Mentor
Hazlos volver —suplicó Danica, con un tono de desesperación en la voz y las manos temblando a los costados.
Cadderly clavó los ojos con impotencia en sus extremidades de ardilla, sin la menor idea de cómo empezar a invertir el proceso.
—No puedo —admitió, tanto para él como para Danica. La miró incapaz, con los ojos abiertos como platos de incredulidad y horror—. No puedo.
Danica se acercó a él, o lo intentó, hasta que el dolor en su costado la hizo trastabillar. Se agarró la herida sangrienta del abdomen justo sobre la cadera, y cayó sobre una rodilla.
Obstinada, Danica volvió a ponerse en pie, una mano extendida frente a ella para mantener apartado a su preocupado amante.
—Eso debe ser atendido —imploró Cadderly.
—¿Con tus manos de ardilla? —La réplica de Danica hirió más a Cadderly de lo que ella había esperado—. Devuelve tus brazos y piernas a su forma humana, Cadderly. Te lo suplico.
Cadderly se quedó mirando sus extremidades, sintiéndose engañado, sintiéndose como si su dios, o la magia, lo hubieran dirigido por el mal camino. Danica estaba ante él y lo necesitaba, y él, con las extremidades de un roedor, no podía hacer nada por ella.
El joven clérigo buscó en su memoria, dejó que una página tras otra del Tomo de la Armonía Universal pasaran por su mente en una rápida sucesión. Nada aludía abiertamente a lo que había hecho, a esa transformación milagrosa e irrecusable que de algún modo había traído sobre sí mismo.
Pero entretanto Cadderly no encontraba respuestas directas, empezó esa armonía lejana, esa canción dulce e inspiradora donde todos los misterios de la existencia se deslizaban más allá de él, esperando a ser agarrados y descifrados. La canción sonó con una sola palabra para el joven clérigo, el nombre de la única persona que podía ayudarle a encontrar el sentido a todo.
—¿Pertelope? —preguntó Cadderly con la mirada vacía.
Danica, que seguía con las facciones crispadas por el dolor, se quedó mirándolo.
—Pertelope —repitió con más firmeza. Volvió la mirada hacia Danica, con la respiración acelerada—. Ella sabe.
—¿Ella sabe qué? —preguntó la joven, estremeciéndose con cada palabra.
—Ella sabe —fue todo lo que Cadderly pudo responder, ya que en verdad no sabía realmente la información que podría tener para él la maestre. Sólo sintió que la canción no le mentía, no le llevaba al error.
—Debo ir hasta ella.
—Está en la biblioteca —argumentó Danica—. Te llevará tres…
Cadderly la hizo callar con una mano extendida. Cerró la mente a los estímulos que lo rodeaban y se centró de nuevo en la canción, la sintió fluir a través de la distancia, llamándolo a entrar en ella. Cadderly se alineó con la melodía, dejó que lo transportara. El mundo se convirtió en un paisaje en sueños, surrealista, irreal. Vio las puertas de Carradoon y la carretera del oeste que llevaba a las montañas. Los collados pasaron a gran velocidad por debajo de su conciencia, entonces vio la biblioteca acercándose muy rápido, se encontró con los muros salpicados de hiedra y pasó a través de ellos… hacia la habitación de Pertelope.
Cadderly reconoció el tapiz en la pared trasera, a un lado de la cama, el mismo que había robado para que Iván lo pudiera usar para hacer la réplica de la ballesta drow.
—He estado esperando a que vinieras a mí —oyó decir a Pertelope. La imagen de la habitación cambió y allí estaba la maestre, sentada al borde de la cama, vestida como siempre en su túnica negra de manga larga y cuello alto. Sus ojos se abrieron de par en par cuando observó la manifestación, y Cadderly comprendió que lo veía con sus extremidades de roedor, aunque había dejado su forma corpórea muy atrás.
—Ayudadme —suplicó.
La reconfortante sonrisa de Pertelope descendió sobre él afectuosamente.
—Has encontrado Afinidad —comentó la maestre—, un ejercicio poderoso, y que no deja de ser peligroso.
Cadderly no tenía ni idea de lo que estaba hablando Pertelope.
¿Afinidad? Nunca había oído usar la palabra de esta manera.
—La canción suena para ti —comentó Pertelope—, a menudo sin que lo desees. —La cara de Cadderly reveló su sorpresa.
»Supe que lo haría —continuó Pertelope—. Cuando te di el Tomo de la Armonía Universal, supe que la canción empezaría a sonar en tu mente, y supe que pronto encontrarías los medios para descifrar los misterios escondidos en sus notas.
