15

Un buen día para morir

Mientras la noche continuaba avanzando hacia la mañana, los huéspedes de la mitad de las ocho habitaciones privadas de la Bragueta del Dragón dormían profundamente.

Bogo Rath estaba sencillamente demasiado nervioso para pensar en dormir. Al saber lo que iba a pasar, y al saber que había interpretado una parte en el preludio del asesinato en curso, el joven mago pensó en los problemas potenciales que afrontaría esa mañana. ¿Seguiría siendo leal Kierkan Rufo? E incluso si el clérigo lo hacía, ¿sería capaz el hombre esquinado y extraño de llevar a cabo la misión que Bogo le había encomendado? Las cosas podían volverse problemáticas con mucha rapidez en la Bragueta del Dragón si cierto maestre de la Biblioteca Edificante no era tratado como es debido y eficientemente.

Bogo conocía lo bastante bien a la despiadada organización de los Máscaras de la Noche para darse cuenta de que Espectro lo haría responsable si Kierkan Rufo fallaba. El mago paseó de un lado a otro de su habitación, teniendo cuidado de mantener sus pasos tan silenciosos como fuera posible. Deseó que Espectro viniera hasta él en ese momento, o que uno del grupo cercano al menos contactara con él para explicarle cómo iban las cosas.

El joven mago resistió la tentación de abrir la puerta un poco, recordando que si interrumpía en el momento inoportuno, podría compartir el destino sombrío de Cadderly.

En su propia habitación, Espectro estaba sentado mirando por la ventana, amargado y lleno de rabia. No había dormido nada en toda la noche, después de que la disciplina mental de Danica hubiera vencido a su intento de posesión. Había querido estar cerca cuando el grupo de asesinos entrara; sin embargo, esa noche, se había visto forzado a ir hasta la banda y cambiar las órdenes. Danica debía morir junto a su amado.

A pesar de los giros inesperados, el asesino seguía confiando que Cadderly moriría ese día, pero aun así, incluso si el joven clérigo caía ahora con facilidad, ésta había sido una ejecución desordenada, llena de complicaciones y de pérdidas inesperadas. Vander había matado a un hombre; otros cinco estaban perdidos en las estribaciones de las Copo de Nieve y el joven Cadderly todavía estaba muy vivo.

Y muy despierto. En su habitación, el joven clérigo se sentaba a su mesa, vestido para el día venidero y leyendo las páginas del Tomo de la Armonía Universal. Antes, el salón le había mostrado a Cadderly muchas sorpresas, y buscaba una entrada que le pudiera ayudar en el repentino aumento de sus sentidos, y en particular su oído.

Danica estaba sentada con las piernas cruzadas junto a la cama en una meditación tranquila, permitiendo al clérigo su necesitada privacidad y quedándose algo para ella. La de ella era una vida de disciplina, de desafíos privados y pruebas, y aunque era un poco temprano, ya había empezado su ritual matutino diario, trabajando en su ser interior, estirando sus extremidades y despejando la mente para prepararla para el día venidero.

Danica no había encontrado respuestas a su extraña experiencia anterior, y, verdaderamente, no había buscado ninguna. Para ella, el encuentro con la otra mente desconocida continuaba siendo un sueño; dado que no había sucedido nada más traumático o peligroso, la explicación parecía satisfacerla.

—¡El sol no ha salido por el horizonte! —protestó el Maestre Avery, arreglándoselas con alguna dificultad para hacer rodar su cuerpo fuera de la cama.

—Ése fue el deseo de Cadderly —le recordó Kierkan Rufo—. Deseaba confidencialidad, y creo que lo que tiene que decir valdrá el esfuerzo.

Avery carraspeó para aclarar la garganta de la mucosidad nocturna y soltó un profundo suspiro sin apartar la mirada de curiosidad del hombre esquinado.

Rufo se esforzó incluso más para permanecer tranquilo ante esa mirada escrutadora. Mantuvo la respiración firme; ahora demasiadas cosas dependían de su actuación. Bajo la apariencia de calma, la agitación bullía en Rufo. Honestamente se preguntó cómo había llegado a este punto dramático. Fue utilizado por Barjin cuando el malvado clérigo invadió la biblioteca varios meses atrás; fue el que empujó a Cadderly por la escalera secreta, cosa que casi llevó a la ruina de la biblioteca.

