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Contraatacando

Bien, seré un goblin listo —susurró Iván, mirando con atención por encima de la parte trasera del tejado del edificio adyacente a la Bragueta del Dragón. La plaza del Mercado estaba animada, algo normal a esa hora del día, pero el enano había reconocido claramente una figura, un hombre ladeado y anguloso abriéndose paso entre la muchedumbre.

Danica, siguiendo el dedo del enano para divisar a Rufo, estuvo sobre la fachada lateral en un instante, escogiendo su camino de bajada hacia la callejuela y cayendo rápidamente de pie a poca distancia del hombre.

—Había pensado que éste estaría lejos de aquí en este momento —le comentó Iván a Cadderly, que se sentaba algo más lejos del borde con el Tomo de la Armonía Universal abierto ante él y los ojos cerrados. El joven clérigo sacudió la cabeza no del todo sorprendido.

—Rufo no se enfrentará solo a los caminos —explicó Cadderly, el mismo argumento que había usado cuando Fredegar les dijo a los amigos que Rufo pretendía volver a la biblioteca—. Es probable que haya encontrado refugio dentro de la ciudad, quizá en el templo de Ilmater.

Iván y Pikel encogieron los hombros, ninguno de los dos quiso discutir la lógica de Cadderly. Su joven amigo los había dirigido por los continuados misterios como si supiera todas las respuestas, o al menos donde encontrarlas. Pikel volvió a encoger los hombros y cruzó el tejado para mirar la calle Lakeview mientras Iván continuaba su exploración de la plaza del Mercado. Habían estado en el tejado durante más de un día, vigilando con toda la paciencia que se podía esperar de los enanos.

Danica volvió unos minutos más tarde, escalando con facilidad la pared trasera del edificio.

—Está con los clérigos de Ilmater —comunicó.

Cadderly asintió en silencio, sin abrir los ojos, sin romper el trance que le había costado horas alcanzar.

—Lo sabía —comentó Iván secamente. El enano empezó a sentirse como un peón en la partida de ajedrez de algún otro. Por lo bajo murmuró—: El maldito clérigo arrogante lo sabe todo.

—Aún no —respondió Cadderly, arrancando otra mirada de estupor de Iván. No había manera de que Cadderly, a seis metros, pudiera oír su comentario.

Vencido, Iván volvió a buscar al asesino huido, a Kierkan Rufo, o a cualquier otra cosa o ser que les pudiera dar una pista a los amigos.

No es que Cadderly necesitara ninguna.

Tan pronto recuperó el control de su cuerpo de gigante, Vander empezó a caminar por el granero con nerviosismo, estirando sus enormes brazos. Casi lo habían cogido y, honestamente, el firbolg no sabía cómo había movido ese cuerpo débil lo suficientemente rápido para salir de la habitación y de la posada.

Había pasado una miserable noche en las calles de Carradoon, temeroso de que Espectro nunca le devolviera su verdadera forma y mirando continuamente hacia atrás, esperando encontrar a Cadderly, la mujer, o los dos feroces enanos, abalanzándose sobre él.

Pero ahora había vuelto a la granja y a su familiar cuerpo. Se asomó por la puerta para observar la casa tranquila y el corral vacío, no estaba seguro de si los cuatro asesinos que quedaban aún estaban por allí.

¡Quedaban cuatro asesinos! Al menos once de estos estaban muertos, y otros cinco desaparecidos. Solo, Espectro andaba por las calles de Carradoon, excepto, quizá, por el mago, Bogo Rath. Y Cadderly, ahora rodeado de poderosos aliados, seguía vivo y alerta.

De todos modos en su último tránsito espiritual, Vander había notado claramente que Espectro seguía confiado, había sentido que el hombrecito en realidad disfrutaba del desafío de esta persecución difícil.

Espectro ya había estado en problemas antes, había perdido bandas enteras de asesinos sólo para darle la vuelta al problema y abatir a la víctima. Estaba confiado, muy confiado, la característica de un verdadero guerrero.

Desde luego, la admiración del firbolg por el hombrecito estaba atemperada por el conocimiento de que la confianza de Espectro se basaba en el hecho de que tenía una salida en cualquier situación. Con Vander a una distancia prudencial del combate, Espectro siempre tenía una ruta de escape rápida y fácil.

