Tristeza y alegría divina
Los gritos continuaron siguiendo a Cadderly y a Danica después de que dejaran el puente y se encaminaran hacia la calle Lakeview. La niebla se desvanecía rápido, calentada por los vaporosos rayos del sol naciente.
Carradoon se había convertido en un espectáculo.
La calle Lakeview estaba llena de ciudadanos curiosos y guardias de la ciudad. Muchas cabezas se volvieron para observar al joven clérigo y a su escolta, el sombrero de ala ancha de Cadderly colgaba por todos lados debido a que estaba empapado. Dedos que señalaban también se volvieron en su dirección, y pronto, un jinete, un guardia de la ciudad, se abrió paso entre el gentío para detenerse ante Cadderly.
—¿Eres clérigo de la Biblioteca Edificante? —preguntó de forma brusca y destemplada el centinela.
—Soy Cadderly, de la orden de Deneir —respondió el joven clérigo. Se volvió hacia Danica y se encogió de hombros, avergonzado y casi arrepentido, tan pronto dijo las últimas palabras.
—Nos dirigimos de vuelta a la Bragueta del Dragón, la posada de Fredegar Harriman —explicó Danica, dirigiéndole a Cadderly una mirada de soslayo—, para saber de nuestros amigos a los que nos hemos visto obligados a dejar atrás.
—¿Obligados? —Cadderly y Danica supieron que la pregunta era una prueba. Los ojos del guardia siguieron buscando mientras los examinaba.
—Sabes lo que ha ocurrido —respondió Cadderly sin dudarlo.
El centinela asintió seriamente, aparentemente satisfecho con la explicación.
—Venid, rápido —les pidió, y usó el caballo para apartar a cualquiera que bloqueara el avance de la pareja.
Ni Cadderly ni Danica disfrutaron del paseo por la calle Lakeview, temerosos de que entre esos muchos ojos vigilantes apareciera alguien perteneciente a sus enemigos asesinos. E incluso más espantoso para los compañeros, considerando el tono sombrío del guardia, surgía la posibilidad de que la victoria en la posada hubiera salido cara.
Sus miedos no disminuyeron cuando pasaron por la posada, dos puertas más allá, donde Iván y Pikel se habían hospedado, para descubrir que la barandilla que había delante, la ventana de encima, y la pared junto a la puerta estaban destrozadas. El posadero, barriendo cristales y astillas de madera del porche, observó a los dos, desconfiado, sin apartar la mirada y sin pestañear mientras pasaban.
Cadderly se detuvo y dio un profundo suspiro cuando vislumbró la Bragueta del Dragón. Vio el balcón de su habitación, el lugar que había usado como refugio de la crudeza del mundo durante las últimas semanas. La barandilla frontal descansaba en la calle; un tablón, el que había soportado el paseo de Danica hacia la seguridad, colgaba en un ángulo estrafalario. No había cuerpos en la calle, ¡gracias a los dioses!, pero Cadderly vio un charco carmesí en el empedrado que había bajo su habitación, y otro más grande en medio de la calle.
Danica, al parecer sintiendo la angustia del joven erudito ante la visión, colgó su brazo del de él y le prestó apoyo. Para su sorpresa, Cadderly lo apartó. Ella lo miró, para ver si había hecho algo mal, pero la mirada que le devolvió no fue acusadora.
Se puso firme, respiró hondo y enderezó los hombros.
Danica comprendió el significado de esos simples actos, entendió que, esta vez, Cadderly había aceptado lo que le habían obligado a hacer. Esta vez, no se iría corriendo, como hizo en Shilmista; afrontaría el asunto cara a cara, devolvería el golpe a aquellos que tuvieran la intención de golpearle.
Pero ¿podía hacerlo?, se preguntó Danica, ¿sin fantasmas como el de Barjin revoloteando junto a él para el resto de su vida?
Cadderly se le adelantó, y entonces sonrió cuando un «¡Oo oi!» sonó desde la puerta de la Bragueta del Dragón y Pikel Rebolludo salió al porche. El enano aguantaba el bastón perdido de Cadderly por encima de la cabeza y saludaba excitado con una mano muy vendada.