Rufo nunca se lo había perdonado del todo… no, no perdonado, sino más bien, nunca había sido capaz de justificar la acción él mismo. Perdonarse a sí mismo implicaba pensamientos de culpabilidad por ese acto traicionero, y en ese momento, el hombre no tenía ninguno. Con cada hecho ocurrido después de la invasión, Cadderly se había convertido cada vez más en el rival de Rufo, se había vuelto su castigo. En Shilmista, Cadderly había emergido como un héroe, mientras Rufo, sin ser culpable, al menos él nunca admitiría ninguna culpa, ni siquiera a sí mismo, se había vuelto el cabeza de turco.

Con los ojos legañosos, Avery trastabilló y se puso las ropas. Rufo se alegró de librarse de la mirada del maestre.

—¿Bajarás conmigo? —preguntó Avery.

—Cadderly no me quiere allí —mintió Rufo—. Dijo que quería encontrarse a solas con vos en el salón de la chimenea antes de que Fredegar empiece su trabajo.

—Antes del amanecer —murmuró Avery con desagrado.

Rufo siguió mirando la espalda del corpulento maestre. ¿Cómo había llegado tan lejos? Rufo no odiaba a Avery; al contrario, el maestre había actuado en beneficio de Rufo muchas veces en los últimos diez años.

Pero eso ahora quedaba atrás, se recordó. Shilmista había cambiado innegablemente el curso de la vida de Rufo, pero ahora, observando al vulnerable Avery, el hombre esquinado tuvo que detenerse y pensar en la manera drástica en que había cambiado.

—Bien, parto hacia el salón de la chimenea, entonces —anunció Avery acercándose a la puerta.

No llevaba ni la maza en el aro de su cinturón, notó Rufo. Y aún no había rezado y preparado los conjuros.

—La verdad, desearía que Cadderly fuera más normal —comentó Avery, mostrando su evidente cariño por el joven clérigo, y eso sólo fortaleció la decisión traidora de Rufo—. Pero, así las cosas, ése es su encanto, supongo. —Avery se calló y sonrió, y Rufo supo que el hombretón estaba enfrascado en algún recuerdo privado de Cadderly.

—Reúnete conmigo en el salón para el desayuno —ordenó Avery—. Quizá seré capaz de persuadir a Cadderly para que cene con nosotros.

—Justo lo que yo deseo —murmuró Rufo con desagrado. Se acercó a la puerta y observó cómo Avery descendía por la arqueada escalera hacia el salón débilmente iluminado.

Rufo cerró la puerta con suavidad. Su parte estaba hecha. Había puesto los acontecimientos en movimiento, tal como le había ordenado el joven mago que hiciera. El destino de Avery estaba en las propias manos del maestre.

El joven esquinado se apoyó contra la pared, tratando desesperadamente de desechar la creciente culpa. Recordó cómo lo había tratado Avery recientemente, las terribles cosas que el maestre le había dicho y las amenazas de expulsarlo de la orden.

Para Kierkan Rufo, tan consumido por el resentimiento, la culpa no era un sentimiento difícil de vencer.

Medio dormido en la habitación común de la posada situada dos puertas más allá de la Bragueta del Dragón, con la cabeza descansando en la cornisa de la ventana de la callejuela, Pikel oyó un silbido peculiar. El atontamiento del enano duró sólo el tiempo que le llevó a Pikel recordar lo que su hermano le haría si lo cogía dormido en su guardia.

Pikel sacó la cabeza por la ventana y respiró el aire helado de antes del alba.

Se oyó otro silbido, desde la callejuela en el otro lado del edificio que tenía enfrente.

—¿Eh? —se preguntó el enano, sus instintos le dijeron que los silbidos no eran al azar, eran más probablemente una señal. Pikel saltó de su asiento y corrió hacia la puerta principal, apartando a un lado la barra de cierre y saltando al porche delantero de la posada.

Vio formas saliendo de la callejuela más allá del edificio más cercano, formas que se movían sobre el porche de la Bragueta del Dragón, deslizándose en silencio a través de la puerta abierta.

Pikel empezó a avanzar para investigar mejor, cuando un movimiento a su lado le llamó la atención. Un hombretón se abalanzó hacia él, lanzando tajos a lo loco con la espada. El primer impacto rebotó en el hombro acorazado del enano, no lo atravesó pero dejó una magulladura dolorosa.