—No —protestó Cadderly—. Quiero decir, las cosas están pasando a mi alrededor, y me están pasando a mí… —Miró impotente sus extremidades, réplicas traslúcidas de su forma corpórea—. Pero no son mi obra, ni están bajo mi control.
—Por supuesto que lo son —respondió Pertelope, desviando su atención de las extremidades transformadas—. El libro es el conducto de la energía mágica otorgada a través del poder de Deneir. Tú invocas y guías esa energía. Acude a tu llamada y se doblega a tu voluntad.
Cadderly bajó la mirada, impotente e indeciso, hacia su cuerpo deformado. Supo que Pertelope podía ver su problema, y se preguntó si Danica también podría, en el tejado en Carradoon. Las extremidades de ardilla desafiaron lo que la maestre decía, ya que si Cadderly podía controlar la magia, como insistía Pertelope, ¿entonces por qué seguía siendo medio roedor?
—No has aprendido el control completo —le dijo la maestre, como si hubiera leído su mente—, pero aún eres un aprendiz, después de todo, inexperto y con capacidades extraordinarias en las puntas de los dedos.
—¿Poderes de Deneir? —preguntó Cadderly.
—Por supuesto —respondió Pertelope tímidamente, como si este comentario de Cadderly no la cogiera por sorpresa.
—¿Por qué Deneir me concede semejantes poderes? —preguntó el joven clérigo—. ¿Qué he hecho para justificar este regalo?
Pertelope se rió de él.
—Tú eres su discípulo.
—¡No lo soy! —dijo Cadderly, mostrando una expresión de horror al darse cuenta de que lo había admitido ante una maestre de su religión.
De nuevo, Pertelope se rió.
—Lo eres, Cadderly —dijo—. Tú eres un verdadero discípulo de nuestro dios, y también de Oghma, su hermano. No midas la lealtad en términos de rituales y asistencia a tus deberes. Mídela por lo que reside en tu corazón, por tus principios y tu amor. Eres un erudito en toda tu inquisitiva mente y en todo tu corazón, un erudito bendecido. Ésa es la medida de lealtad hacia Deneir.
—No de acuerdo con Avery —replicó Cadderly—. ¡Con qué frecuencia me ha amenazado con expulsarme de la orden definitivamente por mi falta de tacto en relación con esos rituales que vos tan rápidamente descartáis!
—No puede expulsarte de ninguna orden —respondió Pertelope—. Uno no puede ser expulsado de una vocación religiosa.
—¿Vocación religiosa? —preguntó Cadderly—. Si así es como lo llamáis, entonces me temo que, para empezar, nunca estuve en la orden. No tengo vocación.
—Eso es absurdo —replicó Pertelope—. Estás tan en armonía con los preceptos de Deneir como nunca he encontrado a nadie. ¡Eso, mi joven clérigo, es lo que constituye una vocación religiosa! ¿Dudas de los poderes que has empezado a descubrir?
—No de los poderes —respondió Cadderly con la típica terquedad—, sino de su fuente.
—Es Deneir.
—Así decís —respondió Cadderly—, y así sois libre de pensar.
—También lo serás, con el tiempo. Eres un clérigo de Deneir, un seguidor de un dios que exige independencia, el ejercicio de pensar libremente, y el del intelecto —continuó Pertelope de nuevo, como si hubiera leído la mente de Cadderly. Tuvo que preguntarse si Pertelope había interpretado esta escena, ella misma, hacía muchos años.
»Se supone que debes hacerte preguntas; cuestionártelo todo, incluso la existencia de los dioses y el propósito de estar vivo —continuó Pertelope, sus ojos castaños tomando una mirada distante, mística—. Si siguieras ciegamente los rituales, no serías mejor que el ganado y las ovejas que manchan los campos alrededor de Carradoon.
»Deneir no quiere eso —prosiguió Pertelope, calmada, reconfortante, y volviendo la mirada directamente al asustado joven—. Es un dios de artistas y poetas, librepensadores todos, de otra manera sus trabajos no serían más que las réplicas de lo que otros han estimado ideal. La pregunta, Cadderly, es más fuerte que la respuesta. Es lo que consigue el crecimiento; crecimiento hacia Deneir.
En algún lugar en su interior, Cadderly rezó por que Pertelope estuviera diciendo la verdad, que la aparente sabiduría de sus palabras no fuera sólo la débil esperanza de alguien tan desesperado y confuso como él.
—Has sido escogido —continuó Pertelope, devolviendo la conversación de nuevo a términos más concretos—. Oyes la canción y llegarás, con el tiempo, a descifrar más y más de sus notas, para entender mejor tu lugar en esta experiencia confusa que llamamos vida.