Danica esperó un momento más y dejó que Cadderly se alejara de ella, reflexionando sobre el cambio que había percibido en el comportamiento del joven clérigo. Este flujo continuo de hechos violentos obligaba a Cadderly a madurar, a endurecer la piel, deprisa. Danica sabía que la violencia podía ser una cosa insensibilizadora; un combate no es nunca tan difícil de aceptar como el primero, ni un golpe mortal se da con tanta reticencia como el primero.
Al observar a su amado andar a zancadas para unirse a Pikel, la joven luchadora se asustó.
En el momento que Danica alcanzó a Cadderly, él estaba dentro de la posada con los dos enanos, para su alivio, y con un Fredegar Harriman de ojos llorosos. No obstante Danica contuvo su alborozo ante el buen humor de Iván y Pikel, ya que siguió la mirada de Cadderly en el salón de la chimenea, hacia el cuerpo exánime del Maestre Avery. El pecho estaba abierto y revelaba un hueco donde debería haber estado el corazón.
—Mi Brennan —iba diciendo el desconsolado Fredegar—. ¡Han matado a mi pobre Brennan!
Cadderly dejó que la mirada vagara por la habitación saqueada, hacia el hueco destrozado de la escalera y la lámpara de techo hecha pedazos sobre los escombros; hacia el sobre achicharrado de la larga barra y hacia un cuerpo joven y sin marcas depositado cuidadosamente junto a ella; hacia la fila de seis cuerpos, uno de ellos todavía humeando por debajo de los paños que lo cubrían.
—Cuatro de ellos, al menos, consiguieron escapar —les informó Iván.
—Encontrarás a otro en el tejado —comentó Danica.
—Oo oi —trinó Pikel, chasqueando sus dedos rechonchos y haciendo ademán a uno de los guardias para que fuera y lo comprobara.
—Quizá sólo tres escaparon —corrigió Iván.
—Siete —dijo Cadderly ausente, al recordar a los tres hombres que los habían asaltado a Danica y a él desde el agua, y los otros cuatro en el bote perseguidor.
—Bien, hay un paquete de problemas para ti —gruñó Iván después de sacudir la cabeza.
Cadderly apenas oyó al enano. El joven clérigo caminó lentamente por el suelo desordenado hacia el cuerpo del hombre que le había hecho de padre desde que tenía uso de razón. Aunque antes de llegar allí, un hombre alto, un guardia de la ciudad, lo interceptó.
—Tenemos que hacerle algunas preguntas —explicó el hombre bruscamente.
—Esperarán. —Cadderly le dirigió una mirada furiosa.
—No —replicó el hombre—. Serán respondidas cuando yo lo diga. ¡Y a fondo! No toleraré…
—Vete. —Era una simple palabra, dicha en voz baja y con tono controlado, pero para el guardia de la ciudad sonó como un trueno. El hombre se puso firmes, miró a su alrededor con curiosidad, y luego se dirigió a la puerta principal.
—Venid —instruyó a sus fieles soldados, que, después de intercambiar miradas de sorpresa, obedecieron sin rechistar.
Iván empezó a decirle algo a Cadderly, pero Danica le puso una mano en el hombro y lo hizo callar.
De todas formas Cadderly no habría oído a Iván. El joven clérigo se movió hasta el cuerpo desgarrado de Avery y enjugó una lágrima de sus ojos grises. Cadderly sospechó que Avery se había convertido en algo que en realidad no le preocupaba, y la idea disgustó al joven, añadiendo más culpa a su ya de por sí creciente carga.
Pero no era la culpa lo que impulsaba a Cadderly; era el dolor, una pena más profunda de lo que nunca había conocido. Muchas imágenes de la vida de Avery fluyeron por la mente del joven clérigo. Vio al corpulento maestre en el camino frente a la Biblioteca Edificante, tratando de disfrutar de un soleado día de primavera pero continuamente estorbado por Percival, la ardilla blanca, que le lanzaba ramitas desde lo alto de los árboles. Vio a Avery en el cántico del mediodía del hermano Chaunticler, la cara del maestre satisfecha, serena, por la melodiosa canción dedicada al querido dios de Avery.
Qué diferente parecía ahora esa cara paternal, con la boca abierta en un último grito, una súplica de ayuda que nunca llegó.