—¡Oooo! —exclamó Pikel sorprendido, retrocediendo por el camino por el que había venido. El hombre mantuvo la distancia, soltando tajos envenenados. Pikel no tenía arma; había dejado su garrote en la habitación, sin creer realmente en las crecientes sospechas de Iván de que los peligros estaban al acecho en el exterior.

Ahora el enano de la barba verde se las creía, con este hombre acometiendo, empujándolo hacia atrás a cada paso. La sangre brotó de uno de los brazos de Pikel; encajó un vistoso corte en una mejilla que le dibujó una delgada línea roja.

Los ataques continuaron sin descanso, y Pikel, casi al lado opuesto de la habitación común, tenía pocos sitios a donde correr.

La apertura de la cerradura con ganzúa fue silenciosa. El Maestre Avery, con sus pesados párpados casi cerrados ni se dio cuenta de que alguien había entrado en la Bragueta del Dragón hasta que los asesinos estuvieron sobre él.

Entonces lo dejaron atrás, deslizándose escaleras arriba tan silenciosos como sombras.

Cadderly levantó la mirada del Tomo de la Armonía Universal y miró por encima del hombro a Danica.

—¿Qué es eso? —preguntó la mujer, interrumpida su meditación por la simple intensidad de la mirada fija del joven erudito.

Cadderly se llevó un dedo a los labios fruncidos, haciéndole un gesto de que se quedara en silencio. Alguien le llamaba, una canción lejana, una voz de peligro inminente. Recogió su buzak y su bastón y empezó a levantarse, dirigiéndose hacia la puerta cerrada.

Aún no había abandonado su silla cuando la puerta se abrió de pronto y unas formas oscuras se abalanzaron al interior.

Danica todavía estaba sentada con las piernas cruzadas cuando el primer asesino, espada en mano, se abalanzó hacia ella. El asesino entró agachado, sin poder dar crédito a sus ojos cuando las piernas dobladas de Danica saltaron, el impulso la levantó en el aire. Dobló las piernas mientras ascendía, evitando el golpe bajo, y cayó sobre el hombre encorvado.

Sus piernas se cerraron alrededor del cuello mientras caía, y lo sujetaron con fuerza, dio un tirón violento hacia un lado, descendiendo hasta torcerse del todo y lanzando todo su peso bajo el hombre encorvado.

El asesino vio cómo la habitación giraba, pero su cuerpo no se movió.

Cadderly movió su bastón ante él y se quedó estupefacto cuando oyó que algo, un virote de ballesta, quizá, lo rozaba y se desviaba inofensivamente. Volvió a blandir el bastón, a la altura del hombro, esta vez a la ofensiva, cuando dos hombres avanzaron amenazadores sobre él. Instintivamente, Cadderly hincó una rodilla en el suelo y lanzó el buzak hacia adelante.

El Máscara de la Noche, esquivando, se agachó justo en la trayectoria de la segunda arma, y fue alcanzado en el antebrazo.

Cadderly esperó que el hombre respondiera de inmediato, ya que el joven clérigo aún no había descubierto la potencia del forjado de Iván. Cadderly se quedó mirando mientras el brazo del hombre se doblaba formando una especie de segundo codo bajo el poder del golpe.

Pero pararse a observar con un segundo enemigo tan cerca no era una sabia elección. Cadderly se dio cuenta de su error, al ver que un garrote lleno de clavos llevaba una trayectoria descendente que acabaría machacando su cabeza; supo entonces que su vida había llegado a su fin.

Pikel se las arregló para mantenerse cerca de su perseguidor de manera que el hombre no pudiera extender sus largos brazos para alcanzarle con un golpe limpio. No obstante, el enano dijo «¡Oooo!» varias veces, al notar el escozor de una docena de cortes.

El primer pensamiento de Pikel fue ir hacia las escaleras, pero desechó la idea al darse cuenta de que si empezaba a subir se pondría a la altura del enemigo y perdería su, desesperadamente necesitada, ventaja de estar bajo la zona óptima de impacto del hombre. El enano se desvió hacia un lado, andando hacia atrás más rápido, casi cayéndose en el esfuerzo.

El hombre lo siguió con empeño.

El asesino se detuvo de repente, y Pikel se dio cuenta de que no podía hacer lo mismo, quedando el enano al descubierto para un golpe lateral a plena potencia.

—¡Oooo! —chilló Pikel, lanzándose desesperado hacia atrás. Colisionó con fuerza contra la pared antes de haberse alejado mucho, y el arma del asesino cortó justo bajo la coraza de la excelente armadura del enano.

