a través de la puerta del granero, hacha en mano, Pikel se abalanzó por el otro lado para unirse a él.
—¡Iván! —empezó a decir Cadderly, pero el sincero «Oo oi» de Pikel y la mirada de sorpresa de Iván hicieron enmudecer al joven clérigo.
—Deja que se levante —le espetó Iván a Cadderly dándole un empujón—. ¡No hay motivo para mantener a uno de su raza en el suelo!
—Bien hallados, buenos enanos —dijo el gigante inesperadamente.
Danica y Cadderly intercambiaron miradas de sorpresa y se encogieron de hombros, Danica se apartó un mechón de un soplido y pestañeó.
—¡Te digo que le dejes que se levante! —exigió Iván, empujando a Cadderly una vez más—. ¿No puedes ver las llamas en su barba?
Cadderly pronunció las palabras en silencio mientras observaba al gigante estirado, preguntándose que tenía que ver el color rojo de la barba de éste con la aparente aceptación del monstruo por parte de Iván. Cadderly había visto a Iván y Pikel ir detrás de gigantes con un salvaje entusiasmo en el Bosque de Shilmista. ¿Qué hacía a éste tan diferente?
—No es un gigante —explicó Iván.
—A mí me parece bastante grande —comentó la desconfiada Danica.
—Es un firbolg —respondió Iván impaciente—, un amigo de la tierra… y de los elfos. Le perdonaremos eso, ya que los firbolgs y los enanos también se llevan bien.
Iván parecía estar terminando una larga disertación en el tema de los firbolgs, y habría continuado, pero Cadderly le hizo señas de que callara, no necesitando más explicaciones. Las imágenes, el aura de este extraño gigante, ahora tenían sentido para Cadderly, y entendió también, más allá de cualquier duda, por qué uno de estos seres honorables estaba ligado a un miserable malvado.
El gigante era un prisionero.
Un gesto de la mano de Cadderly hizo desaparecer las cuchillas mágicas. Vander gruñó ante la indignidad de todo esto, recogió su enorme espada, y se puso en pie. Por un momento, les pareció a Cadderly y a Danica que el monstruo atacaría, pero Iván y Pikel, asintiendo y sonriendo, entraron en el granero y entablaron una conversación; en un lenguaje gruñón y aparatoso que sonaba como el rodar de los peñascos por la ladera de una montaña rocosa.
El gigante, que hablaba con los enanos, mantuvo la espada frente a él y pareció aún más nervioso cuando Cadderly y Danica se unieron a sus compañeros.
—No confía en nosotros —susurró Iván a Cadderly. Entonces, más alto, anunció—. Su nombre es Vander.
—Si te hubiéramos querido muerto, habría hecho bajar las hojas —razonó Cadderly.
Los gruesos labios hicieron una mueca, mostrando sus dientes blancos a través de los mechones rojos de la barba.
—¡No insultes a la cosa! —advirtió Iván severamente—. ¡No le digas a un firbolg que puedes vencerlo hasta que ya lo hayas hecho!
—¿Dónde están mis socios? —requirió Vander, su enorme espada levantada en el aire sólo a unos pasos de los compañeros. Cadderly entonces se dio cuenta de que el firbolg podía dar una zancada y partirlo en dos antes de que empezara una forma de defensa; y de todos modos, ¿qué defensa podría levantar contra una bestia tan monstruosa?
—Están todos muertos excepto uno —contestó Cadderly con tanta firmeza como pudo, determinado a no mostrar signos de debilidad, aunque desconfiaba de la manera en la que el gigante se tomaría las noticias.
Vander asintió, sin parecer demasiado contrariado.
Era un buen signo, notó Cadderly, una pieza del rompecabezas que encajaba exacta.
—Vine a buscarte —explicó el joven clérigo—, a hablar contigo de nuestro enemigo común.
Había puesto las cartas sobre la mesa. Sus tres amigos se lo quedaron mirando, aún sin estar al tanto sobre las revelaciones de Cadderly.
—Espectro —replicó Vander—. Su nombre es Espectro. —Danica y los enanos intercambiaron miradas y se encogieron de hombros.
—Juntos podemos vencerle —prometió Cadderly.
Vander rió con disimulo, desde luego un sonido curioso, viniendo del gigante.
—Sabes poco de él, Cadderly —respondió.
—Aún estoy vivo —arguyó Cadderly, sin sorprenderse de que el gigante se hubiera imaginado su identidad—. ¿Se puede decir lo mismo de la mayoría de los socios de Espectro?
—Sabes poco de él —repitió Vander.
—Entonces ilumíname.
Cadderly pidió a sus amigos que limpiaran el granero y puso una guardia en la casa. Los compañeros, y en particular Danica, no parecían ansiosos de dejar a su amigo junto a un peligroso gigante, pero Vander dijo algo a los enanos en ese lenguaje de las montañas, e Iván de inmediato agarró el brazo de Danica.