Sobre todo, Cadderly recordó las reprimendas que el maestre le había dado, la cara manchada de Avery poniéndose rojo encendido por la ira, ante la aparente indiferencia e irresponsabilidad de Cadderly. Necesitó la insidiosa maldición del caos para admitir finalmente sus verdaderos sentimientos hacia el joven, admitir que consideraba a Cadderly un hijo. Aunque, en realidad, Cadderly lo había sabido desde el principio. Nunca hubiera podido molestar a Avery tanto y tantas veces si el maestre no se hubiera preocupado por él.
Sólo ahora, junto al hombre muerto, Cadderly se dio cuenta de lo mucho que había querido a Avery, ese hombre que le había hecho de padre.
Se le ocurrió a Cadderly que Avery no tendría que haber estado en el salón a semejante hora de la mañana, y en especial vestido de esa forma tan informal, tan vulnerable. Digirió esa información casi inconscientemente, archivándola con la miríada de hechos que había recogido y registrado desde su huida de la banda de asesinos.
—Mi Brennan también —gimoteó Fredegar, acercándose a Cadderly, pasando un brazo sobre los hombros del joven clérigo para apoyarse en él.
Cadderly estaba más que deseoso de darle el apoyo necesario a su amable amigo, y siguió al posadero hasta la barra.
El contraste entre el cuerpo de Brennan y el de Avery era sorprendente. La cara del adolescente no mostraba terror ni signos de sorpresa. Su cuerpo, parecía intacto, sin heridas aparentes.
Parecía que había muerto dulcemente, con sosiego.
La única cosa en la que podía pensar Cadderly era en veneno.
—No me pudieron decir cómo —sollozó Fredegar—. El guardia dijo que no lo habían estrangulado, y no hay sangre por ninguna parte. Ni una marca en su joven cuerpo. —Fredegar jadeó, desesperado, para recuperar el aliento.
»Pero está muerto —dijo el posadero. El tono de su voz aumentó hasta convertirse en un gemido—. ¡Mi Brennan está muerto!
Cadderly se inclinó hacia un lado por el peso cuando Fredegar cayó sobre él. A pesar de su sincera aflicción ante la visión de Brennan, la muerte había dejado un acertijo que Cadderly no podía dejar de resolver. Recordó las sombras horribles que había visto aquella noche a la hora de la cena bailando sobre los hombros de Brennan. Recordó la historia de Danica, su sueño, y supo más allá de toda duda que alguien, algo, había poseído al joven, y después lo eliminó.
Quizá quedara alguna huella persistente de lo que había pasado. Quizá quedaran sombras delatoras de lo que había ocurrido, en los hombros de Brennan. Cadderly abrió su mente, dejó que la canción de Deneir entrara en su conciencia otra vez, a pesar del latido continuado y doloroso en su cabeza.
Cadderly vio un fantasma.
El espíritu de Brennan estaba sentado sobre la barra, mirando desesperado y perdido, clavando los ojos en su perturbado padre y con descrédito en su cuerpo pálido. Levantó la mirada hacia Cadderly, y sus casi transparentes rasgos mostraron sorpresa.
Todo el mundo material alrededor del espíritu se volvió borroso cuando Cadderly se permitió profundizar más en el estado de Brennan.
¿Veneno?, preguntó su mente al alma extraviada, aunque sabía que no había pronunciado la palabra.
El espíritu sacudió la cabeza.
No tengo a donde ir.
Vuelve hasta tu padre. La repuesta le pareció demasiado obvia a Cadderly.
La canción sonó más alto en la palpitante cabeza de Cadderly, su volumen se volvió feroz. Sin embargo el joven clérigo no aflojó, no ahora. Vio cómo el espíritu de Brennan se acercaba al cuerpo con indecisión, parecía confundido, esperanzado y terriblemente asustado. Para los ojos de Cadderly, la habitación alrededor del espíritu se volvió oscura.
Todo se volvió oscuro.
—Por los dioses. —Cadderly oyó que susurraba Danica.
—Oooo —gimió Pikel.
Un golpe en el suelo junto a él despertó a Cadderly. Estaba arrodillado en el duro suelo, pero, junto a él, Fredegar se había quedado helado.
Frente a él, se sentó el joven Brennan, parpadeando incrédulo.