Pikel ni tuvo tiempo de gritar a causa de la herida. Rebotó contra la pared y cargó hacia adelante a lo loco. El asesino aguantó la espada frente a él. Pikel se habría empalado, si no hubiera agarrado la afilada hoja con la mano desnuda apartándola a un lado.

Entonces Pikel se encaró con el hombre. Soltó la espada casi de inmediato y rodeó los brazos del hombre con los suyos, empujando con todas sus fuerzas, sus piernas rechonchas y musculosas moviéndose arriba y abajo frenéticamente.

Ahora el asesino andaba hacia atrás y Pikel iba hacia adelante, ganando velocidad e impulso. El enano apenas podía ver en torno al hombre, mucho más grande que él. Apuntó hacia la puerta abierta pero falló, medio metro a la izquierda.

La posada de pronto tuvo una segunda puerta.

Danica golpeó el suelo más fuerte de lo que le hubiera gustado, pero se las arregló para revolverse bajo su víctima con la suficiente rapidez para que el siguiente Máscara de la Noche clavara accidentalmente su espada en la espalda de su compañero que todavía estaba en pie.

En el otro lado, Danica corrió hacia el pie de la cama, se aferró al poste con un brazo, y dio una vuelta, saltando sobre el colchón. Un Máscara de la Noche también subió a la cama, en el otro extremo, abalanzándose sobre la, en apariencia, mujer desarmada.

Danica se mantuvo agachada y soltó una patada. Apenas se podía apoyar sobre el montón de mantas, y la patada no fue fuerte, pero el asesino tampoco se podía apoyar, por lo que no necesitó serlo. El hombre tropezó en el montón y se tambaleó. Danica se levantó debajo de él, enganchando su brazo por debajo y detrás de su hombro y lo levantó, usando su propio impulso para lanzarlo por encima de los pies de la cama.

Estaba en pie, agarrando las mantas mientras andaba, sabiendo que el que llevaba la espada estaba demasiado cerca. Instintivamente levantó el montón de mantas frente a ella, sonriendo al notar que absorbía la fuerza del golpe.

Enredado y entorpecido por la improvisada red, el asesino ni se dio cuenta del siguiente ataque de Danica hasta que el pie impactó con fuerza en su estómago.

La ágil luchadora se dejó caer mientras el hombre se tambaleaba, usando el resorte de la cama para levantarse de nuevo, su antebrazo alcanzó al hombre encorvado en la cara. El segundo brazo de Danica, apretado contra su pecho, salió disparado tras el primero, golpeando en el cuello del hombre, luego invirtió el ángulo de su primer brazo, y lo levantó por encima de la cabeza, bajándolo en diagonal hacia su víctima atontada e impactando contra su clavícula. Cayó hacia un lado, y a Danica, temporalmente libre de amenazas inmediatas, no le gustó lo que vio más allá de él.

De nuevo usó el resorte de la cama, la joven saltó, cayendo entre el bastidor que aguantaba el dosel y los pies de la cama. Oyó un inequívoco ruido sordo cuando un virote de ballesta impactó en el muro justo detrás de ella.

El hombre que había tirado en esa dirección estaba de nuevo en pie y volvía a la pelea, pero apenas se había preparado cuando el impacto del hombro lo lanzó por encima de la mesa estrellándose contra la pared.

—¡Quieto! —La palabra salió de algún lugar profundo del interior de Cadderly. Apenas era consciente de la fuerza mágica que llevaba hasta que el asesino que estaba sobre él, y ya había iniciado el ataque, detuvo su garrote y se quedó completamente quieto. El arma flotó a pocos centímetros de la cabeza de Cadderly.

La orden no tenía un poder duradero, y el asesino se libró de ella rápidamente, gruñendo y levantando el garrote para golpear de nuevo.

Puramente por instinto, Cadderly hostigó en dos direcciones a la vez, golpeando con el bastón contra un lado de la rodilla del hombre, y lanzando el buzak justo hacia adelante, para impactar en el pecho del asesino y tirarlo hacia atrás.

—¡El balcón! —gritó Danica, y Cadderly, al ver al grupo de asesinos, algunos cargando sus ballestas, que aún entraban por la puerta, asintió sin discutir.

Danica lo agarró del brazo mientras pasaba a su lado y abrió la puerta de golpe.

La canción había empezado de nuevo en la mente de Cadderly, de alguna manera llegó a él a través de la algarabía y los estruendosos ruidos.