—¿Qué es eso? —Danica planteó la pregunta justo un momento después de que Cadderly abriera los ojos por primera vez en varias horas. El joven clérigo había buscado en la ciudad, había extendido conjuros de detección para localizar las particulares emanaciones mágicas del extraño objeto que el pequeño asesino llevaba.

—Un cambio en el poder —explicó Cadderly ausente, con sus pensamientos firmemente centrados en Ghearufu.

—Si sabes donde está la maldita cosa… —empezó a decir Iván, que estaba a unos metros pero alcanzaba a oír la conversación, meneó la cabeza sin podérselo creer.

—No lo sé —interrumpió Cadderly—, no con exactitud. Nuestro enemigo está en la ciudad, en algún lugar al sur de aquí o, debería decir, nuestro enemigo acaba de volver a la ciudad.

Danica irguió la cabeza con curiosidad apartando el terco mechón de pelo de su cara.

—Abandonó la ciudad cuando lo tuvimos arrinconado en la habitación —trató de explicar Cadderly—, gracias a la magia. El hombre que huyó físicamente, o al menos el espíritu del hombre que ocupaba el cuerpo del asesino, no era la misma persona confabuladora que capturó a Pikel.

Iván sacudió de nuevo la cabeza, demasiado confundido para hacer algún comentario.

—Ahora ha vuelto a Carradoon —continuó Cadderly.

—¿Y vamos a ir a por él? —afirmó Danica tanto como preguntó, sorprendiéndose cuando Cadderly negó con la cabeza.

—¿Qué ganaremos? —preguntó el joven clérigo—. Nuestro enemigo huirá una vez más.

—¿Entonces, en qué piensas? —resopló Iván enfurecido, cansado de los indicios crípticos de Cadderly—. ¿Estamos aquí para sentarnos y esperar a que los asesinos nos encuentren?

De nuevo Cadderly sacudió la cabeza, y esta vez la acción fue acompañada de una sonrisa traviesa.

—Vamos a atrapar a nuestro tramposo amigo por la espalda —explicó, pensando en la granja que el espíritu de Bogo Rath le había descrito—. ¿Estáis preparados para luchar?

Los ojos oscuros de Iván se abrieron como platos ante la inesperada invitación, y su respuesta complació a su hermano.

—Jee jee… jee.

—¡Allí! —susurró Cadderly con aspereza, señalando una ventana bajo las ramas extendidas de un olmo—. Alguien ha andado por delante de la ventana, dentro de la casa. —Cadderly exploró el corral, preguntándose hasta donde habría llevado a Danica su avance sigiloso. La joven luchadora no estaba a la vista, había desaparecido en las sombras.

—Momento de irse —le dijo Iván a Pikel mientras levantaba la gran hacha.

Pikel agarró el hombro de su hermano y lo zarandeó, señalando quejumbrosamente hacia el árbol.

—No me voy a subir a otro árbol —gruñó Iván, pero su enfado no pudo resistir la expresión de lástima de Pikel—. De acuerdo —concedió el enano gruñón—. Tú mismo puedes subir al árbol.

Pikel saltó ante la buena noticia, y su sonrisa de oreja a oreja desapareció bajo su casco cuando la olla bajó sobre su cara. Iván se la ajustó con rudeza, realineó su yelmo con astas de ciervo y empujó a su hermano para sacárselo de encima.

—Iván —dijo Cadderly, serio, antes de que dieran dos pasos. El enano le devolvió una expresión agria al joven clérigo.

»No matéis a ninguno si lo podéis evitar —dijo Cadderly con voz firme—, tal como acordamos.

—Como acordaste —corrigió Iván.

—Iván. —La autoridad del tono de Cadderly hizo que el enano frunciera el entrecejo.

—El maldito chico te quita toda la diversión —le comentó Iván a Pikel mientras los dos daban media vuelta y emprendían la marcha de nuevo, saltando, gateando, cayendo uno sobre el otro, y de alguna manera, finalmente alcanzaron la base del gran olmo.

