Reflexiones en el agua
La luz de la mañana acababa de aparecer, y la niebla aún no se había levantado de las aguas del Lago Impresk. El gran puente de piedra de tres arcos que conectaba la tierra firme con la isla de Carradoon, surgía espectral. Se alzaba imponente ante Cadderly y Danica mientras se dejaban llevar en un pequeño bote de remos, en silencio, con sus pensamientos y el chapoteo de las suaves olas contra la proa.
El tiempo se acomodaba al humor sombrío de Cadderly. Había matado a un hombre, lo había quemado hasta convertirlo en una bola ennegrecida, y había tirado a otro desde el balcón, también dándolo por muerto. Cadderly sabía que no había tenido elección, pero no podía evitar su sentimiento de culpa fácilmente. No importaba la razón, había matado a un ser humano.
Trató con dificultad de no pensar en la familia del hombre, niños quizás, esperando a un padre que nunca más volvería.
Danica también estaba sentada en silencio, sumergida en sus pensamientos, en la proa del pequeño bote. Más acostumbrada a la lucha que su, de alguna manera, inocente compañero, la joven estaba más preocupada por lo que había precipitado ese cruel ataque. ¿Qué había llevado a los Máscaras de la Noche sobre ella y Cadderly?
Cadderly cogió los remos y dio un solo impulso, invirtiendo la dirección y empujando el bote más lejos del puente. Dejó los remos suspendidos sobre el agua y se dio media vuelta en el banco para estar frente a Danica.
—Máscaras de la Noche —murmuró Danica ceñuda.
Cadderly la miró; el nombre significaba poco para él.
—De Westgate —explicó Danica—. Están entre los asesinos más mortíferos de todos los Reinos. Somos afortunados por haber escapado de ellos, y ahora creo que he escapado dos veces.
La expresión de Cadderly demostró que seguía sin comprender.
—En nuestro viaje desde la biblioteca —continuó Danica—, los enanos y yo fuimos atacados por un grupo de cinco.
—Hay informes de bandidos en los caminos durante estos tiempos difíciles —comentó Cadderly.
Danica sacudió la cabeza, segura de que había una conexión entre el ataque en el camino y el de la habitación de Cadderly.
—¿Por qué vendría tras nosotros un gremio de asesinos de Westgate? —razonó Cadderly.
—¿Nosotros? —repitió Danica—. No, me temo que van detrás de mí. Fueron los Máscaras de la Noche los que mataron a mis padres, hace años. Ahora han venido a acabar el trabajo.
Cadderly no se creía una palabra de esa explicación. Sentía, si las teorías de Danica acerca de la identidad de la banda de asesinos eran correctas, que aquí había más razones que la conclusión de una venganza de hacía una década. Cadderly rememoró sus propias experiencias en los últimos días, pensó en su encuentro con Rufo en el salón de la chimenea y en la presencia del mago invisible.
¿Y qué había pasado en su habitación esa noche?, se preguntó.
—Te encontré en el suelo, aterrorizada. Háblame de tu sueño —dijo, mirando confuso a Danica.
—No recuerdo mucho —admitió Danica, y su tono reveló que realmente no veía la relación con todo eso. Sin embargo, Cadderly estaba decidido. Pensó durante un momento, y entonces sacó el buzak con centro de cristal.
Lo aguantó ante los ojos de Danica y lo hizo girar. Incluso en la tenue luz, los cristales titilaron con fuegos reflejados.
—Concéntrate —le pidió Cadderly a la joven—. Deja que el cristal entre en tu mente. Por favor, no utilices tus talentos meditativos para bloquearme.
—¿Qué nos dirá esto? —preguntó Danica—. Sólo fue un sueño.
—¿Lo fue?
Danica se encogió de hombros, fue un sueño que contenía referencias a los Máscaras de la Noche, se relajó y centró su mirada en el buzak. Cadderly la observó fijamente, cerró sus ojos y pensó en el tomo sagrado, oyó la canción llevando las palabras de un simple conjuro de hipnosis.
Danica se sentó más relajada, sus hombros se aflojaron, mientras Cadderly cantaba en voz baja. Sus palabras se convirtieron en preguntas inquisitivas que Danica oyó en el subconsciente.
Cadderly también permitió que la hipnosis descendiera sobre él, la usó para adquirir una empatía completa con Danica.
Las preguntas salieron de su boca, aunque apenas era consciente de ellas. Y Danica respondió, tanto con su postura y sus expresiones faciales como con sus simples palabras.