Agarró el pelo de Danica y dio un violento tirón hacia atrás justo cuando la mujer daba su primer paso fuera de la habitación. Totalmente cogida por sorpresa, Danica cayó de espaldas.

Cadderly lanzó el buzak por encima del torso inclinado de la chica, para encontrarse de lleno con una daga que venía en la otra dirección.

Los discos de Iván ganaron la partida con facilidad, doblando la hoja de la daga y aplastando la mano que la aguantaba.

Cadderly retrocedió rápidamente, sintió la punzada cuando el buzak le vino a la mano, y luego los volvió a lanzar, esta vez impactando al Máscara de la Noche herido en el pecho, lanzándolo por encima de la barandilla.

El asesino extendió la mano mientras trastabillaba, intentando agarrarse inútilmente a ella. La mano se enganchó justo lo suficiente para desequilibrar su giro, de manera que voló los seis metros que había hasta el suelo, cayendo tendido de espaldas.

Y se quedó muy quieto.

Pikel se sacudió las astillas del pelo y de la barba.

—¡Mío hermano! —La voz, aunque enérgica, sonó lejana, y luego se acentuó por el estruendo de cristales rotos y madera hecha astillas cuando Iván, oyendo los problemas de su hermano, corrió a toda velocidad por el pasillo del segundo piso de la posada y se arrojó de cabeza a través de la ventana situada por encima de la puerta principal de la taberna.

Colisionó, soltando un gruñido, a medio metro a la derecha de Pikel y del asesino atontado, rociándolos a los dos con cristales y fragmentos de madera rota.

El asesino, que se había levantado primero, con la espalda sangrando por multitud de cortes, se dio media vuelta para distinguir la nueva amenaza. Vio a Iván de cintura para abajo, el torso del enano había caído a plomo junto al alféizar de la ventana, pero sabía por la manera en que se revolcaba y maldecía que Iván no continuaría atrapado mucho tiempo más.

Iba a levantar la espada cuando Pikel lo agarró por los tobillos y le dio un tirón que le levantó las piernas.

Pikel continuó tirando, y alejando al hombre de Iván. La rabia cegó al enano de barba verde.

—¡Ooooooo! —gruñó, y levantándolo, empezó a girar, bloqueando los pies del hombre bajo sus brazos.

El Máscara de la Noche se retorció y dobló para llegar hasta el enano, pero los pies de Pikel estaban firmemente asegurados y su giro ganó la suficiente fuerza para obligar al hombre a estirarse.

—¡Ooooooo!

El hombre rebotó y se revolvió, poniendo toda su atención en mantener agarrada la espada.

—¡Ooooooo!

Ahora, la única parte del Máscara de la Noche que continuaba en contacto con el suelo eran sus brazos mientras pugnaba por encontrar un asidero, por encontrar algo a lo que agarrarse.

—¡Ooooooo!

Pikel giró con furia; el hombre, fallando por poco los postes que aguantaban el porche, se unió a su grito de todo corazón.

Iván, de nuevo en pie, observó con incredulidad que pronto se tornó en diversión. El enano dejó a un lado el garrote de su hermano, se escupió en ambas manos y recogió su enorme hacha de doble hoja.

El asesino descubrió las preparaciones de Iván y soltó una débil estocada con la espada que ni cerca estuvo de alcanzar el blanco. Con el brazo todavía extendido, se golpeó la muñeca contra el soporte del porche mientras giraba, y la espada cayó inofensivamente a la calle.

Iván afianzó sus manos en el hacha. Intentó golpear, pero el hombre ya estaba encima.

—Voy a avanzarme —decidió el enano, apuntando mientras el circundante blanco se acercaba de nuevo. Vio la cara del Máscara de la Noche tornarse de color pálido cadavérico, vio la mirada de horror más profunda de que nunca había sido testigo.

¡Slam!

Distraído por un indicio de compasión, la coordinación no fue demasiado buena y hundió el hacha en la madera de la columna.

Pikel no advirtió a su hermano ni al hacha, no advirtió que el grito del asesino se había transformado en un jadeante grito de terror, y no tenía ni idea de cómo detendría su giro, o impediría que el mundo girase en su mareada cabeza.

—¡Ooooooo!

El peso desapareció de pronto y Pikel giró hacia el muro. Bajó la mirada hacia las botas vacías, todavía firmemente sujetas bajo sus brazos.