—Soy un mago.
—¡No! —Fue la primera vez que la maestre pareció enfadada durante la conversación, y Cadderly, sabiamente, no replicó de inmediato—. Tus dones mágicos son de naturaleza clerical —sostuvo Pertelope—. ¿Has hecho algo más allá de aquellos conjuros de los que has sido testigo en los lanzamientos de otros clérigos?
Cadderly intentó recordar. En realidad, todo lo mágico que había hecho, de alguna manera al menos, replicaba los conjuros de los clérigos. Incluso esa Afinidad no era tan diferente de las habilidades de cambio de forma mostradas por los druidas. Pero no obstante, Cadderly sabía que sus poderes eran diferentes.
—No rezo por esos conjuros —argumentó—. No salgo de la cama por la mañana con la noción de que ese día seré capaz de crear luz, o de que tendré la necesidad de transformar mis brazos en las patas de una ardilla. Tampoco rezo a Deneir, en ningún momento.
—Lees el libro —razonó Pertelope, robándole a Cadderly su creciente ímpetu—. Ése es tu rezo. En lo que concierne a seleccionar conjuros y memorizar sus entonaciones particulares, no tienes necesidad. Oyes la canción, Cadderly. Eres uno de los escogidos, uno de los pocos. He sospechado eso durante muchos años, y llegué a comprender justo hace pocas semanas que ocuparías mi lugar.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Cadderly, su proximidad al pánico se intensificó por el hecho de que Pertelope, mientras hablaba, había empezado a desabotonarse su larga túnica. Cadderly boqueó sorprendido mientras la maestre se sacaba la prenda, revelando un torso uniforme cubierto por una piel que parecía el pellejo de un tiburón, no con piel, sino con afilados dentículos.
—Me crié desde la infancia en la Costa de la Espada —empezó la maestre con voz cansada—, cerca del mar. Mi padre era un pescador, y a menudo iba con él para tender las redes. Ya ves, encontré afinidad con el tiburón, como tú con las ardillas; con Percival en particular. Llegué a maravillarme con los gráciles movimientos, y la perfección de la a menudo maligna criatura.
»Ya te he explicado que la Afinidad es una práctica que no deja de tener sus peligros —siguió Pertelope, soltando una pequeña e irónica risita ahogada—. Ya ves, también caí presa de la maldición del caos. Bajo sus influencias, asumí mi Afinidad sin miramientos por la seguridad, ni límites racionales en absoluto.
Cadderly se estremeció al pensar que esta maravillosa mujer, siempre una querida amiga para él, había sufrido por la maldición que él había desatado sobre la biblioteca.
No había malicia ni culpa en la voz de Pertelope cuando continuó.
—El cambio que hice es permanente —dijo, frotándose una mano por el brazo, los dentículos dibujaron varias líneas rojas en la palma humana—. Es doloroso, también, ya que mi cuerpo entero es en parte humano y en parte pez. El mismo aire es veneno para mí, como lo serían las aguas del ancho mar. Ya no tengo un lugar en este mundo, amigo mío. Me estoy muriendo.
—¡No!
—Sí —respondió Pertelope fácilmente—. No soy joven, lo sabes, y he trabajado mucho en este camino confuso que llamamos vida. La maldición me mató, no lo dudes, y he luchado para continuar por el mismo propósito que está ante mí ahora. Tú, Cadderly, eres mi sucesor.
—No lo acepto.
—No puedes evitarlo —respondió la maestre—. Una vez empezada, la canción nunca se detiene. Nunca.
La palabra sonó para Cadderly como el ruido de un tambor, de pronto aterrorizado por los horrores que podía haber desatado en las páginas de ese libro abominable.
—Llegarás a saber las limitaciones de tus poderes —continuó Pertelope—. Y por supuesto hay limitaciones. —Miró desconcertada a sus propios brazos transformados mientras hablaba, dejando el punto meridianamente claro—. No eres invencible. No eres todopoderoso. No eres un dios.
—Yo nunca dije…
—La humildad será tu protección —interrumpió Pertelope rápida y tajante—. Prueba los poderes, Cadderly, pero pruébalos con respeto. Te agotarán y se llevarán algo de ti siempre que los invoques. El agotamiento es tu enemigo, y debes saber que realizar magia inevitablemente cansará al lanzador. Pero comprende, también, que si Deneir te ha escogido, exigirá de ti.
Pertelope sonrió afectuosa, mostrando su confianza en que Cadderly estaría listo para hacer frente al reto.