Danica abrió los ojos de pronto y Cadderly lo hizo a continuación. Ninguno de los dos sabía cuanto tiempo había pasado, pero Cadderly entendió entonces, sin ninguna duda, que, efectivamente, la experiencia nocturna de Danica había sido una pista importante.
—No fue un sueño —anunció.
Cadderly recordó lo que Danica le había comunicado bajo la hipnosis: la dirección de salida de una esfera negra que el joven clérigo sabía que representaba su identidad. La imagen le recordó vivamente sus experiencias telepáticas con el imp Druzil y la maga Dorigen. ¿Podrían estar esos dos detrás?
Cadderly bajó la mano hacia su bolsillo para sentir el amuleto que le había cogido a Rufo en el Bosque de Shilmista, un amuleto que Druzil le había dado a Rufo para mejorar el contacto telepático entre los dos. Con el amuleto, Cadderly había sido capaz de sentir la proximidad del imp, y se reconfortó de que no hubiera dado señales de presencia desde hacía semanas, desde la gran batalla en el bosque.
«Pero entonces ¿quién?», se preguntó.
Dorigen era una posibilidad aparte.
Súbitamente otro recuerdo golpeó a Cadderly, una imagen de Innominado, el mendigo de la carretera, y las formas sombrías y horribles sobre su hombro. Recordó, también, aquella noche en que Brennan fue a su habitación, proyectando la misma aura vil. Quizá la canción de Deneir no le había mentido; quizás el intento sobre Danica no era el primer ensayo de posesión.
Cadderly se estremeció al recordar las preocupaciones de Fredegar sobre que no había visto a Brennan desde esa noche. Trató de recordar las claves mientras recogía los remos para dar otro impulso contra la corriente.
—¿Qué? —preguntó Danica. Su tono reveló que sabía que la mente de Cadderly había desvelado alguno de los secretos.
—No han venido a por ti —respondió el joven clérigo con seguridad, mirando por encima de su hombro—. Han estado aquí antes que tú, a mi alrededor, cerca de mí. —Cadderly respiró hondo, temiendo por Innominado y Brennan, y dejó que su mirada vagara por el agua hasta la silueta del gran puente—. Demasiado cerca.
Danica empezó a responder. Cadderly notó que sus palabras eran reconfortantes; sin embargo, luego se detuvo e inclinó la cabeza de forma curiosa.
Cadderly empezó a girar su cuerpo entero hasta encararse totalmente a Danica, comprendiendo que algo malo sucedía y temiendo que la joven estaba bajo las influencias de un ataque mental.
Danica se dio media vuelta, balanceando el bote tan por sorpresa que Cadderly, aunque estaba sentado cerca del centro, casi cayó por la borda.
—¡Tozudos! —gritó Danica. Su mano salió disparada frente a ella justo a tiempo para agarrar la muñeca del hombre que había tratado de hundir una daga en su espalda. Sosteniéndolo con fuerza, Danica se puso en pie de un salto, estiró el brazo del atacante hasta el límite, y lo lanzó por encima de la proa.
Dio un giro rápido y violento al brazo del hombre y llevó su mano libre hacia los dedos, empujando el dorso de la mano hacia la muñeca.
Cadderly trató de levantarse en el bote oscilante para ir en ayuda de Danica, pero todo lo que terminó haciendo fue tambalearse sobre la bancada central del bote y golpearse en un lado de la cabeza con uno de los remos.
Sin embargo se dio cuenta de que el tropezón le había ido bien, cuando un cuchillo ascendió por el costado del bote y pasó por encima de su cabeza. Reaccionando instintivamente a la amenaza, Cadderly levantó el remo, liberándolo de su escálamo para hundirlo en el agua cerca de su atacante.
El joven erudito consiguió atarse el buzak en el dedo. El bote se balanceó, y volvió la mirada en la dirección opuesta, al otro lado del bote, para ver a otro asesino más subiendo por el costado.
Danica aguantó el equilibrio con facilidad en la oscilante barca. Continuó su dolorosa presa en la mano del hombre atrapado, y al final lo obligó a soltar la daga.
Aún no había acabado con él.
¡Máscaras de la Noche!
La pierna de Danica salió disparada, rodeando la cabeza del hombre para presionar su barbilla sobre la regala de proa. Sosteniéndolo con fuerza contra la madera, Danica tiró con fuerza de su brazo fuera del agua. Bloqueó su codo de manera que no pudiera doblarlo y presionó directamente hacia abajo.
