Te lo dije
Bogo Rath se paseaba ansioso por su habitación. Pateó una cesta para apartarla y observó a una cucaracha correr por el suelo, buscando la oscuridad bajo la cama.
—Huye, cucarachita —comentó el joven mago.
Bogo sacudió la cabeza cambiándose el pelo de lado y pasó sus dedos por él repetidamente. Era el insecto.
Miró por la ventana, que era demasiado pequeña para tener una verdadera vista, pero lo suficientemente grande para decirle que la luz de la tarde por fin empezaba a disminuir. Bogo quería abandonar la ciudad en el ocaso, disfrazado entre la multitud de mendigos que partían de Carradoon cada tarde.
Fuera de las puertas, podría conjurar una montura mágica, y su camino hasta el Castillo de la Tríada sería rápido y libre de estorbos. La idea de estar lejos de Carradoon, del joven clérigo y sus secuaces, lo atrajo, pero enfrentarse a Aballister no. Incluso peor, si Espectro tenía éxito en finalizar su tarea, la vuelta del asesino al Castillo de la Tríada arrojaría una luz desfavorable y cobarde sobre Bogo.
—Boygo —murmuró. Pensó que era mejor haberse acostumbrado a oír el nombre. Aballister y Dorigen no le dejarían olvidar pronto su cobardía. El único consuelo para el joven era que había organizado la muerte del maestre de la biblioteca.
La cucaracha salió en un instante, pasó como una flecha por el suelo y se metió en los pliegues demasiado grandes de la cortina.
—¡Eso los hará callar! —le dijo Bogo a la cucaracha. En especial a Dorigen, que había sido muy humillada en el Bosque de Shilmista.
Una sonrisa se abrió paso en la tensión en la juvenil cara de Bogo. ¡Había matado a un maestre!
Una mirada a la ventana le dijo que era el momento de dirigirse a la puerta oeste. Seleccionó los componentes de un conjuro que alteraría su apariencia, los puso en un bolsillo apropiado y después recogió su mochila.
La volvió a dejar cuando oyó cantos en el salón.
—Fuego y agua —dijo Cadderly con voz intensa y monótona—. Fuego y agua, los elementos de protección. Fuego y agua.
Danica y Pikel estaban frente al joven clérigo, entre Cadderly y la puerta. Danica se apartó el pelo de la cara y miró hacia la escalera, hacia la parte superior de la cabeza que clareaba del posadero encorvado y nervioso. A veces, el hombre asomaba por encima del último escalón, temeroso por su propiedad.
No obstante, Cadderly convenció fácilmente al hombre de que les dejara subir las escaleras hacia la habitación de Bogo. Danica miró otra vez a Cadderly, que ahora cantaba con más fuerza con los ojos cerrados y agitaba las manos arriba y abajo frente a él, creando un tapiz mágico. El joven clérigo se había afeitado la barba antes de dejar la Bragueta del Dragón, y ahora se parecía más a su antiguo yo.
Y sin embargo, no. Danica no lo podía explicar, pero de alguna manera Cadderly le pareció más confiado con cada movimiento. Su encuentro con el espíritu de Avery había dejado un poso de tranquilidad sobre la también creciente confianza.
Danica no le había preguntado sobre ello, pero notaba que Cadderly ahora caminaba con la convicción de que su dios estaba con él.
—Agua y fuego —salmodió Cadderly, eran los elementos de protección. Cuando una de sus manos se elevó, soltó unas gotas de agua invocada sobre la puerta, y, con la otra, envió una pequeña llama.
El fuego golpeó la puerta con un siseo, la señal para Pikel.
—Oo oi —trinó el enano y aplastó el garrote contra la puerta como si de un ariete se tratara. El arma se abrió paso a través de la madera delgada, creando un agujero de medida aceptable pero sin conseguir abrir la puerta. Mientras el enano sacaba el garrote, Danica se dio cuenta del error de éste. Extendió la mano, giró el tirador y abrió fácilmente la puerta… hacia fuera.
—Oh —comentó el desilusionado Pikel.
El canto de Bogo desde el interior se unió al continuado rezar de Cadderly cuando la puerta se abrió. El mago aguantaba una varilla de metal frente a él, un componente conductor que Danica había visto antes.