Cadderly sacudió la cabeza sin poderse creer que el alboroto de los enanos no hubiera alertado ya a la campiña entera de su presencia. Continuó sacudiendo la cabeza cuando Pikel trepó sobre los hombros de Iván, intentando alcanzar en vano la rama más baja. El enano de barba teñida de verde dio un salto, y dejó caer su garrote sobre la cabeza de Iván, pero se las arregló para coger la rama. Colgado de los dedos, moviendo los pies a lo loco, Pikel nunca habría subido, de no haber sido porque Iván le devolvió el garrote golpeándolo contra su trasero de manera que casi lo lanzó por encima de la rama.

—Oooo —gimió Pikel en voz baja, frotándose las posaderas y cogiéndole el garrote a Iván.

Cadderly suspiró profundamente; los hermanos Rebolludo eran mejores en la defensa que en el ataque sigiloso.

El único guardia de los cuatro Máscaras de la Noche que quedaban, también sacudió la cabeza con incredulidad al observar las correrías de los enanos. Se agazapó en el pequeño y ajustado gallinero con una pierna encima de una tabla que iba de una pared a otra, y miró con atención a través de una grieta en los viejos tablones, una grieta lo suficientemente ancha para nivelar la ballesta y apuntar. Se imaginó que Iván era el enemigo más difícil, y pensó que si podía eliminar al enano del suelo, el del árbol estaría en serios problemas.

¡Se oyó un graznido!

El sorprendido Máscara de la Noche, impulsivo, se dio media vuelta y disparó, al ver una serie de movimientos. El aire estaba lleno de pollos, uno menos cuando el virote de ballesta lo atravesó, pero en la luz mortecina los pájaros le parecieron como un enemigo ominoso y emplumado.

Fue alcanzado dos veces, en la cara y en la nuca, y sintió un líquido rezumando bajo su túnica. Se agarró las heridas, con la esperanza de detener la sangre.

El hombre, aliviado, casi soltó una carcajada cuando descubrió que la sangre eran realmente huevos… hasta que se dio cuenta de que alguien, detrás de la barrera de pollos que aleteaban, se los debía haber tirado. El hombre soltó un gruñido, dejó caer la ballesta, y sacó la delgada daga.

Los pollos se tranquilizaron rápidamente. No vio a ningún enemigo en el pequeño gallinero.

La tabla, pensó el hombre; su enemigo tenía que estar bajo la tabla. Su sonrisa desapareció y se quedó boquiabierto cuando empezó a inclinarse.

Bajo la tabla y, quizá, bajo él.

Una mano le amordazó la boca; otra agarró la mano del arma. Sus ojos se abrieron como platos, y luego los cerró con fuerza ante el dolor lacerante, cuando su propio cuchillo le perforó el cuello bajo la barbilla y se deslizó inexorable hacia el cerebro.

Danica dejó caer al hombre a un lado y se volvió para observar a los hermanos Rebolludo. Iván estaba bajo la ventana de la casa de la granja en ese momento, con Pikel escogiendo con cuidado los pasos justo sobre él. Danica sabía que era una receta para el desastre, y pensó que haría mejor en volver al exterior, a una nueva posición, por si las moscas.

Se detuvo antes de dar un paso por encima del asesino muerto y reflexionó sobre eso. Cadderly había instigado un acuerdo por el que ningún hombre sería asesinado si se podía evitar, y aunque Danica, como Iván, habían pensado que el acuerdo era absurdo, sintió algunas punzadas de culpa por no honrar el espíritu de los deseos de su amado. Quizás hubiera podido eliminar a este guardia sin matarlo.

De todos modos Danica no sintió piedad del hombre que acababa de matar. Por encima de los otros del grupo, conocía los motivos y los métodos de la banda de asesinos, y no tenía piedad de cualquiera que se pusiera la máscara negra y plata del amoral gremio.

Iván, directamente bajo la ventana, levantó la mirada, frustrado, mientras Pikel buscaba un lugar seguro en el extremo vacilante de la rama. Al final, cuando Pikel pareció estar en una base lo bastante segura. Iván apoyó la cabeza del hacha contra la pared y la pasó lentamente por ella, raspando y chocando contra las tablas.

Un momento más tarde, una cara curiosa entornó los ojos detrás de la cortina. El hombre, espada en mano, se enderezó, al no ver nada allí, y gradualmente se asomó por detrás de la cortina.

—¡Ja! —gritó, al descubrir a Iván. Encima, una rama crujió.

—Mío hermano —explicó Iván, señalando hacia arriba.