Los ojos del hombre se hincharon cuando la proa presionó su mandíbula hacia su garganta.
El tiro desequilibrado de Cadderly subió menos de lo que había esperado, pero aunque no alcanzó la cabeza del hombre, sí lo hizo con algunos dedos… y la tabla superior del bote. La madera se astilló, el remo que quedaba salió disparado y lo mismo hizo el asesino, agarrándose la barriga mientras caía al lago.
Libre del peso, el bote osciló tanto que Cadderly temió que el otro costado se hundiera en el agua, donde esperaba el lanzador de cuchillos.
El joven clérigo se dio cuenta de lo vulnerable que era, ¡y lo mucho que lo era Danica! Necesitaban una distracción, algo que les permitiera posicionarse.
El agua entró por encima del costado roto del bote cuando se balanceó otra vez, pero Cadderly no le dio importancia, absorto en el hombre herido que pataleaba en el agua junto al remo flotante. La forma del remo captó la atención del joven clérigo.
Con un pie plantado en el bote, y con el hombre que se ahogaba forcejeando frenético contra ella, Danica, increíblemente, aguantó el equilibrio.
El combativo asesino trató de subirse por el costado, pero Danica apretó su brazo hacia abajo con tanta fuerza que le dislocó el hombro.
El hombre no pudo ni gesticular ante el obvio dolor. Sus ojos se pusieron en blanco, extrañamente plácidos. Danica comprendió. Apartó la pierna, soltó la cabeza del hombre y dejó que se hundiera en el agua.
Entonces le volvieron los sentidos, su rabia completa ante la presencia de los Máscaras de la Noche temporalmente saciada por la realidad de la muerte. Había otros alrededor; ¡danica descubrió por primera vez que era muy probable que hubiera otros alrededor!
Se volvió y, para su horror, vio a Cadderly desaparecer bajo el agua ante el agarre de un asesino. Otro bote, con varios hombres, se acercó por detrás; Danica no sabía si eran amigos o enemigos; hasta que un proyectil de ballesta cortó el aire junto a su cara.
Instintivamente se echó en el suelo del bote. Sabía que tenía que alcanzar a Cadderly, pero ¿cómo? Si se sumergía en el agua, ¿cómo podía esperar detener esta amenaza que se aproximaba?
Un grito a un lado hizo que Danica se diera media vuelta y se asomase por encima del tablón roto. Allí forcejeaba el Máscara de la Noche herido, al que Cadderly había impactado con su buzak, luchando desesperadamente para liberarse del agarre de una gruesa constrictor, una serpiente de grosor parecido a uno de los remos del bote.
El hombre de alguna manera se liberó y empezó a nadar a toda velocidad hacia el bote que se aproximaba. La serpiente culebreó en su persecución, deslizándose bajo el agua mientras se alejaba.
A pesar del peligro, Danica no pudo hacer otra cosa que sonreír. Sabía que la aparición de esa serpiente no era una coincidencia natural; supo que Cadderly y ese poder misterioso habían atacado otra vez.
Danica se puso de rodillas. El otro bote estaba más cerca ahora; podía ver a un hombre en la proa apuntando una ballesta en su dirección. Se levantó de pronto, como si quisiera ponerse en pie, y entonces se dejó caer de bruces oyendo el silbido del proyectil al pasar por encima de ella.
Ahora tenía tiempo de llegar al costado y sumergirse en el agua detrás de Cadderly. Antes de que saliera del bote, el agua se agitó y apareció el Máscara de la Noche, con la cara contorsionada por el terror y la segunda serpiente, el segundo remo, enrollado alrededor de su hombro y del pecho. Trató de alcanzar el bote y soltó un manotazo al agua y a la bestia.
Luego desapareció.
De nuevo el agua se agitó a una corta distancia junto al bote. Cadderly llegó arriba, increíblemente rápido, saltando fuera del agua a una altura imposible.
¡Estaba de pie sobre el agua! Y todavía llevaba su sombrero; el símbolo sagrado colocado en su frente brillaba con furia.
Danica casi soltó una carcajada, demasiado sorprendida para reaccionar de otra manera. Cadderly cogió aire, pareciendo más sorprendido que Danica.
Volvió la mirada hacia el bote que se acercaba, en ese momento el hombre que nadaba acababa de llegar hasta él, y vio que el ballestero estaba preparando otro disparo.
—¡Sube! —gritó Danica, pensando que Cadderly era demasiado vulnerable de pie sobre el agua. Cadderly pareció no oírla. Estaba recitando, de hecho cantaba, y movía lentamente una mano de acá para allá.