Pikel también, y los dos se apartaron de la puerta esperando la irrupción de un rayo.
Cadderly no se movió, ni se sobresaltó. Un campo de energía casi transparente que relucía levemente apareció en la puerta abierta.
El rayo de Bogo lo golpeó con furia, la electricidad empujó con fuerza contra la barrera, siseando y lanzando chispas multicolor, enviando una telaraña verde y anaranjada a todo lo ancho del campo de Cadderly quemando la jamba de la puerta. Cuando acabó, había un diminuto charco de agua en la base del intacto campo defensivo.
Con los ojos abiertos, el mago, asustado, empezó otro conjuro, al igual que Cadderly.
Bogo sacó otro componente y empezó un canto apresurado.
—Estornuda —ordenó Cadderly.
Bogo obedeció, y su conjuro se desbarató.
El mago obcecado gruñó y empezó otra vez.
—Estornuda —repitió Cadderly.
—¡Maldito seas! —gritó Bogo, apartándose el sudor de la cara.
—No puedes estar más lejos de la verdad —replicó Cadderly con calma—. ¿Podemos continuar con el juego?
—¡Disipar! —gritó Cadderly de pronto, con la cara torciéndose en una mirada colérica. El brillante conjuro de la puerta desapareció, y Pikel y Danica irrumpieron en la habitación.
Bogo se dio cuenta de su error; debería haber continuado jugando como había dicho el joven clérigo, haber continuado forzando a Cadderly a una postura defensiva con la esperanza de que su repertorio de conjuros excedería al del clérigo.
Danica entró, se agachó, se levantó de un salto, y cuando tocó el suelo empujó, demasiado rápido para que reaccionara el sorprendido Bogo. Extendió sus manos a la defensiva, y la luchadora se las agarró al instante, dirigiendo sus manos hacia arriba entre las del mago, luego hacia abajo y alrededor, inmovilizando a Bogo con fuerza.
Sin embargo, éste retorció una muñeca y le dibujó una línea de sangre en la manga.
¡Una daga invisible!
El pie de Danica subió disparado entre ella y el mago, machacando la nariz de Bogo. Aturdido, Bogo no ofreció resistencia cuando Danica soltó la otra mano, cubrió los dedos cerrados de la de Bogo con la suya y empujó con fuerza hacia el antebrazo, tirando del brazo en la otra dirección al mismo tiempo.
La cara del mago se desfiguró por el dolor. Trató de aguantar su única arma, pero el pie de Danica volvió a subir; su mano continuó tirando.
Pikel se unió a ella un momento más tarde.
—Oo —dijo abatido, decepcionado porque la diversión ya hubiera acabado. Oyó el ruido metálico cuando la daga invisible tocó el suelo, y la buscó, rascándose el pelo teñido de verde con curiosidad.
Cadderly se acercó a la cama y le hizo un gesto a Danica para que lo llevara hacia allí.
—Puedes soltarlo —ofreció el joven clérigo.
Danica dio una fuerte y dolorosa sacudida cuando soltó los brazos de Bogo y empujó al mago dejándolo sentado.
—Debemos hablar, tú y yo —exigió Cadderly tranquilamente.
Bogo levantó la mirada de la cama para mirarlo, una amenaza impotente, pero Danica le dio una bofetada en la oreja.
Frunció el entrecejo y le mostró a Cadderly el corte en respuesta a su expresión de sorpresa, eso pareció satisfacer la molesta conciencia del joven clérigo.
—Dorigen te envió —le dijo Cadderly al hombre.
—No.
—Tengo maneras de saber si mientes —le advirtió, mirándolo con interés.
—Entonces no detectarás nada —replicó Bogo.
—Estabas con los Máscaras de la Noche, pero no formas parte de su gremio —comentó Cadderly.
—Morirás —prometió Bogo, arrancándole otra bofetada a Danica.
—¿Por qué han venido a por mí? —preguntó Cadderly. Al ver que no habría respuesta, añadió—. Puedo hablar con tu cuerpo, si eso te place.
Por primera vez, Bogo pareció asustado. Sabía que la sincera calma en el tono de Cadderly daba entidad a la amenaza.
—Te pusiste en medio —dijo con un perceptible tartamudeo, ya que quería llegar a ser un mago anciano—, en la biblioteca y en el bosque. Obligaste a Abal… —Bogo se detuvo de pronto.