No hubo una sonrisa recíproca en la cara de Cadderly.
—¿Planeas ir a alguna parte? —susurró Espectro a Bogo Rath, al ver al joven mago con un saco en la mano en el piso superior del salón de la Bragueta del Dragón.
El asesino salió de la habitación de Cadderly y se dirigió hacia Bogo para seguirlo hasta su propia habitación.
—Se ha avisado a la guardia de la ciudad —explicó el mago—. Se abarrotarán alrededor de este lugar.
—¿Y qué encontrarán? —respondió Espectro con una risa socarrona, pensando que era una expresión irónica, dado que acababa de depositar el cuerpo de Brennan en la habitación de Cadderly—. Sin duda nada que nos implique a ninguno de los dos.
—Le di al enano con un rayo —admitió Bogo.
—No te vio —replicó Espectro—. Si lo hubiera hecho, estarías muerto. Él y su hermano están por aquí, en el piso de abajo con Fredegar. Habrían vuelto a por ti mucho antes si el enano estúpido sospechara que le habías lanzado la magia.
Bogo se relajó un poco.
—¿Cadderly y Danica consiguieron marcharse?
Espectro se encogió de hombros incapaz de contestar. No había visto demasiado de la carnicería que había dejado la batalla.
—Temporalmente, quizá —respondió al final con tanta convicción como pudo reunir—. Pero los Máscaras de la Noche ahora están tras sus pasos. No se detendrán hasta que el joven clérigo haya muerto.
—Entonces soy libre de volver al Castillo de la Tríada —razonó Bogo esperanzado.
—Si intentas marcharte ahora, sólo despertarás sospechas —respondió Espectro—. Y si Cadderly se las ha arreglado para eludir a los asesinos, es probable que vuelva aquí. Éste es todavía el mejor papel de la obra, para aquellos que tienen el coraje de actuar hasta el final.
Las últimas palabras sonaron claramente como una amenaza.
—Ayuda a la guardia de la ciudad en su investigación —prosiguió Espectro, con una repentina sonrisa irónica en sus facciones. Era el artista, se recordó a sí mismo tejiendo las redes de la intriga—. Diles que posees algunos conocimientos de magia, y que crees que se lanzó un rayo en el pasillo del piso de arriba. Cuando el enano confirme tu historia, confiarán en ti.
Bogo miró al asesino dubitativamente, incluso más cuando recordó que Kierkan Rufo aún estaba cerca, conociendo información que a buen seguro podría condenarle.
—¿Qué pasa? —preguntó Espectro, al ver su creciente preocupación.
—Rufo.
Espectro rió entre dientes.
—No puede decir nada sin implicarse a sí mismo. Y, por todas las descripciones, es demasiado cobarde para hacer eso.
—Bastante cierto —admitió Bogo—, pero no estoy seguro de tu sentido común al quedarnos en la posada. Parece que hemos subestimado a Cadderly y a sus amigos.
—Quizás —acordó Espectro con poco entusiasmo—, pero ahora no compliques el error por sobrestimar al clérigo. Por todo lo que sabemos, Cadderly puede yacer muerto en una callejuela.
Bogo vaciló y luego asintió.
—Vete —ordenó Espectro— de vuelta a tu habitación, o para ayudar en la investigación, pero no le digas nada a Rufo. Mejor que dejemos solo al clérigo cobarde para que le remuerda la culpa y el miedo.
De nuevo Bogo asintió y luego se fue.
La confianza de Espectro desapareció tan pronto se quedó solo. Ésta había sido una visita complicada a Carradoon, no había sido un asesinato limpio. Incluso si Cadderly había muerto, las consecuencias eran terribles, con más de la mitad de los miembros de la banda de los Máscaras de la Noche muertos.
Espectro ya no estaba seguro de que permanecer en la Bragueta del Dragón fuera algo bueno para él o para Bogo, pero temió las consecuencias de tratar de escabullirse con la guardia de la ciudad, y dos enanos ruidosos, fisgoneando por allí. Se acercó hasta su puerta y la abrió un dedo, interesado en ver qué podría estar sucediendo en el exterior.
Observó con cuidado a Rufo, pensando que si el clérigo traidor hacía algún movimiento peligroso, lo mataría.
No, no había sido sin complicaciones, pero eso era parte de la diversión, ¿o no? Era un nuevo reto para el artista, un intrincado paisaje con el que llenar el lienzo.
Espectro mostró una sonrisa perversa, confortándose en el hecho de que no estaba en peligro; no mientras tuviera a Ghearufu, y a Vander como anfitrión a la espera e indefenso en las afueras del pueblo.