Danica dirigió la mirada hacia el otro bote, vio al hombre apuntando la ballesta y a Cadderly de pie, al descubierto, vulnerable.
Gateó hacia el costado y agarró un pedazo de madera roto que flotaba en el pequeño charco del fondo del bote. Se levantó lanzando el trozo de lado de manera que girara y cimbreara… y cayó al agua sin causar daño a unos tres metros y medio del costado del bote que se acercaba.
Pero el ballestero se sobresaltó y miró en su dirección.
Un oleaje repentino irrumpió en el lago, cerca de donde había desaparecido el trozo de madera de Danica. El agua se alzó y rodó, como si la dirigieran hacia el bote enemigo. El ballestero había vuelto a poner el ojo en Cadderly cuando la ola colisionó contra el costado de la barca. En ese momento no estaba afianzado y el hombre fue de lado a lado por el borde y casi pierde el arma.
Al principio, Danica se preguntó cómo el trocito de madera había trastornado tanto la quietud del lago. Aunque se dio cuenta de que no era más que una coincidencia y se volvió a la verdadera fuente del oleaje. Cadderly todavía en pie y tranquilo, cantó su suave canción y agitó la mano de atrás adelante.
Se levantó otro oleaje que chocó contra el bote enemigo, haciéndolo girar de manera que quedara con la proa hacia el puente.
Cadderly sonrió; otra ola giró el bote de manera que la proa apuntara hacia la orilla, directamente lejos de él.
—Ven —le dijo Cadderly a Danica, extendiendo la mano—. Antes de que se reorienten.
Danica al principio comprendió mal, pensando que Cadderly la quería para ayudarlo a subir al bote. Sin embargo, Cadderly resistió su tirón y le hizo señas de que fuera hasta él.
El asesino que había hundido a Cadderly en el agua apareció de pronto boca abajo. La serpiente que se había enrollado a su alrededor se transformó de nuevo en remo a orden de Cadderly y flotó tranquilamente, como un trozo inofensivo de un naufragio.
—Ven —repitió Cadderly tirando de Danica. Saltó y se abrazó a él.
Cadderly miró a su alrededor y luego corrió hacia la isla. Danica observó por encima del hombro, y se dio cuenta de que sus pasos no salpicaban el agua. Mejor dicho, el sobrecargado joven dejaba huellas en la superficie del lago, que rápidamente volvía a su forma natural, como si corriera por un terreno blando.
A su espalda, el bote enemigo por fin se enderezó y el ballestero subió al nadador por el costado. El remo que le había estado siguiendo apareció meciéndose sobre las olas.
Danica besó a Cadderly en el cuello y descansó su fatigada cabeza en el hombro de éste. El mundo se había vuelto loco.
Cadderly llegó a la orilla murmurando, pensando en voz alta. Continuó resoplando durante el camino pero redujo la velocidad, bajo el peso de su carga, cuando llegó a un terreno más sólido.
—Cadderly…
—Si son asesinos profesionales —estaba diciendo—, debemos asumir que fueron contratados por nuestros enemigos, por Dorigen quizá.
—Cadderly…
—Creo que alguien nos ha interrelacionado —continuó Cadderly impávido—. Alguien ha determinado que somos, o al menos que soy, una amenaza que debe ser eliminada.
—Cadderly…
—Pero ¿desde cuándo revolotean a mi alrededor? —murmuró el joven clérigo—. Oh, Brennan, rezo por estar equivocado.
—¡Cadderly!
Cadderly miró a Danica por primera vez desde que habían dejado el lago.
—¿Qué?
—Ahora ya puedes bajarme —respondió Danica.
Nada más tocar el suelo empezó a correr, agarró a Cadderly por la muñeca y tiró de él. Oyeron cómo el bote enemigo resbalaba sobre la orilla entre los arbustos a sus espaldas.
—¡Tozudos! —dijo Danica, mientras miraba seriamente por encima de su hombro.
Cadderly supo que quería dar media vuelta y acabar el combate.
—Ahora no —rogó—. Debemos regresar a la posada.
—Nunca tendremos a nuestros enemigos tan a tiro como ahora —razonó Danica.
—Estoy cansado —respondió Cadderly. Y desde luego, el joven lo estaba. La canción ya no sonaba en su mente, si no que la había reemplazado un severo dolor de cabeza, de un tipo que nunca antes había padecido.
