14

Capturar un alma

Ese día Cadderly y Danica durmieron hasta muy tarde. Brennan no apareció con el desayuno de Cadderly, y éste, pudoroso, se alegró de ello. Sospechó que el hijo del posadero había llegado probablemente hasta la puerta, y luego había dado media vuelta, sonrojado, por lo que había oído en el interior. Con una sonrisa, Cadderly dejó de pensar en ello.

Los amantes abandonaron su habitación poco después del mediodía, tomando una comida juntos en el salón. Fredegar les sirvió; un suceso atípico que Cadderly se dio cuenta de que estaba fuera de lugar cuando el posadero le preguntó si había visto a Brennan esa mañana.

No obstante, Cadderly estaba demasiado absorto con la presencia de Danica para apreciar las implicaciones de la desaparición del chico. Prometió mantenerse alerta por Brennan cuando Danica y él salieron a dar una vuelta. Fredegar le dio las gracias con un gesto de la cabeza, aunque estaba claramente preocupado.

—Los errores de la adolescencia —le explicó Cadderly a Danica, no demasiado preocupado por el bienestar del joven. Se imaginó que Brennan habría salido hasta tarde detrás de alguna joven dama, y que quizás esta vez habría conseguido algo. A pesar de la agitación interior de Cadderly, el mundo parecía tranquilo esa mañana, con Danica a su lado, el joven clérigo ni podía empezar a pensar en cosas oscuras y ominosas.

Dejaron la posada juntos, cruzaron la calle Lakeview, y se dirigieron hacia la orilla arenosa del Lago Impresk. La brisa llevaba la humedad del agua, fría pero no helada, y pájaros de grandes alas volaban como rayos en ángulos imposibles, giros bruscos y maniobras arriesgadas. La niebla habitual de la mañana ya hacía rato que se había disipado, dejando a los dos una gran vista de la isla que comprendía la parte rica de Carradoon, y el puente de piedra, ancho y abovedado que conducía a ella. Varios edificios de pisos asomaban por encima de los árboles, y una flota de botes, de placer y de pesca, vagaba alrededor de la masa de tierra.

—Supongo que puedo llegar a aceptar la barba —dijo Danica después de muchos minutos de silencio contemplativo. Se acercó y tiró de un mechón excepcionalmente largo—. ¡Mientras la mantengas arreglada!

—Y yo te quiero —replicó Cadderly con una sonrisa de satisfacción—. ¿Te quedarás junto a mí?

—¿Estás seguro de que me quieres a tu lado? —dijo Danica en tono bromista, pero había un matiz sutil de miedo en su pregunta.

—Quédate junto a mí —repitió Cadderly con más fuerza.

Danica miró de nuevo al agua y no dijo nada. La pregunta parecía muy simple y evidente, y la joven se dio cuenta de que aún quedaban muchos obstáculos. Había ido a la Biblioteca Edificante para estudiar los antiguos trabajos del Gran Maestro Penpahg D’Ahn, el Más Sagrado, profeta y fundador de su orden. Sólo en la biblioteca podía continuar Danica su trabajo, y ese trabajo era muy importante para ella, la culminación de todas sus ambiciones personales.

¿Tan importante como Cadderly?

Honestamente Danica no estaba segura, pero sabía que si renunciaba a sus metas para permanecer junto a su amado, entonces miraría para siempre hacia atrás y se preguntaría qué podría haber sido, qué nivel de perfección podría haber adquirido.

Y allí estaba, también, la guerra. Los últimos días habían sido como un momento de calma en la mujer cansada de luchar, a pesar del ataque en el camino, pero Danica sabía que estos tiempos tranquilos eran fugaces. Estallarían más luchas, si no ahora, en la primavera, y hacía tiempo que Danica había decidido tomar parte en ellas.

Cadderly, pensó, había huido de ello, y la mujer ahora no sabía si cambiaría de parecer.

Por lo que Danica no respondió a la pregunta, y Cadderly, suficientemente sabio para comprender las vacilaciones y los temores, no preguntó de nuevo. Día a día, decidió. Pasarían el tiempo juntos día a día y verían qué cambios traería el viento del lago.