El pobre asesino arrancó el poste más cercano y cayó sobre la barandilla, rompiéndola y resbalando sobre los dentados balaustres. Rebotó apenas un metro, y luego se detuvo de pronto, cuando su cadera se clavó en la punta afilada de un trozo de madera. Allí se quedó, una mitad en el porche y la otra colgando sobre la calle empedrada.

—Bonitas botas —comentó Iván, mientras corría ante Pikel y le tiraba el garrote que había llevado con él. Iván empezó a dirigirse hacia el hombre caído, y entonces cambió de dirección, al oír cómo alguien caía de un balcón, el balcón de Cadderly, de la Bragueta del Dragón, dos puertas más allá.

Ambos enanos respiraron tranquilos cuando se abalanzaron sobre la forma inmóvil del hombre caído, contentos de que no fueran Cadderly o Danica quienes hubieran ido a caer de semejante manera. Pero los continuados sonidos de lucha a seis metros por encima de sus cabezas les dijeron que sus amigos aún continuaban metidos en problemas.

La puerta de la posada estaba cerrada de nuevo, y atrancada, pero eso nunca había detenido a los hermanos Rebolludo. Realmente, entrar en el salón con la puerta arrancada por delante de ellos demostró ser una cosa buena para los enanos, ya que varios virotes de ballesta les saludaron al entrar, clavándose inofensivos en la barrera de roble.

Un proyectil pasó junto al hombro de Cadderly, dibujando una línea de sangre en su brazo. Los Máscaras de la Noche cayeron sobre él por detrás; otros dos esperaron en la galería, una espada y un hacha pesada con un brillo mortecino bajo la luz previa al amanecer.

Todavía aguantando a Danica por el pelo, Cadderly levantó a la chica hasta ponerla en pie. De inmediato, ésta se transformó en un torbellino, soltando una ráfaga de patadas y puñetazos a los ya heridos asesinos que se acercaban por la espalda. Los alcanzó con varios golpes fuertes, suficientes para obligar a uno de los asesinos a retroceder. Pero el otro agarró a Danica por la cintura y su impulso los llevó a ambos al otro lado de la galería, hacia la barandilla.

Danica puso una mano en la cara de su atacante, sus dedos buscaron los ojos vulnerables del hombre. Aunque uno de los Máscaras de la Noche situados en el balcón, prevenido de las proezas de esta extraordinaria mujer, encontró una diabólica respuesta. Un solo golpe de su enorme hacha partió en dos la baranda que soportaba a Danica y a su atacante.

Cayeron juntos, Danica soltó la cara del hombre y agitó sus brazos desesperadamente para encontrar un asidero.

Cadderly la vio caer, con una mirada de impotencia.

Un virote de ballesta golpeó contra la parte de atrás del muslo de Cadderly, que se dio media vuelta mientras se parapetaba tras el escritorio; una oleada de rabia pura se extendió claramente por sus facciones por lo general tranquilas.

Sin pensar en el movimiento, Cadderly levantó el puño hacia el ballestero.

¡Fete! —pronunció, la palabra élfica que significaba fuego, la palabra de activación de su anillo mágico.

Un haz de llamas salió de la mano de Cadderly dirigiéndose hacia su atacante, inmolando al hombre en un sudario ardiente.

Con un grito mental de asco, Cadderly detuvo el fuego. Volvió a dar media vuelta, con el bastón por delante, y alcanzó con un fuerte golpe al espadachín. En realidad no le importaba lo mucho que hubiera herido al hombre; todo lo que quería era apartarlo de su camino, despejar el paso hasta el que llevaba el hacha, el que había tirado a Danica.

De nuevo, la inexperiencia había llevado a Cadderly hacia una desacertada decisión. Antes de que se acercara al del hacha, unas manos fuertes lo agarraron por los hombros y lo llevaron hacia la barandilla del balcón.

Iván lanzó la pesada puerta a un lado, dando a entender que cargaría directo hacia las escaleras. Un espectáculo horripilante le hizo ir más despacio, aunque sólo durante un momento; cuando reanudó la carga, su furia se había multiplicado por diez.

Pikel también pensó en dirigirse a las escaleras.

—Uh-oh —murmuró y corrió hacia la derecha, hacia la cobertura de la barra de la sala, ya que había varias figuras oscuras arrodilladas en formación en y sobre la escalera armadas de mortíferas ballestas.