—Me ha dado su palabra —explicó Iván—. Un firbolg nunca rompe su palabra. —El gesto de Cadderly le dio más seguridad a su preocupada amada, y se marchó con los enanos, mirando hacia atrás por encima del hombro durante todo el camino.
—Debes ser cauteloso —dijo Vander tan pronto los otros se fueron.
Cadderly lo miró con curiosidad, preguntándose si el gigante acababa de amenazarlo.
—No romperé la palabra dada —le aseguró Vander—, pero Espectro puede coger mi cuerpo cuando lo necesite, y serás un blanco fácil si bajas la guardia.
—Entonces debemos actuar con rapidez —respondió Cadderly sin que la voz le temblara—. Sé que Espectro ocupó tu cuerpo y te abandonó a tu suerte cuando te arrinconamos en la posada. Y sé, también, que la posesión se puede bloquear.
Vander sacudió la cabeza lleno de dudas.
—Danica, la mujer que acabas de ver, lo bloqueó —respondió Cadderly—. Juntos tú y yo podemos hacer lo mismo. Tengo conjuros, y esto. —Levantó el amuleto que le había quitado a Rufo en el Bosque de Shilmista, el amuleto del imp del que Cadderly se había apropiado, que permitía al joven clérigo contactar fácilmente con la mente de otro—. El amuleto me permitirá unirme a ti en tu lucha.
Vander lo miró receloso, pero Cadderly pudo ver que al menos había intrigado al acorralado gigante.
Hablaron durante un rato más, entonces se dirigieron a la casa de la granja para coordinar la defensa con los otros. Encontraron a los enanos trabajando duro para liberar al Máscara de la Noche de la ventana rota.
Al final el hombre se escurrió hasta el suelo de la cocina, poniéndose en pie tembloroso. No habría ofrecido resistencia, estando tan claramente superado, pero divisó a Vander por el rabillo del ojo, junto a la puerta de entrada. Con una sacudida, el hombre se liberó del agarre poco entusiasta de Iván, le dio un puñetazo al sorprendido enano en el ojo, y se precipitó hacia la puerta.
—¡Amo! —gritó con esperanza.
—Éste va a ser un problema —murmuró Iván.
Se oyó un silbido cuando la espada de Vander cortó el aire y seccionó limpiamente en dos el torso del hombre.
—Nah —le dijo Pikel a Iván, los dos curtidos enanos se estremecieron ante la espeluznante escena.
Vander se encogió de hombros ante las miradas atónitas que se posaron en él de todas las direcciones.
—Si lo conocierais tan bien como yo —explicó el firbolg—, lo habríais matado mucho antes.
—No de esta manera —protestó Iván—, ¡no cuando mío hermano y yo tenemos que limpiar esta ruina!
Cadderly cerró los ojos y se alejó de la habitación, hacia la relativa limpieza del corral. Se preguntó si alguna vez se acostumbraría a semejante violencia como sus compañeros, fuertes y curtidos en mil batallas.
Esperó que no fuera así.
Vander llevó a los compañeros a las tumbas de la familia asesinada de la granja, explicando con desagrado que, al menos, obligó a los asesinos a enterrar como es debido a las víctimas.
Danica miró burlona a Cadderly, y el joven clérigo supo que se preguntaba si pretendía ir derecho en busca de los espíritus de los difuntos, para resucitar a la familia.
Cadderly sacudió la cabeza, más un gesto dirigido a sí mismo que a Danica. Sabía que semejantes acciones no eran tan simples, y no tenía tiempo de hacer un intento. Además, Cadderly, aún cansado hasta los huesos de su extenuante uso de la magia en los dos días anteriores, estaba decidido a conservar la poca fuerza que le quedaba.
Seguro de que volvería a ser puesto a prueba de nuevo. El joven clérigo decidió abrirse a la canción sólo cuando fuera absolutamente necesario.
Además, los horribles recuerdos de las formas sombrías tirando de las almas condenadas de los asesinos hacia el tormento eterno, estaban aún demasiado frescos en la mente de Cadderly para que quisiera volver al reino de los muertos.
Esa tarde, la granja estuvo en calma una vez más, sin mostrar signos de que hubiera ocurrido algún problema.
Al ver que el sol se pondría rápido, Cadderly condujo al firbolg de vuelta al granero. Si Espectro venía a por Vander, telepática o físicamente, podría suceder pronto.
Cadderly puso a girar el buzak, dejó que su centro cristalino captara la luz de la lámpara y la dispersara en una miríada de formas danzantes y resplandores. El dispuesto gigante cayó en la presa del cristal hipnotizante y dejó que Cadderly entrara en su mente. Vander puso una mano en el bolsillo y sujetó con fuerza el amuleto que Cadderly le había dado, como si el contacto cercano mejorara la unión de sus mentes.
Un rato más tarde, Cadderly se sentó en silencio, apartado de la vista, en uno de los pequeños pesebres del establo, disfrutando de las majestuosas imágenes que revoloteaban en su mente ante el relato mental del firbolg sobre su tierra escarpada y cubierta de hielo.