Caminaron en silencio por la playa durante algún tiempo. Cadderly guió a Danica a uno de sus lugares favoritos. La línea de la costa sobresalía abruptamente en una península cubierta de árboles, con bancos de arena a un palmo del nivel del agua. Un solo camino, de apenas treinta centímetros, conducía a la densa espesura, finalizando en un pequeño claro en el centro de la península. Aunque estaban escasamente a unos ochocientos metros del bullicio de Carradoon, y a la misma distancia de la isla, a Cadderly y a Danica les pareció que el mundo había desaparecido tras el refugio de esos árboles.

Danica miró a Cadderly con disimulo, sospechando de repente la razón por la que la había traído allí.

Pero Cadderly tenía otras ideas. Dirigió a Danica por otro sendero estrecho, hasta la misma punta de la península, junto a un pequeño estanque formado por las olas de los botes que pasaban cerca. El joven clérigo señaló una piedra cubierta de musgo y le pidió a Danica que se sentara.

Cadderly caminó por el perímetro del estanque, musitando algo en voz baja que Danica no pudo entender. Pronto llegó a comprender qué cantaba, un conjuro mágico, muy probablemente.

Cadderly detuvo sus pasos. Su cuerpo se movió con delicadeza, parecía un sauce al viento, y sus brazos se movieron en gráciles círculos. Los ojos de Danica se posaron en el símbolo sagrado de Cadderly, el diseño del ojo y la vela prendido en el centro de su sombrero de ala ancha. Notó una pulsación de poder de ese emblema; que parecía brillar con una fuerza interior.

Los brazos de Cadderly se agitaron otra vez mientras bajaban frente a él, y extendidos los desplazó lentamente a cada lado.

El agua reaccionó a su llamada. El centro del estanque burbujeó con una energía repentina, y luego rodó hacia el exterior; grandes ondas se movieron hacia los bordes. Danica recogió los pies hacia ella, pensando que la iba a salpicar, pero el agua no sobrepasó los bordes del estanque. Mientras las olas formaban una cresta, se oyó un gran siseo y el agua se vaporizó, elevándose en el aire para formar una nube grisácea.

El agua se fue arremolinando para seguir el mismo camino, y cuando acabó, solamente quedaban charquitos donde había habido un estanque. La nube flotó en el aire durante unos momentos, hasta que la fuerza del viento la disolvió.

Danica parpadeó sorprendida y miró a Cadderly, que estaba muy quieto, observando el hoyo formado por charcos y barro.

—Te has vuelto poderoso —comentó después de que hubiera pasado un tiempo—. Para ser un no creyente.

Cadderly la miró pero no pudo alimentar ninguna ira ante la sonrisa irresistible. A través de su sonrisa, pensó, Danica reconocía el tormento del joven.

—Quizá sea una variación de la magia de los magos, como te temías —propuso—, pero quizá la fuerza viene de Deneir. Parece que eres muy rápido negando lo que otros de tu orden…

—¿Mi orden? —interrumpió Cadderly rápidamente en tono sarcástico e incrédulo.

—Tu símbolo sagrado vibraba con el poder —respondió Danica—. He sido testigo.

—Un medio de transmisión de la energía, parecido al libro de mi escritorio —dijo Cadderly más bruscamente de lo que Danica merecía. Pareció darse cuenta de eso, y su tono se suavizó bastante cuando continuó—. Cuando llamo a la magia, sólo tengo que recordar algunas de las palabras del libro.

—Y es un libro de Deneir —razonó Danica.

—¿Conoces a Belisarius? —preguntó después de sacudir la cabeza.

—¿El mago de la torre del sur? —dijo Danica.

Cadderly asintió.

—Belisarius tiene un libro similar; un libro de conjuros. Si añadiera el nombre de un dios, ¿no se convertiría en un libro sagrado?

—No es lo mismo —murmuró Danica, frustrada.

—No lo sé —dijo Cadderly al final.

Danica miró al lago a su espalda, a las olas que lamían con delicadeza las piedras del extremo de la península, decidida a cambiar de tema. Luego miró el estanque encenagado, un poco desconcertada.