—Cadderly —jadeó Danica. Sus manos temblorosas agarraron los trémulos hombros del joven clérigo.
—¿Cómo te… sientes? —le tartamudeó Cadderly a Brennan.
Las risitas de Brennan, tanto sollozos como carcajadas, salieron con una voz rota y estremecida reflejando asombro, como si realmente no supiera cómo responder a la pregunta. ¿Cómo se sentía? ¡Vivo!
El joven se miró las manos, maravillado de que de nuevo se movieran a su mandato. De pronto crispó las manos en puños, y soltó dos puñetazos al aire, mientras soltaba un grito primitivo. Aunque el esfuerzo le costó al muchacho su reencontrado aguante físico, se tambaleó y desfalleció.
Iván y Pikel se abalanzaron a cogerlo.
Cadderly se enderezó súbitamente, su mirada se dirigió hacia el otro lado de la sala, hacia el Maestre Avery. El decidido joven se levantó con energía, apartó a Danica a un lado, y fue hacia el cuerpo.
—Le arrancaron el corazón —le dijo Danica con respeto.
Cadderly se volvió hacia ella, sin comprender.
—Ése es su método normal —respondió la joven luchadora, familiarizada con las oscuras prácticas de los Máscaras de la Noche—. Previene una recuperación fácil del espíritu.
Cadderly soltó un gruñido y se volvió hacia Avery, de vuelta a la tarea en la que no podía fallar. Llamó a la canción, a la fuerza, ya que no le venía a la mente con facilidad. Quizá debería descansar antes de continuar, pensó, mientras las notas continuaban por un camino discordante. Quizás ese día había llegado demasiado lejos con la magia y debía descansar antes de ahondar de nuevo en el mundo espiritual.
—¡No! —dijo Cadderly en voz alta. Cerró los ojos y exigió que la música sonara. La habitación se desdibujó.
El fantasma de Avery no estaba cerca.
Cadderly, aunque su cuerpo material no se movió, miró por toda la habitación. Vio marcas de negrura, sombras sobrenaturales, en el suelo, junto a los cuerpos de los asesinos muertos y sintió un mal incubándose.
Los espíritus se habían ido, y Cadderly tuvo la impresión de que su viaje había sido forzado, habían sido arrancados.
¿Recibirían castigo en su vida futura?
La idea no hizo que Cadderly se compadeciera. Se quedó mirando los charcos de oscuridad residual. Pensó en llamar a uno de esos espíritus perdidos, preguntarle sobre el espíritu de Avery, pero descartó esa idea por absurda. El destino que esperaba a esas almas no tenía nada que ver con el que esperaba al bondadoso maestre.
Con una perspicacia repentina, Cadderly llegó con su mente más allá de los parámetros de la habitación, envió una llamada general a los planos superiores por el alma ausente de su mentor.
La respuesta que recibió no fue en forma de palabras, ni siquiera imágenes. Una sensación pasó rápidamente sobre Cadderly, una emoción que le había sido impartida por el Maestre Avery; ¡supo que venía de Avery! Era una serenidad divina, un goce más allá de cualquier cosa que Cadderly hubiera experimentado.
Una luz brillante dejó paso a la nada…
Iván y Danica ayudaron al joven clérigo a ponerse en pie. Cadderly, volviendo del todo de su trance, miró a Danica con la más sincera de las sonrisas.
—Está con Deneir —le dijo Cadderly, y la alegría en su voz impidió cualquier réplica.
Cadderly se dio cuenta de que su dolor de cabeza había desaparecido. Él también había encontrado goce.
—¿Qué sabes? —le preguntó Iván, y Cadderly comprendió que no estaba hablando del destino de Avery. Danica también miró al iluminado joven con interés.
Cadderly no respondió de inmediato. Las piezas del rompecabezas parecían caer desde el cielo. Cadderly miró hacia los asesinos, y luego dirigió la mirada hacia Brennan y Fredegar, fundidos en un fuerte abrazo.
Cadderly supo donde encontraría más de esas piezas que caían.
Las horas transcurridas fueron un seguro para Espectro, que estaba sentado tranquilamente en su habitación, haciendo tanto como podía de su rutina diaria. A buen seguro que las masacres no eran una cosa común en Carradoon, pero éstos eran tiempos difíciles y las noticias pronto quedarían anticuadas. Entonces el joven Cadderly se volvería más vulnerable una vez más.