—¿Quién? —exigió Danica, poniendo su cara ante la de Bogo.
—Aballister —admitió Bogo—, el mentor de Dorigen, mi mentor.
Cadderly miró a Danica, preocupado. Dorigen fue un poderoso adversario. ¿Cuán poderoso podría ser su maestro?
—Vine sólo a observar —continuó Bogo—, como me ordenaron.
—¿Oh? —lo cortó Pikel, poniéndose delante de Danica, apartándola a un lado, y mostrando el agujero de quemadura en su túnica de cuero, el agujero que el rayo de Bogo le había hecho en la Bragueta del Dragón.
Bogo se quedó blanco, y su creciente desesperación lo obligó a hacer un acto desesperado. Se puso la mano en el bolsillo, agarró un puñado de piedrecitas, y las arrojó al suelo.
Un despliegue de estallidos pequeños se disparó, reventando en una rápida sucesión y soltando vaharadas de humos de colores. Las explosiones no hicieron nada más que distraer a los compañeros. Con un rápido canto, Bogo disminuyó al tamaño de un gato y se escurrió entre Cadderly y Pikel.
Cadderly trató de dar gritos, pero no pudo decidir lo suficientemente rápido si tenía que llamar a sus amigos para detener a Bogo o gritarle una advertencia al mago. Al final, Danica se abrió paso ante él y Pikel, siguiendo la trayectoria esperada del mago hacia la salida.
Oyeron cómo se cerraba la puerta; el humo empezó a disiparse, y Bogo, fuera de la habitación y con su tamaño normal, empezó otro conjuro.
Danica se detuvo sabiamente, sin atravesar el dintel.
De detrás de la puerta oyeron que Bogo soltaba gritos de terror. Los amigos oyeron ruido de pies, un batacazo malsano, y algo pesado que golpeaba contra la puerta.
Cadderly sacudió la cabeza y apartó la mirada. La punta de la cabeza del hacha de dos hojas de Iván sobresalía por la puerta chorreando sangre. Como si eso no fuera lo suficiente macabro, los dedos de Bogo, crispados y agarrotados, aparecieron por el agujero circular que el garrote de Pikel le había hecho a la puerta. Empujada por el peso que la desequilibraba, la puerta se entreabrió lentamente.
Pikel se avanzó a Danica y abrió la puerta del todo, asomándose a su alrededor.
—Oo —dijo cuando observó al mago colgado.
—Te dije que no podías confiar en un mago —afirmó Iván, que estaba en el vestíbulo a casi cuatro metros de distancia con las manos en la cintura. Dio unas zancadas hacia la puerta e hizo señas al grupo de que saliera de la habitación.
El joven clérigo no podía hacer otra cosa que mirar al mago muerto, un chico probablemente más joven que él.
—Nunca le preguntamos el nombre —comentó Cadderly.
Iván cerró la puerta de una patada, se escupió en las manos, y puso un pie al lado de Bogo para hacer palanca.
—¿Preguntándote qué poner en la lápida? —preguntó bruscamente.
Danica observó de cerca al joven clérigo, buscando algún signo de debilidad. Aunque esta vez, Cadderly pareció controlar sus emociones y aceptar la culpa.
—Sólo me lo preguntaba —le respondió a Iván, encogiéndose de hombros como si hubiera apartado el incidente de su cabeza—. Retornad el cuerpo a la habitación —instruyó Cadderly a los enanos. Sacudió la cabeza ante la ironía de una de sus anteriores afirmaciones, que había hecho simplemente para asustar a su prisionero.
Desde luego que podía hablar con el cuerpo de Bogo.
Sólo estaban el lago y las calles vacías. Carradoon se tranquilizó bastante cuando se acercó el crepúsculo, y el interés en los escandalosos hechos en la Bragueta del Dragón se disipó con rapidez. Sólo unos pocos huéspedes permanecieron en la maltrecha posada, y con Cadderly y sus compañeros fuera del edificio, el lugar estaba tranquilo; demasiado tranquilo para Kierkan Rufo.
El joven estaba frente a su pequeña ventana, la inclinación de su postura lo hacía parecer casi como un travesaño diagonal del cristal. Pasaron muchos minutos; Rufo no se movió.