—¿Cuánto tardará en llenarse? —preguntó, claramente descontenta con la exhibición de Cadderly—. ¿O debemos esperar a las próximas lluvias?

Cadderly sonrió y se inclinó, llenando sus manos ahuecadas con unas gotas del agua que quedaba. Se llevó la mano al pecho, y de nuevo murmuró algunas palabras en voz baja.

—¡Hasta que la grácil lluvia caiga! —acabó, extendió los brazos ante él, y lanzó el agua al aire por encima del hoyo fangoso. Una nubecita apareció, revoloteando y agitándose en el aire, y un momento más tarde, diluvió un chorro de agua continuo, salpicando en el barro.

Antes de que Danica acabara su primera carcajada, el estanque estaba lleno, tanto como cuando lo había visto por primera vez.

—¿Encuentras esto divertido? —preguntó Cadderly, estrechando los ojos grises y poniendo los puños contra las caderas de manera que parecía una caricatura del orgullo herido.

—Te encuentro divertido —reconvino Danica, y la expresión de Cadderly reveló que se sentía verdaderamente herido.

»Tienes todas las pruebas ante ti —explicó Danica—, más pruebas de las que la inmensa mayoría de gente conocerá, y aún sigues tan lleno de dudas. Mi pobre Cadderly, ¡tan prisionero de las interminables preguntas de la inteligencia!

Cadderly miró el estanque que había evaporado mágicamente y luego rellenado, y rió entre dientes ante la ironía. Danica, entonces, cogió su mano y lo condujo hasta el claro en el centro de la península. Cadderly pensó en continuar por el otro sendero estrecho de vuelta a las playas más anchas, pero Danica sostuvo con fuerza su mano y no siguió, forzándole a darse media vuelta.

Estaban solos bajo el sol y la brisa, y todo lo que les rodeaba parecía tranquilo. Danica sonrió maliciosamente y sus ojos almendrados le dijeron a Cadderly que aún no era el momento de irse.

Fue casi en el crepúsculo cuando Cadderly y Danica volvieron a la Bragueta del Dragón. Más lejos, en la calle Lakeview, el paternal Iván observó sus progresos. El enano estaba mucho más tranquilo de lo que lo había estado, y el regreso seguro de Cadderly y Danica le dijo que sus sospechas podían ser infundadas, que estaba actuando tan estúpidamente como una gallina con sus pollos.

¿Pero fue una coincidencia, justo un momento antes, cuando un mendigo llegó al final de la callejuela al lado de la Bragueta del Dragón, y pareció estar observando a la joven pareja con tanta atención como Iván?

Iván notó que el hombre quería ir tras los dos, y el enano empezó a caminar lentamente calle arriba. No tenía la gran hacha con él, no se consideraba adecuado ir por una de las calles de Carradoon tan claramente armado, pero llevaba su casco con astas de ciervo. Si este mendigo hacía un movimiento contra Cadderly, Iván resolvió cornearlo bien.

Cadderly y Danica entraron en la posada, y el mendigo se apoyó despreocupado en la pared. Iván se detuvo, perplejo, sintiéndose absurdo. Miró a su alrededor, como si esperara que todos los demás en la calle le señalaran y se rieran, pero nadie en apariencia había notado nada inusual en su andar acechante.

—Enano estúpido —murmuró por lo bajo—. ¿Por qué te estás poniendo tan nervioso? Sólo un pobre hombre buscando unas monedas. —Iván se detuvo y se rascó la barba amarilla cuando devolvió la mirada a la callejuela.

El hombre se había ido.

Danica rió nerviosa, pero Cadderly no se alegró de que llamaran a la puerta; no en ese momento en particular.

—Oh, ve y pregunta —le susurró Danica—. Probablemente sea el hijo del posadero, ¡por quien has estado preocupado durante todo el día!

—No quiero ir —respondió Cadderly, haciendo pucheros como un niño. Eso arrancó otra sonrisa de Danica, que se subió las sábanas hasta el cuello.

Quejándose a cada movimiento, Cadderly salió de la cama y se acercó a la puerta envolviéndose en su capa.