—Oh —respondió el confundido asesino.

—¡Ooooooo! —rugió Pikel balanceándose como un péndulo, con el extremo grueso de su garrote hacia afuera, como una lanza gruesa, y sujetándolo con fuerza. El hombre trató de poner su espada en medio, pero fue alcanzado en el pecho y salió volando como si hubiera estado sentado en la cesta de una catapulta gigante.

—¡Vamos! —gritó Iván, saltando hasta el alféizar y tirándose al interior junto a su hermano que estaba cabeza abajo.

Pikel se encogió de hombros; las cosas no habían ido exactamente como las había planeado. La rama baja se había roto y el grueso tobillo de Pikel estaba atascado en la parte rota, dejándolo colgado.

—¡Vamos! —repitió Iván, ahora dentro de la habitación. Agarró la mano libre de Pikel y tiró, arrastrando al enano a medias dentro de la habitación.

—Oh oh —trató de explicar Pikel.

Pensando que era una terquedad de su hermano, Iván dejó caer el hacha y lo agarró con las dos manos tirando con toda la fuerza. Pikel entró en la habitación arrastrando la rama doblada que lo tenía atrapado.

Vander aguantó firmemente la puerta del granero, sosteniéndola con fuerza contra los goznes para que no crujiera demasiado fuerte mientras la abría un poquito con cuidado. No podía ver la lucha en la ventana desde este ángulo, pero veía cómo se movían las ramas del olmo por encima de la esquina del tejado de la casa. Eso, y los anteriores cacareos de los pollos, le dijeron al gigante, sin ninguna duda, que había intrusos en los alrededores.

Vander se detuvo, clavando los ojos con incredulidad en una bola de fuego que estaba suspendida en el aire a un metro escaso por encima de él, justo fuera de la puerta del granero. El firbolg se tensó, sintiendo el peligro, sabiendo que si se movía, la magia que la frenaba desaparecería.

¿A qué estaba esperando el lanzador de conjuros?

Lentamente, Vander se inclinó hacia el granero.

Un haz de llamas de la bola de fuego salió disparado hacia abajo, abrasando el suelo a los pies del firbolg. Vander se tiró al suelo del granero y cerró la puerta detrás de él, temiendo que la magia lo seguiría.

Un humo negro se elevó por debajo de la puerta.

Todo se volvió negro como boca de lobo.

El obstinado firbolg se puso en pie, sabiendo que tenía que alejarse de la puerta, escapar de la trampa.

De pronto se hizo un silencio absoluto.

Vander soltó un gruñido y puso un pie frente al otro en dirección a la puerta. No tenía manera de saber si las llamas seguían, pero tenía que descubrirlo.

No oyó ningún sonido, pero le pareció como si el suelo se levantara precipitadamente frente a él, con un polvo arremolinado metiéndose en sus ojos y obligándolo a retirarse. Tropezó con cajas que no había visto y cayó silenciosamente en la suciedad.

La vista del desorientado firbolg volvió en un instante, la oscuridad mágica se disipó. Vander oyó el chasquido de la madera cuando una tabla se rompió bajo su mano, y oyó, también, un sonido de torbellino que le alertó un momento antes de que tratara de levantarse.

El firbolg miró con impotencia al espacio unos centímetros por encima de su cabeza, al aire que de pronto se había llenado de manifestaciones mágicas, de cuchillas que giraban velozmente.

Vander oyó como crujía la puerta al abrirse y miró a lo largo de su cuerpo para ver a un joven con un sombrero azul de ala ancha.

—Las cuchillas te cortarán —dijo el joven sin alterarse.

El atrapado Vander no lo dudó ni por un instante.

—¡Ooooooo!

Danica, en camino hacia la parte más alejada de la casa, oyó el grito de Pikel cuando la rama que sujetaba a este salió volando por la ventana.

Cuando la rama alcanzó su punto de máxima flexión e invirtió la dirección, el tobillo de Pikel se soltó y el enano voló, girando con dos perfectos saltos mortales y medio para aterrizar de cabeza sobre un montón de tierra.

—¡Te dije que no te soltaras! —gritó desde la ventana un iracundo Iván, aguantando el garrote de Pikel.

Pikel se encogió de hombros, se ajustó la olla, y se precipitó hacia adelante para unirse a su hermano.