Danica asintió y se puso a correr. Atravesaron una valla que daba al patio de una de las mansiones más refinadas de Carradoon. Los perros empezaron a ladrar en algún lugar cercano, pero Danica no se desvió de su camino y saltó otra cerca de otro patio posterior.
Varias personas, mercaderes viejos y sus esposas, se quedaron mirando a la pareja de fugitivos con incredulidad.
—¡Escóndanse y avisen a la guardia de la ciudad! —les gritó Cadderly mientras seguía a Danica—. ¡Unos ladrones y asesinos nos persiguen! ¡Llamen a la guardia de la ciudad y mándenlos al puente!
La pareja irrumpió a través de otra hilera de arbustos, yendo a parar a un callejón empedrado, corriendo entre hileras de bellas casas señoriales, entre gente curiosa que los miraba fijamente.
Ni un caballo ni un carro se veían a esa hora temprana en el puente, algo que alivió a Cadderly, mientras él y Danica empezaban a atravesarlo. El joven clérigo habría odiado situar a alguien directamente en medio de sus mortíferos perseguidores, y supo por el continuo ladrar de perros distantes, que los Máscaras de la Noche no habían abandonado la persecución, estaban sólo a unos pocos minutos detrás.
Resbaló hasta detenerse cuando llegaron al punto más alto del primero de los tres soportes arqueados del puente. Danica empezó a preguntarle, pero se detuvo ante la sonrisa intrigante.
—Vigila por si vienen los asesinos —le dijo mientras se dejaba caer de rodillas. Usó su capa mojada para trazar un cuadrado en el puente de piedra.
—La primera página que alguna vez miré en el libro de la Maestre Pertelope siempre me maravilló —explicó sin parar de trabajar—. Supe que era un conjuro parecido al que vi en el libro de Belisarius
Con el cuadrado completo, dos líneas húmedas que corrían paralelas de un lado a otro de la estructura, Cadderly se levantó y dirigió a Danica una docena de pasos más allá.
Cadderly llamó a la canción y empezó a cantar, conociendo las palabras al dedillo. Aunque tuvo que parar y fregarse las sienes para aliviar el pálpito que causaban los poderes.
«Te agotaran y se llevarán algo de ti siempre que los invoques —le había dicho Pertelope—; el agotamiento es tu enemigo…».
—Están en el puente —oyó que decía Danica, y sintió su tirón en la mano, tratando de que se diera prisa en seguirla.
No podía ayudarlo. Cadderly luchó a través del dolor y el cansancio, se forzó a que la canción entrara en su mente y saliera por sus labios.
¿Qué es el lazo que la piedra aguanta?
Un lazo que la humedad rompe.
¿Qué eres sin el lazo?
Danica lo empujó al suelo; oyó el vibrante sonido del virote de ballesta pasar junto a ellos.
Aún cantaba, su concentración era completa.
Escúrrete, mi agua, escúrrete.
Y a través del lazo, húndete.
El asesino que iba delante tropezó de pronto, trastabilló hacia adelante como si sus pies estuvieran atrapados, cayó de bruces en el puente… y se hundió en el fango en que se había convertido esa sección del puente.
Danica y Cadderly oyeron chapoteos cuando trozos de barro y piedras cayeron al lago. Otro asesino se metió en la trampa hasta la altura de las rodillas, pero se las arregló para salir del embrollo que se desmoronaba.
El hombre que había caído de cabeza gritó cuando salió por el fondo, cayendo seis metros más o menos hacia el agitado lago.
La sección entera que Cadderly había marcado se desplomó detrás de él.
Cuatro asesinos, sorprendidos, estaban al borde del agujero de cuatro metros y medio que les separaba de su pretendida presa, mirando aturdidos.
—Ella dijo que Deneir exigiría de mí —le comentó Cadderly a Danica, mientras se frotaba las sienes palpitantes—. Y lo hará otra vez, cuando lleguemos a la posada.
—¿Has vislumbrado alguna fe? —preguntó Danica mientras huían, dejando atrás las maldiciones de los frustrados asesinos y el ruido de cascos de los caballos que llevaban a la guardia de la ciudad hacia el puente.
Cadderly miró a Danica como si le hubiera abofeteado. Se calmó y se encogió de hombros, careciendo de recursos ante su lógica.
Oyeron los gritos de los guardias y los asesinos mientras los atrapados ejecutores, uno por uno, se hundían hacia la superficie del agua.
El camino estaba despejado, todo el camino de vuelta a la Bragueta del Dragón, hacia los enemigos y los amigos muertos.