La idea de abandonar la misión había cruzado la mente del asesino justo después de descubrir que Cadderly había escapado; al contrario que muchos de sus Máscaras de la Noche. Sin embargo, apartó esos pensamientos, escogiendo individualizar este asesinato aún más. Llegaría hasta Cadderly, llegaría hasta él a través de uno de sus amigos, y la muerte del joven clérigo sería la más dulce.
Espectro se desanimó un poco cuando vio que Bogo se iba, más porque quería que Bogo le sirviera de víctima propiciatoria si Cadderly y sus amigos se acercaban a la verdad, que por cualquier servicio práctico que el mago le pudiera brindar.
El perverso hombrecillo miró por la ventana el reflejo del sol en el tranquilo Lago Impresk. Vio claramente el puente hacia la isla, vio a los albañiles amontonados allí, en botes y sobre la misma estructura, estudiando la vasta grieta.
Espectro sacudió la cabeza y rió entre dientes. Ya había contactado con Vander, telepáticamente, en la granja, y sabía que Cadderly había ocasionado la rotura. Cuatro hombres habían regresado a la granja; cuatro de catorce.
Espectro continuó mirando al boquete abierto en el gran puente. Cadderly les había dado una paliza; Espectro estaba impresionado.
Pero no estaba preocupado.
Cada detalle de la escena del combate; la presencia de Avery en el salón de la chimenea, donde no debería haber estado; la ausencia curiosa y permanente de Kierkan Rufo, que había bajado de su habitación lo suficiente para identificar el cuerpo de Avery y responder a las pocas preguntas de la guardia de la ciudad; incluso la peculiar quemadura en la túnica de Pikel se grabó al fuego en la mente de Cadderly; se unieron en el escenario general que se estaba formando.
Habló con Brennan, aunque los recuerdos del chico eran nebulosos en el mejor de los casos, irreales. Sólo ese hecho confirmó las sospechas de Cadderly sobre lo que le había pasado a Danica. El joven clérigo insistió en decirle a Brennan que desapareciera, y pidió a Fredegar que no le dijera a nadie que su hijo estaba vivo de nuevo.
—Debemos seguir adelante rápidamente —les explicó Cadderly a sus tres compañeros, que estaban reunidos a su alrededor en una habitación apartada—. Nuestros enemigos están confundidos por ahora, pero son tercos y se reagruparán.
Danica se recostó en su asiento y puso los pies sobre la mesa.
—Eres probablemente el que está más cansado de todos nosotros —respondió—. Si estás preparado para continuar, entonces nosotros también.
—¡Oo oi! —dijo inesperadamente Iván antes de que Pikel tuviera la oportunidad. El enano de barba amarilla le brindó a su hermano un guiño exagerado, y de pronto, Pikel tiró con fuerza de la barba de su hermano.
Aunque les costó un rato tranquilizar a los dos bulliciosos hermanos, Cadderly se alegró por la distracción, por la pausa en la extenuante tensión.
—¿Has hablado con la guardia? —le preguntó Cadderly a Danica cuando al final se restableció el orden.
—Justo como sospechaste —replicó la joven.
—El mago no se quedará allí por mucho tiempo —dijo Cadderly y asintió; otra pieza cayó justo en el sitio.
—Pero ¿estás preparado para un combate con ese tipo de gente? —preguntó Iván.
Cadderly sonrió y se puso en pie, acomodándose los pantalones, que aún estaban húmedos por su chapuzón en el lago.
—Haces que suene como si fuera a ir solo —dijo con humor.
Iván se puso en pie en un instante, balanceando la enorme hacha sobre un hombro.
—No me fío de ese tipo —explicó el enano, queriendo aclarar su atípica vacilación—. Es de los peligrosos.
—Tampoco me fío de los clérigos disgustados —remarcó Cadderly, levantando su bastón y lanzando su buzak en unas cortas subidas y bajadas.
—Es de los peligrosos —finalizó Danica por él, y después del espectáculo que la joven había experimentado ese día, los tremendos poderes mágicos que Cadderly había revelado, las palabras fueron pronunciadas sin un ápice de sarcasmo.