Juntos, los enanos gatearon hasta el otro lado de la pequeña habitación. Tenía dos puertas, ambas afortunadamente cerradas, una en la pared de la derecha, y la otra, directamente adelante de la ventana, que llevaba a una de las habitaciones delanteras.

—Éste hace una buena alfombra —comentó Iván, dirigiéndose hacia la puerta de enfrente y dando unos pasos sobre la espalda del Máscara de la Noche apaleado, que yacía en el suelo despatarrado con los brazos extendidos.

Instintivamente, Pikel, que llevaba sandalias, meneó sus nudosos dedos mientras cruzaba la espalda del hombre detrás de Iván, quien asintió, sorprendido por la buena alfombra que podía llegar a ser un humano.

—¿Saben que estamos aquí? —preguntó Iván cuando alcanzó la puerta.

Pikel se encogió de hombros rápidamente, como si ese hecho importara poco.

Iván asintió y miró hacia la puerta de madera mientras se formaba una sonrisa de oreja a oreja en su cara.

—¿Recuerdas la carga en la posada? —preguntó arteramente.

La puerta fue arrancada de sus goznes, las ballestas chasquearon, e Iván y Pikel, detrás del escudo improvisado, sonrieron al ver los dos dardos sobresaliendo a través de la madera.

—¡Estos hombres son muy predecibles! —afirmó Iván, y arrojó la puerta rota a un lado, y los hermanos Rebolludo descubrieron que habían entrado en una cocina.

Pikel se desvió hacia la izquierda, hacia el hombre atrapado entre la carga y el muro que estaba tratando de escurrirse por la estrecha ventana de la habitación. Iván salió hacia la derecha, en persecución del otro asesino, que se dirigía hacia la creciente luz diurna que entraba por la puerta abierta.

Pikel pensó en la difícil situación del hombre por un momento, luego lanzó su pesado garrote contra la parte superior de la ventana, destruyéndola para enmarañar aún más al hombre.

—Jee jee… jee. —Disfrutando por completo, tiró la mesa de la cocina por encima, desató las botas del hombre, y las ató a una de las patas de la mesa.

El hombre que quedaba se detuvo de pronto y soltó un tajo, pensando que cogería a su perseguidor enano con la guardia baja por el repentino cambio de la táctica.

Iván era demasiado astuto para ese truco simple. Derrapó hasta detenerse, levantando su pesada hacha para desviar con facilidad la afilada hoja de la espada.

El asesino hizo un molinete con la espada por encima de su cabeza y volvió a atacar con furia, dirigiéndola a la izquierda, luego a la derecha para abrir agujeros en la defensa del enano. Consiguió alcanzar un costado de Iván, pero éste respondió con una arremetida, presionando la parte superior de su hacha contra la hoja delgada y aplastándola contra la pared.

El asesino cayó hacia atrás, sujetando sólo la empuñadura y los primeros centímetros de su espada partida en dos.

Iván miró la correa cortada en el costado de su armadura. Una única placa de metal colgaba casi una pulgada, pero el golpe del asesino no había llegado a penetrar la armadura forjada por enanos.

—¿Valía la pena? —preguntó Iván con total seriedad.

El asesino soltó un gruñido y le arrojó la espada rota al enano impertinente, luego se dio media vuelta y salió disparado por la puerta.

Iván desvió el proyectil y atacó. Saltó hacia los tobillos del asesino pero se quedó corto y fue a parar delante del porche.

El Máscara de la Noche no miró atrás mientras se precipitaba hacia el establo. Saltó sobre una montura desensillada, puso a la bestia al galope y pasó por encima de la valla.

Iván soltó un gemido, enfadado porque uno había escapado, y se tendió de espaldas; vio a Danica de rodillas en el techo de la casa de la granja, con una ballesta cargada y apuntada.

—¿Nunca has usado una de esas cosas? —preguntó el sorprendido enano.

Danica disparó. La cabeza del asesino que huía dio una sacudida hacia adelante cuando el virote entró por la base del cráneo. Se mantuvo sobre el caballo unos momentos más, y entonces se deslizó por el flanco, cayendo al suelo mientras la montura seguía su galope.

—Yup —respondió Pikel, llegando hacia la puerta detrás de Iván.