—¿Rufo? —preguntó cuando abrió la puerta un resquicio. El pasillo estaba oscuro, las velas de la gran lámpara sobre las escaleras hacía tiempo que se habían apagado. Sólo el brillo de la chimenea del salón ofrecía algo de luz. No obstante, Cadderly no podía confundir la postura inclinada de Rufo.

—Saludos —respondió el joven clérigo—. Y mis disculpas por molestarte. —Cadderly enrojeció, una visión que el otro evidentemente disfrutó.

—¿Qué quieres?

—Se te necesita en el salón de la chimenea —explicó Rufo—, tan pronto como puedas.

—No. —La respuesta fue bastante sencilla, y Cadderly se movió para cerrar la puerta, pero Rufo metió el pie para impedirlo.

—El Maestre Avery volverá con una delegación de la capilla de Ilmater —mintió Rufo, ya que sabía bien que el Maestre Avery estaba roncando a pierna suelta en su habitación.

Cadderly miró a su espalda hacia las puertas del balcón, hacia la oscuridad de la noche.

—¿Qué hora es? —preguntó.

—Es muy tarde —admitió Rufo—. Los clérigos de Ilmater desean hacer esto en privado. Buscan información sobre las muertes de sus acólitos en la Biblioteca Edificante durante lo de la maldición del caos.

—Ya escribí mi testimonio…

—Avery dice que has de ir —presionó Rufo—. No te ha pedido demasiado, desde luego menos de lo que me pide a mí. —Un obvio resentimiento impregnaba claramente el tono del hombre anguloso—. Puedes hacer esto por él, desvergonzado, después de lo mucho que ha hecho él por ti.

La afirmación pareció ser suficientemente sólida. Cadderly se quejó de nuevo, y luego asintió.

—Diez minutos —dijo.

Las risas de Danica se renovaron tan pronto se cerró la puerta.

—No tardaré mucho —prometió Cadderly cuando se puso las ropas.

—No importa —respondió Danica con timidez—. Estoy segura de que me quedaré dormida de inmediato. Se estiró lánguida y se volvió de su lado, Cadderly, maldiciendo su suerte, abandonó la habitación.

Él también debía estar dormido, ya que ni vio al hombre con apariencia de comadreja, ¿era un hombre?, detrás de la puerta levemente abierta, que observaba cómo se iba.

—¿Cadderly? —Danica articuló la pregunta, pero la oyó como si algún otro hubiera pronunciado las palabras. Un aroma de flores exóticas invadió la habitación.

En algún lugar profundo de su mente se sorprendió de haberse dormido tan pronto. ¿O no?

¿Cuánto rato hacía que se había ido Cadderly?, se preguntó. ¿Y qué era ese olor?

—¿Cadderly? —preguntó de nuevo.

—Casi.

La palabra debería haber sonado como una advertencia para la mujer, sabía que debía abrir los ojos y descubrir qué infiernos estaba pasando… pero no podía.

Sintió el pulgar de una mano enguantada apretado contra su párpado, y luego su ojo fue abierto, sólo un poco. Danica trató de focalizar sus pensamientos; ¿por qué tenía tanto sueño?

Borrosamente, se vio a sí misma en un espejito. Sabía que el espejo estaba colgando alrededor del cuello de alguien.

¿De quien?

¿Cadderly?

La risa que le respondió la llenó de miedo, y sus ojos se abrieron a pesar de la penetrante somnolencia, repentinamente alerta.

Vio a Espectro sólo un instante, demasiado breve para golpear, o incluso chillar. Luego retrocedió hacia sus propios pensamientos, en la oscuridad en que de pronto se convirtió su propia mente, y sintió un dolor ardiente en cada centímetro de su cuerpo.

Danica no comprendió lo que estaba pasando, pero supo que no era bueno. Sintió que se alejaba, pero supo que su cuerpo no se movía.

Otra oscuridad asomó en la distancia, al otro lado de un espacio gris, y Danica se sintió empujada hacia ella, obligada a sumergirse en ella. La primera oscuridad, su envoltura mortal, quedaba atrás, muy lejos.

Pocos en todo Faerun lo habrían entendido, pero pocos en todo Faerun estaban tan versados en la meditación como Danica.

¡Su identidad!

¡Alguien le estaba robando su mismísima identidad!