Pikel se zambulló detrás de la larga barra, deteniéndose al estrellarse contra los toneles de cerveza amarga que había al otro lado. Para sorpresa del enano, no estaba solo, y se las tuvo que ingeniar para convencer a Fredegar Harriman de que no era un enemigo un instante antes de que el aterrorizado posadero lo golpeara con una enorme botella de brandy.

Un virote rebotó contra la hoja del hacha de Iván; otra golpeó al enano en la cabeza dejándolo atontado, aunque su excelente casco desvió la saeta entre las astas de ciervo. Quizás ese proyectil en particular le diera un poco de sentido común al testarudo enano, ya que atinadamente se echó a un lado, resbalando para rodear la escalera y gateando para cubrirse bajo ella. Se golpeó con fuerza contra uno de los soportes de la estructura mientras se abalanzaba dentro, quedando enredado en él. Para cuando el enano se dio cuenta de que era sólo un ordinario pilar de madera y no un enemigo al acecho, ya lo había hecho astillas.

Iván se sonrojó, pensando que era increíblemente idiota. Luego miró a su alrededor, descubriendo los otros cuatro soportes, uno más a su lado, dos en el opuesto y uno en medio, y una sonrisa ancha y perversa se formó en su cara.

Danica encontró un agarre en el débil adorno del balcón de Cadderly, y sus fuertes manos la sostuvieron, a pesar del molesto peso del Máscara de la Noche, aún agarrado a su cintura.

La mujer se retorció, liberó un pie, y pateó la cara del hombre una y otra vez.

Sólo a unos cuatro metros del suelo, el atacante, sensato, se soltó, cayendo pesadamente pero ileso sobre el empedrado.

La idea de Danica de subir para unirse a Cadderly en el balcón duró sólo un momento, hasta que el adorno se rompió en dos en un extremo del armazón principal, columpiando a Danica más allá de la esquina del balcón.

Instintivamente, se impulsó y saltó antes de que el adorno se rompiera del todo, se agarró al alféizar de una ventana cerca de la esquina, opuesta a donde había dejado a Cadderly. Incapaz de detener su impulso, Danica se vio forzada a saltar de nuevo, alejándose de la lucha, pero esta vez aterrizó en un asidero y punto de apoyo más sólidos: un canalón que corría por un lado del edificio, justo alrededor de la esquina.

En el momento en que se las arregló para asomarse, el balcón estaba abarrotado de asesinos vestidos de negro y plata. Al principio no vio a Cadderly en medio de ese tropel y no pudo detenerse lo suficiente para distinguirlo, ya que un ballestero la puso rápidamente en su punto de mira y otros dos asesinos se acercaron por la barandilla, andando por la repisa hasta el canalón.

—Cadderly —masculló una y otra vez; esa situación le recordó vivamente la vez que en Shilmista dejó al joven clérigo para unirse al combate, cuando la convencieron de que Cadderly podría cuidar de sí mismo.

Empezó a andar por el tejado, pensando en ir directa hacia el balcón y saltar sobre el enemigo. Aunque se volvió al oír como la cañería crujía bajo el peso de un perseguidor.

—Sube —murmuró Danica ferozmente, pensando en golpear al insensato tan pronto asomara la cabeza por encima del borde del tejado. Nunca se le ocurrió que este grupo bien organizado pudiera tener a alguien situado en el tejado.

Oyó como la ballesta chasqueaba tras ella.

—Un valiente combate, lady Maupoissant —dijo una voz de barítono a su espalda—, pero un esfuerzo inútil ante la destreza de los Máscaras de la Noche.

El bastón de Cadderly salió volando cuando colisionó contra la barandilla. Apenas pudo mantener el equilibrio cuando se dio media vuelta, pero se las arregló para pasar un brazo alrededor.

Aunque le pareció un esfuerzo inútil, ya que el Máscara de la Noche le golpeó en ese brazo sin piedad, decidido a arrojar al joven clérigo por el balcón.

El primer instinto de Cadderly le dijo que se dejara caer; la caída posiblemente no lo mataría. Aunque se dio cuenta de que otro asesino esperaba abajo, y sería una presa fácil antes de que pudiera recuperarse de la caída.

Nada de eso pareció importar cuando el segundo Máscara de la Noche, el que llevaba el hacha, se unió al primero en la barandilla.

—Adiós, joven clérigo —dijo el hombre en tono despiadado, levantando su cruel arma para partir en dos la cabeza de Cadderly.