Cadderly se sintió aliviado de que Danica aún estuviera de pie y consciente cuando se reunió con su forma corpórea en el tejado junto a la Bragueta del Dragón. La cara de la joven seguía desfigurada por el dolor. Un virote de ballesta sobresalía de su costado derecho, colgando de la piel y la túnica y rodeado por una creciente mancha escarlata.
Cadderly no se dirigió a ella de inmediato. Cerró los ojos y obligó a que la canción volviera a su mente. Las notas fluyeron hasta que Cadderly recordó esa parte de la canción, esa página del tomo, que había oído antes en el balcón cuando había realizado el cambio a la forma de ardilla.
Danica le susurró en voz baja, parecía más preocupada por su seguridad que por la propia. Con algún esfuerzo, Cadderly apartó sus palabras, concentrado en la música. Su boca se movió en una plegaria silenciosa, y cuando al final abrió los ojos, Danica se esforzaba por sonreír y sus brazos y piernas habían vuelto a la normalidad.
—Encontraste tus respuestas —comentó la joven.
—Junto a más preguntas —respondió Cadderly. Sacó el buzak de su firme agarre en el dedo y se lo guardó, luego se acercó a su amada.
—Estabas hablando —le dijo Danica—, pero no a mí. Sonó como media conversación, la otra mitad…
—Era con Pertelope —explicó Cadderly—. Yo, o al menos mi conciencia, estaba de nuevo en la biblioteca. —Apenas se dio cuenta de la mirada de Danica, estaba más preocupado por su grave herida.
Esta vez, cuando recordó la canción, le sonó más lejana, le requirió más esfuerzo acercarse a ella. Las advertencias de Pertelope sobre la extenuación brotaron en su interior, pero apartó sus crecientes miedos a un lado; la salud de Danica era más importante.
Cadderly se centró tanto en el virote clavado como en la herida que había causado; sus pensamientos estaban tanto en la destrucción como en la curación. Su canto fue pronunciado a través de los dientes apretados.
Danica gruñó y se estremeció. Un humo negro salió de la herida. Pronto una nubecita de la sustancia cubría su costado.
El virote era su enemigo, era el enemigo de Danica, decidió Cadderly. Pobre Danica, querida Danica.
Cuando el humo se disipó, también desaparecieron el proyectil de ballesta y la herida.
Danica se enderezó y se encogió de hombros, sin saber cómo le podría dar las gracias a Cadderly por lo que acababa de hacer.
—¿Estás herido? —preguntó, preocupada.
Cadderly sacudió la cabeza y la cogió del brazo.
—Debemos irnos —dijo, en tono ausente, como si estuviera hablando más para sí que para Danica—. Debemos irnos y sentarnos juntos, en privado, y tratar de aclarar los giros que el destino nos ha mostrado. —Levantó la cabeza y volvió su atención hacia los crecientes tumultos en los callejones alrededor de la Bragueta del Dragón, en particular hacia el sonido de cascos que resonaba en todas direcciones.
—La guardia de la ciudad está cerca —respondió Danica—. Necesitarán información.
Cadderly continuó tirando de ella.
—No tenemos a donde ir —argumentó Danica cuando se acercaron al borde de la parte trasera del edificio, muchos soldados aparecieron a la vista a lo largo de la plaza del Mercado.
Cadderly no estaba escuchando. Sus ojos estaban cerrados de nuevo y se había zambullido en algún canto, en la canción.
Los ojos de Danica se abrieron de par en par una vez más cuando se sintió transformarse en algo menos que sustancial. De alguna manera Cadderly mantenía su brazo agarrado y juntos volaron lejos, fuera del tejado, cabalgando las corrientes del viento.
Bogo Rath se deslizó fuera de la Bragueta del Dragón un momento más tarde, apresurándose con vigor más allá de los enanos y el afligido posadero. Después de una breve reflexión, el asustado joven decidió que las presunciones de Espectro no merecían que arriesgara la vida, y decidió, también, que dejar la posada después de semejante tragedia no se vería como un acto sospechoso.
La única cosa que el guardia de la ciudad le pidió cuando pasó por el agujero que había sido la puerta principal es que se quedara en la ciudad.
Bogo asintió y señaló una posada unas puertas más lejos, en la calle Lakeview, aunque el mago no tenía intención de estar por allí mucho tiempo. Iría a la posada y cogería una habitación, pero permanecería en Carradoon sólo hasta que hubiera estudiado los conjuros que le permitieran irse rápidamente y sin la posibilidad de ser detenido.