—¡No! —trató de gritar Danica, pero el control de su voz casi había desaparecido en ese momento y la palabra salió como un gemido indescifrable.

Danica concentró su voluntad y desechó el olor permanente que ahora sospechaba que era alguna clase de droga de sueño. Localizó la oscuridad que se acercaba y empujó contra ella con toda su fuerza, entendiendo que entrar en ella era estar perdida.

Un momento después, sintió otra presencia, que de modo semejante vagaba fuera de su cuerpo.

Su mente gritó un centenar de protestas contra ella, pero no respondió; siguió haciendo su camino hacia la oscuridad que Danica había dejado atrás.

—¿Dónde están? —preguntó Cadderly impaciente cuando llegó al salón de la chimenea. El fuego había disminuido y el lugar estaba vacío, excepto por él y Rufo, sentados a la mesa, nerviosos, en la esquina más alejada.

—¿Bien? —gruñó Cadderly mientras se dirigía a tomar un asiento opuesto al hombre esquinado.

—Paciencia, —respondió Rufo—, no falta mucho

Cadderly se recostó y pasó una mano por el respaldo de la silla. Por sus cálculos, ya había pasado demasiado tiempo. Miró a Rufo de nuevo, notando un sutil matiz de nerviosismo en el hombre esquinado. Cadderly apartó el pensamiento y cualquier sospecha que empezara a animar, recordándose que Kierkan Rufo siempre estaba nervioso.

El joven clérigo cerró los ojos y dejó que los minutos pasaran, dejó que sus pensamientos volvieran a Danica y a los placeres e implicaciones que le había dado este día. Nunca la volvería a dejar, de eso estaba seguro.

Los ojos de Cadderly se abrieron de golpe.

—¿Qué es eso? —oyó que Rufo preguntaba en voz alta. Cadderly observó al hombre, lo vio parpadear.

¡Oyó parpadear a Rufo!

El fuego crepitaba con tanta fuerza que Cadderly pensó que el muro entero estaría en llamas, pero cuando se volvió para mirar la chimenea, las ascuas apenas parecían brillar con los últimos parpadeos de vida.

Una mosca zumbó por la barra. ¡Dioses! Pensó Cadderly, ¡la cosa debe tener la medida de un pequeño pony!

No vio nada allí.

Y entonces fue consciente de la canción otra vez, sonando suavemente en las profundidades de su mente. En vez de tratar de entenderlo todo, Cadderly sabiamente sólo se permitió sentirlo.

Algo, ¿algún peligro?, lo había puesto en guardia, y había vuelto a leer inconscientemente una página del tomo, realizando un conjuro mágico para agudizar su oído.

—¿Qué pasa? —preguntó de nuevo Rufo con más urgencia. Cadderly no miró al hombre, sólo levantó una mano para hacerlo callar.

Respiración.

Cadderly oyó el firme inhalar y exhalar de la respiración unas mesas más lejos. Inspeccionó la zona pero no vio nada.

Pero allí había algo, alguien, ¡allí! Cambiando el sondeo, Cadderly sintió la energía mágica.

—¿Qué estás diciendo? —oyó que preguntaba Rufo, y sólo entonces se dio cuenta de que sus labios se movían, formando las palabras de otra pagina más del Tomo de la Armonía Universal.

Cadderly vio la silueta plateada de un joven, reconoció los fibrosos mechones de pelo que colgaban hacia un lado de la cabeza del intruso.

Rufo lo agitó con fuerza, atrayendo su atención.

—¿Qué? —exigió el hombre esquinado.

Cadderly empezó a reprenderle, entonces se calló y en vez de eso clavó la mirada atenta en Rufo.

Danica calmó su mente; tenía que golpear a la otra presencia hacia el vacío de su mente física. Dio media vuelta a su espíritu, dispuso a su mente para conectar con la parte diminuta de ella que había dejado atrás, la parte que la había forzado a pronunciar ese sonido lastimoso. Entonces sintió la otra presencia empujando hacia la oscuridad, casi entrando en la forma.

Sintió una sensación abrasadora.

Danica vio demasiadas cosas en el siguiente instante para separar algo de ellas. Vio, más claramente, asesinatos, docenas de asesinatos. Vio Máscaras de la Noche.