Se dio cuenta de que esta vez había ido demasiado lejos, había cruzado la línea del lado oscuro de su carácter. Dudó si podría volver atrás. Ahora estaba cavilando, trataba de seguir el camino que lo había llevado a esta horrible situación. Había empezado en la biblioteca, cuando se encontró con el malvado Barjin y, bajo las órdenes del clérigo, lanzó a Cadderly escaleras abajo hacia las catacumbas misteriosas.
Rufo podía disculpar ese acto, y todos los demás miembros de su orden, incluido Cadderly, también lo habían hecho. En el bosque de los elfos, Rufo había traicionado a sus compañeros una vez más, pero se había redimido a sí mismo, lo había sobrellevado hasta el final para proporcionar la información necesaria que necesitaban sus compañeros para ganar en última instancia. Como en la biblioteca, los esfuerzos de Cadderly y los otros habían evitado el desastre, habían ayudado a cubrir las debilidades de Rufo.
Ahora Avery estaba muerto en el piso de abajo. Rufo había puesto al maestre en mitad del camino de la banda de asesinos. Rufo había pasado por encima, había cruzado la línea.
Trató de justificar sus acciones, varias veces se dijo a sí mismo que no le habían dado opción, que los asesinos los habrían matado a todos si no cooperaba.
Los hechos no sostenían su excusa. Cadderly, Danica y los enanos habían ganado, habían cazado a la banda. Si Rufo hubiera ido hasta ellos justo después de su encuentro inicial con el joven mago, su victoria habría sido más rápida.
Y Avery estaría vivo.
El joven esquinado lloriqueó y apartó la mirada de la ventana, sintiéndose de pronto muy vulnerable.
—Se merecía su destino —murmuró Rufo ceñudo, recordándose la manera en que lo había tratado Avery desde el problema en Shilmista. Avery lo había retrasado en su ascensión en la religión de Deneir; ¡el maestre incluso le amenazó con expulsarlo de la biblioteca! Eso no era justicia, defendieron los sentimientos de Rufo, no cuando el maestre tenía todo el poder y Rufo sólo podía aguantar y dejar que los caprichos de Avery determinaran su destino.
En el momento en que Rufo cruzó la pequeña habitación y recogió su fardo, la ira había reemplazado a la culpa. Le había devuelto el golpe a Avery de la única manera que podía, y ahora estaba hecho. Nadie sospechaba de él; el mago conspirador ya había huido, y Rufo había desviado con facilidad las preguntas de los guardias de la ciudad. Incluso más reconfortante, Cadderly había aceptado como verdaderas las conclusiones de los centinelas, ya que el clérigo no le había hecho una sola pregunta a Rufo en relación a los trágicos hechos.
Rufo tuvo que esconder su sonrisa mientras pagaba a Fredegar, de la bolsa de Avery, por el tiempo pasado en la posada. Explicó al hospitalario posadero que tenía que volver de inmediato a la Biblioteca Edificante y comunicar la trágica pérdida.
Era oscuro cuando salió de la Bragueta del Dragón, oscuro como el sendero por el que Rufo trastabillaba.
Los cuatro amigos dejaron la otra posada un rato más tarde, Cadderly le tiró una bolsa de monedas al temeroso posadero para cubrir los daños y el coste de deshacerse del cuerpo de Bogo.
—¿Adónde vamos? —preguntó Iván, impaciente, ahora que sabían donde podrían estar los enemigos, por continuar con el combate.
—De vuelta a la Bragueta del Dragón —respondió Cadderly sin alterarse.
—¿Qué haremos cuando lleguemos allí? —dijo Iván que no parecía muy contento con la elección.
—Esperaremos —respondió Cadderly, tratando de calmar al irascible enano—. Hemos asestado un buen golpe esta mañana y esta noche. Todos nosotros necesitamos descansar. —Cadderly creyó en las palabras; su dilatado uso de la magia lo había agotado, y no quería nada más que pasar las siguientes horas en paz. Aunque después de lo que había descubierto por el espíritu de Bogo, el joven clérigo no estaba seguro de si conseguiría su deseo.
El aire en la calle era frío cuando la oscuridad de la noche aumentó y las primeras estrellas hicieron su aparición.
Cadderly supo que sería una noche larga.