Cadderly trató de pronunciar una orden mágica a ese hombre, pero no pudo soltar más que un gruñido mientras el garrote impactaba de nuevo en su ya herido hombro.

El joven clérigo miró a su alrededor desesperado, sólo le quedaba un breve instante. Vio una cornisa diminuta que rodeaba el edificio unos metros más allá, detrás de él, y por alguna razón que él no pudo entender, un recuerdo de Percival, la ardilla blanca, le vino a la mente, una imagen de Percival dando rápidos saltos con facilidad por cornisas igual de estrechas en la Biblioteca Edificante.

No había manera de que un hombre pudiera hacer ese salto hasta la cornisa, desde la posición en que estaba. No obstante de alguna manera, lo hizo. Con manos y pies, el joven clérigo corrió a lo largo del saliente.

—¡Alcanzadlo! —oyó que aullaba a su espalda uno de los frustrados y asombrados asesinos; entonces el otro pidió una ballesta.

Cadderly llegó rápido hasta la esquina sin intenciones de desviarse. La callejuela era de unos dos metros y medio en ese punto, pero el único asidero aparente en el edificio, al otro lado de la calle estaba a unos metros más arriba de su actual posición. Aunque en el momento en que Cadderly se dio cuenta de ese hecho, en la aún pálida luz de la mañana, era demasiado tarde para alterar su rumbo.

Saltó y ascendió, muy alto, alejándose. Apenas sin detenerse, se descubrió a sí mismo gateando con facilidad por la fachada lateral del otro edificio, desapareciendo por el tejado antes de que cualquier ballestero del balcón pudiera tenerlo a tiro.

Pikel se asomó por encima de la barra para ver a uno de los asesinos abalanzándose sobre él, los otros dos apoyados contra la parte más alejada de la escalera, tratando de tener a Iván a tiro.

El enano de barba verde saltó, garrote en mano, preparado para el reto.

—¡Aquí! —dijo la voz de Fredegar a su espalda. Pikel miró atrás para ver la botella de brandy, ahora con un trapo ardiendo, volando en su dirección.

—¡Oo oi! —gritó Pikel, demasiado sorprendido para cogerla, como Fredegar había pretendido. Sin embargo el enano apartó una mano de su bastón para darle un ligero golpe a la botella que la levantó por encima de él, giró sobre sus talones de inmediato y golpeó el proyectil, que se movía lentamente, con el garrote, creando una pequeña bola de fuego y rociando al asesino que se acercaba con trozos de cristal y líquido inflamado.

—¡Oo oi! —gritó Pikel de nuevo con voz aguda, esta vez feliz, mientras el hombre caía al suelo y rodaba desesperado para apagar las testarudas llamas de sus ropas. Cuando finalmente el asesino se puso en pie, corrió gritando hacia la puerta, sin tener más ganas de luchar.

El enano se encaramó a la barra, y se lanzó de nuevo al suelo cuando los ballesteros de las escaleras lo descubrieron.

El único error de la argucia de Iván fue que dejó el soporte central para el final. Hasta que lo derribó, con un único y poderoso tajo de su hacha, el enano no se dio cuenta de que estaba directamente bajo la pesada estructura.

Las escaleras y los dos Máscaras de la Noche que estaban en ellas, se desplomaron.

Sólo uno de los asesinos había recobrado el equilibrio cuando Iván finalmente se las arregló para irrumpir a través del montón de maderas rotas. El enano se levantó con un rugido y trató de atacar con el hacha, sólo para descubrir que la hoja se había clavado profundamente en un madero.

El asesino, contusionado pero no muy herido, rió burlón y sacó una espada corta.

Iván tiró con fuerza, y el hacha se liberó, moviéndose tan rápido que ni el enano ni el asesino se dieron cuenta de su movimiento mientras hería al asaltante, cortando limpiamente a través del abdomen del hombre.

—Apuesto a que duele —murmuró Iván con un impotente y casi avergonzado encogimiento de hombros.

De nuevo Pikel saltó sobre la barra, y otra vez lo reconsideró, al ver a un par de formas oscuras salir de la habitación de Cadderly hacia el pasillo, justo en el borde de la escalera derruida.

El frustrado enano soltó un fuerte gruñido; estos dos también llevaban esas malditas ballestas.

Pikel se dio cuenta de que él no era su blanco, pero supo, que Iván, que estaba insospechadamente justo bajo el saliente, sí lo era.