¡Máscaras de la Noche!

La banda de asesinos, el azote de Westgate, había matado a sus padres. Vio un clan de gigantes a través de los ojos de un gigante.

Mató a los otros gigantes con sus manos de gigante.

Vio a Cadderly, en el camino a Carradoon, inclinado en el escritorio sobre el Tomo de la Armonía Universal, acuclillada detrás de la protección de la puerta abierta parcialmente.

Para su horror, Danica comprendió que estaba viendo los recuerdos de otra persona, ¡había conectado con la pequeña parte que esa identidad había dejado atrás en su viaje para tomar su cuerpo! Y que esa persona, quienquiera que fuese, había estado cerca de Cadderly en varias ocasiones.

¡Máscaras de la Noche!

«¡Déjame salir!», protestó su mente.

La otra identidad le gritó con rabia, sufrimiento e incredulidad. No oyó palabras, pero entendió muy bien su significado, entendió que su rabia concentrada podía empujarla de vuelta a donde pertenecía.

«¡Déjame salir!».

Danica empujó contra la oscuridad extraña con toda su fuerza mental, acudió a su rabia en combinación con los años de entrenamiento mental. El ardor se intensificó, luego menguó, y Danica sintió una presencia física una vez más; su propio cuerpo.

El olor volvió y Danica sintió un paño apretado contra su cara. Entregándose a sus instintos de guerrero levantó el brazo en forma de garra para golpear.

Cayó con fuerza al suelo, pero ella ni se dio cuenta.

Sombras, mal, cosas deformes, gruñían y se quejaban sobre los hombros del hombre esquinado, su conducta hacia Cadderly era obviamente hostil. Rufo alargó la mano desde el otro lado de la mesa para tocar a Cadderly de nuevo, pero el joven clérigo le apartó la mano de una bofetada.

—¡Cadderly! —respondió Rufo, pero el joven clérigo sintió con claridad que la aparente preocupación del hombre era una fachada. Antes de que Rufo pudiera moverse otra vez, Cadderly empujó la mesa, impactando con el otro canto en el estómago del otro.

—Dile a Avery que podrá encontrarme por la mañana —dijo el joven clérigo, levantándose y dando una vuelta para examinar la sala. Sintió que el mago invisible ya hacía tiempo que se había ido.

—A Avery no le gustará esto —oyó que decía Rufo, pero con más fuerza, oyó un golpe seco en algún lugar escaleras arriba que supo por instinto que provenía de su propia habitación.

¡Danica!

Cadderly saltó a lo largo de la sala hacia la habitación, pero entonces se movió con lentitud, como en un sueño, apenas capaz de poner un pie enfrente del otro.

La canción sonó en su cabeza; instintivamente visualizó una página del gran libro, una página que describía energías mágicas concentradas, que describía cómo disipar ese tipo de compendios malévolos de magia.

Un momento después se movía de nuevo con normalidad, libre de cualquier atadura mágica que hubieran lanzado sobre él. La puerta de su habitación estaba cerrada, tal como la había dejado, y todo parecía estar bien.

De todas formas Cadderly irrumpió en la habitación, para encontrarse a Danica, con una respiración agitada, tumbada en el suelo, enredada en un montón de mantas cerca de la cama. Cadderly supo, cuando la sostuvo en sus brazos, que estaba viva y no muy lastimada.

El joven clérigo examinó la habitación. Ahora las notas de la canción le parecieron más lejanas y todo parecía en calma, pero no obstante el joven clérigo se preguntó si alguien había entrado en la habitación durante su ausencia.

—Cadderly —suspiró Danica, despertándose repentinamente.

Miró a su alrededor, confundida durante un momento, tiró de las mantas hacia arriba y lo abrazó; un proceder que sorprendió a Cadderly por lo curioso de los gestos.

—Un sueño terrible —trató de explicar Danica.

Cadderly la besó con delicadeza en la frente y le dijo que todo estaba bien. Colocó la barbilla sobre la cabeza de Danica y la acunó en sus brazos, su sonrisa ensanchándose por la creciente seguridad.

Danica estaba ilesa. Sólo había sido un sueño.